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| INTRODUCCION |


Londres, Inglaterra.
Ocho años atrás.

Jarod intentaba respirar calmado,  pero se le dificultaba demasiado, ya que la sensación que le invadía el pecho era abrumadora. Nunca había  experimentado una emoción así, de impotencia absoluta mezclada con un dolor interminable. Era como si un cuchillo atravesara cada fibra de la débil musculatura de su corazón.

Completamente agonizante.

Ni siquiera se comparaba con la angustia de enterarse de la muerte de sus padres por un accidente de auto hacía ya cuatro años, dejándolo con la presión de miles de deudas, un hermano adolescente a cargo y un pequeño local de venta de indumentaria prácticamente arruinado en las afueras de Harrow. La entereza de Jarod logro sobreponerlo a cualquier adversidad, y, al pasar los años, su apellido se había convertido en uno de los referentes de moda más importantes de la elite mundial. De las cenizas de su legado, construyo un imperio inquebrantable, haciendo de el un ejemplo de resiliencia y empoderamiento.

Lo que el mundo no sabía, era que quien había estado a su lado todo ese tiempo, acompañándolo, guiándolo, quitándolo de sus propios pensamientos autodestructivos y de sus adicciones peligrosas, no era nada más ni nada menos que la persona que se encontraba en el interior de ese féretro de madera.  Ryan Haddid había sido más que un consejero, incluso más que su amigo. Ryan era su hermano. Su familia. La persona que lo había impulsado a sobreponerse, a ser el mejor, a sacar la fuerza suficiente de donde no sabía que la tenía. Ryan Haddid le había devuelto las esperanzas de una vida exitosa y feliz, pero en un segundo todo se desmorono como un castillo frágil hecho de naipes.

Maldijo al universo y a Dios, pero sobre todo se maldijo por haber estado tan ocupado para no darse cuenta lo que ocurría. Tenía tantas preguntas y aunque poseían respuesta se negaba a acreditarlas. Habían sido amigos desde hacía años pese a su diferencia significativa de edad y sabía que Ryan no era de esas personas que se daban por vencidas tan fácilmente.

Un gusto amargo en su boca se hizo presente al observar a la viuda de su amigo, rota en llanto, con la mira en aquel ataúd de madera de roble lustrada hecho especialmente a medida. Miranda fue el amor de la vida de Ryan Haddid, su esposa, la luz de sus ojos y todo lo que amaba en este mundo, al igual que la pequeña Candance, quien con tan solo doce años había tenido la mala suerte de encontrar a su padre colgado, sin vida,  en el despacho de su hogar.

—Tiene que haber sido un error —repetía Jarod,  una y otra vez —. Ryan nunca dejaría a su esposa e hija solas en este mundo si él hubiese creído que era tan cruel. No tiene sentido que se suicidara así, sin más. Sin luchar por salir adelante.

—Ha sido un suicidio, Jarod. Debes aceptarlo — respondió Hervé, su amigo perteneciente a la fuerza policial.

Lo había mandado a llamar a él especialmente desde Los Ángeles pues no confiaba en nadie que dijera que Ryan había cometido un crimen tan atroz contra su propia naturaleza. No podía acreditar el hecho. Quería convencerse a sí mismo que el hombre que había admirado durante tantos años no había sido capaz de ahorcarse igual que lo hacían con los maleantes en la época de la inquisición. Quería creer que lo habían asesinado. Era la única explicación lógica a toda esa locura de situación que no había soñado ni en sus pesadillas más oscuras.

— Necesito que investiguen más, Hervé. Encuentren a quien le hizo esto —replicó el hombre con seguridad. Usaría todo el dinero que fuera necesario para encontrar al culpable. Lo haría pagar.

—Se le hizo la autopsia. La examino el mejor forense del país y la envié a Nueva York para que la inspeccionara Astor Krave, así tener otra perspectiva.  Ambos coincidieron, Jarod. Los resultados arrojaron pruebas contundentes de un suicido por ahorcamiento, así como lesiones de tipo Anoxia Anoxica —respondió Hervé, algo cansado de seguir con el tema y que Jarod no quisiese entrar en razón  —. Además, le ha dejado una carta a su hija.

Esto sorprendió a Jarod, quien frunció el ceño, desorientado.

— ¿Solo a la niña?

—Solo a la niña.

Sabía que Candance era todo para él, pero se esperaba que la explicación sobre su muerte se la hubiera dejado a Miranda. Ese hombre se desvivía por ella y su vida había girado en torno a su esposa.

— ¿Se la han dado? —preguntó Jarod contrariado, suspirando pesadamente de solo pensar lo que puede pasar por la cabeza de esa pobre pequeña al leer las palabras escritas por su padre.

Hervé negó con la cabeza.

—La hemos peritado antes, ya que nos has dicho que busquemos pruebas del supuesto asesinato —respondió el hombre acomodando su sombrero —. La grafología arrojó que la ha escrito Haddid, además de sus huellas en la carta. Debes resignarte, realmente se ha suicidado.

