Capítulo 3 "El Silbón"
Los muchachos llegan a la casa de Eduardo, luego de tres horas de que todos se encontraron para irse juntos, Eduardo desde adentro se da cuenta y sale, con una actitud angustiada se les acerco a ellos.
—Muchachos, hay un problema. —dice Eduardo.
—¿Qué pasa? —pregunta Andrea.
—Anoche percibí algo maligno, algo muy poderoso. —contesta Eduardo.
—Y ¿Qué es? —pregunta Henry.
—No sé los puedo decir ahora. —dice Eduardo.
—¿Por qué? —pregunta José.
—Solo confíen en mí. —dice Eduardo.
—¿Qué tenemos que hacer? —pregunta Henry.
—Tienen que irse a donde está, ésta entidad, algo no está bien y necesito que averigüen lo que puedan. —dice Eduardo.
—Bien, y ¿A dónde tenemos que ir? —pregunta Henry.
—A Portuguesa. —dice Eduardo.
—¡¿Qué?!—exclama Andrea.
—¿Por qué allá? —pregunta Manuel.
—Porque desde allá fue que percibí la entidad y créanme, que llegué a percibir algo desde tan lejos, significa que es muy peligroso. —dice Eduardo.
—Y ¿Cómo pretendes que nosotros lleguemos a poder con lo que nos encontremos por allá? —pregunta José con ironía.
—Ustedes duraron suficiente tiempo entrenando, saben dominar sus poderes, podrán hacerlo. —dice Eduardo.
—Bueno, entonces nos tenemos que ir ahora. —dice Henry.
—No, todavía no. Hay que esperar a que baje el sol, de día no podrán encontrarlo, hay que esperar a que anochezca para que esa cosa se manifieste, así que tenemos que esperar. —dice Eduardo.
—Está bien. —dice Henry.
Eduardo convence a los muchachos de esperar, un cabo de siete horas para que puedan irse, son las cinco de la tarde y el sol se encuentra bajando por el oeste.
—Ya es hora de que se vayan. —dice Eduardo.
—Pero… ¿Cómo sabremos a donde llegar? —pregunta Henry.
—Lo sabrán no se preocupen por eso. —dice Eduardo.
Los muchachos alzan el vuelo y una vez en el aire emprenden su viaje, ellos duran un periodo de tres horas volando. Henry comienza a observar hacia abajo con mucha meticulosidad, como buscando.
—Ya llegamos. —dice Henry.
—¿Seguro? —pregunta José dudoso.
—Creo que sí, bajemos. —contesta Henry.
Los muchachos descienden hasta aterrizar en medio de una carretera, el lugar lleno de árboles y plantas grandes, a las izquierdas de ellos, a la derecha hay parcelas y sembradíos, plantas pequeñas, el cual están rodeados de palos de madera gruesos, enterrados en la tierra a distancia de un metro uno del otro, los lados que quedan en la superficie están enrollados de unos alambres de púas conectados entre ellos, obstruyendo el paso desde la carretera y con unos arbustos algo crecidos que cubren un poco los alambres. Los muchachos comienzan a caminar por la oscura carretera, dado que ya era de noche casi no se podía ver nada y ellos en realidad no sabían que les deparaba ese lugar, a cabo de unos segundos de pronto escucharon un ruido que provenía de las cercas, algo movía los arbustos y pisaba con mucha fuerza la tierra, los muchachos se voltearon con rapidez alertas a lo que pudiera aparecer y en ese momento apareció una luz brillante, era la de una linterna y detrás de ella había una hombre que casi no se notaba por la oscuridad.
—¡Epa! y ¿Ustedes quiénes son? —pregunta el hombre con voz grave y muy demandante, su acento de llanero era que al completar una oración afincaba el acento en las últimas letras de la última palabra.
Los muchachos por la luz intensa buscaban de taparla con la mano haciendo sombra en sus ojos ya que ésta los encandilaba.
—Disculpe señor, no somos de por aquí y venimos porque sabemos que aquí pasó algo extraño, de casualidad ¿Usted lo sabe? —dice Henry.
—¿Algo extraño? —pregunta el hombre con voz nerviosa.
—Sí, ¿Usted sabe algo de lo que paso aquí? —pregunta Henry una vez más.
—¡Miren! Por aquí es muy peligroso… vénganse que yo… yo los llevo a mi casa. —dice el hombre.
