6. El Faro
https://youtu.be/m_CCQ1Ly6jU
La comida que probé en el restaurante fue una sorpresa agradable y nada como lo que había probado hasta ese momento. Carne de res asada en el exterior, rosada en el centro, muy suave y jugosa, acompañada de papas cortadas en bastones, crujientes y saladas. Joan eligió por mí y ella comió lo mismo. Mi interés por la comida humana se vio acrecido nuevamente.
Dana Joan pagó todo, y después, tal y como era el plan, me llevó lejos de la ciudad, por una cumbre empinada, todavía sin revelarme nuestro destino. Y cuando al fin detuvo el auto, en un sitio desierto de gente, me indicó bajar y caminar con ella.
Transitamos el resto del camino por un sendero en ascenso, conformado de roca erosionada de color oscuro. Al llegar a la cima, una gruesa barrera metálica delimitaba el camino, impidiendo el paso hacia lo que parecía ser una inmensa altura, solo a juzgar por el hecho de que al frente el paisaje se accidentaba de manera abrupta, dejando nada más que la vista del cielo. Un coro de rumores graves evocó en mí una escalofriante familiaridad, a la vez que me dio una ligera idea de a dónde nos estaba llevando, y el aroma salino que impregnaba el aire corroboró mis sospechas antes de que la visión del océano apareciera del otro lado, en toda su inmensidad.
Teñido de los mismos tonos opacos del cielo abovedado de nubes, y oculta la línea del horizonte por un espeso velo de bruma, el mar parecía fundirse al firmamento, conformando un todo gris e infinito.
Bajé la vista al pie del risco, del otro lado de la barrera, y mi estómago se estremeció de vértigos, los cuales adiviné propios de mi nueva naturaleza humana, pues nunca antes, al vuelo, me habían intimidado alturas similares, ni aun mayores. La caída era larga, y terminaba de forma abrupta en un roquerío negro y agudo, azotado por aguas embravecidas. Y mientras que el mar al frente descansaba en calma, abajo, las olas rompiendo contra el zócalo del peñasco suponían una amenaza pertinaz.
Un vago recuerdo asomó a mi memoria. Como un objeto olvidado al fondo de una caverna oscura e insondable, se hallaba perdido tan profundo que huía al alcance de la luz... pero su solo tacto en la oscuridad, a tientas y a ciegas, me resultaba conocido.
Sacudí la cabeza para evitar las imágenes, pero las solas sensaciones fueron vívidas. Una caída mortal; un terrible golpe contra los peñascos; el bramido furioso del océano... y un grito estremecedor.
—¿Qué es este lugar? —articulé con cautela— ¿Qué hemos venido a hacer aquí?
Dana Joan se acercó a la barrera y apoyó las manos sobre el metal perlado de humedad. Hice lo mismo, pero el frío me sorprendió y las retiré, asustado.
—Mira a tu alrededor, Philes —pidió—. ¿Ves algo que llame tu atención? Algo... que te parezca especial sobre este lugar.
Hice lo que me indicaba. No distinguí nada al principio; nada sino el mar, el cielo, y la roca oscura que conformaba el risco.
Pero entonces, capté algo a la distancia: erigido en un escollo en medio de las aguas, parcialmente oculto y desdibujado por la bruma, había una especie de alminar. Lucía viejo y derruido, la pintura que le cubría estaba opaca y erosionada, y parecía que años de ser embestido sin piedad por la fuerza de las olas le hubieran inclinado ligeramente.
No constituía ninguna clase de visión prodigiosa. Ni siquiera llamaba especialmente la atención, de modo que dudaba que fuera aquello lo que buscaba. No obstante, el tiempo que me detuve en él fue suficiente como para que Dana Joan se percatase de que lo miraba:
—Es el viejo faro. —Pasó a descansar en la baranda con los antebrazos—. Tiene más de cincuenta años. Ha servido tanto a grandes embarcaciones de carga y transporte como a pequeños botes de pesca desde que se construyó —me contó—. Sin embargo, nunca ha sido restaurado. —Le di un segundo vistazo. Eso era evidente. El tono de Joan se ensombreció de pronto—. Algún día... la luz dejará de funcionar. O se habrá debilitado tanto que colapsará con la próxima tormenta. Afortunadamente, nadie vive allí.
—¿Qué es lo que busco? —pregunté impaciente.
https://youtu.be/0_7jAxca3I0
—Ya lo has encontrado —indicó Joan. Pestañeé sin entender, y aguardé a que se explicase—. Mi padre y yo solíamos venir aquí todo el tiempo a contemplarlo. —Su expresión se volvió una mueca triste que escondió casi tan bien como solía esconder la mayoría de sus emociones, pero no lo suficientemente bien como para ocultarla de mí—. Eso era... cuando él todavía no enfermaba tanto como para no poder dejar el hospital. —Su voz era apenas audible por encima del rugido de las aguas, y el de las corrientes de aire agitándole los bucles castaños sobre la frente.
Me detuve en el faro por otro largo tiempo, intentando determinar qué clase de atractivo posaba, como para ameritar ir hasta ese lugar hostil con el simple propósito de admirarlo.
Joan lo contempló también. Creí notar que lo hizo con cierto tizne de cariño... y a la vez de dolor.
—Desde que mi padre ya no puede venir conmigo, me gusta venir aquí en soledad para poder pensar. Para recordar los tiempos en que él podía acompañarme. Y también... para recordarme a mí misma aquello que me dijo la primera vez que me trajo.
La escuché atentamente. Aunque aquel lugar inhóspito seguía sin parecerme especial, su padre sí que continuaba intrigándome.
—Mi padre dice que la fe de las personas es como un faro en la costa —inició, y guardé silencio, ansioso por el resto—. Cuando el sol brilla y todo está claro, lo pasamos por alto, o incluso olvidamos que está allí. Es solo cuando nos asola la oscuridad, nos ciega la niebla, o cuando azota la tormenta que buscamos con desesperación su luz en la penumbra, pues es lo único que nos guía y que evita que encallemos. Hasta ese momento permanece abandonado y olvidado —concluyó Joan—. A veces durante tanto tiempo que puede que para el momento en que llegamos a necesitarlo, ya se haya derruido y no emita luz alguna.
Reflexioné en sus palabras. Estas reafirmaron mi primera impresión acerca de Paul Edwards. Que era un hombre sabio. Quizá demasiado para su tiempo. Y pronto, este tiempo le perdería...
—Mi padre es pastor —reveló Dana Joan, y abrí los ojos con pasmo—. De una pequeña iglesia en el pueblo natal de mi familia y mío.
Por acto reflejo, lo alto de mi nariz se frunció con disgusto; un gesto nuevo que no recordaba haber aprendido. Saber que el hombre que antes me había parecido tan inteligente no solo formaba parte, sino que era una figura de autoridad religiosa menguó una gran parte de mi admiración por él, y la decepción me arrancó un suspiro nada disimulado.
Joan no pareció percatarse; estaba perdida en sus propias cavilaciones.
