CAPITULO | 04 |
•EL DOLOR CUANDO NO SE CONVIERTE EN VERDUGO ES UN GRAN MAESTRO•
CANDANCE
Me sentía entumecida, como si hubiese una capa de hielo envolviendo mi corazón, pero mis emociones reaccionaban solas. ¿La había extrañado? Se suponía que sí, era mi madre, después de todo. Debería haber sentido su ausencia todo este tiempo, pero no se sentía como algo tan genuino.
Lo que sentía era más bien sorpresa, una especie de desconcierto por estar frente a ella nuevamente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la vi? ¿Tres años? Sí, tres largos años.
La última vez fue en mi cumpleaños número dieciocho. Se había quedado una semana conmigo. Viajamos a Tenerife y pasamos unos días agradables, casi como si las tensiones entre nosotras se hubieran desvanecido en ese lugar. Pero entonces, cuando Jarod Carter llamó, todo cambió. Sin decir una palabra, salió corriendo hacia Londres, dejándome atrás como si yo no importara. Una vez más, fui relegada a un segundo plano, olvidada en cuanto alguien con polla y dinero aparecía en su vida.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, pero no entendía por qué. No debería estar llorando por ella. No se lo merecía. Ella nunca había derramado una sola lágrima por mí. No en todos estos años, no en ninguno de los momentos en los que más la necesité. Me dolía reconocerlo, pero estaba llorando por alguien que jamás había llorado por mí.
—Cariño, no llores —dijo, limpiándome las mejillas con una sonrisa que intentaba ser cálida, pero que no lograba alcanzar sus ojos.
—No puedo creer que estés aquí.
Se apartó un poco de mí y se quitó las gafas oscuras. ¿Quién usaba gafas de sol en medio de la noche? Solo ella.
—No voy a olvidarme del día especial de mi niña. Ya eres mayor, y eres preciosa —dijo. Su voz tembló y sus ojos recorrieron todo mi rostro—. Te pareces tanto a... a tu padre.
No sabía si debía sentirme halagada o incómoda por la comparación, especialmente sabiendo lo que significaba para ella. La forma en que mencionó a mi padre, con esa amargura y ese resentimiento, me dejó inquieta. Ahora recordaba porque no soportaba estar cerca de mí.
—¿Tanto me parezco a él? —pregunté, casi sin querer, buscando en sus ojos alguna pista de lo que realmente sentía.
Ella asintió lentamente con una expresión de dureza que me heló.
—Sí, mucho. A veces... —Su voz se tensó, y vi cómo sus manos temblaron, como si intentara contener algo—. A veces, verte me recuerda aquellos días, cuando todo se desmoronó.
Sentí un nudo en la garganta. Nunca hablábamos de mi padre. Era un tema prohibido, algo que ella había sellado con candado, decidida a no mirar atrás desde el momento que se involucró con Jarod. Pero por alguna razón, estaba hablando sobre él, y no sabía si debía indagar más o dejarlo estar.
Las dudas comenzaron a invadirme, una tras otra. ¿Se habrá separado de Jarod Carter? ¿Acaso Jarod finalmente se habría cansado de ella? ¿Había llegado al límite de soportar que ella consumiera su dinero en excentricidades y lujos?
No podía evitar que esas preguntas rondaran mi mente, porque, por más que quisiera pensar lo contrario, no me parecía creíble que su presencia aquí se debiera únicamente a que yo estaba cumpliendo años. Había algo más, algo que no me estaba diciendo.
—¿Vas a dejarme pasar? —me preguntó, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que aún estaba parada allí, bloqueando la entrada.
Era como si inconscientemente estuviera intentando mantenerla afuera, evitando que atravesara el umbral. La había estado observando con incredulidad, como si fuera un producto de mi imaginación. Finalmente, me hice a un lado.
—Pasa.
Ella dio un paso al interior de la casa, con sus tacones carísimos resonando en el suelo como si se comiera el mundo. Se detuvo un momento, echando un vistazo alrededor.
