Capítulo 4 "Los Duendes del Ávila"
Al día siguiente los muchachos se encontraron en la entrada de una estación del metro, de ahí tomaron el tren y se fueron, transitando el largo camino hasta que llegan a la casa de Eduardo caminando luego de un par de horas y está Eduardo afuera en la puerta, ellos llegan hasta donde está él.
—Buenos días. —dice Eduardo.
—Buenos días. —contesta Henry.
—Buenos días. —Dice Andrea.
—Hola. —dice José.
Eduardo los observa a todos con el entrecejo un poco fruncido.
—Bien, vámonos. —dice Eduardo.
Eduardo camina entre ellos y más atrás lo siguen los muchachos, ellos caminan un largo tramo que les llevó una hora y media para llegar a la ciudad, de ahí caminaron otra media hora hasta una estación de metro de Coche, ellos entran, bajan por las escaleras mecánicas y al llegar caminan pasando los torniquetes, caminan hasta llegar a otras escaleras que bajaron y ahí se pararon en el andén del tren con dirección a Plaza Venezuela, el tren tardó unos diez minutos en llegar, se montaron en el tren, los asientos del tren están de ambos lados, de frentes a los otros y el pasillo en medio, en los bordes de los asientos hay tubos de plata pegados en la pared del tren y debajo de los asientos, los asientos son largos y ambos extremos terminan cerca de las puertas, al cerrar las puertas se fueron, pasaron seis estaciones hasta llegar a Plaza Venezuela, ahí se bajaron e hicieron transferencia de la línea tres, a la línea uno, subieron unas escaleras y luego de eso, cruzaron hacia la derecha dando una vuelta en “U” caminaron hasta el andén y ahí se detuvieron a esperar el otro tren, estando allí, a Eduardo de pronto le comenzó a dar dolores de cabeza y al sentir una pesadez en su cuerpo que lo obligaba a dar pestañeos bruscos y al fruncir un poco el ceño, su respiración poco a poco fue haciendose pesada y fuerte y de su frente comenzaban a salir gotas de sudor, luego el volteo a su izquierda y observa a dos personas, un hombre y una mujer, parecían personas comunes, pero éstos, están parados de frente hacia él, la mujer tiene la mitad del rostro de lado izquierdo quemado hasta el cuello, los dientes se le notaban, las muelas, el ojo manchado de puntos negros, la parte derecha del cuerpo ya que cargaba una blusa que se le notaban los brazos, tenia el brazo derecho rostizado, el hombre, tenia el lado derecho del rostro rostizado y también se le notaban los dientes. Eduardo aparto la mirada viendo hacia el piso, luego vió a su derecha y un hombre, blanco, cabello negro, liso, corto, con un traje gris, voltea hacia Eduardo lentamente, descubriéndosele el lado derecho del rostro quemado que le seguía por toda la boca, viéndosele los dientes como un esqueleto y observando a Eduardo fijamente, Eduardo vuelve a bajar la mirada y cierra los ojos con fuerza, incluso haciendo presión en sus dientes y cada vez sudando más.
—Eduardo, tienes que disimular, ¿Qué te pasa? —susurra Andrea.
—Es que hacía demasiado tiempo que no uso el metro y es horrible, aquí hay muchos demonios y me están poniendo inquieto. —contesta Eduardo susurrando.
—Sí, ya nos dimos cuenta. —susurra Manuel acercándosele por la izquierda.
