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Capítulo 9 "La Mujer Mula"

       Los muchachos llegan volando a la casa de Eduardo, ellos aterrizan a dos metros de la casa y Eduardo se encontraba afuera esperándolos, sin expresión en su rostro y las manos dentro de los bolsillos del sobretodo, los muchachos se acercan quedando frente a frente con él.
       —Bien… entremos. —dice Eduardo.
       Este se da vuelta y caminando hacia la puerta mientras que los muchachos lo siguen más atrás, en lo que Eduardo está a punto de entrar se detiene, voltea hacia la derecha frunciendo el entrecejo, observando la esquina de la casa y el suelo, los muchachos también se detuvieron, vieron a Eduardo y luego se vieron entre ellos.
       —Eduardo, ¿Pasa algo? —pregunta Henry.
       Eduardo ve de reojos hacia atrás, luego vuelve a ver el rincón y voltea hacia delante.
       —No… entremos. —dice Eduardo.
       Todos entran a la casa, cruzan toda la casa y salen por la puerta trasera al patio, Eduardo se coloca a un lado viendo hacia al patio y los muchachos se dan la vuelta colocándose en frente de él, Eduardo los mira a cada uno, sin ninguna expresión en su rostro.
       —¿Hay algo más que haya pasado y no me han contado? —pregunta Eduardo.
       —Bueno, nos fue difícil encontrar el cuerpo de la víctima. —dice Henry.
       —También conocimos a Alexander. —dice Manuel.
       —¿Alexander? —preguntó Eduardo haciendo eco.
       —Sí, es un brujo de Luz que conocimos allá. —contesta Henry.
       —¿Cómo lo encontraron? —preguntó Eduardo.
       —En realidad no lo encontramos, él nos encontró a nosotros. —contesta Andrea.
       —Y nos habló de La Luz. —dijo Henry.
       —¿Les hablo de la comunidad? —preguntó Eduardo.
       —Sí y nos dijo que ayudaste a que se diera… ¿Por qué no nos contaste de ella? —pregunta Henry.
       —Porque ellos buscan mantenerse en secreto. —contesta Eduardo.
       —Sí, pero ya estamos muy metidos en este mundo, deberíamos saber todo. —dice Andrea.
       —Les dije que todo a su tiempo. —dice Eduardo. —¿Alguna otra cosa? —preguntó.
       —Bueno, él nos ayudó a vencer a la Bola de Fuego, nos dijo que muchos brujos están al tanto de todo lo que está pasando. —dijo Manuel.
       —Sí, lo creo… muchachos hay algo que debo decirles, anoche sentí algo, al parecer está aquí mismo en Caracas, sea como sea, hay que combatirlo y obviamente Arioch tiene algo que ver y si lo encontramos, tenemos que estar preparados y terminar con esto si es posible. —dice Eduardo. —Ahora, Manuel sé que te pasó algo a tí, estando allá. —agregó.
       —¿En serio? —pregunta Manuel un poco alarmado.
       —Sí, ya sé que tienes una habilidad igual a la de Henry. —dice Eduardo.
       —Es cierto, también puede percibir cosas. —dice Henry.
       —Eso es bueno. —dice Eduardo. –Ahora, todos a entrenar. —agregó.
       Luego los muchachos comienzan a dispersarse en el patio, Eduardo da unos cuatro pasos adelante y se detiene de pronto, voltea viendo hacia la puerta.
       —¡Manuel! —exclama Eduardo.
       Manuel se voltea y va hacia Eduardo.
       —Dime. —dice Manuel.
       Eduardo voltea a ver a Manuel y se le acerca a la oreja, los demás al ver notan que Eduardo está moviendo los labios diciendo algo, pero no lo logran escuchar, luego se aparta, Manuel lo ve, asiente con la cabeza y usa su velocidad corriendo hacia dentro de la casa y vuelve a salir al instante, deteniendose delante de todos incluyéndose también a una persona pequeña, rostro era un poco joven, de barba marrón, pero rebajada y cabello oscuro, sus ojos azules como el cielo, su ropa era como la de los duendes que estaban a los lados del Rey Rory, este era el que lo tenía del color azul, una espada envainada colgada de lado izquierdo, sostenida de una correa que rodeaba la cintura y su gorro en forma de cono, todos se dieron cuenta que era un duende, este queda algo sorprendido al verlos a todos de repente.
       —Hola. —dice este.
       —¿Declan? ¿Qué haces aquí? —pregunta Eduardo.
       —He tratado de hablar con ustedes desde hace días. —dice Declan viendo a Eduardo.
       —Te conozco, estabas con el Rey cuando fuimos al Ávila. —dice Manuel.
       —Sí, mi nombre es Declan, segundo guardián de la corona. —dice este colocando su mano izquierda en la punta del mango de la espada, colocando su antebrazo derecho a nivel del abdomen y haciendo una pequeña reverencia de saludo.
       —¿Por qué estás aquí? —dice Eduardo.
       —Porque desde que fueron al Ávila y luego de las cosas que han sucedido, al Rey le preocupa que nuestra especie también se vea afectada por todo esto. —dice Declan.
       —Y ¿Eso que tiene que ver con nosotros? —pregunta Eduardo.
       —El Rey Rory me dio la tarea de buscar aquel hombre que habló con él, lo que sucede es que no he tenido mucho éxito y pensé en recurrir a ustedes ya que están más involucrados que yo en esto. —dice Declan.
       —¿Qué te hace creer que vamos ayudarte? —pregunta Eduardo.
       Declan baja la mirada y la vuelve a levantar.
       —Yo quiero proteger a mi especie y ustedes quieren terminar con esto, como duende tengo habilidades y tengo que mantener informado al Rey y también les puedo traer información a ustedes, solo necesito que confíen en mí. —dice Declan.
       Eduardo se queda viendo a Declan y luego voltea a ver a los muchachos, ellos cruzan miradas con él.
       —Creo que puede ser una buena idea. —dice Henry.
       —Mientras más ojos tengamos afuera mejor. —dice Manuel.
       Eduardo frunce un poco el entrecejo y voltea a ver a Declan.
       —Está bien, tiene razón, mientras más ojos tengamos afuera mejor. —dice Eduardo. –Pero no creas que confiaremos del todo en tí, esto es un trato, a la primera cosa rara que veamos no dudaremos en matarte si es necesario. —agregó con un tono amenazante.
       —Está bien, es justo. —dice Declan. —Saben, encontrarlo no ha sido nada fácil, es como… si él no fuera humano. —agregó.
       —Bueno, pues acertaste en eso. —dice Eduardo.
       Declan frunce un poco el ceño extrañado por el comentario.
       —¿De qué hablas? ¿De verdad no es humano? Entonces ¿Qué es? —pregunta Declan.
       —Sí es un humano, solo que está poseído. —dice Eduardo.
       —¿Hablas de que es un demonio? ¿Cuál? —pregunta Declan.
       —Solo te diré que es peligroso y que no ha sido fácil poder enfrentarlo. —contesta Eduardo.
       —Entonces es peor de lo que creía. —dice Declan.
       —Sí, estamos lidiando con algo muy peligroso. —dice Eduardo.
       —Me tengo que ir, esto se lo tengo que informar al Rey. —dice Declan dándose media vuelta y caminando hacia la puerta, luego se detiene y mira hacia atrás. —Los mantendré informados, estaré al pendiente y seguiré buscando, los veo luego. —agregó y luego se fue.
       Luego de que Declan se fue, Eduardo se dio vuelta viendo a los muchachos.
       —Bueno, comencemos a entrenar, formen parejas. —dijo Eduardo.
       Todos se movieron, formando parejas de combate, Manuel contra Andrea y Henry contra José, unos de frente a los otros, Eduardo retirado de ellos los veía, parado cerca de la casa, pero dándole la espalda.
       —¡Empiecen! —exclamó Eduardo.
       Y estos comenzaron a pelear, José le fue a propinar un golpe a Henry este lo bloqueo levantando los brazos, Manuel le fue encima a Andrea, a propinarle un golpe con la derecha esta se inclinó hacia la izquierda esquivando el golpe, luego Manuel siguió con darle un golpe con la izquierda y esta se movió hacia atrás volviendo a esquivar. José le lanzaba golpes a Henry, uno tras otro mientras que este los bloqueaba o los esquivaba, José le fue a dar una patada con la pierna derecha, Henry levantó el brazo izquierdo bloqueando la patada, rápidamente enrollo su brazo en la pierna, halándola y con la derecha le fue a propinar un golpe a José directo al rostro, pero este levanto los brazos cubriéndose la cara y bloqueo el golpe, Henry lo soltó en el momento y José cayo al suelo de espalda, con la misma fuerza que cayó, levantó las piernas llevándolas hacia atrás, haciendo una vuelta canela al revés, levantando la parte de arriba de su cuerpo, luego José extendió los brazos hacia delante con las manos abiertas, tensó los brazos y dos montañas pequeñas de tierra cubrieron los zapatos de Henry y más arriba de sus tobillos, dejándolo inmóvil, Henry baja la cabeza dándose cuenta e intenta moverse, pero no logra nada, luego levanta la cabeza y viendo que José se acercaba a él con rapidez, Henry extendió los brazos hacia delante con las manos abiertas y tensándolos, de estas expulsó dos llamaradas de fuego que se unieron, yendo directo a José, este se detuvo y velozmente se movió hacia la izquierda esquivando la llamarada, siguió corriendo y Henry mientras seguía expulsando la llamarada se movía hacia su derecha siguiendo a José, este corría huyendo, hasta que dio un salto y alzo el vuelo, Henry dejo de expulsar el fuego y noto a José volando, luego extendiendo los brazos hacia abajo, expulsando fuego de sus manos quemo las montañas de tierra que cubrían sus zapatos, luego se detuvo y con mucha fuerza levantó la pierna derecha zafándose de la tierra quemada y luego hizo lo mismo con la otra, este también alzo el vuelo, quedando a la misma altura que José. Andrea iba encima a Manuel, propinándole varios golpes que este fue bloqueando, Andrea le propina un golpe con la derecha y Manuel la bloquea con su mano izquierda tomando el puño, luego Andrea le fue a propinar otro golpe con la izquierda y Manuel también se la detuvo tomándola con la otra mano, este levanta la pierna derecha y le propina una patada a Andrea, soltándole las manos, ella da dos pasos hacia atrás, Manuel extiende rápidamente los brazos hacia delante y tensándolos expulsa de sus manos un fuerte ventarrón que hace volar a Andrea lejos, ella cae al suelo, se levanta y comienza a correr hacia Manuel, este también comienza a correr hacia ella, rápidamente los dos se acercaban, cuando ya estaban más cerca Andrea levanta su brazo derecho llevándolo hacia atrás con la mano empuñada, la lleva hacia delante con fuerza hacia el rostro de Manuel, este la detiene con la mano derecha, tomando su puño otra vez, luego él con la otra mano fue a propinarle un golpe en el estómago, pero Andrea la detuvo con su mano izquierda tomando el puño también, los dos quedaron forcejeando, Manuel fue bajando la mano que sostenía el puño de ella, quedando encima de los otros brazos, estos aun con el forcejeo estos se miraban fijamente a los ojos.
