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Capítulo 7 "Secuestrado"

       Eduardo y los muchachos están en casa de Yanneth mientras esperan la noche, están los cinco en la sala conversando, tratando de ingeniar un plan para atrapar al Cereton, luego Eduardo se levanta del sillón y camina hacia delante, doblando hacia la derecha en la esquina de la pared, camina unos cuatro pasos y dobla hacia la derecha en un marco de puerta, entrando a la cocina ahí se encuentra con Yanneth, lavando los platos en el fregadero.
       —Hola. —dice Eduardo.
       —Hola… ¿Pasa algo? —pregunta Yanneth algo curiosa.
       —No sé qué estoy haciendo aquí, no me di cuenta en qué momento esto llego a mi vida. —dice Eduardo.
       —Bueno, creo que ya era hora de que empezaras hacer algo. —dice Yanneth.
       —Algo… —dijo Eduardo con ironía.
       Camina acercándose a Yanneth hasta quedar al lado de ella, luego se inclina hacia atrás apoyando su espalda baja con el mesón.
       —Yo estaba completamente tranquilo en mi casa yo solo, me salí de la Legión precisamente para no volver hacer estas cosas y luego… él… —dice Eduardo señalando con la mano hacia arriba y llevando la vista hacia el techo como simple reflejo. —Viene y me elige para esto. —agregó.
       —Tal vez, sigue viendo en tí un gran potencial, si te eligió fue por algo, tú misión debe ser importante. —dice Yanneth.
       —Así parece… lo curioso es que no fue él, quien me dijo personalmente, mando a… ya sabes quién para decirme. —dice Eduardo.
       Yanneth dejo de lavar los platos de pronto y volteo viendo con sorpresa a Eduardo.
       —¿Aun lo sigues viendo? —pregunta Yanneth.
       —Sí, se me aparece cuando se le da la gana y él fue quien me dio toda la información en cuanto a ellos, todo lo que tengo que saber. —contesta Eduardo.
       —Bueno, bien sabes que Dios no puede manifestarse personalmente, tal vez lo mandó a él como un mensajero. —dice Yanneth regresando a fregar los platos.
       —Un mensajero muy fastidioso, aunque admito que me ha ayudado en varias ocasiones y me insiste que le hable de él a los muchachos. —reprocha Eduardo.
       —Y ¿Ya lo hiciste? —pregunta Yanneth.
       —No. —responde Eduardo.
       —Pues en algún momento tendrás que hacerlo, ellos merecen saberlo. —dice Yanneth.
       —Sí, eso lo sé, pero no hay prisa algún día lo haré. —dice Eduardo.
       —Pues no te tardes tanto. —reclama Yanneth.
       —¡Disculpa! —dice Andrea.
       Apareciendo en el marco de la entrada a la cocina con una actitud un poco tímida.
       —Hola, cariño ¿Qué se te ofrece? —dice Yanneth.
       —¿Si, puedo tomar un vaso con agua? —pregunta Andrea.
       —Sí, sí, mi amor… —dice Yanneth.
       Ella toma un vaso, acabado de lavar del mesón y se lo ofrece a Andrea, esta se acerca y lo toma.
       —Ve a la nevera ahí hay una jarra con agua, sírvete. —dice Yanneth.
       —Hablamos después ¿Está bien? —dice Eduardo.
       Yanneth asiente con la cabeza, Eduardo sale de la cocina y se va donde los demás, Andrea abre la nevera, toma la jarra de agua de plástico con una tapa puesta, con una abertura, vierte el agua en el vaso, luego la vuelve a meter dentro de la nevera y la cierra y le da un sorbo al vaso.
       —Yanneth. —dice Andrea.
       —¡Si! —contesta ella.
       —No lo tomes a mal, pero… Eduardo nos contó lo que te pasó y… lamento mucho que pasaras por eso. —dice Andrea.
       —Está bien Andrea, no te preocupes ya estoy bien. —contesta Yanneth de forma cariñosa.
       —¿Te puedo hacer una pregunta respecto a Eduardo? —pregunta Andrea.
       —Sí, dime. —dice Yanneth.
       —¿Él siempre ha sido así? ¿Cascarrabias? ¿Odioso? —pregunta Andrea.
Yanneth suelta una risa tímida. —¿Te digo la verdad? —pregunta Yanneth.
       Andrea asiente con la cabeza mientras le da otro sorbo al vaso.
       —No, no siempre fue así, antes él era alguien que le gustaba ser muy sociable, haciendo amigos en todas partes, pero, creo que lo que lo hizo cambiar fue lo que pasó esa noche. —dice Yanneth.
       —Eduardo nos dijo que además de lo que te pasó, alguien perdió la vida ahí. —dice Andrea.
       —Sí, su aprendiz. Su nombre era Johnny, era solo un muchacho, un seminarista que también se estaba iniciando para ser exorcista en la Legión, al muchacho lo asignaron a Eduardo para que lo entrenara, para que fuera su mentor, Johnny y él compartían pensamientos, ideas en cuanto a las criaturas sobrenaturales, nos querían ayudar, se volvieron tan unidos que Eduardo lo quiso como a un hijo y cuando lo llevó para ese caso, no se pensó que le pasaría eso, Eduardo quedo frustrado por su perdida y ahí de repente dejó de ser el mismo, luego comenzaron los problemas en la Legión, lo abrumaron y desertó, sin decir a donde ir, sin rumbo, pasaron muchos años sin saber de él hasta ahora… —la voz de Yanneth comenzó a quebrarse.
       Haciéndosele un nudo en la garganta, se llevó la mano derecha debajo de la nariz como tratando de evitar el llanto, y de pronto lagrimas salían de sus ojos recorriendo su mejilla, luego se las intento quitar con la misma mano.
       —Gracias a ustedes él está regresando hacer lo que le gustaba, él es una buena persona, solo tienen que tenerle un poco de paciencia. —dice Yanneth.
       —Claro, no te preocupes, nosotros vamos a estar con él. —dice Andrea.
       Luego Yanneth le da un abrazo a Andrea y esta también la abraza con fuerza, luego se separan y Yanneth termina de secarse las lágrimas de los ojos con las manos.
       —Creo que, voy a regresar con los muchachos. —dice Andrea.
       —Sí, sí, está bien. —contesta Yanneth.
       Andrea camina hacia el marco de la entrada y sale de la cocina, doblando hacia la izquierda, luego más a delante hizo otro doble a la izquierda y se reincorporó con los demás sentándose en uno de los sillones.
       —Bien, ya nos queda poco tiempo, nos mantendremos fuera de la casa, pero tenemos que estar ocultos y vigilar bien todo lo que podamos, en cualquier momento él va a ir para allá otra vez y en lo que sepamos que ahí está, el objetivo es poderlo atrapar, para que Henry lo queme y así que se haga visible otra vez. ¿Entendido? —dice Eduardo.
      Los muchachos asienten con la cabeza.
      —SÍ. —dice Henry.
      —Sí. —dice también José.
      Eduardo y los muchachos se levantan de los sillones, se despiden de Yanneth y se dirigen a la puerta y salen de la casa y se van a donde Rafael, tardaron unos quince minutos en llegar a la casa, Eduardo toca la puerta, del otro lado se escuchan unos pasos fuertes y secos acercándose, abren y es Rafael.
       —Hola, padre, ¿Qué hace aquí? —pregunta Rafael.
       —Buenas noches señor Rafael, vengo para deshacernos del Cereton, nos dieron la autorización para encargarnos de esto. —dice Eduardo.
       —¡Fue muy rápido! —exclama Rafael.
       —Mientras más rápido, mejor. —dice Eduardo.
       —¿Van a entrar? —pregunta Rafael.
       —No, nos quedaremos aquí afuera, puede que vuelva y es seguro que pase, tal vez use el mismo método, pero lo importante es no volverlo a dejar entrar. —dice Eduardo.
       —Entiendo, ¿Lo puedo ayudar en algo? ¿Necesita algo? —pregunta Rafael.
       —Sí, me podría prestar una silla y un sombrero ¡Por favor! —dice Eduardo.
       —Sí, claro. —dice Rafael.
