13. Mil vidas
https://youtu.be/gbTuAYTwpjg
A la hora acordada me hallaba apoyado en la baranda hacia los riscos, contemplando ahora con claridad la batalla feroz de las olas al pie del precipicio. El desasosiego de mi mente me llevó a imaginar que podría ver en cualquier momento el cuerpo de Theo entre las corrientes. ¿En dónde estaría ahora? ¿Habría hallado descanso en un banco de arena, o era todavía flagelado por las aguas? ¿Y en dónde se hallaría su alma ahora? ¿Erraría aún en el limbo, o se habría resignado a su destino?
—Eres puntual. Como se espera de un ángel.
Dame se acercaba por mis espaldas con las manos en los bolsillos de una chaqueta de cuero gruesa. El viento le sacudió el pelo negro en la frente y ella me hizo una seña para que la siguiese:
—Andando, Mirlo.
—¿A dónde?
—Adonde no puedan molestarnos.
Me llevó por un costado del mirador, donde una escalinata de piedra nos otorgó el acceso a la playa. Una vez abajo, seguí a Dame hasta los roqueríos, y ella saltó hábilmente de una en una sobre las rocas, indicándome seguirla, lo cual hice con mayor cautela.
Se sentó en una roca amplia y lisa y me indicó el lugar frente a ella.
—¿Por qué me has traído hasta aquí?
—Ayer preguntaste qué quería decir con que «oí» a Portos y a sus esbirros.
La escruté un momento y di una cabeceada. Ella fingió estar apesadumbrada, y alargó el labio inferior en una mueca triste:
—Pobrecillo Mirlo... ¿es que Lucifer no te ha enseñado nada? Te abandonó aquí sin saber cómo ser un humano, cuando todavía ni siquiera habías aprendido cómo ser un demonio.
Su tono forzado para parecer triste me irritó. Me levanté a punto de marcharme, pero ella me detuvo por una mano, riendo:
—¡No te lo tomes tan a pecho, pajarillo! Mi condolencia es sincera.
—No necesito tu compasión.
—No te sientas mal por ello; no se lo enseñó a nadie más. Ven. —Ella me compelió a sentarme y lo hice de mala gana—. Y con respecto a las otras cosas que te dije que sabía... tampoco me las enseñó Lucifer. A ninguno de nosotros. Ha sido un padre negligente, pero eso ya lo sabes.
—¿Entonces cómo las has aprendido tú?
Ella retiró la vista al mar un momento y se explicó:
—Cuando fuimos desamparados aquí en la tierra tuvimos que aprender. No tuvimos elección. Otros perecieron para que los que sobrevivimos pudiésemos alcanzar el conocimiento necesario para no correr su misma suerte.
Entorné la mirada. Los demonios no habían sido jamás seres altruistas, consternados por el bienestar de sus congéneres. Me era difícil de creer que hubiesen estado ayudándose todo ese tiempo.
—¿Escéptico? —Leyó en mis pensamientos como en un libro abierto—. Yo también lo estaría. Pero no se trata de nada remotamente parecido a la generosidad; sino más una especie de relación simbiótica. Intercambio de conocimiento en beneficio personal. Y es lo que pretendo ahora.
Suspiré. Desde luego que tendría motivos ulteriores... Pero decidí escucharla. Ya estaba allí.
—Entendí que no puedo pedirte que me creas en que puedo serte de utilidad si no te lo demuestro, así que por esta vez seré quien ceda, por el bien de esta tregua, y empezaré enseñándote algo básico.
Dame se echó el cabello hacia atrás, y se acomodó sobre la roca.
—¿Recuerdas lo que Lucifer me preguntó esa tarde?
Pronunciar de nuevo ese nombre maldito me dejó un gusto amargo en la lengua:
—Lilith. Tu madre. —Ella asintió—. Si has hablado con ella recientemente, quiere decir que está cerca. —La sola idea me estremeció de rabia.
—No exactamente.
—¿Le has mentido a Lucifer?
https://youtu.be/m_CCQ1Ly6jU
Dame torció una sonrisa artificiosa. No respondió a mi pregunta, en cambio ordenó:
—Abre tu mente, Philes.
—¿Cómo?
—Empieza por cerrar los ojos.
—¿Por qué? ¿Qué intentas hacer?
Dame rodó los suyos y exhaló un suspiro:
—Trabajar contigo va a ser más difícil de lo que creí... Ya sé. Dame tus manos. —Después extendió las suyas al frente—. O mejor, toma las mías. No puedo hacer nada de este modo. Vamos, Mirlo, solo quiero comprobar algo.
Lo reflexioné un momento, y al final le di la razón y se las tomé. Estas eran diminutas, y se perdieron entre las mías. Fue extraño sentir su calor humano; pero mediante el mismo pude convencerme de que era sinceras y que no albergaba malas intenciones. Podía sentirlo a través de su toque; algo que Dame todavía no sabía que podía hacer; y que yo jamás le revelaría.
Dejé ir un suspiro y obedecí a lo que me indicaba, cerrando los ojos.
—Estás tenso todavía. Baja tu guardia... No fuerces pensamientos en tu cabeza. Deja que fluyan y no les des importancia. Como si estuvieras por quedarte dormido.
Acaté la indicación, haciendo lo posible por relajarme ante ella; ayudado de una serie de inspiraciones largas y exhalaciones todavía más prolongadas. Sumidos en el silencio, solo podía oír el mar, la brisa y las gaviotas; su respiración queda y la mía, y el suave golpeteo del agua en las rocas.
De pronto, escuché su voz. Pero no venía de ella, del sitio frente a mí, sino de algún lugar en mi cabeza. Como la de Lucifer.
«¿Puedes oírme?»
Abrí los ojos, atemorizado y la solté de golpe. Dame me observaba divertida y yo a ella, perplejo.
Dibujó una sonrisa amplia; satisfecha consigo misma.
—Así que funcionó.
—¿De qué hablas? ¿Qué fue lo que hiciste?
—¿Qué, ignorabas que podíamos comunicarnos de esta manera?
No quería darle la razón; pero no tuve que hacerlo. Imagino que le bastó el gesto confuso de mi rostro para saberlo. Y de forma inesperada, el de Dame decayó, genuinamente contrito, y su ceño se crispó con compasión:
—Durante todo el tiempo que has vivido... no lo has sabido. Has estado completamente solo en tu cabeza hasta ahora.
No sabía si sentirme disminuido por su lástima. Toda la vida había creído que era algo que sólo podía hacer Lucifer. Y por ello pasé eones aterrado de que, así como podía inmiscuirse en mi mente, podía ver también lo que había en ella. ¿Significaba que yo también podía ver en la suya? ¿Y lo había ignorado todo ese tiempo?
—¿Cómo... es posible? —mascullé, dolido.
—Todos los seres terrenales podemos hacerlo; incluso los animales. Aunque los humanos ya no poseen esta habilidad... Se llama «Conciencia Colectiva». Fue nuestro legado.
—¿De quién?
—Suyo —contestó Dame, como si fuera algo evidente, y me encogí, todavía más menoscabado. No lo era para mí—. Es un don de Lucifer. Al darte esta forma, él debió otorgártelo. En cuanto a por qué eligió no decírtelo... ¿Quién sabe?