       —No peleas nada mal. —dice Manuel.
       —Tú tampoco eres tan malo. —contestó Andrea.
       Andrea sorpresivamente le dio un cabezazo a Manuel que lo hizo soltarla, ella también lo soltó a él y en eso ella extiende los brazos hacia delante con las manos abiertas, expulsando agua de estas que golpeo a Manuel, alejándolo, tumbándolo al suelo y mojándolo también, Andrea dejó de expulsar el agua, Manuel tendido en el suelo, levantó la mitad de su cuerpo, apoyándose con las manos en el suelo, se lleva la mano izquierda a la cara escurriéndose el agua e inclinándose a la derecha escupe el agua que tiene dentro de su boca, luego Andrea da un brinco alto y largo cayendo justo donde está Manuel, con la mano derecha empuñada dispuesta a propinarle un golpe, Manuel levanta la mirada y se da cuenta, rápidamente se mueve hacia la izquierda esquivando el golpe de Andrea que le terminó dando al suelo. Eduardo los veía desde donde estaba con el entrecejo fruncido, pensativo y analizando las peleas, sabía que en realidad ellos no estaban peleando con todas sus fuerzas y que tampoco peleaban con la intención de hacerse daño unos con otros, por dentro a él le molestaba si ellos no expulsaban lo máximo de su poder, no iban a progresar y seguirían estancados, más así no iban a lograr vencer a Arioch. Henry y José estaban peleando en el aire, Henry le fue a propinar un golpe con la derecha y José la bloqueo levantando su brazo izquierdo, este le responde con un golpe con su otra mano y Henry la logra bloquear también levantando su brazo izquierdo, luego José levantó su pierna izquierda dándole una patada en el costado a Henry, este reacciona al golpe, José siguió propinándole un golpe en la cara con su puño izquierdo, siguió luego con el derecho, luego transformando la piel de su antebrazo y mano izquierda como roca y agrandándola le propino otro golpe a Henry que lo alejó, luego transformando de la misma forma su antebrazo derecho se le fue encima a Henry, levantando el brazo directo a propinarle un golpe, Henry lo detiene con las dos manos, José al verlo nota una mirada enfurecida por parte de él, luego se mueve hacia delante levantando la pierna derecha flexionada, le propina un rodillazo en el estómago a José, quedando este privado del golpe, Eduardo se sorprende un poco al ver eso, levantando ligeramente las cejas, luego Henry se aparta y José se cruza los brazos en el estómago del dolor, Henry le propinó un golpe desde abajo golpeando su cara, seguido de un golpe con la izquierda y luego otro con la derecha que hizo girar a José, luego juntando las dos manos y con los dedos entrelazados levantó los brazos y con fuerza le propinó otro golpe en la espalda que lo alejo hacia abajo cayendo en picada, en el trayecto giró, José cae boca arriba dándose también un fuerte golpe contra el suelo, Eduardo no apartaba su atención de esta pelea, le sorprendía la forma en la que Henry estaba peleando, a Manuel y Andrea también les llamó la atención el fuerte golpe de la caída de José y voltearon a verlo, deteniendo su pelea, Henry bajó hacia donde estaba José con rapidez y una vez cerca se detuvo, levantó el brazo derecho con la mano empuñada dispuesto a darle otro golpe a José, este abre los ojos y al darse cuenta, extendió el brazo derecho con la mano abierta y el brazo tensado de su mano se formó una esfera de poder de color verde que expulsó, Henry rápidamente se cubrió la cara con ambos brazos y esta le golpeo explotando al instante, empujándolo hacia atrás, Eduardo solo se quedó observando lo que pasó, Manuel y Andrea quedaron sorprendidos, José no podía creer lo que había hecho y a Henry también le sorprendió lo que había pasado.
       —¿Qué fue lo que pasó? —pregunta José estupefacto.
       Manuel y Andrea se acercaron a donde estaban ellos.
       —José ¿Estás bien? ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Andrea.
       —¿Qué fue eso? —pregunta Manuel.
       —No sé, yo… no se… —dice José divagando.
       —Por fin desarrollaste otra parte de tu poder. —dice Eduardo mientras se va acercando a ellos. —También puedes expulsar energía, así como lo hace Henry. —agregó.
       —Pero es verde. —dijo Henry.
       —Sí, porque representa lo que el domina, la tierra. —dice Eduardo.
       —Eso quiere decir que, ¿Nosotros también podemos expulsar esa energía de nuestro poder? —pregunta Andrea.
       —Así es. —contesta Eduardo. —Descansen un rato, luego seguimos. —agregó.
       Eduardo se da vuelta y se retira hacia la casa, Henry le extiende la mano a José, este la toma y lo ayuda a levantarse.
       —Te felicito, peleaste muy bien. —dice Henry.
       —Tú también Henry, me sorprendiste mucho. —contestó José.
       Luego estos se retiran de allí dejando a Manuel y a Andrea solos, pero estos también comenzaron a caminar detrás de ellos.
       —Peleaste muy bien. —dice Manuel viendo a Andrea.
       —Tú también peleas bien… —dice ella retribuyendo el alago. —Pero no lo suficiente. —agregó ella mofándose.
       —Ah, ¿No? —dice Manuel sonriendo.
       —No. —contesta Andrea soltando una risa un poco nerviosa.
       —¿Por qué? —pregunta Manuel.
       —Porque te vencí muy rápido con ese cabezazo. —dice Andrea.
       —Pues, para que sepas yo te deje ganar. —dice Manuel burlándose.
Andrea soltó una carcajada. –Que mentiroso eres. —dijo.
       —¿Crees que estoy inventando? —pregunta Manuel.
       —Claro, yo te gane. —dice Andrea.
       —Bueno veras que para la próxima, no te dejare ni respirar. —dice Manuel.
       Andrea se detiene y Manuel también, ella lo ve fijamente a los ojos.
       —Pues espero que lo hagas, así será más divertido. —dice Andrea soltando una sonrisa pícara.
       Volviendo a retomar el paso, dejando a Manuel atrás, este se queda observando como ella se alejaba.
       —Bien, entonces nos vamos a divertir muchísimo. —dice Manuel pensando en voz alta.

       En un templo católico, dentro esta Julián con una mujer mayor, conversando, sentados en una de las bancas.
       —Entonces padre, ¿Cree que está bien? —pregunta la mujer.
       —Por supuesto, me parece una buenísima idea, es más buscare de hacer una reunión del consejo parroquial, para hablar sobre esto y poderlo hacer. —dice Julián sonriente y hablando con su notable acento español.
       —¿En serio? Muchas gracias padre. —dice la mujer sonriendo también.
       —No hay de que, más bien se necesitan de ideas así para mantener esta parroquia. —dice Julián.
       En eso los dos se van levantando de la banca.
       —Bueno padre, de verdad muchas gracias… Bueno ahora me tengo que ir, pero por favor manténgame al tanto de todo. —dice la mujer.
       —Tranquila, no te preocupes que yo te avisare. —dice Julián.
       —Muy bien adiós padre y gracias otra vez. —dice la mujer despidiéndose, estrechando las manos.
       —De nada, hasta luego. —dice Julián.
       La mujer se va caminando hacia la puerta del templo, Julián ve como ella se alejaba, pero también nota que tres personas están entrando, caminando hacia él, tres hombres vestidos completamente de negro con sobretodos largos negros puestos.
       —¡Padre Julián! —exclama el que iba en medio.
La sonrisa de Julián había desaparecido al instante. —Ya comenzaba a preguntarme cuando volverían. —dice Julián.
       —Qué lindo. —dice el mismo hombre con ironía.
       Los tres hombres quedan más cerca de frente a Julián, los tres hombres son altos de la misma estatura que Julián, el del medio su piel es blanca, joven, el cabello negro, largo y liso, peinado hacia atrás con gel y llevaba puesto unos lentes oscuros de sol, el de la derecha, también es un hombre de piel blanca, cabello castaño, joven y ojos marrones y el de la izquierda, su piel es un poco morena, cabello oscuro y ojos de color café.
       —Sabía que nos extrañabas, así que vinimos a visitarte. —dice el hombre mofándose, a la vez que se quita los lentes, mostrando unos notables ojos azules, doblando una de las patas de los lentes el otro introduce dentro de la camisa negra, quedando estos colgados.
       —¿Cómo haz estado? Rubén. —pregunta Julián.
       —Ocupado, ¿Qué me dices tú? —pregunta Rubén con el mismo tono irónico.
       —He estado mejor. —contesta Julián.
       —Me alegro, ahora ya sabiendo como estamos, ¿Sabes por qué estamos aquí verdad? —dice Rubén de forma sarcástica.
       —No sé. —contesta Julián.
       —Julián… bien sabes que venimos para que nos digas en donde se esconde Eduardo. —dice Rubén.
       —Y yo, ya les estaba respondiendo, no sé. —contesta Julián sarcásticamente.
       —Jaja… se nota que eres un amigo muy fiel, pero eso no te va a salvar, así que necesito que me digas donde lo puedo encontrar. —dice Rubén.
       —Ya les he dicho muchas veces que no lo sé. —contesta Julián. —Además hay cosas más importantes que pueden hacer, como estar pendientes de las cosas que están pasando ahora. —agregó
       —Sí hablas de las ultimas cosas que han estado sucediendo, sí, sí, tienes razón, pero resulta que cada vez que mandamos a alguien resulta que ya se han hecho cargo y no hemos sido ninguno de nosotros. —contesta Rubén. —Pero ya que estas hablando de esto, nos hemos enterado que tú te has interesado mucho en esos eventos, que has estado investigando y averiguando recurriendo a tus contactos del mundo mágico y otras criaturas y me hace pensar que trabajas para alguien. —dijo.
