CAPITULO | 03 |
•CADA UNO ES ARTÍFICE DE SU PROPIO DESTINO•
CANDANCE
La vida era eso que pasaba mientras yo evitaba los cambios drásticos. Intentaba ignorar cualquier situación que amenazara la frágil estabilidad mental que me esforzaba por mantener. Desde mi regreso de Londres, me había propuesto llevar una vida tranquila y sin complicaciones. Mis días seguían una rutina meticulosamente organizada: por las mañanas asistía a la escuela de diseño y por las tardes trabajaba en la dietética de mis tías.
Mis noches eran una mezcla de actividades sociales y la búsqueda de un descanso necesario. Alternaba entre citas con Joan, salidas con mis amigos Ariane y Yeifren, y, por supuesto, intentaba dormir lo suficiente para mantenerme funcional. Sin embargo, la vida seguía su curso, presentándome desafíos que me obligarían a confrontar aquello de lo que huía.
En el fondo, sabía que no podía seguir evadiendo para siempre. La estabilidad que tanto anhelaba era una ilusión frágil, pero hasta entonces, continuaba navegando mi vida con la esperanza de mantener ese delicado equilibrio un día más.
Me serví un café mientras observaba por los enormes ventanales a las personas que transitaban por la ciudad. No había nada como un café perfecto para sobrellevar las pocas horas de sueño acumuladas, especialmente en esas tardes cuando el cansancio te pasaba factura. Aquel café tenía la capacidad de levantar el ánimo hasta de la persona más amargada del planeta. Claro, siempre y cuando no te lo arrojases encima, porque cuando eso sucedía, te convertías en una especie de dios de la irritabilidad.
Maldije en voz baja mientras limpiaba el mostrador de la tienda.
—Creo que eres la única persona en España que viene a trabajar el día de su cumpleaños siendo la dueña —exclamó Arianne, frunciendo el ceño, mientras trapeaba parte del piso que se había ensuciado a causa de mi accidente.
La mujer que esperaba para pagarme los tres kilos de avena en hojuelas me sonrió, tendiéndome un billete de veinte euros.
—No soy la dueña —respondí, aceptando el billete.
Arianne puso los ojos en blanco.
—Sabes que en teoría es así —dijo, apoyando el trapeador en un costado y girándose con una mirada acusadora—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás festejando tu mayoría de edad como cualquier persona normal?
Suspiré mientras la mujer con la avena recogía su cambio y salía de la tienda.
—¿Y cómo sería eso, según tú? —pregunté divertida.
—No lo sé, Candance. Si yo tuviese dinero, compraría un pasaje, volaría a Ibiza y haría cosas que me hagan transitar la delgada línea entre la vida y la muerte —dijo, mirando al techo y apoyando su mentón en la punta del trapeador—. Drogas, alcohol, strippers con cuerpos aceitados y con el único propósito de hacerte sentir en el universo de los penes.
Reí ante la imagen que pintaba su descripción.
—Bueno... principalmente, no quiero morir. Y no tengo dinero.
Mentía. Mi cuenta bancaria tenía una suma más que suficiente, ya que mi madre depositaba mensualmente desde hacía siete años, y yo me negaba a utilizarlo. Mis tías no nadaban en dinero, pero gracias a la tienda lográbamos vivir bien.
Arianne suspiró dramáticamente y me lanzó una mirada de exasperación.
—¿Las madres millonarias no te dan un fondo de mayoría de edad o algo así?
—No dejaría que hiciera algo así —susurré—. Además, mi madre no es millonaria, Arianne.
Ryan Haddid estaba en completa quiebra cuando murió. Jarod se hizo cargo de todas y cada una de las deudas que mi padre había contraído. Si bien mi madre había cobrado el seguro por su fallecimiento, sabía que la mayoría de su fortuna provenía de Jarod Carter, o su estilo de vida de lujo la hubiese dejado en ruinas hace tiempo.
—La verdad es más complicada —añadí, mirando a Arianne con tristeza y resignación—. Mi padre murió endeudado y Jarod se encargó de todo. El dinero que mi madre tiene ahora no es realmente suyo.
—Debería casarse con él, entonces. Así podría acceder a su fortuna —dijo Arianne sin pensarlo mucho.
La sola idea de Jarod y Miranda en un matrimonio juntos me revolvía el estómago tanto como lo hacía su noviazgo. Sabía que en algún momento sucedería, pero no me permitía pensar en ello.
—Prefiero no imaginarlo —dije con un leve estremecimiento—. La relación que tienen ya es bastante difícil de soportar.