—Este lugar está exactamente igual que siempre —comentó.
A medida que avanzaba hacia la sala, los murmullos y risas que llenaban el espacio se fueron apagando hasta que solo quedó silencio. Un silencio denso y extraño. Todos los que estaban allí se quedaron mudos, con los ojos fijos en ella, incapaces de disimular la sorpresa y el desconcierto.
—Buenas noches a todos —dijo, rompiendo el silencio.
—Miranda Cox... tanto tiempo —exclamó Abby, su sonrisa estaba cargada de ironía—. ¿Cuánto ha pasado ya? ¿Dos... tres años? Ah, sí, tres años.
Evadne le lanzó una mirada de desaprobación a su hermana. Mi madre solo la observo de pies a cabeza y emitió una sonrisa fingida, sin tomar como una ofensa esa pulla.
—Abigail, siempre tan... agradable. Estás preciosa. ¿Has bajado de peso? —dijo mi madre, manteniendo la cortesía.
—La verdad, no. Estoy a tres pizzas de peperoni de no poder entrar por la puerta —se mofó Abby, desafiándola con una risa burlona.
Evadne notó el sarcasmo en el comentario de Abby y decidió intervenir. Caminó hacia mi madre con una sonrisa genuina y le ofreció un gesto de bienvenida.
—Miranda, qué alegría tenerte aquí —dijo, siempre cálida y cortés como la buena anfitriona que era —. Ven, siéntate.
Ella aceptó la invitación con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia la silla que Evadne le había señalado. Se sentó con gracia y acomodó su bolso a un lado, mirando a su alrededor con desdén.
—No la soporto —masculló Abby en voz baja, mirando a mi madre con irritación.
—Por favor, tía. Es mi cumpleaños —le recordé, tratando de mantener la calma y evitar que la situación se saliera de control. Porque si Abigail Haddid decidía hacer un desastre, todo el estado temblaría.
—Lo sé, lo sé —respondió Abby, revelando su malestar.
Arianne y Yeifren observaban a mi madre desde la punta de la sala con rostros asombrados. Yo tampoco podía creer que estuviese aquí. Era como un sueño, pero a la vez me recordaba todo lo que había perdido. Todo lo que ya no tenía.
—Ella es... sexy —exclamó Arianne mientras la miraba.
—Sí, una auténtica milf —secundó Yeifren con admiración—. ¿Esos son zapatos Jimmy Choo? Oh, Dios... tiene como cinco mil euros solo en los pies.
Arianne asintió, aún sin poder creerlo.
—Me la imaginaba atractiva, solo que no esperaba que tanto. Las fotos no le hacen justicia. Si ella es así, no me imagino lo que debe ser tu padrastro.
Odié esa palabra. Padrastro.
—¿Ella no querrá ser mi sugar mami? —preguntó Yeifren, bebiéndose la falsa agua ionizada.
—¿Con el caramelo que tiene de novio? —respondió Arianne, riendo—. ¿Has visto a Jarod Carter? Es completamente follable desde todos los ángulos. Todos.
—Ella también es follable desde todos los ángulos —añadió Yeifren, con una sonrisa traviesa.
—¡Yei! —le lancé una mirada cortante—. ¡Es mi maldita madre!
Yeifren hundió los hombros, con una expresión graciosa.
—¿Qué culpa tengo de que tengas una madre atractiva?
De todas maneras, tenían razón. Mi madre era una mujer madura, pero exuberante y hermosa. Sus ojos negros eran cautivadores, y su cuerpo era envidiable para cualquier mortal. Era estilizada y fina, con el cabello castaño cayendo en capas perfectamente onduladas, y los reflejos rubios brillando con la luz. No pude evitar pensar que su ceñido vestido negro habría dejado boquiabierto a más de un hombre en el aeropuerto.
―Ven, Candy... ―me llamo, señalando la silla a su lado ―. Te has vuelto toda una mujer.
―Gracias.
―Tengo un regalo para ti.