       —Yo no trabajo para nadie y si he investigado por mi cuenta es porque me preocupa lo que pasa, no seré alguien que se quede de brazos cruzados mientras la humanidad es atacada por estas cosas. —dice Julián.
       —Hay que ver que aun tu espíritu legionario sigue dentro de tí, pero te recuerdo que ya tú no eres parte de la Legión, así como tu buen amigo Eduardo, el cual no nos quieres decir donde está. —dice Rubén.
       —Porque no sé, si lo supiera se los diría, pero no lo sé. —contesta Julián.
       —Okey, okey… digamos que de verdad no sabes, igual seguiremos viniendo Julián, hasta que nos digas y averiguaremos también lo que sabes de las cosas que están pasando, porque no creo que solo investigues por tu ética, se que hay algo más y no nos quieres decir. —dice Rubén. —Hasta luego Julián, nos veremos… otro día, te dejaremos seguir con tu vida parroquial. —agregó diciéndolo con ironía.
       Los tres hombres dan media vuelta, retirándose y Rubén se vuelve a colocar los lentes oscuros, luego salen del templo y se van.

       En el patio trasero de la casa de Eduardo, están él y los muchachos, Eduardo está sentado al pie de la puerta trasera de la casa, jugueteando con una medalla en los dedos, Henry está de pie un poco lejos de los demás de espaldas a ellos, observando las montañas, el paisaje calmado del lugar, sintiendo como la brisa rosa su rostro y agita ondeante su camisa, José está recostado de espalda a la pared de la casa, con el teléfono en las manos, escribiendo, Manuel esta tendido en el suelo con la mano izquierda debajo de la cabeza y la derecha encima del abdomen, con los ojos cerrados y la rodilla derecha levantada y Andrea está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, jugueteando con la tierra del suelo, ella voltea hacia la derecha viendo a Eduardo, se levanta y camina hacia él.
       —Hola. —dice Andrea.
Eduardo levanta la mirada viéndola. —Hola. —contesta.
       Andrea se sienta a un lado de él, al pie de la puerta, ella lo ve a él y luego observa sus manos y nota la medalla que este tiene.
       —¿Qué es eso? —pregunta ella.
       Eduardo voltea a verla y luego vuelve a ver la medalla.
       —Es una medalla, es la medalla de San Benito de Nursia. —dice él.
       —¿Puedo verla? —pregunta Andrea.
       Eduardo se la entrega y ella lo toma y le echa un vistazo, detallándolo más, la medalla es de color plateado, en la cara frontal de la medalla aparece la figura de Benito de Nursia sosteniendo en su mano derecha una cruz y en su mano izquierda el libro de las Reglas, rodeando la figura del santo por la derecha están en latín las palabras: Eius in obitu nostro praesentia muniamur. En el fondo de la imagen en la derecha aparece una copa, con una serpiente saliendo de ella, del lado izquierdo está una hogaza de pan envenenada, con un cuervo encima. En el fondo de la imagen, arriba de la copa y el pan, aparece la frase Crux sancti patris Benedicti. Debajo de la imagen de Benito de Nursia está la frase en latín: ex sm casino MDCCCLXXX. El reverso muestra la cruz de San Benito con las siguientes iniciales dentro: C.S.S.M.L. (crucero vertical de la cruz), N.D.S.M.D. (crucero horizontal), en el fondo alrededor de la cruz están las siguientes iniciales: C.S.P.B. En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha: V.R.S.N.-S.M.V. luego desde abajo desde la derecha hacia arriba, están las iniciales, S.M.Q.L.I.V.B. Arriba de la cruz está escrita en latín la palabra: PAX.
       —Es bonito. —dice Andrea.
       —Es una medalla que tiene poder. —dice Eduardo.
       —¿Cómo así? —pregunta Andrea.
       —Esta… —dice Eduardo tomando la medalla, quitándosela a Andrea. —Es la medalla que se usa contra el mal, es la medalla que usamos los exorcistas. —dijo.
       —¿Qué es lo que dice la medalla? —pregunta Andrea.
       —Bueno, aquí en la parte frontal, lo que tiene alrededor, Eius in obitu nostro praesentia muniamur, esto significa: "A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia", aquí en el fondo, donde dice: Crux sancti patris Benedicti, quiere decir: “Cruz del Santo Padre Benito”, y aquí abajo donde dice: ex sm casino MDCCCLXXX, quiere decir: “De ranuras de memoria sagrada”, del otro lado dentro de la cruz en el cruce vertical están las iniciales, C.S.S.M.L. que quiere decir en latín: Crux Sacra Sit Mihi Lux y esto es: "La santa Cruz sea mi luz", en el cruce horizontal están las iniciales N.D.S.M.D. esto significa: Non Draco Sit Mihi Dux esto quiere decir: "No sea el dragón mi guía", estas iniciales que están en las esquinas fuera de la cruz, C.S.P.B. esto significa: Crux Sancti Patris Benedicti esto dice: "Cruz del Santo Padre Benito" ahora alrededor de la cruz, comenzando desde arriba en la derecha, están las iniciales, V.R.S. esto significa: Vade Retro Satana que quiere decir: "Retrocede, Satanás" seguido de, N.S.M.V. que significa: Nunquam Suade Mihi Vana, que quiere decir: "No me aconsejes cosas malas", luego desde este lado hacia arriba, están las iniciales, S.M.Q.L. que significan: Sunt Mala Quae Libas que quiere decir: "Venenosa es tu carnada" o "es malo lo que me ofreces", y termina con, I.V.B. que significa: Ipse Venena bibas, que quiere decir: "Bebe tú mismo tu veneno", y esta lo que dice aquí arriba de la cruz, la palabra PAX, que significa: "Paz". —dice Eduardo a la vez que señalaba todas las partes de la medalla.
       —¿Usaste esta medalla? —pregunta Andrea.
       —Muchas veces, cuando estuve en la Legión, teníamos infinitos casos de exorcismos, era necesario usarla, cuando no teníamos batallas cuerpo a cuerpo con demonios o las criaturas sobrenaturales… Esta era nuestra arma. —dice Eduardo mostrando la medalla.
       —Eduardo, luego de que saliste de la Legión, ¿Volviste a hacer exorcismos? —pregunta Andrea.
       —No… solo deserté, me oculte aquí y no había vuelto a saber más nada del mundo hasta que llegaron ustedes, pero la llevo conmigo siempre, siento que esto es capaz de protegerme de las plagas. —dice Eduardo.
       En eso les llegó Henry interrumpiéndolos.
       —¿Qué hacen? —pregunta Henry.
       —Eduardo me contaba sobre su medalla. —contesta Andrea.
       —¿Su medalla? —pregunta Henry haciendo eco.
       —Sí, su medalla para exorcizar demonios. —dice Andrea.
       —Y ¿Por qué no usa esa medalla contra Arioch? —pregunta Henry.
       —Porque Arioch no está en un recipiente débil… —dice Eduardo.
       —¿Recipiente? —pregunta Henry interrumpiendo a Eduardo.
       —Un recipiente es como le decimos al cuerpo humano, nuestros cuerpos son recipientes para los demonios, cosas que ellos pueden poseer para estar presentes en nuestro plano y lo que decía es que Arioch no está en un recipiente débil, porque no es un cuerpo que fue poseído involuntariamente, la persona que lo invocó, está consciente de que se dejó poseer por él. —dice Eduardo.
       —¿Qué quiere decir eso? —pregunta Henry.
       —Que un simple exorcismo no será suficiente contra él y ustedes tienen que ser los que lo enfrenten. —dice Eduardo.
       —La diferencia es que él, es peor en comparación con las otras cosas con las que hemos luchado. —dice Henry.
       —Tienes razón con eso. —dice Andrea.
       Eduardo observa que José a lo lejos está hablando por teléfono.
       —Discúlpenme un momento. —dice Eduardo.
       Eduardo se levanta y camina hacia donde está José, una vez mas cerca poco a poco escucha lo que este habla.
       —Tranquila estoy bien… yo también quiero verte pronto… te extraño, adiós. —dice José apartando su teléfono de la oreja y colgando la llamada.
       —Debes tener cuidado. —dice Eduardo.
       José se exalta y voltea rápidamente viendo a Eduardo detrás de él.
       —¡Coño, Eduardo!... ¡Me asustaste! —exclama José.
       —Piensa bien lo que estás haciendo. —dice Eduardo.
       —¿Estabas escuchando mi conversación? —pregunta José.
       —Tienes que pensar muy bien lo que estás haciendo José. —dice Eduardo.
       —Lo que yo haga no es tu problema Eduardo. —dice José.
       —Lo sé, pero esta vida que ahora tienes, puede poner en peligro la vida de una persona inocente. ¿Sabe quién eres? —pregunta Eduardo.
       —No, no sabe nada. —contesta José.
       —Bien, mientras menos sepa mejor, ahora retomemos el entrenamiento. —dice Eduardo.
       —¡El descanso termino, volvamos al entrenamiento! —exclama Eduardo a los demás.
       Los muchachos se movieron al centro del patio, tomando la posición que tenían, Henry volviendo a pelear con José y Manuel con Andrea.

        Julián entró en una habitación, agitado, la cama está junto a la pared a la izquierda, una lampara detrás de la cama sobre una mesa de noche, a la derecha en la otra pared está una pequeña peinadora de madera de tres anchos cajones con un espejo redondo guindado arriba y una ventana al lado derecho del espejo, de frente está un closet de madera, Julián caminó hacia la peinadora, abriendo el primer cajón, comenzó a desordenar la ropa que este tenía, luego cerró, se inclinó y abrió el segundo haciendo lo mismo y luego se agachó, siguió con el tercero haciendo lo mismo y también lo cerró, se levanta y comienza a observar a todos lados, luego va hacia el closet y lo abre de par en par  y ve su ropa colgada, comienza a moverla de un lado a otro buscando, luego alzó su brazo derecho tocando la parte de arriba del closet, moviendo la mano de un lado a otro, luego la quitó, se dio la vuelta y viendo la mesa de noche notó el pequeño cajón que este tiene, fue hacia él y lo abrió, desordenando el montón de cosas que este tiene, seguía sin encontrar lo que buscaba, soltando un quejido exasperante, cerró el cajón y volvió a observar una vez más la habitación.
