CAPITULO | 08 |
•QUIEN HUYE DE LA VERDAD ACABA TROPEZANDO CON ELLA•
JAROD
Quizá era la forma en que se movía, cómo sonreía, mostrando su perfecta dentadura, o los pequeños gestos y expresiones que acompañaban sus palabras. Incluso los sonidos que salían de su garganta parecían tener el poder de cautivarme. Era hermosa. Perfecta, en todos los sentidos.
Cuando la vi a través de las cámaras de seguridad, saliendo con Evan y llevando ese pequeño vestido que se ceñía a su cuerpo, una necesidad se despertó en mí. Un impulso de recorrer sus curvas con mis dedos. Esa sensación de posesión se apoderó de mí, era un deseo urgente de hacerla mía. Quería dominarla, que me perteneciera por completo. Someterla a mis más bajos instintos, ensuciar sus preciosas alas de ángel con el fango de mi propio infierno.
Pero eso no era posible. Ella estaba prohibida.
Intenté mantener la mirada alejada de ella mientras discutíamos, pero me era prácticamente imposible. La deseaba más de lo que había deseado a cualquier otra mujer en mi vida. No entendía por qué, ella era solo una joven inmadura, no muy diferente a cualquier mujer que había pasado por mi cama. Pero su mirada... cuando sus ojos se encontraban con los míos, parecía desnudarme el alma. Había un fuego en su interior, un fuego que intentaba ocultar tras sonrisas amables y palabras dulces, pero que yo podía ver, podía sentir.
Respiraba ese fuego, y lo único que quería era ser consumido por él.
Mi problema radicaba en que no comprendía la magnitud de la situación, así que me vi obligado a buscar soluciones para acabar con este problema. La primera opción era alejarla lo máximo posible de mí, y la segunda, follármela hasta el cansancio, esperando que esta obsesión desapareciera de mi sistema y me sintiera satisfecho.
Sin embargo, esa última opción no parecía la más adecuada, así que opté por mantener la distancia. Lamentablemente, ella no lo tomó bien. Pensaba que la detestaba, lo cual, en parte, era cierto. La odiaba por todo lo que me hacía sentir. Ese sentimiento era incluso más abrumador que el proceso de superar una adicción.
Perdí completamente los papeles la tomarla de la barbilla. Quería hacerla entrar en razón a base de bofetadas, arrancarle la ropa y hacer de su anatomía mi deleite. Era muy consciente de la proximidad de nuestros cuerpos, pero no se apartó. Pude notar, por un microsegundo, que su mirada se dirigió hacia mis labios, y colapsé.
Ella esperaba que lo hiciera, deseaba sentir la calidez de mis labios. Un escalofrío recorrió mi espalda y estuve a punto de besarla, hasta que el sonido de unos tacones sobre la madera me sacó de la fascinación que me envolvía.
—¿Candance? —la voz de Miranda resonó en mis tímpanos—. ¿Qué sucede? ¿Todo está bien?
Me alejé de Candance al notar el pánico en su rostro. Miranda apareció en la habitación, con el ceño fruncido. Se veía realmente elegante con ese traje color crema y su cabello suelto. Enarco una ceja, clavando la mirada en su hija.
—Sí, todo está bien —respondió Candance, aclarando su garganta—. Creí que no te vería en todo el día.
—Olvidé unos papeles importantes —señaló las hojas que tenía en la mano—. Escuché que discutían... —la mirada de Miranda se desvió hacia las pertenencias de su hija y frunció aún más el ceño—. ¿Por qué estás armando tu maleta?
—Intento convencer a Candance de que no se vaya —respondí.
En ese momento, la mirada de la joven se clavó en mí con una intensidad que me hizo estremecer. Si las miradas pudieran matar, ya estaría muerto. Pude ver la ira, la confusión y el dolor reflejados en sus ojos, pero también la vulnerabilidad que intentaba ocultar bajo una fachada de frialdad. Aunque probablemente no comprendía el alcance de lo que había dicho, lo cierto era que no podía dejar que Miranda descubriera nada de nuestra conversación. No estaba listo para que ella supiera lo que realmente me sucedía.
