Capítulo 10 "El Curandero"
Henry se despierta, abriendo los ojos, lo primero que ve es el techo de su habitación, un techo pálido, blanco, acostado en su cama, estira los brazos, las piernas, todo su cuerpo, luego suelta un largo suspiro y levanta su cuerpo tirando las piernas al borde de la cama, cayendo los pies al suelo, Henry se inclina un poco hacia delante, buscando unas sandalias, estas, están en medio de los pies, unas chanclas de plástico, negras con un empeine de tela negro con verde, cocido de la suela y con dos agujeros uno del lado interno al pie y otro al lado externo, Henry introduce los pies dentro del empeine, colocándose las chanclas, se levanta y camina hacia la puerta de la habitación frente a él, toma la perilla de la puerta, la gira y la hala y sale de la habitación, se va por la derecha y luego abre otra puerta más adelante entra y tanteando la pared de la derecha dentro, encuentra el encendedor lo oprime y la luz se enciende, iluminando lo que es el baño, Henry entra y cierra la puerta, da un paso hacia delante y ahí está el lava manos, arriba en la pared está el espejo, Henry se veía a sí mismo por un corto momento. Luego de un rato en el baño este sale yéndose por la derecha entrando a la sala, cruzándola y yendo hacia la cocina, fue hacia la nevera, la abrió, de esta saco una jarra de agua y un embace cuadrado, transparente de tapa azul, deja el embace y la jarra en el mesón, abrió la abertura superior de la cafetera, sacando una malla con café, bota el café que este tiene en el pote de basura y volvió a colocar la malla dentro de la cafetera, luego tomó un tarro con café, la abrió y con una cuchara tomó dos cucharadas de café que las echo en la cafetera, luego cerró el tarro y lo colocó donde estaba y cerró la abertura de la cafetera, luego detrás de esta abrió una tapa, tomó la jarra de agua y vertió agua dentro de esta, luego cerró la tapa y oprimiendo un botón encendió la cafetera, luego fue y encendió la cocina, abrió el embace y este tiene una masa de harina de maíz, la tomó y comenzó a amasar, haciendo una bola, luego la aplastó, formando una rueda y la colocó en la plancha de la cocina, se quedó esperando un rato, luego de media hora, todo está listo, Henry se sirve y se va a la mesa del comedor, sentándose colocando el plato con una arepa rellena de queso blanco y una taza de café, Henry toma la taza y le da un sorbo al café, luego coloca la taza de nuevo en la mesa, luego toma la arepa, le da un mordisco y comienza a masticarla, en ese momento recordó el templo, a La Mujer Mula, la batalla y a Manuel, todo llegó a su mente en fragmentos, recordando también la situación de Manuel. Henry terminó de desayunar, fue a su habitación se cambió de ropa, tomó su celular, las llaves y salió de su casa, ya afuera caminó por la calle, observando su alrededor meticulosamente, percatando de que no hubiese nadie, luego de esto alzo el vuelo yéndose volando del lugar. Luego de volar unos diez minutos, Henry llega a la casa de Eduardo, desciende y aterriza frente a la puerta de la casa, caminó unos cuatro pasos hasta llegar a la puerta y le da unos tres toques.
—¿Quién es? —pregunta la voz de un hombre desde adentro.
—Soy Henry, Eduardo. —responde este.
En eso se escuchan unos pasos que se acercan y abren la puerta, Eduardo es quien aparece detrás de esta.
—Hola. —dice Eduardo.
—Hola… ¿Manuel sigue aquí? —pregunta Henry.
—Pasa… y si, sigue aquí. —dice Eduardo.
Henry entra cerrando la puerta detrás de él, sigue a Eduardo y viendo hacia la derecha, están Manuel acostado en un colchón individual en el suelo, con una toalla pequeña doblada, puesta en la frente y a un lado está Andrea sentada en el suelo y voltea, cruzando miradas con Henry, Eduardo se fua hacia la mesa del comedor.
—Hola, Henry. —dice Andrea.
—Hola… ¿Cómo sigue? —pregunta este.
—Mal, tiene mucha fiebre. —dice Andrea.
Henry se agacha al lado de Andrea y observando a Manuel detalladamente, nota que tiene los ojos cerrados, bañado en sudor, su rostro, el cuello y el pecho, la franela que este carga puesta está húmeda.
—¿Dónde está José? —pregunta Henry.
—Dijo que está ocupado, que viene más tarde. —contestó Andrea.
—¿Te quedaste aquí anoche? —pregunta Henry.
—No, pero vine desde muy temprano para verlo, me preocupaba. —dice Andrea.
—¿Qué han hecho hasta ahora? —pregunta Henry.
—No mucho, solo ponerle toallas húmedas para ver si se le baja un poco la fiebre. —dice Andrea.
—Y ¿Si lo llevamos a un hospital? —pregunta Henry.
—No se puede. —contesta Eduardo.
Henry voltea hacia atrás viéndolo.
—¿Por qué? —pregunta este.
—Porque unos medicamentos no lo van a mejorar, anoche estuve revisándolo, me di cuenta que el hechizo que lo mantuvo retenido, le estuvo robando sus poderes. —dijo Eduardo.
—¿Qué? —pregunta Henry.
—Hasta que Manuel no recupere sus poderes, no se va a recuperar. —dice Eduardo.
—Y entonces ¿Qué hacemos? ¿Le pedimos a Dios que lo ayude? —dice Henry con un tono un poco irónico.
—No, él no hará nada. —dice Eduardo. —Tenemos que tomar otro método. —agregó.
En eso tocan la puerta, entre Andrea, Henry y Eduardo cruzan miradas, Eduardo frunce el entrecejo.
—Tal vez es José.—pregunta Henry.
—Sí, puede ser.. —contesta Eduardo
Eduardo se dirige a la puerta, mientras se acercaba fue caminando más lento hasta que estuvo más cerca de esta.
—¿Quién es? —pregunta Eduardo.
—Tío, soy yo, Julián, abridme. —contesta este del otro lado de la puerta.
Eduardo abrió la puerta, viendo a Julián.
—Hola, amigo. —dice Julián.
Eduardo asoma la cabeza hacia afuera y observa alrededor, luego lo vé.
—Pasa. —dice Eduardo.
Julián entra a la casa y Eduardo cierra la puerta y se voltea observando a Julián.
—¿Cómo estás? Amigo. —pregunta Eduardo.
—Estoy bien. —contesta Julián.
Dándose estos un abrazo, luego de que se separan, Julián voltea hacia la izquierda y vé a Henry, Andrea y a Manuel acostado en el colchón.
—Hola, chicos. —dice Julián.
—Hola. —dice Henry.
—Hola, Julián. —dijo Andrea.
—¿Qué le sucede? —pregunta Julián.
—Ayer, se llevaron a Manuel y creo que con un hechizo, le estuvieron robando sus poderes. —dijo Eduardo.
—¡Dios santo! —exclamó Julián.
—Ven acá. —dice Eduardo.
Este toma a Julián del brazo y lo halo llevándoselo con él, caminaron hasta la mesa del comedor y se sentaron en las sillas que están allí.
—Eduardo, ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Julián.
—Anoche tuvimos una batalla con La Mujer Mula. —dice Eduardo.
—¡¿Qué?! —exclama Julián.
—Baja la voz, Arioch la reclutó y también secuestró a Manuel, estuvimos en las Mercedes. —dice Eduardo.
—¿Las Mercedes? —pregunta Julián haciendo eco. —Ya me imaginaba que vosotros teníais algo que ver. —agregó.
—¿De qué hablas? —pregunta Eduardo.
—Esta mañana, dijeron en las noticias que hallaron el cuerpo de una mujer sin vida dentro de la Iglesia de las Mercedes y el altar destruido, dicen que todavía no han identificado a la mujer y que están investigando que fue lo que sucedió. —dice Julián.
—El cuerpo sin vida de la mujer es el de La Mujer Mula. —dice Eduardo.
—¿De qué hablas?... ¿La habéis matado vosotros? —pregunta Julián un poco alterado.
—No… no, no, no… Arioch la reclutó, le dio poderes, Henry y José lucharon contra ella, pero no la mataron y yo… le hice un exorcismo. —dice Eduardo.
—¡¿Un exorcismo?! —exclamó Julián. —Pero hace años que no haces exorcismos, Eduardo. —agregó.
—Lo sé, pero le debía quitar esa maldición, devolverle su vida. —dice Eduardo. —Pero de pronto allá se apareció Arioch y… de una forma muy fría diciéndole que ya no la necesitaba, le lanzó una lanza que la atravesó, el muy maldito la mato en seco. —dijo.
—Esto no puede ser. —dice Julián.
—Lo otro es que encontramos a Manuel ahí, con un hechizo de Amarre Infernal. —dice Eduardo.
—¡Amarre Infer…! Eduardo, ese es un hechizo de Sangre. —dice Julián.
—Lo sé. —dice Eduardo.
—Eduardo, no me digas que Anton… —dice Julián.
—No, no, él está muerto. —dice Eduardo interrumpiendo abruptamente a Julián. —Quien hizo ese hechizo fue Arioch y estoy seguro que ese hechizo le quitó los poderes a Manuel. —agregó.
—Esto es muy grave. —dice Julián.
—Julián… no sé qué hacer, devolverle los poderes a uno de ellos, no es fácil. —dice Eduardo.
Julián con la vista al suelo, se pone pensativo, Eduardo veía a los muchachos, pero aunque no lo demostraba en su rostro, por dentro se sentía preocupado.
Henry observa a Manuel, débil, su rostro pálido con grandes y pronunciadas ojeras, luego desvía la mirada y observa a Andrea, su rostro era preocupante, sus ojos tristes, no le quitaba la mirada a Manuel, su mano derecha sostenía la de él.
—Veras que encontraremos una solución. —dice Henry.
—Siento como se debilita cada vez más. —dice Andrea. —Tengo miedo de lo que le pueda pasar. —agregó mientras su voz se quebraba.
Andrea se tapa la boca con la mano, sus ojos se fueron poniendo llorosos, luego con un fuerte y largo respiro y cerrando los ojos intentó calmar el llanto, una lagrima salía de sus ojos, pero con la misma mano que se tapó la boca se quitó las lágrimas.
—Andrea, tranquilízate un poco, todo va a estar bien. —dice Henry.
De pronto Manuel comenzó a reaccionar y fue abriendo los ojos.
—¿Andrea?... Andrea… —dice Manuel con la voz débil.
—Manuel… aquí estoy, ¿Cómo te sientes? —pregunta Andrea.
—Como si me fueran dado una rumba. —dice Manuel mofándose.
Henry y Andrea soltaron una risa nerviosa por la broma.
—Tienes que descansar, no te muevas mucho. —dice Andrea.
—Manuel, tal vez este no sea el momento, pero quiero preguntarte si, ¿Sabes qué fue lo que te pasó? —dice Henry.
Manuel estuvo en silencio por unos segundos, forzando la respiración.
—Henry, discúlpame, pero… no recuerdo. —contesta Manuel.
—Ni siquiera ¿Cómo llegaste a la iglesia? —pregunta Henry.
—No, amigo… —contestó Manuel.
—Henry, creo que ya es suficiente, por favor. —dice Andrea.
Henry se quedó callado, no volvió a decir otra palabra.
Julián levantó la mirada, viendo a Eduardo.
—Eduardo, se dónde lo podemos llevar. —dice Julián.
Eduardo lo ve fijamente a los ojos, intrigado. —¿Dónde? —pregunta.
—Hay que llevarlo con el Curandero. —dice Julián.
—¿Hablas de Antonio? —pregunta Eduardo retóricamente. —No voy a llevarlo con ese santero. —reprochó.
—Es un brujo de Luz y sí, es un Curandero de la santería, pero él nos puede ayudar. —dice Julián.
—Julián, los poderes de ellos no provienen de este mundo, tampoco del mundo de los brujos, ¿Qué te hace creer que eso nos puede ayudar? —dice Eduardo.
—Eduardo eso lo entiendo, pero puede que si Antonio lo ve pueda saber más a fondo lo que sucede, nada perdemos con intentar, puede que sea la solución. —dice Julián.
Eduardo expira un largo suspiro por la nariz, mientras vuelve a ver a los muchachos.
—Está bien… y él, ¿Dónde está? —pregunta Eduardo.
—En Catia. —responde Julián.
—¡¿En Catia?! —exclama Eduardo. —Está lejos, pero no tenemos de otra… está bien, iremos. —agregó.
—Veras que todo se va a solucionar hermano. —dice Julián.
—Espero que así sea. —contesto Eduardo.
En lo que Eduardo iba con los muchachos, Julián lo toma por el brazo, deteniéndolo.
—Espera, Eduardo… antes de que se me olvide, tengo la prueba de lo que me pediste. —dice Julián.
Eduardo lo ve fijamente a los ojos, estupefacto.
—¿Qué es? —pregunta Eduardo.
—Es una carta que él dejó. —dice Julián.
—Escucha, luego hablamos de esto, primero hay que solucionar este problema. —dice Eduardo.
—Sí, tienes razón. —dice Julián.
Este suelta el brazo de Eduardo y él se va hacia los muchachos y Julián más atrás.
—¡Muchachos! —exclama Eduardo.
Henry y Andrea voltean viendo a Eduardo detrás de ellos.
—Julián, me dio una idea que puede ayudar a salvar a Manuel, pero tenemos que movernos porque vamos lejos. —dice Eduardo.
—¿En serio? —dice Andrea.
—¿Dónde vamos a ir? —pregunta Henry.
—Pues, tenemos que irnos a Catia. —dice Julián.
—¡¿Qué?!... ¿A Catia? ¿Por qué tan lejos? —pregunta Andrea.
—Porque allá es que está quien lo puede ayudar. —dice Eduardo.
—Espera un momento y ¿Quién lo puede ayudar? —pregunta Andrea.
—Su nombre es Antonio, es un brujo de Luz y un Curandero de la religión santera. —dice Julián.
—¿Tú que crees Eduardo? —pregunta Henry.
—Siendo sincero, no estoy muy seguro, pero hay que intentarlo, no veo otra opción. —dice Eduardo.
—Háganlo. —dice Manuel forzando la voz.
Todos lo vieron de pronto.
—Manuel, ¿Estás seguro? —pregunta Andrea.
—Sí esa es… la solución… háganlo. —contestó.
Henry y Andrea cruzan miradas con dudas, luego voltean los dos mirando a Manuel por un corto rato, luego ven a Eduardo y este cruza miradas con ellos.
—Tenemos que irnos rápido. —dice Eduardo.
Henry y Andrea asienten con la cabeza y se levantan del suelo.
—Pero hay que ayudar a levantarlo. —dice Andrea.
—Yo lo levanto. —dice Henry.
—Yo ayudo. —dijo Julián.
Henry se hinco entre las piernas de Manuel, Julián se hinco al lado de Manuel, este lo tomó por el brazo derecho y Henry por el otro y juntos tiraron de estos levantándolo, luego se colocaron los brazos detrás de sus cuellos y tomándolo por la cintura lo ayudaron a ponerse de pie, Eduardo abrió la puerta y se quedó del lado de afuera vigilante, Henry y Julián salieron con Manuel, caminando de lado por lo estrecho de la puerta, Andrea salió más atrás. En eso José descendió hasta que aterrizó y corrió hacia ellos.
—¡Perfecto! —exclama Eduardo. —Ayuda a Henry con Manuel. —agregó.
—¿Qué pasa? ¿Dónde van? —pregunta.
—Llevaremos a Manuel con un Curandero para que lo ayude. —dice Henry.
Julián se apartó y José tomó su lugar ayudando a Manuel.
—A todas estas, ¿Cómo nos vamos a ir? —pregunta Andrea.
—En el metro, no podemos irnos volando. —dice Eduardo.
—¿Caminar hasta el metro? —pregunta José. –¿Sabes lo lejos que está? —siguió.
—Claro que lo sé, pero no todos podemos volar así que ten un poco de consideración. —reprocha Eduardo.
Luego todos se fueron, caminaron por dos horas hasta llegar a la estación del metro, bajaron las escaleras, caminaron hacia los torniquetes, los pasaron, caminaron hacia otras escaleras y las bajaron hasta llegar al andén, ahí fueron hasta una pared y en el suelo sentaron a Manuel, Henry y José se sentaron a los lados.
—Mira, aunque estés enfermo, igual pesas. —dice Henry quejándose.
Manuel y José comenzaron a reírse y Henry se contagió de esta gracia.
—José, creí que vendrías más tarde. —dice Henry.
—Es que me desocupe antes. —respondió.
Pasada diez minutos esperando, el tren llegó, Henry y José ayudaron a Manuel a levantarse y luego de que el tren se detuvo y abrió sus puertas y estos entraron y sentaron cuidadosamente a Manuel casi en el medio del asiento de la derecha, Andrea se sentó a la izquierda de él, al lado de ella se sentó Eduardo y al lado de este Julián, del lado derecho de Manuel se sentó José y Henry se quedó de pie frente a Manuel, sostenido de los agarraderos, el tren cerró las puertas y arrancó, había algo de gente sentada en los asientos de enfrente y una que otra de pie, cerca de las puertas.
—Eduardo. —dice Henry.
Eduardo volteo a mirarlo.
—¿Qué es un Curandero de la religión santera? —preguntó.
Andrea, Manuel y José voltearon a ver a Eduardo, este cruzó miradas con Julián y volvió a ver a Henry y a los demás.
—¿Recuerdan cuando les hable sobre la esclavitud? —preguntó Eduardo.
Los muchachos asintieron.
—Bueno, los que llegaron aquí en aquel entonces, los españoles les obligaron a creer en la religión Católica, algo que ellos no estaban dispuestos a hacer, ellos tenían sus propias creencias de sus tierras y una de esas es la Santería, pero su nombre real es religión Yoruba, una religión con muchos dioses, dioses que se les generaliza bajo el nombre de Orishas, estos esclavos sabían que si se oponían a sus ordenes las cosas iban a tomar un final trágico, así que para despistar a los españoles ellos camuflajearón sus Orishas debajo de los santos Católicos, de ahí el nombre Santería, así que engañaban a los españoles haciéndoles creer que les rezaban a los santos Católicos, cuando en realidad, les rezaban a los suyos. —dice Eduardo.
—Y estos Orishas, ¿Son reales? —pregunta Henry.
—Sí, son deidades reales. —contestó Eduardo.
—¿Cuántos son? —pregunta Andrea.
—Cincuenta Orishas en total, pero se reparten en distintos grupos, están los Orishas Oddé, los guerreros, los principales, los mayores, los menores y otras manifestaciones, pero los Orishas más destacados, los primarios para los que se inician en esa religión, esos son: Eleguá, Obatalá, Yemayá, Changó, Ochún y Oyá. Unos de estos es el mayor de estos Orishas, y este es Obatalá, los Yoruba también tienen un Dios creador. —dice Eduardo.
—Espera, dijiste también, eso quiere decir que ¿No es el mismo Dios? —dice José.
—No, este Dios creador se llama Olodumare; y creen que todo lo que él creó, volverá a él. No tenemos mucha diferencia en cuanto a filosofía. —dice Eduardo vacilando. —En fin, Obatalá es hijo de Olodumare, él ayudó a su padre en la creación y fue quien les dio forma a los humanos, la cosa es que de todos estos Orishas, la gran mayoría omitiendo los dos que mencione, alguna vez estuvieron vivos y algunos reinaron aquí en la tierra y luego de morir se convirtieron en deidades importantes de esta religión, otra de las cosas es la controversia que causaron al mezclar sus deidades con los santos católicos y es que a medida que pasó el tiempo, la Santería también los incluyó y cuando un santo católico tiene su celebración un Orisha también la tiene, además de que mezclaron todo entre las dos religiones. —continuo.
—Y eso es un problema, muchos santeros se confunden creyendo que también son católicos. —dice Julián.
—¡Wao! —exclamó Henry. —No tenía idea de esto. —agregó.
—Existen muchas cosas que vosotros no conocéis, seguro que se sorprenderan cuando las sepáis. —dice Julián.
Recorrieron seis estaciones hasta llegar a Plaza Venezuela, Henry y José ayudaron a Manuel a levantarse y salieron del tren, luego hicieron transferencia, para llegar al otro anden donde esperaron el otro tren, luego de unos cinco minutos el tren llegó y se montaron en este, encontraron puestos libres donde se sentaron, Manuel, Andrea, Eduardo y Julián, Henry y José se quedaron de pie, sosteniéndose de los agarraderos, el tren arrancó y recorrieron nueve estacones hasta llegar a la de Plaza Sucre, ahí se bajaron todos del tren, caminaron hasta unas escaleras donde subieron, luego de que llegaron arriba se dirigieron a los torniquetes, luego de que los pasaron se fueron a otras escaleras que subieron y luego salieron de la estación, ya fuera comenzaron a caminar la subida de un boulevard, todo el lugar estaba transitado de gente, habían vendedores ambulantes por doquier, apenas se lograba caminar con algo de libertad, Eduardo y Julián iban delante, mientras que los muchachos detrás Henry y José ayudando a Manuel y Andrea vigilante. Henry observaba con curiosidad a Eduardo y a Julián, Henry volteo a ver a José.
—José, ¿Será que te puedo dejar a Manuel por un momento? —pregunta Henry.
—Sí, está bien, tengo fuerza, él no me pesa. —dice José.
Henry se quitó el brazo izquierdo de Manuel de encima dejándole el trabajo a José, Henry se adelantó hasta donde Eduardo y Julián.
—Eduardo, Julián… nunca respondieron mi pregunta sobre que es un Curandero. —dice Henry.
—El termino correcto es Babalawo, es la jerarquía más alta de un sacerdote en la religión, son los únicos que pueden hacer los ritos de iniciación, además de las otras responsabilidades que tienen, la cosa es que un Babalawo también puede ser un curandero, hacer hechizos y conjuros para salvar el alma de los… “mortales” … como ellos dicen a las personas comunes. —contesta Eduardo.
—¿Salvarlos de qué? —pregunta Henry.
—Del mal, de la maldad que los pueda asechar, todo lo hacen con ayuda de los Orishas, sin una respuesta de ellos o una aprobación, no pueden hacer cualquier trabajo, todo se los consultan. —dice Eduardo.
—Eduardo, de verdad, ¿No estás seguro de que nos pueda ayudar? —pregunta Henry.
—Henry, lo que no quiero es darles grandes esperanzas, conozco estas cosas y no me quiero confiar. —contesta Eduardo.
Henry se quedó callado y viéndolo algo atónito, luego desvió la mirada, luego estos llegaron a una de las esquinas de arriba del boulevard, doblaron a la derecha por una calle, ahí caminaron una cuadra algo larga donde doblaron a la izquierda a otra calle y subieron otra cuadra, luego en la siguiente a mitad de la cuadra se detuvieron en la puerta de una casa, estas eran dos puertas de madera, la fachada de la casa es blanca con algunas partes de la pintura caída, la casa era alta, arriba donde termina la fachada sobre sale otro techo de aluminio, se entendía que es una azotea y de allí, provenían unos ruidos de tambores, varios tambores juntos que repicaban la misma melodía, Eduardo golpeo la puerta cinco veces con fuerza, al cabo de unos segundos volvió a golpear otras cuatro veces, luego de unos según-dos abrieron la puerta izquierda, hacia dentro y salió una chica, de rostro bonito, piel morena, cabello negro, ojos oscuros con un vestido largo, blanco y zapatos blancos.
—Buenas, ¿Qué se les ofrece? —dice la chica.
—Buenas señorita, podría decirnos si se encuentra… —dice Julián.
—Buscamos a Antonio. ¿Está? —dice Eduardo interrumpiendo abruptamente.
Julián de pronto le lanzó una mirada odiosa a Eduardo, la chica los miró a todos en silencio por un momento.
—Pasen. —dijo ella.
Eduardo y Julián pasaron uno detrás del otro, luego los muchachos entraron en un pasillo algo estrecho esperaron que la chica cerrara la puerta.
—Síganme. —dijo.
La chica camino entre ellos adelantándose, luego la siguieron al final del pasillo, entrando a la sala, cruzándola, luego cruzan el resto de la casa, llegando hasta la cocina, en la esquina de la izquierda al final hay una entrada, ellos la pasan y dando una vuelta en “U” suben por unas escaleras que están allí, al llegar arriba, subieron otras escaleras que están delante, arriba llegaron a la azotea, el lugar tenía veinte metros de largo por doce de ancho, con unas paredes de un metro y veinte centímetros, de estos están incrustados unas vigas de metal, de forma vertical e intercaladas, estas tienen un metro y medio de largo y son las que sostienen el techo de aluminio, allí en la azotea había una muchedumbre, personas vestidas completas de blanco, otras con ropa común, algunos usaban gorros grandes, de colores que les cubran toda la cabeza, habían tres hombres vestidos de ropa informal, los tres llevaban gorros de distintos colores, sentados en unas sillas y entre sus piernas tenían unos tambores medianos, de estos provenía aquella música, la muchedumbre de pronto volteo hacia los muchachos, viéndolos, donde estaban los tamboreros había un círculo de personas, en un rincón de la azotea, en el resto habían unas que otras personas dispersadas, la chica y los demás caminaron entre esa gente dispersada, mientras que las miradas los seguían, dentro del circulo donde están los tamboreros había una mujer, de piel negra, vestía un vestido rosado, su escote tiene un cinturón dorado con un escudo, en medio del cinturón cuelgan dos colmillos que caen sobre el vestido, uno del lado derecho y otro del lado izquierdo, los colmillos tienen una punta gruesa y una fina, ambas puntas están pintadas de dorado y el resto del cuerpo de negro, la chica tiene cuatro brazaletes dorados en ambos brazos, dos de los brazaletes están en la parte trasera de los brazos, con pequeñas cadenas doradas que se unen con los otros dos brazaletes puestas en las muñecas, en la mano derecha sostiene un arco con un pico de flecha en medio, dentro del arco tiene un tubo delgado y pequeño dónde lo sostiene, todo es dorado, en su cabeza lleva una corona rosada con siete picos que sobre salen como pétalos, con una piedra morada debajo del pico del medio, el resto de la corona está decorada de piedras pequeñas doradas y moradas, de la corona cae una cortina dorada que le cubre el rostro a la mujer, detrás de la corona sale un velo rosado que cae, detrás de su cuello cuelga una banda de tela tejida con broches rojos unos diez centímetros antes de las puntas, danzando, brincando, ella a pesar de que no podía ver, su cabeza los seguía.
—¿Por qué se nos quedan viendo? —pregunta Andrea.
—Porque los reconocieron, saben quiénes son. —contesta Eduardo.
La chica se detiene y se voltea, Eduardo, Julián y los muchachos se detuvieron en el momento.
—Esperen aquí por favor. —dice la chica.
Luego ella se volteó y se fue, caminó hacia el circulo de personas.
—¿Qué están haciendo? —pregunta Henry.
—Posiblemente celebrando algún Santo. —contesta Eduardo.
Eduardo veía fija y detalladamente a la mujer que danzaba y ella con el rostro cubierto, lo tenía fijo hacia ellos, en eso Eduardo soltó un quejido y se llevó la mano a la cabeza, Julián y Henry lo vieron de pronto.
—¿Qué sucede amigo? —preguntó Julián.
—Esa mujer… está en trance. —dice Eduardo.
—¿En trance? ¿Qué es eso? —pregunta Henry.
—Trance es a lo que ellos llaman posesión, cuando un Orisha posee un cuerpo, en términos que nosotros conocemos, esa mujer está siendo recipiente de un Santo. —dice Eduardo.
La chica venia de regreso y detrás de ella un hombre alto, algo mayor, con una barba larga y blanca de canas, de piel morena, con algunas arrugas, llevaba un gorro grande, blanco, vestido totalmente de blanco hasta los zapatos y varios collares de distintos colores que le colgaban del cuello y caían dentro de la camisa, este se le acerco a Julián con una sonrisa en el rostro.
—Padre Julián. —dice el hombre.
—Hola, Antonio… ¿Cómo te va? —dice Julián.
—Pues muy bien, celebrando la fiesta de Obba. —contesta este, estrechando la mano de Julián.
Luego Antonio lleva su mirada hacia Eduardo y levanta las cejas.
—¡Eduardo!... —exclama. —Que sorpresa, ¿Cómo estás? Hermano de Aché. —agregó juntando las manos en penitencia e inclinando la cabeza.
—Estoy vivo y te he dicho muchas veces que no me llames así. —contesta Eduardo.
—Eduardo, hace diez años que no nos vemos, por los viejos tiempos. —dice Antonio.
—No, nada de viejos tiempos. —replicó Eduardo.
—Ya veo que has tenido muchos cambios desde que desertaste. —dice Antonio. Luego echa una mirada tras de ellos y observó a los muchachos. —No me digan que ellos son… —dijo interrumpiendose a sí mismo.
—Sí… son ellos. —dice Eduardo.
—Lo veo y no lo creo. —dice Antonio mientras se acerca a ellos, pasando por en medio de Eduardo y Julián. —Es un placer conocerlos al fin. —agregó mostrando una sonrisa.
—Igual. —dice Andrea.
José y Henry inclinaron la cabeza.
—Muchachos él es Antonio, brujo de Luz, Babalawo y curandero de la Santería y es uno de los representantes del país por la Comunidad. —dice Eduardo.
—Los Santos si nos habían dicho que ellos estarían aquí pronto pero... no creí que sería tan... pronto. —dijo Antonio.
—Sí, es una gran sorpresa. —dice Eduardo sarcásticamente
Antonio se fijó en Manuel, viéndolo detalladamente.
—¿Qué le sucede? —preguntó.
—Antonio, por él hemos venido, necesitamos de tu ayuda. —dice Julián.
—No está bien, paso algo, ¿Verdad? —preguntó.
—Sí. —respondió Eduardo.
—Okey, vengan conmigo. —dice Antonio. —Elise, tú también vendrás. —dijo dirigiéndose a la chica.
—Sí, padrino. —dice ella.
José y Henry ayudaron a Manuel a levantarse y todos fueron detrás de Antonio, este se fua con él a un pequeño cuarto, arrinconado en la esquina de la derecha al fondo de la azotea, abrió la puerta de metal y empujándola hacia dentro, este entró y los demás entraron más atrás.
—Elise, cierra la puerta. —dice Antonio.
Elise luego que entró cerró la puerta y todo quedó completamente a oscuras, de pronto un bombillo guindado exactamente en el centro de la habitación, se encendió luego de que Antonio halo el encendedor colgado del sócate, alcanzó a iluminar la pequeña habitación, en un rincón en la pared frente a la puerta está un altar en el suelo, este tiene telas blancas colgadas a la pared detrás, estatuas de cera de Obatalá, un muñeco negro, vestido con un traje blanco y un gorro blanco y una estatua de la Virgen de las Mercedes, también cabezas de barro con ojos y boca de caracol, jarrones con flores y frutas, delante en el suelo hay una alfombra pequeña hecha de bambú y encima de esta un recipiente, como un plato, hecho del mismo material.
—Lindo altar. —dice Eduardo.
—Gracias. —contesta Antonio. —Bien, ahora les voy a pedir que lo acuesten en el suelo, aquí en el centro de todos. —agregó señalando el centro de la habitación.
Henry y José voltearon a ver a Eduardo, este cruzó miradas con ellos y asintió con la cabeza.
—Háganlo. —dijo.
Henry y José llevaron a Manuel al centro de la habitación y cuidadosamente lo acostaron boca arriba en el suelo, con la cabeza delante del altar, luego ellos se apartaron echándose hacia atrás, Manuel tose de pronto, una tos seca y gruesa, Antonio se paró del lado derecho de Manuel, se arrodilló y extendió las manos sobre él, cerró los ojos y comenzó a moverla recorriendo todo el cuerpo, luego detuvo la mano izquierda sobre la cabeza de Manuel por unos segundo, apartó las manos y abrió los ojos y después los miró a todos.
—Su Aché está muy débil. —dice Antonio.
—¿Qué es Aché? —pregunta Andrea.
—Aché es nuestra energía vital, energía divina y la energía que hay en nuestro alrededor. —responde Antonio. —Manuel perdió mucha de su energía, ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta.
—A él lo mantuvieron colgado con un hechizo de Amarre Infernal. —respondió Eduardo.
—¿¡Un Amarre Infernal!? —exclamó Antonio. —Eduardo… —dijo a la vez que se ponía de pie. —Ese es un hechizo de Sangre, acaso… —siguió.
—No… está muerto, quien hizo esto fue quien ha estado causando alboroto estos últimos días, imagino que tus santos te mantuvieron al tanto de eso o ¿Me equivoco? —dijo Eduardo interrumpiendo abruptamente a Antonio.
—Entiendo… y sí, ellos nos han dicho, pero también sentimos la presencia de esa cosa, son ustedes quienes han estado luchando contra él, ¿Verdad? —dice Antonio.
—Sí, hemos sido nosotros. —afirmó Henry.
—Seré franco con ustedes, no está fácil, ese hechizo le quitó mucho de su Aché y devolvérselo va a ser complicado. —dice Antonio.
—Pero necesitamos que él tenga otra vez sus poderes. —manifestó Henry.
—Antonio, ¿Puedes devolverle sus poderes? ¿Sí o no? —preguntó Eduardo.
—Puedo devolverle algo. —responde Antonio. —Pero primero necesito consultar con los santos. —agregó.
Antonio fue hacia el altar, se inclinó hacia delante y tomó una estera enrollada hecha de palma, devolvió a donde estaba, desenrollo la estera y la coloco estirada en el suelo, esta media un metro de largo y medio metro de ancho, se hincó en la rodilla derecha sobre la estera, del bolsillo derecho de su pantalón sacó un bolso pequeño de cierre ajustable, lo abrió y de este sacó dieciocho caparazones de caracol pequeño, de estos tomó dos y las colocó debajo de la estera, luego tomando las otras dieciséis juntó las manos con los caracoles dentro y comenzó a rezar en otro dialecto, luego mientras seguía hablando, bajó las manos y colocó los caracoles sobre la estera y con la mano derecha comenzó a moverla en circulo revolviendo los caracoles, por rato estuvo haciéndolo, luego volvió a tomar los caracoles entre sus manos, levantándola y pegándola a su frente, mientras seguía hablando y después las arrojó y calló su oración, estos cayeron dispersados sobre la estera, se quedó viéndolas por unos segundos, luego las volvió a tomar y repitió nuevamente el proceso, a la segunda vez que arrojó los caracoles y estas cayeron dispersadas sobre la estera, se quedó viéndolas por un momento otra vez, luego volteo cruzando miradas con todos.
—Dijeron que sí. —dijo. —Los voy a ayudar. —agregó.
Desvió la mirada viendo a Elise.
—Elise, ven. —dijo.
Elise fue con Antonio.
—Dígame padrino. —dice Elise.
—Escucha con atención, porque necesito que me busques unas cosas. —dice Antonio.
La tomó del hombro y la arrimo a un lado, Andrea fue con Manuel.
—Espero que todo salga bien. —dice Julián viendo a Eduardo.
Este cruza mirada con él, frunciendo el entrecejo.
Andrea se arrodilla a un lado de Manuel y lo vé y él cruza miradas con ella.
—Te vas a recuperar. —dice Andrea.
—Eso espero… Porque si no, no podre vencerte en la revancha. —dice Manuel.
Andrea soltó una risa muda y Manuel también, entre ellos se veían, sus ojos se iluminaban, una sensación de que ellos dos eran los únicos en esa habitación los invadía, sus miradas hablaban más que sus bocas, ella inconscientemente tomó la mano de Manuel.
—Aquí estaré, contigo. —dice Andrea.
Manuel mostro una sonrisa en su rostro. Antonio termina de hablar con Elise y ella se va hacia la puerta, la abre, sale y la cierra, Eduardo voltea viendo a Antonio.
—¿Qué pasó? —pregunta.
—La mande a buscar unos ewés y otras cosas que voy a necesitar para el conjuro. —dice Antonio.
Andrea miró extrañada a Antonio frunciendo el entrecejo.
—¿Qué son ewés? —pregunta ella.
—Son hierbas con propiedades medicinales, así les llaman ellos. —contestó Eduardo.
—¡Exactamente! —exclamó Antonio.
—¿Son necesarias? —pregunta Andrea.
—Bueno, estas hierbas tienen energizantes, son necesarias para que el recupere sus fuerzas y con algo de magia, sus poderes volverán. —respondió Antonio.
Henry voltea a la derecha observando a Eduardo y se fue hacia él, José al darse cuenta fue detrás de él.
—Eduardo… —dice Henry mientras llega a donde está él y se coloca de frente. —No te lo había dicho antes, pero tampoco estoy totalmente seguro de esto, tiene que haber otra opción para salvar a Manuel. —siguió.
—Henry, créeme que si la hubiera la usaría, pero esta es la única. —contesta Eduardo.
—No creo, tiene que haber otra. —dice Henry.
—¿Cómo qué? Dime. —reprocha Eduardo.
—No sé. —contesta Henry.
—Podríamos pedirle a Dios que le devuelva sus poderes, él no los dio. —dijo José.
—Seré franco contigo José, Dios les pudo haber dado los poderes, pero ustedes son los responsables de mantenerlos, él no va a venir o a lanzar un rayo que le pegue a Manuel y le va a regresar los poderes, eso no va a pasar. —dice Eduardo.
—Bueno, pero entonces hay que hacer algo. —reclamó Henry.
—Esperar… es lo que podemos hacer. —replicó Eduardo.
Antonio caminó hacia el altar y detrás de las telas de este por la izquierda toma cuatro velones, anchos y blancos, colocó dos a los lados de Manuel arriba, lejos uno del otro y los otros dos abajo también a los lados, sacó un yesquero del bolsillo izquierdo de su pantalón, y enciende cada una de las velas y luego se vuelve a colocar sobre la estera.
—Andrea, podrías apartarte, por favor. —dice Antonio.
Andrea se levanta y se va hacia donde están los demás, Antonio levantan los brazos hacia delante con las manos abiertas y un poco levantadas, Antonio cierra los ojos.
—Ni Oruko Orishas, ni oruko Baba, ni oruko Omo ati ni oruko Emi Mimo Mo beere lowo re lati fun mi ni agbara ti Mo Nilo lati se iwosan omo yii ti ara re… —dice Antonio.
—¿En qué idioma está hablando? —pregunta Henry en voz baja.
—Es dialecto Yoruba, un dialecto que proviene de África occidental. —contesta Eduardo en voz baja.
En eso tocaron la puerta de la habitación, Eduardo fue, la abrió era Elise que llegó con las manos llenas de cosas, ella entró y cerraron la puerta nuevamente, Elise camino entre los demás hasta llegar donde está Antonio, siguiendo hasta la esquina de la habitación, luego se agachó y en el suelo colocó una jarra con agua, un recipiente pequeño de madera maciza, dentro de este había un palo pequeño también de madera maciza con los dos extremos gruesos desde la las puntas con un largo de tres y cinco centímetros y el centro del palo es delgado de unos cuatro centímetros y unas hierbas. De pronto de las manos de Antonio comenzaron a salir ocho rayos de luz entre color amarillo y azul que fueron hacia Manuel y lo comenzaron a rodear por todo el cuerpo, luego estos rayos lo levantaron, Manuel levantó la cabeza viendo los múltiples rayos de luz que estaban rodeando todo su cuerpo, de pronto dos puntas de los rayos se introdujeron bruscamente por los antebrazos de Manuel, entrando en su cuerpo, luego lo mismo sucedió con otros dos que se introdujeron por los costados, otros por las piernas y los dos últimos por los cienes en la cabeza, esto le causaba tanto dolor a Manuel que gritaba ferozmente.
—¡Manuel! —exclamó Andrea
Ella fue a correr hacia él, pero Eduardo de pronto la tomó fuertemente.
—¡¿Qué haces?!—exclama ella.
—Espera un poco Andrea, ten paciencia, no le harán daño. —dice Eduardo.
Todo el cuerpo de Manuel se tensó, los dedos de sus manos estaban flexionados, pero no podía cerrarlos en puños, sus ojos blancos comenzaron a brillar.
—…fun gbogbo agbara re pada… —dice Antonio, alzando más la voz. —…fun u ni agbara ti o fifun ni, ti o je igbekele lori ile yii, se iranlowo fun u, daabobo re bukun fun u, ¡kun fun agbara re! ¡kun fun agbara re! —exclamó. —en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espiritu Santo. Amén. —agregó.
Los rayos de luz salieron por completo del cuerpo de Antonio, terminando de introducirse todas en el cuerpo de Manuel, luego de esto cayó al suelo inconsciente.
—Rápido Elise, hay que darnos prisa. —dice Antonio yéndose a la esquina donde ella esta con las cosas. —¿Trajiste todo lo que te pedí? —preguntó.
—Sí padrino, está todo. —dice Elise.
Antonio toma una raíz blanca, gruesa, que de esta salen cinco raíces más pequeñas y largas, el corta unas raíces pequeñas y comienza a desmechar y las echa en el recipiente de madera, luego toma una flor de cinco pétalos alargado y blancos, el resto de los pétalos hacia abajo es verde y lo que le sigue es una rama delgada verde con dos hojas verdes en ella, Antonio también desmecha esta flor y echa sus pétalos desmechados en el recipiente, también la rama y las hojas, Eduardo observa detalladamente lo que hace Antonio, pero su atención es llamada cuando ve la flor.
—Antonio, ¿Qué flor es esa? —pregunta Eduardo.
Antonio voltea viendo a Eduardo.
—Es flor de suma. —dice Antonio. —Y esta raíz. —dice mostrándola tomada en la mano. —Es raíz de ginseng, las dos difíciles de conseguir, tienen del mejor tónico, adaptógenos y estimulante que se pueda conseguir, le servirán a él. —siguió señalando a Manuel.
Elise tomó la jarra con agua y vertió en el recipiente hasta la mitad, Antonio tomó el palo de una de las puntas gruesas y con la otra punta empujaba y enroscaba con fuerza dentro del recipiente machacando lo que tenía dentro, en ese momento los ojos de Manuel se abrieron de repente, estos estaban blancos y su cuerpo comenzó a convulsionar, temblaba y se retorcía, todos quedaban estupefactos al verlo.
—¡Rápido! ¡Que alguien lo agarre! —exclamó Antonio.
Eduardo y José fueron hacia Manuel y lo tomaron fuertemente de los brazos y piernas intentando dejarlos en una sola posición, pero Manuel levantaba su cuerpo, Andrea le sostuvo la cabeza de los lados con fuerza, Antonio seguía machacando con fuerza y más rápido el contenido del recipiente, luego el observa a Henry, se levanta, va hacia él y le da el recipiente.
—¿Qué haces? —pregunta Henry confundido.
—Tú dominas el fuego, por favor usa tu energía para calentar esto y así hervir las hierbas, tienes que hacerlo rápido, no tenemos mucho tiempo. —dice Antonio.
Henry observa a Manuel y a los demás angustiados y sosteniéndolo, luego ve el recipiente y lo toma, sosteniéndolo de abajo Henry respira onda, contiene por unos segundos la respiración y al expulsarla tensó los brazos y las manos, estas comenzaron a calentarse cada vez más y más, el borde de sus dedos y las manos brillaban amarillas seguidas de un tono rojo abajo, de pronto de la boca del recipiente se comenzó a despedir humo blanco y el agua comenzó hacer ebullición, los trozos de las raíces y los pétalos de la flor comenzaron a revolotear dentro del recipiente.
—Muy bien, ya puedes detenerte. —dice Antonio.
Henry se detuvo, sus manos volvieron a la normalidad, Elise le pasó un paño pequeño a Antonio, este lo tomó y lo colocó sobre sus manos y con este tomó el recipiente de las manos de Henry, luego se dio media vuelta y fue con Manuel, cerró los ojos y levantando el recipiente a la altura de su rostro murmuro unas cosas y luego abriendo los ojos sopló dentro del recipiente un humo morado con chispas amarillas que cayeron dentro, se agachó.
—Levántenle la cabeza. —dice Antonio.
Andrea la levantó, Antonio lo tomó con la otra mano por debajo de la barbilla, apretó fuertemente las mejillas, le abrió la boca, le colocó la boca del recipiente en la suya, inclinó el otro extremo hacia arriba haciendo que el líquido entrara en la boca de Manuel y este se lo comenzó a beber, luego de que se lo bebiera todo, Manuel se calmó, su cuerpo se detuvo y sus ojos se cerraron.
—Dentro de un rato despertará, no se preocupen ya está bien. —dice Antonio.
—¿En serio? —pregunta Andrea viendo con ojos preocupantes a Antonio.
—¿Estás seguro? —preguntó Henry.
—Sí, tranquilo. —contesta Antonio, luego él observa a Eduardo y a Julián. —Oigan… Padre… Eduardo… necesito hablar con ustedes a solas. —dijo.
Antonio y Eduardo se levantan y van con Julián, retirándose hacia la esquina de la izquierda, Eduardo y Julián están de espaldas a la esquina, Antonio frente a ellos de espaldas a los muchachos.
—¿Qué pasa? Antonio. —pregunta Eduardo. —¿Pasa algo con Manuel? —siguió.
—No, él va estar bien ya se los dije, es de otra cosa. —contesta Antonio.
—Bien, te escuchamos. —dice Eduardo.
—Miren, por las cosas que han pasado últimamente, La Luz se comunicó conmigo y me han informado que quieren responsabilizarse de lo que está pasando. —dice Antonio.
—¡¿Qué?! —exclama Eduardo.
Antonio se estremece, viendo a los demás rápidamente y vuelve a ver a Eduardo. —Baja la voz Eduardo. —dice Antonio.
—¿Cómo que ellos quieren hacerse responsables de lo que está pasando? —pregunta Eduardo.
—Las cosas no han sido sencillas desde que esto comenzó, en los lugares afectados multitudes de brujos y representantes de cada estado y pueblo me han estado llamando, todos los días a toda hora, aterrados y preguntándome que haré y el problema es que no sé qué hacer porque no comprendo con que estamos lidiando. —dice Antonio.
—¿Acaso tus santos no te han dicho quién es? —pregunta Eduardo.
—Sabes muy bien que los santos no describen, solo anuncian, sí me anunciaron de lo que vendría, de lo que viene, sí me dijeron que hay algo muy maligno, algo demoniaco que es lo que está provocando todo esto, pero no me dijeron que o quien. —dice Antonio. —Pero, sí sé que ustedes saben algo, ¿De qué se trata? —preguntó.
—Sí hay algo en lo que vuestros santos tienen razón y es que sí se trata de algo demoniaco. —contesta Julián.
—Es Arioch. —dice Eduardo.
—¿El demonio de la venganza? —preguntó Antonio.
—Sí. —contesta Eduardo.
—Pero ¿Quién lo invocó? —pregunta Antonio.
—Eso es lo que no sabemos. —dice Julián.
—¿Qué más te dijo la Comunidad? —pregunta Eduardo.
—Que los mismos que me llamaron también han llamado a La Luz hablándoles también de estas cosas, los brujos mayores que lideran el Consejo de la Comunidad me dijeron que mandaran a dos de los mejores brujos, representantes del consejo a investigar y resolver lo que está pasando. —dice Antonio.
—Y lo que pasa, a ellos ¿Qué les importa? —reprocha Eduardo.
—Se sabe que las cosas que han pasado han sido muy graves, pero en ¿Qué les afecta a ellos para quererse involucrar? —dice Julián.
—Se nota que no saben nada. —contesta Antonio.
—¿Saber qué? —pregunta Eduardo.
—La razón por la que ellos se van a involucrar es porque aquel Cereton que estaba en la Sierra, es un brujo de Luz, era un muchacho que se estaba iniciando en la Santería, pero fue corrompido y el hombre que mataron en Calabozo era un brujo de Luz, un hijo de Eleguá. —dice Antonio.
—¿Cuándo vendrán los representantes del Consejo? —pregunta Eduardo.
—En una semana. —contesta Antonio.
—Bien, tenemos una semana para resolver todo este problema antes de que lleguen. —dice Eduardo.
Eduardo da un profundo suspiro pasando sus manos por la cara de arriba a abajo.
—Todo se complica cada vez más, la Legión me está buscando, Manuel casi muere y ahora la Luz se va a involucrar en este problema, no se puede permitir que más gente se involucre. —dijo.
Antonio lleva la mirada hacia Eduardo. —Eduardo, te tengo que decir que… —dice.
En ese instante Manuel abre los ojos de pronto y se levanta de golpe, soltando un grito ahogado, quedando sentado allí, todos se estremecen al verlo y Antonio se voltea viéndolo.
—¡Manuel! —exclama Andrea. —¿Estás bien? —agregó.
Manuel con la respiración agitada, intentaba tragar saliva, pero sentía la garganta seca.
—Sí… sí… estoy… —dice Manuel balbuceando.
Elise se agacha a un lado de Manuel, colocando su mano derecha en el pecho de él y la otra en la espalda.
—No hables mucho. —dice Elise con una voz dulce. —Debes relajarte. Intenta respirar hondo. —agregó.
Manuel intentaba respirar hondo, pero en cada intento trancaba la respiración.
—Hazlo despacio no te alteres. —dice Elise.
—Intenta calmarte Manuel, por favor. —dice Andrea.
Manuel fue calmando la respiración y la fue apaciguando, respirando hondo y más lento por la nariz y soltándola por la boca y así se fue calmando.
—¿Cómo te sientes? —pregunta Henry.
Manuel baja la cabeza y levanta las manos viéndolas, este empuña las manos una y otra vez.
—Creo que bien. —responde.
—¿Te duele algo? ¿Puedes moverte? —pregunta Andrea.
Manuel lleva las manos hacia atrás apoyándose del suelo, luego flexiona las rodillas recogiendo las piernas y se empieza a levantar hasta estar de pie y los demás también.
—Sí. Siento que los poderes volvieron. —dice Manuel.
En ese momento la mano derecha de Manuel comenzó a vibrar, una sonrisa apareció en el rostro de Manuel, luego detuvo la vibración.
—Ya me siento bien. —dijo.
Andrea se le lanza encima a Manuel, dándole un abrazo, poniendo sus brazos alrededor del cuello de él, Manuel se estremece un poco, pero también la abraza por la cintura.
—Me alegra que ya estés bien. —dice Andrea.
—Yo también me alegro. —dice Manuel.
Eduardo camina hacia Manuel, Andrea se separa de él y Eduardo se detiene frente a él.
—¿De verdad te sientes bien? —pregunta Eduardo.
—Sí, me siento bien. —contesta Manuel sonriente.
—Bien, ahora vámonos. —dijo Eduardo.
—¿Tan rápido? —pregunta Antonio.
—Gracias por la ayuda Antonio, pero tenemos cosas que hacer. —contesta Eduardo.
—Está bien. —dice Antonio se acerca a Manuel y pone sus manos sobre los hombros de él. —Manuel, puedes seguir siendo como eres. —dijo sonriendo.
—Gracias. —dice Manuel.
—De nada. —contesta Antonio.
Antonio lo suelta y se aparta.
—Muchas gracias, señor Antonio. —dice Andrea con una sonrisa en el rostro.
—De nada, aquí estaremos a la orden para ayudar a los Elegidos de Dios. —contesta él.
—Vámonos. —enfatiza Eduardo mientras se dirigía a la puerta de la habitación.
—Los acompañaré hasta la puerta. —dice Antonio.
Todos salieron de la habitación y afuera la danza ya había terminado las personas estaban algunas dispersas, compartiendo y hablando en aquella celebración que tenían, ellos cruzaron la azotea hasta las escaleras, bajaron, luego cruzaron toda la casa hasta la puerta, ahí Antonio les abrió y ellos salieron.
—Hasta luego Padre Julián. —dice Antonio.
—Hasta luego Antonio, gracias por la ayuda. —dice Julián.
—Adiós muchachos, espero verlos otra vez y les deseo lo mejor para que puedan cumplir su misión, ¡Que Dios los bendiga! —dice Antonio. —Espero que nos podamos ver otra vez, hermano de aché, que Dios te bendiga. —dijo viendo a Eduardo.
—Te creeré tus bendiciones, cuando creas en él y espero que esta sea la ultima vez que te diga que no me vuelvas a llamar así. —replicoó Eduardo.
Luego todos se van, mientras que Antonio desde la puerta de su casa los ve alejarse.
Luego de un rato ellos regresan a la casa de Eduardo.
—Manuel, ¿De verdad te sientes bien? —pregunta Eduardo.
—Sí Eduardo, ya estoy bien, gracias a todos por ayudarme. —dice Manuel.
—Se tenía que hacer algo, nos preocupaste. —dice José.
—Lo sé. —contesta Manuel.
—Manuel, ¿Aun no recuerdas algo de lo que te pasó, cómo te secuestraron? —pregunta Henry.
—Bueno, ahora que lo mencionas, solo puedo recordar que estaba en la cocina de mi casa, creo que estaba tomando un vaso con agua y… recuerdo que sentí un golpe muy fuerte en la cabeza y nada más. —dice Manuel.
—Tal vez el golpe fue lo que te dejó inconsciente. —dice Julián.
—Es probable. —dice Manuel.
—¿Seguro no recuerdas otra cosa? —pregunta Henry insistente.
—No, más nada. —contesta Manuel.
—Bien, muchachos será mejor que vayan a sus casas y descansen, coman algo, luego hablamos. —dice Eduardo.
—Bien, hasta luego Eduardo, adiós Julián. —dice Henry.
—Adiós Eduardo, adiós Julián. —dice Andrea.
—Nos vemos. —dice José.
—Hasta luego. —dice Manuel.
—Hasta luego. —dice Julián.
—Adiós muchachos. —dice Eduardo.
Ellos salen de la casa, alzan vuelo y se van.
—Tú y yo tenemos algo de que hablar. —dice Eduardo viendo a Julián.
Julián asienta con la cabeza, del bolsillo izquierdo del pantalón saca la carta y se la entrega a Eduardo, este la toma, la abre y la lee.
—¿Esa es su letra? —pregunta Julián.
—Sí, es su letra. —responde Eduardo desdichado.
—Ahí lo dice Eduardo, fue su ultima voluntad, pedir que lo enterraran. —dice Julián.
—Esto para mí no tiene sentido Julián, no entiendo. —replicó Eduardo.
—Tal vez, solo cambio de opinión Eduardo, vuestro problema es que no has aceptado que Johnny ha muerto, ese es tu verdadero problema, tenes que dejarlo ir. —dice Julián.
—Tengo que ir a verlo. —dice Eduardo viendo a Julián.
—¿Quieres ir al cementerio? —pregunta Julián.
—Sí quiero que me lleves ahí, por favor. —responde Eduardo.
—Está bien, yo te llevo. —dice Julián.
—Que sea esta noche. —dice Eduardo.
—¡¿Esta noche?! —exclama Julián.
—Sí, Julián sabes muy bien que me están buscando y no puedo permitirme andar tan tranquilo de día por ahí, de noche será mejor. —dice Eduardo.
Julián desvía la mirada pensativo, luego lleva su mirada otra vez hacia Eduardo.
—Está bien, vendré por tí a las once. —dice Julián.
—Gracias amigo. —dice Eduardo.
La noche está llena de estrellas, hay postes encendidos, algunos bombillos encendidos, conectados a los cables de electricidad, arboles sembrados que salían de unos cuadros entre la acera ancha sobre la playa, la cual estaba desolada, la calle de aquel lugar estaba solitario, la acera del otro lado de la calle también estaba solitario, los comercios que se ubicaban en esa misma acera estaban cerrados, en la playa un chico y una chica caminan tomados de las manos sobre la arena, solos, el chico es de estatura media de piel blanca, cabello liso con un peinado de copete hacia delante, bien parecido, con barba en su rostro, lleva una camisa azul estampada de mangas cortas, un short marrón y sandalias y una pulsera en la muñeca izquierda, la chica también es de piel blanca, unos centímetros más pequeña que el chico, con un rostro bonito, de piel lisa y suave, ojos pronunciados por el maquillaje y labios delgados, cabello largo, liso y oscuro, lleva una camiseta blanca con estampado, un short de jeans azul y sandalias y una pulseras en cada muñeca, mientras ellos caminaban escuchaban las olas romper era lo único que se escuchaba, la chica de pronto subió la mirada viendo el cielo.
—La noche es hermosa con las estrellas ¿Verdad? —dice la chica llevando luego su mirada hacia el chico.
Este levanta la cabeza viendo el cielo estrellado.
—Sí, tienes razón es hermosa. —dice el chico luego voltea cruzando mirada con la chica. —Como tú. —agregó sonriendo.
La chica sonríe tímidamente bajando la cabeza.
—Mentiroso. —dijo la chica mofándose.
—¿No me crees? —dijo el chico siguiendo el juego.
La chica volteo hacia el otro lado, frunció la barbilla, estirando los labios hacia arriba y movió la cabeza de un lado a otro en negación, el chico llevó su mano derecha hacia la cara de ella, colocó su mano sobre la mejilla halándola a la vez que los dos se detuvieron, en ese instante los dos quedaron frente a frente, mirándose a los ojos, luego llevó su mano a la otra mejilla, tomándola.
—Pues te tocara creerme… porque yo no miento. —dice el chico.
La tensión entre ellos se elevó en ese momento, deseos y sensaciones impulsivas se adueñaba del chico y de forma sorpresiva él se acercó a la chica mientras la tenia tomada de las mejilla, acercando sus labios con los de ella, besándola lento, a la vez que los dos cierran los ojos, las bocas se abrían y se cerraban lento y con pasión, ella lo abrazó por la cintura mientras se seguían besando, luego él separo sus labios de los de ella chocando sus frentes sin abrir los ojos.
—¿Ya te convencí? —pregunta el chico.
—Un poco. —contesta la chica.
Los dos soltaron risas nerviosas, separándose, él rodeo su brazo izquierdo sobre los hombros, abrazándola, retomando el camino, el chico subió la mirada volviendo a ver las estrellas del cielo, la chica volteo viendo el mar y mientras veía a lo lejos de la orilla, vio un hombre que salía del agua apresurado hacia la orilla, haciendo esfuerzo al caminar dentro del agua, tropieza y se cae, luego se levantó, la chica palmo el pecho del chico.
—Mira a ese hombre allá. —dice la chica señalando hacia donde está el hombre.
El chico la ve y luego lleva la mirada hacia donde ella señala, viendo al hombre, los dos se detuvieron de repente, el hombre volvió a caerse mientras caminaba, volviéndose a levantar, dio otros cuatro pasos y cayó en la orilla y gateo hasta detenerse en la arena ceca, el hombre cayó tendido boca abajo, el hombre volteo a la izquierda y vio a los chicos.
—Será que esta, borracho. —dice el chico.
—Yo no lo creo, y ¿Si está herido? —contesta la chica.
—¡Ayúdenme! —exclama a gritos el hombre con una voz gruesa. —¡Ayúdenme, por favor! —vuelve a exclamar con un notable acento español.
Los chicos se fueron acercando poco a poco.
—¡Por favor, llamen a alguien! —exclama el hombre.
—¡Ves! Te dije que está herido. —dice la chica.
Luego se apresuraron a llegar con él, cuando llegaron se arrodillaron a los lados de él, casi no podían verlo detalladamente debido a lo oscuro de la noche.
—Señor, ¿Qué le pasó? —pregunta el chico.
—Estoy herido, estoy sangrando. —dice el hombre con la mano derecha haciendo presión en el costado.
—Llama por teléfono, pide ayuda. —dice el chico viendo a la chica.
La chica mete la mano en el bolsillo derecho del short y saca su teléfono, lo enciende y comienza a presionar la pantalla del teléfono, luego se lleva el teléfono a la oreja, en ese momento una camioneta negra pasa por la calle solitaria, el chico lo vé y se levanta de golpe corriendo hacia la camioneta.
—¡Epa… hey! —exclama el chico a gritos. —¡Auxilio! ¡Auxilio!... ¡Párate! —siguió gritando corriendo detrás de la camioneta.
La chica se levantó y caminó a paso rápido detrás del chico, el chico se detuvo y la camioneta siguió sin detenerse, luego el chico se regresó y vio a la chica intentando llamar por el teléfono, él se acerca a ella, mirándola alterado.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunta el chico. —¿Al tipo lo dejaste solo? —agregó.
Ella lo miraba nerviosa, luego ella se volteo y los dos fueron hacia donde estaba el hombre, pero cuando llegaron este había desaparecido, no había huellas de pisadas en la arena ni algún otro rastro de él.
—¿Dónde está? —preguntó el chico.
—No sé. —contesta la chica.
Los dos comenzaron a ver por todos lados buscándolo.
—Estaba aquí, ¿Para donde se fue? —dice el chico alterado.
—No sé, no sé. —dice la chica también un poco alterada.
El chico ve a la chica y la toma de los brazos, esta cruza miradas con él.
—Escúchame, vámonos ahora, si nada de esto pasó entonces vámonos. —dice el chico.
La chica asiente. —Sí… sí, sí, vámonos. —contesta ella.
El chico se da media vuelta y ve al hombre justo frente a él, de pie, él es más alto que el chico, este se detuvo de pronto sorprendido y temeroso a la vez, la chica soltó un grito ahogado del susto, el hombre veía al chico directo a los ojos, pero los ojos del hombre estaban completamente negros, la piel del hombre es morena, en su rostro se notaba arrugas en la frente, el entrecejo un poco fruncido, delgado de las mejillas con un ojo un poco cerrado que el otro, con la nariz pronunciada y chata, bigote y barba de poco bello, labios delgados y un mentón pronunciado, cabello liso y peinado hacia delante, el chico no podía evitar verlo a los ojos, de pronto el hombre levantó las manos y tomó al chico de la nuca con la mano derecha y con la otra le tapó la boca, movió con ferocidad los brazos a lados opuestos, moviéndole la cabeza al chico, torciéndole el cuello bruscamente, matándolo al instante, cayendo este en la arena, la chica gritó ferozmente de miedo, el hombre se le fue encima tapándole la boca y tomándola con fuerza inmovilizándole los brazos, llevándosela a la fuerza hacia un rincón oscuro, tirándola con fuerza sobre la arena, la chica sollozaba de terror, lagrimas salían de sus ojos corriendo por las mejillas, mientras veía aquel hombre frente a ella aterrada, el hombre se le fue acercando, encimándosele, el hombre le tomó las piernas y se las abrió bruscamente, la chica gritó y este le tapó la boca, viéndola directo a los ojos imponente, la chica se hundía en el terror viendo sus ojos negros, el hombre le chito, luego quitó la mano de su boca y la tomó de los antebrazos, arremetiendo estas en la arena, apoyándose con fuerza, luego el hombre comenzó a besarla por el cuello, detrás de ellos a lo lejos un hombre alto, vestido completamente de negro con un sobretodo negro encima, los vio por unos segundos, luego se volteo viendo el horizonte nocturno del mar.
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