       —¿Dónde está? —se preguntó rascándose la cabeza. —No puede ser que lo haya guardado tan bien. —se dijo a sí mismo.
       Luego observa por debajo de la cama.
       —Será que… —balbuceo.
       Se agacho y metió la mano por debajo de la cama y de este sacó un maletín marrón no muy grande, se sentó en la cama y se colocó el maletín en las piernas, le quitó los seguros al maletín y lo abrió, este contenía un montón de papeles, luego comenzó a buscar entre todos estos papeles y encontró uno que estaba doblado como una carta, lo tomó, lo desdobló y lo comenzó a leer.
       —Por fin, lo encontré. —dijo.

       Eduardo observaba a los muchachos luchar, Henry y José volvían a lucha en el aire, mientras que Manuel y Andrea seguían en el suelo.
       —¡Es suficiente! —exclamó Eduardo.
       Los muchachos se detuvieron y voltearon a verlo.
       —¡Vengan! —dijo haciendo señas con los brazos.
       Henry y José descendieron, Manuel y Andrea comenzaron a caminar luego de que los cuatros se reunieron con él.
       —¿Qué pasa? Eduardo. —pregunto Manuel.
       —Ya han pasado mucho tiempo entrenando, vayan a sus casas y coman algo. —dice este.
       —¡Aleluya! —exclama José. —Qué bueno, ya tengo hambre. —agregó.
       —Pero luego regresen. —dice Eduardo.
       —¿A volver a entrenar? —preguntó Henry.
       —A investigar lo que sucede ahora y yo iré con ustedes. —dice Eduardo.
       —¿Vendrás con nosotros? —pregunta Henry.
       —Sí, quiero saber qué sucederá esta vez. —dice Eduardo.
       —¡Estás loco! —exclama José. —Y ¿Si te vuelven a secuestrar? —preguntó.
       —Procuraremos que eso no suceda otra vez... —dice Eduardo.
       —Pero, y a todas estas... —dijo José interrumpiendo a Eduardo. —Cuando fuimos al Ávila y peleamos contra los duendes que llamo Eamonn... si, peleaste bien, pero... —dice haciendo una pausa, pensativo. —¿Tienes alguna habilidad especial? ¿Algo que no sea solo el exorcismo? —preguntó.
Eduardo bajó la cabeza en silencio, llevó la mano derecha hacia atrás por dentro del sobretodo, luego levantó el codo y saco la mano y la levantó, mostrando un cuchillo, la hoja plateada y afilada con el mango negro, delgado y de cuero.
       —Un cuchillo... —dijo José con ironía. —Bueno, algo es algo... —dice.
Justo en ese momento Eduardo movió los dedos índice y el del medio por delante de la hoja del cuchillo, juntos y extendidos, luego rápidamente llevó la mano hacia atrás, rodeando el torso con su antebrazo, luego la estiró con la misma rapidez y lanzó el cuchillo tan cerca de José que casi rosaba con su mejilla, todos se sorprendieron y José volteo viendo que el cuchillo se clavó en un árbol lejos de ellos, José anonadado quedó en silencio luego volteo hacia delante y lo primero que vio fue a Eduardo justo frente a él con otro cuchillo en mano, con la hoja puesta en el cuello, José sintió el frío metal.
       —¡Wao! —exclamó José sorprendido, levantando las manos en cada lado.
       —Soy experto con los cuchillos y el sigilo, esto era lo que aplicaba en las batallas cuerpo a cuerpo. —dijo Eduardo. —Pero... no voy a poder hacerte daño con esto, así que no te asustes. —agregó apartando el cuchillo del cuello de José.
       Luego este se relajó y bajó las manos, Eduardo se alejó de él.
       —Ahora váyanse, descansen y nos vemos aquí en la noche. —dice Eduardo.
       —Bien, hasta luego. —dice Henry.
       —Nos vemos. —dice Andrea.
       —Nos estamos viendo... asesino. —dice José.
       —Hasta el rato. —dice Manuel.
       Todos alzan el vuelo y se van, mientras que Eduardo los observa irse, luego este entra a su casa y cierra la puerta, quedando solo vagamente iluminado por la única vela encendida que tiene, camina hacia su sillón individual y se sienta y acomodándose en este, inclinando la cabeza hacia atrás reposándola en la parte superior del respaldar, cerró los ojos, quedando en su completa oscuridad e inconscientemente su mente comenzó a divagar, recuerdos, imágenes de cosas que siente se plasmaban, múltiples voces y murmullos escuchaba, era como ir a otro mundo el cual era difícil escapar.

       Los muchachos descienden en un lugar solitario para que nadie se diera cuenta o los viera.
       —Bien, creo que aquí podemos seguir caminando. —dice Henry.
       Los cuatro comienzan a caminar, observando a sus alrededores, procurando que de verdad no los hayan visto.
       —¿Qué será lo que habrá aparecido esta vez? —pregunta Manuel.
       —¿Será peligroso? —pregunta Andrea.
       —Para eso tenemos que ir y verlo nosotros mismos. —contesta Henry.
       —Eduardo dijo que era otro espíritu errante, con poderes otorgados por ese demonio. —dice José.
       —¿No creen que Eduardo nos oculta más cosas de las que nosotros creemos? —pregunta Andrea.
       —Es obvio que nos oculta más cosas. —contesta José.
       —Henry, ¿Recuerdas cuando nos habló sobre el recipiente de Arioch? —pregunta Andrea.
       —¿Recipiente? ¿Qué recipiente? —pregunta Manuel algo confundido.
       —Eduardo nos explicó que un recipiente es un cuerpo humano, nuestros cuerpos son recipientes que los demonios toman para poseer y el dijo que los demonios eligen recipientes débiles para poseer, pero este que posee Arioch no es débil, el cuerpo que posee se dejo tomar voluntariamente y eso tiene sentido. —dijo Henry.
       —Ah, ¿Sí? —pregunta José.
       —¡Claro!... ¿Recuerdan cuando Eduardo nos conto sobre quien es Arioch?... él dijo que, posee los cuerpos de quienes lo invocan y quienes lo hacen están dispuestos a ser poseídos por él. —dice Henry.
       —Sí, es verdad, pero no sabemos quién lo invocó. —dice Manuel.
       —Eso es lo que tenemos que averiguar. —dice Henry.
       —Tienes razón. —dice José.
       De pronto Manuel volteo a su derecha viendo a Andrea.
       —¿Te puedo acompañar hasta tu casa? —pregunta.
       Andrea lo mira a los ojos.
       —Sí, está bien. —contesta ella con una sonrisa.
       Luego de un largo trayecto, se detienen en la entrada de una calle.
       —Bien, aquí nos despedimos, nos vemos más tarde. —dice Henry.
       —¡Adiós! —dicen en coro Manuel y Andrea.
       —Hasta el rato. —dice José.
       —Hasta luego. —dice Henry.
       Él se va por la izquierda, Manuel, José y Andrea subieron por la calle y una cuadra mas adelante José se despidió de ellos yéndose por otra calle por la izquierda y Manuel y Andrea siguieron delante, José caminó tres cuadras derechos por esa calle pasando su casa, en la segunda cuadra, luego dobló por la derecha y subió dos cuadras más, llegando hasta una casa, tocó la puerta, al cabo de unos segúndos se escucharon unos pasos del otro lado que se acercaban, abren la puerta y quien se muestra es Stephani, resplandeciente, con una franela azul marina, unos jeans negros y unos zapatos marca Nike, azul oscuro.
       —Hola. —dice José sonriente.
       —Hola. —contesta Stephani con una voz tierna y una sonrisa en su rostro.
       Se dan un beso en sus mejillas y se abrazan, ella lo invita a pasar y este entra.
       —¿Cómo estás? —pregunta José.
       —Estoy bien y ¿Tú? —contesta Stephani.
       —Mucho mejor ahora. —contesta José.
       —Ven siéntate. —dice Stephani.
       Tomando a José de la mano guiándolo hacia el sofá grande, se sientan los dos.
       —¿Cómo te fue hoy? —pregunta Stephani.
       —Bien, un poco cansado, a tí ¿Cómo te ha ido? —contesta José.
       —Bien también, horita estoy haciendo el almuerzo, ¿Tienes hambre? —pregunta Stephani.
       —¡Sí, mucha! —exclama José.
       Los dos sueltan unas risas inocentes.
       —Está bien, yo me encargo. —dice Stephani levantándose y yéndose.

       Manuel y Andrea llegaron hasta la casa de ella, deteniéndose en la puerta.
       —Bueno, ya llego a su casa señorita. —dice Manuel.
       —Gracias por acompañarme, no tenías por qué hacerlo. —dice Andrea.
       —No es ningún problema, era mi deber que llegaras bien. —dice Manuel.
       Los dos sueltan unas sonrisas en sus rostros.
       —Gracias, pero sabes que me puedo cuidar sola, ya sabes que soy más fuerte que tú. —dice Andrea en tono de burla.
       —Lamento dañar tus ilusiones, pero ya sabes que te estaba dejando ganar. —contesta Manuel mofándose.
       Los dos comienzan a reírse hasta que se detuvieron y sus miradas se cruzaron y los ojos de cada uno se iluminaron, en silencio, sus ojos hablaban más que sus bocas, sensaciones inexplicables recorrían sus cuerpos y sin darse cuenta sus sentimientos se hacían notar, de pronto la bocina de un automóvil que pasaba sonó tan fuerte que los distrajo, cortando tal momento, se rieron después.
       —Bueno creo, que me tengo que ir… nos vemos después. —dice Manuel.
       —Sí, está bien, nos vemos. —dice Andrea.
       Manuel dio unos pasos hacia atrás de espaldas, mientras que ella abría la puerta de su casa y entraba, luego él se giró y se fue.