Candance pensaba que la detestaba. No comprendía que, en realidad, lo que sentía por ella era más complejo, más oscuro, y mucho más peligroso de lo que imaginaba.
Miranda, por otro lado, sabía perfectamente que yo había sido quien propuso que su hija pasara más tiempo con nosotros. Lo que ella no entendía era que, en mi mente, cuando hice esa sugerencia, Candance seguía siendo una niña pequeña y frágil.
—¿Quieres irte? —preguntó Miranda, acercándose a su hija con una suavidad que apenas podía ocultar la preocupación —. ¿Por qué?
Candance no dijo nada al principio, solo parpadeó frenéticamente, como si estuviera luchando consigo misma para no mentir por mí. Finalmente, apretó los labios con fuerza, tratando de contener lo que parecía una respuesta llena de reproche y tristeza.
—Pensé que ya que he venido a pasar tiempo contigo y es lo que menos estoy haciendo —exclamó, con los ojos brillando de desilusión—, lo mejor es que me largue y vuelva para la boda.
Había algo de verdad en las palabras de Miranda, pero agradecí profundamente que no hubiera mencionado nuestro intercambio, ni que había sido yo quien le ofreció otro lugar.
—Lo siento tanto, cariño —se disculpó Miranda —. Han sido unas semanas muy complicadas en la agencia. Cuando todo esto pase, te prometo que pasaremos tanto tiempo juntas que te aburrirás de mí rápidamente.
Candance suspiró, el sonido de su exhalación parecía expresar tanto su frustración como su comprensión.
—Lo sé, es que... —murmuró, pero no continuó. Parecía que algo se le atascaba en la garganta, algo que no estaba dispuesta a decir en ese momento.
Justo en ese instante, el celular de mi futura esposa sonó, irrumpiendo bruscamente en la conversación. Miranda frunció el ceño y soltó un bufido, pero, al ver que era su asistente, lo tomó de todas formas. Al leer la pantalla, negó con la cabeza con cierto cansancio. Se acercó a su hija y la abrazó, apretándola con un gesto que era tanto un consuelo como una despedida.
—Debo irme, cariño, pero prométeme que estarás aquí cuando vuelva.
Candance miró al suelo, claramente conflictuada, pero antes de que pudiera responder, decidí intervenir.
—Me aseguraré de que así sea —respondí, mirándola de manera que no dejaba lugar a dudas.
Miranda me sonrió con gratitud, dándome una palmada en el hombro mientras se alejaba para atender la llamada. La puerta se cerró tras ella, y aproveché. Me volví hacia Candance, que me observaba con una expresión desconcertante, como si me hubiese crecido otra cabeza.
—¿Tienes algún tipo de trastorno de personalidad, Jarod? —preguntó, cruzándose de brazos con una expresión desafiante—. Porque déjame decirte que he visto la película Fragmentado y tú tienes muchas similitudes con el protagonista.
Me quedé en silencio por un momento, sopesando sus palabras. No era la comparación más halagadora que digamos.
—Intentemos hablar como dos personas maduras, ¿sí?
Ella me miró con desdén.
—No es muy maduro de tu parte echarme de tu casa solo porque no te agrado.
—Aléjate de Evan y estaremos bien —demandé, sin poder evitar que la irritación se reflejara en mi voz.
La idea de que mi hermano estuviera cerca de ella me ponía furioso. Me revolvía por dentro, como si algo en mí se retorciera ante la posibilidad de que alguien más pudiera tocar lo que yo deseaba. Ella no mostró ni un atisbo de miedo o sumisión. Me observó con una expresión tan fría como el hielo, la mirada que me dio era la más gélida que había visto en su rostro.
Y eso me gustó mucho más.