       Él se da media vuelta y va a buscar las cosas, Eduardo se voltea también y comienza a merodear y se quedan esperando.
       —¿Es necesario mentir? —pregunta Henry.
       —¿De qué hablas? —pregunta Eduardo confundido.
       —Que les digas que eres un sacerdote cuando no lo eres y que tenemos una autorización que no tenemos... —dice Henry.
       —Sin mencionar que somos tus “monaguillos”. —comenta José con énfasis y haciendo una seña de comillas con los dedos.
       —Sí, sé que no se empezó bien, pero esto si hay que terminarlo bien, estamos aquí porque no sabemos que está pasando y lo estamos averiguando, no es momento de pensar en esas pequeñeces. —dice Eduardo.
       Los muchachos se quedan callados, haciendo caso omiso, luego Rafael se va acercando a la puerta trayendo una silla de cabilla gruesa, tejida con cuerdas de plástico, en una mano y en la otra un sombrero de llanero, de cuero, negro, sale y coloca la silla cerca de la puerta y le entrega el sombrero a Eduardo y este lo toma.
       —Gracias, señor Rafael. —dice Eduardo.
       —De nada, ¿Para qué va a necesitar esto? —pregunta Rafael.
       —Para dormir. —dice Eduardo bromeando y mostrando una sonrisa.
       Rafael también sonríe expirando por la nariz, haciendo un intento de risa.
       —El truco es engañar al Cereton, simulare estar dormido, así su impulso de curiosidad lo hará acercarse a mí y cuando lo tenga cerca de mí, lo atraparemos. —dice Eduardo.
       —Interesante, ¿Alguna otra cosa que pueda hacer por usted? —pregunta Rafael.
       —Váyase a dormir y su familia también, el Cereton tiene que creer que todo está normal, nosotros nos quedaremos afuera esperándolo. —contesta Eduardo.
       —Está bien, que les vaya bien. —dice Rafael.
       —Que pase buenas noches Rafael. —dice Eduardo.
       Los muchachos se despiden haciendo el gesto con la mano al igual que él con ellos, Rafael entra y cierra la puerta.
       —Muy bien, solo es cuestión de dos horas para que sean las doce de la noche, ellos en cualquier momento se van a ir dormir y ustedes se tienen que esconder, cuando el Cereton venga y me vea yo les avisare y recuerden bien, el objetivo es atraparlo, ahora necesito que busquen un buen lugar para esconderse y que no sea muy lejos. —dice Eduardo.
       —Está bien. —dice Andrea.
       —Bien. —dice Henry.
       Todos se separan y recorren el lugar buscando algún sitio para esconderse, Manuel decidió del otro lado de la casa opuesta a la calle, detrás de la esquina de la pared donde está la puerta principal, así está cerca de Eduardo, Henry decidió en la cabina de la camioneta Chevrolet modelo picó, estacionada a solo unos pasos de dónde estaría Manuel, José decidió detrás de un madero grueso y largo tirado en el piso y Andrea detrás de unos arbustos que quedan diagonal a la casa y justo a toda la vista de la calle, Eduardo está terminando de acomodar la silla y en eso Henry se acerca a él.
      —Eduardo. —dice Henry llamándolo.
       —Sí. —contesta él.
       —¿Crees que esto saldrá bien? —pregunta Henry.
       —No, en realidad no sé si saldrá bien, no sé si va a funcionar, lo que si sé, es que tenemos una oportunidad y la tenemos que aprovechar. —dice Eduardo.
       —¿Alguna vez enfrentaste a un Cereton antes? —pregunta Henry.
       Eduardo voltea a mirarlo, luego desvía la mirada hacia arriba y la mueve hacia la izquierda, luego lo vuelve a ver.
       —Sí, hace mucho tiempo, pero era un Cereton normal, solo hacia travesuras, fastidiaba, fue fácil manejarlo. —dice Eduardo.
       —¿Cuál es la diferencia con este? —pregunta Henry.
       —Que este, no es un Cereton normal, puede agredir de forma muy violenta, y puede dejar rastros de desastres paranormales como si fuera una entidad, solo cosas de otro plano como espectros, son capaces de hacer eso, tú percibes esos rastros y que lo haga un Cereton es muy extraño, porque no es algo muerto, es una persona viva que se hace invisible y ese hechizo no te da ningún otro tipo de poder sobrenatural solo es un hechizo simple de invisibilidad, esa es la diferencia. —dice Eduardo.
       —Entiendo… bien. —dice Henry.
       Al cabo de un rato apagan las luces de la casa, señal de que ya se tenía que ir preparando, paso una hora y media esperando.
       —Ya es hora de que se escondan, ¡Váyanse! —les dice Eduardo, susurrando.
       Los muchachos se fueron a sus lugares, Manuel se fue detrás de la pared, Henry se montó y se metió en el  cajón de la camioneta, agachándose para que no lo vieran, José se acostó detrás del madero y Andrea se colocó detrás de los arbustos, Eduardo sentado deslizo la aparte baja de su cuerpo hacia delante, inclinándose más hacia atrás, cruzando las piernas extendidas, apoyando el cuello del borde superior del respaldar, inclinando la cabeza hacia atrás, estiro la mano izquierda hacía en piso y tomó un puñado de tierra, se colocó el sombrero encima de la cara cubriéndosela con la otra mano y coloco las manos sobre su abdomen, la derecha cubriendo la izquierda, pasó un rato corto cuando Andrea percibió algo y comenzó a escuchar unos golpes bajo, de algo que golpeaba una madera, ella se apartó algo de las plantas de los arbustos para poder ver, intentando hacer poco ruido, y al poder observar no veía nada, luego vió una piedra que salió volando directo hacia una de las ventanas de la casa, pero no podía ver quien la arrojo, no entendía que pasaba hasta que viendo al piso se dio cuenta que unas huellas de pies descalzos se formaban de la nada en la tierra que yacía acercándose hacia la esquina que dobla para la puerta, las huellas se detuvieron, luego caminaron lentamente acercándose a Eduardo, una vez cerca, el sombrero que tenía Eduardo, comenzó a levantarse solo de un lado, Andrea queda estupefacta, boquiabierta y tapándosela con la mano derecha, Manuel asoma la mitad de la cara para echar una vistazo a Eduardo, y justamente ve como el sombrero se levantaba, Eduardo con los ojos cerrados, pero no dormido siente que mueven el sombrero, en eso el abre los ojos repentinamente y con rapidez levanta la mano izquierda tirando y esparciéndole la tierra en el cuerpo al Cereton, este se echa para atrás, Eduardo se levanta de la silla y se tira hacia él, abrazándolo, provocándole un grito ahogado por el brusco golpe, luego caen los dos en el piso.
       —¡Ahora, muévanse! —grita Eduardo.