—Gracias, señor, disculpe, ¿Cómo se llama? —pregunta Henry.
—Francisco. —dice él.
—Mucho gusto, yo soy Henry, ellos son José, Andrea y Manuel. —dice Henry señalando a cada uno.
—¡Mmm, aja! ¡Vénganse! —exclama Francisco.
Éste aparto la lampara de ellos y comenzó su caminata y los muchachos le comenzaron a seguir, caminaron como el tramo de dos kilómetros hasta llegar a una casa sola, se notaba que las luces de esa casa estaban encendidas había iluminación dentro de ella y caminaron hacia allá, cuando llegaron Francisco abrió la puerta y los invito a pasar, con la claridad de la luz dentro pudieron verlo mejor, el hombre es de estatura promedio, piel morena, llevaba un sombrero como de vaquero, camisa azul manga larga de botones, pantalones marrones, botas de plástico altos, su ropa estaba sucia y estropeada, pero se llegó a la conclusión de que sería porque estaba trabajando y el lugar donde llegaron era zona de sembradores, el hombre además de la linterna llevaba también un machete en la mano izquierda y la linterna en la derecha, sus ojos eran oscuros y después que entraron se quitó el sombrero y notaron que era de cabello liso oscuro. De pronto se escucharon unos pasos que se acercaban con rapidez y unas voces agudas como la de unos niños.
—¡Papi! —gritan en coro unos niños que aparecieron desde otra habitación.
El niño era pequeño, piel morena como la de Francisco, cabello liso, ojos oscuros, llevaba una franela verde estampada de caricaturas, un shorts azul oscuro y unas cholas pequeñas, la niña se notaba que era la mayo pues es un poco más grande que el varón, piel blanca, cabello liso, castaño, ojos oscuros también, llevaba una camiseta amarilla, shorts rosado y unas cholas pequeñas rosadas también, Francisco los saluda, los abraza y les da un beso a cada uno en la mejilla, los niños ven a los muchachos con curiosidad, pero a la vez con penosidad.
—¿Cómo están? ¿Cómo se portaron? —les pregunta Francisco.
—Bien. —contesta la niña.
—Y ¿Tú? —le pregunta Francisco al niño.
—Bien. —contesta éste.
—Qué bueno, vayan a ver televisión. —les dice Francisco.
Y los niños se van, pero sin dejar de ver a los muchachos, luego aparece una mujer, bonita, de la misma estatura que Francisco, blanca, cabello oscuro, ojos oscuros, llevaba un camisón blanco y unas chancletas.
—¡Hola! —dice la mujer.
—¡Hola! —responde Francisco.
Ella le da un abrazo y un beso en la boca como un piquito, ella ve a los muchachos, sorprendiendose un poco.
—¡Buenas noches! —exclama la mujer con una voz suave y dulce, también su forma de hablar se le notaba el acento del lugar.
—¡Buenas noches! —responden los muchachos en coro.
—¡Mi amor! A ellos me los conseguí por allá… por la carretera… no son de por aquí. —dice Francisco.
—¡Ah, está bien! Mucho gusto, Ana. —dice ella.
—¡Mucho gusto! Henry. —dice él estrechando la mano de ella.
—Manuel. —dice él.
—Andrea. —dice ella
—José. —dice él.
Cada uno le estrechó la mano a Ana al presentarse.
—Y ¿De dónde vienen? —pregunta Ana.
—De Caracas. —contesta Henry.
—¡Ah, bien! Bueno, yo soy la esposa de Francisco, ¿Quieren un café? —dice Ana.
—Sí, gracias. —dice Henry.
Los muchachos aceptan también, asintiendo con la cabeza, Ana se va delante hacia la cocina y Francisco los guía hasta la mesa del comedor donde los invito a sentarse, cada uno tomó una silla y se sentó, Francisco fue a buscar otra y se sentó de frente a una esquina de la mesa forma que pudiera ver a los cuatro bien y ellos a él.
—Ellos son mis hijos. —dice Francisco señalando con la mano hacia los niños. —La niña se llama Alejandra y el varón Francisco. —agregó.
—Son muy lindos. —dice Andrea.
—Gracias. —contesta Francisco.
—Señor Francisco, ¿De verdad sabe algo de lo que pasó por aquí? —pregunta Henry.
—Sí, si lo sé, pasó anoche y pasó aquí afuera de mi casa. —dice Francisco.
