Capítulo 13 "La Daga Maldita"
Eduerdo y los muchachos están en el patio detrás de la casa, los muchachos están sentados en el piso con las piernas cruzadas en forma de mariposa, formando un círculo, Eduardo está de pie a un lado de ellos.
—Hoy aprenderán a como canalizar sus poderes, a aprender a usarlos. —dice.
—Pero ya los sabemos controlar. —dice José.
—Pero no a canalizarlos, deben aprender a dominar mejor sus poderes para volverse más fuertes, lo van a necesitar. —contesta Eduardo. —Ahora les pido que se relajen y que cierren los ojos. —agregó.
Los muchachos cerraron los ojos.
—Respiren hondo, relajen sus cuerpos… —dice Eduardo.
Los muchachos respiraron profundamente y exhalaron despacio.
—Ahora concéntrense, canalicen su poder en un solo lugar. —dice Eduardo.
Los muchachos con los ojos cerrados levantaron sus manos sobre sus piernas, una frente a la otra, en ese momento cada uno sintió como una especie de energía, recorría sus cuerpos, como la extraña sensación de que algo se movía dentro de ellos, se movía desde todas partes, pies, piernas, cintura, estomago, torso, cabeza, cuello, hombros, todo se dirigía a sus brazos y de ahí a sus manos, de pronto de las yemas de los dedos de Henry salieron pequeñas llamaradas de fuego y formaron una pequeña esfera entre sus manos, de Andrea salían gotas de agua formando también una esfera de agua entre sus manos, pequeñas rocas se levantaron del suelo y formaron una esfera de piedras entre las manos de José y de entre las manos de Manuel una esfera de viento también se formó, Eduardo observó como cada un dominaba su poder, alejando una mano de la otra y la pequeña esfera de fuego comenzó a alargarse, luego volver a acercarlas formando de nuevo la pequeña esfera, movía las manos cambiándolas de posición una arriba y otra abajo, Andrea cerró la mano derecha dejando el dedo índice extendido señalando la esfera de agua, luego comenzó a alejarla moviendo la mano en círculos, la pequeña esfera comenzó a alargarse en espiral, luego Andrea detuvo la mano y al abrirla la espiral de agua se volvió solo una línea recta, Andrea volvió a acercar las manos y formar la pequeña esfera, luego posicionó la mano derecha abajo y la izquierda arriba, la subió y la esfera de agua se alargó, Manuel expandió la pequeña esfera de aire dentro de sus manos agrandándo la esfera, sintiendo el viento en sus manos, Manuel separa la mano derecha sosteniendo la esfera con la otra como una pelota, extiende la mano hacía en frente, luego la recoge, toma la esfera con la derecha y separa la izquierda y hace lo mismo, luego posiciona la mano derecha debajo de la esfera y la izquierda encima y la levanta extendiendo la esfera de viento y creando un arco con ella, José separa la mano izquierda y posiciona la mano debajo de la pequeña pelota de piedras, esta levitaba sobre la mano, luego la lanza hacia arriba, la ataja, la vuelve a lanzar y la vuelve a atajar, luego la lanza una vez más, pero esta vez la atajó su mano izquierda, luego con esta hace lo mismo atajándola su mano derecha luego la devuelve, después comenzó a juguetear, pasándola de una mano a otra, luego teniéndola en su mano izquierda, llevó la otra mano hacia ella y tomando la pequeña pelota, extendió la mano y la pequeña pelota se extendió también a la vez que recogía más piedras del suelo. Eduardo los observó haciendo estos sorprendentes trucos, dominando sus poderes y notando que los cuatro tenían los ojos cerrados mientras lo hacían, aunque él ya sabía de lo que eran capaces no pudo evitar sorprenderse, al ver la realidad de lo que ya conocía, luego de un rato de jugar con sus poderes, volvieron a sus posiciones iniciales, luego extendieron sus brazos hacia delante haciendo que sus esferas fueran hacia el centro del circulo, luego la esfera de fuego, la de agua, la de aire y la de piedras, comenzaron a moverse alocadamente entre ellas cada vez más y más rápido, los muchachos seguían con los ojos cerrados y las esferas se seguían moviendo tan rápido que se comenzaron a iluminar y de pronto se convirtieron en esferas de energía, la de fuego en una de color amarillo, la de agua en una de color azul, la de aire en una de color blanco y la de piedra en una de color verde, luego las esferas se fueron uniendo formando una más grande con los cuatro colores y giraba ella misma en el centro del circulo, Eduardo más se sorprendió y sentía el gran poder que esa esfera aguardaba, luego de unos segundos los muchachos deshicieron la esfera y sus brazos cayeron, sintiéndose exhaustos, respirando agitadamente, luego abrieron los ojos y se miraron entre ellos.
—¿Sintieron eso? —preguntó Manuel.
Los demás asintieron con la cabeza, Henry miró a Eduardo algo confundido.
—¿Qué sabes sobre esto? —preguntó.
—Lo que acaban de hacer fue algo increíble, la verdad es que me demostraron más de lo que yo pensaba que ustedes tenían. —contestó.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Andrea.
—Sé que ustedes tienen mucho poder, pero esto superó mis expectativas, pero lo que ustedes hicieron es algo de suma importancia. —dice Eduardo.
—¿Cómo? —preguntó José.
—De que deben mantenerse unidos, uno ayuda al otro, entre ustedes se complementan, y eso hará que puedan ser más fuertes de lo que me demostraron. —dijo Eduardo.
Los muchachos sintieron muchas emociones cruzadas al oír eso.
—Pero creo que todavía deben seguir aprendiendo a canalizar más sus poderes, pienso que es lo principal que deben dominar. —dice Eduardo.
—Entiendo. —dice Henry.
—Pueden ponerse de pie. —dijo Eduardo.
Los muchachos se levantaron y se posicionaron en fila y Eduardo frente a ellos.
—Bien, ahora los que le quiero decir es… —dice Eduardo interrumpiéndose así mismo.
Volteando ligeramente hacia atrás mirando la casa, luego al volver a ver hacia delante, miró a Manuel haciéndole una seña le dijo que se acercara a él, Manuel extrañado fue, Eduardo se le acercó al oído y le hablo en voz baja, para que los demás no escucharan, José, Andrea y Henry también se extrañaron de la actitud de Eduardo y se miraron las caras, luego de que Eduardo terminó de hablar con Manuel se alejó y este lo miró, Eduardo asintió con la cabeza y Manuel hizo lo mismo, luego este con su velocidad corrió y entró a la casa y en cuestión de segundos regresó y en sus manos sostenía a Declan guindando de su ropa, Eduardo lo miró indiferente, José, Andrea y Henry quedaron algo sorprendidos, Declan miró a Eduardo igual de indiferente.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Eduardo.
—Puedes decirle que deje de hacer eso. —dice Declan.
—Se lo diré cuando tú, dejes de meterte en mi casa sin avisar. —contesta Eduardo.
Declan se quedó mirándolo. —Buen punto. —dijo.
—Ahora me dirás ¿Qué haces aquí? —preguntó Eduardo insistente.
—Por lo menos le puedes decir que me baje, es algo incomodo hablar así. —dice Declan.
—Bájalo Manuel. —dice Eduardo.
Manuel lo baja con cuidado hasta que este logra tocar el piso con sus zapatos. —Gracias. —dice, luego se sacude la ropa y la estira, acomodándose.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Eduardo.
Declan mira a Eduardo y luego a los demás. —Vine porque ya tengo información de lo que pasó anoche. —contesta.
—¿Cuál? —pregunta Eduardo precipitadamente.
—De los cuerpos en la playa. —dice Declan. —Los dos primeros cuerpos que vimos eran los de una pareja que estaba paseando en aquella playa, solo que les tocó la peor parte anoche y el otro cuerpo, el de la bruja era de una hija de Oshún. —dijo.
Eduardo se estremeció y se dio vuelta retirándose de los demás.
—Eduardo, ¿Qué pasa? —pregunta Andrea.
Luego este da un suspiro y se devuelve a donde están los demás con la cabeza abajo, luego al levantarla mira a los muchachos
—Ahora las cosas se van a poner peor, que muera otro hijo de otro Orisha no es bueno y la Luz va a preocuparse más. —dice.
—Pero es casi inevitable, Arioch de alguna forma está un paso delante de nosotros y aun no sabemos como tal el motivo de sus acciones. —dice Henry.
Declan mira a Henry y frunció el entrecejo confuso. —Pero… ¿Arioch no les dijo nada anoche? —preguntó.
Eduardo miró a Declan también frunciendo el entrecejo confuso. —¿Anoche? —preguntó.
Los muchachos se estremecieron y Henry vio fijamente a Declan, Andrea rápidamente miró a Henry, José y Manuel cruzaron miradas, Eduardo volteo viendo a los muchachos.
—¿Qué pasó anoche? —preguntó curioso.
Los muchachos quedaron mudos ante la pregunta.
—¿Qué no me han dicho? —preguntó insistente.
—¿No le contaron? —preguntó Declan.
—¿Contarme qué? —preguntó Eduardo irritado.
—Eduardo… —dice Andrea.
—Nos encontramos con Arioch anoche. —dice Henry interrumpiendo abruptamente a Andrea.
Ella lo miró algo desconcertada.
—¡¿Qué?! —exclamó Eduardo. —Y ¿Hasta ahora me lo dicen? o ¿Es que no pensaban decírmelo? —preguntó molesto.
—La verdad es que yo les pedí a los muchachos que no dijeran nada. —dijo Henry.
—¿Por qué? —preguntó Eduardo.
Declan se acercó a Manuel.
—¿De verdad no le dijeron nada? —preguntó.
Manuel lo miró y negó con la cabeza moviéndola de un lado a otro.
—¡Huy!... creo que mejor me voy entonces. —dijo Declan abochornado.
—Es una gran idea. —dijo Eduardo reprochante y viendo por el rabillo del ojo.
Declan al verlo se estremeció y se fue a paso acelerado de ahí.
—Lo hice porque cada vez que nos lo conseguimos y te contamos siempre nos pones a entrenar más… —reprocha Henry.
—Lo hago para que se hagan más fuertes… —replica Eduardo.
—Lo haces como si pensaras que no vamos a poder contra él, como si no confiaras en nuestro poder; y además no podemos saber que puede suceder porque aun no hemos peleado contra él. —replicó Henry interrumpiéndolo.
—Por eso es que los mantengo en forma, porque no sabemos lo que vaya a pasar y prefiero prevenir. —replica Eduardo.
—Esto… esto es absurdo, la manera de vencerlo es descubriendo quien es su recipiente, tú lo sabes, solo así llegaremos a estar un paso delante de él, no forzando más este entrenamiento que ya nos tiene agotados. —replicó Henry enojado.
Eduardo quedó en silencio mirando a Henry inexpresivo.
—El entrenamiento terminó, váyanse. —dice.
Andrea, José y Manuel se dirigieron a la puerta trasera de la casa, luego Henry fue a seguirlos molesto.
—Henry, tú te quedas. —dice Eduardo.
Henry se detuvo de pronto y los demás también volteando hacia ellos.
—¿Por qué? —preguntó Henry.
—Porque esta conversación tenemos que terminarla. —contestó Eduardo. —Los demás váyanse. —agregó mirándolos.
Ellos miraron a Eduardo, este les asintió y ellos se voltearon y se fueron, Andrea se detuvo por un momento en la puerta, volteo viendo a Henry con preocupación, este en ningún momento la miró, luego ella partó la mirada y entró. Luego de que Eduardo y Henry quedaron solos, un silencio los invadió, pero una fuerte tensión se sentía emanar de ellos, aunque no saliera ni una sola palabra de sus bocas, Henry estaba de espaldas a Eduardo, pero este en ningún momento llegó a mirarlo.
—¿Así que te sientes agotado? —preguntó Eduardo retóricamente.
—Nos sentimos agotados Eduardo, los cuatro, prácticamente no hemos dormido bien y andamos de mal humor, o al menos yo, a Manuel casi lo matan y tú solo piensas en entrenarnos y ya. —dice Henry impotente.
Eduardo baja la mirada pensativo. —Entiendo… —dice. —Si eso es lo que piensan… entonces… no tiene caso seguir con esto. —dice Eduardo.
Henry frunce en entrecejo confuso, volteándose a mirar a Eduardo.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Si se sienten muy cansados entonces, no merecen estos poderes. —dice Eduardo.
—Pero… —dice Henry titubeando.
—Las cosas que están pasando no dejaran de suceder solo porque ustedes se sienten cansados, Arioch no dejará de matar solamente porque ustedes quieren descansar, él no va a descansar, lo que quiere es esto, que ustedes dejen de luchar para terminar su plan y si ustedes quieren descansar, entonces todos vamos a morir… lo mejor es que Dios tome a otros elegidos, unos mas capaces, creo que esta vez Dios se equivocó al elegirlos a ustedes. —dijo Eduardo.
—¡¿Cómo es posible que seas capaz de decir eso?! —exclamó Henry.
—Es mi opinión. —contestó Eduardo.
—Después de todo lo que pasamos… —dice Henry con impotencia. —¿Después de todas estas batallas, vas a decir que esa es solo tú opinión…? —dijo retóricamente. —Me estas jodiendo. —agregó vacilando.
—No. —contestó Eduardo fríamente, mirando a Henry directamente. —Es lo que creo ahora. —agregó.
—No… no lo crees… tú ya viste de lo que somos capaces y sabes que él no se equivocó al elegirnos, sé que no somos los defensores convencionales, pero fuimos los Elegidos y asumiremos nuestro deber. —dijo Henry impotente.
Luego se dio media vuelta y a pasos agigantados se dirigió a la puerta.
—¡Espera! —exclamó Eduardo.
Henry se detuvo justo en la entrada y se volvió a mirar a Eduardo, este caminó hacia él y pasó por un lado entrando a la casa.
—Sígueme. —dijo.
—¿Dónde? —preguntó Henry frunciendo el entrecejo.
—Tenemos que ir a analizar la daga y quiero que me acompañes. —contestó. —Ven y cierra la puerta trasera. —agregó.
Henry entró y cerró la puerta detrás de él, siguió a Eduardo y los dos salieron por la puerta principal y luego de que Eduardo asegurara, se marcharon.
Stephani está en su casa, en el mesón de la cocina, sentada en una silla alta como las que se usan en los bares, ella está vestida cómodamente, una blusa rosada de tiras delgadas y un estampado de corazón en la parte del pecho, que muy bien definidos los muestra esta prenda, unos shorts de jeans pequeños y justados que dejan mostrar sus lindos, tersos, lisos y gruesos muslos, seguidos de sus pantorrillas y en sus pies lleva puesta unas sandalias rosadas con unas flores decorativas en la banda que divide los pulgares de los demás dedos. Ella está comiendo una galleta sobre el mesón mientras que a la vez husmea en su propio teléfono, luego de unos segundos escucha que tocan a su puerta y ella voltea en dirección a este con curiosidad, deja el teléfono sobre el mesón, se baja de la silla y va hacia la puerta, al llegar la abre y del otro lado está José, este al verla de arriba abajo y viceversa, queda sorprendido y deslumbrado y solo en cuestión de segundos su cara se sonroja.
—¿Ste…? ¿Stephani? —dice él nervioso.
Ella al verlo sonrojado, suelta una pequeña risa nerviosa.
—José, ¿Qué te pasa? —pregunta ella sonriendo y en motivo de burla.
—Yo ha… no, ha… bueno… ahm, este… —balbucea José más nervioso.
Stephani suelta otra risa nerviosa al escucharlo. —¿Algo te molesta? —preguntó.
—¡No, no, no!... todo está bien. —dice José avergonzado y suelta una pequeña risa nerviosa.
—¿Estás seguro de que, nada te molesta? —pregunta Stephani tomando una actitud coqueta con él.
José aun sonrojado, mueve la cabeza de un lado a otro en negación. —No, en serio… nada me molesta. —dice.
Stephani vuelve a soltar otra risa nerviosa. —Tonto, estoy jugando contigo, ven, pasa. —dice sonríendo.
Ella toma a José de la mano y lo hala hacia adentro de la casa y luego cierra la puerta, luego lleva a José a la sala.
—Siéntate. —le dice ella señalando el sofá.
—Está bien, gracias. —dice José.
Ese va hacia el sofá y se sienta con cuidado, luego estos dos cruzan miradas repentinamente.
—¿Quieres agua? —pregunta Stephani.
—Sí, por favor, gracias. —contestó José sonriendo.
Ella se da media vuelta y va hacia la cocina y José lleva su mirada hacia las bien marcadas nalgas de Stephani y la sigue mientras ella se alejaba, luego se queda solo en la sala, con un pestañeo y un profundo suspiro sus nervios poco a poco se comienzan a disipar y su cara sonrojada vuelve a la normalidad, luego este se deja caer sobre el respaldar, y lo hace sentir un poco más relajado.
—Pero ¿Qué… pasó? —dice en voz alta.
Luego Stephani vuelve con un vaso lleno de agua, él la mira y se levanta, poniéndose de pie.
—Toma. —dice ella.
—Gracias. —contesta él.
José levanta la mano para tomar el vaso y torpemente su mano choca con el vaso lo que hizo que se derramara un poco el agua cayendo al suelo y en ese momento José rápidamente intenta tomar el vaso, tomando con la mano izquierda un lado del vaso, pero en lugar tomó fue la mano de Stephani y con la derecha tomó el vaso por debajo y ella también, pero en lugar del vaso tomó fue la mano de José, en ese instante los dos cruzaron miradas, miradas tiernas y profundas, de pronto un silencio invadió toda la habitación, como si en el mundo ellos dos fueran los únicos habitantes. De pronto estos se separaron repentinamente, apenados.
—Discúlpame. —dice Stephani.
—No, no, tú discúlpame a mí, que torpeza… —dice José. —Iré a secar lo que se calló. —agregó.
—No, no, te preocupes por eso. —contesta ella deteniendo a José. —Mejor sentémonos. —agregó.
Luego los dos se sentaron en el sofá, Stephani suelta un suspiro y José le da un sorbo al agua, ella lo mira y de pronto se extraña.
—¿Estás bien? —pregunta ella.
José voltea y la mira. —Sí, sí… estoy bien. —contestó.
—José, sé que me estas mintiendo, dime, ¿Qué pasa? —pregunta Stephani insistente.
—Son mis amigos, es que últimamente las cosas han estado algo tensas, ayer tuvimos un problema y hoy no sé, como que empeoró… me preocupa que termine peor de lo que ya está. —dice José.
—Y ¿Qué es eso que está pasando? —pregunta Stephani. —… claro… si, se puede saber. —agregó.
José la mira pensativo con la disyuntiva de si contarle la verdad de lo que sucede y de quien es él en realidad, pero en eso recuerda lo que Eduardo le había dicho, sobre guardar el secreto y no contarle a nadie sobre lo que sucede.
—Es que es una historia muy larga y no quiero aburrirte con eso. —dijo José.
Stephani lo miró un poco desilusionada. —Claro… entiendo… —dijo.
—No lo tomes a mal o que no confíe en tí, es que… lo menos que quiero ahora es pensar en eso, estoy aquí y mi mente no está en donde debería estar, que es aquí contigo, sin importar que. —dice.
—Pero José, se trata de tus amigos. —contesta Stephani.
—Sé que en algún momento lo que está pasando se va a solucionar y sí, aunque me siento preocupado por lo que está pasando, te confieso que cuando venia para acá me sentía peor y el momento en que te ví en la puerta, ese mal sentimiento se esfumó… y es que solo con verte… ya haces que me sienta mejor. —dice José.
Stephani lo mira por un momento y luego esquiva la mirada, luego José coloca el vaso en la mesa frente a ellos y rápidamente le toma la mano a ella, Stephani al percatarse ve la mano de ella tomada por la de él y luego lo mira, cruzando miradas al instante.
—Gracias, Stephani… por preocuparte. —dijo.
En ese momento Stephani al mirar los ojos iluminados de José, quedó cautivada, los latidos de su corazón se aceleraban y su respiración se agitaba, impulsada por sus emociones se acercó a él lentamente, a la vez que cerraba los ojos, José al verla su corazón se aceleró también, sonrojado, sus emociones también lo impulsaron a ir hacia ella, pero una vez cerca uno del otro José volvió a recordar las palabras de Eduardo y sabia que lo que estaba por hacer llegaría a complicar más su secreto, rápidamente desconcertado y decepcionado, José esquiva los labios de Stephani y estos terminaron dando un beso en su mejilla, luego los dos con la cabeza abajo, ella se alejó de él y soltando un suspiro aparta su mano de las de José, recogiéndose el cabello sobre su oreja.
—Lo siento, yo… —dice José.
—No, no, está bien, fue mi culpa… mal interprete la situación. —contesta Stephani avergonzada. —¿Quieres galleta? Tengo en la cocina. —agregó.
—Sí… está bien. —contestó José.
Stephani se levantó del sofá y se fue a la cocina, José quedó en silencio y se dejó caer de nuevo sobre el respaldar del sofá, molesto y decepcionado, soltó un largo suspiro.
Manuel y Andrea van caminando juntos por la calle, Andrea con la cabeza baja, callada, pensativa y preocupada, Manuel la mira de pronto observándola y el comienza a preocuparse también.
—¿Te pasa algo? —preguntó de una manera dulce. —Te veo preocupada. —agregó.
Andrea voltea cruzando miradas con él y en ese mismo instante lo esquiva.
—Es que… si estoy algo preocupada por Henry, me intriga no saber que está pasando entre él y Eduardo. —dice ella.
—Sí, bueno creo que, para empezar, no debimos ocultale a Eduardo lo que pasó, era algo que merecía saber, pero no de la forma en que se tuvo que enterar, debimos decírselo. —dijo Manuel.
Andrea suelta un quejido de cansancio, llevándose la mano a la cabeza y pasándola por su cabello y colocándolo por delante del hombro.
—Manuel… —dijo. —¿No te parece que las cosas están yendo… como demasiado rápido? —preguntó.
Manuel la mira frunciendo el entrecejo. —¿De qué hablas? —preguntó extrañado.
—De que… están pasando muchas cosas, todas estas peleas, las personas que han muerto, las personas que se están involucrando… —contesta Andrea. —Lo que te pasó. —agregó mirando a Manuel.
Manuel se impacta un poco, desvía la mirada e inclina la cabeza un poco de lado, afirmando lo dicho.
—Por eso ¿No crees que están pasando las cosas muy rápido y que cada vez empeora más? —pregunta ella retóricamente.
Manuel la mira preocupado, luego desvía la mirada más allá de ella y nota que van pasando por una plaza, observa una banca para el público, de acero.
—Andrea… ven, sentemos un momento. —dice.
La toma del antebrazo y se la lleva, Andrea lo sigue con la mirada y luego dejándose llevar por él, ella lo miraba desde atrás y una sensación de nervios la invadió y su corazón se comenzó acelerar. Llegaron hasta la banca y se sentaron en él, una vez allí, Andrea soltó un largo suspiro, Manuel la miró tiernamente, luego desvió la mirada pensativo.
—Entiendo que las cosas ahora se están poniendo más difíciles desde que comenzamos, también lo he notado… —dice Manuel.
—A veces… —dice Andrea interrumpiendo abruptamente. —¿No piensas que… Dios se equivocó con nosotros…? ¿No sientes… no creerte capaz de hacer esto y que el debió, elegir a otras personas, personas más capaces? —dijo retóricamente.
Manuel solo la miraba en silencio, desconcertado y un poco entristecido.
—Sí. —contestó Manuel impotente.
Andrea volteo a mirarlo.
—Claro que pienso en eso… cada día, me pregunto lo mismo… —dijo. —Pero… luego pienso que… él no es capaz de equivocarse, Dios jamás se equivoca y si él nos eligió a nosotros fue por una razón… que aun no comprendemos, ni entendemos… y luego todas mis dudas se van. —dice volteando a mirar a Andrea, cruzando miradas y aumentando una tensión en el ambiente entre ellos dos.
—Dios no se equivocó contigo Andrea, ni con Henry, ni con José, con ninguno de nosotros, se que las cosas ahora son más difíciles que antes y que no elegimos ser esto… pero… ahora lo somos… y afrontaremos esto… —dice tomando a Andrea de las manos. —Juntos. —agregó enfatizando la palabra.
En ese momento sus miradas no se separaron ni un instante, la sensación de sentirse los únicos en el mundo era más que obvia y los corazones de los dos latían como maratonistas en una competencia, sus emociones emanaban a flor de piel e impulsados por ellos Manuel llevó una de sus manos a la mejilla de Andrea, acariciándola suave y delicadamente, él comenzó a acercarse a ella y ella a él lentamente, a medida que más cerca estaban, cerraron sus ojos, sus rostros más cerca y sus labios entre abiertos parecían unirse entre ellos y solo llevados por los sentimientos estos se unieron y con un beso sellaron tan hermoso momento.
Henry y Eduardo iban por la calle a paso rápido.
—¿Cómo sabes si Julián podrá saber que tiene la daga? —pregunta Henry.
—Confío en él, además, Julián tiene años estudiando la hechicería y la brujería, también aprendió algunos trucos, pero a los ojos de la Legión está mal visto que sus miembros practiquen tales habilidades y conociéndolo… deduzco que esa es una de las razones por las cuales él se fue de ahí. —dice Eduardo.
Mas adelante llegaron a una iglesia, pasando por un lado, al llegar a la esquina, Eduardo frenó de golpe yéndose hacia atrás de espaldas empujando a Henry con él, escondiéndose los dos detrás de la pared.
—¡¿Qué pasó?! —exclamó Henry confundido.
Eduardo asomó la mitad de la cara observando, Henry frunció el entrecejo mirándolo extrañado.
—Eduardo ¿Qué pasa? —preguntó de nuevo.
Eduardo volteo y lo miró inexpresivo, luego lo tomó de la nuca y lo empujó hacia delante, deteniéndolo a su lado.
—¿Ves esos hombres de negro que están allá? —preguntó.
Henry observó detenidamente y vio a tres hombres en la cera enfrente a la Iglesia, estos hombres están vestidos de negro, de la misma forma que está Eduardo.
—Sí, los veo. —contestó Henry. —¿Quiénes son? —preguntó.
—Son miembros de la Legión. —contestó Eduardo.
Uno de ellos lleva puesto unos lentes de sol y tiene un peinado hacia atrás, Eduardo inmediatamente lo reconoció, este hombre era Rubén, luego halo a Henry hacia atrás y él se hacho hacia atrás, volviéndose a esconder los dos en la pared.
—¿Viste al de los lentes? —preguntó Eduardo mirando a Henry.
—Sí… ¿Quién es él? —preguntó Henry.
—Es el que menos me puede ver aquí y en este momento. —contestó Eduardo.
—Entonces ¿Qué hacemos? —preguntó Henry.
—Henry… —dijo Eduardo despegándose de la pared y caminando hacia el lado contrario de dónde venían y Henry le siguió. —Debes saber que en todos los templos católicos, siempre hay una puerta que da a la sacristía y es ahí donde vamos a entrar. —agregó.
—Y ¿Dónde está esa puerta? —preguntó Henry.
Luego de caminar medio complejo Eduardo da un vistazo hacia arriba, encima de la pared había un balcón, Eduardo dio unos pasos hacia atrás, intentando observar y vio una puerta marrón de madera.
—Ahí está. —dijo, luego vio a Henry. —Tienes que subir. –agregó.
—¡¿Qué?! —exclamó Henry, luego caminó hacia adelante mirando hacia arriba, viendo al balcón.
—¿Por qué hay que subir por ahí? —preguntó reprochante, señalando el balcón.
—Porque es la única manera de entrar por la sacristía, no podemos subir por el frente porque ahí están los de la Legión. —dice Eduardo.
—Bien. —dice Henry a regaña dientes.
Luego Henry se coloca de frente a la pared y subiendo la mirada comienza a levitar y sube hasta el balcón, pasando por encima hacia el otro lado, luego desciende hasta tocar el suelo, luego se gira y busca a Eduardo mirando hacia abajo.
—Que imprudente levitar aquí, alguien pudo verte… —reprochó Eduardo. —Menos mal no había nadie pasando. —agregó.
—No vengas a reclamarme ahora. —replicó Henry.
—Bueno, ahora ayúdame a subir, voy a trepar y me agarras en lo que este arriba. —dice Eduardo.
Eduardo dio unos pasos hacia atrás, luego corrió hacia la pared y dando un salto largo apoyó un pie de la pared, impulsándose, luego apoyó el otro y dio otro impulso, hasta lograr agarrar el borde de la pared, siguió usando los pies para impulsarse, Henry se inclinó hacia delante extendiendo la mano, Eduardo al verlo la tomó, Henry halo y lo ayudo a subir, Eduardo pasó por encima del balcón y terminó del otro lado.
—Gracias. —dijo.
Henry asintió con la cabeza, luego Eduardo volteo mirando a la puerta y fue hacia ella, viendo que la puerta no tenía una perilla que abriera la puerta, sino una undulada, dorada y debajo la cerradura, Eduardo tomó la perilla, la empujó y la halo, pero esto no abrió la puerta, luego este metió la mano en el bolsillo izquierdo, delantero de su pantalón, sacando dos alfileres, se agachó y observando la cerradura con la otra mano tomó uno de los alfileres, colocándola en sus dedos, introdujo los alfileres dentro de la cerradura y comenzó a moverlo dentro de este, Henry al verlo queda atónito y algo nervioso.
—Eduardo, ¿Tú eras un exorcista o un malandro? —pregunta retóricamente.
—Aunque te sea difícil creer, era necesario saber esto, no tienes ni idea de los lugares a los que íbamos, teníamos que ser sigilosos, entrar sin hacer ruido o la victima poseída vivía sola y era tan fuerte la posesión que era incapaz para el cuerpo levantarse y teníamos que entrar de esta manera… sin que el demonio se diera cuenta. —dijo Eduardo.
Luego de unos cuantos movimientos a la cerradura, Eduardo logró girarla, abriéndola.
—Henry, hala la puerta. —dice Eduardo.
Henry fue tomó la perilla y halo de esta y la puerta se abrió, Eduardo sacó los alfileres de la cerradura y se levantó, Henry entró y Eduardo más atrás, cerrando la puerta detrás de él. Ellos cruzan la habitación, que es algo pequeña, esta tiene las paredes pintadas de color crema, el techo de madera, tiene un armario antigüo de madera, un altar a un rincón con un mantel blando cubriéndolo y el Santicimo Sacramento en él, un objeto con una base de hierro circular y elevada unos dos centimetros, en el centro de esta encima hay una puequeña rueda de hierro gruesa y de esta sube un cuello delgado de dieciséis centímetros de largo, seguido de otra pequeña rueda y sigue el cuello unos doce centímetros más, siendo la bace de un estuche circular, de siete centímetros de alto y de ancho, donde se coloca la ostia, delante tiene un vidrio transparente y por detrás la pequeña puerta donde se abre, alrededor del estuche tiene unos rayos de luz hechos de hierro que sobre salen de diferentes tamaño y arriba una cruz que sobre sale de los rayos, también ven tres sillas en otro rincón de la habitación, Henry y Eduardo van a la puerta que da al interior del templo, saliendo justo de frente con el altar en donde se dirige la misa, estos ven el templo vacio y la puerta principal abierta, ellos bajan por los cuatro escalones que tienen próximo, Eduardo voltea a la derecha y observa a alguien sentado en una de las bancas de frente a donde se encuentra el Sagrario, este detiene a Henry y le señala ir allá, estos van, acercándose y escuchan murmullos, murmullos que provienen de esa persona, Eduardo se le sienta al lado a la persona y Henry del otro, este tiene la cabeza baja, los ojos cerrados y las manos juntas y entrelazadas.
—Hola, Julian.—dice Eduardo.
Julian abre los ojos y voltea a su izquierda y al ver a Eduardo se estremece. —¡Eduardo! —exclama inclinándose hacia el otro lado, buscando alejarse y sin querer tropieza con Henry.
—¡Hey! —exclama este.
Julian voltea y lo vé. —¡Henry! —exclama. —Pero… ¿Qué estáis haciendo los dos aquí? —pregunta, luego mira a Eduardo. —La Legion esta aquí y ya te he dicho que te estan buscando. —dijo.
—Lo sabemos… los vimos afuera. —contesta Eduardo, luego voltea y mira a Julian. —No me dijiste que Ruben es quien esta loco por encontrarme. —agregó.
—No pensé que te interesara. —contesta Julian.
—De todas maneras no importa, Henry y yo venimos porque necesitamos tu ayuda. —dice Eduardo.
—Sí, díganme, ¿Qué necesitan? —pregunta Julian.
Eduardo le echa una mirada a Henry, este cruza miradas con él y asiente, luego lleva la mano hacia atrás levantando la camisa, alza la mano y saca la daga, mostrándosela a Julián, esté mira la daga, luego a Henry y vuelve a ver la daga.
—Que nos ayudes a analizar esto, Henry y yo creemos que esta maldito, queremos saber que tan grave es. —dice.
Julian mira la daga, luego a Eduardo y asiente. —Esta bien, pero no podemos hacerlo aquí… —dice y voltea mirando a Henry. —Tenemos que ir a la casa parroquial. —agregó.
—Bien, vamos. —dice Eduardo.
Julian se levanta, luego se arrodilla con la cabeza baja y se persina frente al Sagrario, luego se levanta y se va, Henry se levanta y hace lo mismo, Eduardo los observó a cada uno, luego se levantó, miró el Sagrario, una caja hecha de oro, sobre un estante de mármol que cubre la caja y el frente de la caja la imagen universal del pez que la Iglesia Católica muestra, Eduardo apartó la mirada con indiferencia y levantó la mano.
—Adios. —dijo.
Yéndose, luego ve que Julián y Henry lo esperaron, este se acercó a ellos y se detuvo.
—¿Qué? —preguntó.
—¿En serio ya no tienes ni un poco de respeto? —pregunta Julián.
—No me regañes ahora, vamonos. —contesta Eduardo frunciendo el ceño.
Luego los tres retomaron el camino.
—Por cierto… ¿Por dónde entraron? —preguntó Julián curioso.
—Por la sacristia. —contestó Eduardo.
—Pero… ¿Cómo…? —dice interrumpiéndose a si mismo pensativo, frunciendo el entrecejo. —Ah, ya se como han entrado vosotros. —dice cayendo en cuenta.
—Esas cosas no se pueden olvidar, amigo. —dice Eduardo con ironia.
—Bueno tendremos que salir por ahí, porque no podemos tomar la salida principal. —dice Julián.
Los tres entran a la sacristia y se dirigen a la puerta de salida, Julián abre la puerta en la cerradura de hierro que tiene la puerta por dentro, halando una pequeña palanca que esta tiene, empuja la puerta abriéndola, los tres salen, Julián cierra la puerta y mira a Eduardo y a Henry.
—¿Cómo vosotros subieron hasta aca sin que Ruben los viera? —preguntó Julián.
—Trepamos el balcon —contestó Henry señalando.
Julián vio hacia este desconcertado y luego miró a Henry y a Eduardo.
Eduardo cruzó miradas con él indiferentemente. —¿Qué? —preguntó.
Julián solo lo miró de la misma manera soltando un suspiro exasperante. —No importa, bajemos por dónde vosotros subieron. —contesto Julián.
Julián se fue hacia el balcón inclinándose hacia delante para observar la calle percatando de que no pasará nadie, pero dos chica venían desde la derecha hacia ellos así que Julián caminó hacia atrás separándose del balcón y mirando a los muchachos.
—Dos chicas vienen hacia acá, tendremos que esperar a que pasen. —dijo.
Se quedaron en silencio, esperando hasta que las dos chicas pasaron debajo de ellos y siguieron de largo, Julián las observó y doblaron en la esquina hacia la izquierda, luego Julián volteo hacia el otro lado para observar y no vio a más nadie por la calle, volteo y miró a Eduardo.
—Ya no hay nadie, bajemos. —dijo.
Julián subió la pierna derecha pasando por encima del balcón, una vez que pasó, levantó el otro hasta estar del otro lado, luego se volteo, medio flexionó las rodilla he impulsandose hacia delante, se deslizó por el borde y se dejó caer, al caer al suelo aterrizó con la punta de los pies bajando el talón y agachándose, luego se levantó y miró hacia arriba.
—Venga tío, el que sigue. —dijo.
Eduardo fue el siguiente haciendo lo mismo que Julián y dejándose caer, aterrizando de la misma manera, luego al levantarse, miró hacia arriba.
—Henry, te toca. —dijo.
Henry hizo lo mismo pasando por encima del balcón y al bajar levitó despacio hasta tocar el suelo, Eduardo lo miró, frunciendo el entrecejo y Henry cruzó miradas con él.
—¿En serio? ¿Otra vez? —preguntó retóricamente.
—Eduardo no empieces. —replicó Henry.
—Tiene razón no es momento para regaños, tenemos que irnos ya. —dijo Julián. —Vengan. —agregó.
Yendo de lado contrario a la calle, Eduardo y Henry lo siguieron pasando el templo hacia atrás, en la siguiente casa se detuvieron, la fachada es toda blanca, con cinco metros de alto y seis de ancho, la puerta de madera y arriba de esta una placa de bronce que dice, "Casa Parroquial", del bolsillo derecho del pantalón, Julián sacó un llavero con varias llaves en ella, buscó en todas y tomó una llave, la introdujo en la cerradura de la puerta, dándole dos giros hacia la izquierda y empujó hacia dentro.
—Pasen, rápido. —dijo.
Eduardo y Henry entraron, luego él y cerró la puerta, pasaron por un pasillo hasta entrar a un pequeño salón como una recepción, frente a ellos había un escritorio de madera, una con una computadora de escritorio en ella y una silla de oficina del otro lado del escritorio, a la izquierda unas sillas individuales, pero unidas de tres, Julián pasó entre Henry y Eduardo, caminó hacia la derecha donde hay una puerta de madera, este buscó entre el llavero una vez más, tomando otra llave y la introdujo dentro de la cerradura de esta puerta, dando dos giros a la izquierda, giro la perilla y abrió hacia adentro de la habitación.
—Venid. —dijo entrando a la habitación.
Henry y Eduardo fueron y entraron y lo primero que vieron al entrar fue otro escritorio de madera con una computadora de escritorio encima de ella, un vaso con lapiceros en él, en un rincón, entre otras cosas, una silla de oficina del otro lado del escritorio y del lado de ellos dos sillas de madera de espaldas a ellos, a la esquina del lado izquierdo una biblioteca grande de madera, llena de libros, de seis estantes y dos puertas pequeñas en la base con una cerradura en la puerta de la derecha, también hay un cajón de madera del otro extremo a un metro de la pared de la derecha, con dos puertas delante y una cerradura en la puerta derecha, el cajón está sobre un pequeño escalón sobre el piso, en las paredes tres cuadros de pinturas religiosas colgadas, una del "Inmaculado Corazón de la Virgen" otro del "Sagrado Corazón de Jesús" y el otro de la "Santísima Trinidad", una en cada pared.
—Cierren la puerta. —dice Julián.
Eduardo cierra la puerta y Julián fue hacia el cuadro del sagrado corazón, lo toma, lo quita de la pared y lo baja al suelo, en la pared oculto del cuadro hay un suiche blanco, Julián oprime el suiche del lado derecho, de pronto la pared detrás del cajón, dos centímetros antes del borde derecho y del borde superior de este la pared sobre salió, empujando el escalón hacia delante, luego la pared y el escalón se movieron hacia la derecha, abriendo un agujero en el suelo conectado con la pared, esto se movió hasta el extremo derecho del escalón, Julián se colocó a un lado del agujero, mirando a Eduardo y a Henry.
—Bajen, ahora. —dijo Julián
Eduardo y Henry cruzaron miradas confundidos, luego Eduardo caminó hacia el agujero y echando un vistazo observa una escaleras y un fondo oscuro, luego esté mira a Julián, este cruza miradas con él y asiente con la cabeza, Eduardo le responde igual y comienza a bajar, luego inclina un poco la cabeza para no chocar con la pared, luego Julián mira a Henry y este a él, suelta un largo suspiro y camina hacia el agujero, echa un vistazo y baja las escaleras igual se inclina bajando para no chocar con la pared, luego Julián fue tras de ellos, al bajar la cabeza y pasar el borde de la pared, se detiene.
—Esperen. —dice Julián.
Eduardo y Henry se detuvieron y voltearon mirándolo, luego Julián levantó la mano derecha oprimiendo un suiche puesto en lo que es el techo, haciendo que en dónde está el cajón se moviera y el agujero se cerrará, quedando todo completamente oscuro.
—Esperen un momento. —dice Julián.
Luego de unos segundos se enciende una luz, luz que venía de una lámpara que Julián sostiene.
—Listo. —dice.
Luego Henry y Eduardo se apartan dándole algo de espacio para que este pase entre ellos, alumbrando el camino, siguen bajando las escaleras hasta llegar al final, Julián da unos cuatro pasos levantando la linterna iluminando hacia arriba, viendo un bombillo en un foco y un encendedor de tira que cae de este, Julián tira de este y el bombillo se enciende, iluminando la oscura habitación, Julián apaga la linterna y camina hacia la mesa delante de él, Eduardo y Henry observan el lugar mirándo por todos lados, viendo que las paredes y el techo solo están frizadas con cemento, a la izquierda delante de la parede hay un estante de madera de seis pisos algo viejas, en la derecha hay un estante pegado a la pared de cuatro pisos y abajo un mesón que sobre sale de la pared, estas cosas están llenas de frascos con líquidos y otros materiales pulverizado de colores diferentes, objetos inusuales y algunas herramientas, delante de la mesa donde está Julián con un jarrón de cristal ondo, hojas blancas con partituras, un diario marrón con el broche abierto y cinco frascos medio llenos.
—¿Qué es esto? Julián. —pregunta Eduardo.
—Es un viejo sótano que descubrí después de que llegue aquí, al parecer pertenecía a un viejo miembro de la Legión... —dijo Julián.
—¿La Legión? —preguntó Eduardo interrumpiendo abruptamente.
—Sí, se llamaba Marco Hernández... era Español, fue párroco de aquí en los setenta y por lo que dejó en sus manuscritos y su diario, leí que también fue alguien que estudiaba la naturaleza de los brujos, sus poderes y hacia experimentos. —dice Julián.
—Me recuerda mucho a alguien. —dice Eduardo caminando hacia el estante a su derecha.
—Es muy interesante lo que dejó aquí. —dice Julián.
—¿Qué más sabes de este hombre? —preguntó Eduardo.
—No mucho, aún me falta leer más del diario. —contestó.
—Ya te veré, parecido a ese tipo. —dijo Eduardo.
—Todo es estudio y aprendizaje amigo. —contesta Julián.
—Es increíble, todo esto. —dice Henry.
—¿Verdad? —preguntó Julián retóricamente con una sonrisa y mirando a Henry. —Bueno creo que sí puedo hacer lo que me piden. —agregó.
Julián toma el jarrón y va hacia una llave de agua en la esquina izquierda de la pared detrás de la mesa, la abre y llena el jarrón de agua, luego va al mesón y coloca el jarrón ahí, mira el estante y toma un frasco con un polvo rosado, luego uno rojo y luego uno morado, desenrosca la tapa de los tres frascos.
—Aprendi esto gracias a un amigo brujo, es un conjuro para medir que tan maldito está un objeto. —dice Julián a la vez que se enroscó las mangas de la camisa y luego toma un puñado de cada polvo y los echa en el jarrón con agua.
Luego coloca las manos arriba del jarrón cerrando los ojos.
—Tua est potestas, a te habeo potestatem, mysteria revelare cupio. —susurra Julián.
Mientras decía esto los materiales en el jarrón hicieron como una especie de explosión y humo mágico brillante de los tres colores se levantó del jarrón y se disipó, al igual que los polvos dentro del jarrón se disipó y el agua quedo limpia y cristalina.
—Vale, les explicaré, primero solo existen tres tipos de maldiciones en objetos, las cuales se denominan como baja, media y alta... —Julián saca de dentro del bolsillo derecho de su palto y pañuelo blanco y lo desdobló. —Denme la daga. —dice Julián.
Henry llevó su mano hacia atrás debajo de la camisa, sacó la daga, se la entregó a Julián; y este la toma con el pañuelo.
—Vale, si al colocar la daga dentro del jarrón, el agua se torna rosada significa que la maldición es baja y que es fácil de erradicar, si el agua se torna roja significa que es maldición media y que también es fácil de erradicar, pero con algo más de trabajo y si el agua torna morada significa que es alta y que va a constar de mucho trabajo para erradicarla... —dijo Julián. —¿Entendieron? —preguntó.
Eduardo y Henry asintieron mirándolo.
—Hazlo. —dice Henry.
Julián con el pañuelo en sus dos manos, sostuvo la daga, la derecha el mango y con la izquierda la hoja y la fue bajando y hundiendo en el agua despacio y luego ya en el fondo la soltó y sacó las manos junto con el pañuelo goteando agua. Luego la daga comenzó a temblar dentro del agua y a flotar, luego cada segundo que pasaba la daga temblaba más intenso y más brusco hasta que la parte superior salió a la superficie, Eduardo y Henry miraban y se alteraban, mientras que Julián permanecía tranquilo.
—Julián ¿Es normal que haga eso? —pregunta Henry.
Julián chita, levantando la mano, mandando a callar a Henry, luego de pronto de debajo de la daga una sustancia gaseosa negra sale de ella, el agua del jarrón se torno de ese color y a los tres les invadió un gran temor.
—Julián... es negro... —dice Eduardo. —¿Qué significa eso? —preguntó alterado.
—No lo sé, es primera vez que veo esto. —contesta Julián temeroso.
—¡¿Cómo que no sabes?! —exclamó Henry.
—¡No lo sé, tío! ¡Les dije cuáles son los colores, pero esto jamás lo había visto! —contesta Julián más alterado.
Luego chispas comenzaron a saltar de la daga mientras esta más se agitaba, Julián, Eduardo y Henry observaban en silencio, luego la daga comenzó a moverse, la hoja hacia la derecha y el mango hacia la izquierda hasta detenerse en la dirección frente a Henry y luego de unos segundos la daga se calmó, pero seguía flotando en el agua, los tres observaban confusos y fruncieron el entrecejo, luego inesperadamente la daga salto de repente hacia Henry, este rápidamente se agachó y los demás también, luego de unos giros en el aire la daga se clavó en la pared detrás de ellos y ahí se quedó, Eduardo, Julián y Henry observaron agachados y alterados, luego poco a poco Eduardo se levantó y Henry también mientras que Julián quedó en cunclillas confundido.
—Henry ¿Estás bien? —preguntó Eduardo al mirarlo.
Henry lo miró y asintió, luego los dos miraron a Julián y este parecía estar estremecido.
—Julián... Julián... —dijo Henry mientras lo agitaba de los hombros.
Julián reacciona y lo mira con la respiración agitada.
—¿Estás bien? —preguntó Henry.
Julián asintió.
—Julián... ¿Tienes alguna idea... de lo que acaba de pasar? —preguntó.
Julián movió la cabeza de un lado a otro negando. —No... —dijo. —Pero... si el agua del jarrón se torno negro... entonces esto es peor de lo que pensaba. —agregó.
Quedando todos en la insertidumbre.
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