Eduardo reacciona rápidamente y lo vé, en eso el tren llega y abre sus puertas, ellos entran y al cerrar éste comienza a andar y en el viaje pasan cuatro estaciones y llegan a la estación de Altamira, ahí se bajan y comienzan a caminar, suben unas escaleras, luego siguen pasando los torniquetes, caminan saliendo de la estación y suben otro tramo de escaleras, al llegar arriba suben hasta una plaza con fuentes, de ahí siguieron por la derecha, cruzando la calle y llegaron hasta una parada de bus, se montaron en el bus que estaba ahí, pagando al subir y se sentaron en puestos separados, pero no lejos uno del otro, luego de unos minutos el bus arrancó y subió unas cuadras hasta dejarlos a dos cuadras de su destino, se bajaron, y siguieron subiendo a pie, estaban caminando una calle la cual parecía una urbanización con quintas, casas grandes y de alta seguridad, se notaba que era una zona de personas adineradas, luego de pasar las dos cuadras, doblaron hacia la izquierda y donde habían unos negocios de jugos orgánicos, al lado estaba una entrada un callejo que al entrar a pocos metros entraban por un túnel algo grande, pero corto, dentro se encontraron a vendedores ambulantes que vendían baratijas, pulseras, collares, alguno vendían comida, al salir subieron unas escaleras, luego de que pasaron unos guardias, siguieron su camino subiendo, caminaron por un lugar que desde que salieron del túnel, todo era vegetación, arboles altos, camino de tierra, llegaron hasta una intersección un camino doblaba a la izquierda y otro seguía derecho.
—Vengan, sigamos. —dice Eduardo.
Ellos siguen derecho, pero se salen del camino mas adelante, desviándose, subiendo por una zona mas terrena, donde los arboles más abundan.
—¿Qué hacemos en el Ávila? —pregunta José.
—¿Han escuchado los mitos de aquí? ¿Sobre qué el lugar es mágico, las personas se pierden, no aparecen más y esas cosas? —pregunta Eduardo.
—Sí, algo, ¿Por qué? —pregunta Henry.
—Porque son verdad. —dice Eduardo.
—¿Cómo? —pregunta Henry.
—El Ávila si es un lugar mágico y la razón es porque está habitada de duendes. —dice Eduardo.
—¿Duendes? ¿Los duendes existen? —pregunta Manuel.
—Sí, existen los duendes, su origen es irlandés, allá son un mito, pero un mito muy real. La verdad es que existen varios tipos de duendes, su único propósito es proteger la naturaleza, cuidan lugares como éstos y horita estamos en su territorio, el Ávila es un lugar donde residen muchos duendes, cuidan éste lugar sus colonias están en lo más profundo de éstas montañas. —dice Eduardo.
—¿Colonias? —preguntan Henry, haciendo eco.
—Los duendes son criaturas coloniales, viven en monarquía, naturalmente los duendes son bromistas, juegan con la gente y salen afectados, la Iglesia ve a los duendes como demonios, hace muchos años se le ordeno a la Legión acabar con éstas criaturas y eso hicieron, fueron y persiguieron a muchos pueblos, bosques, lugares en donde residían muchos duendes, muchas de sus comunidades fueron masacradas, llovía sangre de éstas criaturas, la Legión no tenía ningún tipo de compasión con ellas, los reyes de las distintas monarquías de los duendes, se reunieron para llegar a un acuerdo y éstos terminaron acudiendo a los brujos, les pidieron hacer un hechizo para proteger sus pueblos, creando reinos y pueblos volviéndolos imperceptible al ojo humano y sus sentidos con una puerta invisible que solo ellos pueden notar. —dijo Eduardo
Manuel voltea hacia atrás y observa a Andrea distraída, viendo hacia el piso, mientras caminaban, Manuel camina hacia ella y se le acerca y camina junto a ella.
—Hola. —dice Manuel.
Andrea reacciona de forma sorpresiva y lo ve, luego suelta una sonrisa sin sentido.
—Me asustaste. —dice Andrea.
—Perdón. —contesta Manuel mostrando una sonrisa. —No quise asustarte. —agregó.
—No te preocupes. —dice ella.
—¿Te pasa algo? Te noto distraída. —dice Manuel.
—No es nada, es que… estaba pensado en lo de ayer. —dice Andrea.
—¡Ah! En lo del Silbón, si… fue una locura. —dice Manuel.
—Y, ¿José ya te dio las gracias por salvarlo? —pregunta Andrea.
Manuel voltea a ver a José. –¡Ahm! No, no lo hizo. —dice Manuel volteando a ver a Andrea.
—Pero debería agradecerte, tú lo salvaste de que esa cosa lo matara. —dice Andrea.
