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Capítulo 6 ''Cereton''

       Henry, Manuel, Andrea y José llegaron a la casa de Eduardo, éste está afuera, mientras que los muchachos se le fueron acercando, hasta quedar de frente.
       —Buen trabajo muchachos, lo hicieron bien. —gira la cabeza ligeramente hacia la derecha observando a José. —Espero que lo que paso hace rato, no haya afectado gravemente las cosas… —siguió Eduardo.
       —No te preocupes, discúlpame tú a mí por haber reaccionado así antes. —dice José.
       —Todo está bien, ahora váyanse, tienen que descansar, nos veremos mañana temprano. —dijo Eduardo.
        Los muchachos se dan media vuelta dispuestos a irse, pero José se detiene y voltea dirigiéndose a Eduardo.
       —Espera un momento... —dice José en lo que todos voltean a ver. —Tú no tienes teléfono, ¿Cómo fue que te comunicaste con nosotros? —pregunta José.
Eduardo expresa una ligera sonrisa. –Ya les he dicho que hay cosas que no les puedo decir todavía, ahora váyanse a descansar. —responde él.
       —¡Aaww, vamos! —se quejaban todos en coro.
       —¡Dínoslo Eduardo! —reprocho Manuel.
       —¡No! Ahora vayan a sus casas nos vemos mañana. —dijo Eduardo.
       —Bueno, está bien, vámonos. —dijo José.
       Los muchachos se alejaron unos dos metros de Eduardo y descendieron el vuelo y se fueron. Eduardo los contempló por unos segundos y después se metió a su casa, cerrando la puerta detrás de él, caminó hacia el interior de la casa, entrando a la sala principal, dejándose caer en el sillón individual, recostándose de éste.
       —¿Por qué sigues aquí? —preguntó él con un tono odioso.
       —Que bien te comportaste con ellos, se merecían un poco de tu aprobación, hicieron un buen trabajo. —dijo la silueta.
       —Si, bueno… aún les falta mucho por aprender, solo han ganado una sola pelea. —contestó Eduardo.
       —Una de varias que tendrán y… —dice la silueta.
       —Sí, sí… —interrumpe Eduardo con una aptitud odiosa.
       —¿Alguna vez piensas hablarles de mí? —le pregunto aquella silueta negra.
       —¡No empieces! Sí lo haré… bueno… algún día, pero no ahora… aún no están listos. —dijo Eduardo titubeando.
       —Algún día vas a tener que ser sincero con ellos Eduardo. —dice la silueta.
       —¿Ya te vas? Porque tengo sueño. —interrumpe Eduardo abruptamente.
       —Sí, está bien… te dejare dormir, que tengas buenas noches. —dice la silueta.
       —Gracias... —contesta Eduardo. –¡Espera!... gracias por ayudarme a mandarle ese mensaje… te debo una. —agregó.
       —De nada. —contestó la silueta dulcemente.
       Eduardo cerró los ojos ya dispuesto a dormir.

       Una mujer durmiendo en su habitación junto con su esposo, se escucha un pequeño golpe seco en la ventana, la mujer se despierta de repente levantando la cabeza desorientada, como buscando lo que le interrumpió el sueño, la mujer no ve nada extraño y baja la cabeza apoyándola de la almohada volviéndose a dormir, pasa al cabo de tres segundos y se vuelve a escuchar el mismo golpe seco en la ventana, vuelve a despertarse de repente y levantando la mitad de su cuerpo, la mujer comienza a mecer con fuerza a su esposo para despertarlo.
       —Rafael… Rafael… —dice la mujer.
       —¡Mmm! —contesta Rafael.
       —¿Escuchaste eso? —pregunta la mujer.
       —¿Qué cosa? —pregunta Rafael.
       —Creo que alguien está afuera lanzando piedras a la ventana, anda a ver quién es. —dice la mujer.
       —¿Para qué? —pregunta Rafael con fastidio.
       —¡¿Cómo que para qué?!... ¡¿Y si es que alguien nos quiere robar?! ¡Anda a ver! —le replica la mujer.
       —¡Está bien! —contesta Rafael con un suspiro exasperante.
       Rafael se levanta de la cama dando la vuelta a pie de la cama para poder llegar a la puerta, una vez que llega la abre y sale.
       —¡Ten mucho cuidado! —le dice la mujer.
        Rafael sale al corredor, de ahí pasa a la sala central, ahí se acerca a una de las ventanas, la abre y observa por entre las rejas que tiene la ventana por fuera, buscando a alguien, pero no ve a nadie, luego cierra la ventana y se encamina hacia la puerta principal, abre la puerta y comienza a buscar, sale dando unos cuatro pasos fuera de la casa, pero sigue sin ver a nadie, luego siente una extraña brisa que le rosa de frente por la izquierda, se da media vuelta viendo hacia dentro de la casa, pero aun así no ve a nadie, se da vuelta otra vez y camina hacia la calle, ve para todos lados buscando, pero no encuentra nada, se da por vencido y vuelve a entrar a la casa, cierra la puerta, le pone seguro, en ese momento se escucha un fuerte grito de mujer que proviene de otra habitación, él voltea estrepitosamente y corre hasta esa habitación, cuando abre la puerta, está una chica flotando y chocando con todas las cosas que están ahí dentro con mucha violencia luego es azotada hacia el piso con mucha fuerza y ahí es arrastrada fuera de la habitación, Rafael intenta sostenerla y no lo logra, luego la mujer, esposa de Rafael aparece en la sala corriendo, quedando estupefacta de lo que está pasando, ella reacciona e intenta agarrar a la chica, pero también es inútil, la chica es alzada nuevamente, a lo que ella grita de terror, Rafael se levanta lo más rápido que puede y corre hacia ella, con suerte la logra tomar abrazándola de la cintura.
       —¡Ya déjala, maldita criatura! ¡Vete de aquí desgraciado, no te queremos aquí! —comienza a insultar Rafael.
       La chica desciende abruptamente como si la hubieran soltado, cae en los brazos de Rafael, a lo que el termina de caer al suelo y la mujer más atrás va con ellos la chica llena de terror los abraza con fuerza y ellos a ella.