—No solo era un pastor muy querido por la comunidad, antes de tener que abandonar su cargo a causa de su salud. Es además un estudioso adepto, y un erudito de las escrituras. Aun cuando no compartimos doctrinas, nunca conocí a nadie con mayor comprensión de la espiritualidad que él.
Todavía poco impresionado, y omitiendo inferir en cuán arrogante me parecía por parte de los humanos tan siquiera afirmar poseer ese conocimiento, le permití continuar.
—Su faro es el dios que él conoce; de acuerdo a su propia interpretación del mismo. Estoy segura de que en él pensaba cuando lo dijo. —Apartó la vista del alminar y puso sus ojos castaños en los míos—. Pero para mí, cada quién posee un faro propio, de acuerdo a aquello en lo cual decide depositar su fe, y a su propio concepto de la luz. Para un niño pequeño es su madre. Para un cachorro es su amo. Para una gaviota perdida, es el aroma del mar —dijo, siguiendo con la mirada el trayecto de un ave en el cielo.
Aguardé a que continuase, pero no lo hizo. Se sumió en un silencio tan profundo y solemne, que sentí casi una blasfemia arrancarla del cual con mi siguiente pregunta. Mas, mi curiosidad fue mayor:
—¿Cuál es tu faro, Dana Joan?
Probablemente se lo esperaba, pues no reaccionó más que con un parpadeo lento. Aun así, lució conflictuada al momento de contestar.
—La verdad es que ya no lo sé con certeza. —Se humedeció los delgados labios con la punta de su lengua; un gesto que, sin saber por qué, me resultó inexplicablemente cautivador; y procedió a elaborar—: he pasado por periodos tan largos de oscuridad que llegué a creer que no tenía uno. Pero ahora, después de mucho tiempo a la deriva... finalmente puedo ver una pequeña chispa. —Viró para mirarme con una tristeza lánguida—. Y es esta pequeña oportunidad, Philes. Esta posibilidad, por mínima que sea... de que mi padre puede salvarse. Porque mi faro... es él.
Sus palabras me sobrecogieron profundamente.
Joan dejó escapar un suspiro sonoro:
—Lo lamento. Sigo presionándote al decir este tipo de cosas... Solo quería mostrarte este sitio y compartir contigo lo que mi padre me dijo.
—Descuida... —mascullé, fascinado por el momento en que volvió a humedecerse los labios.
La imité, y percibí sobre los míos cierto gusto a sal; aunque también los hallé resecados por la brisa marina, y el viento enfrió mi saliva sobre ellos, helándolos. Centré la mirada en los suyos, preguntándome si estarían fríos o si tendrían el mismo gusto.
—¿Qué hay de ti, Philes? —preguntó entonces, arrancándome de mi enajenación—. ¿Cuál es tu faro?
Empezaba a darme cuenta de que responder a las preguntas que se hacían a otros parecía constituir para los humanos alguna clase de protocolo social tácito, cimentado en la equidad. Y debía acostumbrarme pronto a esa regla, o me hallarían siempre desprevenido.
Pensé en una respuesta; mas... me costó más de lo imaginado hallar una.
Mi faro... No había uno realmente. Quizá lo había habido, hacía mucho tiempo... Pero me encontraba ahora desamparado en la penumbra, en medio de la tormenta; no porque se hubiese derrumbado, sino porque las mismas olas me habían empujado tan lejos que ya no podía ver la luz.
—La noche en que te encontré —prosiguió ella, sin oír mi respuesta—, antes de perder la conciencia, dijiste un nombre. Dijiste... «Zadkiel».
Sufrí un escalofrío. Le clavé la vista y ella entornó la suya con escrutinio:
https://youtu.be/MjF4o7kAFxU
—Zadkiel es el nombre de un ángel, ¿no es así? Uno de los siete arcángeles. «La piedad de Dios»; quien detuvo la mano de Abraham antes de que asesinase a su propio hijo. Esto lo sé por mi padre.
Me petrifiqué, acorralado.
«Los Siete». Llevaba tiempo sin pensar en ellos. La rabia, a la vez que el miedo, me asolaron al recordar sus caras. Una de ellas, en particular...
Asentí, acorralado, y ella pareció autocomplaciente.
—Hermoso nombre; aunque algo pretencioso para una persona. —No pude tomarme a mal sus palabras; pues tenía razón—. ¿Es alguien a quién extrañes? Quizá... alguien que ya no está junto a ti.
Respiré más aliviado. De la mano con creerse dueños de la verdad en cuanto a todo lo que respectaba a nosotros, siempre me había parecido soberbio de parte de los humanos a la hora de obsequiar a sus vástagos, mortales insignificantes, con nombres de seres etéreos.
Pero fue en parte gracias a ello que pude salvaguardar mi secreto.
—Es correcto —acepté.
Joan distendió más su sonrisa triste. Todavía me resultaba desconcertante el modo en que las emociones humanas más dispares podían mezclarse entre sí para crear otras increíblemente complejas. Seres como nosotros no podían concebir más que una a la vez. A excepción de uno de nosotros.
Ella adoptó una postura algo más relajada.
—¿Qué pasó con esa persona? No tienes que responder si no quieres.
Una corriente mortalmente helada me cruzó el pecho de parte a parte; tan intensa que me provocó encogerme sobre mí mismo y asir mis propios brazos, tembloroso y presa de un dolor excruciante.
Tras ver mi reacción Joan titubeó, perpleja.
—Lo-lo siento; no debí-...
—Esa persona me abandonó —admití—. Más bien, me apartó de su lado.
Sus labios se entreabrieron con pena.
—¿Por qué? —susurró—. Insisto: no tienes que responder si no quieres. Pero si necesitas contarlo a alguien... aquí estoy.
Pensar en ello otra vez me dolió incluso más que su solo recuerdo.
—Nunca... me dijo el motivo.
Dana Joan se quedó en silencio, como si me permitiese unos momentos de duelo, o de reconciliación; aunque ese duelo no sería jamás superado, ni podría reconciliarme nunca con esa idea.
—Lo lamento —dijo al final de nuestro silencio.
Y, de algún modo curioso, el tono afable de su voz me reconfortó.
—Ustedes dos... lucen similares. Les confundí esa noche. —Me costó menos confesar aquello que lo que hubiese creído, quizá debido a lo distraído que estaba. O quizá se debiera a la confianza que ella misma había depositado en mí en esos días, confiándome partes de su propia vida y su persona.
—¿Es por eso... que no te agrada mirarme a la cara?
Me arredré, avergonzado. De manera que había sido tan evidente como para que ella lo notase... No obstante, aludir al asunto fue como abrir una puerta que antes se hallase trancada, y la contemplé por primera vez abiertamente, repasando con cuidado todos los rasgos de su rostro.
Aun cuando con su aspecto mortal no podría compararse a la belleza etérea de Zadkiel, «La piedad», Dana Joan era bonita, a su modo. Ordinaria y un poco sosa, como cualquier otro ser humano... pero agradable a la vista.
Pareció incomodada por la insistencia de mi mirada sobre ella. Era otra cosa que comenzaba a notar que sobrecogía a los humanos.
—... ¿Qué? —quiso saber.
—Tal vez no se parezcan en lo absoluto.
Torció una media-sonrisa suspicaz.
—¿Debería tomarme eso como un halago o un insulto? ¿Ella era bonita?
—«Ella»... —repetí para mí mismo, y lo consideré.
Durante mis primeros años conviviendo con seres humanos, había batallado a la hora de comprender del todo los conceptos de «macho» y «hembra», y algunas cosas escapaban todavía a mi completo entendimiento; en especial dado el afán del ser humano por asignar normas y estatutos estrictos para cada uno. Aún me resultaba imposible memorizarlos todos.
Sin embargo, poseía una vaga noción. Y aunque debido a nuestra naturaleza no podía considerarse un «él» ni un «ella», basados en los criterios humanos de cada cual, con su aura, cualidades y atributos Zadkiel bien podría caer bajo la segunda clasificación, o al menos aproximarse bastante. Por demás, resultaría mucho menos engorroso dejar que Joan asumiera aquello.
—Ella era... —Callé, y emití un suspiro. ¿Cómo empezar a describirle?—. Hermosa.
—Un insulto entonces —se rio Dana Joan, aunque parecía incómoda.
—Tú también lo eres, aunque de un modo diferente. Me refería a su personalidad.
https://youtu.be/AMmQVyJrXfE
Mi atención estaba del todo en su recuerdo; así que no me percaté de que era observado sino hasta que el silencio se hizo evidente, y al virar encontré a Joan mirándome fijamente por el rabillo de los ojos. Me apartó la vista en cuanto la intercepté con la mía e hizo un sonido áspero con la garganta.
—B-bueno, ¿y... además de ella? —se apresuró— ¿Hay... alguien más en tu vida?
Fruncí el ceño y me incliné sobre la baranda, en torno al precipicio. Permanecí así poco tiempo antes de que Joan situase una mano protectora sobre mi hombro y me advirtiese del peligro, con lo cual me recordó que si caía, mis alas no podrían salvarme.
Ceñí con fuerza los dedos en torno a la baranda.
—Me abandonó también —admití con amargura—. Aunque vuelve a veces, solo para atormentarme.
—Ah, entiendo —dijo ella. Yo albergaba mis dudas—. Así que el clásico ex que vuelve.
—... ¿«Ex»?
—¿Ella tampoco te dio un motivo?
—«Él» —corregí. En su caso, al menos eso tenía claro. Los ojos de Joan se agrandaron con sorpresa—. Y no. No lo hizo.
Se hizo otro silencio. No era que me molestasen; entre Lucifer y yo los había a menudo; y desde luego había otras ocasiones en que era imposible hacerle cerrar la boca. Pero para los humanos, el silencio parecía tener toda clase de connotaciones negativas. Lo eludían siempre que pudieran, al igual que las miradas fijas. Y, como si fuera una enfermedad altamente contagiosa, empezaba a contaminarme rápidamente de sus estigmas, pues por primera vez en toda mi existencia, me hizo sentir inquieto.
—¿He dicho algo inapropiado?
—Nada. Es solo que... tienes una vida amorosa mucho más interesante que la mía —levantó las cejas y yo la observé sin entender—. En fin, lamento tu situación. Y lamento si te hice recordar cosas desagradables. Si yo dejara a una persona, al menos le explicaría la razón.
Suspiré. En el caso de Zadkiel, había pasado milenios cuestionándomelo. En cuanto a Lucifer... él había sido bastante directo en sus razones, aunque aún no del todo en su propósito, y eso era ligeramente peor...
—Quizás... el problema soy yo. Después de todo, yo soy... —luché para hallar el término.
—Eres el común denominador. —Joan dejó escapar una risa, y luego se contuvo, quizá en vista de que yo no lo hacía—. Lo siento. En fin, es muy maduro de tu parte verlo de esa manera. Esperemos que ese no sea el caso.
https://youtu.be/xF_uSdOOjCU
Luego, tras otra larga pausa, su mano fría se posó sobre el dorso de la mía.
La contemplé un momento y después a Joan; desconcertado por su repentino gesto.
—Gracias, Philes. Por confiarme todo esto... Significa mucho.
La observé por un tiempo breve, antes de que su intensa mirada castaña me abrumase, y volviera a bajar los ojos a su mano sobre mi dorso.
Era tan delgada y frágil en comparación a la mía... ¿Así habían lucido mis manos alguna vez, con respecto a las de Zadkiel? ¿O en comparación con las de Lucifer? Hacía mucho tiempo atrás... antes de adquirir mi naturaleza demoniaca, junto con mi nueva identidad, cuando conservaba mi esencia etérea. Cuando mi forma era diferente, y poseía otro nombre...
—¿Listo para volver a casa? —preguntó Joan, de pronto.
—A casa... —mascullé. Desde luego que ella no se refería al primer lugar que vino a mi mente. Ni tampoco al segundo... Pensé en lo más parecido a ello en la tierra. En la seguridad de un techo, el pan crujiente y en la cama que cada noche me parecía menos incómoda—. Eso... estaría bien.
Entonces, quizá más llevado por el deseo de retribuirle que por cualquier otro motivo, le devolví lo más parecido que pude replicar a una sonrisa como la suya, pero resultó ser más sincera de lo que esperaba.
Y fue allí, de la nada, que percibí algo. Una emoción humana que hasta ahora me resultaba completamente nueva de experimentar como tal, si bien la conocía: dicha. Mas no era la mía; provenía de ella, y era transmitida a mí a través de su tacto. Dicha genuina; aun si su rostro estaba repleto de otros matices que no eran alegres.
Pensaba que había perdido mis poderes. Desde luego nunca había necesitado del tacto para emplearlos, pero esto lo cambiaba todo. ¿O quizá se trataba de una habilidad inherente de los humanos?
Joan retiró su mano de la mía antes de que pudiese hacer más conjeturas respecto a lo ocurrido; determinar un cómo o un porqué. Me indicó con un gesto seguirla, y, todavía perplejo, lo hice de forma refleja.
Antes de alejarnos del todo de la baranda de contención, eché otro vistazo al paisaje. El cielo empezaba a perder claridad y a teñirse de rojos y violetas opacos. Miré por última vez el viejo faro. Si ya resultaba insignificante en la claridad, cuando la noche cayese por completo, se perdería del todo en la penumbra.
https://youtu.be/gbTuAYTwpjg
Sin embargo, antes de terminar de dar la vuelta, un agudo resplandor, provenido de lo alto del faro, se abrió paso entre la bruma marina y los colores deslavados de la tarde. Me paralicé, fascinado por el espectáculo que ofrecía. El viejo y descolorido alminar era ahora un punto resplandeciente de colores vívidos y formas nítidas en las tinieblas. Incandescente como el primer lucero en el cielo del crepúsculo.