—Tranquila, de eso no me preocupo, sé que él es muy orgulloso como para eso, aunque no dudo que lo esté. —dice Manuel.
—Aun así, creo que te debería agradecer. —dice Andrea.
—Sabes, me gusto la forma en que le hablaste a Eduardo anoche, creo que tienes razón a eso. —dice Manuel.
—Es que lo dimos todo ayer y aun así dice que nos falta, si bueno, no ganamos, pero al menos el debió decirnos a que nos estábamos enfrentando. —dice Andrea.
—Es cierto… qué bueno que te tenemos Andrea. —dice Manuel.
Andrea voltea viendo a Manuel. —Gracias. —dice ella, mostrando una sonrisa en su rostro.
Manuel también le mostró una sonrisa, los dos quedaron viéndose fijamente a los ojos y estos brillaban, cuan rato duraban, su alrededor para ellos desapareció, las voces de los demás de pronto se opacaron y era como si ellos estuvieran solos en esa montaña, luego de un rato, la voz de Eduardo se comenzaba a escuchar a lo lejos y que poco a poco fue aumentando.
—… los duendes de aquí suelen jugar mucho con la gente y por eso hacen que se pierdan dentro de la montaña… —dice Eduardo.
Eduardo voltea hacia atrás viendo a Manuel y a Andrea juntos.
—¡Manuel! —exclama éste.
Manuel reacciona al llamado de golpe volteando hacia Eduardo, quitando la sonrisa en su cara.
—Ya estamos cerca y les voy a pedir un favor muchachos, déjenme hablar a mí, no hablen a menos que yo les diga. —dijo Eduardo.
—Eduardo y a todas éstas, si la iglesia considera a los duendes como demonios, ¿Tú qué piensas de ellos? —pregunto Henry.
—Que solo son unas criaturas más de éste mundo. —contestó Eduardo.
Caminan unos pocos metros más y llegaron a un espacio plano, algo abierto, con árboles alrededor, delante de ellos, habían dos arboles en paralelo con cierta distancia uno del otro, las cortezas estaban cruzadas, a un lado a la derecha delante de éstos árboles hay otro y detrás de éste, se nota algo que se les muestra a ellos, Henry observa meticulosamente, frunciendo el entrecejo e inclinándose un poco hacia delante.
—¿Qué es eso? —pregunta Henry.
Eduardo manda a callar a Henry chitándolo, luego poco a poco de detrás del árbol se fue mostrando eso que vieron y cuando salió era un niño, pequeño, ojos azules, cabello liso con corte de hongo, castaño, piel blanca, llevaba puesto una camisa amarilla estampada, un jean azul y zapatos, el niño caminó despacio hasta quedar frente a ellos, con las manos en la espalda, observaba a los muchachos con mucha curiosidad.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó el niño con una voz tierna.
—Hola, Eamonn. —dijo Eduardo.
—Hola, Eduardo. —contestó Eamonn.
—Solicito ver al Rey Rory, por favor. —dice Eduardo.
—¿Se puede saber para que lo solicita? —pregunta Eamonn.
—Para asuntos de investigación, algo está pasando y quiero averiguar si él, sabe algo. —dice Eduardo.
—Lamento decir que el Rey en éste momento no va a poder atenderlos, ahora podrían por favor retirarse. —dice Eamonn.
—Lo entiendo, pero si podrías… —dice Eduardo.
En eso es interrumpido por José que camina hacia Eamonn.
—¡Esto es estúpido! —exclama José.
Se le para en frente y se inclina hacia delante, quedando cara a cara con Eamonn.
—Escucha niño, queremos hablar con éste rey ahora, así que ve a buscarlo. —dice José con mucha prepotencia.
—Creo que está siendo algo irrespetuoso, le pediré que no lo haga, por favor. —dice Eamonn.
—¡José! —exclama Eduardo.
—¡Que soy irrespetuoso! Pues creo que debería hacerte a ti respetar a tus mayores. —contesta José igual con prepotencia, subiendo la mano izquierda en medio de ellos y haciendo que la superficie de su mano se vuelva rocosa.