       Los muchachos llegan a la casa de Eduardo, volando, descienden a unos pocos metros de la casa y siguen caminando, Eduardo está parado en la puerta observando como ellos se acercan, mientras que un rayo de la luz del sol le pega directo en los ojos con él entre cejo levemente fruncido y juguetea con un medallón en sus dedos, los muchachos terminan de llegar y quedan de frente a él.
       —¡Buenos días, Eduardo! —exclama Andrea con buen humor.
       —Buenos días. —contesta Eduardo indiferente y muy serio.
       —¿Pasa algo? —pregunta Henry.
       —Sí… percibí algo maligno anoche, no es algo normal debido a que fue a distancia. —dice Eduardo.
       —Es otra vez el Silbón? —pregunto José.
       —No, es algo diferente y es en otra parte. —dice Eduardo.
       —¿Dónde? —pregunta Henry.
       —Sierra, Falcón, allá hay que ir. —contesta Eduardo.
       —Bien vamos para allá. —dice Henry.
       —¡Esperen! —exclama Eduardo. —Yo iré con ustedes esta vez. —agregó.
       —¡¿Qué…?! ¿Cómo…? —exclamo Manuel.
       —No se me ocurre otra forma más que volando. —dice Eduardo.
       —Pero tú no vuelas… o ¿Es que tienes un avión? —dice José.
       —No, pero ustedes me pueden llevar. —dice Eduardo.
       —Y ¿No podemos irnos adelante y tú nos alcanzas allá? —pregunta José.
       —No podemos, nos llevaría más tiempo y debo ir con ustedes. —contesta Eduardo.
       —Está bien, tocara hacerlo así, no podemos seguir discutiendo o perderemos más tiempo… amigo te toca. —dice Henry dirigiéndose y colocándole la mano derecha en el hombro a José.
       —¿Qué…? ¿Por qué yo? —pregunta José quejándose.
       Mientras que Henry, Manuel y Andrea despegan el vuelo, José se queda en el suelo con Eduardo.
       —¡José, vamos apúrate, no tenemos tiempo! —grita Manuel.
       —¡Apúrate! —grita Andrea.
       —Me tienen que estar jodiendo. —refunfuña José.
       Camina rodeando a Eduardo colocándose detrás de él, asciende unos centímetros, toma a Eduardo por debajo de los brazos y lo alza subiendo a reunirse con los demás y una vez juntos, los cinco emprenden su viaje..

       Duran volando tres horas hasta llegar a Sierra, Falcon.
       —Bajemos aquí. —dice Eduardo.
       —¿Por qué? Aún no hemos llegado. —dice Henry.
       —Bajemos aquí, nadie puede ver que llegamos volando de esta forma, mejor bajamos aquí y seguimos a pie. —dice Eduardo.
       Los muchachos descienden en plena carretera solitaria a unos cuantos metros lejos de la entrada del pueblo, José coloca en el piso a Eduardo con cuidado, lo suelta y luego él termina de caer. Eduardo y los muchachos caminan hasta llegar al pueblo entran y caminan hasta llegar a la Plaza Bolívar, ahí ellos se detienen.
       —Bonito lugar. —dice José observando todo alrededor.
       —Y ¿Ahora cómo vamos a saber dónde estará la entidad? —pregunta Manuel.
       —Bueno, pregúntale a él. —contesta Eduardo señalando a Henry.
       —¿A Henry? Y ¿A él por qué? —pregunta Manuel.
       Henry está distraído de ellos, pero concentrado en otra cosa, observando todo alrededor como buscando algo, luego comienza a caminar.
       —¡¿Henry a donde vas?! —grita Andrea.
       Este al instante le chita para callarla.
       —¿Me acaba de chitar? —dice Andrea como una pregunta retórica.
       —Sí, lo hizo, ¡jajaja! —contesta José mofándose.
       —Vamos. —dice Eduardo.
       Eduardo y los demás comienzan a seguir a Henry, todos caminan hacia una de las calles cerca de la plaza, ahí caminan dos cuadras delante hasta llegar a la esquina de esa segunda cuadra, ahí hay una bodega con una puerta enrejada, por fuera hay dos señores mayores sentados en unas sillas de acero envueltas de unas cintas plásticas una verde y la otra azul.
       —¿Te enteraste de lo que le paso a Rafael? —pregunta uno de los hombres.
       —No, ¿Qué fue? —responde el otro.
       —Como que se le metieron a la casa y le hicieron un desastre, como que no le robaron nada, pero y que casi le hacen algo a la hija de él. —dice el hombre.
       —Mira vale como es la cosa, pero había escuchado que fue que los habían espantado, que fue un espíritu algo ahí que les salió. —dijo el otro hombre.
       —Bueno, no se… sabrá él que fue. —contesta el hombre.
       Tanto Henry como los muchachos y Eduardo escucharon la conversación de aquellos hombres, Henry volteo a ver a Eduardo y estos cruzaron miradas, Henry siguió por la calle doblando esa esquina hacia la derecha caminando cinco cuadras más adelante hasta llegar al final de la calle, ahí se encuentran con la última casa y se detienen.
       —Creo que es aquí. —dice Henry.
       —¿Seguro? —pregunta Eduardo.
       —Sí. —afirma Henry a la vez que asiente con la cabeza.
       Eduardo es el primero en caminar hacia la puerta y los muchachos le sigue detrás, una vez frente a la puerta Eduardo toca la puerta cuatro veces, del otro lado se escuchan unos pasos acercándose y la abren quien los recibe es una chica, de mediana estatura, cara bonita, piel morena, cabello negro y enroscado, ojos oscuros, con una blusa amarilla estampada, una licra de estampados un poco coloridos y unas sandalias. La chica de pronto se queda viendo a Henry de una forma poco usual, a lo que este cruzo miradas con ella, luego observa a los demás.
       —¡Buenas! ¿En qué les puedo ayudar? —dice la chica.
       —¡Buenos días! Me llamo Eduardo y vengo a buscar al señor Rafael, ¿Él se encuentra aquí? —dice Eduardo.