—Entonces ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Henry ansioso.
—¡Naguara! Eso fue algo horrible. —dice Francisco.
En eso apareció Ana con una bandeja, con cinco tazas pequeñas con café caliente, le dejó un café a cada uno en la mesa y el ultimo se lo dejo a Francisco dándosela en la mano.
—¿Qué pasó? —pregunta Ana con intriga.
—Es que los muchachos vinieron a saber lo que pasó anoche por aquí. —dice Francisco.
—¡Hay, Dios! Eso fue algo horrible. —exclama Ana.
—¿Pero qué fue? —pregunta Andrea.
—Anoche, estábamos durmiendo aquí en la casa y ya era tarde creo que ya eran como las doce, ¿Verdad…? —dice Francisco.
Ana asintió con la cabeza.
—Entonces nosotros empezamos a escuchar unos gritos que nos despertaron y entonces yo me pare y me asome por la ventana a ver qué era eso y cuando veo… veo una gente, unos muchachos gritando, pero los gritos eran de dolor, los estaban matando ¡Mire! —dice Francisco.
—¿Quién los estaba matando? —pregunta Henry.
—No es quién, es qué. —dice Ana.
—¿Cómo? —pregunta Henry sin entender.
—Era el Silbón lo que los estaba matando. —dice Francisco.
—¡Huy! Pero eso era algo horrible lo que les estaba haciendo. —dice Ana.
—Desde aquí se escuchaba lo que les hacía, y eso era que les rompía los huesos y esos gritos se escuchaban feo, hasta los niños se asustaron por eso. —dice Francisco.
—Y ¿Cómo sabía que era el Silbón? —preguntó Manuel.
—Porque se escuchaban los silbidos y lo que los atacaba eso no era normal. —dice Francisco.
—Creí que él era solo un espíritu errante. —comenta José.
—Sí lo es, las leyendas que existen del Silbón son, que una cuenta que cierto joven descubrió que algo extraño estaba pasando entre su esposa y su padre. Unos dicen que el padre la había golpeado, pero generalmente se cuenta que la violó y que, cuando su hijo lo encontró cometiendo el crimen, únicamente se justificó diciendo: “lo hice porque es una regalada”. Entonces la rabia el carajo se entró a coñazo con el papá, en una de esas agarró un palo y empezó a asfixiar al papá en el piso, entonces en eso lo apretó tanto que dejó de respirar… el abuelo, que había escuchado toda la pelea, estaba cerca, fue corriendo a ver qué pasaba y se encontró con el papá del carajo muerto... entonces de la sorpresa juró que castigaría al muchacho, quien siendo de su propia sangre, mató al papá… entonces poco tiempo después se encargó de que al carajo lo amarraran, dándole entonces una rumba e' latigazos... “Eso no se le hace a su padre… ¡Maldito eres pa´ toa´ la vida!”, le dijo antes de frotarle ají en las heridas así abiertas y echarle un perro rabioso para que lo persiguiera. Entonces, según la leyenda, el espíritu del perro le perseguirá hasta el fin de los tiempos. —relató Francisco. —Otra historia dice, que El Silbón era un muchacho mimado, ¡Toñeco puej! acostumbrado desde niño a qué lo complacieran en casi todo. Un día, al Silbón se le antojó comer asadura de venado; su padre inmediatamente salió de cacería a buscarle un venado… pero he aquí que el padre no le fue bien y cuando regresó sin nada, el muchacho se le arrechó, se volvió loco y lo mató y al papá lo abrió y le sacó las partes necesitaba para hacer la asadura. Después le entregó la vaina a la mamá, quien no sabía nada de lo que pasó; ésta cuando se dió cuenta de que las partes para la asadura no se ablandaban como de costumbre, sospechó de su hijo y avisó al abuelo. Cuando descubrieron la vaina, el muchacho fue maldecido por su abuelo y su hermano y... según algunos, también por la madre, entonces ellos lo amarraron, le pelaron la espalda a latigazos, le frotaron ají en las heridas, lo echaron de la casa y le soltaron al perro para que lo correteara. —siguió. —Y otra dice que el muchacho era igual de toñeco, que había crecido con tanto excesos de libertad que, en su adolescencia se fue de casa porque le dió la gana. Fuera de casa, El Silbón llevó una vida muy libertina, las fiestas, el alcohol, la tiradera, se le ofrecían todos los día. Entonces, como era violento, se cuenta que mató a varias personas y que por eso estuvo muchas veces en prision; ¿Cómo salía rápido?... No sé sabe. Pero a la final El Silbón se cansó de todos los golpes, el maltrato que le costaban los excesos de su vida pendenciera y libertina, entonces un día volvió al rancho de sus padres y ahí, con todas sus atroces que hizo fue bien recibido. Pasaron los días, El Silbón invitó al papá de cacería; y cuando estaban en el bosque después de que el muchacho guiara al padre por un buen rato, encontraron un árbol delgado y torcido que les estaba estorbando. Entonces, el hijo le dijo al papá: “Papá, ¿Por qué no enderezas ese palo? Está atravesando el camino. ¿Por qué no lo enderezas?”
