Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPITULO | 10 |



•EL MUNDO ES UN ASILO DE PERVERTIDOS•

CANDANCE

Debía admitir que mudarme al apartamento que me ofreció el prometido de mi madre no me costó tanto como había pensado. Al contrario, el lugar era un sueño. Todo allí destilaba lujo y perfección. Era amplio, luminoso, y sinceramente, una exageración. ¿Quién necesitaba tanto espacio para vivir sola? Pero no cuestioné la decisión de Jarod, aunque aún no terminaba de comprenderla del todo.

Su declaración fue lo que realmente me dejó pasmada. Nunca había escuchado algo tan inesperado. No sabía cómo interpretarlo. Sus razones, dichas con esa voz grave y llena de lujuria, lograron algo en mí que no podía explicar.

Cuando traté de analizarlas, una parte de mí se sintió incómoda, pero otra —una que no quería admitir que estaba ahí— experimentó satisfacción. Vamos, había que ser ciega, sorda y completamente asexuada para no sentirse atraída por Jarod Carter. Incluso con su edad, que era considerablemente mayor que la mía, seguía siendo más atractivo, más magnético, más jodidamente irresistible que cualquiera que hubiera conocido.

Pero allí estaba el problema.

El hombre que hacía que mi corazón se acelerara y mis pensamientos se nublaran no solo era un ideal inalcanzable, sino que también estaba a punto de casarse con mi madre. Mi madre.

Aquello era como un muro infranqueable, una línea roja que no debía cruzarse bajo ninguna circunstancia. Y aun así, aquí estaba, en un apartamento que él me había conseguido, aceptando un gesto que no sabía si interpretarlo como amabilidad o como algo más. No podía evitar preguntarme si todo esto significaba algo, o si solo era Jarod siendo... Jarod: frío, controlador y completamente imposible de descifrar.

Me dejé caer sobre el sofá de cuero blanco, con la cabeza hecha un lío. ¿Qué diablos estaba pensando? Lo que sentía no tenía sentido. Era inmoral, inapropiado, y, sobre todo, completamente inútil. Jarod no solo era un límite, era EL límite. Pero a pesar de saberlo, mi corazón no dejaba de latir con fuerza cada vez que recordaba lo que me dijo. Sus ojos oscuros, su postura firme, esa manera de hablar que hacía que todo pareciera una orden, incluso cuando no lo era.

Lo peor de todo es que, por mucho que intentara convencerme de lo contrario, la idea de estar lejos de él no me aliviaba.

¿Qué demonios estaba pasando conmigo? Todo estaba jodidamente mal.

Había hombres que lograban desatar deseos tan inconfesables como jodidamente irresistibles. Jarod era, sin duda, uno de esos hombres. Su presencia era como un cerillo encendido cerca de un barril de pólvora, y yo era la que ardía. Por suerte —o desgracia, según cómo lo viera—, no lo había visto desde que me mude al apartamento. Eso me daba tiempo para recomponerme, para ordenar mentalmente lo que él provocaba en mí.

Mi madre, por otro lado, había sido fiel a su estilo, ese que se trataba de puras promesas vacías y ausencias que siempre estaban justificadas. Se suponía que mudarme aquí y pasar tiempo lejos de mis tías sería la oportunidad perfecta para reconectar con ella, pero hasta ahora, eso no había sucedido. Prometió pasar más tiempo conmigo, juró que aprovecharíamos esta etapa para fortalecer nuestra relación, pero aquello había sido un timo, el más vil de todos. No cumplió ni una sola de esas promesas.

Podía sentir la voz de Abby diciendo: "te lo dije."

Los pocos minutos que lograba verla en su agencia apenas me bastaban para un intercambio de palabras. No era suficiente, ni de lejos. A menudo me encontraba sentada en algún rincón de su oficina, viendo cómo se perdía en su mundo, mientras yo intentaba sin éxito encontrar un lugar en su vida. Ni siquiera se hacía un espacio para compartir un café.

Su ausencia se sentía más que nunca, y aunque sabía que su excusa —la proximidad de la semana de la moda en Londres— tenía algo de coherencia, no lograba consolarme.

Londres era una de las capitales principales de este evento, junto con Berlín, Milán y Nueva York, y mi madre no dejaba de recordármelo. Vivía y respiraba moda, y yo ni siquiera lograba ser una nota al pie en su agenda supuestamente apretada. Mientras ella corría de un lado a otro intentando ubicar a sus modelos, yo me quedaba sola en este apartamento.

Había días en los que pensaba que mudarme aquí había sido un error, que mi lugar seguía estando con mis tías. Aunque no éramos una familia perfecta, al menos se aseguraban de hacerme sentir querida. Pero luego, aparecía Jarod, y con él, la pregunta incómoda: ¿Había venido aquí por mi madre o por él?