       —Sí, si… —contesta la chica, voltea hacia atrás. –¡Papá, lo buscan acá! —grita ella hacia el interior de la casa, luego voltea regresando su mirada hacia Henry y después hacia los demás.
       Desde el interior de la casa se va acercando un hombre hasta llegar a la puerta, este tiene la apariencia un poco mayor, de piel morena, alto, llevando una gorra negra, vistiendo una camisa marrón oscura, jeans azules y unos zapatos estilo botines negros.
       —Buenas, dígame. —dice Rafael.
       —¡Buenos días! Señor Rafael, yo soy el padre Eduardo y vengo porque me mandaron de la iglesia a investigar sobre el incidente de anoche. —dice Eduardo.
       —¿Lo mandaron? —pregunta Rafael un poco desconfiado.
       —Sí, señor. —contesta Eduardo.
       —¿Quiénes son ellos? —pregunta Rafael refiriéndose a los muchachos.
       —Ellos son monaguillos, los traje para que me ayuden con la investigación. —dice Eduardo.
       Rafael los observa muy serio, un poco dudoso.
       —Señor Rafael, somos conscientes de lo que usted y su familia pasaron anoche, el sacerdote de esta parroquia se comunicó conmigo para que viniera a tomar este caso e investigarlo, soy especialista en estos temas y quiero ayudarlos para que no vuelvan a pasar por algo así. —dice Eduardo.
       —Está bien, pasen. —dice Rafael.
       Todos entran a la casa pasando a la sala principal, tiene dos muebles individuales ubicados a la derecha e izquierda de la mesa de centro y un mueble grande en el centro pegado a la pared los tres muebles rodean la mesa central, arriba del mueble grande en la pared esta una ventana de dos puertas, estas estaban abiertas, en el resto de la sala en las paredes hay adornos y cuadros colgados, en una esquina hay un altar pequeño, de una mesita pequeña con imágenes de algunos santos, una virgen y un cristo y un velón en medio apagado y la puerta de la habitación de la chica cerrada, Rafael los invita a sentarse, José se sienta en el mueble individual de la izquierda mientras que Manuel, Andrea y Eduardo se sientan en el grande, Rafael se sienta en el otro individual y la chica en uno de los posa brazos con Rafael, Eduardo se ubica en el extremo más cerca de Rafael. Henry es el único que no se sienta y comienza a recorrer un corto tramo de la sala donde están viendo y observando los alrededores.
       —¿Pasa algo Henry? —pregunta Eduardo observándolo con mucha curiosidad.
       —Lo que paso aquí, no fue algo normal, es curioso siento no entender que pasó aquí. —contesta Henry sin verlos.
       En eso en la entrada que va para la cocina de la casa, sale una mujer, cabello oscuro, largo, piel blanca de estatura media con una camiseta azul y un suéter rosado de tela delgada encima y un jean azul de ruedos cortos que solo le llegaba un poco más abajo de la pantorrilla.
       —¡Buenos días! —dice la mujer.
       —¡Buenos días! —contestan Eduardo y los muchachos en coro.
       —Ella es mi esposa, María. —dice Rafael. —María ellos son el padre Eduardo y los muchachos sus monaguillos. —agregó.
       —¡Un placer! —dice María regalando una sonrisa a todos.
       —¡Mucho gusto, señora María! —dice Eduardo.
       —¿Ustedes cómo se llaman? —pregunta María dirigiéndose a los muchachos.
       —Yo soy Henry. —dice éste.
       —José. —dice él.
       —Andrea. —dice ella.
       —Manuel. —dice él.
       —¡Mucho gusto! ¿Ya conocieron a la niña? —pregunta María.
       —Sí, pero aún no sabemos su nombre. —dice José bromeando un poco.
       —Se llama Yenni. —dice María.
       —¡Mucho gusto, Yenni! —dice José en sentido de broma.
       Causando solo un corto momento de diversión y risa para aligerar el momento.
       —A ver señor Rafael, puede decirme ¿Qué fue lo que pasó anoche? —dice Eduardo.
       —Bueno padre, todo empezó cuando todos ya estábamos en la cama durmiendo y de repente mi mujer… —dice Rafael señalando a María. —Escucha un ruido raro de afuera, como alguien lanzando piedras a la ventana de nuestro cuarto, ella se despierta y me llama, y después yo me paro para ver que está pasando, entonces vengo para acá a la sala, abro la ventana para ver si hay alguien afuera, no veo a nadie, después camino para la puerta, la abro comienzo a ver hacia afuera, salgo, ahí pasó algo raro, porque sentí con una brisita entraña que me roso como si alguien hubiera caminado rápido al lado de mí, en eso me voltee a ver adentro de la casa, pero no vi a nadie, caminé más afuera, hasta la calle, me recorrí la casa por fuera, pero no vi a nadie y me regresé, entre cerré la puerta y después fue cuando la escuche a ella gritando... —dice señalando a Yenni. —... corrí hasta su cuarto, la abrí y la veo a ella flotando, chocando con las cosas, me la arrastraron por el piso, la alzaron la batuquearon, pero nunca vi quien era, era alguien invisible y no me dejaba agarrarla, hasta que llegó un momento que la agarre y comencé a grita y a insultar al bicho ese hasta que me la dejo en paz y después que todo se calmó, vi la puerta abierta, esta puerta.—dice Rafael señalando la puerta principal.
       —Fue horrible padre, en serio. —dice María.
       En eso Eduardo se voltea dirigiéndose a Andrea que es la que está a su lado.
       —Escucha, salgan a ver si llegan a encontrar algo inusual además de que necesito seguir hablando con ellos a solas… ¿Está bien? —le dice Eduardo a ella susurrándole.
       —Okey. —contesta Andrea.
       Andrea se levanta y le da unos golpecitos en la pierna a Manuel este se levanta y la sigue y luego ella le hace señas hacia la puerta a José y a Henry y estos la siguen, saliendo de la casa.
       —Bien… ¿Qué edad tienes Yenni? —pregunta Eduardo.
       —Diecinueve. —contesta Yenni.
       —¿Puedes contarme que fue lo que te pasó dentro de tu cuarto? —le pregunta Eduardo.