       José y Henry se levanta y ven a Eduardo peleando solo en el piso, de pronto Eduardo impulsado y sale volando hacia atrás, cayendo en el piso, Manuel salió corriendo hacia él ayudándolo a levantarse, José lleva las mano al piso, tensándolas creando dos montañas de tierra que cubrieron y tomaron los pies del Cereton con fuerza, impidiéndole moverse, Henry creo dos bolas de fuego en sus manos, levantando los brazos hacia atrás y después estirándolas hacia delante expulsó dos llamaradas de fuego hacia el Cereton y este de forma inesperada rompió las montañas de tierra que lo tenían retenido, librándose y pudiéndose mover, las llamas no lo tocaron y éstas se dispersaron, José se levanta y de la nada se inclina hacia delante sintiendo como algo lo golpeo en el estómago, luego bruscamente su cabeza va hacia la derecha, luego a la izquierda, después otra vez hacia la derecha de forma más violenta haciéndolo caer y golpeando su cabeza muy fuerte con el madero, quedando inconsciente, Henry lo vé y salta del cajón de la camioneta, cae en el suelo, corre hacia José, pero de pronto el Cereton lo detuvo, haciéndolo dar una media vuelta, Henry sentía como algo lo sostenía del cuello con fuerza, Henry lo toma y calienta las manos, haciendo quemar al Cereton para que lo soltara, este suelta un grito y también suelta a Henry, él se da media vuelta y comienza a lanzar golpes a la locura sin darle a nada, luego siente como algo lo golpea con fuerza en el estómago, luego en la barbilla que lo hace levantar la cara y dar cuatro pasos hacia atrás y después sale volando para atrás, siendo detenido por la camioneta con un fuerte golpe en la espalda y cayendo al suelo boca abajo, a duras penas levanta la cabeza hacia delante y es golpeado con fuerza en la cara dejándolo inconsciente, Manuel corre hacia donde podría estar el Cereton, y de repente este es alzado hacia delante y arrojado con fuerza cayendo de espaldas al piso, Andrea suelta una descarga eléctrica de sus manos hacia el Cereton y este la recibe, provocándole dolor y haciéndolo gritar, la descarga lo lastima un poco y a pesar de que ella está lejos de él, este se movió rápido hacia Andrea, tomándola del cuello, levantándola e impulsándola hacia atrás, arremetiéndola de espaldas contra el piso, luego la levanta y la lanza hacia un árbol donde es detenida de un fuerte golpe y cae inconsciente en el suelo, luego Manuel llega a donde está en Cereton con velocidad y lo toma por detrás, haciéndole una llave metiendo sus brazos por debajo de los de él, inmovilizándolo, el Cereton se inclina hacia delante, llevando a Manuel con él y con fuerza va hacia atrás saltando y dejándose caer de espaldas, haciendo que Manuel caiga al piso y con él encima, Manuel lo suelta y luego un fuerte golpe en la cara lo deja inconsciente, Eduardo corre hacia Manuel, pero se detiene a mitad del trayecto, comienza a ver hacia alrededor, intentando buscar al Cereton, pero le resultaba difícil por el hecho de que era invisible, termina llevando la mirada hacia donde Manuel quedándose paralizado, luego de forma inesperada siente un fuerte golpe en la nunca que lo desploma en el piso, dejándolo también inconsciente, era el Cereton con una rama grande y gruesa, la rama parecía flotar, luego la suelta, cayendo está en el suelo.

       Henry se encuentra afuera en el patio, de noche, delante de la camioneta, lleva su mirada donde está el madero en el suelo, luego de forma extraña ve un reflejo que aparece y desaparece con rapidez de José siendo golpeado por el Cereton, llevando su cara de forma violenta hacia la derecha.
       —¡José! —exclama Henry.
       Y corre hacia el madero, una vez que llega baja la mirada y ahí esta José, tendido de lado derecho, sus brazos estirados hacia abajo y el izquierdo parecía guindando el antebrazo, con las piernas atras de la otra y ligeramente flexionadas hacia atrás, la cabeza recostada del madero, los ojos abiertos y con sangre dispersada desde su cabeza, recorriendo el madero y cayendo en el suelo, Henry queda impactado y aterrado a lo que ve, ve diagonal a la derecha y está otro cuerpo tirado, él se acerca corriendo y al ver es Manuel boca arriba, con los brazos estirados hacia los lados, la pierna derecha estirada a lo largo y la izquierda flexionada hacia dentro, la cabeza volteada a la derecha y con la cara bañada en sangre, Henry queda aún más aterrado, abriendo más los ojos, respirando con más fuerza por la boca y se lleva la mano derecha a la cabeza, luego se da media vuelta, y está otro cuerpo tirado, Henry corre hacia él y al llegar es un cuerpo de mujer, boca abajo, con los brazos estirados hacia los lados, y los antebrazos flexionados hacia arriba, la pierna izquierda estirada y la derecha con la rodilla flexionada hacia dentro con el pie entre las piernas, el rostro no se ve dado que el cabello largo lo tapa.
       —¡Andrea! —dice Henry.
        Con cara de terror, Henry camina hacia atrás de espaldas, aun respirando con fuerza por la boca, luego voltea la cabeza hacia la derecha y ve a Eduardo, sentado de forma estirada hacia delante, con la espalda inclinada hacia atrás, los brazos guindando, su cabeza apoyada del borde superior de la silla, pero girada hacia la izquierda, con los ojos abiertos y la boca medio abierta, de la cabeza chorreaba sangre que goteaba, Henry más impactado había quedado.
       —¡Despierta! —exclama una voz de mujer susurrando.
       Henry estaba paralizado, aterrado, sin saber qué hacer.
       —¡Despierta Henry! ¡Despierta! —repite la voz que susurra un poco más fuerte.
       Henry respira más y más fuerte la sensación de miedo dentro de él aumentaba cada vez más.
       —¡Despierta! —grito la voz.

       Henry despierta abriendo los ojos de golpe, levantando la cabeza e inhalando por la nariz con fuerza, gira su cabeza hacia la izquierda.
       —¡Por fin, despertaste! —exclama una voz de mujer.
       Henry voltea de repente viendo que una mano se acerca a tocarlo y este de golpe se levanta, con las manos se impulsó hacia atrás, apartándose.
       —¡Soy yo, soy yo! ¡Henry, soy yo! Yenni. —dice ella.
       Intentándolo calmar y este de detiene, soltando un suspiro profundo.
       —Tranquilo. —dice Yenni.
       —¿Qué…? ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —pregunta Henry un tanto desorientado y confundido.
       —Tranquilo estás en mi cuarto. —dice Yenni.
       —¡¿Tu cuarto?! —exclama Henry haciendo eco.
       —Sí, mi papá te trajo aquí esta mañana cuando los encontró tirados en el patio desmayados. —dice Yenni.
       —¿Nos encontró que…? ¡Hay! —exclama Henry sintiendo un dolor punzante en la frente, llevandose la mano derecha a ella. —¿Qué paso? ¿Dónde están los muchachos? —pregunta él.
       —Tus amigos están en la sala, ya se despertaron. —responde Yenni.
       —Tengo que ir con ellos. —dice Henry.
       Mueve las piernas hacia la derecha, bajándolas de la cama, sentándose, luego se impulsa para levantarse y se pone de pie, camina hacia la puerta, toma la perilla, la gira y hala la puerta abriéndola, el sale de la habitación y al observar, José está frente a él sentado en el sillón grande, inclinado hacia delante con el brazo izquierdo apoyado del codo con la pierna y el antebrazo y la mano guindando, mientras que el otro brazo también con el codo apoyado de la otra pierna, el antebrazo hacia arriba y la cabeza apoyada de la mano cubriéndose los ojos, Andrea está sentada en el sillón individual a la derecha, inclinada hacia delante, con los dos brazos apoyados a la pierna y cubriéndose la cara con las manos y Manuel está la izquierda parado de espalda a ellos, con los brazos cruzados y la cabeza hacia abajo.
       —¡Hey! —exclama Henry.
        José levanta la cabeza hacia arriba, Manuel voltea a su izquierda y Andrea levanta la cabeza, volteando a la izquierda, se levanta y camina hacia Henry.
       —¡Henry! ¡Gracias a Dios que estás bien! —exclama ella abrazándolo.
       —Sí, sí, y ¿Ustedes están bien? —pregunta él.
       Andrea se separa de él.
       —Sí, estamos bien. —responde ella.
       —¿Qué paso anoche? Casi no me acuerdo de nada. —dice Henry.
       —Henry, ¿No recuerdas que estuvimos peleando contra el Cereton? —pregunta Andrea.
       —Sí, vagamente, sé que estaba peleando con él, pero después, ya no supe más. —dice Henry.
       —Es porque quedaste inconsciente, te dio un golpe tan fuerte que te desmayó, como a todos. —dice Andrea.
       Luego de otra habitación sale Rafael.
       —¡Muchacho, ya despertaste! —exclama Rafael.
       —Sí, gracias señor Rafael, por ayudarnos. —dice Henry.
       —No te preocupes. —dice él.
       —¿Dónde está Eduardo? —pregunta Henry.
       Andrea voltea y cruza miradas con Manuel y José, luego vuelve a ver a Henry.
      —Henry, no sabemos dónde está Eduardo. —dice ella.
      —¡¿Qué?! —exclama Henry.
      —Tememos la idea de que se lo hayan llevado. —dice Manuel.
      —Yo nada más los encontré a ustedes cuatro tirados en el patio, al padre no lo vi. —dice Rafael.
      —Esto, está mal. —dice Henry un fuerte suspiro.