Esa pregunta era la que me mantenía despierta por las noches. La que no quería responder.

Extrañaba mucho a mis amigos, y aunque intentaba no pensar demasiado en ellos, la nostalgia a veces me golpeaba con fuerza. A falta de ellos, había logrado hacer buenas migas con Claire, la asistente de mi madre. Era una chica encantadora, pálida, de ojos marrones brillantes y cabello castaño tan sedoso que incluso recogido en una coleta se veía perfecto. Su simpatía era casi desconcertante, sobre todo considerando el trato despectivo que recibía de Miranda. Claire parecía tener una paciencia infinita, y notaba que tenía un interés peculiar en Evan. Constantemente me preguntaba sobre él, aprovechando cualquier momento en el que la ayudaba para matar el tiempo para sacarme información.

—Buenas tardes, Claire. —la saludé con una sonrisa, entrando en la oficina —. ¿Mi madre sigue ocupada o hoy, por fin, tendrá tiempo para su hija?

Claire me devolvió la sonrisa, pero en su expresión podía leer la respuesta antes de que siquiera abriera la boca. Otro intento frustrado.

Quizá debería dejar de insistir. Tal vez volver con mis tías no era tan mala idea después de todo. Las extrañaba muchísimo, especialmente a Abby, aunque su orgullo seguía siendo un problema entre nosotras. Apenas respondía mis mensajes, y cada respuesta breve me recordaba que todavía estaba molesta por mi decisión de mudarme.

—Lo siento, Candance. —dijo Claire, apretando los labios mientras organizaba un montón de papeles en su escritorio—. Tu madre está reunida con Makkenna Rogers, y por lo que escuché, parece que están discutiendo.

—¿Makkenna Rogers? —fruncí el ceño, incapaz de asociar el nombre con una cara—. ¿Quién es?

Claire dejó los papeles a un lado y me miró con una mezcla de incredulidad y paciencia.

—Es la jefa de marketing y asesora comercial de Industrias Carter. —explicó, gesticulando con las manos como si tratara de dar énfasis a la importancia del nombre—. También es la mano derecha de Jarod. Seguro la conoces, han sido amigos desde hace años.

Mis labios se apretaron en una línea mientras buscaba en mi memoria, pero no había absolutamente nada que me indicara haber conocido a esa mujer.

—Ah, puede que sí... —dije, tratando de sonar indiferente, pero la verdad era que no tenía la menor idea de quién se trataba.

—Tú madre no le cae muy bien, que digamos.

—¿De verdad? —pregunté, esta vez intrigada. Había algo en la manera en que lo dijo que me pareció curioso—. ¿Por qué no?

Claire ladeó la cabeza, como evaluando cuánto podía decir. Hundio los hombros, restándole importancia.

—Bueno... creo que tiene que ver con tu padrastro.

Y claro. Todo siempre tenía que ver con Jarod.

Después de varios minutos cotilleando con Claire sobre actores, películas y libros, la puerta de la oficina de mi madre se abrió. Lo que ocurrió después fue inesperado. Una mujer salió con ella, y por un instante sentí que el aire se volvía más denso. Si mi madre, como solía decir mi amigo Yeifren, era una auténtica MILF, esta mujer era la reina de todas las MILFs. Su porte era imponente: alta, esbelta, con un estilo impecable que destilaba poder y sofisticación.

La mujer detuvo su paso por un instante al notar mi presencia, y nuestras miradas se cruzaron. En ese momento, su expresión cambió, y aunque intentó disimularlo, me quedó claro que estaba sorprendida. Su mirada se volvió más intensa, casi... perturbadora, como la de un depredador que acaba de detectar algo interesante. Me miraba como una psicópata.

Mi cuerpo, por alguna razón, decidió entrar en modo estático. Tuve que obligar a mis extremidades a reaccionar para no parecer una estatua frente a ella.

—¿Qué haces aquí? —gruñó mi madre de repente, tomando mi brazo con fuerza y llevándome a un costado, como si quisiera esconderme.

—¡Me estás lastimando! ¡Suéltame! —protesté, luchando por soltarme de su agarre.

—Suéltala, Miranda. —intervino la mujer, entrecerrando los ojos mientras observaba la escena con desaprobación.

Miranda la miró por un segundo, y luego a mí, claramente irritada.

—¿Te volviste loca? —le espeté, molesta por su reacción.

Claire nos observaba desde su lugar, con la boca ligeramente abierta, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo. Nadie entendía la reacción de Miranda. Podía apostar que ni siquiera ella se entendía a sí misma.