       Yenni ve a sus papás, un poco insegura de contar lo que le pasó, y luego asienta con la cabeza.
       —Yo estaba dormida, y… hubo un momento en que escuche una voz que me despertó, me hablaba, me llamaba y… Me decía que yo era muy bonita, que me quería llevar, que me quería para él, y me estaba asustando, no sabía qué hacer, luego me dijo que me fuera con él y me lo repetía y yo le dije que no, que no me iba a ir con él, que no tenía intenciones de eso, que no me importaba… y… ahí fue cuando… —dice Yenni titubeando. —... no sé, creo que se molestó porque empezó a halarme, y me levantó y me comenzó a lanzar contra las paredes, el piso y fue cuando apareció mi papá, y luego fue lo que él le conto. —dijo Yenni.
       —Bien, gracias por decirme Yenni, ¿Será que podrías dejarme a solas con tus papás? —le pregunta Eduardo.
       —Sí. —contesta ella asintiendo con la cabeza.
       Yenni se levanta, camina hacia la puerta principal y sale de la casa.
       —Señor Rafael, señora María. ¿Ustedes tienen alguna idea de si su hija tiene algún noviecito o alguien que la pretenda? —pregunta Eduardo.
       —¡¿Cómo que si tiene algún noviecito o alguien…?! ¡¿Qué quiere decir con eso?! —le preguntas Rafael un poco alterado.
       —Señor Rafael, lo pregunto específicamente por lo que le pasó a su hija. —dice Eduardo.
       —¡Es que no entiendo, ¿Qué tiene que si mi hija tiene un noviecito con lo que le pasó?! —dice Rafael aun alterado.
       —Rafael, cálmate ¡Por favor! —le dice María.
       —¡Es que no entiendo! ¡Es más! ¿Cómo es que usted no trae puesta la cosa esa blanca que usan en el cuello? —le pregunta Rafael.
       —Señor Rafael, no traigo mi cuello porque me ordenaron que no lo usara para mantener este caso sin tanto alboroto en el pueblo, este es un pueblo muy pequeño y puedo saber que se pueden enterar fácilmente de muchas cosas y me pidieron que fuera muy cauteloso… en cuanto a mi pregunta, debido a la historia que me han contado, los sucesos, como se les manifestaron a su hija, tengo una leve idea de lo que podría ser, pero no estoy totalmente seguro, necesito investigar más, necesito saber esa información porque puede ser muy importante para esto. —dice Eduardo.
       —Bueno, en realidad no sabemos, creemos que no tiene a nadie, ni que alguien la pretenda. —contesta María.

       Los muchachos afuera están dispersados, observando alrededor de la casa buscando algo que pudiera ayudarlos. Henry se encuentra a unos cuantos metros lejos del frente de la casa adentrándose a una parte con monte y algunos árboles que rodean la casa, en eso se le acerca Yenni por detrás.
       —¡Hola! —dice ella.
       Henry se voltea exaltado de la sorpresa.
       —Hola, me asustaste. —contesta él sonriendo.
       Yenni también le sonríe. —Perdón por asustarte. —dice ella. —Y… ¿Qué haces? —pregunta.
       —Intento ver que encuentro de lo que haya pasado anoche, pero me distraje un poco. — dice Henry.
       —Y… ¿Ustedes de verdad son monaguillos? —pregunta Yenni volteando viendo a los demás.
       —¡Ahm! Sí, sí lo somos, ayudamos mucho al padre Eduardo con estas cosas, él nos busca mucho a nosotros para que le acompañemos también. —le contesta Henry.
       —Y ¿Cómo les va con él? —pregunta Yenni.
       —Bueno a veces bien, a veces mal, tiene sus cosas esta ocupación. —contesta Henry.
       Los dos se miran regalándose una sonrisa mutuamente.

       —Bueno, les prometo que investigare y hare lo posible para saber a qué nos estamos enfrentando con esto, en lo que tenga un resultado, vendré a informárselos, ¿Está bien? —dice Eduardo.
       —Sí. —contesta Rafael.
       —Sí, está bien. —contesta María.
       Eduardo se levanta del mueble, Rafael y María también se ponen de pie.
       —Me voy a retirar. —dice Eduardo.
       —Bien padre Eduardo, gracias por venir. —le dice María cariñosamente.
       —Está bien, Los ayudaremos con esto. —dice Eduardo extendiéndoles la mano.
       Rafael le estrecha la mano y después María también lo hace, Eduardo se da media vuelta dirigiéndose a la puerta y Rafael y María lo siguen más atrás, Eduardo sale se termina de despedir y llama a los muchachos haciéndoles señas, Henry y Yenni se dan cuenta.
       —Creo que ya nos tenemos que ir, fue un gusto conocerte. —dice Henry regalando una sonrisa.
       —Igualmente. —contesta Yenni devolviéndosela.
       Los muchachos se acercan a Eduardo y se despiden de Rafael y de María haciendo la seña con las manos a lo que estos se despiden igual.
       Eduardo y los muchachos se van caminando por la calle.
       —Eduardo, ¿Qué pasó? ¿Descubriste algo? —pregunta Henry.
       —Tengo la leve sospecha de algo. —contesta Eduardo.
       —Y ¿Qué es? —pregunta Andrea un poco angustiada.
       —Bueno debido a lo que ellos contaron, por un momento creí que podría ser un Cereton… —dice Eduardo.
       —¿Un Cereton? ¿Qué es eso? —pregunta José.
       —Los Ceretones son una raza de duendes bromistas, tienen la habilidad de hacerse invisibles, pero el Cereton también es un hechizo que un brujo puede usar para volverse invisible, cuando a algún brujo le gusta mucho alguien o quiere perjudicar una casa, hace este hechizo para así poder escabullirse, un Cereton fue lo que en un momento creí, pero lo que Henry percibió me hace contradecirme un poco. —dice Eduardo.
       —¿Lo que Henry percibió? —dice Manuel como una pregunta al aire.
       —Sí, ¿Cómo es eso? —pregunta José.
       —¡Verdad! ¿Cómo es eso? —reintegra Henry.