Asentí, inmerso en mis cavilaciones. Lucifer me lo había explicado alguna vez. A la hora de otorgar la vida a una cosa, el Creador traspasaba parte de su alma, y con ella, parte de sus habilidades a la cual. Debía funcionar igual para él; siendo tan parecidos. Por otro lado, me costaba creer que hubiera una habilidad exclusiva de seres como los demonios, que fuera inaccesible para los etéreos. Pero me dolía más el que Lucifer me lo hubiese ocultado.
—Las voces —recordé—. En mis primeros días como humano, por las noches oía voces.
—Lo mencionaste en el zoológico, por eso tenía esta sospecha. Así que no sabías lo que eran...
—Pensaba que eran sueños... ¿Por qué un demonio poseería habilidad tal?
—Es nuestra manera de entrar en la mente de los seres humanos. Y la suya. Pero hallamos en ella la forma de comunicarnos. Entre nosotros y, ocasionalmente, con nuestro soberano. No obstante, eso último es inusual. Para lograrlo, ambas partes han de estar receptivas. Inténtalo, anda —indicó.
Obedecí, y la observé intentando transmitirle mis pensamientos.
—Nada —espetó con decepción—. No te estás esforzando.
—No sé cómo se hace.
—Solo piensa en algo, en lo que sea; un objeto, un color, una palabra... Y luego envíamelo. Proyéctalo, ya sea en la forma de una imagen o de un sonido, en mi dirección.
Intenté otra vez. Esta vez, cerrando los ojos. Pensé en una palabra simple: faro. Y luego lo formulé en mi cabeza, y pensé en Dame.
«Eso es... ¡Ya puedo oírte!» dijo ella, otra vez, en mi mente.
Abrí los ojos, satisfecho con mi éxito. Pero debió ser demasiado evidente en mi gesto, pues el suyo se suavizó con deferencia y lo adornó una sonrisa enternecida. Borré de inmediato de mi rostro cualquiera hubiera sido la emoción que hubiese suscitado aquella reacción de su parte, y disgregué hacia otro asunto de mayor importancia:
—¿Cuáles son las restricciones? —quise saber, y ella enarcó una gruesa ceja.
—¿Restricciones?
—Las reglas. Los... códigos.
—No te preocupes por esas estupideces; no estamos en Éter —se rio Dame—. Como dije, el único requerimiento es que ambas partes estén receptivas.
—¿No importa la distancia?
—No; basta con tener una imagen fuerte de tu objetivo. —Dame se echó hacia atrás, apoyada en sus manos contra la roca—. Y bien, ahí lo tienes. De ahora en adelante... puedes usarlo para contactarme. —Su amable ofrecimiento me asombró. Ella pareció avergonzada al instante—. Pero no te emociones, Mirlo, tengo mierdas que hacer. Mas te vale que no tenga que oír tu vocecita estúpida todo el día en mi cabeza.
No tenía que decirlo. Tampoco yo estaba interesado en tratar con ella más de lo necesario. Evalué por un momento las implicaciones de mi recién descubierta habilidad y sus posibles usos... así como en el precio ineludible de las cuales.
—¿Podría contactar con Portos?
—No —sentenció ella, irguiéndose al acto en su sitio, y disparando dagas con los ojos—. Hasta que lo domines bien, ¡ni siquiera se te ocurra! Es posible que sea la razón de que haya sido capaz de encontrarte dos veces. —Ante mi perplejidad, Dame se explicó—. La mente humana no descansa nunca. Ahora mismo, mientras me observas a mí, tu visión periférica, así como tus sentidos, están captando otros estímulos y formulando imágenes en tu subconsciente. El mar, el cielo, las rocas... Es posible que hayas estado enviando a Portos información sobre tu ubicación todo el tiempo sin percatarte.
Algo en mi pecho se hundió hasta mi estómago. Aquello era una explicación viable que respondía muchas dudas.
—Si hicieras una estupidez tal como intentar establecer contacto con él ahora mismo, cuando no tienes todavía un completo control de ello, podrías acabar revelándole pistas valiosas que le sirvan para encontrarte.
Corroborarlo me alarmó terriblemente. De manera refleja, evité a toda costa pensar en el lugar en donde estábamos. Pensé en otros. la plaza de La Pucelle, la catedral, el hospital... No. No el hospital... le enviaría directo con Paul Edwards, o con Joan.
—¿Cómo puedo controlarlo?
—Evita pensar en Portos. O en cualquiera de las otras dos sanguijuelas. Si llegas a hacerlo, cierra los ojos y olvida dónde estás. Que no vean a través de ellos.
A pesar de que Dame había sembrado en mi cabeza un nuevo miedo; algo de lo que no tenía idea hasta ahora que debía cuidarme en el fondo le estaba agradecido. Al menos ahora sabía a qué atenerme.
—Estoy en tu deuda —reconocí, y ella pareció complacida.
Volvió a retrepar la parte superior de su cuerpo, apoyada en sus manos.
—Ya sabes lo que quiero.
—Lo sé. Pero estableciste que el precio por aquello es enseñarme a ser humano. Y esto no tuvo nada que ver eso.
Dame sonrió, suspicaz:
—Eres justo, Mirlo. Bien, ¿qué me ofreces entonces por este favor?
No tuve que pensarlo demasiado. Dame parecía en extremo curiosa por mi plano de origen y todo lo relacionado. Imaginé que por ahora aquella podía ser mi moneda de cambio.
—Supongo... que responderé a otra de tus preguntas sobre Éter.
—Interesante. Pero, ¿qué hay de mi oferta?
—Lo veremos.
—Hubiese preferido un «tenemos un trato», pero supongo... que basta por ahora. —Aquello pareció animarla y se echó hacia adelante golpeando una vez sus rodillas con las palmas—. De acuerdo, veamos... Quiero escoger bien. ¿Existe algo así como un ángel guardián? La leyenda de que cada persona posee uno, ¿es cierto?
https://youtu.be/EFxBWDLXcGA
Exhalé, y negué con la cabeza. De todas las cosas que podría haberme preguntado, había elegido la más infundada y estúpida:
—En teoría, no existe. Las implicaciones del concepto de un ángel guardián se oponen a sus preceptos más preeminentes.
—¿Por qué?
—Los seres humanos coexisten en un delicado equilibrio. Cada decisión o deseo de uno, eventualmente se entretejerá con los intereses de otro. Elegir a uno y favorecerlo se traduce en privilegio. Y los ángeles deben imparcialidad total hacia la humanidad. Un ángel guardián ocurre cuando un ser etéreo se... «enamora» de un ser humano.
Dame abrió grandes los ojos castaños y se inclinó al frente, interesada:
—¿Y eso es posible? ¿Un ángel puede enamorarse?
Le hurté la vista y la dirigí por mi parte al mar, temiendo que sus ojos atentos desentrañasen algo que se hallaba muy oculto en mi interior y que pulsó de modo doloroso con su pregunta:
—No como los seres humanos.
—¿En qué es diferente?
—Los etéreos no poseemos la capacidad de procrear, por cuanto no la precisamos. Por ello, carecemos de la habilidad de los seres humanos para experimentar emociones propias del amor romántico, como el deseo sexual.
—Podría rebatir a eso —dijo ella con una sonrisa pícara, dándome un tope en la rodilla.