¡Ay, hijo!, Dice el papá: “ese ya no se puede enderezar, debía hacerse cuando estaba tierno, cuando estaba chiquito, ya está muy formado y crecido, ya no se puede” entonces el hijo le dice: “¡Ah! Si usted sabía que las cosas torcidas se enderezan cuando están pequeñas ¡¿Por qué entonces no me enderezó cuando podía, cuando estaba a tiempo?! Usted me dejó crecer malo, torcido y caprichoso… no sabe cuánto he sufrido por eso. He tenido que matar tanta gente y sufrir tantos golpes para estar vivo ahora”... Llegó el momento, el hijo le confesó al padre que pensaba matarlo, que tenía que vengarse por todo lo que había sufrido por culpa de él. Así y sin darle tiempo de correr, lo agarró del cuello, lo apuñaló y le sacó las partes, hígado, corazón, pulmón, con lo que se hace el asado. Después dejó el cuerpo tirado y se fue pa' la casa con las partes del papá para que la mamá hiciera un asado… la mamá se dio cuenta de lo que pasó, se molestó, lo maldijo y con el hermano y el abuelo, lo amarraron, le arrancaron la piel de la espalda a latigazos, le frotaron ají, lo corrieron de la casa y mandaron al perro para que lo correteara, lanzándole la maldición de que sería errante y no tendría descanso pues oiría los ladridos del perro cada vez que se detuviera a descansar… —conto Francisco.
—¿Como es posible que un espíritu pueda matar gente? —pregunta José.
—Es posible, el Silbón no es cualquier espíritu errante, existen formas en las que él, puede matar, una de ellas es cuando él, se sienta frente a una casa, suelta su saco donde lleva los huesos del papá y luego comienza a contarlos uno por uno haciéndolas sonar, se dice que cuando hace eso, si todos los que viven en la casa lo escuchan nada va a pasar, pero si un miembro de la casa no lo escucha, entonces esa persona amanece muerta… —dice Francisco. —Y en estos momentos es cuando más nos preocupamos, su temporada de muerte es en mayo y… —dice Francisco pero es interrumpido abruptamente.
–¡Hay! No, no, no, no, no, estamos en el mes y Francisco yo tengo mucho miedo, los niños, y ese bicho anda matando y de formas que nunca había hecho. —dice Ana, angustiada.
—Ella tiene razón, él nunca había atacado como lo hizo anoche y ha pasado mucho tiempo desde que no se aparecía… volvió… y volvió peor ¡Mire! —dice Francisco.
Afuera de la casa, apareció algo caminando, dando pasos fuertes, una sombra negra y muy alta, con un sombrero de visera ancha y un saco que colgaba en su espalda, se detuvo en frente de la casa y se sentó en un pedazo de tronco grueso, dejó caer el saco en el suelo haciendo resonando el golpe fuerte de la caída hasta dentro de la casa.
Dentro estaban los muchachos, Francisco y Ana, discutiendo la situación y el sonido fuerte del golpe los hizo callar dejándolos en un silencio total, Francisco volteo la mirada hacia la ventana y fue corriendo a asomarse, al ver observo la sombra sentada en frente de su casa y ésta comenzó a meter la mano derecha en el saco y sacó un hueso de ella y así otra tras otra haciéndolas sonar, Francisco estupefacto, abriendo más los ojos y se aleja de la ventana.
—Es él, ¡Está ahí! —exclama Francisco.
—¡¿Qué?! —exclama Ana aterrada.
—No puede ser… —dice Henry frunciendo el entre cejo.
Éste camina hacia la ventana, se asoma y lo ve, luego se da vuelta viendo a los muchachos.
