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CAPITULO | 02 |

•PARA QUIENES AMBICIONAN EL PODER, NO EXISTE VIA MEDIA ENTRE LA CUMBRE Y EL PRECIPICIO•

CANDANCE

Con mis tías retiradas a descansar en sus respectivas habitaciones después de un largo día de trabajo, me encontraba terminando de maquillarme para mi cita. Mientras aplicaba el último toque de labial, escuché el familiar ruido de la motocicleta que indicaba la llegada de Joan. Eché un vistazo al reloj y noté que había llegado puntualmente, como siempre. Admiraba su puntualidad, una cualidad que, lamentablemente, no compartía. A menudo me encontraba distraída por las pequeñas cosas, perdiendo el tiempo en trivialidades incluso cuando sabía que tenía una cita importante.

Apresuradamente, terminé de ajustar mi maquillaje y corrí hacia la puerta para recibir a Joan. Al abrir, me encontré con su sonrisa radiante y su mirada cálida que siempre lograba calmar mis nervios.

Bonsoir, belle femme. Tu es si belle que je me sens au paradis —dijo, escaneándome de cuerpo completo. Su acento francés tan particular lograba erizar cada vello de mi cuerpo.

—¿Merci? —dije, tratando de ocultar mi confusión mientras fingía comprender.

—¿No has entendido, cierto?

Puse los ojos en blanco, mientras me acercaba a él.

—Estoy aprendiendo, Jo. No presiones.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, Joan tomó suavemente mi rostro entre sus manos, acariciándolo con ternura antes de inclinarse para depositar un suave beso en mis labios. El contacto de sus labios con los míos envió una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Cerré los ojos, entregándome al momento y dejando que el dulce sabor de su beso llenara mis sentidos.

—Intenta aprender francés rápido, porque un día te pediré matrimonio y pensaras que es un insulto —susurró, separándose de mí ligeramente.

Abrí los ojos, sorprendida por sus palabras, y le lancé una mirada juguetona.

—Como si eso fuese a suceder en un futuro cercano, mujeriego.

Joan río suavemente, acariciando mi mejilla con ternura antes de guiñarme un ojo.

—Nunca digas nunca, mi querida Candace. El destino puede sorprendernos cuando menos lo esperamos —murmuró, con una chispa traviesa en sus ojos.

Me quedé mirándolo por un momento, sintiendo un cálido cosquilleo en él.

—Bueno, mientras tanto, seguiré practicando mi francés —bromeé, devolviéndole la mirada con una sonrisa llena de complicidad.

Lo observé detenidamente por un momento, dejando que mi mirada recorriera cada detalle de su apariencia. Su cabello castaño, peinado de forma desenfadada pero elegante, enmarcaba su rostro masculino con una atracción irresistible. Llevaba puesta una chaqueta de cuero que se ajustaba perfectamente a su amplio torso, resaltando su figura atlética, mientras que unos jeans ceñidos realzaban sus piernas tonificadas con cada paso que daba. Su presencia exudaba confianza, haciendo que fuera difícil apartar la mirada de él.

Había conocido a Joan unos meses atrás en la dietética que pertenecía a mis tías. Él había ingresado buscando un suplemento vitamínico y Arianne y yo habíamos quedado sorprendidas por su presencia desde el primer momento. Sus ojos color café me resultaron extraordinariamente brillantes, los más resplandecientes que había visto en mi vida. Simplemente me quedé hipnotizada por su mirada. Además de su encanto visual, su acento francés inundó mis oídos con una melodía cautivadora, y en ese momento supe que estaba perdida.

Después de varias citas, descubrí que Joan había llegado a España como un chico rebelde, escapando de las obligaciones que su padre pretendía que cumpliera. A pesar de ser el hijo del jefe de redacción de Vogue, llevaba una vida bastante descontracturada, lejos del mundo de la moda y las responsabilidades que su apellido conllevaba. Sus historias sobre sus travesuras en París y sus aventuras en las calles de Barcelona solo aumentaban mi fascinación por él, y cada vez que hablaba de su pasado, me dejaba boquiabierta con su espíritu libre y aventurero.

Nuestra relación era más que una simple amistad.

Teníamos sexo con frecuencia y habíamos acordado ser exclusivos el uno para el otro. Sin embargo, a pesar de nuestra conexión profunda, sentía que ponerle un título oficial a lo que teníamos nos cortaba las alas. Ambos éramos espíritus libres, amantes de la aventura y la espontaneidad. Establecerme y encasillarnos en una etiqueta tradicional de pareja parecía contrariar nuestra rebeldía y nos obligaba a enfrentar expectativas y responsabilidades que no estábamos seguros de querer asumir.