       Henry entra a su casa cerrando la puerta detrás de él, camina hacia la derecha entrando en la cocina, caminó hasta la repisa y abriendo unas pequeñas puertas, sacó una olla, cerró las puertas, se giró hacia la derecha caminando hasta el lava platos, colocó la olla bajo el grifo, giro la perilla de esta y el agua salió cayendo dentro de la olla, luego de que la estaba medio llena, Henry cerro el grifo, tomó la olla y se la lleva a la cocina, colocándola encima de una de las estufas, luego este abre la perilla de la estufa, acerca el dedo índice de la mano derecha a esta y expulsando una pequeña llamarada de fuego la enciende, luego Henry camina hacia el mesón y arrecuesta la espalda baja de esta, con los brazos cruzados se queda pensativo, su mente comenzó a divagar y a pensar en toda la situación, lo que habló con los demás, en que pasará y quien será este nuevo enemigo a combatir.

       Manuel llega a su casa, entrando en la sala, cierra la puerta, fue hacia la izquierda subiendo un pequeño escalón, luego gira hacia la izquierda otra vez y comienza a subir otras escaleras, luego de que llega arriba, gira hacia la izquierda dando una vuelta en “U”, camina por un pequeño pasillo hasta llegar a una puerta de madera, gira la perilla de esta y entra en lo que es su habitación, se detiene con la cama delante de él y comienza a hurgar en los bolsillos de su pantalón, sacando de estos las llaves y su billetera, tirándolas encimas de la cama, luego se da vuelta, sale de la habitación y baja las escaleras, girando hacia la derecha dando otra vuelta en “U”, camina por un pasillo, de un estante toma un vaso y siguió caminando entrando en la cocina, dobla hacia la derecha y llega hasta la nevera, la abre y de esta saca una jarra con agua, vierte el agua que esta tiene en el vaso, luego vuelve a guardar la jarra dentro de la nevera y la cierra, se da vuelta y llevándose el vaso a la boca se da un trago de esta, en eso su teléfono suena y metiendo la mano izquierda en el bolsillo izquierdo del pantalón saca el teléfono, lo encendio y observa que es un mensaje de Andrea, lo abre y lo lee, le da otro sorbo al vaso y sigue leyendo y caminando en pequeños pasos, luego se gira dándole la espalda a la entrada de la cocina, toca la pantalla del teléfono y este muestra el teclado y Manuel comienza a escribir con una gran sonrisa en el rostro, de pronto Manuel siente un fuerte golpe en la nuca, tumbándolo en seco boca abajo, el vaso calló y dio unos seis rebotes hasta que se detuvo y Manuel quedo inconsciente tendido en el suelo.

       Stephani y José siguen juntos en la casa, sentados en el sillón de la sala principal.
       —¿Qué estas estudiando? —pregunta Stephani.
       —En realidad no estoy estudiando, pero aprendo sobre mecánica automotriz con mi tío. —contesta José.
       —¿Qué quieres hacer en tu vida? —pregunta Stephani.
       —Quiero hacer tantas cosas, quiero trabajar de la mecánica, quiero poder reunir suficiente dinero y montar mi propio negocio automotriz, con taller y una venta de repuestos, quiero poder darle un mejor futuro a mi mamá, ella ha sacrificado mucho por mí, compartir en grande con mi familia. —dice José.
       —Y ¿Querer hacer tu propia familia? —pregunta Stephani.
       José de pronto mira a Stephani un poco sorprendido por la pregunta, luego evade la mirada.
       —Sí, quiero poder hacer mi propia familia, casarme algún día, pero temo no poder. —dice José.
       —¿Por qué? —pregunta Stephani nuevamente.
       José de pronto queda algo atónito, luego de darse cuenta de lo que dijo, cruzándosele por la mente lo que Eduardo le había dicho, José se quedó en silencio, bloqueado, sin saber que contestar, luego voltea hacia la ventana observando que afuera esta oscuro.
       —Ya es de noche. —dice José. —¿Qué hora es? —preguntó.
       Stephani observa el reloj de la sala.
       —La once y media. —dice Stephani.
       —¡¿Qué?!—exclama José levantándose de golpe.
       —Pero ¿Qué pasa? —pregunta Stephani algo sorprendida por la reacción de José.
       —Lo que pasa es que me tengo que ir, ya se me hizo muy tarde. —dice José.
       —Bueno, está bien, déjame ir abrirte. —dice Stephani.
       Stephani se levantó y los dos caminaron hacia la puerta, ella la abrió y José salió, mientras que Stephani se quedó del lado de adentro, él se volteo y sus miradas se cruzaron.
       —Bueno… ¿Nos vemos otro día? —dice José.
       —Claro, me gustaría. —dice Stephani con una pequeña sonrisa.
       A pesar de que se tenia que marchar, no quería irse y ella no quería que él se fuera, era una despedida difícil para los dos, ninguno quería un segundo encuentro, sino quedarse toda la noche juntos.
       —Tienes que irte. —dice ella.
       —Sí, está bien, hasta luego. —dice José.
       —¿Me mandas un mensaje? —pregunta Stephani.
       —Sí… sí, lo voy hacer. —contesta José sonriendo.
       Él se va por la derecha bajando la calle, Stephani se quedó viéndolo irse, luego entró más a la casa y cerró la puerta, José se voltea hacia atrás observando la casa de Stephani notando que ella ya había cerrado la puerta, luego comenzó a observar su alrededor y no veía nadie más en la calle, en eso alzó el vuelo y se fue.

       Henry esta acostado en el sofá grande de la sala, dormido, de pronto comenzó a alterarse, su respiración comenzó a agitarse y a moverse bruscamente.
       —No… no, no… —repetía una y otra vez.
       Se alteraba cada vez más, se movía violentamente, lanzando manotazos y patadas como intentando pelear, solo por unos pocos segundos estuvo así, hasta que de golpe se despertó, agitado, levantando la mitad del cuerpo, sentándose, su corazón latía más rápido de lo normal y sudaba sin parar, en eso su teléfono sonó, este volteo exaltándose, observando el teléfono en la mesa de centro, soltó un suspiro para relajarse, bajó las piernas del sofá, se inclinó para tomar el teléfono y ve que es una llamada entrante de José, tocando la pantalla, desliza la tecla para atender la llamada y se lleva el teléfono a la oreja.
       —Aló… ¿Qué paso? José… no, todavía estoy en mi casa, ¿Qué hora es? —pregunta Henry apartando el teléfono de su oreja y observando la hora, viendo que faltaban veinte para la media noche. —¡Carajo, ya es tarde!... sí, sí, ya voy en camino, nos vemos allá. —dijo colgando la llamada, tomando las llaves de la mesa, levantándose del sofá, guardándose las llaves y el teléfono en los bolsillos del pantalón, fue hacia la puerta, la abrió, salió y cerró la puerta, yéndose de ahí.

       José llegó a la casa de Eduardo y este, está fuera junto con Andrea, José desciende y da unos seis pasos hasta llegar donde están ellos.
       —Hola, Andrea. —dice José.
       —Hola, José, ¿De casualidad sabes algo de Manuel? —pregunta Andrea.
       —Ahm… no, pero llame a Henry y no tarda en llegar. —dice José.
       En eso Henry llegó y descendió justo donde están los demás.
       —Hola. —dice Henry.
       —¿Sabes algo de Manuel? —pregunta Eduardo.
       —No, ¿Por qué? —pregunta Henry.
       —No sabemos nada de él. —dice Andrea.
       —¿Ya lo llamaron? —pregunta Henry.
       —No contesta el teléfono, ni responde los mensajes. —contesta Andrea.
       —Esto no me está gustando. —dice Eduardo.
       —Ya estoy preocupada, ¿Será que le pasó algo? —dice Andrea.
       —Y ¿Si vamos hasta su casa? —dice José.
       —No. —dice Henry.
       Los demás voltean a verlo y este, está de espaldas a ellos, observando hacia donde está la ciudad.
       —Sé dónde ir, no podemos perder tiempo. —dice Henry.
       Henry alza el vuelo yéndose, Andrea hace lo mismo siguiendo a Henry, José voltea a ver a Eduardo y la mirada de estos se cruzaron.
       —¡Otra vez! —exclama José.
       Eduardo levanta las cejas mientras lo ve, José comienza a levitar se mueve donde Eduardo, se coloca detrás de él y tomándolo por debajo de los brazos lo alza y se lo lleva, los cuatro volaron por un rato hasta que llegaron al centro de la ciudad, pasando por Capitolio, de ahí siguieron más adelante, subiendo hasta que llegaron a un templo católico, la Iglesia de las Mercedes, allí descendiendo, justo en toda la entrada del templo, José bajó a Eduardo con cuidado hasta que toco el suelo, lo soltó y él, termino de descender.
       —¿Ya llegamos? —pregunta Andrea.
       —Sí, aquí es. —contesta Henry.
       —¿Por qué una iglesia? —pregunta José.
       —No sé, sentí que teníamos que venir aquí. —dice Henry.
       Eduardo observaba detalladamente a pesar de la poca luz que tenía, pero logró notar que una de las puertas del templo estaba entre cerrada.
       —Está abierta. —dice Eduardo. —Tal vez algo está pasando adentro, vamos. —agregó.
       Eduardo caminó hasta la puerta derecha y la empujó un poco, entrando él y luego lo siguieron los demás, ya adentro el lugar estaba algo oscuro, pero una vaga luz que provenía de detrás del altar, iluminaba solo la mitad del templo por dentro, ellos se iban acercando poco a poco caminando por el pasillo central, pero notaban algo arriba del altar guindando.
       —¿Qué es eso? —preguntó Henry.
       Ellos observaban lo que estaba allí y notaron una persona inconsciente, con la cabeza abajo, colgada con los brazos estirados hacia los lados, con una especie de humo negro, denso con rayos rojos que lo recorren, lo sostienen de las muñecas, en las paredes de los dos lados están unos aros rojos luminosos, de los bordes salen trece picos en cada uno y dentro un pentagrama los cuales también son luminosos, de estos el humo esta unido, sujeto a estos.
       —Es Manuel. —dice Eduardo.
       —Sí es él. —dice Henry.
       —Como que esta inconsciente ¿No? —dice José.
       —¡Tenemos que ayudarlo! ¡¿Qué esperan?!—exclama Andrea.
       Ella en lo que iba a correr, Eduardo la tomó de los brazos con fuerza.
       —¿Qué te pasa? ¡Eduardo, suéltame! —exclama Andrea.