—Sí, está ahí. —dice Henry.
—Y ¿Ahora qué hacemos? —pregunta Manuel.
—Pues, tenemos que salir y enfrentarlo a eso vinimos. —contesta Henry.
—¡Ana! ¿Dónde están los niños? —pregunta Francisco con algo de angustia, pero sabiéndola controlar.
—Los voy a buscar. —dice Ana yéndose del comedor.
—Señor Francisco, escuche, no se preocupe usted dijo que si todos los que estaban dentro de la casa lo escuchan ninguno morirá, nadie morirá aquí y nosotros nos vamos hacer cargo. —dice Henry.
—¿Qué? ¿Cómo? —pregunta Francisco.
—Solo le voy a pedir que se quede aquí adentro con su familia y no salga por nada, así escuche lo que escuche no salgan de aquí, ¿Me entendió? —dice Henry.
—Sí, sí, entendí. —dice Francisco.
Los muchachos van hacia la puerta, Henry la abre y salen de la casa, pasando el porche, cayendo en el suelo de tierra del lugar, se paran en fila de frente con el Silbón, éste con la cabeza hacia abajo, sin poderse ver el rostro por el sombrero que se lo tapaba, se detiene y deja de sacar los huesos y los vuelve a meter dentro del saco, se levanta y comienza a subir la mirada dando a exponer su rostro desde la barbilla hasta la mitad de la frente, a los muchachos ver, notaron que sus ojos eran completamente negros, un rostro largo y con una barba de candado con chiva larga, ropa descuidada, alto alrededor de un metro ochenta, cuerpo completamente delgado casi en los huesos y comenzó a emitir su silbido. Los muchachos se ponen en posición de combate.
—¿No necesitamos un plan? —pregunta Manuel.
—Ya es tarde para eso. —contesta José dando un salto hacia delante.
—¡José, espera! —exclama Henry.
Impulsó el vuelo, yendo directamente hacia el Silbón, José lleva el brazo hacia atrás con la mano empuñada, rápidamente la extiende hacia delante para golpear al espectro y éste de pronto se convirtió en un humo negro esquivando el golpe, moviéndose hacia su izquierda con rapidez y volviendo adquirir su forma le da una patada a José en el estómago privándolo de dolor, luego lleva el brazo derecho hacia arriba y al bajarlo con el codo le da un golpe en la espalda a José haciéndolo caer al piso, en eso Manuel llega y le propina un golpe en la mejilla izquierda al Silbón, éste reacciona al golpe y al voltear a verlo abre la boca emitiendo un grito chillón y agudo, Manuel fue a darle otro golpe con la izquierda y éste lo detuvo tomándole la mano con la derecha, luego con la otra mano empuñada le propino un golpe en el estómago y otro en la cara, luego rápidamente soltó la mano de Manuel y lo tomó de la muñeca y una pequeña parte del antebrazo, lo halo hacia arriba dándose la vuelta y con fuerza lo impulso hacia abajo arremetiéndolo contra el piso, Henry en eso da dos pasos corriendo y salta hacia delante impulsando el vuelo, Henry con el brazo derecho hacia atrás con la mano empuñada va directo a propinarle un golpe al Silbón y éste lo bloquea cubriéndose la cara, Henry le da otro con la izquierda que igual es bloqueado, el espectro responde con un derechazo que Henry evade empujando el brazo hacia la derecha con la izquierda, luego le propina un golpe con la derecha al Silbón seguido de otro con la izquierda y en lo que siguió con una patada levantando la pierna derecha, el Silbón se volvió a convertir en un humo negro, esquivando la patada y moviéndose detrás de él, volvió a tomar forma, Henry rápidamente se dio la vuelta y éste lo tomó con las dos manos en la cabeza lo halo hacia abajo y con la rodilla izquierda golpeo su cara y lo soltó, luego dio una patada con la pierna derecha volándolo lejos cayendo al piso, rebotando y arrastrándose hasta que se detuvo, el Silbón se da media vuelta y ve a Andrea, camina hacia ella y Andrea lo observa y empuña las manos, el Silbón en lo que está camino repentinamente cuando fue a dar otro paso, no pudo, algo lo detuvo, él baja la cabeza observando su pie y ve que una montaña de tierra se la está cubriendo y le impide moverla, voltea hacia atrás viendo a José y a Manuel y ve que José, aun tirado en el piso boca abajo, con la cabeza volteada hacia la izquierda y el brazo izquierdo estirado hacia un lado, con la palma de la mano pegada a la tierra del piso y con la misma tensada, provocando esas montañas de tierra y Manuel que a duras penas intentándose levantar, sentado, apoyándose de las dos manos con el piso, el Silbón lleva el otro pie hacia atrás colocándola paralelamente con la otra y otra montaña de tierra surge cubriéndole el pie, dejándolo completamente inmovilizado.
