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Capítulo 2 "El Entrenamiento"

       Al día siguiente los muchachos se encontraron en la entrada de una de las estación del metro en la línea dos, entraron, pasaron los torniquetes, caminaron y bajaron otras escaleras, luego se detuvieron a esperar el tren en el andén vía Zona Rental, luego de unos minutos el tren de modelo viejo llegó, se montaron y al entrar vieron que todos los asientos están ocupados y unas cuatro personas de pie dentro del vagón, los asientos son de pares y de color amarillo, el tren cerró y avanzó, pasaron diez estaciones hasta llegar a Zona Rental, ahí se bajaron, subieron unas escaleras y se fueron hacia la derecha, bajando otras escaleras, al terminar de bajarlas cruzaron a la derecha, luego más adelante dieron otro cruce a la derecha y bajaron por otras escaleras ahí, entrando a la línea tres, llegaron hasta el andén y ahí esperaron el tren, éste llegó se montaron y pasaron seis estaciones hasta llegar a la estación de Coche, ahí se bajaron, caminaron, subieron unas escaleras, pasaron los torniquetes más adelante y subieron otras escaleras y salieron de la estación, caminaron un largo tramo que les llevó dos horas hasta llegar a la casa de Eduardo, Henry le da cuatro toques a la puerta, del otro lado se escucharon unos pasos acercándose, abrieron la puerta y era Eduardo.
       —Llegaron a tiempo… pasen. —dice éste.
       Los muchachos pasaron, caminando por el corto pasillo entrando a la sala.
       —Vengan por acá. —dijo.
       Eduardo abrió una puerta halándola y salieron al patio trasero, el patio es verde, largo y ancho, a la derecha un metro lejos de la casa está el borde de un precipicio, al fondo del patio hay un árbol, alto y frondoso y a la izquierda un metro lejos de la casa hay una pequeña montaña que separaba la autopista. Eduardo caminó hacia el patio y los muchachos detrás de él, luego Eduardo se detuvo y se dio media vuelta y los muchachos están parados en fila.
       —Muy bien, comencemos con el entrenamiento. —dice Eduardo.
       —Primero, dinos quién eres y que es lo que nos pasa. —dice Henry.
       —¡¿En serio?! —exclama Eduardo, frunciendo el ceño. —Y ¿Lo que les explique ayer? —pregunta.
       —Solo son cosas, no es lo único que queremos saber. —dice Andrea.
       —¿Qué es lo que quieren saber? —pregunta Eduardo.
       —¿Por qué nosotros?... ¿Qué son éstos poderes?... ¿De quién tenemos que proteger la tierra? —pregunta Henry.
       —Okey… —dice Eduardo soltando un suspiro de fastidio.
       —¿Quién eres? —pregunta Henry.
       —Ya saben que me llamo Eduardo, era un medium y sacerdote exorcista de la Legión, fui miembro por muchos años hasta que deserté, por eso tengo conciencia de la profecía, luego que deserté me vine aquí, construí ésta casa y he vivido aquí por diez años. En cuanto a ustedes fueron elegidos, no fue algo al azar, las razones solo las tiene el que los eligió, sus poderes principales son los cuatro elementos, por esa razón es que son cuatro, aparte de los poderes que ya saben también poseen otros más… —dice Eduardo.
       —¿Cuáles? —pregunta José interrumpiendo abruptamente.
       —Eso lo tienen que descubrir ustedes mismos… y tienen que proteger la tierra de cualquier mal que llegue, existen infinidades de cosas malignas en éste mundo y también fuera, el entrenamiento es para prepararlos para lo que llegue, hay que estar listos. —dijo Eduardo. —Ahora comencemos con el entrenamiento. —agrego.
       Eduardo camino acercándosele a Henry, deteniéndose frente a él, Eduardo metió su mano en el bolsillo derecho del sobretodo y de éste sacó un yesquero y se lo dio a Henry, éste lo tomó frunciendo el entrecejo extrañado.
       —¿Para qué es ésto? —pregunta Henry.
       —Tu poder es el fuego, ahí tienes para que te familiarices. —dice Eduardo. —… tal vez algún día se hagan amigos. —agrego de forma sarcástica.
       Henry lo miró un poco consternado, Eduardo caminó entre Henry y Andrea, yendo hacia un recipiente de vidrio en el suelo, en un rincón de la pared de la casa, el recipiente contiene agua dentro, Eduardo se agacha para tomarla, luego se devuelve y se detiene frente a Andrea y le da el recipiente con agua, ella lo toma viendo el contenido y vuelve a ver a Eduardo.