       —No Andrea espérate, algo no está bien aquí. —dice Eduardo.
       —¡Suéltame! —exclama Andrea con un fuerte halón en los brazos, se soltó de Eduardo.
       De pronto se escuchó un fuerte golpe, a lo que ellos se dieron vuelta mirando detrás, mirando detalladamente notaron una sombra que se acercaba a ellos, la sombra tenía una apariencia pequeña, Eduardo y los muchachos observaban detenidamente  mientras que la sombra se acercaba más, hasta que algo de la iluminación de la luz llegó a este y se notó tal presencia, era Declan con la mano derecha en le mango de la espada, dispuesto a pelear.
       —Declan. —dijo Eduardo.
       —¿Qué hacen ustedes aquí? —pregunta este.
       —¿Qué haces tú aquí? —preguntó Eduardo.
       —Vine porque supe de una presencia extraña en este lugar y quise venir a investigar, luego iba a ir a avisarles a ustedes, y ustedes que… —dice Declan interrumpiéndose a sí mismo.
       Declan observó detrás de ellos, viendo a Manuel colgado.
       —¿Ese no es el amigo de ustedes, el que…? ¿es veloz? —pregunta este.
       —Sí, y no sabemos cómo llegó hasta ahí. —dice Eduardo.
       —¿Esta inconsciente? —pregunta Declan.
       —Sí, y estamos viendo como bajarlo de ahí. —dice Eduardo.
       —No podrán. —dice la voz de una mujer.
       Todos voltean y ven que de la derecha, en aquella oscuridad aparece una sombra caminando hasta pararse delante del altar justo enfrente de los demás, la mujer es de piel blanca, de cabellera negra, su rostro era bonito de ojos color café, llevando un vestido largo, marrón y zapatos negros.
       —¿Tú quién eres? —pregunta José.
       —Soy alguien a quien Dios le arruino la vida, colocándole una maldición eterna. —dice la mujer.
       —¿Fuiste tú, quien dejó a Manuel así? —pregunta Andrea.
       —Tal vez… —dice la mujer. —Sé que ustedes son los Elegidos de Dios y contra ustedes llevare a cabo mi venganza. —agregó.
       —Esto no me gusta. —dice Declan.
       —A mí tampoco, pero no logro descifrar bien quien es ella. —dice Eduardo.
       —Perfecto, pelearemos contra una desconocida. —dice José.
       En eso los ojos de la mujer se pusieron negros y empezó a respirar por la boca y cada vez era más agitada la respiración, hasta que de una forma extraña comenzó a bufar, luego su cuerpo y ropa comenzó a transformarse, fue creciendo y su apariencia fue cambiando, su cabeza fue creciendo, su rostro se fue estirando, formando el hocico alargado de una mula, los ojos más separados y luego cambiaron de un color rojo intenso, sus brazos y manos se agrandaron y se hicieron más fornidos, su cuerpo y su piel cambio a un color marrón, con pelaje liso, sus piernas y pies también se agrandaron y cambiaron tomando la forma de unas patas de caballo, mientras que los miraba, bufaba lleno de ira, Eduardo, Declan y los muchachos quedaron anonadados ante lo que estaban viendo.
       —Pero… en, ¿Qué cosa se convirtió? —pregunta Henry.
       —Parece una especie de mitad mula, mitad humano. —dice Andrea.
       —¿Dijiste mula? —pregunta Eduardo viendo a Andrea.
       —Sí, ¿Por qué? —contesta Andrea.
       Eduardo voltea a ver a la cosa frente a ellos.
       —¡Claro! Ella es La Mujer Mula. —dice Eduardo.
       —¿Qué? ¿Quién es ella? —pregunta Henry.
       —Hace mucho tiempo en el año de mil ochocientos quince, una anciana fue a un restaurante de aquí de Caracas, ahí trabajaba su hija, ella le negó la comida y la echó del lugar. La señora se encontró con alguien en la calle, quien le obsequió una moneda con la cruz de San Andrés en el sello. El hombre le dijo que regresara, pagara con la moneda y dijera “Quédate con el vuelto para que compres malojo” la señora lo hizo así y acto seguido la hija se transformó de la cintura para arriba en mula, delante de todos los presentes, comenzó a lanzar coces y huyó corriendo. Desde ese día la mujer aparece rezando en la iglesia de Las Mercedes cubriéndose con un manto blanco. La apodaron, La Mujer Mula, ella es esa mujer y está es la iglesia de las Mercedes. —dice Eduardo.
       —Bien, ya sabemos quién es, ahora terminemos con esto para salvar a Manuel. —dice José.
       José dio un brinco largo hacia La Mujer Mula, rápidamente se fue acercando, pero esta con la misma rapidez le dio una fuerte bofetada con la mano izquierda, haciéndolo volar lejos, chocando contra una de las columnas que lo detuvo y cayó al suelo.
       —Ustedes enfréntense a eso, nosotros buscaremos la forma de bajar a Manuel. —dice Eduardo. —Vamos Andrea. —agregó.
       Eduardo y Andrea se fueron por la hilera de las bancas de la izquierda, en eso La Mujer Mula abrió su enorme hocico, dentro de este se fue formando una esfera de poder grande, roja y brillante y con un fuerte rugido expulsó una ráfaga de energía.
       —¡Ah, la mierd...! —exclamó Henry.
       Extendiendo los brazos hacia delante con las manos abiertas, formó una esfera de poder grande y amarilla; y tensando los brazos expulsó una ráfaga de energía que chocó contra la otra creándose un forcejeo entre las dos energías. Eduardo y Andrea corrían hacia el altar, La Mujer Mula se dio cuenta y levantando el brazo derecho, extendiéndolo les apuntó a ellos y con la mano abierta formó otra esfera de poder roja y tensando el brazo expulsó la esfera, Eduardo y Andrea se dieron cuenta y estos se detuvieron, Andrea extendió los brazos hacia delante con las manos abiertas, de estas expulsó agua que delante de ellos formó un gran escudo circular de agua, la esfera de poder chocó contra el escudo, empujándolo hacia dentro, pero no llegaba hacia ellos, la bestia cerró la mano haciendo que la esfera de poder explotara y este deshizo el escudo de agua he hizo volar a Andrea y a Eduardo, estos se golpearon contra la pared y cayeron al suelo.
      —¡Declan, haz algo! —exclama Henry.
      Declan voltea y mira a Henry, luego vuelve a ver a la bestia, toma el mango de la espada con la mano derecha y la desenvaina, la hoja de la espada tenía ochenta y siete centímetros de largo, con buen filo, luego comenzó a correr hacia La Mujer Mula, una vez cerca y sosteniendo su espada con las dos manos llevó la espada hacia atrás y blandiéndola con fuerza, le hizo un corte en la pierna derecha a la bestia, soltó un quejido y le propinó un fuerte golpe a Declan, que lo voló de regreso, cayendo en el suelo deslizándose más atrás de donde esta Henry, luego la bestia soltó otro fuerte rugido, expulsando más poder en la ráfaga de energía que empujó más hacia Henry aquel forcejeo, Eduardo y Andrea se levantaron del suelo y siguieron corriendo hacia donde esta Manuel. Las ráfagas poder poco a poco se acercaban mas hacia Henry, en eso una esfera de poder golpea a la bestia explotándole en el rostro, esto deshizo las ráfagas de energía, pero no le hizo daño a la bestia, esta voltea hacia la izquierda y ve a José de pie con la mano derecha extendida hacia delante, la bestia extendió la mano derecha hacia él con la mano abierta, Henry dio un salto yendo hacia ella, cuando esta se dio cuenta apartó la mano y empuñando la otro le fue a propinar un golpe a Henry, este detuvo el golpe con las dos manos, José le fue encima a La Mujer Mula propinándole un fuerte golpe en el rostro a esta, dejándola algo atolondrada.
       —Gracias José. —dice Henry.
       —De nada. —contesta este.
       Eduardo y Andrea llegaron donde está el altar de la iglesia, detrás de esta, ellos levantaron la cabeza y arriba está colgado Manuel inconsciente.
       —¡Manuel!... ¡Manuel! —grita Andrea.
       —Andrea no hay que perder tiempo hay que ver como lo podemos bajar de ahí. —dice Eduardo.
       En eso Manuel comienza a mover la cabeza, levantándola lentamente.
       —¡Está vivo! ¡Se está despertando! —exclama Andrea.
       Andrea levanta los brazos hacia los lados, al tensarlos, rayos de electricidad comienzan a salir distintas tomas de corrientes en distintas partes de la iglesia.
       —¿Qué estás haciendo? —pregunta Eduardo.
       —Voy a liberarlo. —contesta Andrea.
       —¡No, no hagas eso! —exclama Eduardo.
       Andrea miro a Eduardo, relajó los brazos y los bajó, los rayos de electricidad se disiparon.
       —¿Por qué? —pregunta ella.
       —Mira los aros. —dice Eduardo señalando los aros luminosos que están en las paredes. —Esas cosas no se van a deshacer con tus rayos de electricidad, tal vez lo podrían empeorar, son Aros de Amarre Infernal. —dijo observando extrañado.
       —¿Cómo los podemos deshacer? —pregunta Andrea.
       —Bueno… —balbucea Eduardo.
       Manuel fue abriendo los ojos y tambaleaba la cabeza, abría y cerraba los ojos una y otra vez, luego agitó la cabeza de un lado a otro hasta que pudo recobrar la conciencia.
       —Mira, ya despertó. —dijo Andrea. —¡Manuel! ¡Manuel! —exclamó.
       Manuel observó a Henry y a José luchando contra La Mujer Mula y frunció el entrecejo, no entendía que era lo que sucedía, ni donde estaba.
       —¡Manuel! —exclamó Andrea.
       Manuel bajó la cabeza, viendo hacia abajo y vio que Andrea y Eduardo estaban allí.
       —¿Andrea? ¿Eduardo…? ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? —pregunta Manuel algo alterado.
       —Manuel, tranquilízate, estamos en una iglesia, de casualidad ¿Recuerdas lo que te pasó? —dice Eduardo.
       —¡No! —exclama Manuel.
       —Eduardo, ¿Cómo lo bajamos? —pregunta Andrea un poco alterada.
       —Manuel, ¿Puedes vibrar? —pregunta Eduardo.