—Te dije que estaba ocupada y que no podíamos vernos. —Miranda bajó la voz, pero su actitud seguía siendo cortante—. ¿Por qué te apareciste?

—No sabía que tenía prohibido venir a tu trabajo, mamá. —respondí, cruzándome de brazos, haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

La mujer se cruzó de brazos, claramente disfrutando el espectáculo. Su boca se curvó en una media sonrisa, y aunque no dijo nada, su expresión lo decía todo. Miranda, por su parte, parecía debatirse entre continuar la discusión o evitar un escándalo frente a ella. Finalmente, suspiró, soltándome el brazo con cierta brusquedad.

—No es el momento, Candance. —espetó, sin mirarme directamente—. Hablaremos en casa.

—No sé si sabes, pero ya no estoy en tu casa —repliqué, sarcástica.

La mujer rió suavemente, y Miranda le lanzó una mirada fulminante. Por un momento, me sentí aliada de esa mujer que no conocía, pero que, de alguna forma, parecía estar de mi lado. Mientras Miranda intentaba librarse de mí, ella decidió hacer todo lo contrario: acercarse aún más.

—¿Quién es? —pregunté finalmente, señalándola con un movimiento de cabeza.

—Makkenna Rogers. —respondió antes de que mi madre pudiera hacerlo, como si no necesitara intermediarios. Se acercó lentamente, con la seguridad de alguien acostumbrada a dominar cualquier espacio que pisara—. Y tú debes ser Candance.

No lo dijo como una pregunta, sino como una afirmación absoluta. Asentí, incómoda bajo su mirada, que me inspeccionaba con curiosidad. Era como si intentara analizar cada aspecto de mi ser.

—Por favor, Candance. —interrumpió mi madre, en una expresión de súplica y exasperación—. Vete a casa.

—Te has vuelto una mujer muy hermosa, Candance. —dijo Makkenna de repente, ignorando por completo a mi madre. Su voz tenía un tinte nostálgico, aunque sus ojos no dejaban de evaluarme.

Sentí cómo el calor subía a mis mejillas. Su mirada, tan intensa y penetrante, me desarmaba. Había algo en su porte, en su forma de mantenerse erguida, que no dejaba espacio para respirar. Era demandante, incluso sin decir ni siquiera una palabra.

—Gracias. —murmuré, sintiéndome ridículamente cohibida.

—Déjame verte bien. —añadió, dando un paso más hacia mí.

Mi incomodidad creció al notar que sus ojos no se apartaban de los míos. ¿Acaso no me había mirado ya lo suficiente? Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano con firmeza y me obligó a girar sobre mi propio eje, como si estuviera examinando una obra de arte.

—¿Has pensado en dedicarte al modelaje? —preguntó, mientras sus dedos seguían sujetando mi mano —. Eres realmente muy hermosa. Una joya, diría yo.

Me sentí atrapada entre su intensidad y el silencio incómodo que se había instalado. Su cabello casi blanco con raíces oscuras y corto hasta los hombros enmarcaba sus facciones perfectamente definidas. Sus labios carnosos y esos ojos verdes parecían capaces de atravesarte y llegar hasta los secretos que nunca habías compartido con nadie. Era delgada, más alta que mi madre, y llevaba unos pantalones de alta costura y una blusa que debía valer más que todo mi guardarropa junto.

—De hecho, estudio diseño de modas. —evadí su mirada, incómoda —. No está en mi cabeza ser modelo de pasarela.

Los labios de Makkenna se curvaron en una sonrisa que no supe interpretar del todo.

—Deberías, Candance Haddid. Tienes el rostro perfecto para la manipulación.

—¿Disculpe? —pregunté, frunciendo el ceño.

Su comentario me había dejado completamente confundida. ¿Era un halago o un insulto disfrazado? Mi madre, que parecía captar mi desconcierto, intervino antes de que pudiera decir algo más.

—Es una forma de decir. —explicó con una mueca de irritación —. Quiere decir que tu belleza puede manipular a cualquiera para venderles lo que sea.

Makkenna asintió, satisfecha con la explicación.

—Y es exactamente lo que estoy buscando.

Miranda frunció el ceño, claramente molesta. Yo, por mi parte, estaba completamente desorientada. Modelar no era mi área, ni siquiera por accidente. No tenía el cuerpo esculturalmente delgado que imaginaba debía tener una modelo. No hacía dietas—de hecho, me excedía bastante con las grasas y frituras—, y el único ejercicio que realizaba era correr por las mañanas. Mi guardarropa estaba compuesto principalmente por prendas que yo misma diseñaba, un estilo que no encajaba en los estándares convencionales.