—No en nuestra forma natural —refuté, irritado—. Pero... es posible para dos seres etéreos forjar un vínculo similar. Mas este es extremadamente poderoso, y al igual que en el caso de algunas aves, es imperecedero. No es como el amor de los humanos; se trata de algo mucho mayor... Incomprensible para cualquier ser que no lo haya experimentado.
—¿Tú lo has experimentado? —preguntó Dame, ahora intrigada.
La pregunta no debió tomarme desprevenido. Tendría que haberla anticipado... Mas no estaba preparado para oírla y por ello me quedé en silencio, sin saber qué responderle.
—De manera que sí... —murmuró ella. Pero no lucía mordaz en absoluto; más bien lucía asombrada.
—Ni siquiera yo sé si se trate de eso. Un vínculo como tal necesita de dos lados. Y yo... —Ahora dudaba de que hubiese habido ese vínculo entre Zadkiel y yo. De otra manera... jamás me hubiese repudiado. En cuanto a Lucifer... Me callé antes de ponerme en evidencia.
Y, para mi sorpresa, Dame tampoco hizo más preguntas. No obstante, al momento de mirarla me contemplaba otra vez con esa odiosa conmiseración.
—Ya veo... —Entonces, después de un largo rato inclinada en mi dirección, silenciosa, se puso en pie—. Tengo muchas más preguntas, pero ya me cansé de estar sentada. Paseemos un poco en lo que decido la próxima —dijo al enderezarse, estirar los brazos y aprontarse para volver caminando por las piedras.
Desde mi posición, todavía sentado, la cuestioné. No recordaba haber accedido a responder más que una pregunta. No obstante, quedaba un largo día por delante y ya no soportaba seguir encerrado en casa. Así que, contra mi buen juicio, la seguí.
Dame me llevó caminando por la playa. Por el camino iba recogiendo cosas que se encontraba y mostrándomelas. Era extraño ver este lado de ella, juguetón y curioso. Por un momento me recordó a mí. Mucho tiempo atrás.
—Ya sé —dijo, al cabo de un tiempo—. Si los etéreos no se reproducen como los demonios... ¿cómo «nace» un ángel?
—Es creado, simplemente.
Ella se detuvo en su búsqueda por la arena y dejó caer un caracol.
—¿De la nada?
—Nada puede ser creado de la nada. Algo debe propiciarlo. —Me agaché para recoger el caracol y una porción de arena se inmiscuyó entre mis dedos—. Los seres humanos fueron creados a partir de la tierra. Pero en Éter, para crear a un ángel, se necesita de un poderoso precursor. Algo que le de forma; que ayude a materializarlo. —Le entregué el caracol y ella lo observó en su mano—. Es por eso que cada ángel nace con características específicas que definen su propósito, y le otorgan su esencia. Y la existencia de cada uno encuentra un cimiento y un significado en el motivo de su creación.
Ella pestañeó, intrigada.
—¿Para qué fue creado Lucifer?
Reflexioné antes de responder. Aunque dudaba que al susodicho le hiciera gracia que compartiese detalles de algo así con un demonio, decidí contestar a la pregunta de Dame solo para ver si se dignaba a aparecer por fin.
—La «Estrella de la Mañana». «El portador de la luz». Fue creado a semejanza del Hacedor, y este le otorgó autoridad sobre todos sus Coros.
—Y ahora es el rey de los demonios —observó ella—. ¿Para qué fuiste creado tú?
https://youtu.be/MjF4o7kAFxU
Su nueva pregunta me dejó sin palabras, y Dame me observó atenta, aguardando por una respuesta que no podía darle. No lo sabía; nadie jamás me lo dijo... Pero sí sabía para quién había sido creado.
—Los ángeles de menor Coro somos creados para servir a los Coros mayores. Yo fui hecho para La Piedad.
Dame lo consideró un momento y después su expresión se torció con desazón; como si algo la hubiese disgustado:
—Y «La Piedad» te rompió el corazón y te abandonó. Eso dicen. ¿Qué hay de piadoso en ello?
Su tosca aseveración se sintió como una puñalada y la contemplé mudo. Dame tenía razón; no sonaba como Zadkiel. Entonces... ¿por qué? Por lo demás, su forma de decirlo exterminó toda mi buena disposición.
—No presumas de saber lo que ocurrió basándote en las habladurías de otras sanguijuelas. En todo caso, un demonio como tú no tiene por qué atañerse en los asuntos de Éter.
Dame lanzó el caracol al mar y este se hundió en las olas.
—Honestamente, ¿puedes estar un día sin ser un pendejo pedante? Ya no flotas en una nube sobre nuestras cabezas; estás varado aquí abajo, pisando mierda y lodo igual que las sanguijuelas a las que tanto desprecias. Solo te hice una pregunta.
—Llevas quince en total, y yo sólo accedí a responder a una de ellas; de manera que me toca hacerte una pregunta a ti ahora —la reté—. Este cuerpo que deseas... No es solo por vivir una vida humana; podrías vivir miles, hasta el hartazgo. ¿Qué tiene de especial esta, en particular?
Ella se hizo hacia atrás, como si algo la hubiese asustado. Aunque sólo pretendía irritarla, me dejó saber con ello algo que ya sospechaba. Existía un motivo que no me estaba contando.
Dame se adelantó y continuó caminando:
—Estás buscándole la quinta pata al gato...
—¿A cuál gato? —enarqué una ceja. La escuché bisbisear: «imbécil...» — Estoy hablando contigo —dije, afianzando su hombro y tirando de él quizá con demasiada fuerza.
Ella reculó en una posición agazapada y reaccionó bufando a través de los dientes. Yo respondí del mismo modo pero luego volví de manera abrupta a la realidad y miré alrededor. ¿Qué pasaría si éramos vistos por seres humanos? No necesitaba llamar más la atención.
—Deja eso... —le advertí.
—Tú déjalo. Tú empezaste —Se defendió ella—. ¿Por qué creerías que tengo otros motivos?
—Eres lista, Dametri. Ya me lo has dejado claro. Por lo cual no veo cómo es posible que estés omitiendo algo de tan vital importancia.
—¿Omitiendo qué? Estás pensando demasiado —procuró reír, pero solo logró un sonido grave y nervioso.
Apresuró sus pasos para alejarse de nuevo y yo la alcancé sin mucho esfuerzo.
—No puedo creerte cuando finges que no entiendes lo que estás sacrificando. Yo lo entendí hace poco. Mi esencia no habita este cuerpo como un cascarón vacío, como hacen ustedes con sus vehículos humanos; este fue creado para albergar un alma. Yo conservo la mía; es mi vía de escape, pero tú no posees una, por cuanto eres un demonio. Por lo que si lo poseyeses quedarías atada a él sin remedio. Al morir este cuerpo, en el mejor de los casos, cesarás de existir. En el peor de ellos, todo lo que eres quedará condenado a permanecer anclado a estos restos mortales por la eternidad. ¿Vale la pena?
—Vale la pena para mí —espetó Dame.
—Para alguien como tú, con tu curiosidad voraz, tu amor ardiente por la existencia y por el mundo. Mil vidas no te han saciado; y otras mil no lo harán. ¿Qué implica esta? ¿Qué es aquello que anhelas en verdad?
—Cuidado, Mirlo... —Dame se detuvo en seco. Volvía a adquirir su posición, lista para abalanzarse.
—¿Qué es a lo que tanto temes perder?
https://youtu.be/kwFnrx3u49o
Su expresión alerta se crispó como si le hubiese proferido una injuria. Preví sus intenciones en la ligera tensión que recorrió sus músculos en preparación antes de abalanzarse contra mí.
La atajé en el aire y la arrojé lejos con fuerza medida. Dame rebotó una vez sobre la arena y luego rodó dos veces. Al final de la caída giró sobre su costado quedando en pie y volvió a abalanzarse, profiriendo un sonido como el de un lince enojado. Esta vez, lo bastante irritado como para no contemplar reparos a la hora de devolver su agresividad, en vez de simplemente evadirla, me lancé por mi parte contra ella.
Sus manos como garras se afianzaron a mis brazos y yo atenacé sus hombros. La sostuve un momento en el aire antes de que consiguiera enganchar sus piernas alrededor de una de las mías y tirase de ella para tumbarme en la arena, en donde caímos girando uno sobre el otro. Me arañó el cuello con las uñas, intentando asirlo y en cuanto me las arreglé para sujetar sus muñecas, se inclinó y me mordió sobre la clavícula en el intento fallido de alcanzar mi garganta. Aunque era más débil, era condenadamente rápida.
Cansado de contenerme, desaté las fuerzas que ahora sabía que conservaba. Atrapé su cuello en un zarpazo para alejarla de mí y luego la tumbé de espaldas sobre la arena y me aposté sobre ella. Sosteniendo todavía su garganta en una mano, y en la otra ambas suyas, sobre su cabeza, apresé sus caderas entre mis piernas y asenté el peso de la mitad inferior de mi cuerpo sobre su pelvis para inmovilizarla.
En su posición sometida, Dame respiró agitada, mostrándome los dientes. Así permanecimos por largo rato, recuperando el aliento. Las marcas de sus uñas me ardían en la piel y ella tenía el rostro azorado y un rastro sangriento en el labio.
—Eres fuerte, Mirlo... pero todavía tengo más experiencia que tú en este mundo.
—Empléala, vamos. A ver de qué te sirve si decido fracturarte un brazo; o dos y una pierna.
—Encontrarás que una forma femenina viene con ciertos privilegios. Solo necesito gritar, y tu trasero podría acabar en prisión.
Su amenaza consiguió desconcertarme lo bastante para que consiguiera escabullirse y huir. Y una vez libre y en frente de mí, lista para arremeter otra vez, me puse de pie sobre la arena, y lancé mi última ofensiva:
—Es por esa mujer humana. Felicia.
https://youtu.be/d6Cv3M40e7E
No tuvo que corroborarlo, bastó con la expresión lívida de su rostro y el modo en que todos sus músculos se paralizaron al mismo tiempo con un estremecimiento.
—... No sé de qué hablas —jadeó al cabo de un largo titubeo.
—Lo sabes bien. Lo sentí cuando ella nos tocó a ambos. Sientes apego por ella. Y, por algún motivo que no comprendo, ella te corresponde.
Dame frunció rabiosa los labios sobre sus dientes. El mentón le tembló y luego todos sus miembros lo hicieron.
—No sabes nada... ¡Nada! ¡Porque no eres humano! —gritó—. Ni siquiera eres un ángel ahora, y los demonios no te consideramos uno de nosotros. No perteneces a ningún lugar —siseó—, ¿qué podrías saber tú?
Pese a sus injurias, y al efecto de las mismas en mis propias inseguridades, me mantuve templado.
—Sé que un demonio no puede amar. Es una cualidad exclusiva del alma. Y tú no posees nada parecido —recalqué en retorno, esperando ocasionarle tanto daño como ella a mí.
—Exacto —admitió al fin—. Fue nuestro castigo; y sin haber cometido pecado alguno. ¿Te parece que eso sea justo? —No esperaba una respuesta; así que no me molesté en darle una—. Pero tú sí puedes —añadió, con resquemor—. La Estrella de la Mañana, tú, y todo el resto de los Caídos, conocen el amor porque es parte de su naturaleza. Porque sin importar cuan corrupta, conservan su esencia angelical. Nace con ustedes y es perenne.
Con el talón de su mano se limpió la mejilla llena de arena y después escupió a sus pies un buche de saliva sanguinolenta.
—Los humanos, en cambio, si bien no nacen conociéndolo, poseen la cualidad. Y lo aprenden... —En ese punto, su rostro iracundo se volvió triste—. Por el contrario... la única manera en que un demonio puede experimentarlo, es mediante un vehículo humano. Aún luego de que el alma es consumida, prevalece el conocimiento. No obstante, este perece en cuanto muere el último... Si bien prevalece la memoria, es imposible evocar con ella lo mismo que se experimentó al momento de vivirlo; como si fueran relatos... Anécdotas de la vida de alguien quien nos fuera indiferente. Y no queda nada...
Me tomó por sorpresa el momento en que dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas morenas, ahora rubicundas por el cansancio, y su pecho se agitó con un sollozo contenido. Su voz se mermó, estrangulada:
—Todo lo que alguna vez fuimos en esa corta vida muere. Y hemos de volver a aprenderlo al poseer otro cuerpo. Pero jamás se trata de lo mismo... Ningún ser humano ama igual a otro. Los demás demonios están bien con ello; no buscan nada que prevalezca; solo los placeres momentáneos de la carne y se sacian de ellos hasta el hartazgo. —Movió la cabeza, enajenada en sus reflexiones—. Pero yo sí deseo preservar lo que poseo ahora.
Ladeé el rostro sin terminar de comprenderla, aunque fue mi turno de compadecerme de su predicamento. De manera que era cierto... Dametri sentía algo por esa mujer humana. Por Felicia.
—Si poseyeras este cuerpo no seguirías siendo tú, tal y como lo eres ahora. Tendrías mi aspecto. Y si es cierto lo que dices, no conservarías esos sentimientos. Habrías de aprender a amarla de nuevo...
—¡Aprendería a amarla mil veces de ser necesario. En esta vida y en otras mil! —se sulfuró, dejándome mudo y perplejo.
Después, Dame respiró hondo y volvió a su tono lloroso.
—Pero no exactamente, Philes. No es tu aspecto lo que quiero, y tampoco tu cuerpo precisamente, sino aquello de lo cual se conforma. —Me disparó sus ojos como dardos—. Y Lucifer lo puso ahí. La costilla.
La sangre se enfrió en mis venas y ella sonrió con una victoria amarga.
—Sé más cosas de las que te imaginas; ya te lo dije. ¿Te ha dicho él de dónde la obtuvo?
—¿Qué sabes de eso?
—Más que tú, al parecer. Pregúntaselo; anda.
—Dímelo tú —demandé.
—Sé que conociste a mi madre. Lo sé porque ella me lo dijo. Me contó sobre ti. Te recuerda muy bien...
—Lilith...
—El hueso que llevas en tu interior es humano, Philes. Y no de cualquier humano; perteneció a alguien muy cercano a ella. Si lo piensas, tiene más sentido que ella lo tuviera. Y ella a su vez no me lo negaría. ¿Con qué derecho puedes negármelo tú?