       —¿Vibrar? —pregunta Manuel haciendo eco.
       —Sí, puede que así te puedas soltar de las ataduras. —dice Eduardo.
       Manuel voltea para un lado y al otro, viéndose las manos, luego comienza a moverlas velozmente, pero de pronto de los aros salieron unos rayos de electricidad que recorrieron el humo negro hasta llegar a Manuel, electrocutando todo su cuerpo, este gritó de dolor por unos segundos hasta que la tortura seso, Andrea y Eduardo se impresionaron al ver eso.
       —¡Manuel! ¡¿Estás bien?!—exclama Andrea.
       —¡Carajo!... no puede vibrar así, solo puede hacerlo con cosas sólidas. —dice Eduardo.
       Henry le propina a La Mujer Mula una patada con la pierna izquierda y José también le propina una con la derecha, mientras que la bestia levanta los dos antebrazos, bloqueando las dos patadas, tomándolos de las piernas, arrojando a Henry hacia delante, lejos, este cae al suelo y se desliza hasta chocar con la puerta de la iglesia, la bestia toma a José con las dos manos, dándose vuelta arroja a José hacia el altar, siendo arremetido contra este, rompiéndolo al chocar, Eduardo y Andrea se arrojaron al suelo por el fuerte impacto, del bolsillo derecho del sobretodo de Eduardo se salió la medalla rodando, Eduardo la observó, hasta que dio unas tres vueltas y cayó con la imagen de San Benito hacia arriba, Andrea se levantó y fue hacia José tomándolo de los brazos.
       —Ven, José levántate. —dice Andrea.
       José se puso de pie con ayuda de Andrea.
       —¿Te encuentras bien? —pregunta Andrea.
       —Sí. —contesta este.
       José tomó impulso inclinándose y dio un salto hacia La Mujer Mula, llevando el brazo derecho hacia atrás, empuñando la mano le propinó un fuerte golpe a la bestia en el rostro, luego otro con la izquierda y siguió con una fuerte patada desde abajo, la bestia voló y cayó al suelo por fuertes golpes. Eduardo tomó la medalla y se levantó del suelo y fue donde Andrea.
       —Tengo una idea de como podemos liberar a Manuel. —dice Eduardo.
       —¿Cuál? —pregunta Andrea.
       —Bueno, solo te diré que no puede ser del todo efectiva, pero puede que logremos algo. —contesta Eduardo.
       Henry se levanta del suelo, delante de él ve a Declan aun tirado en el suelo, boca arriba, va hacia él, agachándose al lado.
       —Declan… Declan… —dice Henry a la vez que lo mueve.
       Este despierta mirando a Henry, se levanta sentándose.
       —¿Qué pasó? —pregunta Declan.
       —Te noquearon, ven levántate. —dice Henry.
       Henry lo toma por debajo de los brazos y lo ayuda a levantarse, Declan toma su espada y se pone de pie. Eduardo sostiene la medalla con el pulgar y el índice.
       —In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amén. —dice Eduardo haciendo la señal de la cruz, luego cierra los ojos y levanta los brazos en la mano derecha tiene la medalla y la izquierda la tiene abierta. —In nomine patris et Dei per Jesum Christum Filium suum: ergo non est draco sit mihi dux, et ut huiusmod vincula ese ad huius filius a patre… —siguió.
       De pronto de la medalla dos rayos de luz azul salieron descendiendo y cada uno fue hacia cada aro y al tocarlos, estos comenzaron a ser afectados y los aros comenzaron a titilar.
       —Ut essem vobis dimittere hace vincula, Ut essem vobis dimittere hace vincula, Ut essem vobis dimittere hace vincula… —dice Eduardo repetidas veces.
       La Mujer Mula se levanta y observa lo que esta sucediendo con los aros y suelta un fuerte rugido, José la observa y empuñando las manos transformó estas y los antebrazos en piel rocosa y las agrando, Henry y Declan también observan como la bestia se había enfurecido.
       —Hay que darle tiempo a Eduardo, vamos. —dice Henry.
       Henry y Declan corren hacia la bestia, esta fue a propinarle con la derecha un golpe a José y este lo detuvo tomando el puño con la izquierda, luego José le propinó tres golpes seguidos en el rostro con la derecha, Declan blandiendo la espada le hizo otro corte en la pierna a la bestia haciéndola hincarse, ella le fue a propinar un golpe, pero Henry lo detuvo y le aparto el brazo, de la mano derecha formó una bola de fuego y estirando el brazo la expulsó y le pegó en la cara a la bestia, esta soltó un quejido, Henry le fue encima, con el brazo derecho rodeo su cuello, con el otro brazo rodeo la parte de atrás, colocando la muñeca en la mano derecha dentro de la parte interna del codo, asegurando la llave, José comenzó a propinarle varios golpes en el cuerpo y otro en la cara, Henry soltó la llave y esta se fue de lado, luego Henry juntando las manos y entrelazando los dedos levanto ambos brazos y con fuerza le propinó un golpe en la espalda a la bestia, tumbándola al suelo. Eduardo de pronto se detuvo y bajó los brazos, su respiración era agitada y lo hacía por la boca.
       —Eduardo, ¿Qué pasó? —pregunta Andrea.
       —Es todo lo que puedo hacer… lo debilite… pero tenemos que vencer a quien hizo este hechizo, solo así lo podremos liberar. —dice Eduardo agitado.
       Tirada en el suelo, Henry se colocó delante de La Mujer Mula, extendió los brazos hacia delante y con las manos abiertas formó una esfera de energía grande.
       —¡No! —exclama Eduardo.
       Henry deshace la esfera y voltea, viendo a Eduardo, José y Declan también y Andrea también miró a Eduardo.
       —No deben asesinarla. —dice Eduardo.
       —¿Qué? ¿Cómo qué no? —pregunta Henry.
       —No deben asesinarla, porque ella no es un espíritu. —contesta Eduardo.
       —Eduardo, de ¿Qué estás hablando? —pregunta Andrea confundida.
       —Ella, está viva. —dijo Eduardo.
       Todos quedaron anonadados de tal revelación.
       —Pero ella se transforma en… eso. —dice José señalándola.
       —Lo sé, lo que tiene ella es una maldición… fue condenada a vivir así eternamente, ella todavía esta viva, no la pueden matar. —dice Eduardo.
       —Entonces ¿Qué hacemos? —pregunta Henry.
       Eduardo se quedó en silencio, viendo a Henry fijamente y luego desvió la mirada hacia la bestia, observándola.
       —Le hare un exorcismo. —dice Eduardo.
       —¡¿Qué?! —exclama Andrea. —Eduardo, tú no has hecho exorcismo en años, tú mismo me lo dijiste. —dijo.
       —Lo sé, pero ella merece ser libre de su maldición y terminar de vivir su vida como debe ser. —dice Eduardo mientras caminaba hacia la bestia. —Tal vez así también podamos liberar a Manuel. —agregó.
       Eduardo sube la mano derecha, tomando el sobretodo, levantándoselo, introduce su mano izquierda en uno de los bolsillos internos, y de este saca una pequeña cantimplora plateada, con una cruz blanca plasmada en medio, luego con la mano derecha gira la tapa de la cantimplora destapándola, luego se pasa esta a la mano derecha, coloca el pulgar izquierdo en la boquilla, luego inclina la cantimplora hacia abajo y la regresa.
       —¿Qué es eso? —pregunta José.
       —Es agua bendita. —contesta Eduardo.
       Eduardo llegó donde la bestia, se agachó, acercó la mano izquierda a la cabeza de la bestia, tocándola.
       —Vobisque tándem benedicimus in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amén. —dice Eduardo haciéndole una cruz con el pulgar.
       Luego tapa la cantimplora y se la guarda en el bolsillo izquierdo del sobretodo, luego coloca la medalla justo donde hizo la cruz, haciendo presión con el pulgar, tomando su nuca con la otra mano y cierra los ojos.
       —Kyrie, eleison, Christe eleison, Kyrie eleison. —dice Eduardo. —Pater de caelis, Deus, miserere nobis, fili, redemtor mundi, Deus, miserere nobis. Spiritus Sancte, Deus, miserere nobis, Sancta Trinitas, unus Deus, miserere nobis. —continuo.
       Eduardo abre los ojos y de pronto la bestia abrió los ojos con aquel color rojo intenso, alrededor de la medalla comenzó a salir humo ligero, la bestia comenzó a soltar rugidos furiosos, cerraba las manos y las abría una y otra vez, luego las dejó empuñadas, de forma repentina la bestia se levantó quedando arrodillada, Eduardo rápidamente se puso de pie, volviendo a colocar la medalla en la cabeza y sosteniéndola con la otra mano de la nuca con fuerza.
       —¡José, Henry, vengan rápido, ayúdenme! —exclama Eduardo.
       Henry y José corrieron rápido hacia él.
       —¿Qué hacemos? —pregunta Henry.
       —Tómenla con fuerza… —dice Eduardo.
       Henry la tomó del brazo izquierdo con fuerza, José transformó sus brazos y los agrando, y la tomó del brazo derecho con fuerza.
       —Sancta Maria, ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix ora pro nobis Sancta Virgo virginum, ora pro nobis. Sancte Michael Gabriel et Raphael, orate pro nobis, Omnes sancti Angeli, orate pro nobis. Sancte Abraham, ora pro nobis, Sancte Ioannes Baptista, ora pro nobis, Omnes sancti Patriarchae et Prophetae, ora pro nobis. Omnes sancti Apostoli, orate pro nobis, Omnes santi discipuli Domini, Omnes sancti martyres, orate pro nobis, Omnes Sancti et Sanctae Dei, orate pro nobis... —dice Eduardo cada vez más acelerado.—Propitius esto, libera nos domine, Ab omni malo, libera nos domine, A norte perpetua, libera nos domine, Per Incarnationis tuae, libera nos domine, Per sanctam resurrectionem tuam, libera nos domine, Per refusionem Spiritus Sancti, libera nos domine. Christe Fili Dei vivi, miserere nobis, Qui in hunc mundum venisti, miserere nobis, Qui in mortem propter nos accepisti, miserere nobis, Qui a mortuis resurrexisti, miserere nobis, Qui Spiritum Sanctum in Apostolos misisti, miserere nobis, Qui venturus es iudicare vivos et mortuos, miserere nobis... —sigue con gritos intensos, la bestia soltaba fuertes rugidos de dolor. —Ut nobis parcas, te rogamus audi nos, Ut ecclesiam tuam sanctam regere et conservare digneris, te rogamus audi nos, Ut omnes homines ad Evangelii lumen perducere digneris, te rogamus audi nos… —siguió más rápido y a gritos. —¡Christe audi nos, Christe exaudi nos! —exclamó con énfasis.