—Ella está de paso, Makkenna. —gruñó mi madre, cruzándose de brazos. Su tono era cortante, casi como si intentara acabar con la conversación de raíz. No sabía si estaba defendiéndome o si simplemente remarcaba que no era apta para lo que Makkenna insinuaba—. Además, no sabe modelar.

Makkenna ladeó la cabeza, claramente no impresionada por las palabras de mi madre.

—Eso no importa. —dijo con una confianza arrolladora—. Cualquiera puede aprender a caminar por una pasarela o posar para una cámara. Lo que no se puede enseñar es a tener un rostro como el suyo. Es puro magnetismo.

—No estoy interesada. —interrumpí, sintiéndome cada vez más atrapada en una conversación que no quería tener.

Makkenna sonrió de nuevo, esta vez con desafío en los ojos.

—No es cuestión de interés, Candance. Es cuestión de oportunidad. Y tú tienes algo especial, algo que no se encuentra todos los días.

Mi madre pareció estar harta de la insistencia de la mujer.

—Makkenna, te dije que Candance está aquí solo temporalmente. No sabe nada sobre modelaje.

Makkenna puso los ojos en blanco y suspiró de una forma que rozaba lo hostil. Las palabras de Claire volvieron a mi mente: estaba claro que a Makkenna no le agradaba mi madre, y la toleraba únicamente por Jarod. Esa actitud altanera lo confirmaba.

—Tienes una maldita agencia, Miranda. —Señaló alrededor con un gesto impaciente—. Reclutas modelos constantemente, aunque no muy buenas, por cierto. —Hizo un movimiento burlón con las cejas, como si estuviera evaluando una obra mediocre—. ¿No te crees capaz de entrenarla para la Fashion Week?

—Claro que soy capaz. Pero... —mi madre comenzó a responder, aunque su voz carecía de la seguridad que usualmente empleaba.

—Voy a ser lo más clara posible, Miranda. —Makkenna la interrumpió con un tono que dejaba en claro quién tenía el control—. Tus modelos "profesionales" no me interesan. No tienen lo que buscamos. Candance puede ser esa imagen fresca, natural y joven que estamos esperando. —Mientras hablaba, acomodó su chaqueta de diseño y rebuscó en su bolso Christian Dior con indiferencia, como si lo que decía fuera una verdad absoluta que no merecía debate. Sin siquiera mirar a mi madre, añadió—. Si no quieres, entonces buscaremos otra agencia. —Alzó la vista y le dedicó una sonrisa irónica, una que parecía disfrutar de la turbación evidente de Miranda—. Simple. Y ni se te ocurra ir a llorarle a Jarod, porque quien toma esas decisiones soy yo.

Miranda se quedó muda. Me sorprendió verla así; normalmente, mi madre era toda confianza y autoridad, pero esta mujer la había reducido a la nada con apenas unas palabras. Debía ser alguien muy influyente para que Miranda, que no toleraba imposiciones de nadie, se quedara callada.

Sin embargo, lo que realmente me irritó fue el hecho de que ambas hablaban de mí como si fuera un objeto. ¿Acaso era invisible? Habían ignorado por completo mi opinión, y eso fue suficiente para que finalmente estallara.

—¿Piensan que soy un trofeo para pelearse entre ustedes? —espeté, alzando la voz ―. ¿Ni siquiera creen necesario preguntarme lo que quiero?

Makkenna, en lugar de ofenderse, sonrió. Pero esta vez su sonrisa no era irónica ni burlona; era genuina, como si de verdad disfrutara mi arrebato.

—Cara de ángel con mal carácter. —dijo con cierto deleite—. Definitivamente es lo que busco. —Sus ojos descendieron hasta mi jersey y, para mi horror, añadió—: ¿Podrías quitarte la ropa para que examine mejor tu cuerpo?

—¿¡Qué!? —exclamé, sintiendo cómo la sangre se me subía al rostro.

Me quedé paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Desnudarme? ¿En medio de la agencia? ¡Ni en un millón de años!

Makkenna debía estar acostumbrada a esas modelos esqueléticas y sin inhibiciones, las que vivían a base de lechuga y manzanas y no tenían problema en quitarse la ropa ante cualquiera. Pero yo no era una de ellas. No tenía complejos con mi cuerpo, pero eso no significaba que obedecería a una extraña vestida de Gucci como si fuera un maniquí.

—Makkenna, estás incomodando a Candance. —intervino mi madre con una mirada furiosa, cruzando los brazos como un escudo entre nosotras.

Makkenna hizo un gesto despectivo, restándole importancia a las palabras de Miranda, pero no apartó los ojos de mí.