Le entregó el sobre que contenía el nombre de Candance con la letra inconfundible de su amigo. "La curiosidad mato al gato"  siempre repetía su padre, aun así Jarod no pudo contenerse y abrió el sobre en busca de algún argumento válido de Ryan que pudiera explicarle a su hija porque había cometido semejante atrocidad, pero frunció el ceño al ver que solo había algunas palabras en la hoja de papel arrugada.

Lo Siento.
Era lo que necesitabas para ser quien debes ser.  No lo olvides.

Su vista volvió a la niña. Esta parecía encontrarse en shock, ensimismada en sus pensamientos y no la culpaba. La piel pálida de su rostro hacía más notorias las ojeras bajo esos ojos verdes que tanto debieron llorar, sus labios habían perdido el color rosado que portaban siempre y en su mirada perdida trascendía la tristeza y desolación.

Pudo divisar entre uno de los arreglos florales que inundaban el espacio una única rosa negra y la tomo para luego acercarse a la pequeña, quien en sus manos sostenía el colgante con dije en forma de corazón que había recibido en el cumpleaños número once por parte de su padre.

—Las rosas negras representan luto y dolor... —exclamó esté, agachándose para estar a la altura de Candance —, pero... ¿sabes porque son únicas?

—No, ¿por qué? —preguntó la niña.

—También representan el amor eterno. Simbolizan un compromiso que va más allá de lo físico, es algo espiritual. Significa que esa persona estará contigo siempre —explicó el hombre.

La pequeña Candance se sintió curiosa y tomó con sus dedos el tallo de aquella rosa tan tétrica pero a la vez tan hermosa. ¿Cómo algo que representaba algo tan horrible como el dolor y la pena podría también representar el amor puro y verdadero? Era muy contradictorio pero no lo cuestionó, ya que sentía que a su corta edad, no sabía mucho sobre la vida. El mejor amigo de su padre era una persona muy estudiosa y de mundo. No le mentiría diciéndole algo que no fuera cierto.

La pequeña niña se acercó hasta el ataúd de su padre, el cual se encontraba en ese hueco en la tierra del cementerio, mientras la gente le arrojaba flores y lloraba la pena de haberlo perdido. Sintió rabia, nadie podía sufrir más de lo que ella estaba sufriendo. Nadie la entendía, se sentía sola, vacía. Su padre había sido todo para ella, su héroe, su modelo a seguir,  pero sobre todo su amigo. Y ahora ya no estaba.

Observo a su madre, la cual no dejaba de abrazar a Claude, el hombre que había sido su manager en su pasado como modelo exitosa, y con la valentía única que podría tener una niña de tan solo doce años frente a la muerte misma de un ser querido, arrojó la rosa negra.

—Siento mucho no haber sido suficiente para que te quedaras, papá  —dijo, y volvió a sentarse a un lado de sus tías.

Un grito desgarrador en la entrada del cementerio hizo sobresaltar a todos los presentes. Abigail Haddid, hermana del difunto, se reincorporo de la silla y camino en dirección hacia donde se escuchaba el disturbio. Jarod Carter camino junto a ella, escoltándola. El había garantizado que todo en el funeral de Ryan saliera perfecto, y que su mejor amigo tuviese una despedida gloriosa.

Su rostro se contrajo terriblemente cuando, al llegar a la entrada, logro descubrir que quien estaba allí, no era otra que Makkenna Rogers. La mujer se veía completamente demacrada, su cabello estaba desordenado, el maquillaje corrido manchaba su rostro y sus ojos verdes se encontraban hinchados y rojos, al punto de casi no poder abrirlos. Incluso su ropa estaba sucia y roída, como si se hubiese estado arrastrando por todo Londres durante horas.

— ¿Te has vuelto loca? —pregunto Abby, gruñendo por lo bajo en sus intentos de no llamar demasiado la atención ­— ¿Qué haces aquí?

—Yo...—el dolor en los ojos de Makkenna se podía ver —... necesito verlo, Abby. No es posible que este muerto —la mujer negaba con la cabeza —. Necesito convencerme que no es cierto.

Makkenna intentó ingresar, pero uno de los guardias de seguridad de Jarod la sostuvo del brazo, haciendo que tambaleara a causa de su estado.

—Estas ebria, y supongo que también estas drogada —acuso Abby.

Makkenna no lo negó, y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas una vez más. El dolor era insoportable. Se sentía débil. Derrotada. Era la peor desazón que le había tocado vivir, y ni siquiera las anfetaminas ni el alcohol lograban apaciguar su conmoción.

—Dime que no es cierto, Abby. Por favor...—suplico —,  dime que no lo ha hecho, que es todo una mentira vil de Miranda.

Abby apretó los labios, con la garganta contraída por la angustia, no pudiendo responder a sus interrogantes, y la demacrada mujer cayó al piso, tocando el barro del suelo con las manos. Jarod comprendió cuan dañada estaba esa mujer, y lo difícil que sería para todos continuar con sus vidas sin Ryan. Se acercó a ella en sus intentos por asistirla.

—Makkenna... déjame ayudarte.

