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Epílogo

       Era aún de noche, las luces de los faros solo iluminaban fracciones de una calle, la luna estaba tapada con las densas nubes y una recia lluvia caía de ellas. Eduardo golpeaba con ferocidad la puerta de madera de una casa en aquella calle solitaria, junto con los muchachos los cinco yacían empapados de la lluvia.
       —¡Antonio!... ¡Antonio!... —exclamaba Eduardo a gritos.
       Henry y Andrea aún sostienen a Manuel.
       —¡Antonio!... —seguia exclamando Eduardo a gritos a la vez que seguía golpeando la puerta.
       En eso notaron que se encendieron una luces del otro lado de la puerta y unos pasos se escucharon acercándose, se escucharon unos cerrojos y abrieron la puerta y quién se mostraba era Antonio, vestido con una camiseta sin mangas blanca, un mono blanco y Crocs blancas, Antonio se estrujaba el ojo derecho con la mano derecha aún entre dormido y despierto, al apartarse la mano con los ojos entre abiertos vio que eran Eduardo y los muchachos.
       —¿Qué pasa? ¿Cuáles son los gritos? —pregunta.
       —Antonio déjanos pasar es urgente. —dice Eduardo.
       —¿Pero qué pasa? —pregunta Antonio.
       —Ésto es lo que pasa. —contesta Henry.
       Antonio vió a Henry y luego a Manuel entre él y Andrea, casi inconsciente, empapado, pálido y forzando la respiración.
       —¡Antonio! —exclama Eduardo.
Antonio se alarma y lo mira. —Sí... pasen, pasen, pasen. —dice apresurado y haciéndose a un lado.
       Eduardo y los muchachos entraron, Antonio los vio a cada uno con las ropas estropeadas, algunas heridas y Eduardo cojenado de la pierna izquierda.
       —¿Y a ustedes que les pasó? —pregunta frunciendo el entrecejo extrañado.
       —Es una larga historia. —contesta Eduardo.
       Luego Antonia se asomó afuera viendo hacia los lados, se metió y cerró la puerta, caminaron por el pasillo y hasta llegar a la primera entrada a la izquierda.
       —Entren ahí. —dice Antonio.
       Todos entraron a lo que es una sala de estar, las paredes estaban pintadas de color crema, en la pared de la derecha estaba un sillón múltiple de cojines incrustados en la madera con un bordado cuadriculado, las tenían distintas tonalidades de marrón, arriba en la pared estaban colgados tres platos formando un triangulo, los platos tenían paisajes de prados pintados, en frente con la entrada dos sillones individuales, con el mismo tipo de cojines y bordados, delante una mesa pequeña de madera y en frente un televisor pantalla plana negra de dieciocho pulgadas sobre un gavetero pequeño de madera de dos puertas, en la pared de la izquierda había un mesa más grande y cubierta con un mantel blanco y en una esquina jarrones de barro y otros materiales de madera juntos.
       —Dejen al muchacho en el mueble. —dice Antonio.
       Andrea y Henry lo bajaron con cuidado, colocándolo en el sillón múltiple, Manuel se sentó en éste y luego se dejó caer hasta acostarse, Antonio se acercó y se inco en una pierna mirándolo, colocó su mano izquierda en la cabeza de Manuel y la derecha en el pecho, cerro los ojos y respiró profundo, Eduardo y los demás lo miraron en silencio, luego de unos segundos Antonio abrió los ojos, volteo la cabeza mirando a Eduardo y a los demás.
       —Su Aché se debilitó otra vez, por eso tiene fiebre y está débil, muy débil. —dice Antonio.
       —¿Cómo que su energía otra vez está débil? —pregunta Eduardo frunciendo el entrecejo.
       —¿Qué quiere decir con eso, Antonio? —pregunta Andrea con preocupación.
       —Que el efecto se agotó, el energizante que le di a beber el otro día ya se le acabó y si usó sus poderes con mucha frecuencia iba a volver de nuevo a recaer... —dice Antonio.
       Eduardo caminó a pasos agigantados hacia Antonio, lo tomó de la camiseta y lo empujó ferozmente hacia atrás, Antonio casi perdía el equilibrio caminando hacia atrás de forma tan abrupta.
Eduardo lo arremetio con fuerza contra la pared. —Explicame, ¿Por qué pasó éso? —pregunta intimidante.
       —Eduardo... esas hierbas no iban a durar para siempre, el efecto de ese energizante es solo temporal. —dice Antonio.
       —Y ¿Por qué no me lo dijiste? —pregunta Eduardo iracundo.
       —Te lo iba a decir, pero nos interrumpieron en ese momento y ya no pude decirte. —contesta Antonio.
       —Eduardo, suéltalo. —dice Andrea. —Ahora no es tiempo para ésto, hay que ayudar a Manuel. —dijo.
       Eduardo soltó a Antonio y se dió vuelta alejándose de él.
       —Señor Antonio, ¿Existe algún hechizo que le pueda dar a Manuel la energía permanentemente? —pregunta Andrea.
       —Señorita, lamentablemente estos conjuros con hierbas... ninguna es permanente, el Aché que ustedes tienen es un Aché divino, los Aché que otorgan las hierbas son solo temporal y nuestros hechizos no cuentan con tanto poder. —contesta Antonio.
       Andrea, Henry y José cruzaron miradas con dudas y preocupación.
       —Pero existe un método que puede hacer que sus poderes se mantengan permanentemente. —dice Antonio.
       Andrea, Henry y José lo miraron, Eduardo se volteo mirándolo también.
       —¿Cuál es? —pregunta Andrea.
       —Que Manuel se haga el santo. —dice Antonio.
       Eduardo desvía la mirada con desilución.
       —¿Qué es eso? —pregunta Henry.
       —Es un ritual de iniciación que se hace en la religión Yoruba, al saber de cuál Santo Manuel es hijo, ese Santo le podrá otorgar de su Aché y así, él podrá mantener sus poderes. —dice Antonio.
Andrea apartó la mirada de Antonio pensativa y luego miró a los demás. —¿Ustedes que piensan? —pregunta.
       —Que no. —contesta Eduardo imponente.
       Todas las miradas fueron a él.
       —Eduardo eso es algo que lo puede ayudar mucho. —dice Andrea.
       —Dije que no. —dice Eduardo sin apartar la mirada de Antonio.
       Luego se acercó a él.
       —Si quieres haz otro de esos conjuros con las hierbas, pero él no se iniciará en esta religión. —dijo.
       —Eduardo no estás comprendiendo la situación, si no... —dice Antonio.
       —No se iniciará y punto. —dijo Eduardo interrumpiendo abruptamente. —Vuelve hacer el conjuro con las hierbas y luego yo veré como resolver las cosas. —agrego.
       Todos quedaron en un silencio sepulcral, Antonio mirando a Eduardo soltó un suspiro y asintió, pasó por un lado y luego entre los muchachos saliendo de la sala de estar cruzando hacia la izquierda.

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