Rebuscó en su bolso Hermes, el cual estaba seguro de que era legítimo y no una imitación como los que Arianne y yo teníamos. Sacó un sobre y me lo tendió. Seguramente era un cheque con dinero. ¿Para eso vino? Podría haberlo depositado como solía hacer, y nos habríamos ahorrado la esperanza que nació en mi pecho de recuperar nuestro maldito vínculo después de tanto tiempo. De dejar el resentimiento atrás.
Tomé el sobre, apretando los labios.
—No era necesario. Gracias —dije con frialdad.
—Ábrelo —me indicó, sin dejar de mirarme.
Abrí el sobre con cautela y encontré en su interior un boleto de avión a Londres con mi nombre. Mis ojos se clavaron en ella, sintiendo un jodido conflicto interno. No sabía si estaba preparada para convivir con ellos sin sentir que estaba traicionando a mi padre.
—Oh, gracias, pero... —empecé, buscando las palabras adecuadas.
—Espera, no digas nada —me interrumpió, sacando un segundo sobre.
Este no era alargado y angosto como el anterior, sino un poco más grande y grueso. Algo en mi interior decía "no lo abras, Candance," pero la curiosidad fue más fuerte. Maldita curiosidad.
Con manos temblorosas, abrí el sobre y saqué la tarjeta que había en su interior. Al leer el contenido, sentí que mis pulmones colapsaban. Era como estar subiendo el Aconcagua sin el equipo adecuado. Mis pulmones no funcionaron.
Aquel sobre tenía una invitación a su maldito compromiso con Jarod Carter.
Traidora. Traidor. Traidores.
Mi mente entrelazó el pasado con el presente, y fue como si todo se hubiera derrumbado de nuevo. ¿Cómo podía? ¿Cómo? No me salían las palabras. En realidad, no quería que salieran, porque sabía que escupiría todo el veneno que llevaba en las venas desde hacía tanto tiempo.
Contrólate, Candance.
—Será algo íntimo. Familiar —agregó —. Ha pasado mucho tiempo, Candance. Jarod y yo realmente queremos que formes parte de esto. Somos una familia.
La palabra "familia" me provocó escalofríos. No solo escalofríos, nauseas también. Me sentí enferma. Ya había tenido una familia, una familia que la muerte me había arrebatado. Había hecho malabares con mi mente para seguir adelante después de aquel suceso, y podía decirse que no lo estaba haciendo tan mal.
¿Por qué comprometerse después de tantos años? ¿Lo amaba? ¿Lo hacía por el dinero? ¿Jarod acaso no le daba suficiente? Mi cabeza era un mar de preguntas, pero al ver que muchas personas nos observaban, supe que debía dejar todos mis interrogantes para después.
Con un esfuerzo sobrehumano, respiré hondo, enterré todas mis frustraciones y traté de centrarme en el presente, mientras me enfrentaba a la realidad dolorosa. Coloqué la sonrisa más fingida, esa que solía usar con los clientes en la tienda, y ella me sonrió en respuesta, ajena a la mierda que había en mi cabeza.
—Gracias por invitarme —dije, tratando de mantenerme tranquila y no exteriorizar mis jodidos traumas.
—La fiesta de compromiso es en cuarenta días. El boleto de avión está abierto; cuando te apetezca ir, estás invitada. Puede ser antes, o cuando quieras. Realmente te necesito allí, cariño —añadió, intentando sonar cálida y sincera.
—Lo pensaré.
—Necesito que volvamos a tener esa relación que teníamos cuando eras pequeña. ¿Recuerdas? Podemos recuperar el tiempo perdido. Ahora que eres toda una mujer, quizás nos entendamos mejor.
La mire, preguntándome a mí misma si seriamos capaces de reconstruir todo aquello que se había roto, o si era otra ilusión. Una ilusión destinada a desmoronarse.
Eva interrumpió, señalando su plato en la mano.
—¿Pastel?
—Claro —dijo mi madre, tomando el plato con una sonrisa que parecía más una máscara.