      —No sabemos qué hacer y no sabemos dónde puede estar. —dice José.
      —La Sierra es un pueblo pequeño, pero con una vegetación muy grande y podría estar en cualquier parte, perdido. —dice Rafael.
       —Buscarlo nos llevara demasiado tiempo. —dice José.
       —Ya sé que hacer… hay que buscar a Yanneth. —dice Henry. —Tal vez ella sepa hacer algo. —agregó.
       —Buena idea, vamos. —dice Andrea.
       Los muchachos caminan para la puerta.
       —Gracias, otra vez señor Rafael. —dice Henry.
       —¡De nada! Avísenme cualquier cosa. —dice él.
       Los muchachos salen de la casa y se van para la casa de Yanneth.
       —Y ¿Si nos encontramos a Eduardo allá donde Yanneth? —comenta Manuel.
       —Y nos dejó tirados en el patio, mientras fue a buscar ayuda… ¡Claro Manuel, seguro hizo eso! —contesta José de forma sarcástica.
       Todos se quedaron callados mientras seguían caminando. Al cabo de quince minutos, llegaron a la casa de Yanneth, Henry fue a tocar la puerta.
       —Espero que este aquí. —dice Henry.
       Del otro lado escucharon unos pasos acercándose, abren la puerta y es Yanneth.
       —¡Hola, muchachos! ¿Cómo les fue? —pregunta Yanneth con una actitud risueña.
       —Yanneth, ¿Eduardo está aquí? —preguntó Henry con algo de desesperación.
       —No, aquí no está, ¿Por qué? —contesta Yanneth frunciendo el entrecejo.
       —Yanneth, paso algo malo. —dice Henry.
       —¿Cómo así? ¿Qué pasó? —pregunta Yanneth luego giro la cabeza hacia todos lados. —¿Dónde está Eduardo? —agregó.
       —No sabemos dónde está Eduardo. —dice Andrea.
       —Y tememos que se lo hayan llevado. —continuo Henry.
       De pronto el rostro risueño de Yanneth se borró.
       —Pasen, rápido a la casa. —les dice ella.
       Los muchachos entran a la casa, pasando a la sala principal, José se sienta en el sillón individual mientras que Manuel y Andrea se sentaron en el grande y Henry y Yanneth se quedaron de pie.
       —Cuéntenme, ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Yanneth.
       —Peleamos contra el Cereton, lo enfrentamos, pero… —dice Henry.
       —Todos quedamos inconscientes, el Cereton pudo con nosotros y no pudimos, yo fui el último en quedar inconsciente, pero de Eduardo, no supe nada. —dice Manuel.
       —Y ¿Cómo saben que a Eduardo le pasó algo? —pregunta Yanneth un poco alterada.
       —El dueño de la casa el señor Rafael, nos encontró esta mañana y nos metió en su casa a esperar a que nos despertáramos y él nos dijo que los únicos que estaban en su patio éramos nosotros. —dijo Henry.
       —¡Hay, Dios mío! —exclama Yanneth llevándose las manos a la cara y paseándoselas hacia arriba, pasando el cabello.
       —Yanneth, necesitamos que nos ayudes a buscar a Eduardo, necesitamos encontrarlo. —dice Andrea.
       —Yo, no sé, ahm... —divaga Yanneth.
       Ella se levanta y comienza a caminar sin decir nada, los muchachos se quedan en completo silencio, luego Yanneth se voltea hacia ellos.
       —Está bien, los voy a ayudar. —dice Yanneth. —Pero, necesitaremos la ayuda de alguien más. —agrego.
       —¿De quién? —pregunta Henry.
       —Ya lo sabrán, vámonos. —dice Yanneth.
       Todos se dirigen a la puerta y salen de la casa, caminan algunas cuadras, alrededor de diez minutos hasta llegar a una casa en la que su fachada tiene estilo colonial.
       —¡¿En serio, Yanneth?!—exclama Manuel.
       Se dirigen a la puerta y esta está abierta, ellos entraron y el lugar por dentro se veía, desastroso y las cosas desordenada, tiradas en el suelo, habían objetos rotos, las paredes manchadas y rayadas, cuando terminan de entrar a la sala, hay un hombre sentado de frente a ellos en un sillón individual, inclinado hacia atrás con la cabeza recostada del borde superior del respaldar, con los brazos apoyados de los posa brazos, en la mano izquierda tiene un vaso de vidrio con un poco de whisky y en la otra un sombrero pequeño, el hombre levanta la cabeza al frente y sonríe.
       —Hola, Yanneth. —dice el hombre.
       —Hola, Augusto. —contesta Yanneth.
       —¿Cómo están muchachos? Tiempo sin verlos, ¿Ya atraparon al Cereton? —pregunta Augusto con ironía.
       —No, ¿Qué pasó aquí? —pregunta Henry.
       —Esperaba que ustedes me dijeran algo con respecto a ésto. —dice Augusto.
       —¿Nosotros? ¿Por qué nosotros? —pregunta José.
       —Porque después de que ustedes se fueron, yo salí de mi casa y cerré con llave, no iba a estar aquí anoche y cuando regresé esta mañana, veo la puerta abierta, forzada y mi casa hecho un desastre así que quiero saber que pasó. —dice Augusto.
       —Nosotros no tuvimos nada que ver con lo que pasó aquí. —dice Andrea.
       —Augusto necesitamos de tu ayuda. —dice Yanneth.
       —¿Para qué? —pregunta Augusto dándole un sorbo al trago.
       —Eduardo desapareció. —dice Yanneth.
       Augusto lleva su mirada hacia Yanneth.
       —El desertor de la Legión está desaparecido, bueno búsquenlo. —dice él con indiferencia.
       —Esto no es algo como que alguien se fue a caminar por el monte y se perdió, creo... creo que lo secuestraron. —dice Yanneth.
       —Entonces llamen a la policía y que registren por toda la Sierra. —dice Augusto con sarcasmo.
       —¡Augusto, esto es serio! —exclama Yanneth.
       —¡Y esto también es serio! Lo que le hicieron a mi casa también es serio. —replica Augusto.
       —Augusto, sé que lo que pasó con tu casa no está bien, pero si Yanneth está aquí pidiendo tu ayuda para encontrar a Eduardo, entonces eso me hace pensar que eres un brujo capaz de hacerlo y necesitamos con urgencia tu ayuda ¡Por favor! —dice Henry.
       —¿Qué me puede hacer, querer ayudarlos? —pregunta Augusto.
       —Si tú nos ayudas, nosotros te ayudaremos a encontrar quien hizo esto, ¿Qué te parece? —le dice Henry.
       Augusto se queda en silencio pensando, mientras los observa a cada uno.
       —Está bien… —dice Augusto levantándose del sillón. —Los ayudaré y ustedes me ayudaran después. —agregó.
       —Está bien. —dice Henry.
       Augusto se lanza un fondo con el trago y lo tira al piso, rompiéndose.
       —Ya me deben un vaso nuevo… busquemos a ese ex mercenario. —dice Augusto caminando hacia la puerta, pasando entre ellos.
       —Se llama Eduardo. —replica Yanneth.
       —¡Sí, ajam! Lo que sea. —dice Augusto.
       Todos se van caminando hacia la casa de Rafael, tardaron unos veinte minutos en llegar. Al llegar, Augusto comienza a recorrer todo el patio, investigando, Henry va hacia la puerta de la casa y toca, del otro lado abren la puerta y es Yenni.
       —¡Hola Henry! —dice Yenni con una sonrisa en su rostro.
       —Hola Yenni. —contesta Henry de igual manera. —¿Esta tu papá? —pregunta.
       —Sí, si está, ¡Ahm…! —dice ella volteándose. –¡Papá! —grita.
       —¡Voy! —responden desde adentro de la casa.
       Yenni se voltea a ver a Henry y estos dos se quedan viéndose uno al otro sonrientes, luego aparece Rafael, acercándose a la puerta.
       —Hola muchacho! Dime, ¿Qué ha pasado? —dice Rafael.
       —Señor Rafael, aún no hemos encontrado a… al padre Eduardo, pero trajimos a una apersona que nos puede ayudar, para que sepa que estaremos aquí. —dice Henry.