Arianne notó mi incomodidad.
—Eres muy extraña, Candance —dijo, tomando nuevamente el trapeador y caminando hacia el depósito—. Te traeré otro café.
—Eres un sol.
Arianne era sumamente agradable, pero tenía una personalidad chismosa y bastante descarada. Menuda, de cabello rubio y con unas curvas pronunciadas. Su padre la había obligado a conseguir empleo ya que no podía seguir costeando la vida bohemia que llevaba como estudiante de teatro. Aunque no le agradaba demasiado eso de trabajar en una dietética seis horas de su preciado día, decía que era solo un escalón hacia sus sueños. Broadway era la cima de su escalera.
Mientras esperaba el café, pensé en lo diferentes que éramos Arianne y yo. Ella era una soñadora apasionada, siempre hablando de sus aspiraciones y de cómo algún día se vería en las luces de Broadway. Yo, en cambio, era calculadora y demasiado analítica con absolutamente todo. Mi ansiedad odiaba que las situaciones me tomaran de sorpresa. Pero, a pesar de nuestras diferencias, había una comprensión mutua que nos mantenía unidas.
Arianne volvió con dos cafés y una sonrisa radiante.
—Aquí tienes, Candance. No te lo arrojes encima otra vez —dijo, entregándome la taza.
—Gracias, Ari. Realmente lo necesitaba —respondí, tomando un sorbo y sintiendo el calor reconfortante del líquido.
—Qué hermoso brazalete —señaló, observando la pequeña joya de plata que colgaba de mi muñeca.
—Joan me lo obsequió anoche.
Arianne levantó una ceja, inspeccionándolo con un gesto gracioso.
—¿Ya te ha preguntado si quieres ser la oficial? —preguntó con una sonrisa pícara.
—No tenemos ese tipo de relación —respondí, intentando mantener un tono neutral. Hizo un gesto de incredulidad.
—Vamos, Can. Joan te regala un brazalete, pasan tiempo juntos... algo más debe haber.
—Solo sexo y compañía —respondí —. No tengo cabeza para otra cosa. Nunca fui buena con eso de tener pareja.
—Joder, Candance —se quejó, burlándose —. Tienes veintiún años, tampoco es que eres una anciana.
—Por eso mismo, no me encadeno en una relación seria. Solo me divierto.
Arianne entrecerró los ojos. No estaba muy convencida, pero no esperaba que lo entendiera. En mi cabeza había muchas cosas, y amor no era una de ellas.
—Tienes que darle muy buen sexo si quieres que un hombre como Joan acepte una relación así de libre, porque esos hombres no están solteros mucho tiempo, cariño. Además, se nota demasiado que ese perro quiere y necesita orinarte encima y marcar territorio.
Me quise reír hasta desmayar.
La mayoría de sus relaciones habían durado máximo unos tres meses en los que la toxicidad había predominado de manera excesiva. Mi amiga era muy celosa y sumamente dependiente de sus relaciones, llegando al punto de asfixiar a la persona que tenía a su lado.
—¿Tu amplia experiencia en hombres te hizo una experta? —pregunté, divertida.
—Mi amplia experiencia en hombres te diría que huyas de ellos o te hagas lesbiana, pero ni yo seguiría ese consejo —sacudió la cabeza suavemente—. Los hombres son un mal necesario.
Le di un sorbo a mi café, sintiéndome más relajada.
—Mira, Joan y yo estamos bien así. Él lo sabe, yo lo sé, y esta mierda nos funciona. No todos necesitan una relación convencional.
Le dediqué una sonrisa y me dispuse a atender al anciano que había ingresado a la tienda. Los hombres eran un mal necesario, eso era verdad. Mi relación con Joan hasta ahora no se veía con ninguna proyección a un futuro monógamo. Las relaciones abiertas podían funcionar, lo que no funcionaban eran las mentes limitadas por los prejuicios y la tóxica necesidad de intentar ser dueño del otro.
El amor, si es que se le puede llamar así, era una ilusión creada por la sociedad para mantenernos encadenados a expectativas irreales. No era más que una trampa emocional, una droga que nos hacía creer que necesitábamos a alguien para estar completos. En realidad, el amor solo nos hacía débiles, vulnerables a la manipulación y al sufrimiento.
Y yo, después de la muerte de mi padre, no me permitía ese tipo de vulnerabilidad.
Me quedé unos instantes, mirando la pantalla de mi móvil, pensando en si debía o no agradecerle a Jarod por su regalo con un correo electrónico o con una llamada. Había pasado mucho tiempo, y aunque me sentía aún traicionada, necesitaba avanzar.