Evadne me dedicó una mirada, notando mi expresión. No estaba funcionando eso de ocultar mi maldita molestia.
—Cariño, ¿estás bien? —preguntó mientras me observaba atentamente.
—Mejor que nunca, tía —respondí, con una sonrisa que sabía que no lograba ocultar del todo la incomodidad que estaba experimentando gracias a esa maldita revelación.
Mi tía no parecía del todo convencida por mi respuesta, y eso solo aumentó la presión en mi pecho. Me invadía un mar de preguntas sin respuestas claras. ¿Por qué venir aquí? ¿Qué era lo que realmente necesitaba de mí? Ella había vivido sin mí todo este tiempo, sin mostrar señales de que me echara de menos.
Me preguntaba qué era lo que realmente quería de mí. Podía casarse con él, ser feliz en su mundo frívolo y asqueroso, y ahogarse debajo de las toneladas de dinero del jodido Jarod Carter, dejando todo lo relacionado con su verdadera familia en el pasado.
—¿Qué tal todo con tu trabajo, Candance? —preguntó mi madre, tratando de hacer conversación mientras comía un trozo de pastel.
—Está bien, supongo —dije, sin mucho entusiasmo—. He estado ocupada con los finales en la escuela de diseño. Este año termino la carrera.
—Oh, eso es genial —dijo mi madre, asintiendo con una sonrisa que pretendía ser alentadora—. Siempre te he admirado por cómo manejas todo. Si tienes algunos bocetos, podría pasárselos a...
—No. No es necesario —la interrumpí, cortando cualquier intento de involucrarse en mi vida profesional.
Mi madre suspiró.
—Candance, cariño —comenzó, con un aire de cansancio—, sé que no he sido la mejor madre, y que hay muchas cosas que no podemos cambiar... pero estaba pensando si podríamos empezar de nuevo. Quiero que estés en mi vida, y creo que también te vendría bien estar en la mía. Tienes tanto potencial, puedes progresar un montón. Eres la hija de Miranda Cox, futura esposa de Jarod Carter.
—Y soy hija de Ryan Haddid —la corregí.
El nombre de mi padre le cayó como una piedra en la nuca. Mi madre se quedó en silencio, claramente afectada.
—Sí... eso también —respondió finalmente, con la voz débil, como si la mención de mi padre la hubiera dejado sin fuerzas. Pero en lugar de rendirse, su mirada se endureció—. La vida pasa, Candance, y a veces tenemos que hacer esfuerzos para corregir lo que hicimos mal. Quiero hacer las cosas bien esta vez. Sé que nada de lo que diga puede cambiar lo que ocurrió, pero realmente quiero enmendar lo que se pueda, si es que aún queda algo que salvar entre nosotras.
Sus palabras no podían borrar el dolor y el resentimiento que había acumulado a lo largo de los años. Recordé las noches en las que me sentía sola, las veces que había esperado una llamada suya que nunca llegó, y las veces en que había intentado, en vano, llenar el vacío que había dejado en mi vida la partida de mi padre y la lejanía de mi madre.
—No es tan fácil como decirlo, mamá. No puedes simplemente aparecer después de años y esperar que todo se arregle con una conversación. Las cosas no funcionan así. No sé si estoy lista para volver a confiar en ti, y no estoy segura de si alguna vez lo estaré.
Mi madre asintió lentamente. Se quedó en silencio por un momento, buscando las palabras para responder.
—Lo sé, Candance. No espero que me perdones de inmediato, ni que todo vuelva a ser como antes. Solo quiero una oportunidad. Una oportunidad para demostrarte que he cambiado, que estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para ganarme tu confianza de nuevo.
Había aprendido a protegerme, a no dejarme llevar por promesas vacías, y aunque parecía ser diferente esta vez, las cicatrices del pasado no desaparecían con facilidad.
—Lo pensaré —dije finalmente, sin comprometerme a nada.