       —Está bien, ¿Puedo ayudar en algo? —pregunta Rafael.
       —Le estaré avisando. —dice Henry.
       —Quiero ver quien está ahí. —dice Rafael.
       Henry, Rafael y Yenni, van hacia donde están los demás.
       —¿Cómo está Rafael? —dice Yanneth.
       —Hola Yanneth. —contesta él.
       Augusto se da media vuelta viendo a Rafael.
       —¡Rafaelo! —exclama Augusto.
       —¡Señor Augusto! ¿Cómo le va? —dice Rafael.
       Augusto le da la mano a Rafael y un abrazo.
       —¿Por qué no me dijeron que era a Rafael que estaban ayudando? —pregunta Augusto.
       —Entonces ustedes si se conocen. —dice Andrea.
       —¡Claro! Este es un pueblo pequeño y además el señor Rafael me ha ayudado en muchas cosas desde que vine a este pueblo. —dice Augusto.
       —¿Cómo van las cosas? —pregunta Henry.
       —Bueno… —dice Augusto dándose la vuelta y agachándose tocando la tierra y tomando un puño de ella en la mano. —Encontré rastros del Cereton, puedo encontrarlo... —siguió voltea la cabeza viendo a Henry. —Pero necesito que me busquen, una botella de ron, ¿Pueden? —agregó.
       —Sí… —dice Rafael volteándose hacia Yenni. —Hija, podrías buscar la botella de ron en la casa ¡Por favor! —siguió
       Yenni fue corriendo hacia la casa y de la misma forma entro en ella.
       —Gracias, Rafael. —dice Augusto.
       —¿Por qué necesitas ron? —pregunta José.
       —Para poder hacer un hechizo de rastreo. —contesta Augusto.
       —Creí que podrías tú solo. —dice Manuel.
       —No siempre, los brujos del tipo que sea, sacan sus hechizos o magia o como quieran llamarle de sí mismos, hay hechizos que requieren de materiales. —dice Augusto.
       Los muchachos miran a Yanneth y esta al verlos a todos asiente con la cabeza. Pasó poco rato hasta que Yenni volvió con la botella.
       —Destapa la botella. —dice Augusto.
       Yenni destapa la botella de ron, Augusto la pide con la mano y ella se la da, este la toma, se pega el pico de la botella en la boca y se da un trago directo, traga frunciendo toda la cara y suelta un rugido a la vez que agita la cabeza.
       —¿Para eso pediste ésto? ¿Para echarte un trago? —pregunta Henry molesto.
       —Claro… lo necesito. —contesta Augusto descaradamente.
       Luego Augusto se da vuelta directo al bosque, coloca la botella a la altura de su pecho, baja la cabeza y cierra los ojos, luego comienza a murmurar cosas rápidamente, cuando termina vuelve a darse un trago de la botella y la mantiene en la boca, levanta la mano derecha en donde tiene un puñado de tierra y en lo que abre la mano, escupe el trago con fuerza sobre el puñado de tierra, esparciéndose este delante de él, la tierra con el trago crearon un rocío luminoso que se esparció a lo largo del bosque y mientras caía iluminaba las huellas del Cereton dentro de ella, los muchachos, Rafael y Yenni quedaron sorprendidos de tal evento.
       —Bien, ahí están, Rafael, tú y tu hija se deben quedar aquí, los demás vamos. —dijo Augusto.
Rafael y Yenni se quedaron, mientras que los muchachos, Yanneth y Augusto se internaron en el bosque.

      Dentro del bosque cerca de un rio, el sol ya estaba bajo y poco a poco oscurecía, en el pie de un árbol se encontraba Eduardo atado a este, inconsciente, de pronto este se despierta de golpe, levantando la cabeza, pestañea forzosamente y mueve la cabeza de un lado a otro agitadamente, tratando de recobrar la conciencia y quejándose del dolor del fuerte golpe, abre los ojos y comienza a ver a su alrededor.
       —¿Dónde estoy? —se pregunta el mismo.
       —Hasta que por fin despiertas. —dice una voz masculina, pero no de un hombre, sino más el de un muchacho, no tan grave.
       —¿Quién es? —pregunta Eduardo mirando hacia todos lados.
       —No me puedes ver. —dice la voz.
       —Supongo que eres el Cereton ¿No? —dice Eduardo.
       —Sí. —responde éste.
       —¿Por qué me trajiste aquí? ¿Vas a matarme? —pregunta Eduardo.
       —¿Matarte? No, mi trabajo nunca fue matarte. —dice el Cereton.
       —¿Tu trabajo? ¿Cómo que tu trabajo? —pregunta Eduardo.
       —Mi Señor, me pidió estrictamente que no te matara, solo que te raptara. —dice le Cereton.
       —¿Tu Señor? ¿Quién es tu Señor? —pregunta Eduardo.
       —No se me permite decirlo. —dice el Cereton.
       —¿Exactamente dónde estás? —pregunta Eduardo.
       —Sentado justo delante de ti. —contesta el Cereton.
       Eduardo lleva su mirada delante de él, pero solo ve un árbol a distancia.
       —Debes saber que todo esto fue hecho solo para traerte aquí. —dice el Cereton.
       —¡Claro!... los incidentes, llamar nuestra atención, mandar a un Cereton a atacar a la hija de Rafael, buena forma de despistarnos, buscar la forma de interesarme y hacerme mover, y solo se necesitó de un ataque para tener la oportunidad de tenerme cerca y secuestrarme. —dice Eduardo.
       —¡Exacto! —dice el Cereton.
       —¿Por qué? —pregunta Eduardo.
       —No lo sé, solo sé que mi Señor está interesado en ti, yo solo cumplo órdenes. —dice el Cereton.
       —No sabía que ahora los ceretones cumplen ordenes, ahora son sirvientes. —dice Eduardo soltando una pequeña risa burlona.
       —Espero que mi siguiente orden sea matarte, porque lo voy a disfrutar... —dice el Cereton.
       —¡Basta! —exclama una voz de hombre, interrumpiendo abruptamente al Cereton. —Hiciste un buen trabajo. —dice la voz.
       —¡Gracias, mi Señor! —dice el Cereton.
       —Ahora lárgate. —dice la voz de forma imponente.
       —¡Sí, mi Señor! —dice el Cereton.
       Escuchándose solo pasos y hojas moviéndose solas por el piso, Eduardo de pronto sintió una fuerte presión en su cuerpo y tuvo un dolor de cabeza intenso, que lo hizo cerrar los ojos frunciendo el ceño.
       —Ya decía yo que esta sensación pesada, este dolor de cabeza y esta presencia tan asquerosa que sentía, no podía venir de un simple humano invisible. —dice Eduardo.
       El hombre comienza a caminar desde detrás de Eduardo, pasando por su derecha, camina hasta al frente de él, Eduardo ve a un hombre alto vestido de negro y con un sobretodo negro encima, el cabello largo que le cubría el rostro y con la poca luz también era difícil distinguirla.
       —Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos Eduardo. —dice el hombre.
       —Awh... no puede ser. —dice Eduardo bajando la cabeza. —¿No te mande al infierno? —pregunta Eduardo con arrogancia.
       —Efectivamente, pero siempre hay formas de volver. —dice el hombre.
       —¿Qué haces aquí? —pregunta Eduardo.
       —Bueno, hay muchas cosas que me interesan aquí en la tierra, estoy formando una especie de rebelión, si se podría decir así, para dominar este mundo, los humanos no saben cómo gobernar, no son dignos de este lugar, en cambio yo, uniendo a todas las criaturas que residen aquí podemos tomarlo y hacer lo que queramos. —dice el hombre.
       —¡Estas enfermo! —exclama Eduardo.
       —¿Qué pasa Eduardo? Solías estar de lado de las criaturas sobrenaturales. —dice el hombre.
       —Yo solía buscar una equidad, una unión entre criaturas y humanos, no buscar mandar el mundo con ellos. —dice Eduardo.
       —Pensamientos patéticos, típico en los humanos, unión, paz… patético hasta para tí, creí que serias más realista. —dice el hombre.
       —Lo soy, pero perdía esperanzas… hasta que… —dice Eduardo.
       —¿Hasta qué? ¿Ah? —pregunta el hombre.