—Andrea, ahora! —grita Manuel.
Andrea levanta los brazos y los extiende hacia delante expulsando dos chorros de agua que rodearon al Silbón, atándolo, haciéndole presión en su cuerpo, quitándole toda movilidad.
Eduardo estando en la oscuridad de su casa, camina de un lado a otro angustiado, frotando y apretándose las manos, pensando ¿Qué le estará pasando a los muchachos? No saberlo le angustiaba y no tenía manera de cómo saberlo, de entre ese caminar se detiene de frente al fregador y mueve la cabeza hacia la izquierda.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta Eduardo.
—¿Estas angustiado? ¿Verdad? —contesta esa voz suave y delicada.
—No es tu problema. —dice Eduardo con prepotencia.
—Te angustia no saber que les está sucediendo… ¿Quieres que te lo muestre? —dice la voz.
—¿Mostrarme? —pregunta Eduardo sarcásticamente y se da media vuelta. —¿Cómo podrías mostrarme? —siguió.
—Eduardo, puedo ayudarte solo necesito que confíes en mi… ven. —dice la voz.
Eduardo frunce el entrecejo, mueve la cabeza de un lado a otro, levantando los brazos un poco hacia los lados y dejándolos caer, dándose una palmada en los muslos y dando un largo suspiro expresando repelencia y resignación, camina hacia donde está la sombra en un rincón oscuro, se detiene frente a ella, ésta levanta el brazo derecho acercándolo a él, al irlo haciendo su mano fue descubriéndose por la luz de la vela desde la punta de sus dedos hasta un poco más de la muñeca, su mano era completamente blanca y pulcra.
—¿Me va a doler? —pregunta Eduardo.
—No te voy a lastimar, confía en mí. —responde la sombra.
—Y ¿Qué va a pasar? —pregunta Eduardo.
—Ya lo veras. —contesta la sombra.
Lleva la mano hacia la frente de Eduardo y al tocarlo con los dedos índice y el del medio, Eduardo reaccionó abriendo más los ojos y éstos se pusieron completamente blancos desapareciendo sus iris y pupilas, abrió la boca, de pronto su visión viajo de la casa a donde están los muchachos.
—¿Qué…? ¿Dónde estoy? —pregunta Eduardo.
—Estas donde ellos se encuentran, estás viendo lo que está pasando. —responde la voz.
—¿Qué esta…? —balbucea Eduardo.
—No pienses ni en llamarlos o decirles algo, solo tu mente y tu vista están aquí, tu cuerpo sigue en tu casa así que ellos no te van a escuchar. —dice la voz.
Eduardo observa lo que en ese momento está pasando, ve que Andrea tiene retenido al Silbón y que Manuel, José y Henry están mal heridos, pero consientes en el piso.
Andrea mantiene al Silbón retenido, intenta moverse y zafarse de la atadura hecha por el agua, comienza a emitir gritos de chillido agudo, comenzándose a alterar y a enfurecerse, El Silbón busca la manera de liberarse, logra en tratar de subir los brazos flexionándolos y juntándolos a la altura de su abdomen empuña las manos y comienza a estirar los brazos hacia los lados con fuerza, logrando deshacer la atadura de agua emitiendo su fuerte grito, en eso su cuerpo comenzó a cambiar, fue creciendo más, sus extremidades se fueron alargando, sus dedos se estiraron y sus uñas más filosas, los montículos de tierra que cubrían sus pies se deshacieron también, creció llegando a los dos metros y medio, emitiendo su escalofriante silbido, levantó la mirada viendo a Andrea y se transformó en un humo negro, se movió con rapidez hacia ella y una vez delante de ella volvió a adquirir su forma propinándole con la mano derecha una bofetada en la mejilla derecha haciéndola volar lejos de él, cayendo y arrastrándose en el piso.
—¡No, Andrea! —grita Manuel.