—No eres quien para prohibirme nada.
El choque entre nuestros egos estaba en su punto máximo, y sabía que cualquiera de los dos podría estallar en cualquier momento. O podía volver a tentarme y besarla de una vez por todas.
—Es mi hermano —sentencié, con el cuello tenso—. No quiero tener situaciones indecorosas en mi casa.
Su rostro cambió de color, y pude ver cómo la furia volvía a sus ojos. Apretó los puños, visiblemente molesta. Me irritaba que discutiera conmigo, pero, al mismo tiempo, esa reacción me excitaba como nadie más lo hacía. Mi cuerpo reaccionó de manera involuntaria, y no pude evitar sentir una oleada de deseo que se mezclaba con la ira. Mi entrepierna reaccionó.
—¿Quién mierda te crees que soy? —gruñó con voz ronca. Su tono era todo menos amable—. Para tu información, no lo veo de esa manera. Ya tengo a alguien en mi cabeza. Evan solo me hace compañía porque mi madre ha decidido ser la empleada del mes, y tú me evades.
¿Dijo que había alguien en su cabeza? La furia me inundo.
—No te evado, Candance —respondí rápidamente, tratando de mantener la calma.
—No mientas.
Sentí una presión en el pecho. Era incapaz de seguir soportando su mirada desafiante. No quería mentirle, pero decir la verdad podría ser aún peor. A veces, la felicidad se encuentra en la ignorancia de la realidad. Pero ella me estaba volviendo loco.
—Bien, ¿quieres que sea honesto contigo? —pregunté, mirando a sus ojos con intensidad.
—Claro. Las personas siempre prefieren que les digan la verdad —respondió, sin apartar la mirada.
La tensión entre nosotros se había intensificado aún más, y no estaba seguro de si estaba listo para soltar todo lo que guardaba dentro. Pero ya no podía callarme más.
Enarqué una ceja.
—No todos están preparados para enfrentar la verdad y poder soportarla.
—He visto a mi padre colgando muerto en su despacho con tan solo doce años —dijo con aspereza, como si aún estuviera luchando con ese recuerdo —. Créeme, puedo manejar cualquier cosa después de eso.
Sus palabras me dejaron mudo por unos instantes. No podía imaginar pasar por semejante situación, mucho menos verla a ella, tan joven, enfrentando algo tan oscuro y cruel. Ryan... encontrarlo sin vida. Solo pensarlo me retorcía el estómago. Me era imposible comprender cómo alguien tan joven podía haber lidiado con tanto dolor.
— ¿Y bien? —su voz, teñida de una mezcla de desafío y curiosidad, hizo eco en el aire, pero él no apartó la mirada de ella, como si estuviera atrapado en algún tipo de trance.
—Me atraes. Me atraes demasiado. Desde la fiesta, no he podido dejar de pensar en ti. En ti desnuda, en mi cama, follándote en cada rincón de mi habitación...
Se quedó quieta. Ni siquiera respiró. Cuando creí que le había dado algo, como un síncope o algo neurológico, reaccionó frunciendo el ceño.
—Esto tiene que ser una jodida broma. —mordió la parte interior de su labio, como si estuviera intentando contener algo, un impulso, un sentimiento que no podía negar.
O quizá las ganas de darme un puñetazo.
—La boca —respondí, con firmeza. El sarcasmo, el lenguaje vulgar, todo eso me sacaba de quicio. No era compatible con su apariencia tan dulce, con la dulzura que había mostrado en todo momento—. No es una broma, Candance. No lo es.
—No tienes que inventar una cosa semejante para correrme de tu casa —dijo, con una sonrisa irónica que no llegaba a sus ojos.
—No estoy inventando nada. —mis palabras fueron más firmes, casi como una condena—. Desde que te vi, mi cabeza no ha hecho otra cosa que pensar en sexo, en cada detalle, en cada imagen de ti. He proyectado mil y una veces cómo serían tus gestos, cómo sería tu cuerpo bajo el mío, cómo reaccionarías mientras te corres. No puedo sacarlo de mi mente. Cada vez que te miro, lo único que quiero es... hundirme dentro de ti.