       Eduardo lleva su mirada fija hacia el hombre.
       —¡Ah!... claro, eso. —dice el hombre.
       —No te hagas que lo olvidaste, ¡Tú lo mataste! —exclama Eduardo.
       —¿Qué yo lo maté? —dice el hombre irónicamente. —¿De verdad crees que Johnny murió? Porque yo no estaría tan seguro. —dice el hombre.
        Eduardo frunce el entrecejo, viendo al hombre con intriga.
       —¡Mi Señor, mi Señor! —exclama el Cereton acercándose a donde están ellos.
       —¡Qué pasa? —pregunta el hombre.
       —Son los Elegidos, nos encontraron, están cerca… el brujo los está ayudando usó un hechizo de rastreo y están siguiendo mis huellas para acá. —dice el Cereton.
       —¡Y ¿Qué estás esperando?! ¡No dejes que lleguen! —exclama el hombre.
       —¡Sí, mi Señor! —exclama el Cereton yéndose del lugar.
       —Ellos vienen, y todo esto terminará. —dice Eduardo.
       —Tus muchachos, los Elegidos de Dios, no son nada. —dice el hombre.
       —Son los Elegidos y tú lo sabes. —contesta Eduardo.
       —Morirán… ya lo veras. —dice el hombre.

       Los muchachos, Yanneth y Augusto, caminan por el bosque siguiendo el rastro de las huellas, mientras van caminando, de pronto Manuel recibe un fuerte golpe que lo hizo volar de lado, golpeandose de espaldas contra un árbol y cayendo al suelo, los demás se ponen alertas a lo que pasó.
       —¡Su madre…! ¿Qué pasó? —pregunta Manuel.
       —Es el Cereton, estén pendientes. —dice Henry.
       De manera imprevista José recibe un golpe en la mejilla izquierda moviendo la cabeza hacia la derecha reaccionando al golpe.
       —No, esta vez no. —dice él.
       Empuña la mano derecha y convirtiendo su antebrazo y su mano en una superficie de piedra y agrandándola levanta su brazo con ferocidad, propinándole un golpe al Cereton, apartándolo de él. Augusto se voltea buscando a Yanneth, va hacia ella y la toma de los hombros.
       —¡Yanneth, escúchame! Sigue tú, nosotros nos quedaremos peleando contra el Cereton, tu sigue. —le dice Augusto.
       —¿Qué…? Pero… —balbucea Yanneth.
       —Sigue las huellas, te guiaran a donde este el legionario, ve rápido. —dice Augusto.
       —Está bien. —dice Yanneth.
       Yéndose corriendo de ahí, siguiendo los rastros de huellas, mientras los muchachos estaban peleando contra el Cereton, se les dificultaba el hecho de que es invisible, pero también porque el sol había bajado y el cielo se fue oscureciendo, lo hacía más a favor del Cereton.
       —¡Henry! —grita Augusto.
       Henry voltea hacia donde está él.
       —Tengo un plan. —dice Augusto.
       —¿Cuál? —pregunta Henry.
       —Se dé un hechizo que nos ayudara a saber dónde está el Cereton. —dice Augusto.
       —¿Lo volverás visible? —pregunta Henry.
      —No visible, hare algo que nos va a poder ayudar a saber sus movimientos, pero no lo devolveré a la normalidad, pero una vez que lo haga lo tienen que atrapar. —dice Augusto.
       —Está bien. —dice Henry.
       Augusto junta las manos en penitencia, delante de él, luego las frota una con la otra, mueve la mano derecha en posición contraria a la izquierda, colocando los brazos horizontalmente, luego separa las manos y comienza a moverlas de un lado a otro frente a él, hasta que las colocó a la posición que estaban en principio, pero separadas, y con los dedos flexionados hacia delante.
       —Sidera clara. —dice Augusto.
       En medio de las manos se formó una esfera de luz un poco brillante y luego volvió a posicionar los brazos horizontalmente, mientras que los muchachos peleaban tenían poco éxito.
       —¡Muchachos necesito que me ayuden a mantenerlo en un solo lugar! —exclama Augusto.
       Da uno de los muchachos cayó al suelo y cuando el Cereton tomó a Manuel del cuello y lo levantó, Augusto aprovecho lo descuidado y lanzó el hechizo extendiendo su brazo derecho expulsándolo, la esfera se desformo en el aire pero llego hasta el Cereton, pegándosele en el cuerpo iluminando su cuerpo invisible, Manuel al ver, rápidamente tomó al Cereton del brazo, y levantando su pierna derecha le dio una patada en la barbilla al Cereton lográndose liberar y haciendo un mortal hacia atrás y cae en el suelo, le Cereton tambaleo hacia atrás, Manuel se levanta corriendo hacia él, levanta el brazo izquierdo llevándolo hacia atrás una vez cerca le propina el golpe en la cara, el Cereton reacciona al golpe, volteando hasta el cuerpo, Henry lo detiene y le propina otro golpe en la cara, Andrea se acerca y le da una patada con en todo el abdomen moviéndolo hacia atrás y luego José levantando su brazo derecho le propina un fuerte golpe en la nuca con el codo al Cereton haciéndolo caer inconsciente.
       —Bien, ahora tenemos que ir con Eduardo. —dice Henry.
       —Vayan, yo me quedo cuidando al desmayado. —dice Augusto.
       —Yo también me quedo. —dice José. —Por si las moscas. —agregó.
       Henry, Manuel y Andrea se fueron corriendo.

       Yanneth llega a un rio y logra ver a Eduardo a los pies del árbol, atado.
       —¡Eduardo! —exclama ella.
       Y corre hacia donde está él, se coloca de frente a él, se arrodilla y lo toma de la cara.
       —¿Estás bien? —le pregunta ella.
       —Sí, estoy bien, Yanneth espera... —dice Eduardo.
       —Hola, Yanneth—dice el hombre apareciendo detrás de ella.
       Yanneth queda paralizada, viendo fijamente a Eduardo, luego voltea lentamente y una vez que logró mirar al hombre en la oscuridad tampoco podía ver su rostro, pero podía sentir su energía, fuerte, maligna y atemorizante, abriendo más los ojos y con la boca abierta de la impresión.
       —Ah pasado mucho tiempo, desde ese día. —dice el hombre.
       —Tú… tú… ¿Cómo es que estas aquí? Te mandaron al infierno. —balbuceaba Yanneth.
       —Te responderé lo mismo que a Eduardo… siempre hay formas de volver. —dice el hombre.
       —¡Maldito!… por tu culpa me es difícil hacer hechizos. —dice Yanneth.
       —Sí es verdad que te lastimé, diría que lo lamento, pero no es lo que siento. —dice el hombre con sarcasmo.
       —¿Cómo es que volviste? —pregunta Yanneth.
       —Es una interesante pregunta, te podría responder, pero tendría que remontarme a cuando te lastimé, que me arrepiento de no haberte matado, aunque pensándolo bien, porque no ahora. —dice el hombre.
       El hombre extiende su brazo derecho hacia delante, abriendo la mano crea una esfera de poder negra con destellos rojos que la recorren, Yanneth y Eduardo se ponen nerviosos de no saber que pasara y algo temeroso por la situación, de pronto una esfera de poder amarilla sale disparada y choca conta la mano del hombre explotando las dos esferas, Yanneth cubre a Eduardo y el hombre se cubre la cara con los brazos volteándose hacia atrás, cuando se voltea gira la cabeza hacia la derecha y Yanneth y Eduardo voltean hacia su izquierda y ven a Henry con el brazo derecho extendido hacía delante y la mano abierta y con Manuel y Andrea a los lados.
       —Tú no vas a matar a nadie. —dice Henry.
       El hombre suelta un gruñido, luego el hombre extiende los dos brazos hacia delante y expulsa dos esferas de poder hacia ellos.
       —¡Cuidado! —exclama Henry.
       Estos caen en el suelo explotando, Henry, Manuel y Andrea se cubren al igual que Yanneth y Eduardo, el humo de la explosión se comenzó a disipar y cuando estos observaron, el hombre había desaparecido, ya no había rastro de él, luego corrieron donde Eduardo y Yanneth hizo un truco moviendo los dedos, expulsando chispas de colores de sus dedos, estos tocaron la cuerda y la desamarraron y Eduardo fue liberado, luego se levantaron.
