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4. Motivos

https://youtu.be/zbCNqxImh6M

Después de abandonar los suburbios y tras alrededor de una hora de caminata por la ciudad, no me costó demasiado hallar el primer recinto dedicado a la actividad nocturna.

Si el cartel que lo señalizaba resultaba cuando menos ambiguo; la música, el olor a cigarrillos y el barullo de jóvenes eufóricos viniendo del interior eran una seña inconfundible.

Dudé por algunos instantes, aún no del todo seguro de qué esperaba encontrar dentro, pero resolví que no lo descubriría quedándome en la puerta, y dar pie atrás ahora y volver por donde había venido sería igual que nunca haber salido de casa. Un total despropósito. Por lo cual, armado de nueva determinación, penetré al interior.

Dentro, el ambiente estaba saturado de una espesa niebla; fétida a tabaco, alcohol y sudor; y los ánimos se hallaban exaltados.

A dondequiera que mirase me encontraba con grupos cada cual más variopintos de personas avocadas a un sinnúmero de actividades diferentes. Juego y baile, tabaco y bebidas, risas y disputas; grupos de amigos inmersos en charlas ruidosas, y parejas solitarias, apenas cobijadas por la oscuridad, entregadas sin vergüenza a sus pasiones.

Sitios como estos eran idóneos para hallar a los míos. No dudaba que los hubiera ahora mismo, mezclados en la muchedumbre, pretendiendo ser humanos; al igual que yo... aunque con una misión algo diferente.

Los demonios que pululaban por el plano terrestre tenían una labor propia que cumplir: la de corromper cuantas almas les fuera posible; susurrándoles dulcemente al oído para alentar ideas audaces, torciendo sus cabezas en la dirección de las tentaciones, y exacerbando su apetito por el vicio y la carne hasta volverlo voraz e incontenible.

Pero esta misión tenía, por supuesto sus limitaciones...

Existe una ley, la cual rige de manera universal sobre todos los seres, y que es más poderosa que cualquier fuerza conocida. Esta constituye el principio primario y supremo, y no puede ser quebrantada; aún por seres como nosotros: el Libre Albedrío.

De manera que ni aún un demonio; ni siquiera uno de mi estatus, podía gobernar sobre las acciones de un ser humano.

La influencia era todo el poder que teníamos permitido ejercer. Y los esbirros de Lucifer elegían para esto víctimas con voluntades endebles, fáciles de quebrantar. Y la mayoría de los seres humanos lo eran.

Pero a la Estrella de la Mañana no le interesaban las almas como aquellas. No eran para él sino el equivalente a fruta pútrida, ya caída del árbol, sucia de tierra e infesta de moscas y larvas de mosca; la cual no tocaría nunca con sus delicados labios. No eran más que el abono que utilizaba para nutrir y ayudar a crecer el fruto que en verdad ansiaba su paladar.

Las que él apetecía, eran aquellas turgentes y brillantes; tiernas en su rama. Aquellas que solo yo tenía la habilidad de sesgar, para luego ofrecérselas a nuestro soberano, listas para ser degustadas como el único manjar capaz de saciar su ego famélico.

Pues, entre todos los demonios era yo, Mephistopheles, el único con la potestad de pactar. Y, mientras que el arrepentimiento y la rectificación estaba al alcance de todos los seres humanos, aún bajo influencia demoniaca, mientras su Libre Albedrío se mantuviese intacto, desde el momento en que estos elegían, por voluntad propia, hacerme entrega de su alma, una vez sellado el trato este era irrevocable.

O, al menos... eso había creído, antes de perder contra Azrael.

Visto de ese modo, el descontento de Lucifer para conmigo estaba justificado. Al llevarle deliberadamente el fruto recogido de los suelos, atemorizado de un nuevo fracaso, había envilecido mi misión encomiada por él y reducido mi estatus al de un demonio cualquiera.

Y la mayoría hacían ya de por sí una labor mediocre. Tentados por lo que el plano terrenal podía ofrecer acababan corruptos y eran así desviados de su misión, vistiendo trajes de carne para suplantar humanos y vivir el desenfreno como ellos.

Con una diferencia...

Mientras que los humanos poseían de manera inherente la cualidad de la redención, un demonio no la tendría nunca. Su destino era, de manera indefectible, permanecer atado a este plano, sin la posibilidad de trascender. Por lo cual vivir vidas humanas posaba un disfrute muy efímero. Y una vez el cuerpo físico sucumbía a la posesión... iba «de vuelta al agujero».

Me pregunté si mi caso era distinto. Si este cuerpo entregado por Lucifer era en verdad de mi propiedad y estaba hecho para no deteriorarse al contener mi esencia... ¿significaba que yo sí podía vivir una vida humana en integridad? Estas transcurrían en un parpadeo; no eran nada para Lucifer o para mí... Sin embargo, la sola noción me resultaba impensable. Cada minuto cautivo de aquella despreciable prisión de carne y huesos eran una tortura y una vergüenza que no toleraría más tiempo del necesario. De manera que si era en verdad un regalo —un «don», no era en mi posesión más que un lamentable desperdicio.

¿Por qué no elegir a alguien mejor? Un candidato quien sí deseara ese cuerpo vil del que yo no podía esperar a emanciparme. Llevaba solo cuatro días en la tierra y ya estaba harto hasta la enfermedad.

Y bastaron solo unos minutos al interior de aquel recinto para que quisiera salir corriendo de allí. La música me lastimaba los oídos, los olores eran grotescos, el espacio para moverse entre la gente era asfixiantemente reducido, y entre las luces parpadeante, la oscuridad y el humo escociendo mis ojos, apenas podía ver por dónde iba, con lo cual choqué y estuve a punto de caer varias veces.

En la búsqueda desesperada por algo a lo cual acogerme me senté a la barra y allí permanecí ovillado, mirando alrededor. Si algo continuaba sorprendiéndome en cada visita a la tierra, era lo mucho que podía cambiar el mundo en tan solo un par de siglos. La última vez que había estado en un sitio así, los hombres usaban sombreros...

—¿Por qué tan asustado? —Una voz femenina muy cerca de mí me obligó a virar, alertado.

Una mujer de espeso cabello negro y labios delgados, pintados de un encendido rojo carmín, me contemplaba desde el asiento conjunto al mío.

Tuve que fingir ignorarla solo dada mi incapacidad para pensar en una respuesta. Milenios interactuando con humanos, recabando los miedos y deseos más fervientes de sus corazones para usarlos en su contra... y de pronto no sabía cómo dirigirme a uno.

¿Qué había pasado conmigo? Lucifer tenía razón... De ser un ávido depredador que cazaba eficientemente, había pasado a ser un ave rapaz cuyo único alimento era la carroña de otros animales. Solía ser tan fácil... Una oferta, y un trato. Otra alma al bolsillo. Pero ahora no buscaba nada parecido, y además carecía de mis poderes. No podía ver al interior de aquella mujer para dilucidar qué pretendía al acercarse. Solo me quedaban la cautela y la observación.

—No sueles rondar por estos sitios, ¿me equivoco? —insistió ella.

Volví la vista para mirarla, y ella no me había quitado la suya de encima. Sus ojos eran oscuros y miraban somnolientos... Tenía un lunar en un costado del mentón, en el cual me distraje el tiempo suficiente para olvidar que me había hecho una pregunta.

—En fin, no luzcas tan vulnerable, o los tipos duros de por aquí podrían comerte vivo. Me llamo Dame. —Extendió una mano de largas uñas como garras, del color de sus labios. Demandaba una respuesta. La tomé a regañadientes...

—Philes.

—Exótico. Pareces perdido, Philes.

Sentí menoscabada toda mi anterior seguridad, y concluí que había cometido un error al entrar allí. Era evidente que no sabía lo que estaba haciendo, ni cómo conducirme...

Me puse de pie para irme, pero ella interceptó mi camino.

—No te asustes, bombón; no quería ser descortés. Si eres nuevo, te puedo mostrar el lugar. Y si no tienes amigos, yo puedo ser tu amiga —sonrió encantadora—. Puedo ser una muy buena amiga.

—Amiga... —No era ajeno al concepto, pero sí era la primera vez que la oportunidad se presentaba ante mí.

—¿Qué dices si empezamos otra vez y te invito una copa?

***

https://youtu.be/JYMr72TxsSo

La bebida que la mujer me ofreció era aún peor que el café. Tenía un sabor potente y escocía la garganta. Me la bebí solo para esconder mi ignorancia, pues a ella le resultaba tan natural ingerirla que imaginé que era una práctica común entre los humanos.

Por lo demás, no hablamos demasiado; me limité a contestar con afirmativas o negativas según me parecía pertinente y fingir que la escuchaba, pues toda mi concentración estaba puesta en la creciente sensación de ligereza en mi cabeza, conforme apuraba la bebida.

Dame recobró mi atención en cuanto cesó de hablar y deslizó sus finos dedos por el contorno de mi cara. El tacto humano seguía constituyendo una experiencia distinta cada vez. El de Dame resultó cuidadoso, a la vez que tentativo.

—¿Te han dicho alguna vez que tienes un hermoso rostro? —Lucifer solía decirlo; pero resultaba casi una sátira viniendo del ángel más hermoso de la creación—. Trágico —continuó la mujer—... Como la escultura de un antiguo héroe derrotado.

Permanecí callado, sin saber cómo interpretarlo.

—¿No piensas devolverme el cumplido? —se apenó ella—. Sería caballeroso hacerlo.

Titubeé, y Dame rompió a reír. Empezaba a notar que era muy distinta de Joan. Más impetuosa; pero también más abierta. ¿Qué tan diferentes podían ser los humanos entre sí, cuando su tiempo de vida era tan corto y sus experiencias, tan limitadas?

—Me agradas, Philes... ¿Qué dices si salimos de aquí? Puedo mostrarte otro lugar en donde podríamos hablar con más tranquilidad. Lejos del ruido. ¿Eso te gustaría?

Lejos del ruido... Eso me agradaría sin duda. No vi riesgo en su invitación, así que le dije que sí; impaciente por abandonar ese sitio infernal.

***

Caminamos juntos por la calle desierta. Aunque no nevaba, soplaba un viento helado. Ella vestía ropas tan delgadas que me pregunté si el frío era algo a lo que los humanos se habituaban. Pero ella contradijo mis sospechas en cuanto tembló:

—Y bien, ¿no vas a ofrecerme tu chaqueta?

¿Por qué?

Es lo que haría un caballero.

Torcí el gesto al oírle emplear otra vez ese término. Ser un caballero parecía algo de suma importancia; mas, abarcaba otra larga lista de protocolos que no conocía, por lo que me fie tan solo de su palabra, dispuesto a aprenderlos. Me quité la prenda y se la extendí. Dame volvió a carcajearse.

No, no, no... Lo estás haciendo mal otra vez. No se supone que me lances la prenda como si fuera un perchero. Se supone que deberías ponerla delicadamente sobre los hombros de una muchacha. Y si ella parece receptiva, sería la oportunidad perfecta para dejar tu brazo sobre ellos.

—¿Con qué fin?

—Sería un buen pretexto para acercarte. Y quizá intentar después algo más atrevido.

Asentí, esperando que me explicase qué quería decir con ello. En lugar de eso, Dame cesó de caminar y viró un cuarto de vuelta para darme la cara. Lo hizo con una fina ceja en alto y expresión divertida.

—Eres algo callado, ¿no?

—No tengo nada relevante que decir.

—Todos tenemos algo relevante para decir. Podrías empezar por hacerme algún cumplido, ya que no me diste ninguno antes. O alguna pregunta. Por ejemplo, ¿por qué me acerqué a ti esta noche?

A mi vez, viré para observarla, atento. ¿De manera que sí había una razón?

—¿Por qué te acercaste a mí esta noche?

Ella se cerró mi chaqueta sobre el pecho, y sonrió con reserva.

—Me pareció que eras especial. —Después, asió mi brazo y me instó a girar del todo hacia ella—. Tal parece que no eres la clase de hombre que toma la iniciativa, así que te lo pondré más fácil. —Tendió ambos brazos encima de mis hombros—. Verás, Philes, si hubieses sido más astuto antes, ya hubieses tenido un brazo encima de mis hombros. Y viendo que yo temblaba todavía, hubieses ofrecido calentarme. Y entonces, al tenerme a tu completa merced, hubieses hecho esto...

https://youtu.be/gbTuAYTwpjg

El beso que Dame me dio al terminar de cerrar nuestra distancia fue muy distinto al de Lucifer, al momento de convertirme en humano... y a cualquier experiencia similar previa. Sus labios se movieron sobre los míos abarcándolos del todo; envolviéndolos y succionando.

Permanecí inmóvil, incapaz de alejarme, todavía presa de sus brazos y de mi perplejidad, y sin saber cómo reaccionar. Y después, llevado por mi curiosidad y ambición de aprender, respondí imitando la moción de sus labios, atento a descubrir cualquiera que fuera la reacción esperable de aquella interacción, o si existía alguna clase de gratificación.

No sentí nada al principio, ni por largo tiempo. Al punto en que me encontré preguntándome cual era el propósito, o si estaba haciendo algo mal.

Pero luego, en cierto punto, algo acerca de sus brazos estrechándome, de su busto amoldado a mi pecho y la fricción de sus caderas contra las mías, avivó una sensación inesperada, que se encendió en lo más profundo de mi ser con el calor de brasas débiles, y que después flameó con más fuerza.

En el afán de hallar el origen de ese inesperado cambio puse atención a cada uno de sus movimientos y gestos sin perder detalle, intentando determinar de dónde venía o qué lo había suscitado.

Sostuve a Dame por la cintura y la atraje más estrechamente. Fui víctima enseguida de una ansiedad extraña; un deseo urgente e imperativo. Aquel extraño calor al interior de mis entrañas adquirió el vigor de una hoguera, y mi respiración se aceleró. Y obedeciendo a un impulso reflejo, empleé más fuerza a la hora de atraer a la mujer humana, al punto de obligarla a arquearse en torno a mí.

Fue ahí que comprendí qué era lo que acuciaba el apetito con que ella reclamaba mi boca, en cuanto algún lugar recóndito de mi vientre pulsó y se estremeció como si estuviese hambriento, pero de un modo más agresivo, y la mía empezó a devorar la suya con la misma voracidad.

Creí reconocer los síntomas. De manera que así se sentía la lujuria...

Qué más, sino el instinto primitivo que impelía a los seres vivos a copular. Era otra cosa que obsesionaba a los demonios, respecto del cuerpo humano. Otra sensación a la que se volvían adictos, y que los llevaba a recurrir obsesivamente a la posesión, solo para poder experimentarla.

Y no conseguí entender por qué. Resultaba molesta e incómoda. Actuaba en el cuerpo como si de una necesidad irrenunciable se tratase, y demandaba ser satisfecha, atacando en la forma de una urgencia la cual descartaba todo aquello que separaba al ser humano del resto de los animales para rebajarle a la misma condición: seres vivos sin la cualidad de la razón; impelidos por la fuerza del instinto a actuar sin premeditación sobre sus impulsos más primitivos.

Fui incapaz de detenerme y reclamé con más violencia su boca.

—Con calma, tigre. —Dame me aplacó—. Mi apartamento está justo a la vuelta —reveló entonces, entre jadeos ardorosos contra mis labios, los cuales buscaban todavía los suyos, insaciables—. Acompáñame...

Y nublado mi juicio a fuer de todo aquello que antes encontraba despreciable y patético en los demonios comunes... accedí.

***

https://youtu.be/ZTnA-bwkMVM

A solas en el apartamento de Dame, en cuyos alrededores apenas reparé, esta me libró hábilmente de la camisa, y situando las manos en mi pecho me conminó a retroceder hasta que mis pantorrillas toparon con el borde de la cama y me desmoroné sobre ella con un rebote. Después, se libró a sí misma de todas sus prendas superiores.

Pude apreciar por primera vez y en totalidad el cuerpo femenino a través de los ojos de un hombre humano. Libre de la ropa, sus pechos caían en la forma de pesadas gotas de agua. Resultaban incitadores y excitantes.

Dame guio mis manos y me impelió a estrujarlos. Me encontré con una suavidad tal que temí que fueran a deshacerse entre mis dedos; pero ella dejó escapar por entre los labios un gimoteo grave. Y el sonido de su voz sumado a la textura de su busto exacerbaron el calor al fondo de mi abdomen.

El cuerpo femenino es engañoso me reveló. Parece tan delicado... Pero puede soportar más cosas de las que pudieras llegar a imaginarte.

La contemplé con atención. Sonaba como si pretendiese darme otra lección.

El cuerpo masculino, en cambio... Trepó en la cama y se posicionó sobre mí a horcajadas, con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Después me empujó hasta dejarme tendido sobre el somier, y trasladó una de ellas hasta situarla en medio de las mías. Sentí el filo de su rodilla asentarse justo en la zona de mi cuerpo donde habían empezado a arremolinarse las sensaciones más intensas. El cuerpo masculino es frágil. Basta un solo golpe, en el lugar correcto... Ni siquiera es necesaria demasiada fuerza. Se inclinó hasta alcanzar mi oído con su boca y su aliento me transmitió escalofríos. Placer desmedido, o dolor agonizante... ¿Qué será esta noche, Philes? ¿Serás un buen chico, o me pondrás las cosas difíciles?

Atendí apenas a lo que me decía; demasiado distraído por el momento en que su mano cambió de lugar con su pierna y empezó a acariciarme por encima de la ropa. Obra del torbellino ardiente de sensaciones, mi respiración sofocada se atoró a la altura de mi garganta, y sin hallar salida por mis labios apretados, se desvió de su camino y emergió con fuerza por mi nariz.

Sus dedos deshicieron con experticia la cremallera y los botones de mis pantalones, para luego volver a explorar el mismo punto, ahora libre de la barrera de la tela.

Pestañeé confuso ante lo que hallaron mis ojos bajo la misma.

Lo que hace un instante fuera una extensión flexible y maleable de mi cuerpo humano, se hallaba ahora inhiesta en su mano, y la contemplé sin reconocerla del todo. La rigidez resultaba en extremo dolorosa, pero de un modo contradictoriamente agradable. Y en el momento en que Dame empezó a propinar allí caricias envolventes, la sentí pulsar y arder al interior de su palma.

Mi respiración ya arrebatada se convirtió entonces en boqueos violentos y arrojé la cabeza hacia atrás, intentando facilitar el paso del aire que mi cuerpo luchaba por procurarse, sin éxito.

¿Se siente bien? pidió saber con sus labios contra los míos, silenciándolos, y se rio contra ellos, cuando estos la buscaron afanosos—. Eso creí... Dulce y pequeño mirlo.

Y antes de que pudiera desconcertarme por el modo en que me llamó, ella respondió besándome con más intensidad, hasta que mi cabeza comenzó a dar vueltas, olvidándome de todo a medida que las sensaciones se volvían más y más intensas.

Dame rio entonces cerca de mi oído. Una risa grave y siniestra...

—Y pensar... que por tu maldita arrogancia estuviste perdiéndotelo por tanto tiempo...

El significado implícito de sus palabras tardó algunos instantes en cobrar forma en mi cabeza saturada de bruma, y todavía más en hacer sentido. Y para el momento en que lo hizo, fue demasiado tarde.

Percibí el frío de algo agudo contra el costado de mi garganta y me petrifiqué de modo patético.

—No te muevas —me advirtió—. O provocaremos un gran desastre. Los edredones son nuevos.

Obedecí, consciente de que le bastaría deslizar con la fuerza suficiente lo que adivinaba que era un objeto cortante en su mano para cercenar uno de los mayores vasos sanguíneos del débil cuerpo humano que ahora habitaba.

Contuve el aliento y abrí los ojos para escrutarla.

Dame sonreía aún. Y me percaté solo allí de que conocía demasiado bien esa sonrisa... Esta restalló blanca en medio de la penumbra y de su rostro moreno; abrupta y violenta como un rayo por el cielo nocturno.

—Tú... —musité, casi sin voz.

Cuánto tiempo sin verte... mi señor.

Había comenzado a clavar sin piedad en mi hombro las uñas de su mano contraria a la cual sostenía el arma, en el afán de retenerme.

https://youtu.be/kwFnrx3u49o

—¡Damet-...!

Intenté erguirme, pero de un impulso con toda la fuerza de su cuerpo todavía apostado sobre el mío, me devolvió a mi lugar.

—¡Ah-a-a! —canturreó, y movió de lado a lado un fino dedo frente a mi rostro—. ¡No tan alto, mi señor!, no querrás que yo revele el tuyo. —Presionó con más fuerza la hoja a mi garganta—. Aquí soy Dame. Recuérdalo.

Sellé los labios y procuré moderar mi respiración. Si quisiera matarme, ya lo hubiera hecho. Debía tener motivos para mantenerme con vida, y estimé sabio escucharlos. Por otro lado, no vi sentido en luchar contra ella antes de obtener por mi parte respuestas a las dudas que ahora tenía. Así que me mantuve dócil en su presa.

—¿Cómo has podido encontrarme?

—Te buscaba —sonrió orgullosa—. Y me temo, mi señor, que no soy la única. Aunque es una suerte para ti que haya sido yo. Gael podrá ser fiel a ti; no me malinterpretes, yo lo soy también, pero carezco de sus impecables modales. —Se inclinó hacia mí, y habló cerca de mi oído—. Si hubiese sido yo quién te hubiese hallado vulnerable hace un par de noches, no hubiese dudado en hacer aquello de lo que él se abstuvo. Pero es mejor así, pues me ha dado tiempo de pensar en algo mejor.

Gracias a que me mantuve quieto, Dame aminoró la fuerza que ejercía para aprisionarme, y sentí su cuerpo relajarse sobre el mío.

—La Estrella de la Mañana te ha concedido un don preciado. —Apartó la navaja de mi cuello y la deslizó tentativamente desde el sitio entre mis clavículas hasta el final de mis costillas—. Mas yo no lo arrancaré de ti, como planean hacer los otros.

—¿Por qué no? —tanteé—. Si ya me tienes a tu merced. Bien podrías simplemente tomarlo.

—Porque yo no soy estúpida, mi señor. —Aunque su fuerza sobre mí había disminuido, sus uñas afiladas como garras permanecían ancladas a mis hombros—. Yo sé bien que tú no deseaste esto; pude saberlo solo con mirarte una vez. Esta prisión de pellejo y carne... Te asquea, ¿no es así? Los humanos te repugnan; lo han hecho siempre. Me pregunto por qué será...

https://youtu.be/U7mwcn8njt4

Cerré los dientes y sacudí la cabeza para evitar las imágenes que regresaron a mis recuerdos con su aseveración. Me estremecí sin quererlo. Y la cicatriz sobre mi hombro izquierdo pulsó como hacía milenios no lo hacía.

—Ooh, así que hay un motivo —se burló. Ahora parecía genuinamente intrigada—. Descuida, no haré que me lo digas. El punto es... que esto que es para nosotros un regalo de valor inestimable, no es para ti sino un castigo. Quien sabe cuál habrá sido tu agravio —aventuró esta vez—... Pero eso tampoco me importa en lo absoluto. Lo que quiero en verdad es ofrecerte un trato, mi hermoso señor.

Entorné los ojos al mirarla.

—... ¿Un trato?

Conforme avanzaba nuestro intercambio, podía percibir su paulatina baja de guardia. A esas alturas desearía decir que solo aguardaba por el momento preciso para actuar, pero lo cierto era que su monólogo había conseguido captar mi interés.

—En cuanto olvide su enfado y comience a extrañarte, él vendrá personalmente por ti.

Apreté los labios, dolido.

—Ni siquiera yo estoy seguro de eso...

Su sonrisa se distendió todavía más. Una de sus manos me liberó y pasó de sujetar mi hombro a instalarse al costado de mi rostro con una caricia.

—Oh, pero lo estás —disintió—. Porque se trata de su preciosa ave negra, después de todo. Vendrá por ti, de eso estoy segura.

Nunca hubiese querido admitirlo, pero el hecho de que aún un ser tan inferior como ella lo creyera de modo tan acérrimo, consiguió darme esperanzas. Por un momento deseé tener su misma certeza de ello.

—Es más, lo hará dentro de poco. No soportaría mucho tiempo sin su querido mirlo para cantarle. Pero no puedes llevarte este cuerpo de regreso a Inferno. Por lo que, llegado ese momento, quiero que me lo entregues. —Abrí los ojos—. No te será a ti de más utilidad. Y dejarlo atrás para podrirse sería un gran desperdicio.

En eso podíamos estar de acuerdo al menos. No obstante, había un problema...

—No me corresponde a mí disponer de este cuerpo.

—A Lucifer no le importará; no es nada para él.

Pero algo que él había mantenido oculto por milenios, incluso de mí, custodiado por Satán en las profundidades abisales de Inferno no podía ser «nada». Y de cierto que Dame no era ninguna clase de estúpida. Debía saberlo. Y me subestimaba tanto como para creer que yo lo ignoraba...

Aquello me enojó incluso más que su insolencia al pretender desafiarme.

—Si no es nada para él, no le costará nada darte uno propio, si se lo pides. Tú, o cualquiera de los otros —disentí. Su expresión se amargó, y ella apretó los labios—. Pero no lo querrían tan fervientemente si fuera tan fácil... ¿o sí? —me burlé.

Dame torció una sonrisa sin rastro de buen humor.

—En ese caso sabrás que, con mayor razón, él no lo daría a nadie más. —«Un regalo como el que no he dado a nadie. Jamás»—. No; no a nosotros... —Sus uñas ocuparon el lugar de sus yemas, y su caricia se tornó en una serie de dolorosos rasguños que transcurrieron de una forma desesperantemente paulatina por mi pecho. Ahogué un grito—. Solo... a su pequeño... mirlo...

El resquemor en su voz reafirmó mis sospechas de que, al final del día, nuestro amado soberano no era tan amado después de todo. Para ese momento, solo restaba una última cosa que necesitaba saber.

—¿Por qué lo quieres? Pudiendo poseer cualquier otro.

—Otro —repitió—. Sí, otro como este vehículo carnal decadente. Cada día más débil... Mi esencia lo drena de a poco.

La contemplé en silencio, preguntándome qué tanto restaba en el interior de aquel vehículo marchito de su anterior dueña. Si acaso restaba algo...

—¿Y por qué te resultaría inconveniente? ¿No es lo que han estado haciendo por milenios?

—No es tan fácil, mi señor —replicó ella, y conforme hablaba comenzó a trazar distraídamente líneas con su cuchilla en mi piel. Soporté la lenta tortura sin emitir ruido, conteniendo el deseo de gritar tras mis labios apretados, para oírla—. Esta existencia... posa un atractivo curioso. Los humanos no son como nosotros. Experimentan la vida de una forma en la que seres como tú o yo no podrían siquiera empezar a concebir. Eso es porque su paso por este mundo se traduce en un ciclo.

» Nacen, crecen, envejecen, y mueren. Y entre tanto, aprenden. Son construidos y modelados de acuerdo a su entorno y a sus circunstancias. Cada uno es un fruto único de sus propias experiencias.

» Cientos, miles, millones de configuraciones posibles; tan diferentes entre sí...

La contemplé, ceñudo. Nunca se me hubiese ocurrido razonarlo de ese modo.

—¿En cuánto a nosotros? —continuó ella, y dejó escapar una risa amarga—. Nuestra existencia no contempla nada remotamente similar.

» Mientras que los humanos se originan, fluyen como riachuelos, y después desembocan en un final, nosotros somos un estanque imperecedero, en perpetua quietud. El problema, mi señor, es que las aguas que se hallan detenidas por el tiempo suficiente, tarde o temprano se vuelven negras e infestas. Como tú. Como yo... Y como Lucifer. Ese es nuestro destino. Nuestro único destino posible...

Meneó la cabeza, como si ahora fuera ella quién intentase mantener a raya las imágenes. Percibí, aún a la tenue luz de la noche, que sus ojos tenían un extraño rocío.

—Por eso —concluyó—, una vez cumplida tu sentencia, entrégame tu cuerpo mortal.

Parecíamos haber llegado al fin a la resolución. Y desde luego que ella ya tenía un precio en mente...

—... ¿Y a cambio?

—A cambio, yo te enseñaré cómo ser un humano.

Reflexioné en silencio su propuesta.

Dame tenía razón; no me costaba nada entregarle aquel vehículo carnal despreciable, por el cual no sentía el menor apego o aprecio, y en retorno ganaba todo. La posibilidad de llevar a cabo mi sentencia en este lugar sin más vicisitudes; y sin verme forzado a padecer un interminable proceso de prueba y error con el fin de aprender. No obstante... mi orgullo —aquel en gran medida aprendido del responsable de todo—, se interpuso en el sentido de mis pensamientos y desvió por completo el caudal de los mismos, llevando a desembocar mi decisión a un lugar completamente diferente.

¿Por qué tenía que ceder a las condiciones de una vil demonesa de las peores calañas? ¿Qué tan bajo había caído como para verme orillado a aceptar favores de un súcubo inferior como ella? No lo suficiente... Todavía tenía algo de dignidad que salvaguardar.

—No necesito tu caridad —articulé cada sílaba—. Sé lo que hago.

Su expresión antes serena y confiada se desfiguró.

—¿Entrando como un cachorro asustado a un lugar como ese? —se mofó—. Fue como ponerte una diana en la cabeza. O peor, en el culo. No son los demonios lo único de lo que tendrías a bien cuidarte. Me necesitas, Mephisto. Necesitas a un amigo en este mundo. No tienes ninguno...

Y tenía razón... Pero nunca se la daría.

—¿Y si me niego? —siseé entre los dientes.

Supe que había cometido una irreflexión en cuanto su rostro se torció rabioso. El filo de su arma se hendió con más fuerza en mi carne y el cosquilleo de algo tibio rodó por mi piel.

—En ese caso tendré que poseerlo por la fuerza... contigo todavía dentro.

En el instante en que hizo por volver a aprisionarme para cumplir con su amenaza con el cuchillo ya presto en su mano, un sonido repentino colmó el interior de la habitación. Dame se paralizó, y se irguió sobre mí, alerta.

Vi mi oportunidad y sin darle tiempo a predecir mi siguiente movimiento, la empujé lejos de mí. Tal y como había supuesto, su vehículo carnal femenino era demasiado liviano. Salió despedida con un grito, soltando el arma, la cual rebotó lejos de ella, y fue a impactar el tocador a sus espaldas. El sonido de su voz se cortó de forma abrupta al momento en que su cabeza golpeó una de las esquinas del mueble, y después, su cuerpo rodó lánguido por el piso, con el cabello negro enrollado en torno al cuello.

Me erguí rápidamente, acomodé mis ropas y recuperé mi camisa del suelo, acompañado por el mismo sonido de antes. Se trataba de alguna clase de música amortiguada. Y tras terminar de vestirme y cuando al fin conseguí localizar de dónde provenía, vi que la emitía un pequeño dispositivo como el que los humanos utilizaban para comunicarse a distancia, el cual encontré sobre el mismo tocador contra el que había impactado Dame.

La música se detuvo justo cuando lo sostuve en mi mano, y todo volvió a quedar en silencio. Dame no se movió de su sitio en el suelo.

Si ese cuerpo perecía con ella dentro, quedaría atada a sus huesos para siempre. Lo tendría bien servido luego de desafiarme y atacarme. Y yo no tenía motivos para consternarme por ella, y menos para hacerle ninguna clase de favor. Así que me encaminé a la puerta, listo para irme.

Sin embargo, algo me detuvo en el quicio, sin permitirme marchar. No era nada; nada sino una escoria despreciable. No significaba nada para mí... Y aún así no pude dejarla.

Con un suspiro volví sobre mis pasos, la levanté del suelo en brazos con cuidado y la deposité sobre la cama. Justo a tiempo para darme una idea, el dispositivo de comunicación volvió a vibrar en mi mano, y lo sostuve intentando descifrar su funcionamiento.

En la pantalla aparecía solo una palabra: «Kitty». Y bajo la misma, dos botones; verde y rojo, respectivamente. Deslicé el verde hacia arriba, por pura deducción, y la llamada conectó.

Solo haría eso por ella. Lo que ocurriese a partir de entonces ya no era de mi incumbencia. No permití a la persona del otro lado decir una sola palabra antes de informarle de lo ocurrido:

—Hay una mujer herida aquí.

***

https://youtu.be/xF_uSdOOjCU

De regreso en casa, vi luz en la cocina e intuí que Joan ya había regresado. Olvidé por completo los incidentes de esa mañana y fui directo a encontrarla, esperando que un rostro familiar pudiese traer algo de calma a mis ánimos eufóricos luego de escaparme de Dame por los pelos, y corrido a casa sin pararme a descansar.

Hube de detenerme antes de entrar por la puerta de la cocina para darme tiempo a respirar y componerme. Y para el momento en que la saludé, rogué porque no se notase demasiado cuan agitado estaba.

—Dana Joan...

Ella pareció captar al acto mi inquietud, pues me examinó con detenimiento, y maldije el haber creído que podía burlar su perspicacia, de la que ya era conocedor. Pero no hizo comentarios al respecto; aunque lucía aún como si se estuviese reservando algo.

—Philes... Hola.

—¿Acabas de llegar?

—Igual que tú, veo —observó.

La contemplé intentando determinar si había roto con ello alguna otra regla de la que no me hubiese puesto al tanto. Hubiese deseado no tener que adivinarlas sobre la marcha, pero desconocía por completo todo protocolo social humano, y no tenía un margen de referencia muy preciso en el que basarme para preguntárselas.

Pero no parecía molesta. Bebía café otra vez. Sorbió su taza con tranquilidad, mirando a la pantalla de su dispositivo de comunicación móvil.

—Está bien, no me mires así. Puedes salir; ya estás grande. Pero te agradecería que dejes bien cerrado al entrar y al regresar a casa. La puerta estaba abierta cuando llegué.

Asentí, aliviado de que eso fuera todo.

—Me avengo a tu petición.

—No tienes que ser tan formal. Siéntate. ¿Ya comiste?

—Hace unas horas —admití, e hice lo que me indicó, pues estaba exhausto. Aunque había comprobado que los humanos reposaban con bastante frecuencia, sin necesidad de estarlo.

Nos quedamos en silencio otra vez. Y en lo que Joan comía, la contemplé discretamente.

A pesar de nuestras diferencias, hasta ahora no había hecho nada para atentar contra mí. Por el contrario, no había sido otra cosa que amable, y pensé que era una suerte que me hallara alguien como ella y no como Dame. Me di cuenta de que me resultaba fácil bajar la guardia cerca de ella, pues me sentía a salvo a su alrededor... No solo no hacía demasiadas preguntas, y era discreta, sino que su carácter sereno provocaba un efecto similar en el mío, y me contagiaba su calma.

No obstante, esta vez noté que me contemplaba fijamente.

—Philes. ¿Recuerdas que te dije esta mañana que quería hablar contigo de algo? —dijo de pronto— ¿Es... un buen momento?

Le devolví la vista, atento.

—Supongo que lo es.

—De acuerdo. —Respiró hondo antes de iniciar—. Antes que todo, lo más justo es que sea del todo honesta contigo. Y hay algo importante... que no te he dicho.

El modo en que admitió aquello me hizo creer que se trataba de algo grave. ¿Acaso sabía ya la verdad respecto a mí? ¿Qué me había delatado?

—Te dije en el hospital que sufriste una caída desde una gran altura. —Di una cabeceada, sin dejar de escrutarla; la ansiedad empezando a carcomerme—. Y también... que sufriste un atropello. Lo que no te dije es... quién era la persona que conducía el auto que te arrolló.

Joan se tomó una pausa tras hablar, y luego suspiró agraviada.

—Eras tú —me apresuré a responder, viendo que estaba teniendo dificultades para terminar la idea.

Ella levantó la cabeza y me examinó por un tiempo más largo, con los ojos abiertos de par en par.

—... ¿Lo sabías?

—¿Por qué supondrías otra cosa? —Alcancé el cesto de pan y tomé una rebanada—. Te vi esa noche, antes de perder la conciencia. No había nadie más en la calle.

Arranqué un mordisco del pan. Ella me observaba todavía, perpleja.

—¿Y... no dijiste nada hasta ahora?

—¿Con qué propósito?

—Hubieses podido-... ¡N-no lo sé!, ¿reclamar alguna clase de compensación?

—Me diste atención médica. Ya me has compensado con eso.

—Supongo que lo hice...

—Estamos a mano entonces —resolví.

Parte de la tensión que embargaba sus rasgos se suavizó, y Joan sonrió ligeramente. Esta vez, sin rastro de mordacidad o suspicacia, lo cual me sorprendió. Fue la sonrisa más genuina que me había dedicado desde que nos conocíamos; aunque solo fuese un esbozo.

—Eres un buen hombre, Philes. Eres justo —aseveró, con toda la certeza del mundo, e hice lo posible porque no se notase en mi rostro lo que me provocó oírle afirmarlo con tal convicción.

¿Cómo explicarle que no era nada remotamente parecido a «bueno», o... que ni siquiera era un hombre?

—Cualquier otra persona en tu lugar hubiese sacado el mayor provecho posible de esta situación. Dinero, por ejemplo... El cual no es que te sobre.

—No preciso dinero. Ya me has proporcionado asilo, alimento y vestiduras. Es todo cuanto requiero ahora mismo.

Joan envolvió su taza de café con ambas manos y encogió los hombros. Su sonrisa se alargó apenas ínfimamente.

—Bien, con eso aclarado, y... ya que hablamos de esto... en realidad hay otra cosa que quería mencionarte. Digamos... en relación a todo lo anterior.

Volví a prestar atención, ahora menos preocupado. Parecía ser un hábito común en los humanos el dar una importancia exagerada a cosas que en realidad no la tenían. Y si guardaba relación con lo primero, no imaginé que hubiera demasiado peligro.

—Te escucho —la acucié.

Estaba seguro de que la mujer humana no podía presentarme con ningún asunto terrenal que implicase siquiera una consternación menor para mí. Y empezaba a irritarme sobremanera el que se esmerase en pretender que sí, y tratase cada asunto baladí e insustancial con largas pausas ceremoniosas, y esa cantidad absurda de preámbulos.

—No me agrada mucho tener que admitir esto —dijo al fin—... pero tenías razón antes, cuando preguntaste cuales eran mis motivos para acogerte en mi casa.

—Sé que tenía razón —afirmé.

Joan entornó la mirada, suspicaz.

—¿Ah, sí?

—Sabía que llegaría el momento en que tuviera que retribuírtelo. Una cosa a cambio de otra. Así es como funciona. —Y yo lo sabía mejor que nadie.

Joan se rio suavemente. Por una vez, pareció genuinamente divertida. Me quitó el trozo de pan de las manos, después alargó la suya hacia un frasco sobre la mesa que contenía una especie de gelatina de color rojo. Recogió una porción con ayuda de un cuchillo y la untó en el pan antes de devolvérmela. Parecían entrañas sangrientas y las examiné desconfiado, pero emanaba un aroma dulce y agradable, y le di una mordida, confiando en ella.

Lo que lucía como un puré de tripas era en realidad alguna clase de potaje muy dulce de frutas. Tenía un sabor agradable que contrastaba con el gusto salado del pan y que me instó a seguir comiendo.

—Con mermelada es mejor —dijo ella—. ¿Siempre eres tan pragmático, Philes?

Consideré su pregunta. «Aburrido», era el término que Lucifer solía emplear. Me encogí de hombros, como había visto a otros seres humanos hacer cuando no poseían una respuesta, y ella pareció contentarse con eso.

Me sentí orgulloso. Comenzaba a aprender.

De acuerdo, te diré la verdadera razón por la que insistí tanto. Parecía costarle hilar las palabras y aquello sólo me puso más impaciente. Tienes... algo que quiero.

Mi alerta se transformó en alarma, y abandoné toda calma. Cesé de masticar, tragué, y aguardé en espera de que dijera otra cosa, pero no lo hizo. Supuse que esperaba que lo adivinase, y la única respuesta posible no tardó en llegar a mí, en base a los últimos acontecimientos.

¿Deseas... mi cuerpo? mascullé.

Su expresión se desencajó, y su mandíbula cayó abierta.

... ¿Qué? Movió la cabeza con fuerza, pestañeando rápidamente. ¡No!, ¡¿por qué querría tu-...?! Levantó las manos y respiró hondo. No, Philes. No es eso; en absoluto. Y... si yo te di alguna razón para malinterpretarlo... me disculpo. No era mi intención.

Respiré, aliviado.

https://youtu.be/0_7jAxca3I0


—De manera que no. ¿Qué demandas entonces?

Si ya de por sí resultaba extraño escuchar un trato de parte de otro demonio, más lo era pactar con un humano cuando no era su alma lo que estaba en juego —al menos, que yo lo supiera aún— y sin que yo tuviera nada que ofrecer.

Joan exhaló gravemente. De pronto, su expresión se tornó seria. Más que eso, parecía desolada. Por primera vez me dio la sensación de que en verdad tenía algo de importancia que decir, y la escuché atento.

—Mi padre... está muy enfermo —reveló, y su voz se rompió ligeramente—. Leucemia.

Di una lenta cabeceada.

Cáncer. Era familiar a la enfermedad, desde luego. Había perdido la cuenta de las personas que habían pactado conmigo a cambio de verse sanas de su enfermedad en el pasado.

Sin embargo, entre todas las cosas que, gracias al poder de Lucifer conferido a mí, yo podía ofrecer... aquella no era una. Como mucho podía extender la vida más allá del tiempo que normalmente le tomaría a la enfermedad acabar con ella. Cuando un humano pactaba su alma conmigo, por definición pasaba a pertenecerme junto con el poder de decidir cuándo reclamarla. Era solo de esa manera que podía prolongar su existencia. No obstante, no podía garantizar el estado del cuerpo para ese momento. Había visto un sinnúmero de humanos llegar al tiempo establecido nada más que como piel y huesos, víctimas de dolores indecibles. Solo a cambio de vivir un par de años más...

¿Y para qué? Para acabar en el infierno.

Por lo demás, aquello me presentaba otra interrogante. ¿Por qué suponía que yo podía ayudarla? A menos que ya se hubiese dado cuenta de mi identidad; pero ninguna pista me lo indicaba. La última persona que había sido capaz de averiguarlo... era quien me había traído hasta aquí.

¿De qué manera me concierne eso? Quise saber, sin percatarme de mi tono hostil, todavía afectado por mis propias cavilaciones. Noté que Joan fruncía el entrecejo. ¿Estás... disgustada?

No es eso. Pero por su tono, era evidente que lo estaba. Solo... supongo que me esperaba algo más parecido a un «lo siento».

¿Por qué? pregunté, genuinamente confundido—. No tengo la culpa de la enfermedad de tu padre.

Esta vez, todo su rostro se frunció.

—Ahora sí estás disgustada aventuré.

—Observador. Y tal parece que de nada sirven los rodeos contigo. Bien... seré breve, Philes —espetó. Pero conforme continuó hablando, su voz comenzó a suavizarse, y las arrugas de su gesto a atenuarse—. ¿Eres familiar... con la donación de médula?

Pestañeé, ajeno al concepto. Debía ser bastante reciente. Negué.

Ella dio una cabeceada y se explicó:

En pocas palabras, se trata de una intervención menor en la que aceptas donar células madre para ayudar a la recuperación de una persona. Mi padre tiene un tipo poco común de sangre. AB negativo. Levantó las cejas en ese punto, y recordé que se trataba del mismo tipo de sangre que, según me había revelado antes, poseía yo. Encontrar donantes aquí es difícil. Aún más que sean compatibles. Pero tú... Tú tienes el tipo correcto. Y... si consintieses en hacerte las pruebas, y en caso de que fuesen satisfactorias, si considerases ser donante para mi padre... me estarías haciendo un enorme favor —concluyó.

Después, se quedó por completo en silencio, contemplándome atenta, y supe que no era una retórica.

Evalué lo que proponía con cuidado, intentando determinar si implicaba para mí algún beneficio; o por el contrario, si me perjudicaba de alguna manera. Pero no encontré ni lo uno ni lo otro.

¿Y a cambio? —pregunté, por segunda vez en la noche.

No pareció contrariada; más bien parecía esperarlo.

No tengo cómo pagarte —prosiguió Joan—. Ya te he explicado que mi situación monetaria no es la mejor ahora mismo. Pero puedo continuar ofreciéndote hospedaje; hasta que consigas solucionar tu situación en el país. ¡Hasta podría ayudarte con eso! —ofreció, como si acabase de pensar en ello—. Entre tanto, de acceder a mi petición, podrás permanecer aquí por todo el tiempo que necesites. Incluso... no tendrás que preocuparte por comer. Y además de todo, tendrás a cambio mi eterna gratitud.

Lo consideré por otro momento.

Tu gratitud no me es de ninguna utilidad le dije, y volvió a tensar el ceño. Mas, en cuanto a tu primera oferta...

No tienes que decirme que sí enseguida me cortó, y la contemplé absorto. ¿No se trataba acaso de algo urgente? ¿Por qué era preciso posponerlo? Pero a riesgo de parecer ignorante de nuevo en todo lo referente a protocolo social, decidí no hacer preguntas. ¿Te parece bien una semana para pensarlo?

Accedí con un asentimiento.

Como plazcas.

De acuerdo. Y... lamento haber mentido antes. Y haber tenido que recurrir a esto. El no ser sincera desde el principio con mis intenciones, o-...

¿Eso es todo? —la interrumpí, impaciente por concluir ya el asunto.

Comenzaba a hastiarme de sus constantes dilaciones. Me agradaba más cuando era práctica.

Ella se quedó muda un instante y después pestañeó lento.

Sí... es todo.

Muy bien —zanjé—. Dana Joan Edwards, conforme a tu deseo, haré uso del plazo convenido para reflexionar en tu petición.

Gracias, Philes...

No me las des; no te he prestado aún ningún servicio.

Joan exhaló algo parecido a una risa; a medio camino de un suspiro exhausto. Le hurté la vista, atemorizado de su genuinidad. Era todo lo que le faltaba para que el parecido con Zadkiel me resultase insoportable...

—Aun así... gracias —finalizó. Después se levantó de la mesa con su taza vacía—. Yo tampoco he cenado, ¿te parece si preparo algo de comer y...?

Un sonido agudo cortó su frase, y Joan tomó de la mesa su dispositivo de comunicación a distancia.

—Un minuto —solicitó. Y respondió a la llamada—. ¿Feli-...? ¡¿Huh?! ¡¿Cuándo?! —Hizo una pausa larga—. De acuerdo. Sí; voy enseguida. —Tras cortar, me arrojó un vistazo nervioso—. Lo siento, tengo que salir de nuevo. Ha habido una emergencia.

Todo en mi interior se constriñó. Era demasiada coincidencia... ¿Tenía que ver con Dame? ¿Acaso habría muerto y había sido hallada?... ¿Habría dejado sin percatarme alguna pista que pudiesen utilizar para asociarme a las circunstancias de su deceso?

Hice lo posible por no mostrar el menor signo de turbación, temeroso de ponerme en evidencia, si acaso estaba en lo correcto.

—¿Sucedió algo grave?

—Esperemos que no —dijo Joan por toda respuesta, conforme se colocaba el abrigo, ya en marcha—. Come lo que quieras; no sé a qué hora regrese. Adiós, Philes. Por favor, piensa en mi petición.

—Lo haré... —mascullé, pero ya se había marchado.

Y, una vez más... estaba completamente solo.

***

https://youtu.be/IBL2IQCo3B0

Sin mucho apetito, fui directo a la habitación y, después de desnudarme por completo, igual que la noche anterior, lo cual había encontrado que me resultaba más cómodo, me recosté exhausto en la cama para intentar dormir.

No obstante, ya había comprobado que el descanso era una necesidad que no podía forzarse. No era como comer; no se podía conseguir si la mente estaba intranquila, y aquel era justo el caso. Por lo que, al final, sin poder lograrlo me levanté otra vez y fui hasta la ventana en busca de algo en qué distraer la vista en lo que reflexionaba en los sucesos del día.

Di muchas vueltas a mi encuentro con Dame. ¿Cómo pude no reconocerla? Esa voz incitadora, su forma de mirar... Aunque claro, llevaba siglos sin verla; sin mencionar que su aspecto era muy distinto ahora.

Conque aquí había estado todo el tiempo... Otro demonio desperdiciado. Descarriado de su misión y perdido a manos de las tentaciones del plano terrenal. No era nada nuevo; lo había atestiguado millones de veces... No obstante, no podía dejar de pensar en sus palabras. Dame había sido clara en sus demandas; pero ambigua en sus motivos. ¿Qué habría querido decir con todo aquello?

Desde luego que no me había dado ninguna clase de información que antes me fuera desconocida. El hecho de que los humanos experimentaban la vida de un modo muy distinto a nosotros, y que desarrollaban un rango complejo de emociones a lo largo de la misma nos era bien sabido, y sin embargo, estaba ahora ante una perspectiva completamente nueva.

Vivirlo de primera mano desde luego que era distinto a saberlo; y Dame llevaba viviendo como un humano entre el resto de ellos mucho más tiempo que yo. Las cosas de las que yo apenas comenzaba a darme cuenta, ella con mucha seguridad ya las tenía asimiladas como lecciones; quien sabe cuán fructíferas, o cuán dolorosas...

¿Cuánto más tenía yo por aprender?

Aquello me hizo evaluar otra vez la propuesta que tan impulsivamente había rechazado. ¿Y si Dame podía en verdad enseñarme a ser un humano?

No obstante, si quedaba alguna posibilidad de retractarme de mi decisión después de negarme de aquella forma, toda oportunidad se hallaba perdida si acaso la demonesa estaba muerta.

—Te noto reflexivo, querido Philes.

Una corriente estremecedora me atravesó, erizándome la piel de todo el cuerpo con un horrendo escalofrío, petrificándome en mi sitio.

Esa voz... Y luego aquella risa.

Viré en redondo, aún a sabiendas de lo que hallaría.

Y bastó con ver por medio segundo la burla en sus intensos ojos azules bajo sus pestañas rubias entornadas en esa vil expresión llena de mofa, para que me invadiese una ira como no la había conocido nunca, y la cual me cegó por completo, llevándome a abalanzarme sobre él como una fiera hambrienta.


Les traje al fin el 4to capítulo de esta historia!! ayer mis lectoras de Tuqburni y yo hicimos videollamada leyendo la introducción y el primer capítulo y la pasamos increíble ♥

Realmente espero que les vaya gustando hasta ahora! por fin ha vuelto a aparecer nuestro rubio cabrón favorito 7u7r 

¿Qué se traerá entre manos? ¿Y quién será Dame, la demonesa?

¡Espero ansiosa sus opiniones! ¡Gracias por acompañarme hasta aquí!

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