Pude ver cómo su expresión cambiaba, su rostro pasaba de la sorpresa al desconcierto, y algo más, algo que no podía identificar, pero que sin duda me hacía sentir incómodo.
—¿Te das cuenta de por qué necesito que estés lejos de mí? —le pregunté, casi rogándole con los ojos, a pesar de las palabras ásperas que salían de mi boca. Necesitaba que entendiera que mi deseo por ella era algo incontrolable, pero también algo destructivo. Algo que no debía seguir alimentando.
Candance respiró hondo, como si procesar aquello fuese demasiado para ella. Y lo era. Me sentía un maldito pervertido. Cuando por fin habló, tenía una sonrisa maliciosa en el rostro.
—Me corrijo. Estas incluso más enfermo que el de la película. —su voz destilaba sarcasmo —. ¿Acaso pretendes follarte a la madre y a la hija?
—No, no pretendo eso.
—Es ilógico, podrías ser mi padre.
Bien. Aquello realmente me había afectado. No era su padre, no pretendía ocupar ese lugar y solo pensarlo me parecía lo más retorcido que se había pasado por mi cabeza, y eso que las situaciones retorcidas eran algo habitual en mi vida.
—Si hubiese tenido una hija a los catorce años. —señalé, algo molesto —. No me insultes, Candance.
Candance entrecerró los ojos hasta convertirlos en ranuras, con una mirada afilada que parecía capaz de atravesarme. Su boca se torció en una sonrisa cargada de malicia, y por un momento, me pareció que todo en ella estaba diseñado para provocar.
Besar no era lo mío, pero no podía dejar de pensar en ello cuando la tenía tan cerca. Mi mente daba vueltas alrededor de la idea de sus labios, queriendo besarla hasta hincharlos, y luego morderlos, hasta hacerlos sangrar.
—Me has dicho que imaginas mis gestos al tener un orgasmo... ¿y te ofendes porque recalco tu edad? —su voz estaba impregnada de veneno puro, y una sonrisa sarcástica le acompañaba—. ¡Qué hipócrita!
Joder, ella era un maldito problema.
Apenas podía concentrarme con tan poco espacio entre nosotros, mucho menos con el maldito perfume que llevaba, tan embriagador que me envolvía y me nublaba el juicio. Era como si se apoderara de todo mi ser, dejándome sin aire, sin poder pensar con claridad.
Necesitaba ubicarme, encontrar un poco de control antes de hacer algo estúpido. Era solo una mujer. Solo una mujer con tetas perfectas y un culo increíble. Las cosas serían mucho más fáciles si no fuera tan malditamente atractiva. Estaba empezando a dudar de mi propia capacidad para mantenerme alejado de ella.
Enfócate, Jarod.
—Miranda quiere recomponer la relación contigo y no puedo negarle eso. Por eso, me sentiría más tranquilo si aceptaras el lugar que te estoy ofreciendo. —repetí, esta vez con más énfasis, mientras le mostraba de nuevo las llaves del apartamento —. Queda solo a unas cuadras de la agencia. Estarás cerca de tu madre y podrás mantener el vínculo constante que tanto necesitan.
Ella levantó la mirada por encima de mi hombro, como si analizara la oferta con más atención. Podía ver la lucha en sus ojos, la resistencia que se negaba a ceder ante lo que parecía un intento bien intencionado, pero también una trampa emocional.
—Aceptaré. —dijo finalmente, tomando la llave sin mirar mucho, como si eso fuera lo último que quería hacer —. Pero después de la boda, me largo.
No dijo más. No necesitaba más palabras. Se dio la vuelta y se dirigió al cuarto de baño con pasos firmes, cerrando la puerta con fuerza, dejándome con la sensación de que ese gesto era la mejor invitación para irme.
•••
Constantemente intentaba nivelar mi vida profesional con la personal. Era un equilibrio que buscaba alcanzar, que me daba cierto sentido de control sobre lo que me rodeaba. Me agradaba sentir que todo estaba en su lugar, que podía gestionar cada aspecto de mi existencia.
Había logrado levantar un imperio prácticamente desde cero, un imperio que me había costado sangre, sudor y lágrimas. Y gracias a eso, ahora era respetado, incluso admirado por muchos. Había logrado lo que pocos lograrían, pero detrás de esa fachada de éxito, había algo oscuro que pocos conocían. La perversión.
La perversión era parte de mí, algo que siempre había estado ahí, en las sombras, esperando el momento oportuno para salir. Durante mucho tiempo había logrado mantenerla bajo control, sumida en lo más profundo de mi mente.
Pero todo eso comenzó a cambiar con la llegada de Candance. Su presencia era como una chispa que había encendido un fuego que creía haber extinguido. Todo lo que había logrado mantener oculto, todo lo que había barrido bajo la alfombra, afloró de repente con la misma intensidad con la que había llegado ella.
Ahora, me encontraba perdido, incapaz de concentrarme, de mantener mi enfoque en el trabajo. Cada pensamiento estaba plagado de ella, de su imagen, de la forma en que su perfume se adhería a mi piel como una segunda capa. Era un problema. Un maldito problema. Pasaba más tiempo del que había estado en mi casa en años, simplemente para alimentarme de esa obsesión, para mirarla, para respirar su aire.
Con ella lejos, con la distancia entre nosotros restablecida, todo volvería a la normalidad. O al menos eso quería creer. La obsesión perdería fuerza, y podría retomar el control de mi vida.
Evan apareció en la sala mientras me bebía mi cuarto café del día, con la mirada ausente y una pereza evidente en cada uno de sus movimientos. Se arrojó con todo su peso sobre el enorme sofá de cuero, estirándose como si no tuviera energía ni para respirar. Llevaba la ropa de dormir, su cabello alborotado, y el rostro pálido, como si no hubiera visto la luz del día.
—Hasta que te despiertas, bello durmiente —dije con una sonrisa irónica, observando mi reloj. Eran las cinco de la tarde, y el cielo ya se estaba oscureciendo, como si el día se hubiera ido sin siquiera darme cuenta.
—No puedo ni con mi vida. Habla más bajo —exclamó, arrugando la cara mientras se reincorporaba, buscando apoyo en el respaldo del sofá.
Me miró con los ojos entrecerrados, como si el simple hecho de hablar le costara.
Su actitud me hizo sonreír. Evan siempre había sido así, un desastre en términos de disciplina y autocontrol, pero siempre terminaba con lo que quería. Sin embargo, esta vez había algo más que me preocupaba: su interés por Candance. Podía ser que las intenciones de ella fueran simplemente amistosas, pero yo conocía a Evan mejor que nadie. No dejaba pasar a una mujer hermosa sin hacerla parte de su cama, y eso me incomodaba más de lo que quisiera admitir.
—¿Sabes dónde está Candance? Pasé por su habitación y no estaba allí.
—Sean la llevó al centro de la ciudad —respondí con tranquilidad, intentando que no se notara mi molestia en su interés —. Quería hacer unas compras, visitar a su madre y conocer el apartamento en el que se instalará en unos días.
—¿Se va de aquí? —preguntó Evan, mirándome con incredulidad, como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo. —¿Por qué? ¿Qué sucedió?
—No lo sé, necesita privacidad. —respondí sin mucha convicción, encogiéndome de hombros mientras seguía mirando mi portátil.
Mi mente estaba dispersa, atrapada entre la pila de problemas que parecían crecer cada día. Makkenna estaba insoportable últimamente, y ahora incluso pretendía que despidiera a mi futura esposa. Ese sería otro dolor de cabeza que agregar a la larga lista.
—Privacidad una mierda, Jarod... —exclamó Evan, haciendo un gesto exagerado con la mano y señalando la habitación entera con un movimiento brusco, como si eso pudiera cambiar algo. —Esta casa tiene más de mil metros cuadrados y solo somos tres. ¿Qué más privacidad puede necesitar?
—No lo sé —mentí, apretando la mandíbula, evitando mirarlo directamente.
La verdad era que ella había aceptado a regañadientes irse de aquí. Pero antes de hacerlo, había exigido conocer el lugar en el que se instalaría. La pequeña e indefensa gacela estaba mostrando sus dientes, y no la culpaba. Había sido brusco con ella, sobre todo cuando le confesé lo que me sucedía, aun así, de alguna manera, lo había comprendido. No era algo fácil de aceptar, ni para ella ni para mí, y sospechaba que no era el único que se sentía atraído.
—Es extraño. —respondió mi hermano, como si estuviera realmente confundido. —Ella no haría eso.
Me molestaba que pensara que podía entender lo que Candance haría o no. Después de todo, apenas la conocía. Solo hacía dos malditos minutos que se habían encontrado, y ya estaba haciendo teorías sobre ella.
—Deja las teorías conspirativas, Evan. No la conoces lo suficiente como para saber cómo diablos es Candance. —dije con un tono más seco de lo que había intentado. Suponer que entendía sus motivaciones me sacaba de quicio.
La sorpresa invadió su rostro, como si nunca antes me hubiera visto reaccionar de esa forma.
No solía ser hostil con él. Lo amaba, era mi pequeño hermano, el que había estado a mi lado desde que nuestros padres murieron. Habíamos sido inseparables, compartiendo no solo nuestra historia, sino también los recuerdos, las penas y las alegrías. Pero últimamente, todo parecía verse distorsionado por una persona. Todo era culpa de la hermosa pelinegra de ojos verdes. Ella me convertía en un ser posesivo e irracional, alguien que no podía controlar lo que sentía.
—Tranquilízate, Jarod —dijo, mientras se inclinaba hacia atrás en el sofá, estirando los brazos detrás de su cabeza —. Te va a dar un ataque cardíaco de tanta ansiedad que estás manejando.
Me pasé una mano por el rostro, sintiendo el agotamiento. Tenía razón, pero no podía evitarlo. Había demasiadas cosas sobre mis hombros. La presión, el trabajo, y, sobre todo, el caos que había desatado Candance en mi vida.
—Lo siento —respondí, dejando escapar un suspiro largo —. Estoy muy estresado. Falta poco para la Fashion Week y Makkenna aún no encuentra la figura principal para la marca. —Volví a suspirar, más pesado esta vez—. Miranda enloquecerá cuando se entere de que no usará a ninguna de sus modelos.
Evan no dijo nada, pero estiró su brazo de manera casual, tomando mi taza de café y dándole un sorbo antes de devolverla. Hizo una mueca cuando notó lo amargo que estaba, pero no dijo nada al respecto.
—Ve a lo seguro, utiliza una de las supermodelos bien pagas —comentó, devolviéndome la taza con una sonrisa despreocupada. Era uno de esos momentos en los que se sentía completamente en su elemento—. Cara Delevingne, Barbara Palvin, Hailey Baldwin...
Si había algo que Evan sabía, era de modelos hermosas. De hecho, podía nombrar a las más codiciadas del mundo sin pensarlo dos veces. Negué con la cabeza, esbozando una leve sonrisa, aunque mi mente seguía ocupada por la misma preocupación. Podía sugerir lo que quisiera, pero yo sabía que no sería tan fácil.
—Es más complicado que eso —dije. Evan me miró por un momento, y aunque no dijo nada más, sabía que en su mente ya estaba planeando alguna otra solución rápida. Pero lo cierto era que nada parecía sencillo—. Miranda me mataría si eso sucediera. Además, Makkenna quiere a alguien nuevo. —le dije, extendiéndole la portátil para mostrarle la catarata de rechazos que había enviado mi asesora —. No podemos permitir que las modelos que tienen contratos con otras agencias lo pierdan solo por un capricho nuestro.
Mi hermano ni siquiera prestó atención a lo que decían los correos. Sus ojos pasaron de la pantalla a la taza de café, ignorando por completo la situación. No le importaba en absoluto el mundo de la moda, al menos no de la forma en que me importaba a mí. Lo veía como algo superficial y vacío, un juego del que disfrutaba, pero solo por la buena vida que traía consigo.
—Solo diré que, si consigues el número de Cara, te amaré toda mi vida. —comentó, mirando la pantalla, pero sin realmente fijarse en lo que mostraba—. Ella es caliente como el infierno.
Puse los ojos en blanco.
—Es gay, Evan —respondí con una sonrisa cansada.
—Más perfecta aún —respondió con una sonrisa pícara —. Ella ama a las mujeres, yo también. Somos almas gemelas. Una buena combinación.
Lancé una risa exasperada, mientras me recostaba un poco en el respaldo de mi silla. No importaba cuán absurda se volviera la conversación, mi hermano tenía la capacidad de hacerme olvidar un poco de mis problemas. Aunque en el fondo sabía que, para él, la vida era más simple. Si las cosas no salían como él esperaba, siempre podía hacerlas parecer divertidas.
—Parece que te sientes mejor, ya que estás soltando tus tonterías habituales. —comenté, cerrando la portátil —. Deberías ayudarme a pensar en cómo le diré esto a Miranda.
—Eso es porque involucras los negocios con la familia —dijo con su voz tranquila —. Eso es un error.
Lo sabía, lo había sabido desde el principio. Era un error. Pero la insistencia de Miranda, su frustración al no encontrar la manera de reflotar su negocio, me había transportado directamente al pasado, a un lugar en el que no quería estar. No quería que su desesperación provocara en ella los mismos sentimientos que Ryan había tenido en aquel entonces. Sentimientos que lo habían llevado a quitarse la vida.
—Pareces saber mucho de negocios para ser un hombre que vive de fiesta en fiesta. Deberías trabajar conmigo en vez de gastarte mi dinero.
—Oye, también es mi dinero —reclamó.
En parte tenía razón. El imperio Cárter se había forjado sobre las bases del negocio de nuestros padres, pero la diferencia era que yo había sido quien lo había mantenido en pie, quien lo había expandido y fortalecido. Mientras él se dedicaba a vivir la vida, yo me ocupaba de los problemas.
—Y soy yo quien lo cuida. Si fuera por ti, lo habrías perdido con cualquier mujer hace rato —respondí, enarcando una ceja.
Evan se inclinó hacia atrás en el sofá, estirando sus piernas de forma relajada, como si no tuviera ningún problema en el mundo. Pero su respuesta fue algo que ya sabía que diría.
—La vida está para vivirla, Jarod —dijo, palmeando mi espalda suavemente, como si mi ansiedad fuera solo una molestia pasajera que se podía dejar de lado—. Deja de reprimirte y comienza a vivir, o cuando te des cuenta, será demasiado tarde.
Lo miré fijamente. No podía. Él vivía en un mundo donde el dinero y las mujeres eran lo único que importaban, un mundo donde las preocupaciones se dejaban atrás con una sonrisa. Pero yo no podía permitirme eso. Yo era una bestia, un hombre que llevaba consigo demasiados demonios internos como para soltarlos sin más. Necesitaba mantener el control, más que nunca, sobre todo con Candance Haddid cerca. Su presencia me desbordaba, y cada vez más sentía que me acercaba al borde de perder el control.
Necesitaba descargarme de alguna manera, y sabía cuál era el único lugar donde podía descargar todos mis demonios.
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