—Necesito hablar con ella —sentencio la mujer con seguridad en sus palabras.

Abby sintió terror.

—Miranda no te quiere aquí. Por favor, deja de insistir.

—Yo lo amaba. Tendría que ser yo quien este allí, Abby.

Abigail Haddid era consciente de ello. Sabía lo que su hermano represento para esa mujer, cuanto ella lo había amado y lo que significaba la muerte del mismo. Sabía que sería su destrucción definitiva.

Makkenna la abrazo, y aunque la mezcla del olor a suciedad y alcohol barato que tenía hizo fruncir el ceño de Abby, no se apartó. Se fundio por completo en ese abrazo, compartiendo la pena, la desdicha de haber perdido a esa persona que tanto amaban.

—Las cosas son así ahora, cariño —le susurró al oído —. Tienes que mejorar, por ti. Por Ryan. Por...

— ¿Qué es lo que sucede aquí? —Miranda apareció ante la escena, y cuando vio a Makkenna, su mirada paso de dolor a odio absoluto — ¿Qué haces tú aquí, adicta?

—Miranda —la voz severa de Jarod fue determinante. Abby se alejó de Makkenna, quien intento reponerse de su dolor, observando con toda la seguridad posible a su adversaria.

—Déjame despedirme. Por favor, Miranda... —suplico esta —, te lo he dado todo, déjame despedirme.

Miranda levanto un dedo índice, y con la voz gélida y dominante, se acercó a Makkenna intentando intimidarla.

—No te acerques a mi familia, puta de mierda —se giró hacia el jefe del equipo de seguridad —. Sáquenla de aquí. Tiene prohibido el ingreso.

Y así como había llegado, Miranda desapareció entre la multitud de personas que se despedían de su esposo, dejando a Abby y a Jarod presenciar la escena lamentable de Makkenna siendo arrastrada lejos de allí, con una expresión intensa de derrota en sus ojos.

Las respuestas sobre la muerte de Ryan llegaron unas semanas después, cuando los abogados del difunto informaron las condiciones financieras en las que se encontraba la fábrica de la familia Haddid. Jarod llevo a los mejores de su equipo, entre auditores, equipo legal y económico; y su sorpresa fue mucha cuando se enteró que en realidad, las cuentas de Ryan Haddid estaban vacías, su compañía completamente endeudada y su familia prácticamente en quiebra.

Jarod no podía entenderlo. La fábrica había sido fundada por Robert Haddid, el padre de Ryan,  después de muchísimo trabajo. Su empresa desarrollaba la transformación de materias primas como el algodón en fibra natural y posteriormente en telas, las cuales eran vendidas a algunos diseñadores para sus creaciones. Al morir este, su mejor amigo se había convertido en la cabeza de la compañía. Con mucho esfuerzo, Ryan había logrado sumergirse en el intrigante y hostil mundo de la moda.

Allí fue cuando se conocieron, hace casi siete años.

Ryan estaba felizmente casado con Miranda y ambos tenían una hermosa niña de seis años. En esas épocas, Jarod trabajaba de modelo publicitario y gastaba sus ganancias en mujeres, alcohol y drogas. Los excesos eran lo suyo, creía que con diecinueve años debía disfrutar la vida, que para eso uno llegaba a este mundo.

Varias veces había estado al borde del abismo, y Ryan había sido más que un amigo para el. Lo había salvado en más de un significado. Le había ayudado a sobreponerse a la triste pérdida de sus padres, también había logrado que la pequeña tienda elevara sus ventas, enseñando de mercadotecnia y ventas al joven heredero.

Pero ahora estaba allí, viendo como el legado de su mejor amigo se deshacía. Las acciones se habían desplomado hacía semanas y lo único que había quedado de la fortuna de su familia era un maldito edificio venido a menos y un escritorio lleno de intimaciones de pago. Quizá esa había sido la razón más fehaciente por la cual su amigo se había quitado la vida, pero no comprendía porque no le había pedido dinero.

Su empresa estaba en la cima de la industria indumentaria por segundo año consecutivo y le iba excelente, no hubiese tenido ningún problema en  salvar la fábrica de telas e incluso ayudarlo a abastecerse de una buena clientela.

¿Por qué  no le dijo? ¿Por qué su hermano del alma no confió en él? Por más que daba vueltas en el asunto no podía comprenderlo.

—Estamos en la ruina —sollozo Miranda —. ¿Cómo haremos ahora? ¡Voy a perder la casa! —se lamentó la mujer mientras las lágrimas salían como cascadas.

—No dejaré que pase —Jarod abrazo a Miranda y esta apoyo su cabeza en el hombro del amigo de su difunto esposo —. Ryan estuvo allí para mí, yo estaré para ustedes. No dejare que nada les falte ni a ti ni a Candance.

Jarod seguía angustiado por el hecho de que la familia de su amigo tuviera que atravesar aún más problemas. Él no se consideraba  un héroe, más bien tenía muchas más similitudes con los villanos, pero haría lo posible por ayudar a la familia de Ryan. A como diese lugar.

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