—Ay, Miranda, no te hagas la puritana que nos conocemos bien. —dijo con una risa que parecía saber demasiado—. No voy a comerme a Candance, solo quiero verla.

Estaba al borde de un ataque de nervios, lista para lanzar una réplica mordaz que probablemente lamentaría más tarde, cuando una voz familiar, cantarina y completamente despreocupada irrumpió en la oficina.

—It's rainin' women... ¡aleluya! —cantó Evan a todo pulmón mientras alzaba las manos al techo, como si estuviera predicando en una iglesia. Su entrada teatral captó de inmediato la atención de todos, incluida la de Makkenna, que lo miró con diversión. —¡Vaya, pero qué tensión! —continuó, soltando una risotada y paseando su mirada por cada uno de nosotros—. ¿Es un concurso de miradas asesinas o me perdí algo?

Evan lucía increíble, con unos jeans desgastados y una camiseta gris de cuello alto que realzaba su figura. Aunque, siendo sinceros, se trataba de Evan... siempre se veía guapo, no importaba qué llevara puesto. Literalmente podría tener vómito en la cabeza y aun así verse atractivo.

—¿Evan? —mi madre lo miró desconcertada, cruzando los brazos con impaciencia—. ¿Qué haces tú aquí?

—He venido por tu hija. —respondió él, acercándose para revolverme el cabello con una sonrisa, lo que me arrancó una pequeña risa pese a mi mal humor.

—Parece que no soy la única interesada en ella. —agregó Makkenna.

Evan levantó una ceja al captar su comentario y, tras recorrerla de arriba abajo con una mirada exageradamente lasciva, soltó un largo silbido que resonó en la oficina.

—Vaya, ¿tú también has pasado al lado oscuro? —preguntó, con una expresión de falsa sorpresa—. El mundo se está volviendo gay... Primero Cara Delevingne, y ahora tú.

No pude evitar reírme ante su descaro, y hasta Claire, que observaba desde su escritorio, dejó escapar una risita nerviosa. La única que no parecía impresionada era Makkenna, aunque una chispa de diversión brilló en sus ojos.

—No me refiero a eso, pequeño Carter.

El apodo que usó me hizo gracia. Aunque Makkenna era alta, rondando fácilmente el metro ochenta, Evan la superaba en estatura. De pequeño no tenía nada, salvo quizás su falta de madurez.

—Pequeño no soy, cariño. —replicó Evan con un guiño descarado. Luego me golpeó suavemente el brazo con el codo y añadió—: Estoy aburrido... ¿vamos por un café?

—Nunca estuve tan a gusto con uno de tus planes. —respondí, agradecida de que me salvara de esa situación—. Vamos.

No iba a despedirme. Mi madre no quería verme ahí, así que dudaba que le importara si me marchaba. Por un momento, consideré invitar a Claire para que nos acompañara. Parecía necesitar un descanso y, además, me habría encantado que tuviera la oportunidad de conversar con el menor de los Carter. Claramente estaba tan fascinada que no lo podía disimular, porque literalmente estaba babeando delante de él.

Sin embargo, sabía que mi madre no la dejaría salir hasta que no cumpliera con su trabajo. Y, siendo sinceros, invitarla podría haber sido cruel. Era como lanzar un pedazo de carne a un león hambriento.

Evan era un maestro de la escuela de "follar y desechar". Su historial era un catálogo interminable de conquistas que no llegaban a ninguna parte. Claire era dulce e inocente, no parecía del tipo de chicas que pudiera manejarlo. Además, no quería ser cómplice de ningún corazón roto.

Caminamos hacia la acera mientras Evan tarareaba una versión desafinada de la canción de Geri Halliwell, y yo no podía evitar burlarme de su pésima entonación.

—¿Por qué estaba tan tenso el ambiente? —preguntó, con esa curiosidad que lo caracterizaba, mientras esperábamos a que el semáforo cambiara para cruzar la calle.

—Esa mujer me pidió que me desnudara.

Sus hermosos ojos se abrieron como platos, y su rostro se iluminó con una sonrisa perversa.

—¿Lo hiciste? —preguntó con tono esperanzado, solo para fruncir el ceño de forma exagerada, como si estuviera sinceramente frustrado—. Vaya, llegué tarde. Las cosas hoy no me están saliendo como esperaba. Primero, una ardiente pelirroja me cancela una cita y ahora esto.

—O sea, que soy el plan B de tu cita fallida. —fingí sentirme ofendida, alzando una ceja.

—Eres como el plan R, o S, quizá. —bromeó, y yo respondí golpeando su brazo mientras él lanzaba una carcajada relajada—. Pero bueno, mujer, aquí estoy... soy todo tuyo.