       —Eduardo, ¿Estás bien? —pegunta Henry.
       —Sí, estoy bien, gracias por venir y salvarme, llegaron a tiempo. —dice Eduardo.
       —Bien, tenemos que irnos, Augusto y José están con el Cereton. —dice Manuel.
       —¡Esperen! ¿Augusto está aquí? —preguntó Eduardo frunciendo el entrecejo.
       —Sí, él nos ayudó a buscarte. —dice Yanneth.
      —Okey… eso no me lo esperaba. —dice Eduardo.
      —¡Tenemos que irnos rápido! —exclama Andrea.
      Luego ellos se van de ahí.

       Pasó a la noche, están todos en la casa de Rafael, en un rincón, en la pared donde está la puerta de la habitación de Yenni, está un círculo dibujado con tiza en el piso, en el borde hay diez velas encendidas, de frente al círculo está Augusto hincado de una pierna y con la cabeza hacia abajo, a sus pies está un espejo pequeño, una olla pequeña algo descolorada por fuera, con agua y unas hierbas sobre esta, detrás de él, están Rafael, María, Yenni y Henry sentados en el sillón grande, José sentado en el individual de lado izquierdo y en el otro Andrea con Manuel sentado en un posa brazo, Eduardo está de pie del lado izquierdo, con las manos dentro los bolsillos del sobretodo y Yanneth del lado derecho con los brazos cruzados, Augusto lleva la mano derecha hacia la olla pequeña de agua y la posiciona encima de esta sin tocarla, dura un corto momento así y luego con la mano izquierda toma el espejo y lo pasa a su mano derecha, luego toma las hierbas mojadas con agua se pone de pie y luego llevando su brazo izquierdo hacia atrás, lo lleva hacia delante con fuerza, comenzando a esparcir del agua que llevaban las hierbas, dentro del circulo y comenzó a dar cortos recorridos de un lado a otro rodeando el circulo, la mano derecha con el espejo la posiciona en su costado, reflejando el circulo de forma que lo pudiera ver, mientras que movía sus labios susurrando cosas. A mediada que él hacía eso siempre observaba el espejo seguidamente y se agachaba a mojar las hierbas en la olla y volvía a esparcirlas, cada vez que veía el espejo notaba que las gotas se iluminaban y volvían visible lo que tocaban y cada gota fue cayendo en cada parte de un cuerpo que se encontraba dentro del circulo, a la vista de los demás no se notaban estas iluminaciones, pero el espejo las reflejaba… De pronto las llamas de las velas comenzaron a tomar volumen a crecer y luego comenzaron a ir hacia el centro del circulo y de forma feroz comenzaron a rodear el cuerpo invisible ahí yacía, luego de ese cuerpo unos gritos se emitían, eran gritos de dolor, como si las llamas lo lastimaran, Augusto se detuvo y los demás quedaban estupefactos por lo que sucedía, Yenni por reflejo le tomo la mano a Henry, con fuerza, Augusto observaba el es-pejo y del reflejo veía que el cuerpo que rodeaba el fuego de pronto comenzó a titilar, aparecía y desaparecía al instante, hasta que apareció y se hizo visible a la vista de todos, ahí las llamas dejaron el cuerpo y volvieron a estar del tamaño que estaban antes en las velas, la persona que allí estaba, se encontraba desnuda, se sostenía con las dos manos, con la parte superior de su cuerpo levantada de espaldas a los demás, su pierna derecha estaba sobre la izquierda tapando sus genitales, su respiración era por la boca y era forzosa, una respiración de cansancio.
       —¿Quién eres? —preguntó Eduardo imponente.
       La persona se dio la vuelta aun respirando con fuerza y tratando de calmarla, cuando su rostro fue iluminado y se pudo notar, alguien joven un muchacho, Rafael, se puso de pie al instante y camino hacia el circulo, deteniéndose a solo unos cortos pasos más.
       —¿Carlos? —dice Rafael.
       El muchacho sonríe y suelta una queda risa burlona bajando la cabeza, luego la vuelve a subir y mira a Rafael fijamente.
       —Hola, tío. —dice Carlos.
       —¡¿Tú fuiste el que vino acá a lastimar a mi hija esa noche?! —pregunta Rafael muy iracundo.
       Dando unos pasos largos hacia él, Augusto se movió rápidamente y lo detuvo.
       —Espérate, espérate, Rafael. —dice Augusto.
       —Sí, fui yo. —contesta Carlos.
       —¡Estas enfermo! ¿Acaso tienes deseos perversos con tu prima? —pregunta Rafael.
       —No creo que sea eso, señor Rafael. —dice Eduardo abruptamente. —La razón por la cual su sobrino hizo esto fue por mí, él recibió órdenes de causar algún tipo de estrago para que pudiéramos venir y secuestrarme y tal vez matarme. —siguió.
       —¡¿Qué?! —exclamo Rafael.
       —¡Y lo tuvieron que joder todo!... pero no crean que yo seré el único al que mi Señor, buscara para sus planes. —dice Carlos.
       —¿Tú que…? ¿De qué hablas? —pregunta Rafael.
       —Él está reclutando a todo brujo de Oscuridad que exista en este país, le devolverá las fuerzas a cada espectro, a cada criatura, tomaremos este mundo, lo haremos nuestro, no tienen idea de lo que viene… ¡Será algo hermoso! —dice Carlos.
       Riéndose a carcajadas, risas de burlas y malévolas, luego se detiene y mira a Augusto.
       —Lástima que tú ya no seas una opción Augusto. —dice Carlos.
       —¿De qué hablas? —pregunta este.
       —Tú casa, fuimos nosotros, creímos que de verdad nos ibas ayudar, pero les diste una pequeña solución y supimos que eras débil, solo mira, los terminaste ayudando, simplemente eres una vergüenza como brujo de Oscuridad ¡Eres un desperdicio! —dijo Carlos.

      Al día siguiente, Eduardo, Yanneth, Augusto y los muchachos, están afuera en el patio de la casa, sale Rafael y otro hombre con Carlos tomados de los brazos, Carlos hecha una mirada hacia donde están los otros y expresa una sonrisa en su rostro, más atrás sale Yenni y se le acerca a Henry, este se separa de los demás y va hacia Yenni.
       —¿Cómo estás? —le pregunta Henry.
       —Algo confundida, por un momento de verdad creí que sería… —dice Yenni.
       —¿Jeferson? —pregunto Henry interrumpiendo.
Yenni se le queda viendo a Henry. —Sí. —dice ella soltando una sonrisa nerviosa.
       Al igual que Henry.
       —Creo que al final no esta tan loco para hacer algo así y… —dice Henry.
        Yenni lo interrumpe abruptamente, acercándosele y dándole un beso en la boca, sosteniéndole las mejillas, Henry paralizadi e impresionado con el corazón latiendo aceleradamente, se dejan los dos llevar por el esperado momento, luego se separan, ambos abren los ojos y se miran fijamente con un brillo en los ojos de cada uno.
       —¿Por qué…? —dice Henry.
       —Por si no te vuelvo a ver. —contesta Yenni interrumpiéndolo. –¿Llegare a verte otra vez? —pregunta ella.
Henry le muestra una sonrisa tierna a ella. —No pierdas la esperanza. —le dice.
       Luego ella también le sonríe, lo suelta y se da media vuelta, yéndose a la casa, Henry se devuelve a donde están los demás.
       —Al menos a alguien le pasó algo bueno aquí. —dice Augusto.
       —¡Matador! —exclama José.
       Y todos comienzan a reírse, mofándose de la expresión y lo que le pasó a Henry.
       —Gracias Augusto por salvarme, te debo una. —dice Eduardo.
       —Y más vale que lo tengas presente, porque créeme algún día te lo pediré… pero ustedes me terminaron ayudando a saber quién destrozó mi casa así que mi trato con ustedes. —dice Augusto señalando a los muchachos. —Ya está hecho, gracias. —agregó.
       —De nada, Augusto. —dijo Henry.
