11. Las noches en Gaea
https://youtu.be/xF_uSdOOjCU
Todavía junto a la tumba de su madre —después de haber desahogado sus sentimientos reprimidos quien sabe por cuánto tiempo—, Joan parecía algo más fresca y ligera. Como si sus hombros se hallasen al fin libres de una pesada carga; más inhiestos y fuertes.
Ninguno había dicho una palabra después de separarnos, cuando ella amainó su llanto y yo la dejé ir. Parecía avergonzada, y evitaba mis ojos mientras reunía las flores azules ya marchitas de la tumba; pero agradecí que lo hiciera, pues yo no me hallaría capaz de mirar a los suyos luego de saber lo que ahora sabía.
El viento murmuraba alto, vaticinando una noche fría. Venía cargado de un indicio húmedo que trepaba por la nariz de modo poco placentero, y el aroma agridulce a flores marchitas agravaba la ofensa.
—Mamá adoraba las Irises. —Joan dejó solamente las que se mantenían frescas, mientras que reunió las demás en su mano para desecharlas—. ¿Sabes lo que simbolizan?
—Esperanza —articulé, absorto en la fotografía en la lápida, donde el recuerdo del rostro luctuoso y sangriento, crispado de desesperación, se sobreponía al rostro sonriente del retrato—. Pero también... muerte, y la vida después de la muerte.
Volvió a verme por primera vez y pareció complacida de que lo supiese. Le hurté la mirada al acto.
—Irónico, ¿verdad? Un poco contradictorio, si lo piensas. ¿Crees en eso, Philes? —Aparté mi atención de la tumba y la puse de soslayo en Dana Joan. Ante mi confusión, rectificó—: me refiero... a la vida después de la muerte.
Había curiosidad genuina en su rostro mientras esperaba mi respuesta. Y hubiese querido darle una certera... mas no la tenía. Los asuntos de Éter con respecto a la humanidad eran un misterio para un ángel del más bajo de los Coros. Lo hubiesen sido con más razón para el ángel más joven de todos ellos... Y ahora en especial para mí; un Caído expulsado de Éter antes de ver siquiera la creación de la humanidad.
—No lo sé... —fue todo lo que pude decir.
Joan suspiró; no con decepción, sino más bien en conformidad.
—Tampoco yo. Sería hipócrita si lo hiciera. Pero de algún modo... eso suena mucho mejor que simplemente la nada.
El que no contemplase la posibilidad de vida después de la muerte resultaba descorazonador; pues aquello implicaba que rechazaba también cualquier esperanza de reunión en la misma. Por lo cual, si Dana Joan supiera la verdad acerca de la muerte de su madre, y mi parte innegable en ella, no merecería perdón ante sus ojos.
—Es curioso... ¿no? —continuó— Cómo siendo un hombre de fe, mi padre está tan seguro de que va a morir. Y yo... sin creer en nada, tengo tantas esperanzas en que pueda salvarse.
—No creo que sea de ese modo —argüí, y me gané su completa atención—. Pienso, más bien... que Paul Edwards está en paz con la idea de morir, precisamente porque tiene certeza de lo que le aguarda después. Mientras que para nosotros... resulta incierto. —Y, desde mi propia ignorancia, preferí creer a Paul. Necesitaba hacerlo...
Dana Joan pareció meditar en ello mientras me contemplaba.
—Eso tiene mucho sentido. —Se puso de pie con el ramo de flores marchitas en la mano y sonrió—. Gracias, Philes. Por acompañarme. Y por todo lo demás. Todo lo que estás haciendo.
https://youtu.be/AMmQVyJrXfE
Mi alma se remordió de manera excruciante con su tono afable y lleno de gratitud; pues no había nada por lo que debería agradecerme.
—Al contrario. Soy yo... quien está en deuda contigo.
No pareció captar la doble intención de mi sombrío comentario. En lugar de eso, Joan pareció de mejor humor. Aun así, la película húmeda de sus ojos aún no se evaporaba por completo.
Me invitó a marcharnos y le ayudé a ponerse de pie. Pero mientras que yo avancé un par de pasos, ella se quedó atrás y besó las yemas de sus dedos para luego posarlos sobre la lápida, como antes al féretro:
—Adiós, mamá...
En lo que ella se despedía, mi mente todavía divagaba.
—Joan, ¿cuándo sabremos si soy compatible con tu padre?
—Los resultados están en una o dos semanas —dijo ella, acompasándose a mí—, pero no lo sé con certeza. ¿Estás nervioso?
Lo reflexioné.
—«Nervioso»... No; preocupado —admití. Fue curioso reconocerlo.
Joan puso una mano sobre mi hombro con afecto.
—Pase lo que pase, no sabes cuanto significa lo que estás haciendo.