       Eduardo se detiene y los muchachos también, Eduardo se voltea viendo directamente a Henry.
       —Tienes el poder de percibir cosas, esa es una habilidad que tienes, por eso es que haz sabido donde ir, como hacer… lo lamentable es que solo percibes después que hayan pasado las cosas. —dice Eduardo, después retoma el camino.
        Los muchachos le siguen también.
        —¿Solo después? —pregunta Henry.
        —Si, solo después. —contesta Eduardo.
        —¿Pero si crees que pueda ser un Cereton como tú dices? —pregunta Andrea.
        —Aún me falta por analizar, pero pienso que es lo más seguro. —dice Eduardo.
        —Entonces podemos ir a combatirlo. —dice José.
        —No es tan fácil José, ¿Cómo vas a poder atacar algo que no vas a ver? Ten un poco de lógica, además remover un hechizo así no es nada fácil y vamos a tener que recurrir a un experto y por suerte se dé uno que vive aquí. —dice Eduardo.
        Eduardo y los muchachos caminan seis cuadras derecho, doblaron por la izquierda y caminando una cuadra y luego doblaron otra vez a la derecha caminaron una cuadra más, al cruzar a la siguiente esquina doblaron a la derecha, pasando la primera casa se detuvieron en la segunda y ahí golpearon cinco veces la puerta, a los pocos segundos abrieron del otro lado y fue una mujer, un poco alta, morena, de rostro simpático, un poco joven, pero no tan mayor, con una voz dulce y cariñosa, vestía una batola colorida de mangas hasta el codo y holgadas, en la cabeza su cabello estaba recogido y cubierto con una batola también colorida, llevaba unas sandalias marrones y unas tres pulseras en cada muñeca.
       —¡Oh, Eduardo! ¡Hola! ¿Cómo estás? —saluda la mujer a Eduardo con mucha alegría y dándole un fuerte abrazo.
       Eduardo también la abraza y la saluda.
       —¡Hola, Yanneth! Estoy bien y ¿Tú Cómo estás? Tanto tiempo sin saber de ti. —dice Eduardo.
       —Pues claro, si te pierdes así y no te comunicas con una como lo vas a saber ¡Jajajajaja! —dice Yanneth bromeándole a Eduardo. —Estoy muy bien, trabajando y… ¡Hay! ¡Que estoy haciendo, pasen, pasen, están en su casa! —dice ella.
       Eduardo y los muchachos entran a la casa, Yanneth cierra la puerta y les sigue hasta llegar a la sala, la habitación era algo acogedora, un mueble grande arrinconado a una pared, delante de este está la mesa de centro y lo siguiente un mueble individual, a la derecha la otra pared tiene una ventana grande de dos puertas, abierta de par en par, la sala se iluminaba con la luz que entraba de afuera, hacia un rincón de la esquina de esa pared esta un altar, pero no de santos católicos, sino de santos de la religión espiritista deidades como a María Lionza, El Negro Primero, entre otros y en todas las paredes habían adornos de decoración colgados.
       —¿Les ofrezco algo de tomar? ¿Un agua? —pregunta Yanneth.
       —No, gracias. —dice Eduardo.
       —Un vaso de agua ¡Por favor! –dice José un poco desesperado por la sed que lo agobiaba.
       Yanneth fue hacia la cocina, mientras que Eduardo, Henry, Manuel y Andrea se sentaron en el mueble grande y José en el individual, a los pocos segundos Yanneth entra otra vez a la sala y le entrega el vaso con agua a José.
       —¡Gracias! —dice José.
       —De nada. —contesta Yanneth.
       Ella se devolvió al comedor y buscó una silla de la mesa y la traslado a la sala y la coloco junto a Eduardo que estaba sentado a un extremo del mueble grande y se sienta.
       —Yanneth, te quiero presentar a… —dice Eduardo.
       —¡Sí, se quiénes son! —exclama Yanneth interrumpiendo a Eduardo. —¡Lo siento, Eduardo! pero es que me emociona ¡Por fin, conocerlos! —agregó.
       —¿Entonces sabes quiénes somos? —pregunta Henry.
       —Claro que se quiénes son, también se dé la profecía y cuando los vi allá afuera supe inmediatamente quienes eran. —dice Yanneth.
       —Yanneth, necesitamos tu ayuda. —dice Eduardo. —Creo que hay un Cereton suelto aquí en el pueblo, anoche atacó en una casa y necesitamos de tus dotes para poder remover el hechizo. —siguió.
       —Sí, se lo que pasó anoche y lamento decepcionarlos, pero no puedo ayudarlos. —dice Yanneth.
       —¿Por qué no? —pregunta Eduardo.
       —Tú sabes porque, Eduardo. —contesta Yanneth.
       —¡Ah! Aun sigues mal por lo de aquella vez… si entiendo, pero eres la única que conozco que sabe cómo poder remover un hechizo como ese, ¿Segura que no puedes hacer un esfuerzo? —dice Eduardo.
       —Eduardo, no puedo, además esos son hechizos de Oscuridad y desde lo que pasó ya no practico en contra de esas cosas, además he escuchado el rumor de boca de otros brujos del pueblo que hay algo extremadamente maligno aquí… hasta yo lo he percibido Eduardo y siento que es muy poderoso y peligroso, pero no sé qué es, aunque no descarto que haya tenido que ver con lo que pasó anoche. —dice Yanneth.
       —Eso no está bien, necesitamos averiguar qué es lo que está pasando y bajo el mando de quien, y si es que ese Cereton tiene algo que ver. —dice Eduardo.
       —¿Entonces tu eres una bruja? —pregunta Andrea.
       —Sí, mi reina, lo soy. —dice Yanneth seguido de levantar su mano izquierda y mover los dedos, soltando como chispas de colores de la yema de sus dedos.
       Los muchachos se sorprenden de lo que ven.
       —Pero… tú no tienes aspecto de ser una bruja mala. —dice Andrea.
       —No, claro que no… es que existen dos clases de brujos en este mundo, están los brujos de Luz que usan su magia y hechizos para el bien y para ayudar a las personas y están los brujos de Oscuridad que usan sus dotes para ellos mismos y hacer daño. —dice Yanneth.
       —Y ¿Tú eres una bruja de Luz u Oscuridad? —pregunta Manuel.
       —De Luz obviamente. —contesta Yanneth soltando una risa tímida.
       —Y ahora ¿Qué haces con tus dotes? —pregunta Henry.
       —Bueno, la practico, pero en el Espiritismo, a muchas personas les asustaba que usara mis poderes de verdad como es, así que tuve que tomar otro método y ahora estoy ayudando a las personas a comunicarse con estos muertos, que saben ayudar a las personas, hago que ellos entren en mi cuerpo y se puedan comunicar y con eso es que trabajo. —dice Yanneth.
       —Sí, pero sabes que está mal, hacer que los muertos que ya descansan en paz vuelvan por un corto momento a nuestro plano es un delito espiritual, no sé cómo aun no les pasa nada a los que practican eso. —dice Eduardo.
       —Porque tenemos como protegernos. —contesta Yanneth.
       —Bueno, tenemos que irnos, debemos buscar la forma de salir de esto, vámonos muchachos. —dice Eduardo mientras se levanta del mueble.
       —¡Espera…! —exclama Yanneth a la vez que se levanta de golpe.
       Luego ella se inclina a toma un papelito y un bolígrafo que están en la mesa de centro y comienza a escribir algo, cuando termina deja el bolígrafo en la mesa y se yergue doblando el papelito y entregándoselo a Eduardo.
       —Toma, busca a esta persona, no es uno de los mejores de aquí, pero practica la Palería y trabaja mucho con hechizos de Oscuridad, no es nada confiable, pero… espero que los pueda ayudar. —dice Yanneth.
       —Está bien, gracia Yanneth. —dice Eduardo.
       Los muchachos se levantan y todos se van hacia la puerta, Yanneth les abre y ellos salen.
       —Bueno nos vemos. —dice Yanneth al darle un beso en la mejilla y un abrazo a Eduardo.
       Este le responde igual.
       —Bien, nos vemos. —dice Eduardo.
       —No te olvides de mí, ¿Sí? Acuérdate de visitarme. —dice Yanneth.
       —Está bien, ¡Chao! —dice Eduardo.
       —¡Chao, muchachos! —grita ella.
       —¡Chao! —gritan los muchachos en coro.
       Y luego ellos se van.
       —Eduardo, ¿Cómo es eso de los brujos? —pregunta Andrea.
       Eduardo voltea la cabeza mirándola de reojo y da un largo suspiro por la nariz.
       —Durante muchos años, los brujos han existido y la historia nos lo confirma siempre, en el mundo solo existen dos tipos de brujos, los que son de Luz y los que son de Oscuridad, los de Luz como les dijo Yanneth, son los que hacen hechizos para el bien y para ayudar y son hechizos que son llamados generalmente como los brujos que las practican, “hechizos de Luz” y los brujos de Oscuridad son todos estos que practican sus hechizos para el mal, con propósitos egoístas y hacer daño a los demás, pero los poderes de un brujo hay quienes los obtienen desde nacimiento, en cambio hay otros que los aprenden, aquí especialmente existen muchas personas que han aprendido de brujería, este es un pueblo que está totalmente infestado de brujos y no todos son de Luz en la gran mayoría, pero no culpo a los brujos que viven en este país, vinieron especialmente huyendo de la muerte. —dice Eduardo.
       —¿Cómo que de la muerte? ¿Por qué? —pregunta Henry.
       —Hace muchos años existió un brujo de Luz, llamado Anton Wells, un hombre británico que aprendió a desarrollar estas habilidades… resulta que un día este hombre por accidente encontró un libro, un libro maligno, se cree que el libro fue escrito por el demonio Azazel y lo dejó oculto en algún rincón de la tierra con la certeza de que alguien la encontraría y así fue, este libro fue llamado como “El Libro de Sangre” un libro que contiene cosas inimaginables, cómo la necromancia, hechizos aterradores y muy oscuros, denominados cómo hechizos de Sangre, son hechizos que nunca un brujo ha llegado a ver antes. Anton cuando encontró este libro, lo leyó y práctico estos hechizos, aprendiéndolos, y por hacer eso algo cambio en él, se convirtió en alguien malévolo, algo peor que un brujo de Oscuridad, muchos brujos de la época lo denominaron como un brujo de Sangre, el único de su categoría, se obsesiono tanto con el libro que le dio visiones perversas, con el objetivo de querer dominar el mundo a su antojo, hechizó a otros brujos en contra de su voluntad, tanto de Luz como de Oscuridad, creando un ejército, otros brujos se opusieron y quisieron pararlo, pero no pudieron, así que tanto brujos de Luz como de Oscuridad tuvieron que unirse para vencer a Anton, la Legión también participó en la guerra, ayudándolos a detenerlo, lo malo de eso es que murieron muchos brujos inocentes de los que estaban hechizados por Anton. Al final lo lograron vencer y lo mataron, la Legión se apropió del libro y lo llevó al Vaticano, ahí lo escondieron en algún lugar de ese templo, en donde nadie pudiera sacarlo y volverlo a ver, ni siquiera acercarse, ni siquiera el Papa. —contó Eduardo.
       —Pero entonces ¿Qué pasó que hizo que los brujos se vinieran a este país? —preguntó Henry.
       —No solo a este país Henry, ha todo el continente, ustedes ya conocen la historia de la esclavitud los africanos esclavizados por los europeos y obligados a trabajar en este continente, África es el continente con más brujos en la tierra, tanto que lo llevan en su cultura, y esa cultura fue la que trajeron acá, los primeros brujos en América. Pero la otra historia que no saben es que después de lo que pasó con Anton, la Legión se atemorizó de que los brujos llegaran hacer algo igual otras vez tuvieran o no el libro, así que masacraron a muchos pueblos que tenían brujos en ellos algo horrible, hasta que el papa Pio XII, ordenó que dejaran de masacrar estos pueblos que incluso mataban a gente inocente personas que no eran brujas o brujos también salían perjudicados y se mantuvo la paz, luego de unos años la Legión comenzó a trabajar con los brujos, siempre y cuando fueran ocasiones especiales o de una gran emergencia, así fue como conocí a Yanneth, en un caso, recurrimos a ella uno de nosotros la conocía y la contactamos y ahí la conocí, luego ella nos siguió ayudando en otros casos, hasta que un día la cosa fue peor, éramos dos sacerdotes exorcistas y un aprendiz, el demonio que residía en aquel cuerpo era un demonio poderoso, muy difícil, tuvimos que recurrir a los dotes de un brujo, así que la contactamos y aceptó en ayudarnos, íbamos bien hasta que llegó un momento en el que todo se salió de control ella estaba haciendo un hechizo que le afectaba al demonio, este se enfureció y arremetió contra ella, la lastimó, le hizo mucho daño, tanto que la dejo inconsciente, el aprendiz que estaba con nosotros trató de salvarla pero él, termino pagando las consecuencias y el demonio le quitó la vida, pero pudimos contra él, al final Yanneth nos facilitó el trabajo y pudimos expulsarlo, luego a ella la internamos en recuperación, y se mejoró, pero quedó traumada por lo que pasó y ya no quiso seguir trabajando para esto y termino haciendo lo que ya saben. —contó Eduardo.
       —¡Wao! Con que eso fue lo que pasó y es por eso que ella no quería involucrarse con nosotros en esto. —dice Andrea.
       —Sí, es por eso. —contestó Eduardo.
       Llegan hasta una casa la cual su fachada era como la de una casa colonial, pero algo estropeada, de color amarillo, rejas en las dos ventanas a los lados de la entrada, la puerta está entre abierta, ellos entraron sin aviso, caminaban despacio hasta llegar en si a la sala principal, el lugar era oscuro, con un ambiente lúgubre, el lugar solo se iluminaba del montón de velas encendidas puestas alrededor de la sala, delante de ellos está un hombre de espaldas, este se está sirviendo un vaso con licor de una mesa delante de él.
       —¡Bienvenidos! —exclama el hombre con una voz poco gruesa, al terminar de servirse el vaso, colocando la botella a un lado y tomando el vaso. —Siéntanse cómodos… —dice el hombre.
        A la vez que se da vuelta y paseando la mano derecha frente de él creando un arco de una especie de franja transparente, el cual le hace ver el aura iluminada que rodean a Eduardo y a los muchachos, Eduardo tiene el aura color azul mientras que los muchachos lo tienen de color amarillo resplandeciente.
       —¡Ah, interesante! —exclama el hombre un poco sorprendido.
       Una vez de frente a él, detallan que es de piel moreno oscuro, alto, lleva un sombrero pequeño, negro, camisa blanca, con un chaleco negro sin mangas encima, pantalón negro y zapados casuales negros. El hombre se acerca a un mueble individual a su derecha y se sienta.
       —Me sorprende tenerlos aquí… ¿Cómo estás Eduardo? Que yo sepa la guerra terminó hace años. —dice el hombre.
Eduardo entrecierra un poco los ojos e inclina la cabeza ligeramente hacia la izquierda.
       —¡Que! ¡¿También lo conoces?! —exclama José.
       —No. —contesta Eduardo.
       —Claro que no me conoce, pero yo a ustedes si, admito que me vi algo escéptico en cuanto a la profecía, pero… ya veo que para Dios nada es imposible. —dice el hombre dándole un sorbo al vaso.
       —¿Sabes quiénes somos? —pregunta Henry.
       —Sí, se quiénes son, lo que hice hace un momento me permite ver las auras de cualquier criatura en la tierra sea lo que sea, y al hacer este truco, también me permite ver la vida de las personas y saber quién es. —dice el hombre.
       —¿Tú quién eres? —pregunta Eduardo.
       —¡Ah, donde están mis modales!... Augusto Quintero, para servirles. —dice él levantándose el sombrero y volviéndoselo a colocar.
       —Sí, ese truco te permite saber de nosotros, supongo que sabes lo que te vamos a pedir, ¿Verdad? —dice Eduardo.
       —Sí, pero igual me lo tienen que pedir. —contesta Augusta.
       —¿Por qué? —pregunta Eduardo.
       —Porque me gusta más cuando me lo piden en persona, es… gratificante que pidan mi ayuda. —dice Augusto.
       —Gratificante me sentiré yo cuando te mate. —dice Eduardo.
       —¡Wao! —exclama Augusto a la vez que suelta una pequeña carcajada.—Eso es muy divertido. —dice Augusto mofándose. —Amenazándome de muerte, ahí está el hombre de la Legión, el mercenario de Dios que desertó, es muy amable de tu parte quererme presentar en persona a Azrael, ya que has tenido mucha interacción con él, pero no gracias, ahora no. —siguió él.
       —Augusto, necesitamos que nos ayudes ¡Por favor! —dice Eduardo.
       —Y ¿Yo qué gano? —pregunta Augusta.
       —¿Cómo que, qué ganas? —pregunta Henry.
       —Esto es un negocio, necesitan de mis servicios de brujo y eso tiene un precio. —dice Augusto.
       Eduardo y los muchachos se miran las caras.
       —Pues no tenemos nada. —dice Eduardo.
       —Entonces no hay servicio, lo siento. —contesta Augusta.
       —Augusto bien sabes que hay algo raro aquí y lo que pasó anoche en este pueblo puede ser una pista, ese Cereton que anda por ahí suelto puede ser de ayuda. —dice Eduardo.
       —Sí, tal vez, pero no es mi asunto, yo no hago caridad, así que si no tienen para hacer negocio, ¡Hasta luego! —contesta Augusto moviendo la mano haciendo un gesto de despedida.
       —Bien sabes que lo que anda por ahí es peligroso… no sé cómo puedes estar tan tranquilo. —dice Eduardo. —Vámonos. —agregó.
        Se dan media vuelta para irse.
        —Solo… para no ser una mala persona, deben saber que la forma básica de descubrir a un Cereton es echándole fuego, sin rostizarlo obviamente, o pueden buscar su ropa en los pies de algún árbol y escondérsela, ese Cereton no es eterno, en algún momento va a tener que buscar su ropa. —dice Augusto.
       Luego Eduardo y los muchachos se terminan de ir de ahí.
       —Es extraño ese tipo. —dice Manuel.
       —Y ¿Sobre qué guerra hablaba Eduardo? —preguntó Andrea.
       —¿Recuerdan lo que les conté sobre Yanneth? —preguntó Eduardo.
       —Sí. —contestó Andrea.
       —Hace algunos años un miembro de la Legión que nunca estuvo de acuerdo con que recurriéramos a colaboraciones con brujos, tenía la mentalidad de que al igual que otras criaturas también debían ser destruidos, pero el Vaticano no compartió su visión, y en secreto formó un grupo que lo apoyaba y ellos comenzaron a matar también muchos brujos, fue un horrible derramamiento de sangre, yo me enteré de eso y lo manifesté así que el Vaticano ordenó que el resto de los que conformábamos la Legión los buscáramos y paráramos esa masacre innecesaria, y así hicimos, los detuvimos los llevamos ante la corte en el Vaticano y los encarcelaron.—dijo Eduardo.
       —Sí que se ensañaron con los brujos. —dijo José.
       —Eres un defensor de estas personas y de las criaturas sobrenaturales, Eduardo. —dice Manuel.
       —No de todas, pero sí de algunas. —contesta Eduardo. —Tenemos que volver donde el Señor Rafael, tengo que hablar con él. —siguió.
       Eduardo y los muchachos caminan cinco cuadras derecho, doblaron hacia la derecha y caminaron una cuadra, luego doblaron hacia la izquierda y caminaron una cuadra más, volvieron a doblar hacia la derecha y caminaron seis cuadras derecho, hasta llegar a la casa de Rafael, Eduardo tocó la puerta cuatro veces.
       —Esta vez les voy a pedir que se queden aquí afuera, hablare a solas con ellos. —dice Eduardo.
       Del lado de adentro de la casa se escuchan unos pasos y abren la puerta y es Rafael.
       —¡Padre! ¿Tiene noticias? —pregunta Rafael.
       —Sí, señor Rafael, tengo noticias ¿Podría hablarle al respecto? —pregunta Eduardo.
       —Sí, claro pase. —dice Rafael.
       Eduardo entra y los muchachos se quedan afuera, Eduardo al entrar a la sala de estar, Rafael lo invita a sentar señalándole el mueble con la mano, él se sienta y Rafael también, en eso aparecen María y Yenni que salen de la cocina.
       —Hola padre. —dice María.
       —Hola, Yenni, ¿Podrías dejarme a solas con tus papás por favor? Quiero hablarles en privado. —dice Eduardo.
       —Está bien. —dice Yenni.
       Yenni se retira y sale de la casa.
       —Ya confirmé lo que estuvo aquí anoche. —dice Eduardo.
       —¿En serio? Y ¿Qué es? —pregunta María.
       —Lo que los ataco anoche fue un Cereton. —dice Eduardo.
       —¿Un Cereton? —pregunta Rafael.
       —Sí, Señor Rafael, lo siguiente que voy hacer es llevar todo lo que tengo a la iglesia y pedir una autorización para comenzar hacer algo lo más pronto posible. —dice Eduardo.

       Henry está apartado del grupo, viendo el paisaje que veía hace un rato, Yenni se le acerca por detrás caminando.
       —Hola, otra vez. —dice Yenni.
Henry se voltea. —Hola Yenni, ¿Cómo estás? —pregunta él.
       —Bien, ¿Qué tanto ves? —pregunta Yenni.
       —ahm... No sé... Hay algo aquí que me intriga. —dice Henry. —¿Te puedo preguntar algo personal? —pregunta Henry.
       —Sí. —responde Yenni.
       —¿Tienes algún pretendiente en este pueblo, alguien que guste mucho de tí? —pregunta Henry.
       —No, ¿Por qué? —pregunta Yenni mostrando una sonrisa.
       —Es correspondiente al caso, sospechamos que alguien puede gustar de tí y por eso pasó lo de anoche. —dice Henry.
       —¡Ah, bueno! Si es por eso, hay alguien, se llama Jeferson, pero yo no le presto mucha atención. —dice Yenni.
       —¿Alguien más? —pregunta Henry.
       —No, más nadie. –Contesta Yenni.
       —¿En serio? Siendo tan bonita y ¿Más nadie gusta de tí? —dice Henry mostrando una sonrisa.
Yenni sonríe también. —No, más nadie. —dice ella.
       Luego ellos se quedan viéndose, como si nada más existieran ellos dos. Eduardo sale de la casa y se despide de Rafael y de María.
       —¡Muchachos, vámonos! —les grita Eduardo.
       Los muchachos atienden al llamado, Henry y Yenni vuelven en sí, se acercan y se despiden, Henry se acerca con los demás y se van.
       —Averigüe algo, Yenni me dijo que tiene alguien que la busca, que gusta de ella tal vez ese podría ser el Cereton. —dice Henry.
       —Tal vez, tendremos que volver en la noche, para encontrarnos con ese Cereton, puede que vuelva esta noche, ahora hay que buscar la forma de hacerlo visible otra vez y no tenemos mucho tiempo. —dice Eduardo.
       —Eduardo tu escuchaste que Augusto nos dijo que tenemos dos opciones, o lo quemamos o le escondemos la ropa y lo podremos atrapar. —dice Andrea.
Eduardo se detiene y los muchachos también.
       —Sí, pero no sabemos dónde está su ropa y buscarla nos llevara más tiempo. —dice Eduardo.
       —Pero lo podemos quemar. —dice Henry. —Yo tengo el poder del fuego, podría quemarlo para volverlo visible cuando lo combatamos esta noche y sabremos quien es. —siguió él.
       —No sé, es algo muy arriesgado. —dice Eduardo dudoso.
       —¡Eduardo, piénsalo! Si se puede. —dice Henry.
       Eduardo desvía la mirada hacia su alrededor, vuelve a ver a Henry y se le acerca.
       —Okey. Pero si lo llegas a rostizar, habremos perdido algo valioso por tu culpa… no lo arruines. —dice Eduardo.
        Reintegrando el camino y los muchachos más atrás.

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