El Silbón escucha y voltea la cabeza hacia la izquierda y ahí estaban José y él, de pie uno al lado del otro, el Silbón se volvió a convertir en un humo negro, moviéndose con rapidez hacia ellos, éstos toman posición de pelea, pero al Silbón al volver a tomar su forma, los tomó de sorpresa, a cada uno los tomó de sus cabezas con las dos manos, los empujo hacia atrás haciéndolos levantar su cuerpo y arremetió sus cabezas contra el piso con mucha fuerza, de pronto una bola de fuego lo golpea por la espalda y emite un chillido de dolor, se voltea y ve a Henry con su mano derecha prendida en fuego y con la otra apretándose el costado, el Silbón se va hacia él en forma de humo, se vuelve a transformar y justamente le fue a propinar un golpe con la derecha y Henry la esquivo moviéndose hacia la izquierda, le fue a dar otro golpe con la izquierda y Henry la volvió a esquivar moviéndose hacia la derecha, después éste respondió con un izquierdazo que pudo golpearlo en la cara al espectro, siguió con un derechazo y después la izquierda desde abajo le propino un golpe en la barbilla, luego contrajo los brazos hacia atrás con las manos abiertas creo bolas de fuego, extendió los brazos hacia delante y expulsó el fuego de sus manos contra el Silbón, cuando termino de expulsar el fuego, el Silbón seguía como si nada le hubiera pasado y tomó por el cuello a Henry, levantándolo, apretándole el cuello poco a poco, de pronto apareció un perro que le comenzó a ladrar al Silbón y éste se distrajo y soltaba gritos agudos y chillones, luego de la casa salió Francisco con un látigo en la mano haciéndolo sonar.
—¡Fuera de aquí, vete engendro, vete! —grito Francisco.
El Silbón soltó a Henry dejándolo caer en el piso, emitiendo sus gritos chillones, se fue convertido en un humo negro, Francisco se le acerco a Henry dándole la mano, éste la tomó y lo ayudó a levantarse.
—Gracias, pero estábamos a punto de ganarle. —dice Henry.
—Sí, se veía. —dice Francisco con ironía.
Los muchachos se fueron acercando un poco mal heridos.
—Señor Francisco, quisiera pedirle que lo que haya visto, no se lo diga a nadie ¡Por favor! Es importante, ¿Puede? —dice Henry.
—Sí, está bien, no se lo diré a nadie, me asegurare de que esto no se sepa. —dice Francisco.
—Gracias señor Francisco, nos tenemos que ir, pero estaremos al pendiente de todo. —dice Henry.
—Gracias, muchachos. —dice Francisco.
Henry asienta con la cabeza y luego los cuatro despegan el vuelo emprendiendo su regreso mientras que Francisco los observa alejarse, pero del otro lado de la carretera donde están las plantas altas y árboles, observaba El Silbó silencioso, se va desintegrando en el humo negro parte por parte, emitiendo su escalofriante silbido.
Luego de otras tres horas volando, los muchachos llegaron a la casa de Eduardo y aterrizaron allí, frente a la puerta iban a tocar la puerta y del otro lado Eduardo les abrió inesperadamente.
—Entren, ahora. —dice Eduardo.
Los muchachos entran uno por uno a la casa.
—Escucha Eduardo… —dice Henry.
—No lo vencieron. —dice Eduardo interrumpiéndolo.
—¿Cómo sabes que no lo vencimos? —pregunta José.
—Eso es lo de menos, ahora me doy cuenta de que todavía les falta por aprender. —dice Eduardo.
—¡¿Qué todavía nos falta?! —exclama Andrea. —Eduardo, hicimos lo que pudimos allá peleando contra esa cosa y tú ni siquiera nos dijiste a que nos estábamos enfrentando. —siguió.
—Que supieran o no, no cambia nada el hecho de que todavía no están listos. —dice Eduardo.
—Pero si nos fueras dicho que nos íbamos a enfrentar al Silbón, al menos hubiéramos hecho alguna estrategia o algo y no hubiéramos terminado así. —reprocha Henry.
—Nada iba a cambiar, ni yo sé a qué nos estamos enfrentando, por eso creo que les falta más, ahora quiero que se vayan, necesitan descansar… y los quiero mañana temprano aquí, quiero enseñarles algo… váyanse. —dice Eduardo.
Los muchachos se dan media vuelta y se van hacia la puerta, saliendo de la casa de Eduardo.
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