Amaba su sinceridad descarada. Evan no se molestaba en esconderse detrás de máscaras o pretensiones. Era cien por ciento auténtico, sin filtros y sin vergüenza alguna, y de alguna forma, esa era una de las cosas que más me gustaban de él.

—¿Candance? —me giré al escuchar mi nombre. Makkenna caminaba hacia nosotros con una sonrisa autosuficiente y una tarjeta de presentación en la mano—. Tengo una buena propuesta para ti, y creo que podría beneficiarte en tu carrera como diseñadora. Llámame si sientes curiosidad por saber de qué se trata.

Tomé la tarjeta, todavía desconfiada, mientras su mirada se desviaba hacia Evan. Fue un vistazo tan descaradamente lujurioso que incluso yo lo noté.

—Adiós, pequeño Carter. —dijo, antes de subir a un automóvil de lujo que la esperaba junto a la acera.

—¡Ya no me digas así, me ofende! —gritó Evan, cruzándose de brazos, mientras veía el auto alejarse —: Sobre todo porque sabes bien que no hay nada pequeño en mí.

En ese momento creí que, si mis cejas no estuvieran pegadas a mi rostro, habrían salido disparadas hacia la estratosfera por el asombro. ¿Acaso la mujer había tenido algo con Evan? ¡Le llevaba más de veinte años! Era atractiva, claro, pero también podría ser su madre sin ningún problema.

—¿Dormiste con ella? —pregunté en cuanto ingresamos al Starbucks que quedaba a mitad de calle.

—Tienes que ser más específica, querida. —me respondió con una sonrisa—. Tengo una vida sexual muy activa.

Rodé los ojos y saqué la tarjeta que me había dado Makkenna, agitándola frente a él. Su expresión se relajó mientras la reconocía, y luego me dedicó una mirada cargada de indiferencia.

—Ah, ella. Sí, cuando cumplí dieciocho. —soltó, como si estuviera hablando de lo más cotidiano del mundo—. Le van los jóvenes. Y tiene ese rollo de la dominación.

Sentí cómo mi rostro se encendía al instante, y no solo por lo que acababa de confesar. El chico que nos atendía, un muchacho con el uniforme verde de Starbucks, parecía estar prestando demasiada atención a nuestra conversación mientras nos entregaba los cafés. Su sonrisa lo delataba.

—Evan...

—¿Qué? Solo estoy siendo honesto. —respondió, encogiéndose de hombros y bebiendo un sorbo de su café como si no acabara de soltar algo como eso en medio de un lugar público.

—Podrías ser un poco más discreto. —susurré mientras caminábamos hacia una de las mesas junto a la ventana.

—¿Y privarte de este momento incómodo? Ni en sueños, Candy. Es demasiado divertido.

Me limité a observarlo con exasperación mientras él, tan cómodo como siempre, apoyaba su vaso en la mesa y exhalaba aire caliente.

—Entonces, ¿le gustan ese tipo de cosas? ¿Cómo en la película? —pregunté con curiosidad.

Evan arqueó una ceja, claramente intrigado.

—¿Qué película?

—Cincuenta sombras de Grey. —respondí, encogiéndome de hombros.

Él soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza con desaprobación.

—No, Candance. Eso para ella es sexo insulso. —hizo una pausa, como si estuviera considerando cómo decirlo—. Makkenna es más... ¿Cómo decirlo? Del estilo del marqués de Sade y sus Ciento veinte días de Sodoma.

Parpadeé lentamente, sin decir nada, esperando que ofreciera más contexto. Pero él solo me observó con una sonrisa burlona, disfrutando de mi obvia confusión.

—¿Quién es? —pregunté finalmente, sintiéndome un poco estúpida por no saberlo.

Evan apoyó el codo en la mesa y su cabeza en la mano, mirándome como si estuviera evaluando cuánto esfuerzo valía explicármelo.

—Dios, Candance, me haces sentir un pervertido solo por hablar de esto. —suspiró antes de señalar el teléfono que estaba en mi mano—. Busca en Google.

Fruncí el ceño y levanté una ceja, pero aun así desbloqueé mi teléfono. Mientras abría el navegador, lo miré con sospecha.

—¿Es algo que voy a lamentar buscar?

—Probablemente. —respondió con una sonrisa inocente, que no era nada inocente—. Pero lo vale.

Comencé a escribir "Marqués de Sade" en el buscador, mientras mi cerebro se debatía si debía o no indagar tanto sobre eso. Cuando los resultados empezaron a aparecer, entendí de inmediato por qué él se estaba divirtiendo tanto. Mis ojos se abrieron como platos al leer las primeras líneas.