Subí a la motocicleta con una sonrisa juguetona en los labios, sintiendo la emoción recorrer mi cuerpo mientras Joan se preparaba para manejar.

—Te ves como un auténtico chico malo —exclamé mientras rodeaba su cintura con mis brazos, aferrándome con firmeza.

—Soy un auténtico chico malo, nena —respondió con una sonrisa traviesa, antes de arrancar el motor y empezar nuestro viaje nocturno por las calles de la ciudad.

—¿En serio? —le susurré, una de mis manos deslizándose por su cintura hasta su entrepierna, rozándola ligeramente. Su cuerpo entero se tensó.

—Vas a hacer que choque, cherie. Eso puedes hacerlo más tarde —advirtió con voz ronca, dejando claro que estaba más que dispuesto a complacerme, pero no mientras estuviera al mando de la motocicleta.

Sonreí traviesamente ante su respuesta, sabiendo que había despertado su deseo. Retiré mi mano de su entrepierna y la volví a colocar firmemente alrededor de su cintura, disfrutando del contacto con su cuerpo mientras avanzábamos por las calles iluminadas por las luces de la ciudad. El viento fresco acariciaba mi rostro mientras nos deslizábamos entre los autos y los edificios, creando una sensación de libertad y excitación que me hacía sentir viva. Joan manejaba con habilidad, mostrando su destreza en cada giro y acelerón, y yo me sentía completamente confiada en sus manos.

Al adentrarme en uno de los restaurantes gastronómicos más prestigiosos de Barcelona, experimenté una sensación de asombro y éxtasis. El patio interior ajardinado, con sus exuberantes flores y su atmósfera encantadora, transformaba el ambiente en un lugar verdaderamente mágico y especial. Era como si hubiera entrado en un oasis de belleza y elegancia en medio del bullicio de la ciudad.

Joan podía tener fama de ser promiscuo, pero en realidad era un romántico empedernido. Nuestros encuentros íntimos eran intensos y apasionados, y generalmente, yo tomaba el control en ellos. En comparación con mis experiencias anteriores, nuestra química era incomparable, y cada momento juntos era una explosión de deseo y placer. Solo con verlo, mi cuerpo se encendía y respondía a su presencia con una urgencia irresistible.

Nos dirigimos hacia un sector exclusivo del restaurante, donde nos esperaba una mesa reservada especialmente para nosotros. Joan me ofreció la silla con un gesto caballeroso, y me senté con gracia, agradecida por el trato atento y considerado.

—Y bien... ¿Cuándo me dejarás enviarle tus diseños a mi padre? —preguntó, con una sonrisa traviesa bailando en sus labios.

—Nunca —respondí con firmeza, aunque una pequeña chispa de duda se encendió en mi interior.

—Oh, vamos, Candance. ¿Piensas trabajar con tus tías para siempre? Tienes todas las posibilidades de ser alguien realmente exitosa y estas teniendo sexo con el hijo de Francois Delacroixe. No lo estás aprovechando.

—No me interesa ser exitosa, Joan —declaré, enarcando una ceja en señal de desafío mientras negaba con la cabeza.

El éxito era lo que mis padres habían perseguido con ahínco. Era el objetivo que los impulsó a trabajar incansablemente, a sacrificar tiempo con la familia y a tomar decisiones que, con el tiempo, dividieron nuestro hogar en pedazos irreparables. Fue el deseo de alcanzar el reconocimiento y la prosperidad lo que finalmente provocó la destrucción de mi familia.

La camarera nos sirvió vino en las copas con elegancia, antes de tomar nuestro pedido y retirarse con discreción.

—Pues qué mal por ti —comentó Joan, tomándose un sorbo del Chardonnay y dejando que el sabor se despliegue en su paladar—. Es muy feo no tener ambición en la vida.

—Tú no eres un ejemplo, cariño —respondí con malicia, observando cómo reaccionaba ante mi comentario—. Tienes veinticinco años y sigues siendo un trotamundos gracias al dinero de papá.

Joan quedó momentáneamente aturdido, como si mis palabras lo hubieran golpeado de lleno. Esperaba una reacción airada o tal vez una defensa, pero en su lugar, solo ofreció una sonrisa que reveló sus hermosos dientes.

—Touche —dijo, apoyando los codos en la mesa y acercándose un poco más a mí—. Tienes razón, ma petit vipere, pero lo mío solo es una etapa.