El dilema me consumía mientras revisaba mi bandeja de entrada una y otra vez, indecisa sobre cómo proceder. Por un lado, pensaba que una llamada podría ser más personal, más genuina. Pero, por otro lado, la idea de escuchar su voz después de tanto tiempo me causaba cierto temor.
No quería perder mi estabilidad una vez más, y Jarod y Miranda eran expertos en provocarme eso. No estaba dispuesta a permitir que me arrastraran de nuevo a todo ese caos. A esos pensamientos negativos. A la traición hacia mi padre.
Sin embargo, después de meditarlo un poco más, me di cuenta de que necesitaba enfrentar esa conversación directamente. No podía seguir evitando el problema. Debía encontrar una manera de cerrar ese capítulo de mi vida, incluso si eso significaba enfrentarme a ellos juntos de nuevo.
Decidida, tomé mi teléfono y marqué el número que había enviado todas esas veces en los correos electrónicos que no respondía. El corazón me latía con fuerza mientras esperaba que contestara. Cuando finalmente lo hizo, el nerviosismo se apoderó de mí.
—Candance... —susurró, con voz ronca. Mi sorpresa no se hizo esperar.
—¿Cómo sabías que era yo?
—Tu teléfono está agregado al plan familiar de Miranda.
—Oh, claro —respondí.
La palabra "familiar" me provocó escalofríos. Él no era mi familia. Él era el mejor amigo de mi padre, el que lo había traicionado. A pesar de nuestra diferencia de edad, había sido también mi amigo, mi confidente y me había traicionado también. La molestia volvió a inundarme.
—¿Cómo se siente ser mayor de edad? —preguntó Jarod, intentando tener una conversación más animada.
—Exactamente igual que ayer —respondí, mirando al suelo y jugando nerviosamente con un mechón de mi cabello.
Jarod suspiró, y pude imaginar la expresión en su rostro.
—Tu madre te extraña, Candance. Ella te quiere aquí, con nosotros.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. Levanté la vista y observé los transeúntes fuera de la tienda, tratando de evitar que la nostalgia me abrumara.
—No sé si estoy lista —murmuré, mientras mi mano libre se apretaba en un puño.
—Al menos llamaste, eso es un paso. Uno importante.
Miré el brazalete que me había regalado Joan, el delicado diseño brillando bajo la luz de la tienda. Pasé los dedos sobre los detalles finamente trabajados y respiré hondo.
—Supongo que sí.
—Feliz cumpleaños, ángel —dijo Jarod, su voz suave y cálida.
Hubo un breve silencio entre nosotros. Me sentí atrapada entre el pasado y el presente, entre el dolor y el deseo de avanzar.
—Gracias, Jarod. Tengo que colgar... adiós.
No esperé siquiera a que respondiera y colgué. Sabía que no llamaría en respuesta; si había algo que Jarod hacía bien era respetar mis espacios y mis tiempos. Por algo no había llamado a pesar de tener mi número. Respetaba mi dolor y mi proceso de sanación, por más que hubiesen pasado siete años desde la última vez que nos vimos cara a cara.
Me quedé un momento con el teléfono en la mano, contemplando lo que acababa de hacer. Había sido un paso pequeño pero significativo.
•••
El resto del día había sido medianamente tranquilo. No le di atención a mi móvil más que lo necesario. Mis tías no se habían presentado en la dietética en toda la tarde, y supuse que estarían organizando alguna reunión en contra de mi voluntad, como cada año. Mientras atendía a los últimos clientes del día, traté de no pensar demasiado en lo que podría estar esperándome en casa.
Cuando Ari se propuso ir conmigo a casa para cenar por mi cumpleaños, fui directa y le pregunté lo que sospechaba desde temprano.
—Dime la verdad, ¿sabes si mis tías están planeando algo para esta noche? —pregunté, mirándola fijamente mientras recogíamos las últimas cosas del mostrador.
Ariane evitó mi mirada, jugando con una servilleta en sus manos.
—¿Por qué preguntas eso? —respondió, tratando de sonar despreocupada.
—Porque cada año lo hacen, y esta vez no han aparecido en todo el día. Además, tú siempre eres la primera en saberlo. —La miré con una ceja levantada, esperando que finalmente confesara.
Ariane suspiró y se rindió.
—Está bien, sí, están planeando algo. Pero antes de que te enojes, déjame decirte que solo quieren verte feliz. Saben que no eres fanática de las fiestas sorpresa, pero es su manera de mostrarte cuánto te quieren.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír ante la insistencia de mis tías. Sabía que sus intenciones eran buenas, incluso si sus métodos no eran exactamente de mi agrado.
—Lo sé, lo sé. Pero a veces desearía que simplemente me preguntaran qué quiero hacer —respondí, recogiendo mi bolso y apagando las luces de la tienda.
—Bueno, al menos este año tendrás una aliada en mí. Prometo ayudarte a escapar si se vuelve demasiado abrumador —dijo Ariane con una sonrisa cómplice.
—Gracias, Ari. Eres la mejor —dije, sintiendo un poco de alivio al saber que no estaría sola.
Caminamos juntas hasta la parada de autobús, conversando sobre cualquier cosa que no fuera la inminente sorpresa. Cuando llegamos a la casa, las luces estaban encendidas y podía escuchar risas y música desde el exterior. Tomé aire, preparándome para lo que vendría.
—Vamos, entremos antes de que decidan salir a buscarnos —dijo Ariane, dándome un leve empujón hacia la puerta.
Con una sonrisa resignada, abrí la puerta y me encontré con las caras sonrientes de mis tías. La sala estaba decorada con globos y serpentinas, y una gran pancarta que decía "¡Feliz Cumpleaños, Candance!" colgaba sobre la chimenea.
—¡Sorpresa! —gritaron todos al unísono.
Aunque odié darme cuenta de que habían invitado a muchas personas, mi alivio fue grande al notar que Yeifren aparecía de la cocina con una expresión disgustada. Yeifren Di Santo era mi amigo y compañero en la escuela de diseño. No era una persona fácil, pero debajo de tanto sarcasmo y hostilidad, se escondía un excelente ser humano.
Tenía un cabello castaño oscuro tan sedoso que deseabas enredar los dedos en él, y aunque renegaba de su físico por no ser musculoso como los futbolistas que tanto admiraba, no estaba mal. Las mujeres no se le pegaban como chicle, pero se las ganaba con carisma y habilidad, además de su atractivo acento venezolano.
—¿Dónde están las pizzas, las frituras y la comida que habitualmente se sirve en un cumpleaños? —gruñó, dándole un mordisco a una galleta integral con pasas.
Mi tía Abigail frunció la nariz.
—De lo mismo me estoy quejando hace una hora. Es culpa de Eva —dijo, señalando a su hermana menor con una mirada acusadora.
Eva levantó las manos en señal de rendición.
—¡Quería probar algo diferente este año! —protestó—. Además, las galletas integrales son saludables.
Yeifren puso los ojos en blanco y se dirigió a mí.
—¿Ni siquiera hay alcohol? —preguntó, tomando el vaso de plástico sobre la mesa y dándole un sorbo—. Esto no es una fiesta, ni siquiera una reunión. Es como la hora del té.
—Tengo vodka escondido en la botella de "agua ionizada" —susurró Abby, mirando en dirección a su hermana para asegurarse de que no la escuchara—. Sírvete un poco, siempre lo hago y nunca lo nota.
—¿Y si alguien quisiera tomar de tu agua?
—Nunca me ha pasado —dijo, hundiendo los hombros. Ella no se comportaba como alguien de su edad, y lo agradecía. Su hermana ya era lo suficientemente correcta por las dos.
—Evadne lo ha descubierto hace meses, Abby —señaló Arianne con una sonrisa en el rostro—. Siempre dice que tu aliento a obrero de construcción que recién ha cobrado su salario es el somnífero que necesita para dormir en la noche.
Todos nos echamos a reír. Yeifren se acercó a la botella de agua ionizada y se sirvió un poco de vodka en su vaso.
—Bueno, ahora esta fiesta tiene un poco más de vida —dijo, alzando su vaso en un brindis informal antes de dar un largo sorbo.
La conversación siguió animada mientras disfrutábamos del pastel y, para mi sorpresa, algunos empezaron a bailar al ritmo de la música que sonaba de fondo.
En ese preciso momento, el timbre sonó. Tenía la esperanza de que fuese cierto francés que me traía loca, así que prácticamente corrí hacia la entrada de mi casa. Al abrir la puerta, me quedé estática. No podía creer lo que estaba viendo. Ella estaba allí, parada, con esa sonrisa que era capaz de iluminar el día más nublado.
—¿Mamá? —pregunté casi sin poder creerlo.
—¡Feliz cumpleaños, cariño! —se acercó y me rodeó con sus brazos.
•••
NO OLVIDEN DEJAR SU VOTO Y COMENTAR QUE LES PARECE LA NOVELA.
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