Me quedé inmóvil, con el móvil temblando ligeramente en mis manos mientras leía las primeras líneas del artículo de Wikipedia. Las palabras parecían saltar de la pantalla. Rituales sistemáticos, implacables y meticulosos sobre la perversión misma del ser humano, sin respetar ningún límite moral en cuanto al sexo. Mis ojos se detuvieron en términos como orgías, excitación con objetos, actos lascivos, y profanaciones religiosas.

De alguna manera, siempre había sabido que existían esas cosas en el mundo, pero leerlo con tanta claridad y detalle me hizo sentir como si estuviera entrando a un territorio prohibido, uno del que no podría salir indemne ni, aunque quisiera. Era extraño, pero, de alguna manera, excitante.

—¡Oh, por dios! —susurré, con las mejillas encendidas, mientras él soltaba otra carcajada.

—Te dije que lo disfrutarías. —respondió, levantando su vaso para dar otro sorbo.

Guardé mi teléfono en el bolsillo, tratando de disimular la incomodidad que me dejó lo que había leído.

—Definitivamente, esto es peor que lo que hacía Christian Grey.

Evan bufó con una mezcla de incredulidad y diversión mientras tomaba un sorbo de su café.

—Todos asocian la dominación con el imbécil de Christian Grey. Créeme, lo que él hace no era nada comparado con lo que realmente hacen las personas que practican eso. —Hizo un gesto con la mano, como si estuviera descartando la comparación—. Incluso apostaría que la escritora ni siquiera investigó lo suficiente.

Fruncí los labios, haciendo un mohín de desacuerdo. Grey había sido uno de mis primeros novios literarios, y no iba a permitir que Evan lo insultara, así como así.

—A mí me gustó el libro. —me defendí, con algo de obstinación.

—A ti te gustó Jamie Dornan. —replicó sin titubear, y sentí que mis mejillas se encendían. Atrápada. Jamie Dornan era innegablemente sexy.

―También.

—Yo solo vi la película para llevarme a la cama a una de sus lectoras fanáticas.

—¡Qué raro en ti! —dije con sarcasmo, mientras él se reía, evidentemente disfrutando de mi reacción.

Sin embargo, la curiosidad seguía rondándome. Lo que había leído en el buscador me tenía intranquila, y antes de pensarlo demasiado, solté la pregunta que me quemaba por dentro.

—Así que... ¿tú practicas esos... rituales?

Evan se quedó mirándome unos segundos, en silencio. Su expresión era casi seria, lo cual ya era un evento raro en sí mismo. Pero entonces, de repente, estalló en una carcajada tan fuerte que casi se atraganta con el café. Algunas personas voltearon a mirarnos, pero a él no pareció importarle en lo absoluto.

—Dios, Candance. ¡No son brujos! —dijo entre risas, limpiándose las lágrimas que le habían salido de tanto reír.

Me hundí un poco en la silla, avergonzada. Había esperado una respuesta seria, no que se burlara de mí.

—Lo probé una vez, cuando me follé a Makkenna. —continuó, encogiéndose de hombros como si estuviera hablando del clima—. Y, diablos, soy de mente abierta... pero que me den con un látigo no está entre mis preferencias. Soy muy cobarde con el dolor.

—Qué extraña es.

—Es como una dominatriz o algo parecido. —explicó, con total naturalidad, como si estuviera describiendo el precio de la fruta en el mercado—. Ella y Jarod comparten esos gustos en el sexo extremo.

No pude evitar ahogarme con el café. Escupí parte de lo que tenía en la boca, y, en un giro de ironía, la mayor parte terminó en el rostro de mi nuevo amigo. A pesar de la incomodidad de la situación, Evan no se ofendió. En lugar de eso, se limpió la cara y soltó una risita.

Tragué saliva, pero mi mente no podía dejar de trabajar a toda velocidad. En un momento de claridad, me di cuenta de algo que me heló el cuerpo. Jarod estaba en una relación con mi madre, y estaba segura que tenían sexo. La pregunta era... ¿tenían ese tipo de sexo?

Mi rostro cambió de color instantáneamente, y en ese mismo momento, todo el café que había ingerido parecía querer salir disparado de mi estómago.

—Oh, por Dios... ¿hará eso con mi madre? —pregunté, apenas siendo capaz de articular las palabras, mientras una sensación de horror se apoderaba de mí.

Evan me miró con una sonrisa burlona. Su rostro se suavizó y negó con la cabeza repetidamente.

—No. —respondió con firmeza, casi como si fuera un hecho, casi como si no tuviera ni la más mínima duda de que eso no ocurriría—. Ten por seguro que no.