Su respuesta me sorprendió, y por un momento me pregunté si había ido demasiado lejos con mi comentario. Sin embargo, la forma en que lo tomó con calma y humor me recordó por qué me gustaba tanto estar con él. Era capaz de enfrentar mis provocaciones con gracia y elegancia, convirtiendo incluso los momentos incómodos en oportunidades para fortalecer nuestra conexión. Además, había entendido esas palabras con el francés básico que manejaba.

Mi pequeña víbora.

—Puede que lo mío también lo sea —admití, frunciendo el entrecejo con frustración—. Odio sentir la presión constante de todos por querer que sea alguien que no soy.

—¿Y quién eres?

—Puedo decirte lo que no soy —dije, mirándolo fijamente a los ojos —. No soy materialista. Me da igual el éxito, o la fama. Diseño porque me encanta, trabajo en la dietética de mis tías porque les debo, ya que ellas me salvaron de ese mundo hostil que llevo a mi padre al suicidio. No me interesa utilizar a un hombre para que hable con su padre y así ser alguien en la vida. No me interesa utilizar a Jarod Carter para tener un lugar en su empresa. No soy mi madre. Quiero ser poderosa, pero por habérmelo ganado, no por un hombre.

Joan suspiró, visiblemente arrepentido por haberme incomodado.

—Lo siento, no quise disgustarte. Es solo que eres increíblemente talentosa, y a veces es bueno tener privilegios —se disculpó sinceramente.

—Deberías tener más cuidado con tus palabras, o no habrá sexo esta noche —respondí con un tono ligeramente desafiante, aunque una sonrisa juguetona bailaba en mis labios. A pesar de mi molestia momentánea, no podía resistir la tentación de jugar un poco con él.

—Bien, me quedaré callado el resto de la cena entonces. Solo hablaré para esto... —dijo Joan, sacando un pequeño paquete de su chaqueta y tendiéndomelo con un gesto misterioso—. Feliz cumpleaños, Candance... —susurró con voz ronca y seductora, provocando un escalofrío de anticipación en mi piel.

¿Ya eran las doce?

Desaté el lazo que adornaba el envoltorio y desplegué el papel brillante que lo cubría. Mis ojos se iluminaron al descubrir el contenido: una pulsera de plata reluciente con incrustaciones de lo que parecían ser diamantes. La belleza de la pulsera me dejó sin aliento. Sentí un nudo en la garganta al darme cuenta del valor del regalo y del gesto de Joan.

Levanté la pulsera para admirarla más de cerca, dejando que la luz del restaurante resaltara su brillo deslumbrante.

—Es... es increíblemente hermosa —murmuré, apenas capaz de contener la sorpresa en mi voz.

Joan asintió con una sonrisa satisfecha, y su mirada cálida me hizo sentir extraña.

El camarero se acercó con un pequeño pastel de chocolate, y casi me desmayé cuando los empleados del restaurante comenzaron a cantar el feliz cumpleaños. Algunos comensales se unieron al coro, mientras mis mejillas ardían de vergüenza. Miré con desaprobación al hombre frente a mí, quien me observaba con una expresión divertida.

—Voy a asesinarte por esto —murmuré entre dientes, tratando de contener mi sonrojo.

—Lo sé —respondió con una sonrisa socarrona, disfrutando de la situación.

Finalmente, después de disfrutar de los postres y un último brindis, decidimos que era hora de partir. Nos levantamos de la mesa, listos para continuar la noche juntos.

Caminamos juntos hacia la salida del restaurante, con Joan ofreciéndome su brazo de manera caballerosa. Afuera, el aire fresco de la noche nos recibió, refrescando nuestras mejillas sonrojadas por la emoción del momento.

—Tengo otro regalo para ti —anunció él.

—Apuesto a que sé de qué se trata — respondí con una sonrisa traviesa, anticipando una noche llena de pasión desenfrenada.

—En realidad, no. Ni siquiera te lo imaginas.

A medida que caminábamos por las concurridas calles de la ciudad, me sentía intrigada por la sorpresa que Joan me tenía preparada. Mis pensamientos iban y venían, tratando de adivinar qué nos esperaba al final de nuestro recorrido.

Cuando finalmente llegamos a una pequeña tienda de tatuajes, una mezcla de nerviosismo y curiosidad se apoderó de mí. Joan mantenía un misterioso silencio, alimentando mi intriga mientras atravesábamos la puerta entreabierta. El aroma a incienso y el zumbido constante de las máquinas de tatuajes llenaron mis sentidos, creando un ambiente ligeramente intimidante. Observé los diseños colgados en las paredes, preguntándome qué significaban para aquellos que los llevaban en su piel.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunté, tratando de ocultar mi excitación y ansiedad detrás de una sonrisa nerviosa.