Mi madre asintió de nuevo, esta vez con una expresión de aceptación, como si entendiera que no podía apresurar las cosas.
—Gracias —dijo suavemente—. Gracias por al menos considerarlo.
Necesitaba tiempo para procesar todo, para entender si realmente quería darle esa oportunidad, o si era mejor seguir adelante sin mirar atrás.
•••
Los días posteriores, me sumergí en mi trabajo, dedicándome por completo a diseñar. Disocie de mi realidad dibujando, expresándome de la mejor manera que sabía hacerlo, intentando bloquear cualquier otra cosa. Pero no importaba cuánto me esforzara, el sobre con la invitación a ese estúpido compromiso seguía allí, en la esquina de mi escritorio, llamándome, burlándose de mí. Podía sentir la risa en mi cabeza.
Lo había dejado a propósito, pensando que, si lo ignoraba lo suficiente, eventualmente dejaría de tener poder sobre mí. Pero era inútil. Cada vez que levantaba la vista, lo veía.
En un momento de debilidad, no pude soportarlo más y volví a abrir el sobre. Mi curiosidad me llevó a desdoblar la invitación una vez más. Para ser personas que vivían una vida extravagante y llena de lujos, la invitación me pareció sorprendentemente simple y concreta. Las letras doradas, impresas en un papel grueso pero poco agraciado, no retrataban mucho entusiasmo. Al contrario, parecía que habían hecho todo sobre la hora, como si este compromiso fuera una cosa formal en lugar de un evento tan importante como un compromiso.
Únete a nosotros para celebrar la fiesta de compromiso en honor a Miranda Cox y Jarod Nicholas Carter.
Sábado diecinueve de junio. 18 horas.
Highgate Villa.
Hampsted Lane, Londres, Inglaterra.
Aún tenía muchas preguntas y ninguna respuesta. Cada vez que pensaba en ellos como pareja, una sensación extraña y desagradable me recorría, como la espina de la rosa negra que Jarod enviaba, pero clavada en lo más profundo de mi ser.
Había mucho que cargaba, mucho que no quería soltar. Los recuerdos, las heridas, la amargura. Todo se acumulaba, convirtiéndose en una piedra enorme que me arrastraba hacia abajo, hacia un lugar oscuro del bosque, del cual no sabía cómo salir. Y cada vez que me permitía pensar en ello, sentía cómo me hundía más y más.
Al mismo tiempo, era consciente que ese mismo dolor me estaba consumiendo, robándome la paz y la posibilidad de encontrar algo mejor para mí misma. Tenía que avanzar.
Necesitaba avanzar.
Tenía que hacerlo. Tenía que terminar con esto de una vez.
Cuando tomé la decisión de viajar a Londres, no fue fácil comunicarla a mis tías. Sabía que no les agradaría la idea, y aunque esperaba una reacción fuerte, solo asintieron y rápidamente cambiaron el tema, como si el asunto no mereciera más discusión.
Joan, en cambio, no pudo ocultar su sorpresa. Durante días, estuvo rondándome como una mosca atraída por la miel, haciendo preguntas indirectas, como si intentara encontrar alguna excusa para que me quedara.
Pero fue Abigail quien no pudo contenerse. Durante días, me evitó como si llevara conmigo una enfermedad altamente contagiosa, una que podía infectar y destruir todo a su paso. No me miraba directamente y raramente me hablaba.
Pero cuando me vio preparando la maleta, su actitud cambió. Era como si el hecho de verme empacando la obligara a enfrentar lo inevitable. Entró en la habitación sin decir una palabra, observándome mientras doblaba la ropa y colocaba mis cosas cuidadosamente dentro de la maleta. Podía sentir su mirada en mi espalda.
—Por un momento pensé que recapacitarías y te quedarías —reclamó Abigail, apoyándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados como si estuviera conteniéndose de tomarme de los hombros, sacudirme y obligarme a recapacitar.
—Tengo que hacerlo. Se lo debo —respondí, sin mirar hacia atrás, concentrándome en acomodar la ropa en la maleta.