       —Tu poder es el agua, tienes que aprender a controlarlo. —dice Eduardo.
       Luego Eduardo caminó hacia la derecha deteniéndose frente a José, Eduardo bajó la cabeza viendo el suelo, se agachó y tomó tres rocas medianas, se levantó, se las dio a José y éste las tomó.
       —¿Por qué? —pegunta José.
       —Tu poder es la tierra, aprende a dominar estas tres simples piedras y luego podrás con lo demás. —contesta Eduardo.
       Eduardo caminó una vez mas a la derecha y se detuvo frente a Manuel, éste lo miraba nervioso e intrigado.
       —Tu poder es el aire… aprovecha que estás aquí afuera. —dice Eduardo.
       Luego Eduardo se aparta alejándose y se detiene de frente a ellos.
       —Lo que les di con excepción de Manuel, todos tienen una forma fácil para aprender a dominar sus poderes, cuando los aprendan a dominar por medio del elemento, les enseñare a expulsarlo de sus cuerpos… ahora comiencen. —dice Eduardo.
       Henry con yesquero en mano lo encendió y con la derecha tomó el fuego quitándolo del yesquero, al abrir la mano tenía la flama dentro de ella sin quemarlo, luego guardó el yesquero en el bolsillo izquierdo de su pantalón, luego la mano izquierda desde arriba con la otra, encerrando la flama entre las dos manos, luego subió la mano y la flama se extendió hacia arriba siguiéndola, Andrea se sentó y colocó el recipiente en el suelo y se quedó mirando el agua del recipiente por unos segundos, luego ella metió su blanca y delicada mano derecha dentro del agua girando la mano hacia arriba sacándola, trayéndose con ella una bola de agua en la mano, luego colocó la otra mano por encima de la bola, y comenzó a mover las manos en circulo mientras las cambiaba de posición, quedando la mano derecha arriba de la bola y la otra debajo, luego aparta la derecha estirando la bola de agua, José veía las rocas que tenía en sus manos, cierra los ojos, inhala profundamente y luego exhala, de pronto las rocas comenzaron a flotar de las manos y a separarse, José abrió los ojos, sorprendiéndose de lo que veía, en eso las rocas dejaron de flotar y cayeron al suelo, quedando José algo consternado, Manuel sentía como el aire del ambiente chocaba de frente con todo su cuerpo, agitan su camisa violentamente con los brazos extendidos hacia abajo y las manos abiertas siente como el aire pasa entre sus dedos, Manuel cierra los ojos y respira profundo, tensa los brazos y las manos, en eso siente como el aire dejó de pasar por entre sus dedos y solo sentía que tomaba el aire en sus manos como si fuera una esponja muy suave. Todo el día estuvieron practicando hasta el atardecer.
       —Bien muchachos, es todo por hoy, los quiero aquí mañana temprano. Váyanse. —dice Eduardo.
       Los muchachos entraron a la casa cruzándola hasta la puerta principal, salieron y se fueron.
       Al día siguiente volvieron a la casa de Eduardo, volviendo hacer lo mismo del día anterior. Por unos días estuvieron practicando, Eduardo los estaba observando.
       —¿Hasta cuándo vamos a estar haciendo esto? —pregunta José ofuscado.
       —Hasta que logren controlar el elemento. —contesta Eduardo.
       —Pero Eduardo, ¿No podemos intentar otra cosa? —pregunta Henry.
       —¿Quieren intentar otra cosa? —pregunta Eduardo.
       —Sí, ésto me está cansando. —dice José.
Eduardo comienza a caminar lento, bajando la cabeza. —Quieren intentar otra cosa. —comento al aire.
       Se acerco a ellos viéndolos.
       —Henry. —dijo éste volteando a verlo. —Levanta las manos. —dice.
       —¿Cómo? —pregunta Henry.
       —Levanta las manos. —repitió con énfasis.
       Henry levantó las manos con las palmas hacia arriba.
       —Júntalas un poco más. —dice Eduardo.
       Henry acercó las manos una con la otra, colocando las palmas frente a frente.
       —¿Ahora qué? —pregunta Henry.
       —Trata de concentrarte y manda toda la energía de tu poder a tus manos. —dice Eduardo.
       Henry observa sus manos y comienza a tensar los brazos, luego fue respirando un poco más rápido y se mordía el labio inferior.
       —No te estreses, relájate, respira hondo y deja que fluya. —dice Eduardo.
       Henry relajo los brazos, cerró los ojos respirando profundamente, luego fue tensando poco a poco los brazos, comenzó a sentir una sensación extraña en su cuerpo que recorrió sus brazos hasta llegar a sus manos sintiendo una suave presión en éstas, volvió a respirar profundamente, abriendo los ojos, observando sus manos en medio de éstas apareció una pequeña luz blanca, Henry se sorprendía de lo que veía, esa luz fue creciendo formando una esfera blanca de energía, Henry quedó boquiabierto, sorprendido de lo que había hecho, inconscientemente relajó los brazos y la esfera se desapareció.
       —¿Qué…? ¿Qué paso? —preguntaba Henry confundido.
       —Creaste una esfera de energía, es otro de tus poderes, practica más y lo dominaras. —dice Eduardo.
       Luego Eduardo lleva su mirada a José y éste cruzó miradas con él, luego Eduardo camino por un lado de él yendo hacia la casa, en un rincón de la pared abajo está una tabla de madera gruesa inclinada sobre el suelo y posada de la pared, Eduardo llegó hasta ella, se agacha, la toma, se levanta y se devuelve, colocándose frente a José otra vez, levanta la tabla colocándola entre ellos dos, Eduardo da un paso hacia atrás extendiendo los brazos.
       —Golpea. —dice Eduardo.
       —¿Qué? —pregunto José confundido.
       —Golpea con todas tus fuerzas. —dijo Eduardo.
       José dio dos toques a la tabla, sintiendo lo fuerte y solido de la tabla, con una mirada consternada ve a Eduardo.
       —Pero ésto es duro Eduardo y la tabla es muy gruesa. —dice José.
       —No seas mariquita y golpea la tabla. —contestó Eduardo estrepitosamente.
       José llevo su mirada a la tabla, detallando la textura, los demás veían a José muy atentos e intrigados, José suspiro, empuño la mano derecha, levantó el brazo llevando el codo hacia atrás con todas sus fuerzas le propino un fuerte golpe a la tabla en su centro atravesándola, José y los demás se sorprendieron al ver eso, luego apartó su puño de la tabla, abrió la mano y se vio los nudillos y estos estaban intactos, sin un rasguño, luego vió la tabla con el agujero.
       —¿Co…? ¿Cómo pude hacer eso? —pregunta José anonadado.
       —Además de tu poder de la tierra, tienes super fuerza. —contesta Eduardo.
       Todos estaban sorprendidos, José además de sorprendido tenia una actitud eufórica, Eduardo llevó su mirada a Manuel.
       —Manuel. —dice Eduardo luego voltea hacia atrás y levanta la mano señalando un árbol a lo lejos. —¿Ves ese árbol allá? —dice.
       —Sí, ¿Por qué? —pregunta Manuel.
       —Quiero que corras hasta allá, lo más rápido que puedas. —dice Eduardo.
       —¡¿Qué?! —exclama Manuel. —Pero yo no corro tan rápido. —dice.
       —Manuel, solo corre. —dice Eduardo insistente.
       —¡Está bien! —exclamo Manuel.
       Manuel observa el árbol a lo lejos, respira hondo soltando un largo suspiro, luego comenzó a correr hacia él, Manuel corrió hasta el árbol, tardando unos treinta segundos en llegar, se detuvo justo frente al árbol, Manuel frunció el entrecejo extrañado, no sentía cansancio, tampoco sentía que su corazón latiera acelerado, se paso la mano por la frente y al verse la mano, no había ni una gota de sudor, escuchó unos gritos a lo lejos, se volteo y vio a los demás gritando eufóricos, mencionando su nombre  levantando las manos empuñadas, Manuel los miraba extrañados, no entendía porque ellos hacían eso, no entendía que celebraban.
Eduardo subió las manos hacia la cara, colocando el borde de sus dedos índices y pulgares alrededor de la boca. —¡Manuel corre hacia nosotros! —exclamó con un grito.
       Manuel con el entrecejo fruncido comenzó a correr hacia ellos, pero en lo que iba corriendo notó que todo su alrededor comenzó a volverse más lento, Henry, José y Andrea se movían cada vez mas lento hasta llegar al punto en que todo se quedó quieto, todo se paralizó, Manuel no comprendía lo que estaba pasando eso lo hizo disminuir la velocidad por un momento, pero luego la retomó y llegó hasta ellos, luego comenzó a caminar alrededor de ellos, observándolos ahí, paralizados, viéndolos de arriba a abajo, luego se paró frente a ellos y todo fue volviendo a la normalidad, los muchachos se sorprendieron al verlo.
       —¡Wao! —exclama José.
       —¿Cómo hiciste eso? —pregunta Andrea anonadada.
       —No sé, no sé cómo pude paralizar el tiempo. —contesta Manuel.
       —¿Crees que paralizaste el tiempo? —pregunta Eduardo.
Manuel mira a Eduardo extrañado. —¿No fue eso lo que hice? —preguntó.
       —No. —contesta Eduardo. —Manuel, cuando corriste hacia el árbol, ¿Cuánto tiempo crees que te tardaste? —preguntó.
       —No sé, creo que… unos veinte segundos máximos, creo yo. —dijo Manuel.
       —Tardaste menos de un segundo en llegar allá, pero te tardaste un poco mas en el regreso y eso no fue porque detuviste el tiempo, sino porque tienes lo que se diría super velocidad… eres muy veloz. —dice Eduardo.
       —¿En serio? —pregunta Manuel sorprendido.
       —Si. Ahora, tu poder de velocidad te da la capacidad de viajar por el tiempo, pero para eso tienes que aprender a usar tu velocidad y entrenar para poder correr más rápido. —dice Eduardo.
       —Tengo super velocidad. —dice Manuel como un comentario al aire.
       —Increíble… eres veloz y puedes viajar por el tiempo… no sé qué haría si tuviera ese poder. —dice José.
Eduardo voltea a mirar a José. —Yo sí, y por eso no te dieron ese poder. —dijo con ironía.
       José de pronto ve a Eduardo y frunce el entrecejo confundido, luego Eduardo lleva su mirada hacia Andrea.
       —Andrea. —dice.
       Andrea ve a Eduardo, luego éste se acerca un poco a ella, voltea la cabeza a la derecha y levanta el brazo apuntando a un poste de luz en el lado de la autopista.
       —¿Ves ese poste? —pregunta Eduardo.
Andrea lleva su mirada hacia el poste. —Si. —contesta. —¿Por qué? —pregunta.
       —Quiero que te concentres y le quites su energía eléctrica. —dice Eduardo.
       —¿Es en serio? —dice Andrea viendo a Eduardo confundida.
       —Sí, en serio, hazlo. —contesta Eduardo.
       Andrea levanta el brazo izquierdo con la mano abierta, apuntando hacia el poste, viéndolo fijamente, luego comenzó a tensar el brazo y la mano, de pronto alrededor del faro del poste salían pequeños rayos de electricidad, luego un largo rayo fue directo hacia la mano de Andrea recorriendo este alrededor de su mano seguido del brazo, sintiendo un cosquilleo, luego siguió hacia el otro brazo, alrededor de sus manos recorrían pequeños rayos de electricidad, ella juntó un poco las manos, de las yemas de sus dedos salieron éstos rayos, juntándose en medio de estas sacando algunas chispas, entonces una sonrisa se mostró en el rostro de ella.
       —Esto es increíble. —dice.
       Ella levanta la mirada viendo a Eduardo.
       —Muy bien. —dijo éste.
       —¿Como es que…? —pregunta Andrea interrumpiendose a sí mismo.
       —Tienes la habilidad de controlar la electricidad, pero igual que el agua también tienes que aprender a controlarla por ti misma, sin la ayuda de un conducto. —dice Eduardo. —Ahora devuélvelo al poste, no me dejes sin luz esta noche. —agregó.
       —Sí, claro. —dijo ella.
       Luego se volteó hacia el poste extendió los brazos hacia éste y tensando los brazos, expulso un rayo hacia el poste, éste fue directo introduciéndose en el faro.
       —Bien, es suficiente por el día de hoy, váyanse nos vemos mañana temprano otra vez. —dice Eduardo.

       Al día siguiente los muchachos están en la casa de Eduardo, reunidos con él en el patio trasero.
       —Quiero que me escuchen un momento. —dice Eduardo.
       Los muchachos dirigen su atención hacia él.
       —Hagamos otra cosa. —dijo.
       —¿Qué cosa? —pregunta Henry.
       —Les enseñare a volar. —dice Eduardo.
       —¿¡A volar!? ¿En serio? —dice José sorprendido.
       —Sí, pueden volar y les diré como hacerlo. —contestó Eduardo.
       Los chicos están uno al lado del otro.
       —Lo primero que quiero que hagan es que cierren los ojos. —dice Eduardo.
       Los muchachos hicieron caso y cerraron sus ojos, quedando en la oscuridad.
       —Bien, ahora quiero que se relajen y que se concentren, respiren hondo… sientan el aire que choca contra ustedes, concéntrense en él, déjense llevar por ese viento, siéntanse relajados por él. —dice Eduardo.
       Luego quedó todo en silencio, los muchachos con los ojos cerrados sentían sus cuerpos ligeros, la brisa que los rosaba y escuchaban los arboles moverse, sus ramas crujían y las hojas rosaban.
       —Ya pueden abrir los ojos. —dice Eduardo.
       Los muchachos abren los ojos y ellos bajan la mirada viendo a Eduardo debajo de ellos, luego miraron bajo sus zapatos y vieron que estaban levitando y una gran emoción recorría sus cuerpos.
       —¡Estamos volando! —exclamó Manuel.
       —¡Si! —exclama Henry.
       De pronto los muchachos fueron bajando lento, sintiendo que iban a caerse, como si perdieran el equilibrio.
       —¡No pierdan la concentración! —exclama Eduardo.
       En eso se detuvieron y volvieron a elevarse.
       —De verdad estamos volando. —dice Andrea.
       —En realidad están levitando, volar es que logren moverse. —dice Eduardo. —Henry, inténtalo tu primero. —agrego.
       —Está bien. —contesta éste.
       —Bien, lo que vas hacer es contraer tu cuerpo y luego impúlsate hacia delante. —dice Eduardo.
       Henry lleva su mirada hacia delante, contrae el cuerpo encorvándose y subiendo la rodilla, luego se estira horizontalmente moviéndose hacia delante rápidamente, volando por la zona.
       —¡Wao! —exclama José impresionado.
       José hizo lo mismo después, deleitándose por la experiencia de volar, tanto él como Henry disfrutaban la experiencia, de pronto José pasó velozmente por un lado de Andrea, desconcentrándola, perdiendo por completo el equilibrio, haciéndola caer, Manuel se da cuenta y rápidamente se impulsa hacia abajo yendo hacia ella mientras va cayendo, Andrea está a punto de llegar al suelo y en eso Manuel la tomó en sus brazos, sosteniéndola por detrás de las rodillas y la espalda, se impulsó hacia arriba y luego se detuvo arriba.
       —¿Estás bien? —pregunta Manuel mirando a Andrea, mientras la seguía sosteniendo en sus brazos.
Andrea cruza miradas con él, algo desconcertada. —Sí… sí, estoy bien. —contesta.
       —Qué bueno. —dice Manuel.
       Manuel baja las piernas de Andrea, ella se sostuvo de los hombros de él, mientras que éste la sostenía de la cintura.
       —¿Crees que puedas levitar otra vez? —pregunta Manuel.
       —Sí… sí puedo. —contesta Andrea viéndolo de nuevo.
       Éstos dos se veían sin distracción, como si no hubiera nadie más, una sensación extraña los dominaba y los nervios los invadía, sus corazones se aceleraron, en eso inconscientemente Manuel tragó grueso y ellos permanecían ahí, mirándose callados, como si sus ojos hablaran por ellos y se dijeran lo que sus bocas no pueden pronunciar, luego Manuel la soltó y comenzó a retirarse hacia atrás, mientras la seguía viendo y detallaba su rostro blanco y terso, sus ojos verdes, su largo cabello castaño con ondas y que caía sobre su hombro izquierdo, su blusa blanca estampada, su jeans azul y zapatos Convers negros. Eduardo desde abajo los observaba con el entrecejo fruncido.
       —Ya es todo por hoy, nos vemos mañana. —dice Eduardo.

       Los días siguieron y ellos entrenaban y aprendían a dominar sus poderes, al igual que aprendieron a volar, pero también Eduardo les enseñaba a pelear cuerpo a cuerpo, aumentando su agilidad, destreza y fuerza. Todos están en el patio de Eduardo Henry y Manuel están frente a frente y Andrea y José igual, mientras que Eduardo está a un lado de ellos.
       —Bien, hoy seguiremos el entrenamiento de defensa cuerpo a cuerpo, ¿Están listos? —manifiesta Eduardo.
       —Eduardo, ¿Porque me pusieron con ella? —dice José.
       —Porque todos deben entrenar con todos, sin excepciones. —contesta Eduardo.
       —Pero es Andrea. —reprocha José.
       —¿Qué tiene? —pregunta Eduardo.
       —Sí, ¿Qué tiene? —repite Andrea algo indignada.
       —Que yo tengo super fuerza, no quiero lastimarla. —contesta José.
       Andrea lo ve entre cerrando los ojos y soltando un suspiro ofuscado por la nariz, Eduardo observa a Andrea y luego vuelve a ver a José.
       —Así se va a quedar. —dice Eduardo. —Bien… comiencen. —agregó.
       En ese instante Andrea le propino un golpe directo a la nariz a José, éste cae a suelo tapándose la nariz.
       —¡Ay! ¡mi nariz!... ¡Dios! —exclama José adolorido.
       —Él no vendrá a ayudarte, ahora deja de quejarte, párate y pelea. —dice Eduardo.
       Manuel y Henry se mofaron y luego el entrenamiento siguió, los días siguieron hasta que lograron dominar todas sus habilidades sin ningún problema, los muchachos están en el patio en fila, Henry tiene en su mano derecha el yesquero, lo enciende y coloca la otra mano encima de la llama, luego aleja la mano la llama lo siguió extendiéndose, Henry bajó la mano haciendo una onda y luego la volvió a subir haciendo otra onda, Andrea está sentada sobre la grama, con las piernas cruzadas, con la vasija de vidrio en el suelo delante de ella, luego mete las dos manos dentro de la vasija, luego las saca rápidamente trayéndose el agua con ella, luego Andrea separó las manos a los lados separando el agua haciendo unas ondas con ésta, José tenia los brazos estirados hacia abajo con las manos abiertas, él comienza a tensar los brazos y las manos, luego las piedras y rocas del patio comenzaron a levitar por todas partes, Manuel concentró el aire en sus manos formando dos bolas de aire en cada mano, luego las levanto y extendió los brazos hacia delante, expulsando dos ventarrones de aquellas bolas.
       —Muy bien, muchachos… ya pueden descansar, hemos terminado por hoy. —dice Eduardo. —Ahora tengo que decirles algo. —agrego.
       Los muchachos se acercaron a él.
       —Quiero decirles que ya están listos, han aprendido a dominar sus poderes a la perfección, pero también deben entender que ustedes no son super héroes, no usaran trajes ni nada de esas estupideces, ustedes son los protectores de la tierra, ustedes deben defenderla y tienen que estar preparados para lo que sea que venga, ahora váyanse, descansen y nos vemos mañana. —dice Eduardo.
       —Bien, adiós Eduardo. —dice Henry.
       —Adiós. —dice Andrea.
       —Chao. —dijo José.
       —Hasta mañana. —dice Manuel.
       —Adiós muchachos. —contestó Eduardo.
       Los muchachos entran a la casa, la cruzan y salen por la puerta principal, como aun estaba la luz del día decidieron irse caminando, después de un largo rato llegaron a la estación de Coche, entraron, bajaron, pasaron los torniquetes y bajaron al andén con dirección a Plaza Venezuela, luego de un rato el tren llego, ellos se montaron y se fueron, luego de una hora llegaron a la estación de Antímano, luego de que salieron de la estación cada quien tomó su camino para sus casas.
       José iba caminando solo por la calle y de pronto dentro de un callejón escucha gritos y quejidos de mujer.
       —No… no, por favor, no… déjame ir. —decía la mujer, sollozante.
       —Cállate y dame el bolso o te mato aquí mismo. —dice la voz de un hombre, gruesa y amenazante.
       José se detiene antes de llegar a la entrada del callejón, se acerca a la pared y se va asomando, para ver dentro del callejón y observa a un hombre un poco alto, de piel morena, cargaba una gorra negra, una franela gris pero sucia, un pantalón azul y unos zapatos blancos deportivos sucios, en la mano derecha sostiene una pistola, la cual tenía el cañón junto al cuerpo de la chica y con la mano izquierda sostenía el bolso de ella a la vez que forcejeaban, José no pudo detallar bien a la chica, solo veía que su largo cabello le cubría el rostro, José comenzó a molestarse mientras seguía viendo y escuchando los quejidos de la chica, luego él se apartó de la pared parándose en la entrada del callejón.
       —¡Epa tú!... déjala. —dice José.
       El hombre voltea y lo ve.
       —Esto no es peo tuyo, ¡ábrete pues! —contesta el hombre.
       —¡Déjala quieta! —exclamó José.
       El hombre se le queda viendo a José, luego ve a la chica, suelta el bolso, se aparta de la chica y apunta el arma hacia José.
       —¡¿Qué coño e´ madre, te pasa a ti?! —exclama el hombre.
       —Solo te pido que la dejes quieta y que te vayas, solo eso. —dice José.
       —Solo eso... —dice el hombre haciendo eco con ironía. —Tú como que eres gafo ¿Verdad? Queriéndote hacer el héroe. —agregó.
       —No, no me hago ningún héroe, solo pongo de mi parte. —contesta José.
       —De verdad no es necesario. —dice la chica algo temerosa.
       —Yo también hago mi parte. —contesta el hombre.
       Éste aprieta el gatillo y le comienza a disparar varias veces a José, la chica cierra los ojos y se las tapa con las manos, soltando gritos ahogados, José con velocidad y agilidad tomó con las manos las balas que fueron disparadas, luego que el hombre dejó de disparar, José abrió la mano y soltando exactamente diez balas y éstas cayeron al suelo, el hombre estaba anonadado por lo que vio, luego José dio un brinco hacia delante y rápidamente llegó a donde estaba él y le propinó un fuerte golpe en la cara al hombre que lo voló lejos agresivamente y luego cayó en suelo quedando inconsciente, José voltea a la izquierda viendo a la chica y se le acerca a ella.
       —¿Estás bien? —pregunta José.
       La chica aparta sus manos de sus ojos y luego ella sube la mirada viendo a José, éste observa sus grandes ojos azules y quedando sin habla, así detalló su rostro, viendo su nariz medio perfilada, una boca pequeña, sus labios rosados y delgados, pómulos pronunciados y rosados.
       —Sí… sí, estoy bien. —dice la chica.
       José la observa de arriba a abajo y viceversa, viendo su piel blanca, observa que lleva una blusa rosada de mangas cortas y estampada, jeans azules y zapatos urbanos dorados, la chica voltea a la izquierda viendo el cuerpo del hombre tirado en el suelo a lo lejos, luego vuelve a ver a José.
       —¿Qué pasó? —pregunta ella.
       —Eso no importa… ¿Cómo te llamas? —pregunta José.
       —Stephani. —contesta ella, su voz sonaba calmada.
       —Stephani, vámonos de aquí, te acompaño hasta tu casa. —dice José.
       Stephani veía a José intrigada, observando el oscuro de sus ojos.
       —Gracias. —fue lo único que dijo.
       Luego los dos se fueron hacia la entrada del callejón y cruzaron hacia la derecha, yéndose del lugar.

       Manuel entro a su habitación dejando la puerta abierta, luego se deja caer de espalda contra la cama y al caer da un pequeño rebote y vuelve a caer, luego suelta un largo suspiro y coloca sus manos en la nuca reposándose en ellas, de pronto recuerda aquel momento con Andrea y sin darse cuenta una sensación extraña invadió su pecho, sensación que no entendía por qué lo sentía, pero en su mente no podía dejar de pensar en Andrea.

       Andrea entra en su habitación y cierra la puerta detrás de ella, camina hacia su cama y se sienta en ésta y comienza a peinarse el cabello con sus dedos, luego se lo recoge y deja caer por delante del hombro izquierdo, luego se quita los zapatos, sube los pies a la cama y ella se arrincona hacia la cabecera recostándose sobre ésta, sin darse cuenta recordó el momento en que Manuel la salvó y en lo que ella sintió en el momento en que ellos se veían, la sensación extraña también la comenzó a invadir, su mente solo recordaba los ojos cafés de Manuel y como la sostenía por la cintura.

       Henry llega a su casa, cerrando la puerta detrás de él, camino hacia el mueble y se dejó caer sobre ésta, sentándose, se lleva las manos a la cara, se estruja los ojos y se estira la cara hacia abajo, luego deja caer su cabeza hacia atrás apoyándola encima de la cabecera y cierra los ojos y en eso sus pensamientos comenzaron a volar, su mente se fue abrumando de estos pensamientos, muchas cosas se mezclaban y eso le comenzó a estresar, su corazón se fue acelerando, su respiración fue agitándose e inconscientemente sus manos se fueron empuñando, de pronto abrió los ojos y levantó la cabeza y tuvo la mirada perdida por unos segundos, luego miró sus manos empuñadas, cerró los ojos, respiro hondo y abrió las manos y se fue calmando.

       José y Stephani se detuvieron frente a la puerta de una casa.
       —Aquí vivo. —dice Stephani. —Gracias… —agregó. —Por salvarme y… por acompañarme. —dijo.
       —No fue nada. —contesta José. —Lo importante es que llegaste sana y salva. —agregó mostrando una sonrisa.
       Stephani también sonríe y baja la mirada, luego la sube y cruza miradas con él.
       —Todavía no sé cómo te llamas. —dice ella.
       —José. —contesta él levantando la mano. —Mucho gusto. —agregó.
Ella lo vé y estrecha manos con él. —Igualmente. —dice.
       Pero eso no era suficiente para toda la curiosidad e intriga que le invadía, no solo quería saber su nombre, quería saber ¿Quién era él? ¿De dónde salió? ¿Cómo fue que llego? ¿Qué pasó? Pero de una forma que ella no se logra explicar, José le llama la atención.
       —Dame tu teléfono. —dice ella.
       —¿Cómo? —pregunta algo desconcertado.
       —Que me des tu teléfono. —repite insistente mostrando una sonrisa.
       José mete la mano en su bolsilla derecho del pantalón y saca el teléfono y se lo entrega, ella comienza a presionar la pantalla y escucha que está tecleando.
       —Ten. —dice ella devolviéndole el teléfono.
       José lo toma y observa que hay un número de teléfono marcado.
       —Es mi número, guárdalo. —dice Stephani.
José la mira y le sonríe. —Seguro. —dice.
       —Adiós y gracias otra vez. —dice ella sonriendo y abriendo la puerta.
       —Adiós. —contesta José.
       Ella entra y él se va bajando la calle sonriente.

       En el interior de un bosque oscuro un hombre camina por éste, aunque la luna esta llena y cielo es estrellado su luz es opacada por la abundancia de las hojas de los arboles altos, éste hombre es alto, su ropa es negra con un sobretodo largo puesto encima, botas negras y el cabello largo que le cubría la mitad del rostro, el hombre llegó hasta un lugar del bosque el cual había un espacio circular libre de arboles, pero cubierto de hojas marchitas, el hombre se detuvo, luego metió la mano derecha dentro del bolsillo izquierdo de la parte de adentro del sobretodo y sacó un crucifijo de plata con un cristo, luego se agacho hincándose en una pierna, luego metió la mano izquierda por dentro del sobretodo y la llevó hacia atrás y sacó un cuchillo de la espalda, el cuchillo es mediano y con una hoja filosa, colocó el crucifijo en el suelo y luego se corta la palma de la mano derecha de un solo pase rápido, luego soltó el cuchillo, tomó el crucifijo, lo colocó con el cristo de cabeza, tomándolo con las dos manos, subió los brazos y rápidamente las bajó clavando el crucifijo con fuerza en el suelo, el hombre apretaba con fuerza y la sangre salía rápidamente recorriendo el cristo, la cabecera del crucifijo, cayendo en el suelo.
       —Et beatos vos spiritum, et iudicia mea fecerit in malo ac tenebras et petitiones. —dice el hombre proyectando una voz poco gruesa.
       De pronto las hojas secas se comenzaron a alborotar y una especie de humo negro comenzó a formár un remolino desde abajo hacia arriba, hojas del suelo se fueron yendo con éste humo, el remolino creció alto y después ese humo negro fue formando una figura alta, con los brazos delgados y alargados al igual que las manos y los dedos, con uñas largas y filosas, las piernas también eran largas y delgadas, el rostro de ésta cosa era demacrado, con el mentón alargado, con barba de candado y la chiva larga, sus ojos eran completamente negros, tenía puesto un sombrero de paja con la visera plana y ancha, una camisa gris y estropeada de mangas cortas, una bermuda marrón igual estropeada y unas alpargatas.
       —Sabes que hacer. —dice el hombre.
       Esta cosa miraba al hombre fijamente y asintió, luego se volvió a convertir en el humo negro, yéndose del lugar mientras emitía un escalofriante silbido escuchándose las notas musicales del Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si.

       Eduardo sentado en su sofá individual en medio de la oscuridad y con la vaga oscuridad de una vela, se despierta repentinamente, agitado, sudando y con el corazón latiendo rápidamente, se lleva las manos a la cara y se la estira hacia abajo, luego su respiración se fue apaciguando, se inclino hacia delante y apoyó sus codos de las piernas, consternado y su mente perturbada.
       —Ya empezó. —dice lleno de preocupación y miedo.

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