La expresión enigmática de Joan me dio la pista de que algo especial estaba a punto de suceder.

—Hoy, mon amour, tu piel dejara de ser virgen. Dijiste que querías hacerte un tatuaje... hoy es el día.

Arianne había intentado convencerme innumerables veces para que me hiciera un tatuaje. Siempre había sido algo tentador, pero nunca había encontrado el diseño perfecto, algo que resonara conmigo lo suficiente como para llevarlo grabado en mi piel para siempre.

Sin embargo, después de darle muchas vueltas y debatirlo conmigo misma, finalmente había tomado una decisión. Había encontrado algo que sentía que representaba parte de mi identidad, algo que quería llevar conmigo como un recordatorio constante de quién era y de lo que significaba para mí.

Sentí un cosquilleo en la piel cuando la aguja tocó mi piel por primera vez, y una sensación de empoderamiento me inundó mientras observaba cómo se delineaba cada letra bajo la hábil mano del artista. Cerré los ojos y me concentré en ese dolor que me resulto placentero, dejando que la tinta se fusionara con mi piel y se convirtiera en parte de mí. Cuando finalmente terminó, abrí los ojos para mirar el resultado con asombro y satisfacción.

Joan recitó la frase con cierta dificultad.

Aut viam inveniam aut faciam —leyó, trabando un poco las palabras —. ¿Es latín?

Asentí.

—Una frase de Julio César. Significa: "encontraré mi camino, o crearé uno yo mismo" —expliqué, sintiendo la resonancia de esas palabras en mi interior.

Sus ojos brillaron con una mezcla de admiración y cariño mientras me miraba.

—Me agrada, mon amour. Tienes la inteligencia de un César y la fuerza de un gladiador. Sin duda, esa frase te sienta perfectamente —dijo con su característico tono apasionado.

•••

Al llegar su apartamento, Joan y yo descendimos de la motocicleta, nuestros cuerpos aun zumbando de excitación. Entramos con una mezcla de anticipación y deseo, nuestros ojos ardientes reflejando la pasión que se crecía con cada segundo entre nosotros.

Sin decir una palabra, nos dirigimos directamente a la habitación, con nuestros labios encontrándose en un beso lento y profundo. Nos desvestimos rápidamente, dejando que nuestras prendas cayeran al suelo con un sonido apenas perceptible.

Entre respiraciones entrecortadas, me subí a horcajadas y empujé su miembro contra mi entrada. Sentí su polla pulsar, con cada centímetro dentro de mí, llenándome por completo.

Subí y bajé por su longitud, llena de una pasión salvaje y una urgencia ardiente. Me incliné hacia adelante, mis manos aferrándose con fuerza a sus hombros, mis uñas arañando su piel con un deseo feroz mientras lo empujaba hacia mí con violencia. A menudo, solíamos tener sexo del bueno, pero cuando yo tomaba el control de la situación, el sexo se volvía mas fogoso, violento y carnal. Y eso lo volvía loco.

Mis movimientos eran frenéticos, impulsados por una sensación febril y una sed insaciable de placer. Cada embestida era un acto de dominio, una afirmación de mi poder sobre él. Lo arañé, lo empujé, lo sometí a mis caprichos más oscuros, llevándolo al borde del abismo una y otra vez.

La tensión en mi interior alcanzó su punto máximo, y un torrente de placer me invadió, arrastrándome hacia un clímax arrollador. En lugar de gritar o gemir, dejé que mi instinto más primitivo tomara el control. Hundí mis dientes en su hombro con ferocidad, marcándolo como mío en un acto de posesión salvaje. Su cuerpo se sacudió, y un rugido gutural me informo que lo había llevado a la cresta de la ola.

Me arroje a la cama, completamente exhausta y satisfecha. Joan examino su hombro con una mezcla de asombro y diversión, mientras yo observaba su reacción con una sonrisa traviesa en los labios.

—Parece que recibí la mordida de la víbora —murmuró, inspeccionando la marca en su piel —. Casi me arrancas un pedazo de carne, mon amour.

—No te escuché quejarte en ese momento. De hecho, creo que fue justo en ese instante cuando explotó tu polla —respondí con picardía.

—Estás loca, Candance.

—Y te encanta eso —repliqué.

—Sí, me encanta eso. Nunca cambies —dijo con sinceridad, suavizando su tono y calmando su respiración.

•••

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