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3. Un cuerpo mortal

https://youtu.be/xF_uSdOOjCU

Tal y como prometió, Dana Joan Edwards pagó todos los gastos del hospital. Y a la mañana siguiente, vestido con ropas que ella misma me proporcionó, hube de aguardar hasta el final de su jornada laboral para marcharme con ella del hospital con una lesión de poca seriedad en la pierna izquierda y algunos raspones en el lado contrario del rostro, sobre el que había aterrizado.

—¿Listo, señor Mostar? —preguntó ella, en cuanto nos reunimos en el pasillo fuera de mi habitación—. Parece que la ropa le quedó bien. —Y torció una sonrisa en la que creí percibir un atisbo melancólico, el cual imaginé que se debía al incidente de esa madrugada.

Le quité la vista, perturbado otra vez por su rostro. ¿Serviría de consuelo si le dijera que el joven al que creía que había fallado en salvar en realidad ya no podía ser salvado, sin importar qué hiciera?

Por mi parte, contemplé las prendas con algo de disgusto. No eran nada como lo que solía usar... Una camisa incómoda y tiesa, abotonada hasta el cuello y del feo color de la carne del salmón, y pantalones crema, de una tela gruesa y rígida.

—Estoy listo —consentí, y caminé sin mirarla cuando ella lo hizo.

Hube de actuar normalmente para esconder el hecho de que era mi primera vez usando ropa humana que no fuera la ligera bata del hospital, pero los zapatos me comprimían los dedos, sintiéndose ajenos en mis pies y el abrigo que me dio se sentía pesado y limitaba los movimientos de mis brazos.

Por su parte, ella no llevaba puesta la gabardina blanca que usaba en el hospital. La había cambiado por una chaqueta marrón sobre el uniforme.

Se despidió de la enfermera rubia, quien a su vez nos dijo adiós con una sonrisa, y luego Dana Joan me condujo fuera del hospital, hasta su automóvil.

Me percaté de que nunca había viajado con anterioridad en ninguna clase de vehículo, por lo que incluso la experiencia de salir del aparcamiento fue nueva. Todavía más la sensación de ir en movimiento a gran velocidad.

Los controles del automóvil lucían intricados, pero ella parecía docta a la hora de maniobrarlos y me entretuve en sus manos y pies, más que en el paisaje fuera de la ventana; el cual ya me era conocido y monótono.

—Suerte que use la misma talla que mi padre. Es casi tan alto como él —dijo Dana Joan—. Él... solía tener su misma constitución también —añadió, y volví a percibir en su tono el mismo cariz afectado de antes.

De manera insospechada, el saber a quién pertenecía la ropa, aunado a la forma en que decayó su ánimo en ambas ocasiones, al mencionarlo, me reveló algo más. O bien habría perdido a su padre, o este estaba lejos por algún motivo.

—¿Le agrada?

—Es apropiada —fue todo lo que dije, escrutando su expresión. Pero lo hice por poco tiempo antes de ver reflejado en sus rasgos el rostro de mis recuerdos y apartarle la vista para ponerla nuevamente en sus manos y pies maniobrando el vehículo.

—Cuénteme de usted —dijo de pronto.

Alarmado, llevé los ojos regreso a ella, y me devolvió una mirada atenta por el rabillo de su ojo.

—¿Con qué propósito? —pregunté con acritud.

https://youtu.be/lImHCNaQ6qM

—Solo para saber un poco más de mi nuevo inquilino. —Levantó los hombros levemente. Me recordó al afán de desplegar las alas, pero ella no las poseía; así que no comprendí el fin del gesto. ¿Qué significaba? Lo emulé, en espera de que desencadenase alguna reacción en mi cuerpo humano; mas no hubo ninguna—. ¿Y bien, señor Mostar?

—Philes —corregí, y ella apartó por un lapso un poco más largo los ojos de la vía para ponerlos en mí—. Puedes dirigirte a mí como Philes.

Nunca me había agradado el apelativo de «señor». El equivalente en nuestro lenguaje y por el cual otros demonios solían aludirme no era sino una molesta formalidad.

—De acuerdo. En tal caso puedes llamarme Joan.

Me abstuve de responder a su pregunta anterior, pero ella aún parecía aguardar por una respuesta.

—Esta interacción es del todo prescindible.

—No es muy dado a la plática informal, veo —suspiró ella—. ¿Al menos me diría de dónde viene?

—No es preciso que lo sepas.

—Deduzco que no de muy lejos, teniendo en cuenta que conoce el idioma —insistió. Estaba determinada a hablar...

—Conozco todos los idiomas —respondí por reflejo. Joan me clavó de nuevo la vista. Esta vez, con los ojos muy abiertos. Me corregí rápidamente—. Conozco... múltiples idiomas.

Ella sonrió de un modo distinto a todos los anteriores. Era como si tuviera una forma única de hacerlo para cada emoción diferente; incluso para aquellas que no expresaban nada parecido a la alegría. Pero esta, a diferencia de otras, sí me resultó terriblemente familiar; todavía más que su rostro.

Conocía demasiado bien esa sonrisa... porque Lucifer la empleaba todo el tiempo. Mordaz y condescendiente, con cierto punto de sorna.

La toleraba, viniendo de él. No tenía opción. Mas viniendo de ella... ¿cómo se atrevía? Apreté los labios, irritado.

—De manera que conoce muchos idiomas. Y sin embargo se niega a sostener una plática en ninguno.

—Poseer conocimiento no compele a emplearlo.

—No puedo rebatir a eso —exhaló nuevamente. Esta vez, vencida.

Otra parte del viaje transcurrió en silencio. Si bien las cosas que podía ver a través de la ventanilla no me resultaban nuevas, el movimiento sí lo era. Me recordaba un poco a volar, y por primera vez en toda mi existencia, extrañé hacerlo. Ahora que ya no podía...

El automóvil dejó atrás la aglomeración de edificios de la ciudad y empezó a transitar por una zona donde estos eran cada vez más minúsculos y alejados entre sí, y donde empezaban a parecerse más a las casas como las conocía, y menos a aquellas imponentes estructuras altas y cuadradas como torres de las que el mundo estaba plagado ahora. También los árboles, aún desnudos, comenzaron a ser más frecuentes, y se adivinaba hierba bajo la nieve que cubría los suelos. Agradecí ese cambio.

Las ciudades modernas, repletas de roca gris por doquier, eran demasiado parecidas al plano infernal. Y necesitaba apartarlo de mi cabeza por un tiempo, en lo que me acostumbraba a este mundo.

Finalmente, Joan frenó el automóvil frente a una casa pequeña y antigua, de ladrillo rojo avejentado y con una verja negra al frente; de una sola planta. Entre la fachada y la cual, un jardín minúsculo, devorado por la nieve.

—Hemos llegado —anunció, y me bajé torpemente del automóvil en cuanto ella lo hizo.

La seguí a través de la verja, y luego por la escalinata de la casa hasta el pórtico. Durante el trayecto, barrí los alrededores con la mirada. No había un alma en las calles y tampoco automóviles, pero podían oírse perros y pájaros a lo lejos. Por demás, solo el viento...

En cuanto ella abrió la puerta de la vivienda y me invitó a entrar, penetré al interior sin saber qué esperar.

No obstante, no había nada allí fuera de lo ordinario. Nada que no hubiese visto millones de veces en los últimos años.

Lucía más espaciosa por dentro de lo que parecía por fuera. Las paredes, de un color claro y neutro; el piso, de madera oscura y rojiza. Por lo demás, la decoración era mínima. Predominaban los tonos cálidos, que eran un cambio agradecido del blanco abrumador e impoluto del hospital, y más aún de los parajes oscuros de Inferno.

En la estancia principal no había más que un sofá grande y uno más pequeño, perfectamente alineados de manera perpendicular, una lámpara de pie entre ambos, justo en medio, una mesa minúscula de madera oscura con superficie de cristal, y un librero amplio contra una pared, el que no solo albergaba libros, sino algunas fotografías. En el muro frente al sofá había un lienzo rectangular, negro y brillante.

—Esta es la sala de estar, y por allá está el baño. Eres libre de usar ambos, desde luego; la única condición es que cuides el estado de los muebles y limpies todo lo que ensucies. No puedo proporcionar comidas, pero puedes usar la cocina y los utensilios, mientras te atengas a las mismas condiciones. Como puedes ver, mi casa está muy limpia y ordenada. Me gusta de ese modo, así que vamos a mantenerla así. ¿De acuerdo?

—No tengo objeción.

—Estupendo. Solo tengo un televisor. —Señaló el rectángulo negro que colgaba de la pared. De manera que no era una pintura—. Mientras no estoy, puedes encenderlo y ver lo que quieras, pero cuando esté en casa es todo mío. Aunque después de ver mis series podemos llegar a un acuerdo. O... puedes ver mis series conmigo.

—No hay necesidad de ello —dije, examinando el cuadro negro.

Conocía los televisores; pero los últimos que había visto eran cuadrados y enormes. Nada parecido a lo que colgaba del muro, y que parecía más un espejo.

—Nos llevaremos bien —dijo Joan, quitándose el abrigo—. Me cambiaré a algo más cómodo y luego te mostraré tu habitación.

Después se retiró, dejándome por mi cuenta en la sala.

Di vueltas por la estancia sin saber qué hacer allí. Dado el dolor todavía latente de mis lesiones, consideré tomar asiento en el sofá, pero no sabía si tenía permitido hacerlo. Nunca había estado precisamente en calidad de huésped en la morada de nadie. Además, los cojines estaban tan perfectamente acomodados que me desalentó la idea de desalinearlos.

En lugar de eso me desplacé hacia el estante y curioseé entre los libros. Estaban ordenados de mayor a menor tamaño; cuando podrían estar en orden alfabético o por autor. Supe con ello que el orden que le gustaba a Dana Joan era de naturaleza más visual que práctica.

No reconocía el nombre de ninguno de los autores de los que lucían más modernos; en cambio sí conocía a cada uno de los más antiguos. Había tenido cara a cara a más de alguno para negociar una vía más fácil hacia el tan ansiado reconocimiento después de decenas de obras infructíferas.

¿Qué diría Dana Joan Edwards si le dijese que algunos de sus autores favoritos solo eran reconocidos gracias a mí, y que pagaban ahora el precio padeciendo prisioneros del tormento eterno en un lugar desolado? Me tomaría por un lunático, sin duda...

https://youtu.be/gbTuAYTwpjg

Me trasladé después a las fotografías. Me pareció que estaban acomodadas de un modo extraño y dispar para lo impecablemente cuadrado que estaban todo lo demás en su salón. Tres de un lado y dos del otro. Moví una del grupo de tres al centro para dejar dos por lado y una en medio en el afán de lograr una formación simétrica y luego me centré en las imágenes.

Entre las invenciones del ser humano, las fotografías eran una de las pocas que había llegado a despertar mi interés; no tanto el ingenio detrás de su creación, como lo que eran en esencia: el deseo de captar un momento fugaz, con el fin de conservarlo eternamente.

Era otra característica que convertía a los humanos en criaturas tan disparatadas ante mis ojos... No solo salvaguardaban de manera enfermiza sus cortas vidas; sino que atesoraban momentos específicos de las mismas, al punto de inmortalizarlos como si conservarlos en la memoria no les fuera suficiente.

Como era natural, no reconocí a ninguna de las personas en las fotos, salvo a una. A la mujer de piel aceitunada y cabello castaño. Tomé del estante la única que llamó mi atención; pues algo en esa en particular, le diferenciaba de las otras.

—Es algo antigua.

Alertado por su voz, trasladé la mirada de la fotografía a la persona retratada en ella, de pie a mis espaldas.

—Aquí... llevabas el cabello largo.

No estaba sola en la fotografía; le acompañaba un hombre mayor con una sonrisa idéntica a la suya. Aquel tenía que ser su padre.

—Decidí cortarlo. Es todo. —Y deseé que no lo hubiera hecho.

Con el cabello largo lucía distinta... Al menos lo suficiente como para que hubiese podido sentirme mucho más cómodo en su presencia.

Dejé la foto donde estaba y viré para darle cara a Dana Joan. Había cambiado el uniforme por una blusa blanca delgada y pantalones holgados. Lucía menos seria; menos formal... Más joven. Y reparé en que lo era; más de lo que me había parecido al comienzo.

Joan sonrió y noté otra cosa. Su forma de sonreír en esa única fotografía era tan distinta... porque en ella lo hacía de manera genuina. Entendí entonces que, de todas las sonrisas que me había mostrado hasta ese momento, ninguna era de goce. No como aquella, junto al hombre mayor.

¿Cómo podía una persona poseer tantas maneras diferentes de sonreír, pero a la vez no expresar alegría con ninguna?

Volví la vista a la foto para cotejar.

—Él es mi padre, Paul —dijo señalando al hombre junto a ella, y confirmando mi hipótesis. Y los hallé todavía más parecidos. La misma nariz aguileña, y los mismos ojos castaños. Cabello del color del cacao—. ¿Listo para ver tu alcoba? —preguntó Joan, y caminó sin esperar mi respuesta.

Y, abandonando el librero, la seguí cuando se internó por un pasillo.

La habitación era tan minimalista como la sala y estaba en igual de perfecto orden. No se conformaba más que de una cama, un viejo armario robusto, y una mesa endeble de noche con una lámpara que Joan fue a conectar y que movió después hacia el centro.

Por lo demás, había cortinas en las ventanas, las que ella abrió para dejar entrar luz, y una alfombra en el piso.

—¿Qué te parece?

—Adecuada. —Lo era para su único fin.

—Agradecería que mantengas la luz apagada cuando no la necesites. Y claro que puedes usar el armario.

¿Con qué propósito?

En ese momento, Joan me miró como si fuera un imbécil.

—«¿Con qué propósito?» ¿Qué tal para guardar tus...? Se quedó en silencio por unos segundos. Oh.

Vi mi oportunidad de vengarme, y le devolví un gesto con la misma mordacidad. Pero en lugar de contrariarse por ello, pareció apenada.

Supongo... que puedo conseguirte más ropa.

Eso no será necesario disentí. Solo has de decirme en dónde puedo obtenerla.

Ella enarcó las cejas y cruzó los brazos sobre su pecho.

¿Qué tal comprándola en una tienda? —sugirió. Di una cabeceada, indicándole proseguir. Sus ojos se entornaron con capciosidad. ¿Con... dinero?

Aquello suponía otro inconveniente...

No poseo dinero. Habrás de proporcionármelo.

Joan dejó escapar un jadeo extraño. Di un repullo por reflejo. Parecía haber estado a punto de ahogarse con algo, pero su rostro mostraba signos de jolgorio.

No pude determinar qué intentaba transmitir con ello. ¿Por qué los gestos humanos resultaban tan contradictorios?

—¿Qué significa esa expresión? —demandé saber, impaciente e irritado ante mi incapacidad para descifrarla.

Joan cerró los labios y meneó la cabeza con las cejas todavía en alto:

—¡Oh, no es nada! —Se encogió de hombros—. Es solo que nunca me habían pedido dinero prestado de una forma tan... peculiar.

—... ¿Prestado? —¿Acaso suponía que tenía medios para devolvérselo?

Desde luego... Ella pensaba que era humano. Un ser humano tenía un trabajo. Y ese trabajo se pagaba con oro, plata u otros objetos de valor. O al menos, así solía ser. Hoy en día, hasta donde llegaba mi conocimiento, el trabajo se remuneraba con retratos de papel.

Respiré hondo, algo que había aprendido en ese corto tiempo que era de ayuda bajo situaciones de inmenso estrés, y pensé en cómo remediar el malentendido ocasionado por mi nula comprensión del mundo.

—Por favor —dije entre dientes— préstame dinero. Haré... lo posible por retribuírtelo. Algún día.

—Eso está mejor. —Relajó los brazos y se apoyó contra el umbral de la puerta—. Por desgracia, no tengo mucho que pueda prestarte.

—¿Cómo puede ser? La medicina es una carrera prestigiosa. —O eso entendía. Eran los seres humanos con carreras prestigiosas quienes más bienes materiales poseían... y normalmente eran también los individuos más proclives a pactar su alma para extender su vida.

—Por si no lo has adivinado hasta ahora, hay un motivo por el que estoy rentando un cuarto de mi propia casa. No es porque me guste tener desconocidos aquí, demandando dinero —dijo Joan, elevando el ceño—. Si debes saberlo... he tenido muchos gastos imprevistos el último tiempo, y actualmente paso por una situación económica complicada.

—¿Qué otras alternativas tengo? —pregunté con impaciencia, sin inferir en lo que me contaba, pues no era mi interés.

Pareció disgustada, pero mantuvo su temple.

—Trabajar —y me mostró una nueva forma de sonreír... ¿Cómo podía una persona lucir irritada mientras lo hacía? Pero entonces, su gesto se suavizó—. Como dije, entre tanto puedo conseguirte algo de ropa prestada; mi padre... tiene mucha que ya no usa. Pero deberías considerar conseguir un trabajo si piensas quedarte en el país.

Tras una larga pausa de su parte, asentí, imaginando que una confirmación era todo lo que requería de mí. Y acerté, pues Joan pareció darse por satisfecha con ello.

—Ven —me invitó entonces, cruzando la puerta fuera del cuarto, y yo la seguí.

A continuación me mostró el cuarto al que llamó «baño», y me indicó el mecanismo de algo llamado «ducha», la cual tampoco me era familiar y que desprendía una lluvia de agua fría o caliente, según la dirección de la manivela.

Después, me dio un recorrido por la cocina. Era espaciosa, pero no había alimentos a la vista. Hasta ese momento yo sólo había probado lo que me habían dado de comer en el hospital, y todavía no podía comprender la obsesión de los humanos por la comida, a la cual los demonios se habían vuelto adictos; pues si bien el concepto de los sabores fue nuevo, nada de lo que había probado allí me impresionó demasiado.

—¿Tienes hambre? —preguntó Joan.

—No —le dije, pero algo en mi interior se constriñó, y mis órganos intestinales emitieron un sonido como el de un gruñido. Cuando situé la palma de mi mano contra mi abdomen incluso pude sentirlo vibrar y me asusté.

Joan se reservó una risa, pero antes de que pudiese inferir en el motivo de la cual, se desplazó a un armario gris y brillante de forma rectangular y abrió la puerta. El armario se iluminó desde dentro, y vi que contenía toda clase de cosas que no reconocí, pero cuyos aromas agravaron la sensación de vacío en mi estómago.

—Comida...

—Así es, comida. —Joan me observaba otra vez con extrañeza—. Es... la nevera.

Me acerqué para mirar más de cerca. Nunca había interactuado con nada similar.

Percibí que la temperatura descendía al interior e investigué la máquina todavía más a fondo. Abrí y cerré la puerta un par de veces, preguntándome si la luz dentro permanecería encendida, y luego abrí el compartimiento superior, solo para descubrir que dentro había nieve adherida a las paredes, y que estaba aún más fría esa cavidad que la inferior.

Comprendí solo entonces su propósito: el de mantener frescos los alimentos. Algo con lo que la humanidad había batallado por siglos.

Joan no me quitaba la vista, pero por primera vez no me importó; tan fascinado estaba por mi descubrimiento...

Todo aquello que parecía de uso común para los humanos eran experiencias completamente nuevas para mí. ¿Lucifer sabía de la existencia de todas aquellas cosas?

—¿Puedo comer lo que hay dentro? —pregunté a Joan al terminar mi inspección.

—Bueno... en vista de que no tienes dinero, por lo pronto supongo que puedes... mientras no te lo comas todo.

—Tomaré solo lo necesario para satisfacer mi apetito —le aseguré.

Ella alcanzó entonces un plato de algo que reconocí como bizcochuelo, pero de color oscuro y con aroma fragante.

—Felicia horneó este brownie. Ven, te daré un trozo.

—«Brownie»... —repetí.

Me extendió una rebanada y la examiné con desconfianza, receloso de su color oscuro y su aspecto pastoso.

Sin embargo, tenía buen aroma. Y en cuanto lo probé casi pude comprender, aunque fuera por un momento breve, la fascinación de los demonios por la comida humana.

Era por completo diferente a cualquier cosa que hubiera comido en el hospital. Tenía un sabor intenso y una textura suave y agradable. Se me escapó un sonido involuntario. Una especie de gimoteo de placer.

—Delicioso, ¿huh? —dijo Joan, al tiempo en que cortaba dos trozos más, y me ofrecía el segundo, viendo que apuraba el primero a una velocidad vergonzosa—. Por esa reacción... no imagino que tengan brownies en el lugar de dónde vienes.

—Nada parecido —admití—. ¿Qué más tienes? —quise saber, ansioso de probar cualquier otra cosa que pudiera ofrecerme una experiencia similar.

Joan se desplazó otra vez a la nevera y volvió con una caja rectangular de cartón. Vertió el contenido en dos cálices simples de cristal. Se trataba de un fluido espeso de color blanco.

—¿Quieres un poco de leche?

Cesé de masticar y la contemplé sin comprender.

¿Leche? ¿No era acaso el alimento de los cachorros? Al fijarme mejor en la caja, noté otra particularidad. En la cara frontal tenía el dibujo de un bovino sonriente. La asociación llegó rápido.

—¿Es... leche de res?

—Eso espero —dijo ella, dándole un sorbo a su vaso.

Saberlo me turbó profundamente.

—Pero no lo comprendo... ¿Por qué ingeriría la leche de otra especie?

Joan apartó el vaso de sus labios y me contempló con cierto punto de remordimiento antes de dejarlo a un lado y alejar la caja de mí.

—¡... Oh! ¡Lo-... lo siento, no tenía idea! —Sonaba contrita—. Lo lamento, en verdad, qué tonta. Ah, y... probablemente tampoco deberías comer eso —señaló el brownie sobre el plato en mi mano—. Tiene leche y huevos.

—... ¿Huevos?

Se detuvo otra vez frente a la nevera, en lo que buscaba algo, y volvió a examinarme confusa.

—Huevos de gallina.

Algo en mi interior se revolvió y experimenté una sensación nueva. Un intenso vacío acompañado de un estremecimiento de tripas, pero muy distinto al del apetito. Como si lo que había consumido pulsara contra mi garganta, y fuera a expulsarlo.

De pronto, por si el hecho de beber el fluido de la ubre sucia de un animal de ganado no fuera suficiente, el sabor que antes me había fascinado me resultó nauseabundo de solo pensar que además estaba hecho del contenido viscoso de algo que había salido de la cloaca de un ave. Dejé el plato a un lado.

Si a este punto Joan no había sido capaz de deducir que era apenas mi segundo día como un ser humano, no sabía qué más pruebas necesitaba. El único motivo que la frenaba, con toda seguridad, de adivinarlo, no podía ser otro que el simple hecho de que su comprensión y sus conocimientos no podían concebir otra cosa.

—Lo siento mucho. ¡Debiste decirme que eras vegano! Probablemente te hayan dado a comer carne en el hospital también. De haberlo sabido...

—¿«Ve-... vegano»? —repetí. No era familiar al término en lo absoluto.

Cuando volvió llevaba en las manos otro cartón, pero este tenía el dibujo de una fruta, por lo que adiviné que era el jugo de la cual.

—¿Vegetariano? —rectificó con cautela—. Supongo... que no consumes productos animales.

Ahora era yo quien estaba confundido. Hasta donde sabía; la carne de otros animales formaba parte esencial de la dieta de los seres humanos. ¿Cómo explicarle la diferencia sin ponerme en evidencia?

—Solo... huevos. Y leche —precisé—. Preferiría evitar ambos a partir de ahora.

Ella asintió paulatinamente y vertió el contenido del nuevo cartón, anaranjado y brillante, en otro cáliz. Lo usé para enjuagarme la boca, y encontré que su sabor era agradable; aunque me dejó un cosquilleo curioso en la lengua que me hizo arrugar la nariz.

—Conque ni huevos ni leche —musitó ella—... No creó haber oído de esa clase de dieta, pero supongo... que puedo comprar leche de almendras mañana.

Levanté la vista del cáliz, ahora sin poder determinar si intentaba tomarme el pelo y la contemplé ceñudo.

—... ¿De almendras?

***

https://youtu.be/Enpaytv1eK4

«Imposible. Completamente inconcebible... Si fuera posible...»

«Maldito... Mil veces maldito. Mil veces. Mil veces...»

«Gael lo ha visto con sus propios ojos. Gael, dinos otra vez lo que viste.»

«Podría haberme equivocado; mas, salió de su propia boca.»

«Maldito. Mil veces maldito... ¡mientras los demás nos pudrimos en vida una y otra vez, errando por la tierra como putos perros sin dueño!»

«Revélanos su paradero, Gael.»

«Me lo reservo.»

«Maldito perro fiel... ¡Puto perro! Perro maldito...»

«Yo lo encontraré.»

«¿Y entonces?»

«Y entonces lo tomaré para mí.»

«Zorra... Zorra mil veces maldita...»

«El que lo encuentre, que lo reclame. Que comience el juego.»

«Que comience el juego.»

«Que comience el juego... Perdóname; mi señor.»

***

Desperté poco después de haber conseguido dormirme, respirando agitado y con el inquietante presentimiento de haber oído algo que no debía, sin poder recordarlo aunque me devanase los sesos.

Mi memoria de la primera noche que pasé en el hospital estaba en blanco. La segunda, no había requerido dormir. Pero ahora lo necesitaba con urgencia. Mis ojos se sentían secos e irritados; estaba mareado, y la cabeza me dolía.

No obstante, no conseguí conciliar el sueño, por más que traté.

¿Qué clase de organismo tan imperfecto era el cuerpo humano, que rechazaba los intentos de satisfacción de sus necesidades básicas?

Los «Etéreos» no necesitábamos dormir como hacían los humanos, pero conocíamos una forma de descanso, la cual consistía en reposar mientras se dejaban transcurrir libremente los pensamientos, o bien simplemente sin pensar en nada. Yo solía pasar largos periodos de letargo en ese estado en mis aposentos en el Palacio de las Sombras, cuando regresaba a Inferno, cansado de mis tareas. Lucifer odiaba que lo hiciera... No tardaba en aparecer con formas de irritarme cada vez que podía, a cual más ingeniosa...

Y en estos momentos, hacer justo eso, tendido sobre la piedra infernal dura y fría de mi lecho, parecía una opción mejor que yacer sobre un lugar mullido y caliente, y sin poder descansar en absoluto.

Por si fuera poco, estaba increíblemente incómodo con la ropa que Joan me había dado para dormir. La tela era áspera, se atascaba entre mi cuerpo y el somier, y los botones y pliegues se incrustaban en mi piel. Podía entender que los humanos precisasen permanecer vestidos durante el día, pero ¿qué propósito tenía hacerlo para dormir en la privacidad de sus aposentos?

Acabé por hartarme y desnudarme por completo, lanzando a un lado la ropa, junto con las pesadas cobijas.

Libre de ellas me sentí más cómodo, y cuando volví a la cama y cerré los ojos, sentí que me sería más fácil dormirme. Mas no sirvió de nada...

https://youtu.be/IBL2IQCo3B0

Cada vez que mi mente conseguía el descanso, cientos de imágenes colmaban mi cabeza y me mostraban cosas inquietantes. Rostros familiares; lugares conocidos; recuerdos dolorosos del pasado... Me provocaban temor y desasosiego, y me obligaban a despertar. Y sin importar cuán claras hubieran sido las imágenes, estas se tornaban borrosas e imprecisas en la vigilia, hasta desaparecer del todo. Y el no poder recordarlas para intentar darles significado me exasperaba.

Y aquellas voces...

¿Qué eran? ¿De dónde provenían? Las reconocía; o al menos me resonaban lo suficiente como para estar convencido de que las había oído antes, hacía mucho tiempo... El suficiente como para olvidar a quienes pertenecían. Mi memoria humana tenía una vida corta.

Finalmente, después de horas dando vueltas por mi lecho a despropósito, determiné que sólo había una persona que quizá pudiera ayudarme.

Me levanté, salí de la habitación y fui directo hasta la única otra alcoba de la casa. La puerta estaba abierta cuando giré el pomo, así que supuse que no necesitaba anunciarme.

La habitación era más espaciosa que la que yo ocupaba, pero tampoco tenía muchos muebles. Además de un armario con espejo, y dos mesas de noche en lugar de una, había un tocador grande, repleto de frascos, pequeños estuches y artículos como pinceles y pinturas, peines y otros artilugios extraños. Como era de esperar, todo estaba perfectamente ordenado.

La cama era más grande también, con espacio suficiente para albergar a dos personas, aunque tenía una sola ocupante.

Por el camino hasta la cual, capté mi propia imagen en el espejo del armario y me detuve allí un momento, intrigado por la misma. Nunca antes había visto mi propio aspecto con mayor claridad. Lo único que sabía con certeza era que mi cabello solía ser tan largo que se fundía con el plumaje de mis alas. Lo que no sabía, y lo cual descubrí solo gracias a mi reflejo, fue que incluso mis ojos eran completamente negros, y me pregunté si resultarían lo suficientemente humanos.

La segunda cosa que llamó mi atención fue que había una extensa cicatriz en el centro de mi abdomen. Era el sitio exacto en donde Lucifer me había apuñalado, y recorrí la zona con los dedos, tocando y hundiendo las yemas en la carne, para ver si podía sentir la costilla que había dejado dentro. Pero no había nada fuera de lo ordinario. Solo podía sentir mis propias costillas humanas.

Además, poseía ahora un resquicio hueco en el centro de mi abdomen; emulando la cicatriz del cordón umbilical como vestigio de todos los seres vivos que, a diferencia de nosotros, hubiesen sido gestados en un vientre materno. Había también una areola de piel tierna en cada lado de mi pecho.

Las toqué con cuidado, y sufrí un cosquilleo... Lucifer realmente había pensado en todo.

Volví a mis ojos, y noté que lucían tan cansados como los sentía. Así que, confiado de que Joan pudiera darme las respuestas que buscaba, me acerqué el resto del trayecto.

La contemplé un momento antes de despertarla. No parecía que la ropa interfiriese con su descanso, aunque era similar a la mía, solo que de un material más lustroso. Deslicé los dedos por la tela de uno de sus brazos y la sentí suave al tacto. Era tan delgada que bajo la misma se adivinaban con claridad las formas de su cuerpo y lo comparé con el mío.

En los seres humanos, mientras que la mayoría de los machos eran toscos, todas las hembras poseían curvas y formas suaves que les brindaba a su silueta un aspecto armonioso, y que resultaban atractivas de mirar.

Yo no conocí esas diferencias sino hasta visitar la tierra por primera vez.

Y comencé a pensar entonces en otra cosa que nunca antes me había planteado. Mientras que entre los ángeles no existía el concepto del sexo, y por tanto tampoco el dimorfismo anatómico según el cual, por el contrario se daba con los demonios el mismo caso que entre los humanos, y había machos y hembras entre ellos, con diferencias evidentes.

¿Por qué? ¿Por qué eran los seres humanos idénticos a los demonios en ese aspecto, si los primeros eran creación divina?

Joan se movió entre las mantas emitiendo un sonido, adiviné que alertada por mi toque sobre su brazo. Recordé con ello mi propósito, y determiné zanjarlo de una vez.

Joan —la llamé, y repetí el gesto, tocando su hombro con más insistencia.

Solo entonces, ella abrió los ojos y estos me contemplaron absortos. Pestañeó un par de veces y se irguió con pereza.

—... ¿Philes? —masculló.

Sus pupilas bajaron entonces por mi torso hasta detenerse cerca de mi vientre, y sus párpados se abrieron hasta el límite, a la vez que su mandíbula colgó floja, emitiendo un abrupto jadeo.

https://youtu.be/P5Kopw_y9DI

Dio un alarido tan alto que me hizo retroceder, sobresaltado.

¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?! —chilló.

Sin darme tiempo a responder, introdujo la mano detrás de una de las mesillas junto a la cama, y al emerger lo hizo sujetando alguna especie de garrote alargado y liso, el cual blandió en mi dirección.

Reaccioné atajándolo justo antes de que golpease mi rostro, y ella pestañeó con una entremezcla de confusión y miedo. Luego, tiró de él para recuperarlo y lo blandió otra vez en alto, ahora con ambas manos, al tiempo en que se levantaba de la cama, echando lejos las mantas con los pies.

—¡No te me acerques! ¡Te golpearé si das un paso más! ¡LARGO DE MI CASA!

Abrí los ojos, sin entender el motivo de este nuevo exilio.

—... ¿Por qué? ¿He hecho... algo para ofenderte?

—¡HE DICHO QUE LARGO! ¡¿Qué es lo que pretendes?!

—Dana Joan...

—¡¿QUÉ PLANEABAS CON-...?!

—... hay imágenes en mi cabeza.

Joan cesó ipso-facto de gritar. Me contempló absorta unos instantes. Respiraba de tal manera que su pecho se henchía violentamente.

Después de un rato, sus brazos bajaron de forma paulatina y ladeó el rostro, entornando los ojos.

... ¿Q-qué?

Cada vez que cierro los ojos, e intento dormir, hay imágenes en mi cabeza. Me obligan a despertar.

Ella bajó el garrote, dejándolo colgar junto a sus piernas, y exhaló un respiro tan hondo que pareció llevarse todas sus fuerzas, al punto de lucir como si fuese a caerse.

Philes farfulló, todavía dando bocanadas... ¡¿Por qué... estás desnudo?!

Estaba incómodo. Las vestiduras que me has proporcionado son ásperas y me provocan comezón. Y las imágenes... No puedo hacer que se detengan. No me dejan dormir.

—«Imágenes» repitió, y sus ojos se volvieron en rendijas aún más estrechas. ¿Quieres decir... sueños?

Bajé el rostro y pestañeé. Paladeé a profundidad la palabra.

«Sueños»...

Ella terminó de bajar el arma hasta que el extremo tocó el piso con un entrechoque.

—Tienes que estar bromeando... ¿No sabes... lo que son los sueños? —Ladeó el rostro al escrutarme—. Es imposible... Debes haberlos tenido en algún momento de tu vida.

Me mordí los labios, sin saber qué responder. Era familiar al concepto; desde luego, pero no lo era a experimentarlos.

Nosotros no los teníamos. No teníamos nada parecido...

Sin que tuviera que responder, Joan movió la cabeza y soltó otro suspiro, más profundo que cualquiera de los anteriores.

Pasó entonces por mi lado sin soltar el garrote y sin abandonarme con su vista recelosa, y tomó un albornoz de un perchero detrás de su puerta, el cual se puso sobre los hombros de manera apresurada.

—Vístete, por favor. —Sonó más como una demanda—. Al menos... ponte ropa interior, por dios... —Hice un respingo—. Y después ven a la cocina. Te daré algo para que duermas.

https://youtu.be/m_CCQ1Ly6jU

Joan me facilitó una píldora que me indicó tragar con agua, y luego me envió de regreso a la habitación. Todo lo hizo sin desprenderse nunca del garrote.

La píldora no hizo ningún efecto en los momentos inmediatos a ingerirla, pero poco después me embargó un agotamiento como no lo había conocido durante ninguno de mis días en la tierra, y debí quedarme dormido poco después, pues las imágenes regresaron; solo que esta vez no fueron capaces de despertarme; sin importar cuán hórridas... o cuán placenteras.

Me despertó en horas de la mañana la molesta sensación de presión en mi vejiga, obra de otra necesidad que debía ser satisfecha, cuando ya la claridad inundaba el margen de la ventana. Era solo otra más de aquellas cosas que sabía que los seres vivos hacían, pero que resultaban en una molestia. De otro modo hubiese podido seguir durmiendo, pues la cama que la noche anterior me había parecido sofocante e incómoda, ahora se sentía como la grama suave y cálida de mi anterior hogar. No, no en Inferno donde nada crecía; sino un sitio mucho más anterior... Me pareció estar descansando allí por un momento. O incluso... sobre un terso regazo.

Sacudí la cabeza sin permitirme pensar en ello y salí de la alcoba con destino al cuarto de baño. Esta vez, tuve el cuidado de vestirme por si me topaba con Joan.

En el hospital había debido desahogar las necesidades de mi nuevo cuerpo en una vasija metálica llena de agua con ayuda de una enfermera, pero aquí había pedestal con un recipiente de loza similar a una letrina, el cual imaginé que cumplía el mismo propósito. Descubrí una palanca al costado, la cual, al ser accionada, vaciaba el contenido del recipiente y lo suplía con agua limpia. No me costó adivinar para qué servía, así como no tardé en deducir el propósito del rollo de papel suave dispuesto justo al lado.

Me parecía un desperdicio absurdo de recursos tan limitados y preciosos como lo eran el agua y los árboles en la tierra, pero eran las reglas, y debía atenerme a ellas.

Joan me había hecho entrega la noche anterior de una especie de cepillo pequeño, el cual no me explicó para qué servía. No lo supe sino hasta luego de inspeccionar los objetos dentro del gabinete encima del abrevadero, y encontrarme con un estuche tubular que contenía una crema fragante, y en el reverso del cual hallé indicaciones para su uso: servía para asear la cavidad bucal y las piezas dentales.

Y después de conseguirlo, acorde a las instrucciones detalladas en el tubo, me acerqué a la ducha, accioné el mecanismo del agua y me metí bajo la misma con la esperanza de que sirviera para librarme de la película pegajosa que comenzaba a sentir que cubría mi cuerpo, luego de casi tres días como ser humano, acumulando polvo y sudor.

Tardé en encontrar el punto perfecto entre el agua fría y la caliente, pero lo conseguí luego de varios intentos, y la frescura de la misma contra mi piel, ahora libre de aquella desagradable sensación de suciedad, fue otra experiencia nueva y gratificante; aunque suponía otro desperdicio de recursos, por lo cual limité el tiempo para la tarea solo al que creí pertinente para llevarla a cabo con efectividad.

Dentro del área de la ducha había más artículos que me resultaron nuevos. Todos eran unturas, afeites y cremas olorosas. No hubiese sabido cómo utilizarlos de no ser porque todos tenían instrucciones al reverso; algo que si bien me parecía absurdo en el caso de los humanos, considerando que ya convivían diariamente con todos esos artefactos y eran familiares a su uso, me resultó a mí, que era por completo indocto en ellos, de extrema utilidad.

Después de asearme y de vestirme con una muda limpia de ropa ligeramente similar a la anterior, esta vez con una camisa blanca y pantalones oscuros, fui a la cocina atacado por un rugir incesante de tripas.

Allí estaba Joan, con una taza de algo humeante en las manos. Despedía un aroma agradable, pero al fijarme mejor noté que se trataba de un brebaje oscuro como petróleo, el cual nunca se me hubiese ocurrido ingerir.

¿Qué es eso que bebes?

Café dijo secamente, mirándome otra vez como a un bicho.

Advertí que su rostro estaba tenso.

Luces agotada. ¿No has conseguido un descanso satisfactorio?

Joan sonrió al mirarme. Y ya sabía que aquello no era ningún signo de amabilidad, y menos de jolgorio.

Tú dímelo.

¿Cómo podría saberlo yo?

Aquella dejó entonces la taza sobre la mesa con brusquedad, y me contempló de mal humor. Ya no sonreía en lo absoluto. Pensé que me diría el motivo de su disgusto, pero en vez de eso se sumió en un largo silencio, durante el cual solo se dedicó a respirar pesadamente mientras me contemplaba, como si esperase a que yo lo adivinara; lo cual, desde luego que me era imposible. Ya no poseía esa habilidad.

Al final de su pausa, se dignó finalmente a hablar.

Escúchame bien, Philes. Te diré esto una sola vez; y no puedo creer que tenga que hacerlo: no puedes sencillamente deambular desnudo por la casa. —Así que se trataba de eso—. En especial, no puedes entrar desnudo en mi habitación en mitad de la noche. ¡Pensé que ibas a-...! —Cortó su frase abruptamente y resopló.

Aguardé a que terminase lo que estaba diciendo, mas no lo hizo.

—¿Qué iba a... qué?

Percibí su rostro enrojecer levemente.

—Solo no lo hagas. ¿De acuerdo? Solo... no.

Lo reflexioné por un momento, y después asentí.

No estaba al tanto de esa regla. Procuraré atenerme a ella a partir de ahora.

Es porque nunca establecí esa regla; pensaba que era sentido común. —Para un humano, quizá. Al menos parecía ligeramente más en calma ahora, aunque no menos tensa. Suspiró con pesadez—. En fin... Tú sí pareces haber descansado.

Lo hice. La píldora fue efectiva.

—¿Cómo... está tu mano?

Ladeé el rostro.

—¿Mi mano?

—Sí, me refiero a cuando yo... —Joan sacudió la cabeza—. Olvídalo...

Sin más que añadir, de parte de ninguno, me quedé de pie frente a la mesa, observándola dar sorbos a su brebaje, cada vez más intrigado.

—¿Qué es tan interesante? —inquirió con acritud, tras un minuto.

—¿Podría beber un poco de eso?

—... ¿De café?... Seguro. —Puso los ojos en blanco—. Queda un poco en la cafetera. Hay tazas en el gabinete justo encima.

Encontré todo en el lugar donde ella me indicó, y llené una de las jarras de cerámica a las que llamó «tazas» con el líquido oscuro.

Dudé antes de llevármelo a los labios y lo aspiré primero. El aroma continuaba pareciéndome agradable y tentador. Pero aunque sabía, por norma general, que el aroma de la mayoría de las cosas en la naturaleza servía para indicar si eran o no comestibles, había averiguado poco antes, en la ducha, que no todo lo que olía bien en la tierra tenía necesariamente buen sabor.

El jabón era un claro ejemplo. El perfume era otro...

—¿No piensas sentarte? —dijo Joan, en lo que resolvía dar el primer sorbo.

—No lo necesito; no estoy cansado.

—Desearía algo de tu energía. Me hará falta hoy.

Asentí. De manera que tenía que trabajar... aunque no tenía puesto el uniforme. Había pensado que podría hablar con ella de lo ocurrido la noche anterior, pero eso nos dejaba con tiempo limitado en las manos. Así que determiné ser breve.

—Joan.

—¿Hm?

—Anoche mencionaste los... «sueños».

https://youtu.be/AMmQVyJrXfE

Aún de espaldas, noté que volvía a tensarse. Giró sobre su silla para mirarme y descansó un brazo en el respaldo.

—¿En verdad... no recuerdas haber tenido ninguno antes? ¿Jamás?

Negué, y estrujé la taza entre mis manos. El calor que transmitía a mi piel helada era agradable.

—¿Siempre son así? ¿Siempre... te asustan y obligan a despertar?

—Las pesadillas lo hacen.

—«Pesadillas» —repetí— ¿Cuál es la diferencia?

—Las pesadillas son sueños; pero son sueños desagradables.

—¿Y qué hay de las voces?

Su ceño se tensó profundamente.

—... ¿Voces?

—Las oí anoche también; cuando intentaba dormir. Aunque no recuerdo qué decían...

Algo cambió en su rostro. Pasó de lucir molesta y confusa, a parecer cavilante. Me examinó por largo rato.

—Dime una cosa, Philes —dijo al final de su larga pausa, y un chasquido de su lengua—... ¿dónde vivías... antes del accidente?

No podía revelarle aquello... Pero, ¿por qué empezaba a hacer preguntas? ¿Por qué de pronto era importante?

—No lo recuerdo —mentí, y mi voz sonó más a la defensiva de lo que hubiese querido.

Joan asintió suavemente. Hizo otra extensa pausa antes de volver a hablar.

—Esta te parecerá una pregunta extraña... Y no querría... que lo malinterpretases de ninguna manera; no quiero inmiscuirme, en lo absoluto; pero... ¿es posible que vivieras antes en alguna clase de... institución? —hizo un énfasis en la última palabra.

—¿«Institución»? —repetí, sin saber a qué clase se refería.

—Me refiero a... alguna especie de centro de salud. —Movió la cabeza en una negativa y arrugó los párpados, como si tuviese dificultades en hallar la palabra correcta—. Cuando digo salud quiero decir... orientada, concretamente, a la psicológica. O bien... mental.

Meneé el rostro. No estaba entendiendo nada.

—Te lo pondré así —suspiró—: ¿es posible que vivieras en algún tipo de... centro comunitario con... otras personas? Donde hubiera... no sé, doctores, y...

—No lo creo... —mascullé; tan perdido o más que al inicio.

—¿No lo crees... o tampoco lo recuerdas?

—Estoy seguro de que no.

Asintió otra vez, pero podía ver en su expresión que no estaba convencida.

—Ya veo... —Se levantó de la mesa con la taza y fue a enjuagarla al abrevadero de la cocina—. Bien, será mejor que me ponga en marcha. Por cierto... —En ese punto, su expresión pareció profundamente conflictuada; con cierto dejo de embarazo—. Hay algo... de lo que me gustaría que hablásemos más tarde. ¿Crees que sea posible?

Pestañeé, no del todo seguro de las implicancias de aceptar. Pero prefería saber lo que rondaba su cabeza, a permanecer en ascuas.

—No me es inconveniente.

—Genial. Puedes desayunar lo que quieras; yo regresaré por la noche. ¿Estarás bien por tu cuenta?

—Lo estaré. —Y casi como un acto reflejo, todavía abrumado por la naturaleza inquisitiva y ligeramente acusadora de sus preguntas anteriores, le di un sorbo al brebaje oscuro.

Un sabor amargo y potente colmó mi lengua. No fui capaz de mantener la bebida al interior de mi boca por más de unos instantes antes de escupir el buche con toda la fuerza de mi pecho.

Después... el grito de Joan.

—... ¡¡PHILES!!

***

https://youtu.be/JYMr72TxsSo

Después de pasar el día en casa, examinando cada objeto al interior de la misma que tuviera instrucciones al reverso —en el afán de entretenerme y pasar el tiempo, pero lo cual resultó ser bastante ilustrativo—, y de hurgar en la nevera leyendo los ingredientes de todos los alimentos en busca de algo que no contuviese leche de animal o huevos, lo cual limitó considerablemente mis opciones, acabé por sentarme en la orilla del sofá sin haber comido más que una fruta y algo de pan, y permanecí por largo tiempo mirando al suelo.

La luz del día se desvaneció antes de que me diera cuenta, dando paso a una oscuridad aplastante al interior de la casa, y una noche tan fría como todas las que había pasado en la tierra como un ser humano.

Pensé en acostarme a intentar dormir. No era como si tuviera especiales deseos de esperar despierto a Joan y verla a la cara de todos modos, luego de escupir café encima de ella y por toda su cocina, y que se diera cuenta, poco antes de marcharse, ya bastante molesta conmigo, de que la barra de jabón del baño tenía una mordida considerable.

Sin embargo, otra idea distinta comenzó a rondar por mi cabeza...

Por fuera de la ventana, el viento gemía y remecía los árboles de la calle con rudeza, transmitiendo vibraciones al cristal de la ventana, pero al menos no nevaba. No lo había hecho en todo el día, por lo cual imaginé que las calles estarían despejadas, y no haría tanto frío.

¿Con qué fin me habría enviado Lucifer allí? ¿En verdad solo buscaba amedrentarme, o había otra razón? Porque si se trataba solo de lo primero, ya lo había conseguido. No necesitaba de seis meses para ello.

No... Debía haber un motivo ulterior el cual solo él conocía, y esperaba que yo descubriese.

Y no lo haría allí encerrado, donde no había nada de lo que me había recomendado probar; salvo quizá la comida..., y ya había perdido muy rápidamente el interés en ella después de tantas malas primeras experiencias. Todavía me quedaban seis meses y unos pocos días...

Si por mí fuera, podría perfectamente pasarme todo ese tiempo confinado en aquella casa sin quejarme; no tenía el menor interés en ver nada del mundo, ni mucho menos mezclarme con sus insulsos pobladores.

Pero no podía dejar de sentirme apremiado a cumplir con su expectativa; experimentar todo lo que me había encomendado...

Y con eso, quedó decidido. Si era lo que Lucifer esperaba de mí, no me quedaba otra opción sino la de acatar.

No importaba si se trataba de un regalo o un castigo; por encima de todo se trataba de un objetivo.

Debía serlo... Debía haber un propósito. Yo debía tener un propósito.

De otra manera... ¿cuál era el punto?

¡¡Y ese fue el capítulo, hamores!! este ya fue un poquito más largo que los anteriores, pero prometo mantenerlos en esta longitud, a excepción de casos precisos, para que la lectura no se haga tan pesada. ¿Qué longitud prefieren ustedes?

En fin, esperando que les haya gustado este capítulo ♥ ¿Qué les parece hasta ahora? ¿Tienen alguna teoría? ¿Qué serán esas extrañas voces en los sueños de Philes? ¡Estoy ansiosa de leer su opinión! 

De antemano gracias por eso, por su lectura y por sus votos. ¡Espero que me sigan acompañando!

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