—Aquí no veo a nadie mayor, sino a puros niños. —dice Eamonn.
Éste mueve las manos que tenía en la espalda llevándola hacia delante, en la mano derecha tenía una flauta irlandesa, era una flauta larga, de pico negro, el resto del tubo delgado donde están los seis agujeros dorados y sobre toda la flauta enrollada habían ramas delgadas con hojas pequeñas verdes, la coloca de forma horizontal, acercándose el pico a la boca, el resto de la flauta estaba extendida hacia la derecha y las manos posicionadas en los agujeros, Eamonn sopla la flauta y emite un sonido y de pronto, de bajo de la tierra, alrededor de Eduardo y los muchachos salen de sorpresa unos duendes de tamaño pequeño, rostros viejos y algo arrugados y sucios, barbas largas, ropa marrón y algo estropeada, camisas manga largas con tres botones de bronce en la parte del pecho, pantalones de tela suave y delgada, zapatos de tela gruesa con las puntas enroscada hacia arriba y gorros de cono con las puntas caídas. Eduardo y los muchachos se juntan colocándose espaldas unos con el otro, siete duendes los tenían rodeados.
—¡Ya ves lo que haces José! —reprocha Eduardo.
—Quería ayudar a agilizar las cosas. —contesta éste.
—¡Les dije que se quedaran callados y que me dejaran hablar a mí! —siguió reprochando Eduardo.
Eamonn vuelve a soplar la flauta y uno de los duendes salta hacia José, éste reacciona rápido levantando la mano izquierda que ya la tenía convertida en piedra, la agranda, lleva el brazo hacia atrás y con fuerza la estira propinándole un golpe al duende, alejándolo de él, Eamonn vuelve a soplar la flauta y hace que otro duende de un salto directo hacia Andrea, éste le propina dos golpes a ella, con la derecha y luego la izquierda pero, Andrea se cubre colocando los antebrazos delante de ella de forma vertical, luego el duende lanza una patada con la pierna izquierda, Andrea se mueve hacia su izquierda y lleva el brazo derecho hacia la derecha bloqueando la patada, luego con la otra mano empuñada le propina un golpe en el estomago al duende, éste queda privado, luego con la derecha le da un golpe en la cara, seguida con la izquierda, luego llevando la derecha hacia atrás, la extiende con fuerza propinándole un fuerte golpe en el tabique al duende, que lo alejó de ella. Eamonn inclina la cabeza ligeramente a la izquierda observándolos, luego la endereza y comienza a soplar la flauta, sin detenerse, comenzando a emitir melodías en ella, los duendes comenzaron atacar, hacia Eduardo fue uno que con el brazo izquierdo hacia atrás, le fue a propinar un golpe, Eduardo la esquivo moviéndose hacia la derecha, con la izquierda subió la mano empuñada dándole un fuerte golpe en el estomago al duende, luego lo tomó de la camisa por la espalda y lo aventó hacia el piso con fuerza, hacia Henry fue otro que fue directo a darle un golpe con la derecha, Henry lo boqueo cubriéndose la cara con los antebrazos de forma vertical, rápidamente tomó al duende de los dos lados de la cabeza, halándolo hacia abajo, levantando la rodilla y propinándole un golpe en la cara a éste, lo suelta y el duende reacciona al golpe subiendo la cabeza, luego Henry con el brazo derecho levantado y la mano abierta, éste crea una bola de fuego, extiende el brazo hacia delante y expulsa la bola de fuego pegándosela al duende y alejándolo de él, hacia Manuel fue otro que al propinarle un golpe con la derecha, Manuel usó su velocidad y aparto el puño con su derecha, luego el duende siguió con otro, con la izquierda y Manuel hizo lo mismo, luego con la misma velocidad comenzó a darle varios golpes al duende por todo el cuerpo un golpe tras otro, luego dejo de golpearlo, llevo los dos brazos hacia a tras y con las manos abiertas, extendió los brazos con ferocidad y expulso un ventarrón de sus manos alejando al duende, hacia José fue uno, José se cubrió la cara con los antebrazos, cruzándolos y convirtiendo