—Lo han encendido pronto esta noche —comentó Joan, y reanudó la marcha tras mirarlo brevemente, aun cuando yo no me vi capaz de apartar la vista sino hasta que ella se alejó lo suficiente como para que tuviese que darle alcance en un trote.
***
El camino de regreso al auto fue silencioso, salvo el rumor de las olas a nuestras espaldas, el silbido de los vientos, y el canto solitario de algún grillo; una de las primeras criaturas que llamaron mi atención en mis iniciales visitas a la tierra; aunque por ese entonces esa criatura no poseía un nombre, ni lo tendría hasta después de varios milenios más.
«—¿Qué es lo que emite ese lamento tan triste?
—Un animal.
—¿En dónde está? —dije, peinando los alrededores del infinito campo de hierba yerma sobre la cual nos tendimos a descansar aquella tranquila noche; sin hallar nada—. No puedo verlo.
—Es diminuto.
—Pero llora tan alto...
—Es porque está solo. —Antes de que pudiera apenarme por él, sin abandonar su posición, lánguido sobre sus alas blancas desplegadas, Lucifer añadió—: déjalo. Deja que se lamente de su soledad, pues si cesa de hacerlo es que ha encontrado a otro como él. Y en tal caso, le matará a sangre fría. No te aflijas, mi pequeña ave negra; y no sufras por él. —Acarició mi gesto perplejo con dedos tiernos—. La naturaleza así es.»
No había más autos alrededor que el de Joan; tal parecía que aquel sitio estaba normalmente desolado, salvo por las visitas esporádicas de ella. ¿Era acaso la única en acudir allí? La única persona en esa ciudad capaz de encontrar belleza y un significado especial en un sitio como aquel... Como Lucifer, a sus mustios dominios...
—Hace frío —observó Joan, y frotó sus brazos.
Si bien Dametri no parecía ser precisamente el mejor referente humano, al menos había pasado más tiempo en la tierra que yo; y confiaba en que sus enseñanzas no fueran del todo erradas.
Recordé nuestro breve paseo de noche por la ciudad. Y luego, mi memoria viajó mucho tiempo más atrás. Al recuerdo de un ala colosal de color gris; mustia, pero tibia... Y su peso y su calor sobre las mías, heladas y exhaustas.
Si los humanos poseían un equivalente, ese tenía que ser.
Me quité el abrigo prestado del padre de Joan y lo puse sobre los hombros de ella. Esta alzó el rostro y me contempló absorta unos instantes, al punto en que intuí, por su reacción, que había hecho algo incorrecto.
—Lo lamento. Yo pensé-...
—No, no; es solo —titubeó ella—... que mi papá solía hacer eso. Por un momento fue... como si estuviese aquí con él otra vez. —Se cerró la chaqueta sobre el pecho, y percibí que olía discretamente una de las solapas del cuello de la misma, con la mirada perdida—. Gracias...
¿Llevaba esta todavía el olor de su padre? Aunque, desde luego que debía de haber cambiado mucho respecto al que llevaba actualmente impregnado en la piel, a enfermedad y declive...
Aún así, su gesto triste y su cuerpo encogido dentro la chaqueta holgada dotaban su aspecto de una vulnerabilidad y fragilidad tales, que despertaron en mí un sentimiento extraño. Una urgencia exasperante; como si su dolor demandase de mí un remedio el cual no podía darle, pues lo desconocía.
Al llegar al auto, Joan presionó un botón del mando a distancia que usaba para abrir y cerrar los seguros del cual, y los pestillos chasquearon. Después nos separamos para entrar cada uno por su puerta correspondiente.
https://youtu.be/NQmclZDZ0xk
Sin embargo, antes de que pudiera abrir la mía, noté que ella se detenía sobre sus pasos y que luego retrocedía lentamente, lejos de la suya. Entonces, una persona emergió del otro lado del vehículo y avanzó en pos de ella.
—No temas, señorita.
Su voz, o su mera presencia me transmitieron un escalofrío. Y enseguida entendí por qué, en cuanto lo que parecía ser un hombre humano ordinario, con una sombra oscura de cabello rapado y una barba incipiente que enmarcaba una sonrisa mordaz, habló en una lengua distinta:
—«Estás lejos de tu palacio, príncipe.» —No era dialecto angelical, sino una versión rudimentaria y áspera del mismo, distorsionada a través de los eones. Una que yo entendía a la perfección.
Joan entornó los ojos. Lo que para nosotros era la lengua común, para ella no debía sonar sino como disparates seseantes y graves.
—«¿Qué les ocurrió a tus bellas alas negras, mirlo?»
—«Cercenadas» —dijo otra voz.
—«Y dejado para morir a merced de los gatos.»
No vi de dónde salieron los otros dos; uno por mis espaldas, alto y corpulento, y otro más por mi costado contrario al de Joan, algo más bajo y delgado, con aspecto nervioso y huidizo.
Los tres eran jóvenes; o al menos sus vehículos carnales lo eran. Por lo demás, estaban frescos y lucían fuertes. Con mi actual fuerza humana no sería nunca rival para los tres. Evidentemente habían sido elegidos precisamente para esta noche.
Sus intenciones me eran claras. Dametri me lo había advertido. Lucifer me lo había confirmado. Y Gael... fue el primero en preverlo.
—«Pobrecillo mirlo...»
—«¿Perdiste la lengua, junto con las alas?»
—«¿Qué ofensa habrás perpetrado, para poner sobre ti el mismo castigo porque él todavía gime?»
El círculo en torno a nosotros se cerraba peligrosamente.
Me hallé en un dilema. Si respondía en el mismo dialecto, lo mismo que si hablaba en cualquier otra lengua humana, Joan adivinaría que estaba involucrado con ellos. Pero si hablaba en la misma lengua de ella, no sabía el calibre de cosas que un demonio descuidado podría revelarle. Corría en cotejo riesgos similares.
El más próximo a Joan no cesó de avanzar, ni ella de retroceder hasta detenerse junto a mí. Me interpuse en el camino de aquel, posicionándome en frente de ella, y la percibí engancharse a uno de mis brazos.
—Philes... —masculló en un aliento tembloroso.
—¿Qué es lo que quieren? —Formulé la pregunta más inofensiva en la que pude pensar.
—Posees algo valioso, mi señor —dijo aquel a nuestras espaldas, dando un paso precipitado. Me moví en la dirección opuesta, empujando a Joan detrás de mí. Pero estábamos sitiados por completo.
Por el rabillo del ojo la vi hurgar en su ropa, y cuando extendió su mano temblorosa sujetaba en ella su billetera y su teléfono móvil.
—Llévenselos —espetó—. Y déjennos en paz. —Arrojó ambos con rabia a los pies del más próximo a nosotros, y luego vi que hacía el afán de tomar las llaves de su auto de su bolsillo trasero.
https://youtu.be/GTU3zCA5f3M
El trío de demonios se echó a reír. Risas roncas y susurrantes.
—«Curiosas criaturas, los seres humanos» —habló el primero, el de la cabeza rapada, en nuestra lengua—. «¿Qué tanto afecto albergas por esta? Si complace a mi señor, podemos prescindir de ella rápidamente. Ni siquiera lo verá venir».
—Dana Joan —mascullé—. Sube al auto y vete.
Sentí sus dedos cerrarse más firmemente en torno a mi brazo.
—¡Pero qué dices! —jadeó.
—Hazlo. No te seguirán.
—«Pareces muy seguro de ello, mi señor».
—¿En qué idioma están hablando? —articuló Joan, en un hilo de voz.
No tenía alternativa. Si estaban allí por el motivo que adivinaba, no tenía caso seguir ocultando mi identidad. Pronto ya no tendría una identidad que ocultar.
Pero Joan no tenía por qué sufrir el mismo destino.
—«La mujer no es importante». —Aquella me clavó la mirada, ojiplática al oírme hablar en el mismo dialecto—. «Déjenla marchar».
—«Si tan irrelevante es su vida, lo mismo dará su muerte».
—«Asesinar a un ser humano está prohibido» —les recordé, como último recurso.
—«Querrás decir para los ángeles está prohibido. ¿Te consideras un ángel aún, mi señor»?
Procuré no dejarme amedrentar por sus palabras. Desde luego que ya no contemplaba nada similar. Fue el hecho de que creyera que podía herirme con ello lo que consiguió enfurecerme.
—«No hace falta serlo para enfrentar la ira de "Los Siete". Tomar la vida de un ser humano va contra su ley más terminante.
Sufrí un estremecimiento con el recuerdo que siempre me suscitaba su mención. Ojos como dos llamaradas en la penumbra; su sonrisa cruel a través de un velo de plumas ensangrentadas...
Percibí que dudaban, pero camuflaban su temor con más befas:
—¿«Y quién se los contará»? ¿«Tú, mi señor»? —interpeló el de cabeza rapada—. ¿«Traicionarás a los tuyos, así como Gael'imer te traicionó»?
Procuré no mostrarles cuánto me dolió esa revelación.
—«Eso creí»... —celebró, satisfecho.
Guardé silencio, viendo que no tenía objeto. ¿Cuándo se habían vuelto los demonios tan temerarios?
Entre tanto, me apremiaba algo más urgente. Vi en su postura, presta a abalanzarse, que no estaban dispuestos a esperar por mucho tiempo más. Los demonios no eran seres pacientes. Y yo tampoco lo era.
Yo no era el ángel más fuerte, ni el más experimentado en la batalla respecto a otros como yo; pero un demonio ordinario no era nada comparado a mi fuerza; y menos limitado por el cuerpo pesado y los órganos frágiles de un ser humano. No obstante, ahora yo también me hallaba condicionado por las mismas limitaciones. Sin considerar que ellos eran tres, y yo uno solo, y por demás, inexperto en cuanto a las reducidas capacidades de esta nueva forma.
Pero recordaba al menos cómo luchar.
—Dana Joan —dije entre dientes—. Corre.
https://youtu.be/SXgr0CPDWbY
Y de un empujón la aparté lejos, antes de que el más impaciente de ellos arremetiese contra nosotros.
Me moví para evitar el golpe, y por mi parte lancé otro que acertó a mi objetivo en el centro del abdomen, enviándolo a volar y luego a rodar por espacio de varios metros, lejos de nosotros.
Joan exclamó un grito y se arredró en su lugar junto al auto, con las manos contra el rostro. Yo observé mi mano aún empuñada. El golpe me ardía en los nudillos, transmitiéndoles un pulso doloroso, pero los tejidos no parecían afectados. Pude estirar los dedos y moverlos con normalidad. No tuve tiempo de averiguar qué había ocurrido, pues el de cabeza rapada vino justo después y arremetió en mi dirección. Luchamos por un lapso breve, lanzando y esquivando golpes con las manos en garras, agazapados y emitiendo gruñidos como dos animales salvajes. Cansado de las evasivas, mi oponente me embistió. Yo asenté los pies en el suelo, flexionando las piernas para ganar equilibrio, y en el instante en que rodeó mi cintura para abatirme, rodeé a mi vez la suya y me serví del momentum de su carrera para levantarlo por los aires y luego arrojarlo contra el piso, sobre las espaldas, con un golpe seco y desagradable. Aunque me igualaba en estatura, resultó inesperadamente ligero. Me asombré al mismo tiempo en que lo hizo Joan, quien jadeó, ahogando otro grito, cuando este cayó laxo a sus pies.
Yo me hallaba igual de desconcertado. ¿Un humano poseía esa fuerza? Estaba seguro de que no.
Distraído e intrigado por el origen de aquellos despliegues antinaturales de poder, no presté atención suficiente, y dos brazos se enroscaron alrededor de los míos, torciéndomelos tras la espalda. Se trataba del más grande. Y al momento de intentar librarme de su agarre, un duro puñetazo del de cabeza rapada me acometió por el frente, en el centro del estómago. Aquel al que había abatido primero ya estaba en pie nuevamente y se tambaleaba en nuestra dirección.
El de cabeza rapada preparó un segundo golpe, pero este jamás llegó, pues a mitad del afán, paró en seco y convulsionó, temblando y agitándose con pupilas desorbitadas. Oí un curioso zumbido, y distinguí junto a él a Dana Joan, hincándole algo en la garganta que no pude ver.
Cuando el hombre frente a mí se desplomó sobre una rodilla, Joan retrocedió trastabillando. Sostenía en la mano un artilugio el cual emitía chasquidos y chispas azuladas.
—Perra... —siseó el demonio de aspecto nervioso.
Joan viró en torno a él y se mantuvo firme y lista para atacar otra vez, a pesar de que temblaba aterrada. No obstante, aquel abatido en el piso se incorporaba ya, a espaldas de ella.
—¡Detrás de ti! —le advertí, luchando contra mi captor, pero era demasiado fuerte.
Joan reaccionó, atacando otra vez con el artilugio, pero aquel fue más rápido y atrapó su brazo, torciéndoselo al punto de provocarle un grito para obligarla a soltar su arma. Sin soltarla, la arrojó contra su propio auto. Joan resbaló por la parte frontal y rodó por un costado. Y al aterrizar, recuperando apenas el equilibrio, corrió intentando alcanzar la puerta para huir.
No obstante, en el lapso de un parpadeo, su perseguidor la alcanzó. Situó su mano contra uno de los costados de su cabeza y la azotó contra la ventanilla.
Sobre el cristal quedó la impresión de su cabeza en la forma de una telaraña, y Joan se desplomó lánguida sobre la piedra húmeda.
Me debatía en la presa del que me sujetaba por las espaldas cuando una terrible sensación, como si algo sacudiese violentamente cada músculo de mi cuerpo, drenó todas mis fuerzas.
Noté entonces, al momento en que se detuvo, que el demonio que poseía al vehículo más joven se había apoderado del arma de Joan.
—«Perra mil veces maldita»...—se carcajeó, emocionado.
Al accionarlo, del espacio entre dos piezas similares a pinzas como las de un insecto, emergieron las mismas chispas azuladas de antes.
Vi una intención clara en su mirada en cuanto clavó sus ojos en los míos. Y justo después, incrustó el instrumento en mi pecho, provocándome las mismas terribles corrientes de antes, entre chasquidos y zumbidos.
https://youtu.be/P5Kopw_y9DI
Los tres se rieron eufóricos al comprender el funcionamiento del artilugio; a la vez que su potencial. Y el ataque se repitió.
Entendí en ese momento que no me matarían. Ninguna clase de ente podía poseer un cuerpo sin vida, y no podían hacerse con él en mi estado actual. Primero habrían de debilitarme lo suficiente, y habían hallado la forma perfecta de hacerlo sin deteriorar demasiado mi cascarón humano.
El de cabeza rapada cambió de lugar con el más alto, viendo que ya no haría falta demasiada fuerza para contenerme, y entonces su diversión comenzó.
Los ataques llegaron uno detrás del otro, a cada cual más largo y tortuoso que el anterior, aplicado a distintas partes de mi cuerpo, para ver cuál suscitaba la reacción más satisfactoria; comenzando en cada una de mis cuatro extremidades; desplazándose a ambos lados de mi pecho, en las dos zonas más tiernas del mismo, provocando que me torciera hacia un lado y al otro intentando evitar las pinzas; luego sobre mi cuello; en el centro de mi abdomen; y finalmente en el área entre mis piernas, la cual resultó ser la más dolorosa y agonizante entre todas, provocándome dar jadeos ahogados, doblado a la mitad.
Aquella se convirtió por supuesto en su parte predilecta. Ante mis gritos y espasmos, los demonios reían y se arrebataban entre ellos el juguete para reclamar su turno de utilizarlo en mí, cada vez con más saña.
A mis espaldas, el de cabeza rapada, quien me sostenía todavía por los brazos, reía también conforme mi cuerpo iba perdiendo fuerza, y mis rodillas se doblaban más y más bajo el peso del mismo.
Una vez caí lánguido contra él, en pie solo gracias a sus brazos alrededor de los míos, la tortura se detuvo por un precioso instante.
—«Mira» —me indicó—. «Mira por ti mismo cómo Los Siete han abandonado a esta humanidad; igual que Él lo hizo». —Y entonces, alzando la vista, dio su siguiente orden a sus secuaces—. «Maten a la mujer».
Dos sonrisas brillaron en la penumbra, y el objetivo de los demonios cambió. Joan permanecía inmóvil sobre el suelo frío, ignorante a su destino.
Y conforme se desplazaban para cumplir la orden, el demonio detrás de mí apoyó de pronto su mentón sobre mi hombro para susurrarme al oído:
—«Mira atentamente, Mirlo».
Y en el momento en que su piel tocó la mía, lo sentí. La misma sensación de antes, con el tacto de Joan; más lo que me transmitió fue un sentimiento muy diferente; o varios combinados.
Unas ansias férvidas y desesperantes. Aguardaba por algo. Algo que era inminente y de lo cual sólo él parecía estar al tanto. El ardor de su impaciencia transmitía a su cuerpo un trémulo casi convulso. Entonces lo comprendí. Y sus intenciones aparecieron descubiertas ante mí como a través de un velo transparente, tal cual antes lo habían estado las emociones de Joan.
—«Tus sirvientes están distraídos» —dije a aquel a mis espaldas— «¿Vas a apoderarte de mí ahora, o esperarás a que maten a la mujer, y que Quien Como Él los extermine por ti»?
Los otros dos pararon en seco sobre sus pasos, y viraron lentamente en nuestra dirección, arrojando sobre mí y sobre él miradas como dardos envenenados.
La pausa se prolongó, y solo prevaleció el rumor de las olas y el gemido del viento. Supe por la expresión en sus facciones, cuando pasaron de torcerse confusas a crisparse al unísono llenas de rabia conforme se arrojaban miradas entre sí y sobre nosotros, que o bien había conseguido mi objetivo, o sólo haría que me matasen más rápido.
Ocurrió lo primero.
—¡¡«Maldito»!! —vociferó el más joven de ellos, y saltó sobre nosotros, derribándonos al piso.
Conforme los demonios batallaban aproveché para soltarme y rodar a un costado, fuera del pandemónium que había ocasionado. Me escabullí a espaldas del más joven, aún enloquecido de ira, sujeté su cabeza, y de un movimiento limpio rodé su cráneo sobre las vértebras de su cuello, ocasionando un crujido.
https://youtu.be/U7mwcn8njt4
Libre del primero de sus esbirros vuelto contra él, el cual se desplomó sin vida entre nosotros, me alejé de los dos restantes en un salto hacia atrás, poniéndome fuera del alcance de ambos.
Todo quedó otra vez en silencio, y, desde nuestra posición, los tres nos contemplamos atentos a los movimientos de cualquiera de los otros.
Yo jadeaba todavía, con dificultades en mantener firmes las piernas débiles; pero aunque persistía la sensación de hormigueo por todo mi cuerpo, al menos comenzaban a ceder los temblores.
—«Muy astuto» —reconoció el cabecilla.
—«Casi tanto como tú» —dijo el otro a mi lado contrario, pero dirigiéndose a su caudillo. Yo permanecí quieto entre los dos, incapaz de anticipar qué ocurriría a continuación—. ¿«Así que creíste que podías engañarnos a ambos? Manipularnos y dejarnos para morir a manos de esas escorias aladas, después de ayudarte a cazar al mirlo».
—«No lo escuches» —siseó aquel—. «Quien Como Él ya no se involucra con los seres humanos. No seas un necio... No sea que acabes igual que este» —arrojó un gesto al que se hallaba ya abatido, inmóvil en el centro, a nuestros pies—. «Los tres podríamos haber reclamado un cuerpo propio».
—«¿Cómo?, él es uno y nosotros, tres. Bueno, ahora dos. Aun así, me parece a mí que las matemáticas nunca cuadraron».
—¿«Crees que La Estrella de la Mañana le ha dejado solo en verdad? A su precioso príncipe... Si pudo crear este cuerpo, puede hacer otros. Solo necesita el incentivo correcto, y aquí le tenemos, en nuestras manos».
Vi la resolución del otro flaquear y empezar a dudar. Por un lado, era peligrosamente crédulo. Por el otro, eso suponía una ventaja, si sabía aprovecharla.
—«Tiene razón; tendrías a mejor escucharlo a él» —secundé yo—. «Así no lo verás venir cuando decida aniquilarte para tomar este cuerpo para sí mismo, después de engañarte como ya hizo una vez. La muerte llegará pacíficamente».
La mirada de aquel voló de mí, de regreso a su cabecilla.
—«Miente» —farfulló aquel, con furia—. «Yo no te traicionaría. No lo hubiese hecho con ninguno de los dos».
—«Al igual que Gael'imer no me hubiese traicionado» —disentí—. «Gael, ese perro obediente. A mí, su señor. ¿Qué tan factible es para un demonio confiar en otro?»
—«Silencio» —siseó el de cabeza rapada. Sus ojos habían abandonado toda humanidad. Se hallaban inyectados en sangre; pupilas negras como pozos.
El otro, el corpulento, aún dudaba, balanceándose sobre los talones, sin saber contra cuál de los dos arremeter. Vi mi oportunidad.
—«Vuelvan por dónde han venido, y tal vez perdone su osadía. Pero nuestro soberano no es tan benevolente». —La vista del más grande voló al chiquillo desfallecido en el suelo. Me valí del escenario que ofrecía, aunado al miedo que podía ver en sus ojos, para instalar una imagen vívida en su cabeza—. «La Estrella de la Mañana no perdona tan fácilmente. Si precisan saberlo, toda mi ofensa fue hablar demás e irritarlo. Si esto hizo conmigo, ¿qué no haría a dos demonios corrientes? ¿Cuál será el castigo por intentar manipularlo?»
—«No se atreverá a volverse contra nosotros si la vida de su avecilla peligra» —se apresuró el otro. Había cierta urgencia en su tono; parecía desesperado por convencerse él mismo de ello.
—«Cuyas alas cercenó y dejó para morir a merced de los gatos» —le recordé sus propias palabras—. «¿Qué tan valiosa creen que le sea la vida de un sirviente al que optó por abandonar a su suerte sin dudarlo, al lado del orgullo el cual le llevó a desafiar al mismo Hacedor, y que nos trajo hasta aquí? ¿Quieren tomar el riesgo de averiguarlo?» —los insté—. «Adelante. A mí también me gustaría saberlo».
No vi al primero acercarse. No me percaté de que estaba a mi lado, sino hasta sentir el calor de su aliento sobre el oído cuando habló, con los labios casi pegados a mi oreja, al tiempo en que su mano serpenteaba por mi cuello hasta afianzar mi quijada.
—«Debió cortarte también la lengua» —siseó cerca de mi oído—. «Tal vez yo lo haga... Es la última parte de ti que me interesa».
—«Hazlo». —Y, por mi parte giré el rostro hacia uno de los costados del suyo y le susurré también, cerca del oído—. «Dale mis saludos a Satán»...
El segundo secuaz retrocedió abruptamente dos pasos, apartando de inmediato de mí la atención del primero.
—«¿Qué demonios crees que haces?» —espetó su líder.
—«Si quieres averiguarlo, adelante. Yo no». —Acompañó sus palabras atropelladas con meneos frenéticos de su cabeza conforme retrocedía—. «No; yo no. ¡No moriré entre las fauces de Satán!».
—«¡¡Inútil pedazo de mierda!!» —rugió el de cabeza rapada.
Una vez se largó y nos quedamos solos, aquel todavía resollaba, ahogando cualquier otro sonido en mi oído.
—«Al parecer te han abandonado también» —me mofé.
Toda anterior disposición de luchar del que quedaba en pie pareció evaporarse al hallarse solo. Percibí que la fuerza ejercida de su mano alrededor de mi cuello cedía, aunque no del todo. Antes de soltarme por completo me advirtió, ronroneando con los labios pegados a mi oído, transmitiéndole su humedad caliente:
—«No me costará encontrar otros aliados... ¿Los tienes tú, pajarillo? ¿Existe alguien quién no te haya abandonado a ti?» —La frialdad de sus palabras me atravesó como cuchillas—. «Esta no será la última vez que nos veamos, dulce príncipe»...
Y entonces, tras soltarme y apartarse de mí, tal y como había hecho el otro, desapareció entre la penumbra con dirección desconocida, dejándome solo junto al cadáver de su compañero caído.
Apaleado y exhausto, esperé solo el tiempo suficiente para regresar con Joan y arrodillarme junto a ella para verificar su estado. Laxa junto a la llanta de su coche la creí muerta al principio, pero el vaivén suave de su pecho me indicó que respiraba todavía.
Con un brazo debajo de sus rodillas y el otro tras sus hombros la levanté del suelo y di un rodeo hasta el asiento del copiloto.
Allí, me las arreglé para abrir la puerta y depositarla dentro. Ante la claridad que derramó fugazmente sobre ella uno de los haces giratorios del faro entre las olas, pude ver la herida al costado de su frente. No sangraba demasiado, ni lucía muy seria. Encontré en el compartimiento frente al asiento del copiloto un paño suave al interior de una pequeña bolsa de tela en la cual se hallaban sus anteojos, y lo usé para limpiar su rostro.
Entonces, oí un gimoteo. Llevé la mirada atenta a Dana Joan, creyendo que venía de ella, pero prevalecía inconsciente.
Un segundo gemido me ayudó a encontrar el origen, y al voltear sobre mi hombro reparé en que, algunos metros al frente, quién emitía los lamentos era el joven esbirro caído del trío de demonios que nos había atacado; al cual daba por muerto.
Tenía contemplado deshacerme del cuerpo una vez hubiese puesto a Dana Joan a salvo, pero tal parecía que aún tenía que terminar el trabajo. No me molesté en cerrar la puerta del vehículo. Me acerqué al demonio caído, agonizante, y rodeé su cuerpo hasta situarme donde pudiera verlo y donde él pudiera verme.
Tendido sobre el suelo, boqueaba con la cabeza torcida en un ángulo forzoso, desde el cual me disparó una mirada de ojos grandes, aterrorizados; párpados húmedos y temblorosos. Intentó arrastrarse por el suelo para alejarse. Al parecer, su cuello no estaba roto del todo; solo lo suficiente como para no permitirle ponerse en pie, ni huir.
Le di alcance a paso lento por el corto trayecto que consiguió reptar, y le detuve asentando la suela del zapato a mitad de su espalda.
—«¿Ha sido divertido torturarme cuando estaba indefenso? Dime tu nombre, demonio». —Y hundí el pie allí con todo el peso de mi cuerpo.
https://youtu.be/Pjg2vIBjiuk
Dio un jadeo entrecortado. No respondió; sólo lucho otra vez por alejarse, emitiendo quejidos roncos, sin poder decir nada preciso. Lo liberé y le permití arrastrarse por otro tramo en lo que volvía a rodearlo hasta situarme frente a él, bloqueándole el paso.
Verlo retorcerse tratando de evadirme me recordó a la posición en que yo me encontraba la noche en que Lucifer me quitó las alas y me convirtió en humano. Aquello me dio una sensación de poder difícil de describir, pero satisfactoria. ¿Así se sentía él respecto a mí esa noche, cuando me observaba padecer en el suelo? ¿O el demonio ahora a mis pies, antes, mientras se regodeaba de mi dolor?
—«¿Esto es lo que tanto deseas; un cuerpo humano? ¿Ignoras acaso cuán afortunado eres ahora? Libre de huir de esta celda carnal pesada, tan tosca como endeble, prisionera de urgencias primitivas y de necesidades inconvenientes. Pero no... tú ansías aún sentir como siente un ser humano, ¿pero a qué costo? Placer, gula, lujuria... al precio del dolor». —Pisé con todas mis fuerzas a la altura de su antebrazo, y sentí partirse ambos huesos bajo mi pie.
De gimotear cosas ininteligibles, el demonio aulló de forma desgarradora, y después habló en lengua humana:
—¡¡AUGH-...!! ¡Po-... por favor...! ¡¡Por favor!!
—«¿No? ¿Ya no resulta tan cautivador?» —Me desplacé al lugar junto a su pierna y repetí la acción, con más saña.
Me sorprendí en cuanto el fémur, una de las piezas óseas más duras del cuerpo humano, se tronchó como una rama seca, con un crujido amortiguado por la carne, la cual oí rasgarse al filo del hueso destrozado.
El demonio se sacudió con espasmos, dando alaridos.
—«Di tu nombre, demonio» —lo compelí, sin respuestas. Y repetí, en la lengua de los humanos—. Tu maldito nombre. Dímelo.
—¡T-...Theo...! —farfulló, entre lloriqueos y sollozos como los de un inocente chiquillo asustado, con lo cual pretendía o bien burlarse de mí o despertar mi compasión— Theo... ¡Theo...! ¡THEO!
Exhalé, acabada mi paciencia con su osadía de darme el que probablemente fuera el nombre del chico humano al que poseía.
—Dime tu nombre, escoria. Abandona tu cascarón humano ahora que todavía puedes —le recomendé—. Si perece contigo todavía dentro, no habrá forma en que puedas liberarte. Has de quedar eternamente atado a sus huesos, y al polvo de sus huesos.
—... Po-por favor... Por favor... —farfulló, temblando de forma espásmica.
Le propiné un puntapié con poca fuerza contra un costado, y percibí dos de sus costillas ceder con el impacto, al tiempo en que este ahogaba un grito estremecedor. ¿Cuánto tiempo llevaba aquel patético vehículo carnal pudriéndose, como para sucumbir con tal facilidad? Probé una vez más, y otra costilla se partió.
El demonio se retorció en el piso. Todo el sonido que podía emitir ahora era el de un borboteo desagradable, como de líquido hirviendo en la boca de una marmita. Se le escapó por la comisura una hilera espumosa y densa, saliva y sangre entremezcladas, y tosió un buche de la última sobre el suelo. Aún con dos extremidades despedazadas, luchaba por arrastrarse lejos de mí.
—¿O temes acaso que vea tu verdadera forma? Cuán nauseabunda ha de ser; sanguijuela repugnante...
https://youtu.be/_Rsj7ZL4VIo
Mas, al cabo de un tiempo sin obtener más respuesta que lloriqueos y estertores lacrimosos, determiné que no tenía caso persistir.
Lo rodeé hasta ocupar otra vez el lugar cerca de su cabeza, la cual sujeté entre mis manos. Y, con el mismo movimiento que antes le había incapacitado, terminé mi trabajo inconcluso, girando del todo su cráneo sobre las vértebras de su cuello, cercenando con ello los últimos tejidos frágiles de los cuales aún colgara, y le mantuvieran vivo.
Toda luz se escapó de los ojos del joven a mis pies cuando quedó inmóvil. El alma del demonio no tendría escapatoria, y era mejor así. Uno menos tras mi pista, del cual tuviera que preocuparme.
Terminada mi labor, como antes hiciere con Joan, levanté el cuerpo del muchacho del piso y lo elevé en los brazos para moverlo, solo que con un destino muy diferente.
Me acerqué a las barandas que protegían la inmensa caída por los acantilados y crucé con cautela. Después, al borde del abismo que bramaba ensordecedor, eché un último vistazo al cuerpo lamentable y roto del muchacho. Retenía aún en las facciones la mueca rígida de agonía grabada en su boca ensangrentada por las circunstancias del fenecimiento de su vehículo carnal, y tenía el rostro surcado de lágrimas patéticas.
Era bastante más joven de lo que me había parecido al principio; probablemente ni siquiera entrado en la edad adulta.
Desprovisto de alma, humana o demoníaca, dejé caer el cascarón vacío desde las alturas con cierta pesadez de corazón. Una familia padecería la pérdida de un hijo, el cual probablemente no fuera hallado nunca, o quizá mucho después, cuando de él no quedase sino un atadijo de carne henchida y putrefacta, a medio devorar por la fauna marina, corroída por la sal. Mas, sin deseos de verle azotar las aguas o bien las rocas afiladas abajo, aparté la vista sin llegar a atestiguarlo, y crucé la baranda, listo para marcharme.
Sin embargo, me detuve en seco del otro lado, sin alcanzar a dar un solo paso, al momento en que un sonido horriblemente conocido se levantó desde el fondo del acantilado, estremeciendo mis tripas.
Antes de poder virar, intentando con desesperación convencerme de que mis suposiciones no podían ser correctas, el sonido se repitió. El de un pesado aleteo, batiéndose con violencia contra la fiereza de los vientos al paso de su temible dueño.
Las corrientes invernales que transcurrían por aquella cima pedregosa, húmeda y abandonada de riscos grises, no fueron nada ante el frío estremecedor que sacudió todo mi cuerpo en cuanto la terrible Ave Ciega se abrió paso desde los abismos y emergió a mis espaldas con un último batir de sus alas colosales, las cuales se desplegaron una a cada lado de su cuerpo en toda la extensión de su tamaño descomunal.
Obra del terror tropecé con mis propios pies y me caí de espaldas sobre la piedra húmeda, de cara al lugar sobre las barandas en donde el imponente Ángel de la Muerte aterrizó, acompañado de aquella aura helada y desgarradoramente desoladora, y de una llovizna de plumas viejas y marchitas.
De pie sobre la barrera de contención, recogió las inmensas alas hacia su cuerpo, y estas reposaron a sus espaldas. A ambos lados de su rostro pálido, el cabello negro se revolvió presa del viento que se levantaba desde el precipicio, ocultando parcialmente sus facciones por algunos instantes, antes de que Azrael levantase en silencio en mi dirección sus gélidos ojos grises.
Tan sobrecogido me hallaba por su inesperada aparición, que tardé unos instantes en comprender las implicaciones de la misma. O, más bien... no quería hacerlo.
Pues, de ser ciertas mis sospechas, habría roto entonces y por primera vez en toda mi existencia inmortal, la ley más suprema de los ángeles en el plano terrenal:
Habría asesinado a un ser humano.
Me costó tanto escribir este capítulo como estoy segura que les habrá costado leerlo :'D a partir de aquí las cosas se van poniendo un poco más fuertes.
Al menos espero que hayan disfrutado esta nueva aparición de nuestro bebé, Rae ♥
Acompáñenme en el próximo capítulo de "Los Dos Caídos"! les dejo con un dibujito del ave ciega, el ángel de la muerte, Azrael.
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