—¿No entiendes que no le debes nada? —gruñó, con voz más aguda y tensa—. Nunca creí que le darías la espalda a tu familia.
Sus palabras fueron como un cuchillazo en medio del corazón. Los ojos se me cristalizaron y me volteé para mirarla.
—No es darle la espalda a nadie, Abby —contesté, finalmente girándome para enfrentarla—. Es... es algo que necesito hacer para mí. No tiene que ver con ella o con lo que pasó antes. Es sobre mí, sobre lo que necesito para seguir adelante.
—¿Y qué es eso? ¿Reabrir viejas heridas? ¿Buscar algo que ya no existe? —sus ojos brillaban con una furia contenida—. ¡Es un maldito suicidio que vayas allí!
Mi estómago se contrajo al escuchar sus palabras, y un silencio crudo se instaló entre nosotras. Cuando se dio cuenta de lo que había dicho, vi cómo sus mejillas se encendieron por la vergüenza, pero el daño ya estaba hecho.
—¿Hablaremos de suicidio? —pregunté, con la voz temblorosa mientras luchaba por contener el llanto. Abigail bajó la mirada, incapaz de sostener la mía—. Eso creí —añadí, tragando con fuerza el nudo en mi garganta—. No entenderías, por más que quisieras.
Ella levantó la cabeza y parpadeó frenéticamente, como si intentara encontrar las palabras correctas, pero no pudiera.
—Claro que entiendo. Y... ¿sabes qué? No quiero estar allí para ver el momento en que te choques contra un muro por las decisiones que estás tomando. —Su tono se volvió gélido, con una frialdad que jamás hubiera esperado de ella—. Todo es un completo error, y sentiré mucho placer cuando tenga que decirte "te lo dije."
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. La crudeza de su declaración me dejó sin aire, como si me hubieran arrancado algo vital. Pero sabía que, en el fondo, lo decía desde un lugar de preocupación, de miedo a que me estuviera perdiendo en un camino sin retorno.
—Yo... no puedo seguir negando cómo son las cosas —dije, con la voz quebrada—. No me permite avanzar. Necesito hacer esto, no por mamá, sino por mí.
Abigail me miró. Sus ojos se suavizaron por un instante antes de que la tristeza los nublara nuevamente. Podía ver la lucha interna en su mirada, el conflicto entre querer protegerme y aceptar mi decisión. Pero sabía que ninguna cantidad de palabras podría cambiar lo que tenía que hacer. Esto no se trataba de encontrar respuestas fáciles o de recibir el apoyo de todos; se trataba de enfrentar mi pasado y poder seguir adelante.
Debía desterrar el apego a mi resentimiento, dejar de estar atada a aquel dolor que ya se había vuelto parte de mí, un fiel compañero que no me abandonaba, que crecía sin parar como una enorme bola de nieve a punto de aplastarme. Demandaba mucha fuerza interior, pero necesitaba dejar de aferrarme a un suceso que no tenía solución y comenzar a mirar hacia adelante.
La mirada de Abby me atravesó.
—Bien, pero seré yo quien junte los pedazos rotos que queden de ti cuando todo esto te destruya por completo.
Abby dio media vuelta, completamente cabreada, echando humo hasta por las orejas. Sabía que mi decisión no la tomaría muy bien, pero nunca imaginé la crudeza de sus palabras. Sentí un nudo en el estómago mientras la veía alejarse, y aunque intenté mantenerme firme, la amargura se apoderó de mí. Al menos tenía el apoyo de Evadne, pero me dolía que Abby no me comprendiera. Ella había sido más que mi tía, era mi compinche, mi segunda madre.
Pensé mucho en sus palabras, pero no cambie mi decisión.
Necesitaba hacer esto. Necesitaba cerrar el ciclo de una vez después de tantos años.
•••
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NOS LEEMOS PRONTO, PARA QUE CONOZCAN A PAPI JAROD DE UNA VEZ
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