       —Bueno, ya nos tenemos que ir… adiós Yanneth. —dice Eduardo acercándose a ella y abrazándola.
        Ella también lo abraza, con fuerza.
        —Adiós Eduardo, espero verte pronto. —dice Yanneth.
        —Puede ser que pase algún día. —contesta él.
        Luego todos se terminan de despedir, Eduardo y los muchachos se van y se dan una caminata hasta la entrada del pueblo, salen y se alejan lo suficiente.
       —José, ya sabes lo que te toca. —dice Henry.
       —¡Que! ¿Otra vez me tocara cargarlo? —exclama José.
       —¿Tienes algún problema con eso? —pregunta Eduardo muy serio.
       —No, no… nada de eso, yo te cargo, soy fuerte. —dice José con un poco de titubeo.
       José lo toma debajo de los brazos y todos alzan el vuelo, emprendiendo su regreso, duraron otras tres horas volando cuando llegaron, descendieron fuera de la casa de Eduardo, José lo bajó con cuidado hasta que tocaron el piso.
       —Eduardo, ¿Sabes por qué razón te secuestraron, por qué te querían matar? —pregunta Andrea.
       —Aun sigo averiguándolo, no estoy muy claro con eso. —contesta Eduardo.
       —¿Quién era el que estaba ahí cuando te encontramos con Yanneth? —pregunta Manuel.
       Eduardo los ve a cada uno sin decir nada.
       —Será mejor que se vayan a descansar, tuvieron dos días muy pesados, mejor váyanse. —dice Eduardo.
        Los muchachos expresan rostros de fastidio, se despiden y se van, Eduardo se queda un rato viéndolos alejarse, luego se da media vuelta y entra a su casa.

       Es de noche en los llanos venezolanos, los árboles se movían con suavidad, la grama baja, la autopista estaba sola, algunos caballos y ganado en los pastos tranquilos, un hombre a orillas de la autopista, ningún automóvil andaba por ahí a altas horas de la noche, el hombre de piel blanca, estatura mediana promedio, en su rostro entre sus labios y la nariz tiene un bigote, está vestido de camisa, color verde, manga corta, de tres botones superiores, pantalón azul de tela gruesa, zapatos deportivos y lleva un sombrero vaquero puesto y lleva un bolso de espalda, guindado de una sola haza en el hombro izquierdo, caminaba solo, a pasos calmados, lento, luego, de pronto los caballos comienzan a relinchar, al hombre eso le llamó la atención y volteo a su derecha y vio a los caballos corriendo, dispersándose de donde estaban, y en todo el centro del campo está una luz, una esfera en llamas flotando, los caballos se alejaban de esta cosa, el hombre entre cierra los ojos, pestañea dos veces y luego abre mas los ojos, impresionado y aterrado ante lo que veía.
       —¡Fuera!... ¡Sale de aquí coño e madre! —exclama el hombre un poco temeroso, lanzando manotazos. –¡Fuera, pues! ¡Coño e madre, maldito! ¡Fuera! —sigue exclamando lanzando más manotazos.
       La Bola de Fuego, comienza a moverse hacia atrás, alejándose más del hombre, hasta que llego un momento que entro entre unos arboles y no se vio más. El hombre siguió su camino, a unos metros mas adelante, el hombre caminaba con la vista al suelo, luego comenzó a notar un resplandor que venía detrás de él, la luz era amarilla y se escuchaban unas llamas ardiendo, el hombre se dio vuelta con rapidez y al ver la Bola de Fuego estaba ahí justo delante de él, el hombre aterrorizado en cuestión de segundos quedo frizado, observando una gran bola de fuego flotante, luego reaccionó dando un pequeño paso hacia atrás, en ese mismo instante giró la mano hacia atrás y abriéndola un poco, de la palma emano una llama azul, luego con rapidez levanto el brazo y expulsó una gran llamarada de ese fuego a la Bola de Fuego chocando con esta, luego de que paró de expulsar la llamarada, la Bola de Fuego hizo aparecer un rostro como el de una calavera y sacó dos brazos soltando un fuerte rugido agudo, luego de sus manos comenzó a expulsar bolas de fuego arrojándolas como pelotas, el hombre logró esquivar tres de esas bolas mientras que las otras las bloqueaba con sus manos creando un pequeño escudo en estos que deshacía las bolas, mientras que iba bloqueando las bolas de fuego caminaba hacia atrás, hasta que llego un momento que algo lo detuvo y la Bola de Fuego también se detuvo, el hombre se dio vuelta lentamente y al ver se dio cuenta que detrás de él, había una persona parada, sin moverse, con la cabeza hacia abajo, esta persona era alta, vestía todo de negro, con un sobretodo negro puesto, su cabello largo que le guindaba, el hombre al ver a esta persona extraña, su corazón se aceleró, luego el hombre sentía una presencia extraña y perturbadora detrás de él, se dio vuelta lentamente y veía un humo negro que creaba un remolino más alto que él y el extraño, luego ese humo comenzó a tomar forma y se convirtió en una cosa alta, de alargado rostro, con barba y una chiva larga, brazos, dedos y piernas largas y delgadas, su ropa estaba algo estropeada y un sombrero de paja, de visera ancha y los ojos completamente negros,  comenzó a emitir un silbido que expresaban las siete notas musicales, el hombre quedó completamente paralizado, en ese momento volvió a emanar de sus manos esa llama azul.
       —Tómalo. —dice la persona vestida de negro.
       El hombre fue a subir el brazo y en ese instante el Silbón lo tomó rápida y bruscamente de la cabeza, alzándolo, sus largos dedos lo rodeaban, pasando la nuca, al hombre se le resbaló el bolso y callo al suelo, el hombre por instinto le tomó el brazo al Silbón intentando apartarla, pero su esfuerzo era inútil, luego se dio la vuelta moviendo al hombre con él, colocándolo delante y con el brazo izquierdo, lo abrazó sosteniéndole los brazos para que no luchara, luego el Silbón apartó su mano del rostro, subiéndola a la cabeza, dejándolo ver y respirar, el hombre comenzó a respirar con fuerza por la boca, el Silbón lo apretó con fuerza con sus alargados dedos, haciéndolo ver al frente, justo donde estaba la Bola de Fuego. El hombre vestido de negro camina hacia un lado parándose junto al otro sostenido por el Silbón, acercándosele al oído.
       —Porque no rezas, puede que eso te salve, puede que todo desaparezca… anda, reza. —dice este.
       —No… no. —contesta el hombre.
       —Reza… reza… solo tienes que rezar. —dice el hombre vestido de negro.
       —No, no lo voy hacer. —contesta el hombre.
       —Si rezas, te salvaras, solo debes rezar. —dice el hombre vestido de negro.
El hombre forzaba la respiración. —No podrás conmigo. —dice le hombre.
       —Claro que sí, solo necesitas un intensivo. —contesta el hombre vestido de negro.
       Este levanta la mano y estirando el dedo, lo acercó a la cabeza del hombre dándole un pequeño toque en la cien de él, de pronto sin explicación una sensación de terror invadió al hombre por completo, haciendo que su corazón se acelerara, el hombre sentía un sudor frio y su respiración se agitó.
       —Padre nuestro, que está en el cielo, santificado sea tu nombre… —dice el otro hombre.
       —Eso, sigue así. —dice el que está vestido de negro.
       Delante de todos ellos, la Bola de Fuego comenzó a moverse hacia ellos, mientras que el hombre rezaba.
       —Ven a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, aquí en la tierra, como en el cielo… —dice el hombre.
       —Muy bien, sigue rezando. —dice el otro.
       —Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden… —sigue el hombre, pero más rápido y cierra los ojos. —No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, amen. —dijo y abrió los ojos.
        Este se sorprende al ver la Bola de Fuego, justo en frente de él, esta comenzó a formar la clavera de fuego y los brazos y manos de fuego que tomaron al hombre por toda la cabeza y mirándolo fijamente, comenzó absorberle el alma al hombre que salía de sus ojos y boca un espectro plasma, que entraba en los ojos huecos y oscuros y la boca oscura de la calavera, cuando terminó de absorberla, soltó al hombre y la cabeza de este cayó y el cuerpo quedo completamente sin vida.

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