       Luego el cuerpo de la bestia comenzó a cambiar, se iba encogiendo, las piernas y pesuñas fueron cambiando, los brazos y manos se encogían y cambiaban, el pelaje iba desapareciendo, la cabeza se reducía, todo esto sucedió hasta que su cuerpo dejó de ser el de una bestia, volviendo a ser de nuevo una humana con el vestido marrón puesto, su cabeza y rostro volvieron a ser el de la mujer, los brazos delgados y blancos, las manos pequeñas con dedos delgados y su cabello negro y largo, la mujer seguía gritando de dolor, los ojos de la mujer dejaron de se ser rojos y volvieron a ser normales.
       —Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis, Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis, Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis. —repetía Eduardo rápidamente. —Christe audi nos, Christe exaudi nos. Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison. Amén. —agregó mientras que iba bajando la voz.
       La medalla dejó de esparcir aquel humo y la mujer dejó de gritar de dolor, volviendo a caer inconsciente dejando caer la cabeza hacia delante, Eduardo apartó la medalla, bajando los brazos cansado, con la respiración agitada.
       —Ayúdenla y siéntenla. —dice Eduardo señalando las bancas.
       Henry y José la van levantando, colocándose los brazos de ella detrás del cuello, luego de que la levantan, la llevaron a la primera banca de la hilera de la derecha, sentándola allí, bajando sus brazos con cuidado y colocándole la cabeza hacia atrás, apoyándola del respaldar, luego ellos la sueltan y José regresa sus brazos a la normalidad, Eduardo se levantó y caminó hasta los escalones que suben a los escombros de lo que era el altar y se sienta en el tercer escalón.
       —Eduardo, ¿Estás bien? —pregunta Andrea.
       —Sí… sí, estoy bien. —contesta Eduardo.
       La mujer comenzaba a reaccionar, moviendo los brazos y levantando la cabeza, intentando abrir los ojos.
       —¿Cómo te sientes? —pregunta Henry.
       —Algo cansada. —contesta ella.
       —Es normal. —dice Eduardo.
       —¿Cómo te llamas? —pregunta Henry.
       —Julieta… Julieta Montenegro. —contesta la mujer abriendo los ojos, viendo a Henry.
       —Julieta… eres libre de tu maldición. —dice Eduardo.
       —¿Qué? ¿Cómo? —pregunta ella viendo a Eduardo.
       —Te hice un exorcismo, por eso estas cansada, quien te hizo aquella maldición era un demonio fuerte. —dice Eduardo.
       —¿Cómo que un demonio? No, Dios fue quien me puso la maldición. —dice Julieta.
       —No Julieta, Dios jamás te puso una maldición. —contesta Eduardo.
       —Pero la medalla que me dio mi madre, tenía una cruz, ¿Cómo no pudo venir de Dios esa maldición? —pregunta Julieta.
       —Los demonios pueden manipular algunos objetos con símbolos cristianos, si estos no están benditos y ellos los pueden usar a su antojo. Por lo que le hiciste a tu madre, un demonio vio una oportunidad y maldijo la medalla, tu madre solo fue un conducto para hacértelo llegar. —dijo Eduardo. —Ahora ya puedes seguir tu vida normal, con tranquilidad, pero eso sí, hay muchos cambios allá afuera, pero no te preocupes, te ayudaremos. —agregó.
       —No pasó nada. —dice Andrea de espaldas a ellos, con la mirada hacia arriba.
       Los demás voltearon y observaron a Manuel que todavía seguía colgado, Eduardo se había puesto de pie confundido, así como los demás también los estaban.
       —No puede ser. —dice Eduardo, voltea viendo a la mujer. —Te libere del mal, ¿Por qué él, no es libre? —pregunta un poco alterado.
       —No sé. —contesta Julieta.
       —¿Tú hiciste ese hechizo? —pregunta Eduardo.
       —No, yo no lo hice. —contesta Julieta.
       —Entonces ¿Quién lo hizo? —pregunta Henry.
       —Él, lo hizo. —dice Julieta.
       —¿Quién es él? —pregunta Eduardo.
       —No sé, su nombre. —dice Julieta levantándose de la banca. —Pero él, me prometió que me quitaría la maldición si yo los mataba a ustedes. —agregó mientras caminaba y se paraba en medio del pasillo, en frente de Eduardo.
       —¿Si nos matabas? —pregunta José haciendo eco.
       —Debe ser… —dice Henry viendo a Eduardo.
       —Lo sé. —dice Eduardo interrumpiéndolo. —Lo peor es que sin él aquí, no podremos liberar a Manuel. —agregó.
       —Pero si aquí estoy. —dice la voz de un hombre.
       Eduardo, los muchachos y Declan ven detrás de Julieta y esta se da media vuelta, viendo una sombra en la parte oscura del templo, una figura masculina, Julieta lo veía y un inmenso miedo comenzó a recorrer todo su cuerpo, abriendo mas los ojos y quedando boquiabierta.
       —¡Es él!... lo puedo sentir, es él. —dice ella.
       —Me decepcionaste, eres una basura, solo tenías un trabajo, te di los poderes necesarios y te vencieron. —dice el hombre con un tono de voz prepotente.
       —¿Quién es ese? —pregunta Declan.
       —Arioch, deja libre a Manuel. —dice Henry.
       —Me manipulaste, me dijiste que Dios me había puesto esa maldición, pero me mentiste, fue un demonio quien lo hizo. —reprocha Julieta.
       —Sí, fue un demonio quien te puso esa maldición, pero ahora que ya no la tienes, no me sirves de nada. —contesta Arioch.
       Arioch levanta el antebrazo derecho a la altura de la cabeza y con la mano abierta, en esta hizo aparecer una lanza, de bastón largo y una hoja de plata, triangular y filosa en la punta adelante, este la sostiene, he inclinándose hacia delante, tomando impulso estira el brazo hacia delante con fuerza, soltando la lanza que fue directo a Julieta, clavándose la hoja en el abdomen, traspasándola, la lanza quedó incrustada, saliendo la mitad de esta por la espalda, esparciendo sangre que cayó al suelo, Julieta soltó un quejido de dolor, inclinando la parte de arriba de su cuerpo un poco hacia delante, la hoja y parte del bastón tenían sangre que corría y goteaba, Julieta sostenía la otra parte del bastón que no traspasó su cuerpo, Julieta se fue hacia la izquierda cayendo en seco al suelo, todos quedaron impresionados de lo que vieron, la sangre espesa de Julieta se esparcía por todo el suelo, Henry corrió hacia ella, agachándose y moviendo un poco su cuerpo hacia atrás, con la mano derecha sostuvo su mejilla izquierda, levantándo su cabeza vio que de su boca salía sangre que se deslizaba por la barbilla y la mirada completamente perdida, Henry volvió a colocar su cabeza en el suelo y se volteo viendo a los demás.
       —Está muerta. —dijo él.
       Luego volvió a ver a Arioch.
       —¡Eres un maldito! —exclamó Henry. —Ya no había necesidad. —agregó.
       —Tal vez para tí. —contestó Arioch. —Pueden quedarse con su amigo, tampoco lo necesito. —agregó.
       Arioch levantó el antebrazo izquierdo y chasqueando los dedos de su mano instantáneamente deshizo el hechizo, los aros en las paredes y el humo negro y denso que sostenían a Manuel desaparecieron y este cayó en seco a suelo, todos corrieron hacia él, Andrea por estar más cerca llegó primero, se agachó y lo intentó levantar, más atrás llegó Eduardo y luego los demás, Declan volteo hacia atrás, pero la sombra de Arioch había desaparecido.
       —¿Dónde está? —pregunta Declan.
       Los demás voltearon y tampoco lo vieron.
       —¿Se fue? ¡No podemos dejarlo ir! Iré por él. —dice Declan alterado.
       —¡Declan, no vayas! —exclama Eduardo.
       —¡No podemos dejarlo escapar! —exclama Declan.
       En eso él se fue corriendo hacia las puertas del templo y salió de ahí, Eduardo lo vio irse y soltó un quejo de rabia, luego volvieron todos a ver a Manuel.
       —Manuel, Manuel, despierta por favor, despierta. —dice Andrea angustiada.
       —Tenemos que llevárnoslo. —dice Henry.
       De pronto Manuel reacciona con un quejido de dolor.
       —¿Andrea? —dice este.
       —Está reaccionando, está despertando. —dice Andrea.
       —Andrea. —dice Manuel a lo que abre los ojos.
       —¡Sí, despertó! —exclama Andrea sonriendo. —Ayudémoslo a levantarse. —dijo.
       Eduardo lo tomó de un brazo y José lo tomó del otro, lo fueron levantando y se colocaron los brazos de él, detrás del cuello y lo terminaron de levantar.
       —Está muy débil, lo llevaremos a mi casa, ahí se quedará conmigo. —dice Eduardo.
       Lo fueron llevando cargado hacia la puerta, Andrea echó un vistazo al cuerpo de Julieta.
       —¿Que pasará con Julieta? Tenemos que hacer algo por ella. —dice Andrea.
       Eduardo se detuvo, obligando a José a detenerse también.
       —No podemos hacer nada, tenemos que irnos. —dice Eduardo.
       —¡¿Qué?!—exclaman Andrea, José y Henry al unísono.
       —¿Cómo que no podemos hacer nada? Eduardo ella fue manipulada por Arioch y la mató, al menos debemos enterrar su cuerpo. —dice Henry.
       —¡No, podemos hacer nada! —exclama Eduardo. —¡Así es esto!... en la mañana se encargarán de ella cuando la encuentren… nosotros no podemos involucrarnos más, nuestra prioridad ahora es Manuel y nos lo tenemos que llevar, ya. —reprocha.
       Ninguno volvió a hablar, todos se quedaron en silencio, volvieron a retomar el paso hacia las puertas y salieron del templo.

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