—¿Y qué harías con él? ¿Sabes siquiera cómo usarlo?
—Encontraré el modo —aseveró ella—. No me queda mucho tiempo... Este cuerpo humano se debilita. Llegará el momento en que deje de servirme. Morirá inevitablemente... y ella lo verá morir. Necesito la costilla antes de que eso ocurra.
Parecía distinta ahora; dócil, suplicante...
—Aún si con la costilla consigues posponer tu final, morirás, eventualmente —le recordé—. Y ella morirá también. Tu tiempo en esta vida, junto a la mujer humana, será igualmente limitado, por mucho que persistas en prolongarlo.
—Me daré por servida con eso. Una vida, Philes. Solo una vida junto a ella... Es todo lo que pido. Y estaré satisfecha.
Dicho esto, Dame me dio la espalda y empezó a caminar para alejarse, pero antes de irse, se detuvo y me observó por sobre su hombro:
—Te diré un secreto. Algo que probablemente me perjudique, pero no me importa. Yo no tengo nada que perder. Sin embargo... él sí. —Dame volvió sobre sus pasos y se empinó para hablarme al oído—. Cuando se le demanda decir la verdad, un ángel no puede mentir. Y un demonio no puede mentir tres veces. Pero debes preguntar con cuidado... Y con Lucifer con más razón, pues es ángel, demonio y humano. Y con respecto a la mentira... estos últimos no contemplan límites.
****
Después de que Dame se marchó, permanecí mucho tiempo en la playa, sentado sobre la arena, mirando al mar. El cielo estaba nublado, por lo que el calor no era excesivo y no necesité buscar sombra.
El ruido de las olas mantenía mi mente ocupada, pero no lo suficiente como para no pensar en Dame y en su confesión. Ni siquiera en mis suposiciones más descabelladas se me hubiese ocurrido el motivo real de su deseo por ser humana; y todavía no podía concebirlo. Sacrificar su existencia inmarcesible a cambio del reducido tiempo de una vida mortal, por una mujer humana ordinaria. ¿Por qué? ¿Por qué ella, en especial, de entre millones de seres humanos? ¿Por qué esta vida, de entre los miles que había vivido?
—He pensado... en que debería matarte.
https://youtu.be/JYMr72TxsSo
La voz de Lucifer no me sorprendió tanto como en otras ocasiones. Por una parte porque empezaba a acostumbrarme a que apareciera y desapareciera a antojo a mis espaldas, y por otra, porque mi mente todavía divagaba absorta.
La frialdad con que lo dijo no logró conmoverme; ni aún teñida de aquella curiosa inquina. Me pregunté qué habría hecho para ofenderlo esta vez. Aunque no tuve que pensarlo demasiado antes de recordarlo. Intuía que no le haría la menor gracia que confiara a Dame nuestros secretos, y mucho menos los suyos; pero tal y como creía, mi atrevimiento le había hecho aparecer por fin, a riesgo de que fuera para castigarme por mi osadía.
—¿Cómo demonio, como humano... o como ángel? —quise saber, tranquilamente.
Lucifer se inclinó a mi lado y su cabello dorado cayó como una cortina a través de la cual la luz pasó con reflejos iridiscentes. Su rostro estaba tenso, disgustado... y aun así, parecía intrigado.
—¿Supones que existe alguna diferencia?
—Ha de haberla; de otro modo ¿por qué llamarnos por diferentes nombres? —La línea comenzaba a tornarse difusa mientras más tiempo convivía con los dos primeros.
—No es lo mismo una mariposa que un gusano, por mucho que puedas aplastar fácilmente a ambos entre los dedos —adujo.
—Y sin embargo se arrastra la primera como si fuera lo segundo al comienzo de su vida.
Lucifer se paseó frente a mí. Llevaba otra vez las mismas vestiduras de la última vez, emulando el aspecto de un ser humano, sin embargo había algo distinto en él, aunque no podía decir exactamente qué. No sabía si desde mi posición sentada, o el aspecto de su rostro pero parecía... mayor. Más intimidante.
Se detuvo en su paseo y me dirigió su mirada fría un instante, antes de sonreír. Luego, vino a sentarse a mi lado:
—Inteligente observación, Philes. —Se apoyó sobre sus manos a los lados de su cuerpo y se echó hacia atrás, capturando los escasos rayos de sol con su pecho y cerrando los ojos, disfrutando del calor—. He cambiado de parecer. Creo que no voy a matarte hoy —resolvió, como si fuera lo más trivial del mundo—. Como humano, comienzas a ponderar en quimeras muy interesantes. Conforme a ese criterio, ¿qué separa realmente a una mariposa de cualquier otro animal rastrero?
Lo consideré un momento, con la vista en las olas.
—Nada, sino las alas coloridas y el privilegio de la hermosura. Igual que a nosotros, de cualquier otra cosa que viva a ras del suelo.
Todo lo que antes fuera complacencia se transformó en desdén en su rostro, y apartó la mirada, nauseado:
—Qué conclusión tan insultante... —Y entonces, su expresión adquirió un matiz divertido y malicioso. No tenía que oír lo siguiente que huyera de sus labios para saber que había hallado la forma de ofenderme con ello—. Pero tú ya no tienes tus alas. ¿Significa que eres un humano ahora, Philes?
—Es en lo que tú me convertiste. —Me sorprendió a mí mismo cuán impávido estaba últimamente a sus intentos de injurias.
—En ese caso, debería matarte como se mata a un humano. Pero eso sería tan aburrido... Los humanos son demasiado frágiles. —Lo dijo con el afán de torturarme. Vi en su mirada ofidia precisamente esa intención.
Quería que pensara en el muchacho al que había matado. En Theo... Jamás me dejaría olvidarlo, mientras continuara divirtiéndole la mortificación en mi rostro cada vez que lo recordaba, la cual no falló esta vez.
https://youtu.be/pnzOXKYW15w
Cansado de sus juegos, me levanté de su lado y me alejé caminando por la orilla de la playa. Lucifer no perdió tiempo en seguirme.
—Déjame en paz —gruñí—. Si es tu deseo, mátame del modo en que te resulte más recreativo. No tiene importancia... Por diferentes que sean los métodos, en esencia la muerte de toda existencia es la misma.
—El cese de la cual —apuntillo; mas no se molestó en aclarar la diferencia en ambas ideas redundantes. Sabía que no tenía caso pedirle que me lo explicase, así que ni siquiera lo intenté.
—De cualquier modo... ¿hay algún motivo por el que sientas hoy una inclinación ligeramente mayor a matarme de la que ya es usual?
—¿Tu falta de discreción, quizá? O podemos empezar por el que ahora parece complacerte más la compañía de cualquier otro demonio que no sea yo. De cualquier ser viviente, en realidad.
—¿Y eso te resulta sorprendente?
—Me lastimas —ultimó, como siempre—. Y encima de todo me profieres calumnias. ¿Cuándo más he querido matarte?
—¿Quieres el orden cronológico?
—La diversión en intentarlo no tiene nada que ver con el deseo de conseguirlo. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Qué eres, Mephisto?
—Tu juguete, al parecer.
—Uno con el que nunca me aburriré de jugar.
Me detuve en mi paseo y viré en redondo para mirarlo, perdiendo la paciencia:
—¿Qué es lo que te molesta, en verdad? ¿Que pase tiempo con otro demonio, o que ese demonio sea más honesto conmigo en unas horas de lo que tú lo has sido en milenios?
Lucifer sostuvo la sonrisa cáustica:
—Si crees que un demonio tiene la capacidad o siquiera la inclinación de ser honesto, tal vez lo que necesites sea precisamente pasar más tiempo con ellos. Pero más específicamente... con uno que no esté tan encariñando con los humanos —dijo, tentativo.
Alcancé con ello mi límite y determiné que, si la intención de Lucifer era realmente matarme, no haría ninguna diferencia apresurar su cometido con mi siguiente, muy audaz atrevimiento:
—Lucifer, yo te demando decir la verdad. ¿Cómo has podido darme un cuerpo humano? —ordené, atenido a la revelación de Dame y confiando en que me hubiese dicho la verdad.
Esperaba al menos desconcertarlo con ello, pero todo lo que hizo Lucifer fue pestañear encantador y alargar la sonrisa; aunque de modo contradictorio todo humor se desvaneció de su disposición.
—Inténtalo otras dos veces. Vamos, ponlo a prueba —me retó.
Pero no fui capaz. Toda mi osadía se esfumó en cuanto percibí la amenaza en su voz cantarina y suave. Me quedé callado y eludí su mirada incendiaria, amedrentado con solo su silencio.
Lucifer vino a rodearme y se reclinó sobre uno de mis hombros, apoyando allí su mentón fino para mirarme:
—No necesitas del ardid de ningún demonio para que te diga lo que quieres saber; mientras tus preguntas sean las correctas. —Su voz se tornó meliflua al empinarse hacia mi oído y hablar allí con los susurros de un amante tierno—. Dametri cree que es lista, y lo que es más irrisorio es que te ha convencido de ello. Pero la verdad es que solo sabe un par de trucos. ¿No intuyes de dónde los ha sacado?
—Lilith —la respuesta era clara—. Dame me dijo que robaste algo a una persona cercana a ella.
—Valiente afirmación. ¿Cuál es en realidad tu pregunta? Recuerda, no necesitas recurrir a trucos sucios. Elige tus palabras con cuidado, pregunta sinceramente, y yo satisfaré tu curiosidad.
Intenté ordenar las ideas de mi cabeza.
—Este cuerpo no albergó antes a alma alguna; fue creado. Pero tú no posees ese don. Por lo que tuviste que formarlo a partir de algo—aseveré—. El hueso que pusiste en mi interior, ¿a quién perteneció?
—Tramposo Philes... Ya conoces esa respuesta. Dametri te lo dijo.
Y tenía razón. Ya lo sabía... Pero no quería llegar a esa conclusión. El solo pensamiento desbocó los latidos en mi pecho.
—Lo que guardabas en ese cofre, custodiado por Satan... lo que Lilith cree que le pertenece...
Tuve que sentarme otra vez sobre la arena, sintiendo las piernas débiles. Lucifer sonrió complacido y vino a sentarse junto a mí.
Centró su visión en un pequeño crustáceo que se movía en la arena. Lo tomó con suavidad y lo contempló en su palma, dejándolo errar por su mano. Después, con un dedo delicado acarició el caparazón y el animalillo respondió, ocultándose a medias al interior del cual:
—Son extrañas y singulares... las propiedades que poseen las costillas del primer hombre.
https://youtu.be/Pjg2vIBjiuk
Entonces, de súbito, cerró los dedos y lo trituró en su mano provocando un horrible crujido. Después me mostró en su palma el cadáver, en la forma de un amasijo repugnante y maloliente de fragmentos de caparazón quebrado, ensartados en la carne desmenuzada del animal.
El calor huyó de mi rostro y mi estómago se constriñó, tanto por la escabrosa visión, como por el sentido de sus palabras, que confirmaban mi miedo más encarnizado.
—Capaces de originar y de dar una forma propia a todo un nuevo ser humano.
Entonces, Lucifer dejó caer el cadáver en la arena y lo cubrió con la misma. Pensé que pretendía darle una sepultura, por burda que fuera, pero en cambio tomó en su mano la porción de arena donde se hallaba enterrado el cadáver y volvió a cerrar los dedos.
La arena se desprendió entre ellos en la forma de delgados hilos. Lucifer volvió a abrirlos al cabo de momento y me mostró nuevamente el interior de su palma. Y lo que antes fuera una amalgama de pedazos de cáscara y vísceras, era ahora un caparazón intacto.
—Todo lo que se necesita... —inicio, y sopló suavemente al interior. Inmediatamente después, el crustáceo emergió de su refugio inalterado—. Es el aliento de la vida. —Concluyó.
Devolvió al animal a la arena y este corrió a un lado, y después al otro, como si estuviese desorientado, para finalmente escapar lejos de nosotros, en dirección a las aguas.
Parpadeé asombrado, sin dar crédito a lo que había atestiguado. No obstante, más importante que eso, por fin tenía la respuesta a mi pregunta.
—No puede ser... —exhalé, sintiendo una corriente helada recorrerme, y lo contemplé en paroxismo.
Lucifer sonreía, complacido consigo mismo:
—Lástima que sean un recurso tan limitado —dijo, abrazando sus delgadas rodillas—. Y tú te das el lujo de desperdiciar una de esta manera.
—¿Cómo... la has obtenido? —inquirí, ahora sin un ápice de paciencia, luchando contra los boqueos de mi respiración arrebatada por el miedo.
—¿Como ha de conseguir un vástago repudiado un diamante de inmenso valor del haber de su padre para subsistir después de ser echado fuera de su casa?
Mi mandíbula cayó laxa.
—La robaste... —mascullé, con el mentón presa de un trémulo que distorsionó mis palabras—. Saqueaste la tumba de Adán...
—Él ya no iba a necesitarlas. —Sonrió divertido por propia broma mórbida.
—Lucifer —jadeé, sin dar fe a mis oídos—. Era un lugar sagrado de descanso... y lo has profanado. ¡Los restos de Adán son sacrosantos!
—También lo era la Espada Flameante. —Dijo aquello observándome de modo acusador y me estremecí en mi lugar, incapaz de sostenerle la vista—. También lo son el fruto del Árbol de la Vida y el del Árbol del Conocimiento; el Arca de la Alianza; el Manto Sagrado; El Santo Grial... —Torció un gesto lleno de desdén y hastío—. Verás, dulce Philes, las cosas que se consideran sagradas tienden a devaluarse cuando las hay tantas por el mundo. ¿Qué es un condenado tesoro más, o uno menos?
Me levanté con miembros endebles y me di la vuelta para alejarme, sintiéndome enfermo:
—Eres un ser degenerado...
—Te sorprenderá saber que la de Eva fue robada también, y no por mí.
—¿Por quién? —inquirí, dando un recodo brusco.
—Desearía saberlo... —Dijo aquello con cierto resquemor—. Te imaginarás el fiasco de enterarme de que mi idea no era tan original como pensaba.
—¡¿Y eso no te consterna?! Alguien en poder de un objeto con tales cualidades...
—Quienquiera que la haya robado, creyó que sería un pecado menos grave que robar una a Adán, y acabó en posesión de un hueso inútil. —Lucifer se levantó de la arena y sacudió su ropa—. Para hacer algo con ella, precisaría de un poder el cual, por gracia de Aquel quien comandó que se me arrojase desde los confines de Éter, solo yo poseo. Mi don —concluyó.
Lo contemplé absorto, sin saber qué interpretar de ello.
—¿Tomaste otra costilla de Adán para ti mismo?
—¿Por qué lo creerías?
—¿Cómo es posible que tengas un cuerpo propio? —Lucifer pestañeó sin inmutarse. No tenía que explicárselo; él sabía perfectamente a qué me refería. Aun así, continué en el afán de forzar una respuesta de él—. Tu calor, tu respiración... El cuerpo que tienes es humano. ¿Cómo lo obtuviste?
—No necesito los restos mortales de un ser mórbido, hecho de tierra y cenizas, para ser lo que soy. Me ofende que tan siquiera lo sugieras.
—¡¿Cómo, entonces?!
Lucifer se rio con displicencia.
—¿Quieres saberlo? —tanteó—. Pasa y resulta... que no tengo deseos de decírtelo.
Torcí los labios en una mueca, retraídos sobre mis dientes.
—¿Qué harás al respecto, Philes? ¿Preguntar dos veces más? ¿Demandar nuevamente una respuesta? Lo que Dametri no sabe o que al parecer olvidó decirte, es que proferir esas palabras a un ángel representa la más nefasta de las injurias, y que en tu condición de demonio te hubiese significado la muerte de haberlas pronunciado a cualquier otro que no fuera yo.
Lo contemplé atónito. Lucifer me dio la espalda. No obstante, antes de irse, tal y como antes hiciera Dame, me reveló la parte que ella o bien había omitido, o ignoraba por completo... al igual que yo.
—Mas... como etéreos, el demandar la verdad de un semejante no solo implica poner en juicio su integridad y rectitud como ángel, sino que significa un fin perentorio a todo vínculo o amistad entre ambos; por cuanto, de estar equivocado, habrías declarado contra este una calumnia irreparable.
Lo contemplé, arrepentido y culpable. A pesar de que Lucifer optaba por reservarse muchas cosas, jamás, en todo nuestro tiempo juntos, me había dicho una sola mentira. Toda la responsabilidad de aquellas cosas que o bien había interpretado de modo erróneo o en las cuales no me había tomado la molestia de indagar o escudriñar, pesaba sobre mí.
—¿Y para ti? —cometí la indiscreción de preguntar. Ya no por afán de ofenderlo con ello, sino por el deseo genuino de conocer el significado que aquello tenía para él; aún cuando yo no tenía idea de sus connotaciones.
Lucifer me echó un último vistazo por encima de su hombro, y respondió, justo antes de desaparecer, en un siseo:
—Para tu rey... significa la traición.
****
https://youtu.be/IBL2IQCo3B0
Ninguna experiencia grata había resultado nunca de mis noches errando por Gaea. Mi faceta humana parecía tener cierta propensión a encontrarse con el desastre cuando asolaba la penumbra; no obstante, anduve otra vez demasiado distraído en mis cavilaciones como para estar alerta de los alrededores, o siquiera preocuparme lo que pudiese acechar en ellos.
Ya no me importaba...
Pensaba en Lucifer y en Dame. En Éter y en Inferno. En mi cuerpo y en mi alma; y en mi existencia. En todas ellas. Y todo era tan confuso...
Lucifer no hacía sino hablar en acertijos y Dame se reservaba la información que poseía, y con justa razón. Pero por otro lado, ella estaba en lo correcto. Ignoraba demasiadas cosas; no solo con respecto a ser humano, lo cual llevaba poco tiempo siendo, sino relativas a mi tiempo como ángel y como demonio; uno de los cuales me era inherente y el otro, en el cual había vivido la mayor parte de mi existencia. Al mismo tiempo, no estaba seguro de que pudiera confiar en Dame; pero tampoco estaba seguro de que pudiera fiarme del todo de Lucifer; no con respecto a la veracidad de las cosas que me decía, sino en cuanto a aquellas que elegía reservarse.
Y Zadkiel... Incluso Zadkiel había escondido tantas cosas de mí...
Me sentía usado y engañado... mantenido en las sombras sin importar qué plano ocupase en mi existencia maldita. Y ahora transitaba en un insufrible limbo sin saber cuál era mi propósito, mi identidad, y a qué debía atenerme.
Un sentimiento extraño me arrancó de mis cavilaciones y disparó todas mis alertas. Era demasiado familiar, y supe que, una vez más, estaba siendo seguido. Deprimido como lo estaba, hastiado de la existencia y de todo lo que conllevaba transitarla, la idea de permitir a quienquiera que fuera, bien saltar sobre mí y despojarme de todo lo que poseía físicamente, lo cual no era mucho, o arrancarme del cuerpo que Lucifer me había otorgado, sin importar lo que eso significase para mi alma, aceptaba mi destino, ya cansado de luchar contra él o intentar llevarlo en cualquier dirección; cosa que hasta ese momento no había dado resultado.
Me detuve sobre mis pasos y aguardé. No obstante, conforme sentía a mi acechador aproximarse, mi resolución flaqueó. Y lo que antes fuera resignación se convirtió poco a poco en una furia que estaba listo para volcar sobre lo primero que se topase conmigo. Aún si era un humano, quizá apresurase con ello el destino que ya se anunciaba sobre mí desde que había asesinado al primero, y Los Siete me cayesen encima finalmente. Lo deseé con ansias por un momento. Poner un fin a todo aquello; sencillamente dejar de existir... Parecía un porvenir pacífico.
Torcí por una esquina y me introduje rápidamente en una callejuela, esperando por el paso de quienquiera que fuera aquel quien me seguía.
De manera inequívoca, una silueta en la oscuridad transitó por el mismo camino que antes hiciera yo, mirando en todas direcciones para encontrarme. Salí entonces de mi escondite y me abalancé contra mi perseguidor. Aterricé sobre lo que parecía ser el cuerpo de un adolescente, aunque no pude determinar si se trataba de un varón o de una muchacha.
Pero entonces, me bastó con verlo por un instante, luego de eones, para entender que no se trataba ni de lo uno ni de lo otro. Alrededor de su cabeza se habían desplegado sus numerosas trenzas, enmarcando su rostro oscuro y brillante como un halo, y sus ojos negros me contemplaban fijos. Eché en falta las alas de color verde brillante, con visos rojos y azules. Debía llevarlas ocultas, pero no las necesité para reconocerlo.
—Gabriel... —mascullé, sin poder creer lo que veía, y salí del sitio sobre él, asustado por las repercusiones de mi osadía, nada menos que contra uno de Los Siete.
Aquel se levantó de su lugar y me contempló con igual perplejidad. Su mirada atenta me indagó de pies a cabeza y regresó a mis ojos, en donde los suyos, tan dulces como los recordaba, se entornaron absortos.
—«Dudaba que fueras tú... Pero sabía que debías serlo» —habló en nuestra lengua. La lengua de Éter—. «Aún ahora no pareces tú... y a la vez, sé que lo eres».
Asimismo, le escruté incrédulo. No había cambiado en absoluto. Incluso viéndome ahora en esta forma, su rostro se mantuvo afable y deferente. No había en él el menor desdén, repudio o rechazo. Hice lo posible por mantener a raya las emociones que lucharon por aflorar con nuestro reencuentro.
Le debía la vida; y jamás se lo había agradecido. Nunca tuve la oportunidad de ello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dije en cambio, en la lengua que estaba acostumbrado a utilizar desde mi venida a la tierra.
Su expresión se tornó atribulada cuando habló en el mismo idioma.
—Querida «Oscuridad» —masculló de modo adolecido y mi interior se estremeció con amargura—. Desearía haber venido solo a visitarte; nunca creí que lo desearas... Pero en cambio he venido para advertirte, Mephistophiel.
Torcí el gesto al oírle pronunciar mi antiguo nombre.
—¿Sobre qué?
—La situación es abstrusa... Todavía departen sobre qué hacer contigo. No estás solo... Algunos creemos que Lucifer es el responsable; igual que la primera vez... mas otros opinan diferente. Y han determinado que es preciso poner un alto. Desearía que no llegasen a la resolución de tomar las medidas más severas... pero están cerca de hacerlo. Y se están preparando, Mephistophiel. Corres un grave peligro.
https://youtu.be/GTU3zCA5f3M
Lo observé con los ojos en rendijas:
—No lo entiendo...
—«Quién como Él» está al acecho. —Oírle aludirlo hizo que el corazón se me hundiera al estómago—. Y está al tanto de tus crímenes. Parte de tu verdadera forma se desplegó cuanto tú... —Movió la cabeza, incapaz de decirlo—. Y es así como pudo sentirte. Por ahora, tu condición humana te resguarda. Mikael no tiene la potestad para herir a un ser humano. Pero aquello no te protegerá por mucho tiempo más.
—¿Cómo has podido encontrarme tú?
—También tuve dificultades. Probé pensando en tu rostro, pero no podía hallarlo, y ahora veo por qué. Luego intenté con tus alas, pero tampoco pude encontrarlas. Y entonces pensé en tus ojos. Siguen siendo los mismos... —A pesar del tono sombrío de su advertencia, se le escapó una sonrisa—. Así es como pude llegar a ti.
—¿Qué sucederá ahora?
Gabriel levantó su palma frente a mí, y envuelto en un tenue resplandor apareció ante nosotros un objeto arcaico el cual no había visto desde mi partida de Éter. Aquel con el cual nos había salvado la vida a Lucifer y a mí.
El Cuerno del Trashumante, mediante el cual Gabriel, «El Mensaje», era capaz de abrir portales a cualquier lugar en cualquier plano en la existencia parecía inofensivo a pesar del inmenso poder que albergaba.
—Nuestra misión con respecto a Gaea, la suya y la mía, son anejas una de la otra. Aún si es capaz de localizarte, no puede llegar a ti sin mi cuerno; y yo no puedo abrir un portal para él sin su «omnivoyancia».
—Y ahora que sabes mi paradero, tu deber es informarle... —deduje.
Pero Gabriel sacudió el rostro, balanceando las trenzas.
—Él no sabe que te he estado buscando; ni tampoco que te encontré. Pero sabe que estoy de tu lado; por lo que no puedo ayudarte por mucho más tiempo sin ponerte en riesgo. Mas en el momento en que determine demandar una respuesta de mí, yo no podré mentirle.
Asentí. Ahora lo sabía.
—Pero has dicho que no puede hacerme nada mientras habite este cuerpo —recordé.
—Me temo que no es tan simple... A eso me refiero cuando digo que eso no te protegerá por siempre. En el instante en que te reveles como un demonio, le habrás otorgado la aquiescencia para proceder —me reveló—. Porque tú... mataste a un ser humano.
Me sentí mareado.
—Un humano que estaba poseído por un demonio... —objeté.
—Era un humano todavía cuando sucumbió a las heridas que tú le infligiste. No hay manera de detener lo que está en curso. Solo esperan por un desliz y vendrán por ti, Mephistophiel.
Sacudí la cabeza y luego le enjareté una mirada recriminadora:
—¿Has venido a advertirme, o solo a mortificarme?
—He venido a ponerte bajo aviso. Y también... —Gabriel se aproximó y me dio un objeto alargado y agudo, cubierto por lo que parecía un pañuelo dorado, pero que que reconocí como una parte de las vestiduras de Zadkiel.
Lo que me entregó era su daga. No me atreví a descubrirla, pero podía sentir su esencia manando de ella. Y la de Zadkiel, impregnada en la cual.
—¿Por qué la tienes? —susurré, adolorido.
—Zadkiel la envía. Quiere que tengas medios para defenderte cuando «La Guerra» y sus huestes se dejen caer sobre ti.
—O para garantizarme una muerte indolora cuando eso ocurra. Ya veo que sigue teniendo la misma fe de siempre en mí...
—Y tú sigues estando muy equivocada. —Aunque sus palabras eran acusadoras, su tono no lo fue, y en cambio sonó contrito—. Recuerda mis palabras, Mephistophiel: aquello que has iniciado no puede ser detenido. No puedes ganar contra «Quién como Él», pero puedes estar preparada. Y es mejor que lo estés, porque tu enemigo ya lo está. Está enojado... y exaltado por un buen combate. No se lo des. Si has de huir, huye. Si has de volver a Inferno, hazlo. Reclúyete al Imo Circulo. Le aterroriza Satan; no te seguirá hasta allí.
Moví la cabeza, exasperado:
—No puedo volver allí. ¡No con este... cuerpo maldito!
—¡Dile a Lucifer que te regrese allí entonces!
—¡¿Crees que no lo he intentado?! No se dejará persuadir...
https://youtu.be/Rc5iRa_ZcDU
Gabriel calló y sus labios gruesos se convirtieron en una fina línea. Sus ojos reflejaban la desesperación de los míos, pero estaba tan impotente como yo.
—Entonces habrás de cuidarte. Hazlo, por favor —me encareció. Y entonces, listo para marcharse, a pesar de nuestro breve encuentro, El Mensaje desplegó a sus espaldas las alas que con tanta añoranza recordaba. Aquellas de un brillante verde, rojo y azul, como las de las aves amazónicas del aviario—. Adiós, y buenaventura, querida Mephistophiel.
—Gabriel... —Aquel se detuvo antes de alzar el vuelo, y se dio la vuelta—. Mi nombre es Mephistopheles.
Aquello pareció desconcertarle y por un momento percibí un temor extraño en su forma de mirar. Pero entonces, con una sonrisa blanca, Gabriel me mostró el amor y la aceptación de la que solo el más gentil de Los Siete era capaz.
Sus ojos se entornaron conmovidos:
—Lo recordaré con cariño. Y por favor... no se lo digas a nadie más.
POR FIN!!!! Después de mucho escribir, y editar y frustrarme y encaminarme por fin... he podido traerles otro capítulo después de un largo tiempo, y antes de que termine el año ♥
Espero que sigan aquí conmigo, y que este nuevo cap les haya gustado. No olviden dejarme sus comentarios! estoy impaciente por saber qué les ha parecido, qué han descubierto, qué teorías tienen y qué esperan en próximos capítulos.
Los dejo con un dibujito de Gabriel, El Mensaje:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro