2. Joan
https://youtu.be/7I_2MnvKcjc
Incapaz de andar erguido, acribillado por terribles punzadas, tan agudas que me arrebataban el aliento, me moví encorvado y arrimado a las paredes, afianzando con dedos torpes cada grieta y saliente a la que podía asirme.
El dolor era excruciante. Tanto el de la caída, como el de la puñalada; el de mis nuevos tejidos, neófitos a la existencia, sensibles al tacto como la carne tierna de una herida recién cicatrizada, y el de todos mis sentidos humanos por primera vez despiertos, sobrecogidos por la abrumadora novedad de los estímulos.
Salí trastabillando del abrigo de la callejuela oscura a una zona abierta, donde me asaltó un nuevo huracán de azotes sensoriales.
Los vehículos transcurrían aprisa, prorrumpiendo en un interminable coro de ronquidos graves, graznido de cláxones, y música tan estridente que acuchillaba mis oídos, haciendo pulsar mi cabeza; y las luces que emitían, aunada a la que vertían los faroles sobre la calle, abrasaban mis ojos.
Sellé los párpados, cubrí mis oídos, y empecé a correr intentando alejarme. Bajo mis pies, el hielo que cubría los suelos se sentía como brasas ardientes, y el frío impiadoso de los vientos invernales transcurrían sobre mi piel desnuda como navajazos.
Ciego, y parcialmente ensordecido, no vi a donde iba, pero el repentino acceso de vértigo en cuanto uno de mis pies se precipitó por un breve y abrupto desnivel, como un peldaño, me detuvo y me hizo abrir los ojos, esperando encontrarme con alguna clase de escalinata. No obstante, antes de que pudiera averiguarlo, una nueva estela de luz, más fulgente que el sol del mediodía, me atacó por un flanco, cegándome otra vez.
Hubo otro coro de bocinas. Y entonces, algo arremetió contra una de mis piernas; tan duro que provocó que mis pies abandonasen el suelo, y que saliera despedido. Volé por un instante corto antes de impactar el suelo con el costado, golpeándome la cabeza y el rostro, y quedé tendido nuevamente sobre concreto y hielo, desde donde no hallé las fuerzas de levantarme.
Tanto mi cuerpo como mi voluntad se hallaban rendidos; rotos... No tanto por el agotamiento y el dolor físicos, como por mi espíritu abatido. Pues fue aquel último golpe; tan real, tan encarnado..., el que me ayudó a convencerme de algo que, en el fondo, todavía para ese momento, contra toda la evidencia, me negaba a aceptar: que Lucifer me había abandonado.
https://youtu.be/gbTuAYTwpjg
Recuperé brevemente las esperanzas en cuanto dos manos asieron mi rostro de la misma forma en que antes lo habían hecho las suyas, pero esta se esfumó rápidamente en cuanto las apercibí distintas, y resolví que no le pertenecían a él. Estas eran pequeñas, y estaban tibias.
No hubo un beso, pero sí una silueta familiar, la cual desató en mi interior un vendaval de sentimientos que creía enterrados, y que estrujaron sin piedad mi corazón humano, impidiéndole latir con normalidad en cuánto le reconocí.
La luz brillante de un farol a sus espaldas, como un halo dorado constelado por los copos de nieve que flotaban sobre el mismo como gemas, devoraba sus contornos, ensombreciendo sus facciones, de manera que no pude verlas con claridad; pero distinguí las formas suaves de su rostro, enmarcado de breves mechones oscuros, y sus profundos ojos...
¿Era acaso una visión?
Gritaba algo que no entendí, pero que no necesité entender; pues, sin importar si era una visión, un espejismo cruel, allí estaba nuevamente conmigo, luego de tanto tiempo... Como si jamás se hubiese ido.
—... Zad... kiel...
***
Aún el recuerdo vívido de mi primera caída, infinitamente más alta y peor, no se equiparaba a esta. O quizá se debía a que de eso ya habían sido varios milenios... Y, como la primera roca al final de un rompeolas, de cara a las corrientes, esa memoria se desgastaba un poco con cada nueva tormenta.
A medio camino entre la conciencia y la vigilia, estaba bastante seguro de poder oír voces a mi alrededor. Sonaban amortiguadas y lejanas para mí, como provenidas desde la superficie de un estanque en el cual me hallase sumergido. Sin embargo, el dolor y el frío que me acribillaban simulaban más un lago de aguas glaciares.
Permanecí un tiempo largo en esa deriva confusa conforme luchaba por encontrar el ritmo adecuado en el acto inhalar y exhalar; pues cada vez que mi cuerpo lo asimilaba como un mecanismo reflejo y hallaba por sí solo el equilibrio idóneo, mi mente afanaba en recordarme que ahora debía hacerlo, y volvía a perder la coordinación y a ahogarme.
Las voces comenzaron a cobrar forma conforme mis sentidos nadaban hacia la superficie, aún sin que la oscuridad que colmaba mi visión se disipase.
—... vi caer claramente; lo juro. No me explico cómo salió con vida solo con algunos hematomas.
—De la caída... y de lo otro.
Oí dos risas. Una más ruidosa que la otra; pero ninguna como aquella a la que estaba acostumbrado. Eran risas genuinas, que no ocultaban ningún motivo ulterior perverso. En definitiva, Lucifer no estaba allí... Y no sabía si eso me aliviaba o decepcionaba.
—Juro que salió de la nada... Además nevaba; la pista estaba resbaladiza... y llegaba tarde a mi turno. Como sea, no me lo explico.
—Quizá intentaba suicidarse. En fin... al menos pasó bien la noche y está estable.
—Aun así, debería permanecer en observación hasta los resultados de la ECT. No parece haber daño neurológico, pero no lo sabremos con certeza hasta tenerlos, y hasta que despierte. ¿Qué tan probable es una pequeña pérdida de memoria? —Hubo un suspiro—. Minúscula. Tan solo un par de minutos antes del accidente...
—Yo no contaría con eso.
—Lo supuse...
—¿Y ya sabemos quién es?
—No tenía documentos consigo; ninguna clase de identificación...
—Eso es obvio. ¿Dónde los llevaría?
Más risas discretas. Ambas, femeninas. Una de ellas, juvenil y clara. La otra, grave, arrulladora y reconfortante. Familiar...
—Me refiero a algún reporte. ¿No ha venido a buscarlo nadie? La policía; algún pariente...
—Nadie, en toda la noche.
—Si despierta hoy, intentaré averiguarlo. Ve a casa, linda, cuidaste de él toda la noche.
—Sí... Gracias. Avísame si averiguas algo.
La oscuridad se disipó solo entonces, y dio lugar a una imagen blanca, brillante, que me hizo pestañear sin poder ver nada más que siluetas.
—Aguarda... ¡está despertando!
—El monitor portátil, Felicia. ¡Rápido!
Hubo movimiento a mi alrededor. Obra de la pesadez de mis párpados, cada nuevo intento de abrir los ojos fracasaba, amenazando con empujarme otra vez al vacío.
—Señor. ¿Puede oírme?
Me afiancé al sonido de su voz para aferrarme a la conciencia, y fue solo así que pude despertar de mi sopor.
https://youtu.be/MjF4o7kAFxU
Y allí estaba otra vez ante mí; la misma silueta de antes, ataviada de blanco impoluto. Dueño de una nueva claridad, y ahora seguro de estar despierto, comprendí que no había sido una visión. Era real.
Sin embargo... no era quién yo había creído. No era Zadkiel.
Guardaban, no obstante, un abrumador parecido. Una cara pequeña, de mentón fino y pómulos llenos, revestida de piel olivácea. Ojos oscuros y penetrantes; cabello moreno, torcido en bucles suaves...
Sus manos continuaban tibias en el momento en que sujetó la mía y me pinzó el dedo anular con un dispositivo con números luminosos. Eran las mismas de antes; aunque no las que esperaba.
Detrás de ella había otra mujer. Aquella era rubia, mucho más baja, y de formas más voluptuosas. Sus ojos verdes parpadeaban vivaces y atentos. Lucía más joven.
La primera tomó de su abrigo blanco un par de lentes con forma de medias lunas, y los situó sobre su nariz fina, ligeramente aguileña antes de inclinarse en torno al dispositivo en mi dedo y mirar los números.
—Está algo bradicárdico, pero la saturación es normal. Cincuenta y cinco, y noventa y tres —dijo a la muchacha, y esta anotó algo en un fichero—. Señor, ¿puede oírme? ¿Cuál es su nombre?
Contrariado por la similitud de su rostro al de mis recuerdos, le hurté la vista y en cambio examiné mis alrededores. Bastó un vistazo para darme cuenta de que me encontraba en un hospital.
Los visitaba con asiduidad, por cuanto solían ser un buen lugar para llevar a cabo mi tarea. No me iba nunca con las manos vacías. Jamás hubiera creído posible, o tan siquiera imaginado, que los roles se invertirían de esta manera, y que llegaría el día en que fuera yo quien yaciese débil y desvaído de toda esperanza en una cama.
—¿Señor? —insistió la mujer, y hube de forzarme a mirarla otra vez, disgustado por su aspecto tan odiosamente conocido—. ¿Puede entenderme? ¿Podría decirme su nombre?
La otra mujer permaneció cerca, con el fichero listo y la pluma dispuesta en la otra mano.
No podía revelarle mi nombre real. No solo era nuestra regla más terminante; sino que aunque pudiese decirlo, le resultaría demasiado inusual. Despertaría sospechas, o bien me tomaría por un loco.
Fue entonces que pensé en algo mucho más simple; aunque pronunciarlo me supo amargo en los labios.
—Philes —Y añadí; en el mismo idioma en que reconocí que me hablaba ella—: Mi nombre... es Philes.
Mi propia voz me resultó ajena. Sonaba ajada. como la de un anciano, y por un momento temí haber envejecido durante mi tiempo inconsciente. ¿Cómo funcionaba la edad humana? De pronto no lo tenía claro. O había perdido todos mis conocimientos, o mi cabeza humana continuaba vaga.
Ella frunció el entrecejo, igual de confusa.
—¿Solo... Philes? o...
Un apellido... Necesitaba un apellido.
Maldije a Lucifer una vez más... ¿Acaso no se le habría ocurrido darme al menos una identidad antes de arrojarme en el plano terrenal? No... Claro que sí se le habría ocurrido... pero desde luego que a La Estrella de la Mañana le resultaría más divertido abandonarme a mi suerte sin nada. En las sombras...
Fue entonces que pensé en una posibilidad. No se oía mal del todo.
Morning... star.
—Philes... Mostar.
A su lado, la muchacha rubia lo anotó en su fichero.
—De acuerdo —asintió la mujer alta—. ¿Cree poder recordar su número de identificación? ¿Dirección? ¿Algún número telefónico de algún familiar?
Pestañeé, sintiéndome mareado. ¿De dónde sacaría toda esa información? Con suerte había podido pensar en un nombre. Por lo demás... ¿«familiares»? La sola noción era risible.
—También necesito saber si tiene alguna alergia alimentaria o si...
—No... lo recuerdo. —Parecía la respuesta más simple; pero a la vez la que daba cabida a más dudas. Lidiaría con eso luego...
El gesto de la mujer fue ambiguo. Se dirigió a la enfermera rubia. Esta quiso inferir en algo, pero la mayor la acalló con un gesto discreto.
—Bien, no nos preocupemos de eso por ahora. Es posible que esté confundido todavía. Sufrió un accidente, señor Mostar. Lo golpeó un automóvil. Y sufrió poco antes una caída desde una altura considerable. ¿Recuerda algo de lo que pasó?
¿Qué pasaría si dijera la verdad? Que alguien me había empujado...
¿Por qué demonios Lucifer haría algo como esto? ¿No esperaba acaso que permaneciese en la tierra durante el plazo que él mismo había establecido? ¿Qué pretendía intentando matarme?
—... Tampoco lo recuerdo.
—Está bien. Estoy segura de que lo hará luego. Por ahora, está en buenas manos —me aseguró, con expresión tranquilizadora. Cada vez, con cada nuevo gesto, hallaba más parecido entre ella y Zadkiel... Sentí una extraña corriente recorrerme. Rabia... a la vez una melancolía estremecedora—. ¿Al menos... es residente en el país?
—No. —Supe al instante que había cometido mi primer error, cuando ambas mujeres me clavaron una mirada inquisitiva.
Aunque me confesaba ignorante en muchos aspectos humanos, entendía que sus naciones poseían fronteras bien establecidas, y que eran rigurosos en cuanto a ellas. ¿Sería echado si declaraba no pertenecer allí? A dónde, en todo caso... ¿de regreso al infierno?
—¿Es un inmigrante, señor Mostar? —Pese a la naturaleza de su pregunta, su tono no fue incriminatorio.
Sin embargo, bastó la acusación implícita para detonar mi mal humor.
—Te he dicho que no lo recuerdo —siseé—. ¿En qué lengua he de hablar para que lo entiendas?
El rostro amable de la mujer se torció de pronto, perplejo. La otra nos contempló de uno en uno con los ojos muy abiertos.
La primera aspiró hondo, y luego exhaló con la misma fuerza. Después... sonrió. Pero aún pese a su sonrisa, podía notar en la sutil tirantez de sus mejillas que intentaba esconder con ella algo diferente.
https://youtu.be/AMmQVyJrXfE
Aún si los seres como nosotros no poseíamos la capacidad de sentir igual que un ser humano, yo los conocía lo suficiente como para que, aunque pretendiese engañarme enmascarando sus emociones, pudiera verlas a través de su pobre actuación. Aun así, no fui capaz de descifrar cuál era la auténtica, por más que intenté escudriñar en sus sentimientos. No había nada allí sino un vacío. Intenté lo mismo con la otra mujer, sin resultados.
Claro... ya no contaba con mis poderes. Era un humano ahora.
Por otro lado, al menos su sonrisa no era nada como la de Zadkiel, y aquello me ayudó a establecer al fin una brecha entre ambos.
—Felicia, toma su presión arterial y temperatura, por favor. Señor Mostar, le hemos practicado una ecotomografía cerebral. Hablaremos otra vez en cuanto tengamos los resultados. De momento... debería descansar. Ya es un milagro que esté vivo.
Me dejé manipular dócilmente en cuanto la mujer rubia envolvió mi brazo con una manga dura que insufló a un punto molesto y doloroso.
Entretanto, reposé la cabeza sobre la almohada y cerré los ojos, exhalando con pesadez en espera de que terminase. Fue un acto reflejo, y ayudó a sentirme ligeramente aliviado de alguna manera.
«Un milagro»... De manera que el maldito diablo en persona tenía ahora el poder de realizar milagros.
***
El cuerpo humano funcionaba de forma curiosa. Bastaba con que un solo sistema fallara para que todos los demás se adaptasen con el fin de compensar el desequilibrio y se viesen alterados. Lo descubrí después de habituarme a respirar sin pensar en ello, pues solo con eso, mis constantes vitales se normalizaron; o eso me dijo la mujer rubia. Felicia.
A lo largo del día, las irrupciones de esta en la habitación fueron reiterativas. Efectuaba cada vez diferentes procedimientos... Y hacía preguntas.
Comprobaba los monitores; y hacía preguntas. Remplazaba las bolsas de fluido que colgaban junto a mi cama; y hacía preguntas. Revisaba las manguerillas conectadas a mi brazo... y hacía más preguntas. No respondí a ninguna más que con evasivas; y empezaba a cansarme de ella.
Entre tanto, del otro lado de la puerta de la habitación, el ajetreo era perenne a un punto exasperante. Veía a hombres y mujeres moverse de un lado a otro incesantemente; rostros aparecer y desaparecer; gente ir y venir; la vida transcurrir... Un día más en la tierra para todas aquellas personas, y el primero de todos para mí, como uno más de ellos.
Como un ser humano...
¿En qué pensaba Lucifer? ¿Se burlaba de mí, como era su costumbre? ¿Regresaría dentro de poco a revelarme que todo era solo una pésima chanza, riendo con esa risa candorosa; o en verdad planeaba cumplir su palabra y desampararme por todo el tiempo que había decretado? ¿Y qué haría yo hasta entonces, de ser el caso?
Sin una identidad, sin recursos... Y sin mis alas.
Su súbito recuerdo vino acompañado del terrible pesar de su pérdida, el que se había mantenido hasta ese momento aplazado a algún sitio recóndito de mi memoria, y nuevamente resentí el vacío de su ausencia detrás de mis hombros desnudos.
Me sentía demasiado ligero, a la vez que demasiado pesado sin ellas...
Aun cuando sabía que perder sus alas era el peor castigo concebible para un Etéreo; y aun cuando Lucifer y yo habíamos transmutado casi por completo nuestra esencia y naturaleza como tales, nunca hubiese podido siquiera imaginar cuán amargo resultaría, sino hasta experimentarlo en carne propia; y nunca mejor dicho.
Por otro lado, Lucifer había sido en extremo generoso en quitármelas de manera indolora...
¿Cómo habría sido para él? ¿Qué habría sentido mientras las suyas eran arrancadas?
La imagen tras un velo flotante de plumas blancas ensangrentadas, de su cuerpo lánguido y desgarrado a los pies de «Quién cómo Él», y la hórrida visión de su pálida espalda mutilada; despojada de las que fueron alguna vez sus magníficas alas de cisne, llenó cada resquicio de mi memoria, provocándome un escalofrío.
Atacado por las náuseas que ese recuerdo me causó, llevé por reflejo una de mis manos a la parte posterior del hombro contrario, y toqué con pesadumbre la zona ahora yerma de mi piel.
Y fue entonces que noté la segunda diferencia entre ambos. Además de la cicatriz que había llevado por milenios sobre el hombro izquierdo, desde nuestro exilio en la tierra, no había allí ninguna otra. Ninguna marca, corte, vestigio... Nada en absoluto.
... ¿Por qué?
***
La mujer alta de esa mañana se presentó nuevamente en la habitación poco después del atardecer, con una mejor disposición que aquella con la que se había marchado tras mis hostilidades.
Portaba una sonrisa curiosa en el rostro. Parecía tensa; expectante... Traía algunos folios de papel en las manos.
—No me he presentado apropiadamente, señor Mostar —me dijo, tras saludarme con cordialidad—. Mis disculpas, la situación de esta mañana hizo que lo pasara por alto por completo. Yo soy la doctora Dana Joan Edwards.
https://youtu.be/0_7jAxca3I0
Sufrí un violento estremecimiento al oír ese nombre.
Recordé de inmediato a la pequeña niña bajo el automóvil, y junto con ella a su llorosa madre. El alma que había perdido; que Azrael me había arrebatado... Aquella por la que Lucifer aún me incriminaba, después de meses. El comienzo de todo.
Pero la persona a la que tenía en frente era ya una mujer adulta. Por demás, una mujer que ya desenterraba recuerdos que creía inhumados en mi memoria... ¿Cuándo se acabarían las coincidencias lamentables?
—Los resultados de su ECT están listos —anunció, mirando a las planas en sus manos—. Al parecer, fuera de una ligera contusión, está todo en orden. Se imaginará nuestra sorpresa... ¿Confío en que haya sido capaz de recordar un par de cosas? —preguntó, tentativamente.
Negué, y le quité la vista, todavía incomodado por su rostro.
Ella suspiró decepcionada, y volvió la vista a las planas en sus manos. Revisó hoja por hoja, y me pregunté si algo en el contenido de los mismos allí resultaría de alguna manera incriminatorio. ¿Qué revelarían mis pruebas? ¿Mostrarían algo fuera de lo ordinario? ¿Algo... que no fuera humano?
Dana Joan Edwards se detuvo de súbito en una plana, y mi corazón experimentó algo totalmente nuevo. Como si se saltase un latido... Y la sensación fue tan novedosa como desagradable.
El rostro de ella se tensó, y entornó los ojos del otro lado del cristal de sus anteojos cuando aproximó la planilla a los mismos.
Mi respiración volvió a descoordinarse, y procuré estabilizarla, en espera de qué tendría para decirme. Lucifer no sería tan descuidado como para arriesgar desvelar nuestra existencia a los mortales, solo con el fin de causarme otra inconveniencia... ¿O sí?
A estas alturas... nada me sorprendería, viniendo de él.
—... ¿Sabe, por casualidad, cuál es su grupo sanguíneo, señor Mostar?
—No lo sé —respondí. No tuve que mentir.
Aquella apartó la vista del fichero para mirarme. Antes de hablar se tomó una pausa larga.
—Es AB negativo —me reveló, y pestañeé sin entender qué significaba eso y por qué era relevante.
Entonces, Dana Joan Edwards se trasladó a la puerta de la habitación y la cerró, quedándose dentro conmigo. Sentí cada músculo de mi cuerpo tensarse al intentar imaginar qué intenciones se ocultaban tras su acción.
¿Qué había descubierto? ¿Y qué pretendía ahora? ¿Sitiarme y luego dar aviso a las autoridades?
Me preparé para saltar de mi lugar y lanzarme por la ventana, si tenía que hacerlo. O directo a estrangularla, si no me dejaba más opción.
Pero luego, aquella bajó el fichero con un suspiro, y su rostro decayó atribulado.
—Voy a ser honesta. Si mis sospechas son ciertas y es un inmigrante ilegal, las cosas no lucen bien para usted. —Aun cuando sus palabras podrían interpretarse como amenazas, el tono empleado volvía a contradecirlas—. Sin embargo, también puede ser honesto conmigo. Dado el hecho de que le encontramos desnudo en la calle, sin dinero ni documentación, presumo que no solo no tiene los medios para pagar por la atención del hospital, sino que tampoco tiene a dónde ir cuando salga de aquí, ¿me equivoco?
No me agradaba estar en esa posición vulnerable y de tan evidente desventaja, pero no tenía salida. Me vi obligado a negar, confirmando así todo aquello de lo que se me acusaba.
Ella asintió con expresión neutral.
—En ese caso... ¿qué me diría si le dijera que puedo ofrecerle una alternativa?
La escruté incrédulo, sin resolver qué podría tener ella para ofrecerme.
Ante mi prolongado silencio, Dana Joan Edwards exhaló, como si hubiese perdido momentáneamente la capacidad de respirar. ¿De manera que se trataba de un reflejo común en los humanos?
—Tengo una habitación en renta —reveló al fin—. Si no tiene dónde quedarse, puede ocuparla sin coste hasta que haya encontrado algo. En cuanto a los gastos del hospital... yo los cubriré todos.
La examiné con recelo. ¿A qué se debía tal despliegue de generosidad? No era habitual entre los humanos otorgar sin esperar nada a cambio. Era otra cosa que sabía con certeza respecto a ellos, tras haber pactado innumerables almas, siempre a cambio de algún provecho egoísta. Debía haber un precio.
«Todo tiene un precio»
Y hube de abandonarme a algo a lo que jamás hubiese pensado que me vería obligado a recurrir. Me hallaba del todo del otro lado de la transacción.
—¿Qué es lo que requieres a cambio?
—Nada.
Entorné los ojos y la escruté con más detenimiento, en busca de alguna seña en su rostro que contradijese sus disparates. Pero no hallé pista... ¿Era tan buena escondiendo sus emociones, o se debía tan solo al hecho de haber perdido mis habilidades para leerlas?
—Por favor... piénselo —añadió—. Ahora... tengo algunas cosas que hacer, pero estaré viniendo para comprobar su estado. Tiene hasta mañana para darme una respuesta.
—¿Mañana?
—Mañana le daremos el alta. Y podrá abandonar el hospital.
Me di cuenta con sus palabras de que había pasado por alto por completo ese detalle. Mi capacidad de previsión también era demasiado limitada ahora que mi mente se hallaba contenida y restringida por una cabeza humana.
Y ahora se me presentaba un nuevo dilema:
¿Qué haría después de abandonar el hospital?... ¿A dónde iría?
***
https://youtu.be/m_CCQ1Ly6jU
Las horas que pasé allí no dejó de nevar ni siquiera por un instante. Y tanto el frío que se adivinaba por fuera de la ventana en la forma de pesados vientos saturados de escarcha, como la amenaza de los efectos del mismo, si no estuviese caliente y alimentado en una cama, abrigado por un techo, sirvieron para darme cuenta de dos cosas, respecto a mi nueva humanidad:
La primera, era que milenios visitando la tierra no hubiesen podido prepararme para todo aquello a lo que tuve que habituarme en un espacio tan reducido de tiempo; desde las nuevas sensaciones de mi cuerpo físico —no solo el frío; también el dolor, la sed y el hambre—, hasta las necesidades biológicas del mismo —las cuales hube de aprender a atender en el transcurso de un día, y que supuse que constituirían una molestia constante por todos los venideros, mientras permaneciese prisionero de mi vehículo carnal—. Una cosa era saber de su existencia, y otra muy distinta experimentarlas. Si tan solo hubiese seguido el ejemplo de otros demonios y poseído cuerpos humanos por lo menos una vez en el pasado... Pero ya era tarde; y debido a ello no contaba con ninguna clase de referencia previa ni experiencias que visitar. Era un recién nacido arrojado al mundo; sin armas, sin habilidades, sin comprensión de lo que ocurría a mi alrededor..., y lo que era peor, un neonato indeseado; desechado y dejado para morir desnudo en un callejón. Sin una guía, sin un medio de aprendizaje... Nada.
La segunda, fue lo frágil que podía llegar a ser la vida.
Era algo que sabía, desde luego. A lo largo de mi permanencia inmortal en aquel plano había visto civilizaciones alzarse y luego desmoronarse como castillos de arena a merced de una ola. No obstante, tan habituado estaba a contemplar a la humanidad desde lejos y nada más que como un mero espectador, que su completa existencia se reducía para mí a un todo; y transcurría ante mis ojos igual que la de un cúmulo de hormigas; nunca desde una distancia lo suficientemente cercana como para interesarme por cualquiera de ellas en particular, y menos como para siquiera pensar en apreciar a cada una como un ser individual.
Todas lucían iguales; todas eran igual de irrelevantes. Los seres como nosotros podíamos descargar un manotazo y matar a cien sin que hiciera diferencia alguna. Continuarían multiplicándose cual plaga despreciable.
En un día habrían nacido otras cien; mil; diez mil más por toda la tierra... Y en cien años más a partir de ese momento —lo que para un ser como yo era menos que un parpadeo—, ninguna de esas cien vidas importaría ya. Se habrían desvanecido todas. Tan ínfimas eran...
Pero hoy, solo en cuestión de unas pocas horas, cada vez que oía las sirenas de la ambulancia afuera, con lo cual poco después comenzaba el ajetreo del personal médico con el fin de atender la emergencia, era recordado del hecho de que, para los humanos, incluso una sola vida importaba.
¿Por qué? ¿No eran acaso conscientes de lo insignificantes que eran en realidad? ¿De lo efímero y fútil que eran su paso por el mundo en la escala y el orden de las cosas?
Por añadidura, aunque vi muchas caras durante mi estadía allí, algunas fueron tan recurrentes que empezaban a resultarme familiares. Una de ellas, la de Felicia. Pero la más habitual, la de Dana Joan Edwards.
No interactuamos demasiado durante el transcurso de la tarde. Por el contrario, hacía todo lo posible para alejarla cada vez que se presentaba en la habitación. Pero, sin importar cuán hostil me portase con ella, siempre aparecía nuevamente con un rostro sonriente, y me reiteraba su oferta, o repetía las mismas interrogantes, en espera de que hubiese recordado algo.
Pero, así como con las preguntas de la otra muchacha, Felicia, me abstuve de responder también a las suyas en cada ocasión. Y con la misma rapidez, si no era que aún mayor, empezó a hastiarme su insistencia.
Aunque no tenía idea de qué haría después, de pronto todo lo que deseaba era poder irme de allí y no volver a ver nunca más a la cara de ninguna de esas personas; en especial... la suya. No porque hubiera hecho nada particularmente terrible más allá de irritarme con preguntas, sino porque no estaba seguro de cuánto más tiempo soportaría mirarla.
Encontraba más y más similitudes entre su rostro con aquel en mi memoria conforme más lo hacía...
Por lo demás... ¿qué sacaba portándose amable con un desconocido, ofreciéndole asilo? Estaba seguro de que algo se traía entre manos. Pero por más que lo intenté, fui incapaz de descifrar sus motivos. En definitiva había perdido esa habilidad junto con mi verdadera forma, y así permanecería mientras prevaleciese atrapado en aquel cuerpo.
https://youtu.be/Enpaytv1eK4
Al caer la noche recibí a un huésped inesperado.
Un joven adolescente enfermo al que trajeron en una camilla y al que pusieron en la misma habitación que yo. Por si no tuviera suficiente con el personal médico yendo y viniendo, ahora debía tolerar la presencia de otra persona justo al lado, las horas que aún me quedaban en ese sitio.
El joven no era nada fuera de lo común; nada digno de mi atención. Solo un ser humano ordinario más, y al que procuré ignorar.
Pero, para el momento en que al fin me digné a mirarlo —más llevado por el aburrimiento tras cansarme de la monótona imagen del otro lado de la ventana, que por cualquier otra razón; luego de que todos se hubiesen ido tras conectarle vías venosas a los brazos y lo que ahora sabía que era un monitor cardíaco— bastó un vistazo más tendido para determinar que había algo acerca de él que resultaba inquietante, sin saber por qué. Reparé en que estaba mortalmente pálido, y que tenía la mirada hundida entre párpados henchidos y pesados, enmarcados de gruesas ojeras oscuras.
No me resultaba conocido en lo absoluto, pero al momento en que me retornó la mirada, experimenté serias sospechas de que su caso era muy distinto al mío, pues apenas advertirme, su expresión se iluminó con la familiaridad de quien reconoce a un viejo amigo después de mucho tiempo.
Aquello me turbó profundamente. ¿Cómo podría conocerme si yo jamás lo había visto?
—No puede ser cierto —jadeó, distendiendo una sonrisa que colisionaba drásticamente con el aspecto lúgubre de su rostro mortecino—. Eres tú. Realmente... eres tú.
Mas era imposible. Me confundía con alguien; eso era seguro... ¿Acaso a la persona cuyo cuerpo Lucifer me había otorgado? Aun cuando había dicho que me había dejado conservar mi aspecto. ¿Mentía? ¿O le había malinterpretado por completo?
—Mi señor —continuó el muchacho. Ahora sabía que aquel debía conocerme; de otra manera no hubiese habido forma en que determinase dirigirse a mí de esa manera ceremoniosa—. ¿Eres tú en verdad? —Y añadió, como si no fuera ya evidente—: ¿eres tú, Mephisto, mi respetado señor?
Mi corazón humano se saltó un latido por segunda vez en el día. ¿Por qué ese muchacho humano conocía mi identidad? Me pregunté si conocería también mi nombre completo y temí por mí mismo. Estaba listo para salir de mi cama y, al igual como había planeado hacer antes con la mujer, estrangularlo hasta la muerte en la suya si era necesario.
—Cierto, cierto —musitó el joven, al notar mi perplejidad. De pronto, algo cambió en él al devolverme la vista. Y ya no lucía como un adolescente. La mirada en su rostro juvenil tenía ahora milenios de edad. Abandonó entonces el lenguaje de los humanos y me habló en el nuestro, con voz ajada; arcaica..., con lo cual corroboré mi más reciente suposición—. «Tú no me has visto nunca en esta forma. No es que sea demasiado permanente... Me atrevería a decir que no le quedan más que un par de horas. Y de vuelta al agujero una vez más... ¿Cómo está él? ¿Qué puede haber pasado entre ustedes como para determinar alejarte de su lado?»
La conclusión en que desembocaron sus suposiciones me dolió más de lo que podría jamás admitir... ¿Tan obvio resultaba?
Aún pese a su agravio, por consideración a un semejante no pronuncié su nombre real. Todos nosotros teníamos más de uno.
—«Gael. ¿Qué pretendes morando en el cuerpo frágil de un chiquillo?» —cuestioné— «No veo qué provecho sacarías de él.»
—«Será por poco tiempo, mi señor. No es sino una transición entre un vehículo, y hasta que encuentre uno mejor. El último no duró demasiado; tú sabes... El cuerpo mortal no está hecho para contener esencias como la tuya o la mía. Se deteriora rápidamente... Decae hasta este punto, cuando queda poco o casi nada». —Levantó un brazo cetrino, tan fino como una hebra de lana, surcado de venas grises protuberantes—. «Otro vehículo carnal marchito, como orquídeas en el invierno.» —Echó un vistazo en mi dirección, y después me devolvió un gesto lleno de escrutinio—. «Primera vez habitando el plano físico, me atrevo a suponer. O no hubieses acabado aquí tan pronto, mi señor. Y puedo ver que todavía queda mucha vida a tu vehículo.»
—«Estás en lo correcto.»
—«Ya era hora, mi señor, ya era hora» —consintió con complacencia, y volvió al lenguaje de los humanos—... Y no te aflijas. Nuestro soberano es benevolente; no le molesta en lo absoluto.
—Otra cosa diferente es que elija no hacer nada al respecto —disentí.
—Y por eso es nuestro rey, y no «otro» —sonrió con mordacidad—. Procura comer y dormir cuando estés hambriento o cansado, mi señor. Cagar, mear y respirar vienen por sí solos. —Exhaló una risa oscura—. El frío o el calor no te matarán fácilmente, pero una puñalada podría. Y esta ciudad es peligrosa; en especial para alguien de aspecto atractivo. Has elegido un vehículo demasiado tentador, mi señor; no lo recomiendo la primera vez. —Gael me echó un vistazo apreciativo. Y luego, algo en su expresión volvió a mutar. Continuó contemplándome; pero ahora con cierto punto de suspicacia. El tiempo que se prolongó su contemplativo silencio empezó a inquietarme—. La visión revenida de este cuerpo enfermo podría estar jugándome una chanza, o quizá fuera mi memoria; ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos... Mas podría jurar... que nunca vi parecido mayor entre demonio y su vehículo.
Pestañeé, sin comprender. ¿De manera que entonces sí me había reconocido por mi aspecto? ¿Al final... Lucifer me había concedido el mismo que poseía en mi forma etérea?
Me vi obligado con ello a confesar mi odiosa verdad...
—Se debe a que no he poseído ningún vehículo. Este cuerpo mortal me pertenece.
Sus ojos se abrieron a un límite que no era humano. Casi pude oír rasgarse las junturas de sus párpados, como una tela vieja.
—«¿Cómo dices?» —Su voz demoniaca serpenteó en ecos por la habitación—. ¿Cómo dices, mi señor? No comprendo.
—Lucifer —siseé por toda respuesta, todavía con cierta inquina al paladear su nombre.
Pero aquel continuaba perplejo:
—¿Supones, mi señor, que él ha sido capaz de otorgarte una forma física?
Levanté el ceño. ¿Qué intentaba decirme? ¿Por qué implicaría que aquello no podía tratarse sino de algo que suponía yo, cuando en realidad era toda la verdad?
—Es él de quien hablamos —le recordé. Y no creí necesario aducir nada más.
Pero Gael; o más bien su vehículo, movió la cabeza con incredulidad.
—Imposible, mi señor, imposible... Es insólito. inaudito... Incluso La Estrella de la Mañana no ostenta ese poder. No posee la potestad de crear. Si la tuviera... «Ah, si la tuviera». —Gael alargó una sonrisa maníaca de ojos exaltados por una vesania inquietante—... Él hubiese sido imparable. Nosotros hubiésemos sido imparables. La gran caída no hubiese ocurrido; Éter sería nuestro...
Otra sensación humana nueva se manifestó en la forma de un calambre en el fondo de mi estómago. Gael estaba en lo correcto... ¿Cómo había podido omitir ese detalle todavía más evidente?
—No, mi señor, no —negó él—. «El don de la creación pertenece solo a uno». Es lo que les diferencia. Lo que le trajo a este punto en primer lugar. A él... y a nosotros con él.
Lo medité, sin hallar lógica. Luego, alcé mis manos frente a mis ojos y las examiné. Eran tan humanas como las de Dana Joan Edwards. Si Lucifer no podía crear; si no podía erigir un cuerpo mortal, entonces... ¿cómo...?
Un jadeo estertoroso se escapó de lo más hondo del pecho del joven y le arrancó una tos, interrumpiendo el hilo de mis reflexiones. Gael sonreía en la penumbra.
—Parece que mi hora ha llegado en esta vida... Eres afortunado, mi señor. O debo decir... privilegiado. —Ambos términos parecían implicar una diferencia—. Tienes un cuerpo fuerte, capaz de contener tu maravillosa esencia; otorgado a ti por un poder que nos era desconocido... Hasta ahora. —No quise convencerme de ello, pero creí captar también cierto ápice de advertencia en su tono.
El monitor cardíaco entonó una melodía larga y monótona que se asentó en el silencio del lugar; tan aguda que me dejó una impresión molesta en el oído.
Hubo un nuevo alboroto poco después. Doctores y enfermeros se precipitaron dentro; y comenzaron a efectuar en el joven las mismas maniobras que tantas veces en el pasado había atestiguado antes de marcharme dejando atrás otra alma en usufructo, con la promesa de ser reclamada un día en nombre de nuestro soberano.
En medio del tumulto estaba la doctora Dana Joan Edwards.
La misma mujer de voz grave y predisposición taciturna que saludaba y se despedía con una sonrisa afable cada vez que entraba en la habitación tenía ahora el aspecto de quien está a punto de perder algo precioso. Iba de aquí para allá gritando órdenes a aquellos a su cargo, exclamando maldiciones, aplicando técnicas de reanimación en el afán de salvar la vida que se le escapaba entre las manos.
Sin frutos.
El joven fue declarado muerto esa misma madrugada. Y justo después de exhalar el último de sus alientos, Gael apareció ante mí en su verdadera naturaleza.
El hecho me sobresaltó. ¿De manera que aún en mi forma humana podía verlos? Ya no era el joven adolescente que habitaba, sino un ente alto y oscuro, de larga cola escamada, ojos como los de alguna clase de reptil, refulgiendo como llamas en la penumbra, y manos como larguísimas garras de depredador.
Se movió por la habitación hasta detenerse frente a mi cama.
—«Lo que ahora posees es un regalo de inestimable valor. Cuídalo bien, mi señor. Y cuídate. Te veré... en mi otra vida, supongo. Adiós y buenaventura... hermoso Mephistopheles.»
Antes de que se sublimase, capté la insistencia de una mirada en nuestra dirección, pero fue demasiado fugaz para darme tiempo a averiguar a quién pertenecía. Solo vi espaldas encorvadas de héroes derrotados. Y al volver la vista al frente, Gael había desaparecido.
https://youtu.be/NCJ27O5WcP4
Azrael, el ángel ciego de la muerte, no se presentó en esta ocasión.
El alma del muchacho a mi lado ya se hallaba extinta hacía mucho. Borrada para siempre; consumida hasta la inexistencia por un espíritu famélico que se retiraba satisfecho en busca de una próxima víctima.
Ser devorada por un demonio era una de las tres formas de erradicar un alma por completo, y que nada quedase de ella; sin posibilidad de ser recuperada.
La segunda, estaba solo en las manos de seres como los que Lucifer y yo fuimos una vez: Etéreos. Pero no cualquiera; solo aquel con el inmenso honor de esgrimir un arma como la que había cercenado las alas de La Estrella de la Mañana; aún en manos de quien no era su portador.
La última manera... era aquella con la que una vez yo había estado a punto de acabar con mi propia vida. Fue el día en que Lucifer me salvó de la primera caída de mi existencia. Solo para provocar después la segunda... y luego empujarme él mismo hacia la tercera.
***
Tarde en la noche, mientras dormitaba acuciado por la necesidad de descansar, la puerta de la habitación se abrió.
Adiviné que se trataría de otro más de los odiosos controles de constantes vitales, pero me equivoqué. Nadie vino a importunarme. En cambio abrí los ojos por mi cuenta, y me encontré en la penumbra con una figura alta que reconocí. Dana Joan Edwards estaba de pie frente a la cama desnuda y vacía del adolescente fenecido, el cual ya había sido movido desde la habitación a la morgue del hospital.
Su rostro moreno oliváceo, palidecido por la luz tenue de la luna entrando por la ventana, se hallaba surcado por una profunda tristeza. Contemplaba en silencio el lecho desocupado... Un suspiro le hinchó el pecho bajo la delgada tela del uniforme, y luego volvió a hundírselo hasta que sus clavículas sobresalieron, cuando vació todo el aire de los pulmones.
—¿Y bien, señor Mostar? ¿Ya ha tomado una decisión?
Me sorprendió que se dirigiese a mí. ¿Cómo sabía que me encontraba despierto si no me miraba?
Recordé las palabras de Gael. Mi cuerpo humano era frágil, y era invierno en esa parte de la tierra. Sucumbiría al frío sin duda, y enfrentaría la amenaza de Lucifer... Padecer entre la vida y la muerte hasta que determinase venir por mí. O un destino peor.
Por mucho que mellara mi orgullo, no tenía más que una opción.
—Acepto tu propuesta, Dana Joan Edwards —le dije—. Me abrigo... a tu asilo.
Espero que hayan disfrutado el capítulo, bbies!! he decidido que voy a volver a poner notas al final de vez en cuando, como dolía hacer con Tuqburni, sino siento el capítulo muy frío 3: amaría leer sus opiniones! qué les ha parecido hasta ahora? tienen algún favorito? alguna teoría? algo que les haya parecido confuso o no haya quedado muy claro? quedo atenta a sus comentarios ♥
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