—O sea que la engaña... —deduje, mientras intentaba procesar todo aquello. Lo que había insinuado Evan sobre su hermano y mi madre me estaba quedando claro, pero aún así, no podía dejar de preguntarme si me estaba perdiendo algo. Dado lo que había dicho sobre cómo le gustaría ver mi rostro durante un orgasmo, no me sorprendía que estuviera en lo cierto. —Las personas no alejan ese tipo de impulsos de un día para otro, Evan. Lo buscan en otro lado.

—Candance, mi hermano y tu madre... tienen algo así como una relación social. Ya te lo he dicho, solo se hacen compañía.

—Es raro. ¿Y si alguno de los dos se enamora?

Evan se quedó pensativo por un momento, como si estuviera pensando cómo explicarlo. Hundió los hombros y se reclinó en la silla, sus ojos se posaron en mí.

—Jarod cree que tiene un deber con Miranda. Se siente culpable por no haber notado lo que Ryan tenía pensado hacer.

Mis ojos se abrieron un poco al escuchar su nombre, y por un breve momento, mi mundo se sacudió. Todo pareció volverse pequeño. Un nudo apareció en mi garganta, y mi respiración se volvió más irregular. Pensar en mi padre, en lo que había hecho, en todo lo que sucedió, removía partes de mí que preferiría mantener dormidas, porque los recuerdos me aplastaban.

Me forcé a mantenerme en el presente, a no sucumbir a las emociones que intentaban salirse de donde las había enterrado. Tomé un sorbo de mi café, pero el calor no hizo nada para calmarme.

Evan observaba mi reacción con atención, como si estuviera viendo algo en mi mirada. Viendo mi confusión y mi dolor.

—Tu padre era muy importante para él. —dijo, casi en un susurro. La declaración dejó un vacío en el aire, una sensación de pesar que me apretó el pecho.

De un instante a otro, el lugar se sintió más pequeño. La claustrofobia se apoderó de mí. Era como si no pudiera respirar. Las paredes parecían cerrarse, el bullicio de las personas alrededor se desvanecía, y todo lo que podía escuchar era mi respiración acelerada. El dolor, la culpa, la ira, todo se había revivido en un solo instante.

Me obligué a continuar con la conversación, a no darme el lujo de caer en un ataque de ansiedad, de dejarme arrastrar por las emociones que no sabía cómo manejar. No quería que Evan viera mi vulnerabilidad de esa forma.

—¿Así que...? —comencé— ¿Jarod no está con mi madre por amor, sino por... culpa?

Evan desvió la mirada por un momento, pasándose una mano por el cabello con esa actitud tan relajada que parecía que nada podía molestarlo. Observó su reflejo en el vidrio, ajustándose la camiseta.

—Cada loco con su tema... —Se acomodó nuevamente en su silla y sonrió de medio lado. —Deberías aceptar la propuesta de Makkenna. Te obligaría a quedarte más tiempo y me agrada que estés aquí. No tengo amigas mujeres.

Mis cejas se levantaron.

—Porque te acuestas con ellas. —acusé, sin pensarlo demasiado. —Eres como un prostituto.

Evan hizo una mueca, con los labios fruncidos y una expresión que no sabía si tomar en serio o no.

—Corrección, nena. Soy un chico fácil.

—Demasiado fácil.

Él soltó una carcajada y se recostó de nuevo en la silla, poniendo las manos detrás de la cabeza, relajado como siempre.

—Digamos que soy muy generoso con mi cuerpo y mi sexo. —se miró por un instante en el reflejo del vidrio, sonriendo de forma presumida—. ¿Me has visto? No puedo negarle al mundo el placer de disfrutar de semejante espécimen.

Evan tenía esa extraña mezcla entre ególatra y narcisista, pero lo llevaba de una manera que, en vez de parecer arrogante, se volvía encantador. Era imposible enojarse con él, no importaba lo que dijera. Tenía una manera de expresarse tan natural, tan despreocupada, que todo lo que salía de su boca parecía irónico y a la vez sincero. A pesar de su actitud de playboy, había algo dulce y genuino en él, como si detrás de esa fachada de chico malo hubiera un niño que solo quería ser comprendido.

No pude evitar sonreír.

—Eres un idiota. —dejé escapar un suspiro, sabiendo que, a pesar de todo, Evan era uno de esos personajes imposibles de odiar.

—Pero soy...

—Un idiota hermoso, lo sé. —completé, sin pensarlo, dándole la satisfacción que él esperaba.

—No lo olvides, cariño. —dijo, guiñándome un ojo antes de tomar otro sorbo de su café.

•••

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro