El mundo se van abriendo
Salvia despertó de su descanso, dándose cuenta de que no había experimentado el mismo sueño de la noche anterior.
Aunque hubiera sido de su agrado que lo hubiera hecho.
No había visto a su familia y a su gente en semanas, sus caras se veían tan lejanas en sus recuerdos, ver a su padre y a su madre, aunque fuera en un sueño tan confuso, le trajo una agradable nostalgia.
—Solo un día más y finalmente podré ir rumbo a casa— Dijo para sí misma.
La nostalgia se le ató fuertemente, como un nudo sobre su cuello. Pero esa preocupación pronto se alejó cuando razonó que solo le quedaba a lo mucho un día. No podía irse sin antes contemplar toda la ciudad.
Las casas en forma de cubos o rectángulos eran bastante impresionantes, pero algo que resaltaba aún más eran las figuras de los inmensos cadáveres de insectos que posaban alrededor de la ciudad.
Salvia fue llenada por un temor reverencial al ver de cerca los colosales cadáveres de insectos petrificados.
Se sintió insegura sobre si debiese pasar o alejarse de los gigantescos cuerpos. Algunas partes de su memoria empezaron a arrojar señales de peligro inmediatamente, al recordar a la criatura de la tormenta de arena.
Tuvo toda la intención de dar media vuelta, de no ser porque al quedarse quieta en la calle, la multitud por accidente la movió hacia adelante, viendo cómo no pasaba nada con quienes seguían avanzando.
Pese a su inquietud se decidió a continuar buscando alguien que pudiera dispersar sus dudas e informarle, por suerte no fue difícil encontrar a alguien, pues parecía que no era la única curiosa entre los habitantes.
Insectos diversos se juntaban frente a uno solo sentado en un tapete que les hablaba con vehemencia a sus oyentes, alguien que Salvia conocía bien.
—Y desde entonces los gigantes ejercen su vigilancia eterna sobre esta tierra— Intrigada por lo que oyó decidió acercarse y colarse entre el público hasta dar con el insecto que estaba hablando.
Al llegar frente del público se encontró con una cara conocida —¿Sharik?
La parlanchina araña se dio la vuelta efusiva —¡Salvia, querida! — Exclamó con 3 de sus patas levantadas —Días sin verte ¿Qué puedo hacer por ti?
El brazo de Salvia se levantó para contestar el saludo, una acción inconsciente que reprimió tan rápido como empezó. Sharik sin embargo murmuró una suave risa que ocultó detrás de una de sus patas.
—Estoy de paso ¿Qué haces tú aquí?
La araña contestó con ánimo —Ganándome la vida por supuesto—La araña pasaba un cuenco frente a los presentes con otra de sus patas mientras hablaba con Salvia. El tintineo de los Geos cayendo adornaba su plática —Debo seguir trabajando hasta que pueda conseguir un macho que me mantenga.
—Suena a que eres una floja— Atacó Salvia.
—No, no, es obligación de las arañas camello hembras servir en la casa, estar de vagabunda por el desierto es solo temporal hasta que me vuelva la savio araña más grande. Tú también deberías empezar a organizar tu vida Salvia, no puedes vagar todo el tiempo por el desierto.
—¡Mira voy a romperte esos harapos que llevas por capa si no te callas ya!
—¿¡Ha!? Que malhumorada— Se quejó cruzando cuatro de sus piernas indignada —Bueno ya que estás aquí deberías quedarte a escuchar mis relatos, ya vamos a iniciar de nuevo.
Sharik terminó de recoger todo el Geo —Acérquense habitantes y forasteros, conocedores e ignorantes, sabios y estudiosos. Yo la sabía del desierto, Sharik, domadora de las dunas, cazadora de bestias, comparto en este oasis de conocimiento, un relato sobre el mismo, Los gigantes de piedra negra.
Olvidados por eones bajo la luz del desierto abrasador, estos gigantes nos vigilan desde su eterno descanso, pero ¿Alguna vez se han preguntado qué hacen ahí? ¿Cómo llegaron? ¿Qué hacían? Caracteres fluidos y concéntricos, similares a los conocidos por todos los insectos, a los pies de sus colosales cuerpos de piedra nos cuentan las desventuras de estos ancestros. Escuchen pues la Elegía del gigante caído.
"A la tormenta le lloro,
Hogar que el vacío nos construyó,
Que como polvo cae.
Esas bestias nuestros cuerpos mancillan.
Hermano, mi desdichado hermano
No hay canto,
que ilustre tus cuencas vacías.
En tierra muerta me dejas,
llamando sólo al gran océano.
La llaga de la abnegación me mata.
Fueron quienes nuestras tierras tomaron.
Quienes nuestras voces opacaron.
Una sin fuerza,
Miles golpean cual trueno.
El sol impalpable,
La luz que incognoscible es,
Finalmente, los hijos oportunistas del cielo y de la tierra.
Extranjeros solamente,
Habitan ya nuestra tierra.
¡Ay! Hermanos míos,
Nuestro pesar juntemos,
Nuestra orfandad lloremos.
Una gota que se une al mar,
La forma final debe adoptar,
Todo sea uno de nuevo,
Y así...
¡Nuestras voces...volverán a llamar...!"
El público a su alrededor suspiró y exclamó, mezclados todas sus emociones a la vez, asombro, miedo y curiosidad.
—Los viajeros cuentan historias de enormes exoesqueletos de piedra negra, ocultos en cavernas por todos lados, se cree que alguna vez fueron una civilización tan próspera que poblaron todo el mundo, hace miles y miles de años atrás, pues son más antiguos que la más antigua de nuestras historias. Todos los conocen, pero nadie sabe de ellos.
Hizo una pausa para admirar la expectativa en los ojos de sus oyentes —Los sabios del desierto hemos tratado de darle un sentido a las últimas palabras del gigante, por suerte el texto para nosotros parece ser muy claro; Los gigantes fueron expulsados de sus territorios y por causa de tres acontecimientos, el primero los expulso y los otros dos les dieron final a su historia — Citando — "Miles de voces golpeando cual trueno". Entendemos por esto que quizás fueron azotados por una plaga que devastó sus tierras. "El sol y la luz incognoscible" Nos quieren decir que la sed y el calor del desierto terminaron por mermar las fuerzas de estos imponentes seres, que no estaban hechos para soportar las duras condiciones del desierto, aunque algunos cultos (sobre todo de polillas) dicen que "La Luz que es incognoscible" hace referencia a su diosa olvidada, y no me sorprende, muchos cultos religiosos a lo largo de este territorio se hacen acreedores de sucesos importantes para ganar popularidad. — Mencionó aquello con tajante tono de rechazo — Lo ultimo es lo mas sencillo de entender, habla de los hijos oportunistas del cielo y de la tierra, que no habla de nada menos y nada mas que los roedores, las aves y los murciélagos. — Muchos oyentes suspiraron de terror ante la mención de los tres nombres de sus mayores miedos.
—Umm...E-en realidad, señorita araña, los murciélagos no son reales, son cuentos para asustar a las larvas — Dijo un participante del público, una libélula macho de anteojos grandes y redondos, que apuntaba al cielo con un dedo levantado.
—Cof Cof Callen al cerebrito. Cof Cof — "Tosió" Sharik.
Después de esa leve interrupción la araña siguió hablando —Algo que los sabios tenemos muy en cuenta es, en caso de existir una fuerza imparable como la que extinguió a la antigua civilización. ¿Nosotros podríamos hacer algo?
La pregunta disparó en el público una conmoción de incertidumbre —Disculpen eso, por suerte para nosotros parece que aquel mal que los redujo a piedra se desvaneció con ello.
La gente volvió a sentir alivio — Si algo nos puede enseñar esto es que incluso los seres más grandes, los más sabios y antiguos no duran para siempre, con su debido tiempo todos hallarán su fin.
El público aplaudió satisfecho la resolución de la Araña. Salvia por su parte trataba de comprender aquellas palabras que con gracia había pronunciado Sharik, porque toda historia que escuchaba no tenía una forma fácil de entenderse y una frase ocultaba cien significados. "¿¡Por qué se complican tanto la vida!?"
Salvia camina hasta estar de frente a Sharik —¿Cómo se caza una de esas cosas?
—¿Eh?— Tomada en desconcierto Sharik miró a Salvia, casi podía leerlo en sus ojos, la Mantis después de todo seguía siendo una cazadora por naturaleza —Veo que te quedaste con la última idea del relato. No es algo que pueda hacer cualquier mortal querida— Dijo con una sonrisa burlona.
—De hecho, mentí en esa última razón, los sabios camellos coincidimos en que claramente debe ser ¡obra del poderoso H'a wuha! El Dios del desierto — Exclamó, sus ojos brillaban con gran fanatismo. —Pues solo un Dios sería capaz de hacer algo así, ¿no crees?
Salvia cruzó los brazos en un gesto apático —No creo en "dioses" araña, mejor hubieras dicho que no tenías idea y ya.
—Oh qué grosera...—chillido falso. —Por cierto, hablando de viejas ruinas y cadáveres andantes, Dimir te busca.
–Dimir ¿Y por qué no ha venido?
–Bueno, eso es porque solo la noté que parecía querer hablarle a una Mantis gruñona– Sharik liberó una risilla mientras Salvia le lanzaba una mueca molesta.
–Es broma, si la quieres ver me parece que se fue temprano al cementerio a las afueras de la ciudad, junto al monolito de Jade– Sharik tomó de al lado suyo un palo en el que venían ensartadas pequeños trozos de carne – Ten, disculpa las molestias queridas.
–G-Gracias– Dijo recibiendo la brocheta con sorpresa, un pequeño gesto para la araña, pero que para la Mantis era muy valorado.
Le encantaba el sabor, el aroma de las especies en la carne eran como un portón abriéndose hacia un gran cielo de estímulos y sensaciones. No como el sabor monótono de una chinche ahumada, y no tan terrible como las tenebrosas mezclas de su Madre.
Mascando con vigor su carne, empujándola de un lado a otro de su mandíbula como para que todo su paladar se llenará de la carne especiada, cuando de repente un potente olor a incienso obstruyó su sentido del olfato y desplazó su sentido del gusto.
Todo lo que la rodeaba era ese extraño olor balsámico, a lo que por supuesto trató de descubrir su origen.
No muy lejos de ella venía caminando una pequeña procesión, envueltos en un velo lúgubre de deprimente expectativa. Curiosa por tan particular escena decidió avanzar detrás de los insectos, todos escorpiones, tanto adultos como niños, guiados por un escorpión de caparazón negro como el ébano.
Aquel último, portaba entre sus manos un receptáculo de metal circular, el cual oscilaba de un lado a otro a medida que iban avanzando, de aquel trasto salía un humo blancuzco, era eso lo que provocaba aquella fragancia tan potente.
Los escorpiones tenían entrelazadas sus pinzas, en anticipo a una pérdida que temían tener que soportar. La presión en sus rostros era palpable, pero a Salvia parecía no importarle, o mejor dicho no entendía el dolor de estos insectos.
Todo fue tomando forma cuando salieron de la ciudad. En un terreno totalmente plano, a tan sólo unos pasos de la ciudad, la razón del nombre de aquel valle se hizo clara. Miles de cuerpos, caparazones vacíos se acostaban a lo largo de todo el rango de visión de la Mantis.
Había visto cosas raras hasta ahora, pero nada que la dejara de caparazón blanco y con un suspiro de impresión saliendo de sus mandíbulas.
Pues un valle de exoesqueletos se le era presentado, un cementerio expuesto a la luz, sin ninguna clase de lápida que ocultara los desabrigados restos de los insectos.
Una clase de desnudo sepulcro que daba la impresión de que hace poco aquellos cuerpos caminaron entre los vivos, antes de que la muerte descendiera llevándolos a todos consigo.
Y de nuevo volvió a centrarse en los insectos a los que había estado siguiendo, pues su solución era encontrar sentido en lo que estaba viendo. Y sentido, encontraría.
Una familia se reunía frente a un montículo de cascarones blancuzcos, un cascarón estaba colocado sobre otro y ese sobre otro, así hasta formar un nido deforme hecho de restos de coraza transparentes.
Aquella amalgama de exoesqueletos había sido en algún momento un pariente suyo.
Ahora, era un recordatorio de la fugacidad.
La familia lloraba a mares lo que al parecer no pareció afectar a la imprudente Mantis que se metió entre la familia por detrás, ingenua e inoportuna como ella sola.
—Si dejan el cuerpo tirado por tanto tiempo no va a saber bien después.
El llanto fue cortado de pronto por la mejor frase que le pudo ocurrir a la Mantis. La familia que antes se encontraba velando por su pariente fallecido, ahora veían a aquella Mantis con gran reproche.
Ningún insecto decente se habría metido en tal situación, pero para Salvia, los funerales eran un concepto desconocido.
Con justa razón, los escorpiones echaron a la Mantis de su fúnebre evento, antes de que la situación escalara a un conflicto, en las que se las tendría que ver con las tenazas y colas de una familia de escorpiones, salió de ahí con prisa.
En su tribu, los habitantes fallecidos eran cocinados para que su fuerza fuera entregada a todos, sus garras se exhibían en los muros o en las casas. Esto que veía era inconcebible, pero al menos llegaba a la razón detrás de la titánica cantidad de cáscaras.
Todavía no se posaba ninguna calma sobre su espalda, sin embargo, estaba ya en las afueras de la ciudad, sabía que Dimir podría estar rondando la zona por lo que sus pisadas siguieron recorriendo el cementerio.
Mientras una presión se acrecentaba a su alrededor, un augurio que lo pintaba todo carmesí se cernía sobre los cadáveres de insectos, que, aunque fuesen en su mayoría solo cascarones vacíos, un peso somnoliento de pesadumbre engullía el ambiente alrededor de la Mantis. Todo el cementerio padecía un mal, invisible a los ojos comunes, entidades espectrales en un rincón de la realidad plantaban coloridas semillas en las cabezas que eran su tierra de cultivo, mientras alegres cantaban y bailaban con inocencia juvenil sobre todo aquel que vieran apto de agostar.
No es que la perturbará, para Salvia, las sombras del cementerio se percibían más como un ligero roce, sin embargo, uno que crispaba sus instintos, hasta el punto de que, sin notar la presencia de nada peligroso, sus piernas solas comenzaban a dar zancadas amplias para tratar de recorrer las arenas lo antes posible, manteniendo a su vez una forzada apariencia de naturalidad, por si acaso alguien mirara en su dirección y creyese que estuviera asustada.
—¡Salvia!— Oyó una voz que la llamaba. —Salvia, espera un momento— Voltea con algo de alivio, segura de quien la estaba llamando.
Al darse la vuelta se da cuenta de que estaban más cerca de lo que se imaginó, prácticamente estaban una frente a la otra, y desde el inicio la polilla blanca venía con las manos en alto, cargando a su oruga regordeta entre sus manos, agresivamente restregando la panza de la felpuda Adelaida en su rostro, como un trapo negro y sueve directamente en su rostro.
Poniendo sus garras sobre los hombros de la polilla para apartarla —¿Qué demonios estás haciendo?
—Alejar las malas esencias de ti.
La polilla insistió en frotar más con su oruga en su cara.
Lo hubiera evitado, pero dos roces esporádicos con el mullido pelaje de la oruga sacudieron su entereza hasta dejarla sumisa al capricho de la polilla.
Tan extraño para ella, pero confusamente acogedor, algo que parecía ser divertido para la pequeña Ade también, pues no paró de ronronear y tratar de alcanzarla con sus minúsculas patitas.
—¿Mejor? — Preguntó con una sonrisa triunfante.
—Eh? ¡Ahhh baje la guardia! — Maldijo a su cuerpo por dejarse hipnotizar por los trucos de la polilla.
—Jajaja. Quizás deberías tenerla sobre tu cabeza mientras estés aquí. — Dimir toma el brazo de Salvia para hacer que su cuerpo se inclinara hacia adelante, con un movimiento ágil y preciso dejó a Adelaida encima de la cabeza de la Mantis.
En menos de un suspiro la Polilla había sido precisa cuál cirujano, y su agarre firme y autoritario dejaron congelada a Salvia por la impresión, todavía no entendía cómo esa polilla que ya rozaba la vejez seguía ejerciendo una presión comparable a la de sus Lords, ligeramente menor a la de estos.
Una vez libre del agarre de la polilla su primera acción hubiera sido hacer a un lado a la oruga, si, era su cabeza después de todo, ¿por qué iba a tolerar que Adelaida se coronara en la cima de ella? Pensó y cuál vidente Dimir le contestó antes de que pudiera terminar de pensar.
—Te encargó a mi niña ahí, y recuerda si baja de ahí tu cabeza rodará por los suelos de inmediato— Soltó una risilla inocente mientras sonreía con una dulzura sobrecogedora.
Trató de disfrazarlo como una broma, su lenguaje corporal también le decía que no iba en serio, aún así algo en su instinto le dice a Salvia que era mejor no probar su suerte.
La oruga se acomodó bien sobre su cabeza y pensó que ya no había nada que hacer, le tocaba aguantarse.
—¿A qué viene todo esto?
—Ya te lo dije aleja, las malas esencias de tu alrededor— Contestó señalando en la dirección de la que había venido —Te siguieron desde allá.
Salvia siguió la dirección del dedo con la mirada y se fijó que señalaba directamente en donde seguían aún los escorpiones llorando.
—¿Qué?— Ladeo confusa.
—Se que no los puedes ver, déjame ver si...— Dimir empezó a rebuscar su collarín grisáceo alrededor de su cuello, rascando y tratando de tomar algo, su mano se hundía al completo dentro de su mullido pelaje.
Le pareció algo gracioso, su mano desaparecía al completo, si metiera la cabeza quizás podría encontrar que ese collarín era un mundo en miniatura hecho de mullido pelaje blanco y gris y quien sabe que otras acogedoras suavidades.
—Ajá!— Exclamó sacando un pequeño amuleto en forma de collar de su pelaje.
Salvia salió de sus pensamientos con algo de vergüenza, por suerte la polilla no se dio cuenta de eso.
—Tómalo entre tus manos, este amuleto es una reliquia de mi pueblo, ya ha perdido casi todo su poder, pero con suerte su poder será suficiente para permitirte mirar a través del velo onírico.
Dimir puso frente a ella el amuleto, un disco de metal como los tantos que ya había visto antes, pero este se veía diferente en su fabricación, aunque Malvin le había contado cómo estos se creaban y le había mostrado un par de amuletos que parecían romper la regla de discos metálicos, este resultaba incluso especial entre todos ellos. En el centro podía distinguir una figura, parecía una gota invertida con un curioso desnivel en lo que parecía ser la cara del ídolo. Dos gemas opacas dentro del desnivel semejaban a unos ojos entrecerrados, con cierta ira opresiva. Por último, el ídolo estaba rodeado por un círculo amarillo que se conectaban a la gota mediante varias extremidades curvas que nacían de la figura central hasta el anillo, asemejando a un par de alas.
Al tocarlo no percibió un efecto especial como sí había sentido con su brújula, fue en su lugar algo más orgánico, una ampliación de sus sentidos fuera de cualquier duda.
Fue como recuperar la vista lentamente tras despertarse, veía difusamente indefinidas figuras carmesíes sobrevolando el cementerio, pero sobre todo, los espectros volaban sobre la cabeza de los escorpiones a los que se había acercado antes.
Un grupo de al menos cuatro figuras estaban girando alrededor de ellos desde la perspectiva de Salvia.
Sus oídos también se llenaban con susurros de los espectros, risas infantiles y alegres que sin embargo llevaban a cuestas un inconcebible tormento.
Salvia frotó sus ojos, se picó así misma incluso para comprobar que no estuviera alucinando. ¡¿Qué era eso?!
—No te asustes, solo si lo haces ellos comenzarán a perseguirte— Advirtió Dimir.
—Y-yo no estoy asustada. ¡Tú estás asustada!— Increpó la Mantis. Sin embargo sus antenas, gachas y postura hablaban por ella.
Sobre los Fantasmas, la cultura Mantis tenía cierta conciencia espiritual, a pesar de no creer en deidades, no negaban del todo lo místico, realizaban rituales para tener éxito en su cacerías, ceremonias rituales. No se cerraban por completo a lo místico pues consideraban que comiendo carne de sus parientes podían sumar las fuerzas de sus muertos con las suyas, pero no hablaban de fantasmas, después de todo si no puedes cazarlo ni pelear contra él, para qué preocuparse.
Pero ahora Salvia podía al menos discernir su figura, podía tener la certeza de que existían y en su cabeza solo podía repetirse la pregunta clave: ¿Como le pegas a un fantasma?
—No te alteres— Repitió, poniendo su palma sobre el hombro de la Mantis —Estos desagradables seres solo están aquí para cosechar los malos sentimientos de los insectos— Ambas miran con atención a la familia de escorpiones —Ellos, y me refiero a los escorpiones en general, son insectos con una percepción distinta del fallecimiento a la que podemos tener tu y yo, pues ellos no paran de crecer, cada año se hacen más y más grandes, pero su coraza no crece con ellos, mientras ellos crecen su coraza les empieza a quedar más y más pequeña, por lo que necesitan salir de su viejo caparazón para hacer crecer uno nuevo.
Una vez la mantis se calmó Adelaida volvió a los brazos de la polilla.
Dimir ilustró entonces este proceso juntando sus manos para representar un escorpión saliendo de su caparazón —Es así como se suele decir entre ellos que son inmortales— Ríe con un toque de ironía en su voz —nada más alejado de la realidad. Pero esa percepción los ha vuelto negadores del principio de la muerte.
Las manos de dimir se abren a sus lados para señalar a la mantis que mirará a su alrededor, todo ese gran cementerio es lo que intenta mostrarle — El antiguo imperio que fundó este valle fue fundado por Escorpiones, ellos sostuvieron la idea que los suyos eran absolutos, con el potencial de volverse fuerzas absolutas de la naturaleza, y sin embargo míralos a todos ellos aquí.
"Son unos tontos" afirmó en su cabeza Salvia, pero no con aires de superioridad. Si no que por vez primera había comprendido algo de lo que la polilla decía.
Era lo que Dimir intentaba mostrarle con el gesto que hizo, quería que viera tras de ella, todos los caparazones de escorpiones hundidos en la arena como viejos recuerdos de una verdad incuestionable, los escorpiones estaban ciegos a la verdad.
—Veo que lo entiendes— Contestó Dimir — ¿No crees que las cosas son lindas por que tienen un fin? Ser eterno está bien, pero al final es fácil perder el sentido de lo realmente importante, de aquellos con los que compartes el momento— Dimir mira justo debajo de ella y empieza a acariciar a su pequeña polilla con ternura, luego vuelve a mirar a Salvia, está de nuevo con una mirada perdida.
—¿Podemos volver a las preguntas sencillas?
—Jajaja, si si, pero antes déjame cuestionarte, entiendes el error de los escorpiones, pero ¿Y las mantis?
—¿Qué tienen las mantis? — Las garras de Salvia se cerraron casi de inmediato, una torre de rabia envolvió a Salvia con aquella pregunta, pues estaba segura de a donde iba a querer llegar la polilla con su insinuación.
—Ya puedes verlo tu misma, en este pequeño, apartado y minúsculo lugar del mundo hay insectos de todo tipo, todos ellos tan alejados de la violencia y rudeza del mundo mantis, sin embargo, viven felices, niños, adultos y viejos sonríen por las calles, cantando y compartiendo. Sus vidas no dependen de la necesidad de ser fuertes, y sin embargo ya te habrás dado cuenta que su fuerza no es de menospreciarse.
—¡NO, BASTA CÁLLATE!— Gritó la mantis.
—Callarme no te dará la razón Salvia, tienes que dis-
Salvia interrumpe con agresividad a la Polilla
—No puedes compararnos a ellos Dimir, vivimos a merced de este hostil ambiente, no hay lugar para el débil.
—Mhh— Dimir le lanza una mirada reprochadora a Salvia, negando con la cabeza, la mantis puede sentir incluso un ligero toque de decepción en los grises y entrecerrados ojos de la polilla —Dudo que lo tengas peor que los insectos aquí, ellos viven con los mismos problemas que tú, y sin embargo son prósperos por que no menosprecian a los débiles, cada uno aporta con lo que es bueno y talentoso y así aseguran que todos puedan vivir moderadamente bien.
Por mucho que ella lo quisiera negar, Dimir tenía un punto, esta ciudad no estaba asentada en un vasto Oasis como su tribu, las condiciones aquí debían ser diez veces peores para los insectos, sin embargo, en ningún momento se había sentido en riego de morir deshidratada, tampoco veía signos de desnutrición en ninguno de los habitantes de la ciudad. Aun así, la insinuación le hervía la sangre.
No estaba lista aún.
Con la habilidad de un profeta Dimir supo interpretar las emociones de la mantis, decidiendo que por hoy era suficiente.
—Bueno creo que me iré, es hora casi de bañar a mi querida Adelaida, nos vemos luego Salvia.
Salvia asintió viendo cómo Dimir daba media vuelta antes de caminar rumbo a la ciudad, sin embargo se detuvo a los tres pasos y volvió a darse vuelta.
En un rápido movimiento, tan sutil como el viento y tan ágil como el rayo, tres dagas luminosas aparecieron en la palma de su mano, y sin titubeos las lanzó en la dirección en la que estaba Salvia.
No hubo tiempo de parpadear, ni de reaccionar para la mantis, para cuando sus músculos habían reaccionado, las dagas desaparecieron por sobre su cabeza, inmediatamente sintió la liberación de una gran presión que no se había dado cuenta que había estado ahí, creyó ver algo rojo esfumarse en el aire, como polvos bajando y extinguiéndose por el aire con tanta sutileza que incluso con su buen ojo estaba teniendo problemas para notarlo.
—Disculpa, por eso, esas cosas son un mal augurio así que recuerda no tener pensamientos negativos— Dijo Dimir sonriendo ante la mirada pálida de Salvia.
—Recuérdalo— Movió uno de sus dedos de atrás para adelante como un gesto para que tuviera en cuenta sus palabras.
Hubiera hablado o gritado en ese momento por el inesperado ataque, pero desde un principio no había reaccionado pues pudo identificar que la trayectoria que trazaba el brazo de Dimir al lanzar esos dardos de luz no la apuntaban a ella, si no por encima, aún así la sorpresa había sido grande.
No quitaba que verla disparar en su dirección encendiera un par de alarmas de peligro.
Ahora que se había librado de la polilla quería visitar el último lugar de su interés desde que llegó ahí.
Salió del cementerio rumbo al norte, rumbo a la gran montaña verde que tanto llamaba la atención, casi incluso más que los propios gigantes, pues esta brillaba de un color verde intenso.
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