la superficie en piedras, el duende se guindo de los brazos, halándolo ferozmente, José descruzo los brazos rápidamente y tomó los brazos del duende, lo halo y le dio un cabezazo con mucha fuerza, luego soltó el brazo izquierdo del duende, librando su brazo derecho, empuño la mano y le propino un fuerte golpe en el estomago y luego en la cara soltándolo del otro brazo dejando al duende inconsciente, cayendo en el piso lejos de él, luego hacia Andrea fue otro ella formo dos bolas de agua en sus manos y al extender los brazos hacia delante las bolas de agua se extendieron rodeando al duende y atrapándolo, Andrea levanta los brazos y con ferocidad los lleva hacia abajo eso causó una honda en el agua que tenia atrapado al duende, llevándolo con fuerza hacia el piso golpeándolo contra éste, Andrea lo hizo una vez más, golpeándolo otra vez, luego llevó los brazos hacia la derecha y con fuerza hacia la izquierda, ésto hizo mover al duende lo que para él, era su izquierda y ferozmente fue hacia la derecha, Andrea deshizo el agua que lo tenía atrapado haciéndolo volar entre los árboles, lejos, luego de sorpresa apareció otro duende que fue hacia ella también, Andrea quedo paralizada, Manuel reacciono y rápidamente expulso un fuerte viento de su mano izquierda alejando al duende de ella, ha Eduardo se le fue encima el mismo duende una vez más, pero éste lo tomó de la camisa y con toda la fuerza trataba de mantenerlo lejos de su cara, mientras el duende trataba de lastimarlo.
—¡Eduardo, quítate! —exclama José.
Eduardo se aparta hacia la derecha y mueve al duende hacia la izquierda, José le propina un fuerte golpe a éste que lo alejó, en eso de pronto otro duende saltó hacia José, éste al verlo se sorprendió abriendo más los ojos.
—¡Henry! —exclamo José.
Se agachó y Henry con el brazo derecho extendido y la mano abierta formó una bola de poder que expulsó hacia el duende, al pegarle lo hirió y lo alejó.
—¡Basta! —exclamó una voz fuerte y masculina.
Todos vieron hacia delante, Eamonn dejó de tocar la flauta y se dio madia vuelta, vieron a otro duende igual de estatura pequeña, rostro de persona adulta, barba rojiza y larga igual que el cabello y ojos azules, llevaba puesta una camisa manga larga igual a los otros, pero de color rojo, tres botones dorados, pantalón de tela delgada azul, zapatos de tela gruesa rojas con punta enroscada hacia arriba, encima de la camisa llevaba una capa corta, roja con el borde blanco y afelpado, solo le cubría los hombros y caía hacia atrás, llevaba una gran corona dorada en la cabeza, la parte frontal era alta y puntiaguda con un gran diamante rojo en medio, a los lados seguían bajaba y con alzamientos también puntiagudos y volvía a subir hacia atrás, a los lados de éste duende habían dos más, el duende a su izquierda, su rostro era de persona adulta con el entrecejo fruncido, con barba larga de color marrón al igual que sus ojos y cabello castaño, llevaba puesto el mismo estilo de camisa y pantalón, pero todo verde, los botones en su camisa eran dorados, los zapatos del mismo estilo de color marrón, en la cintura de lado izquierdo tenia colgando una espada envainada, que se sostenía de una correa que rodeaba la cintura, su mano izquierda sostenía el mango de la espada, llevaba un gorro en forma de cono color verde con la punta caída, el otro duende a la derecha, su rostro era un poco mas joven, de barba también marrón, pero corta y cabello oscuro, sus ojos azules como el cielo, su ropa era igual a la del otro, pero completamente azul, zapatos marrones, una espada envainada colgada de lado izquierdo, sostenida de una correa que rodeaba la cintura, su mano izquierda sostenía el mango de la espada y un gorro en forma de cono de color azul con la punta caída.
—A ¿Qué se deben estos alborotos en mis tierras? —preguntó el duende Rey imponente.
Eamonn se hincó en una rodilla y bajó la cabeza.
—¡Majestad!... —exclama Eamonn.
Levanta la cabeza viendo al duende Rey.
—Rey Rory, éstos humanos vinieron queriendo hablar con usted sin tener una cita previa, luego con arrogancia insistieron y… —dice Eamonn.
El Rey Rory levanta la mano derecha con los dedos anular e índice ligeramente flexionadas, interrumpiendo a Eamonn, haciéndolo callar abruptamente, luego baja la mano y comienza a observar a Eduardo y a los muchachos.
—Saludos, Eduardo. —dice el Rey.
Eduardo camina dos pasos hacia delante y se hinca en una rodilla y baja la cabeza.
—¡Majestad!... pido disculpas por el alboroto causado, juro no fue algo intencional. —dice Eduardo.
—Sus disculpas son aceptadas, Eduardo. —dice el Rey.
Eduardo levanta la cabeza viendo al rey.
—Se lo agradezco, Rey Rory. —dice Eduardo luego echa una mirada rápida hacia atrás donde los muchachos y vuelve a voltear hacia el Rey Rory.
Eduardo vuelve a ver a los muchachos y haciéndoles seña con la cabeza frunciendo el entrecejo, abriendo mas los ojos e inclinando la cabeza hacia abajo, los muchachos lo ven y se hincan, también en una rodilla.
—Estos jóvenes, son los Elegidos de Dios, los de la profecía. —dice Eduardo.
—Sé, quienes son… y ¿Con que motivos vosotros venís aquí? ¿Acaso con la intención de atacarme? —pregunta el Rey.
—Majestad, esas no son nuestras intenciones, con honestidad… nuestras intenciones son de investigación. —dice Eduardo. —Recientemente, alguien causo estragos devolviéndole sus fuerzas a un espíritu errante en los llanos, ya que usted y vuestro pueblo son criaturas mitológicas y mágicas, ¿Quéremos saber, si sabe algo con respecto a éste caso? —continuo.
—La verdad es que no se nada sobre eso, pero hace unos días vino un hombre que me propuso aliarme con él, para dominar el mundo. —dice el Rey.
—¿Sabe cuál es el nombre de ese hombre? —preguntó Henry abruptamente.
—¿Cómo osas expresarte de esa forma ante el Rey Rory? —reprocha el duende a la derecha del rey con el entrecejo fruncido y llevando la mano derecha al mango de la espada.
—Tranquilo Fergus. —dice el Rey levantando la mano izquierda y luego la baja. —No sé su nombre y tampoco me intereso saberlo. Pero tampoco acepté aliarme con él, además, tú, Eduardo, nos ayudaste hace tiempo a que la guerra con los de vuestra especie se terminara, una acción a la que sigo estando agradecido, por eso si hubiera aceptado la alianza, eso llevaría a iniciar otra guerra entre mi especie y la vuestra, y no pienso arriesgarme a perjudicar a mi pueblo. —continuo.
—Gracias por vuestra colaboración majestad, una vez mas lamento lo sucedido, le prometo que no volverá a pasar, con su permiso. —dijo Eduardo.
Eduardo y los muchachos se levantaron y se retiraron del lugar, bajaron por el mismo camino, un rato después llegaron al camino del que se desviaron y lo retomaron, bajaron y llegaron a donde se encontraban los guardias y los pasaron, pasaron por el túnel y salieron de allí, luego más adelante siguieron por la calle bajando, pasaron unas ocho cuadras a pie hasta que llegaron donde está la plaza, de allí siguieron caminando, Andrea observaba a Eduardo y éste estaba muy callado.
—Eduardo, ¿Estas molesto? —preguntó Andrea.
Eduardo no contestó y siguieron caminando. Caminaron un largo rato por las calles, hasta que llegaron a una iglesia, ahí entraron, aun cerca de la puerta, Eduardo se voltea hacia los muchachos.
—Quédense aquí un momento, ¿Está bien? —dice Eduardo.
Eduardo siguió y los muchachos se quedaron, dentro de la Iglesia está el sacerdote, un hombre de piel blanca, el cabello corto, blanco y peinado de copete en punta, vestido completamente de negro, con zapatos casuales negros, con la cinta blanca en el cuello y lentes puestos, se da cuenta de los que entraron, y al echar un vistazo, levanta la mano delante de él, para hacer sombra en sus ojos ya que la luz del sol lo encandilaba, cuando éste logra ver mejor, nota a Eduardo acercándose, luego comienza a caminar hacia él.
—¿Eduardo? ¿Eres tú? —pregunta el sacerdote.
Eduardo le sonríe y abre los brazos, el sacerdote acelera un poco más el paso.
—¡Julián, amigo! —exclama Eduardo.
Una vez cerca los dos se dan un fuerte abrazo.
—¡No lo puedo creer! —exclama Julián con un notable acento español.
Luego se separan, pero sin soltarse.
—Oye tío, creí que estabas muerto. —dice Julián.
—No, amigo, solo me desaparecí por un tiempo. —contesta Eduardo.
—Hace tanto tiempo que ya no supe nada de ti… Eduardo… la Legión te está buscando, ya han venido a mi muchas veces preguntándome por ti. —dice Julián.
—¿Qué les haz dicho? —pregunto Eduardo.
—Pues que más les voy a decir ¡hombre!... la verdad, que no se nada de ti y que ni siquiera sabía si estabas vivo. —dice Julián.
—Muy bien, porque tiene que seguir así, ellos no pueden saber nada de mí. —dice Eduardo.
—Está bien Eduardo, pero y a todas éstas ¿Dónde estás? —pregunta Julián.
—Lo lamento amigo, pero no puedo decírtelo, mientras menos sepas de mí, mejor, así evitamos muchas cosas. —contesta Eduardo.
—¡Por favor, tío! ¡No me podés hacer ésto! —exclama Julián.
—Julián, tengo que hacer ésto, necesito que la Legión no sepa nada de mí, ¿Está bien? —dice Eduardo.
—Sí, está bien. —contesta Julián.
—Bien, ahora ven, quiero presentarte a unas personas que se que te van a agradar. —dice Eduardo.
Eduardo se da madia vuelta y Julián le sigue, luego llegan a donde están los muchachos.
—Muchachos, él es Julián, es mi mejor amigo y fuimos compañeros cuando estábamos en la Legión. —dice Eduardo señalando a Julián. —Julián, ellos son Henry, Manuel, Andrea y José. —dice Eduardo señalándolos a cada uno.
—¡Hola! —dicen en coro Andrea y Manuel.
—Hola. —dice Henry.
—Hola. —dice José.
—Hola, muchachos. —dice Julián.
—Ellos son los Elegidos, los de la profecía. —dijo Eduardo.
Julián abrió más los ojos viendo a Eduardo y luego a los muchachos.
—¿Qué? ¿Es en serio? —preguntó Julián estupefacto.
—Sí, lo son. —dijo Eduardo.
—Y… ¿Cómo lo sabes? —preguntó Julián.
—Porque ellos me buscaron y porque yo fui elegido para reconocerlos y saber todo de ellos. —dijo Eduardo.
Julián volteó a viendo a Eduardo con el entrecejo fruncido y algo confundido.
—No, entiendo, ¿Cómo que fuisteis elegido? —preguntó Julián.
—Me dotaron del conocimiento para saber de ellos, sus poderes, habilidades, todo lo que pueden hacer. —dijo Eduardo.
—¡Wao!... es difícil de creer, ya están aquí… aunque no tienen el aspecto que esperaba. —dice Julián.
Los muchachos lo miraron extraño, frunciendo un poco el entrecejo.
—Y… ¿Qué esperabas? ¿A unas personas como Goliat? —preguntó Eduardo.
—Bueno… la verdad sí. —dice Julián.
—Sea como sea, Julián te sorprenderías de saber lo que ellos pueden hacer. —dice Eduardo.
—Me, imagino. —comenta Julián.
—Julián, recientemente pasó algo malo… al parecer algo o alguien, quiere devolverles los poderes a los espíritus errantes de éste país, tal vez hasta hacerlos más fuertes, ayer ellos se enfrentaron al Silbón y las cosas no terminaron bien, ¿Tú podrías ayudarnos a averiguar algo sobre ésto? —dice Edu-ardo.
—Bueno, tal vez pueda averiguar algo, podría hablar con algunos contactos que tengo e investigar. —dice Julián.
—Gracias, amigo… y otra cosa, me tienes que prometer que no le dirás a la Legión de que nos viste hoy aquí, ni siquiera de la existencia de ellos, ¿Entendiste?... confió en ti. —dice Eduardo.
—¡Sí, hombre! Tranquilo, no voy a decirles nada, bien sabes que al igual que tu renuncie a ellos y por más que intento romper cualquier contacto con ellos siempre me encuentran, no voy a decir nada. —dice Julián.
—Bien, ya nos tenemos que ir, hasta luego. —dice Eduardo.
—Hasta luego, amigo. —dice Julián.
Los dos se dan un abrazo, luego Julián se despide de los muchachos, estrechando la mano de cada uno y luego salen de la iglesia y se van.
Se devolvieron tomando el mismo camino por el metro, hasta llegar a Coche, luego de unas horas, llegaron a la casa de Eduardo, los cinco entraron, Eduardo caminó a paso un poco lento hasta llegar al sofá individual, en el que se sentó, Henry fue y se sentó en una de las sillas del comedor, Andrea caminó hasta el fregador, detrás de Eduardo, se colocó de espaldas a ésta y se recostó, apoyando las manos también, Manuel caminó pasando a Henry, se dio la vuelta teniendo visión de todos quedándose de pie con los brazos cruzados y José se quedo de pie, cerca de la puerta, recostándose de espaldas a la pared, permanecieron en silencio un largo rato, los cuatro se miraban las caras, pensativos, Eduardo permanecía callado, recostado del respaldar del sofá, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha y con la mano del mismo lado en la boca tapándosela y frotando sus dedos con el bigote y la barba, con la mirada puesta fija a un rincón de su casa.
—Eduardo ¿Estás muy molesto? —pregunta Andrea.
Eduardo siguió callado, sin responder la pregunta, Andrea y Manuel cruzaron miradas rápidas y volvían a ver a Eduardo.
—Fue una locura lo que pasó hoy ¿Verdad? —dijo José sacando una corta risa.
—Esa locura pasó por lo que hiciste, José. —dijo Henry.
La sonrisa en la cara de José se esfumo, volteando a ver a Henry. —¿Cómo que mi culpa?... ese enano no nos quería dejar hablar con el rey. —replico.
—Pero tampoco había que reaccionar así José, no tenias que ser estúpido con él. —reprocho Andrea.
—¡Ah, claro! Ahora yo tengo la culpa. —replico José.
—¡Claro que tienes la culpa! —exclamo Eduardo.
—¿Qué? —pregunta José frunciendo el entrecejo.
Eduardo, se levanta del sofá poniéndose de pie.
—¡Todo lo que pasó fue tu culpa! —exclama Eduardo señalando a José con el dedo.
—Pero, yo… —dice José.
—Les dije específicamente que se quedaran callados… —dice Eduardo interrumpiendo a José abruptamente y empezando a caminar hacia él, a paso lento. —Pero, no… el muchacho tuvo que abrir su gran bocotá y provocar a Eamonn, por si no lo sabes y es seguro que así es, él, es el protector de la entrada al pueblo de ellos, es obvio que va a reaccionar así ante tú imprudencia, es obvio que tú ignorancia te hace cometer grandes estupideces… —Eduardo llega hasta José y se detiene delante de él.—Pero tu arrogancia, nos iba a mata a todos… por eso es que definitivamente fue tú culpa lo que nos pasó. —dijo. —Los quiero mañana a todos temprano para entrenar, ahora váyanse. —agregó.
Eduardo se dio la media vuelta y se devolvió al sofá y se sentó, los muchachos caminaron hacia la puerta y salieron, Manuel cerro la puerta siendo el ultimo, luego los cuatro alzaron el vuelo y se fueron de allí.
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