La calidez de su mano contrastando con el frío del ambiente me dio un ligero escalofríos. La contemplé tendidamente, y otro recuerdo se abrió paso en mi cabeza, tornando evanescente la imagen de su rostro, y remplazándola por otro más pequeño y suave, más inocente y puro... El rostro lloroso de una pequeña niña. Este me llevó vívidamente a esa noche, y el sonido de un grito estremecedor clamando por una madre me empujó fuera del recuerdo de modo abrupto.
Pestañeé rápidamente y volví al presente. Joan me contemplaba confusa. Nuevamente, no pude sostenerle la vista y la dirigí a nuestros pies.
—Joan... si tu padre muere, tú estarás sola. Solo... se tienen el uno al otro.
Su mano sobre mi hombro pareció tensarse antes de resbalar por mi brazo de regreso a su costado, en donde se estrujó con un ligero temblor.
—... Sí —murmuró—. Él... es todo lo que me queda.
Recordé al muchachito corriendo por el parque; alegre y lleno de vida..., y luego al niño enfermo en el retrato junto al féretro. Al varón inhiesto y robusto en la fotografía del mural de Dana Joan, y al hombre moribundo que yacía ahora en la cama de hospital.
—Pero padece, obra de su enfermedad —repuse.
En aquel punto, el tono de Joan se volvió cauteloso:
—Lo sé. Por eso busco una cura.
Lo reflexioné. Eso era evidente... Mas, ¿era justo someter a un ser amado a aquel largo martirio, mientras que su vitalidad, sus fuerzas y su propia persona eran drenadas de a poco, en espera de una cura? Para los humanos incluso una sola vida importaba... ¿pero importaba más allá de la vida misma; no como la cualidad del ser vivo, sino la capacidad de vivir en verdad; más allá de la subsistencia.
—¿Y si no fuera suficiente?
Joan continuaba observándome sin apartarme la mirada:
—¿A qué te refieres? —Preguntó; aunque algo en su tono y en su expresión me decían que ya lo sabía, y solo esperaba equivocarse.
Y ojalá me hubiese callado, y le hubiese dejado creer eso...
—¿No piensas que sería mejor si tu padre muriera?
Dana Joan se paralizó. Sus ojos dilatados se volvieron rendijas.
—... ¿Qué... has dicho?
https://youtu.be/gbTuAYTwpjg
Ya no me cabían dudas de que había oído mi pregunta, así que supuse que más bien esperaba una elaboración; la cual le otorgué:
—¿No es egoísta de tu parte afanar en mantenerlo con vida a pesar de que padece en su estado, postrado en una cama sin poder moverse?
—No es mi intención que sufra. Es decir... sé que lo hace, pero por eso quiero ayudarlo. —Su pecho subía y bajaba con agitación, y sus palabras sonaban arrebatadas, entorpecidas por su respiración a cada segundo más alta e irregular—. Está en el hospital porque allí está bien; quiero decir... tan bien como puede estarlo; dentro de lo que es posible en su condición; pero él no-... ¡Él no-...!
—Él está listo para morir —sentencié.
Joan dejó salir un jadeo y su mandíbula inferior colgó laxa.
—¿Cómo... te atreves? —Su tono se elevó hasta reverberar en ecos por el parque desierto—. ¡¿Quién lo dice?!
—Él lo dice.
Fue a replicar, pero en cambio calló y sacudió la cabeza, alejándose de mí. Mas luego volvió sobre sus pasos y me encaró:
—No puedo creer lo que estás diciendo... ¿Tienes idea de cuán cruel es lo que insinúas? ¿Crees que me gusta ver a mi padre sufrir así? ¡¿No crees que daría lo que fuera porque no sintiera dolor?! —Llevó una mano a su pecho frenético y este se sacudió violentamente bajo la misma cuando sollozó, gritando lo último con palabras rotas— ¡Cambiaría mi salud por la suya! ¡¡Le daría la mitad de mi propia vida con tal de tenerlo siempre a mi lado!!
No sabía si por obra de sus palabras; por su tono frágil, o las lágrimas que le sobrevinieron, pero aquel perpetuo vacío en mi pecho pulsó de modo doloroso, como si se contrajese en torno a algo que ahora hubiera empezado a habitar allí.
—No voy a dejar morir a mi padre —dijo Joan, limpiándose una lágrima de la mejilla—. Aún... si ya no quieres ayudarlo.
Incliné el rostro, sin entender:
—... ¿Qué?
—¿Te has arrepentido? ¿Ya no quieres ser donante, es eso? —Había comenzado a sonar como una acusación, y reaccioné acorde, tensándome a la defensiva. Pero su tono severo se tiñó de desesperación—. Si es eso... ¡dímelo ahora, y así puedo dejar de poner esperanzas en ti y buscar a alguien más!
—Eso no es lo que he dicho.
—¡¿Entonces por qué?! ¡¿Por qué me dices estas cosas?!
—Dana Joan...
Ella apretó los labios entre sus dientes hasta hacerlos palidecer mientras esperaba por mi respuesta. Le temblaba el mentón, al igual que los párpados sobre sus ojos vidriosos. Claramente había cruzado alguna clase de línea. Pero entre los humanos esta era tan fina y difusa...
—Me disculpo. Dije algo inapropiado.
Ella torció una mueca llena de dolor, con labios trémulos.
—«Inapropiado» es poco. No puedes solo... decir lo que te venga en gana y creer que bastará con una disculpa para enmendarlo.
—Joan, yo-...
—Vete, Philes...
Parpadeé una vez, lentamente. Mis oídos no fallaron en captar sus palabras, pero su significado escapó a mi entendimiento y la contemplé con estupor, batallando para asimilarlas.
Joan reiteró:
—¡Vete! ¡Déjame sola!
Hizo el amago de regresar junto a la tumba de su madre; pero en cuanto me dio la espalda su imagen se tornó difusa ante mis ojos y cobró otra forma. El paisaje alrededor cambió. Me moví por reflejo.
—No... —Le di alcance afianzando su brazo, pero se sacudió de mí con brusquedad—. No; ¡espera...! ¡Espera, Zadkiel!
Ella viró lentamente sobre su hombro y me halló paralizado.
—... ¿Qué? —masculló, sin obtener respuesta. Meneó entonces la cabeza; ahora más perpleja que enfadada—... Solo... ve, Philes, por favor... Ya no te necesito más.
Y fue entonces que comprendí el porqué de mis dificultades en descifrar sus palabras la primera vez. Era como si, ya avezado a la saeta de un viejo enemigo conocido, supiera por instinto cómo evadirla y me hubiesen sobrevolado.
Pero esta vez fueron a incrustarse directo en mi pecho; en donde finalmente hallaron significado en la forma de otras más antiguas, grabadas allí hace mucho tiempo atrás. En otra lengua, a través de otros labios; más dolorosas que nunca... pues no abrieron allí heridas frescas; sino que desgarraron la piel tierna de viejas cicatrices nunca curadas del todo.
* * *
https://youtu.be/MjF4o7kAFxU
—Ya no te necesito más.
La cadencia amable y dulce de su voz, su tono cálido... no fueron sino murmullos fríos.
Busqué sus ojos, pero estos me evadían, dirigiéndose en cambio hacia el cielo sobre nuestras cabezas —más allá de la cúpula cristalina del firmamento de Éter, en donde su vista se perdía en el vacío del universo—, como si buscara algo que no estaba allí; mientras que yo, que me hallaba a tan solo unos pasos de distancia... fuera por completo invisible ante ellos.
No comprendí lo que intentaba decirme al principio, así guardé silencio en la espera de que me lo explicase.
Y por primera vez, La Piedad me aludió. Viró apenas lo suficiente para poder mirarme, y aun así, lo hizo de modo desdeñoso; por encima de su hombro, entre sus alas áureas. Sus ojos oscuros eran pozos.
Inhaló suavemente antes de hablar. Su voz fue tan suave y aterciopelada como siempre, pero hubo una gelidez estremecedora en su tono:
—He decidido... que no estás a la altura de nuestra misión.
Todavía silencioso, recorrí cada uno de sus rasgos en busca de una pista; una seña; cualquier cosa... Lo que fuera, que ayudara para convencerme de que mi deducción era equívoca; que había otro significado, el cual no estaba viendo; o en espera de que continuase hablando, y que cualquier cosa que dijera a continuación le confiriese sentido.
Mas de haber sabido lo que me deparaban sus labios al final de esa espera, jamás me hubiese quedado para oírles. Me hubiese marchado lejos en ese preciso momento y huido hasta los confines de la existencia, a donde sus palabras no pudiesen alcanzarme nunca.
—Por lo tanto... no tiene caso que permanezcas más a mi lado.
Mi forma corpórea se sintió pesada, y mi mente ligera. Sentí frío; algo que sabía que no era posible sentir lejos de los cantos de Abaddon; algo que no existía allí, en la calidez del luminoso Éter; y desde luego no alrededor de Zadkiel.
Di un paso hacia La Piedad y esta retrocedió otro.
—No —me detuvo con una mano en alto.
—Pero... Zadkiel. No lo comprendo...
Me hurtó una vez más la mirada, y volví a sentirme insignificante; indigno de la misma:
—Significa... que aquí partimos nuestros caminos, Mephistophiel —sentenció. Y aun cuando no podía haber sido más clara, la noción todavía me era incomprensible—. Ya no te debes a mí.
—Pero fui hecha... para ti —expliqué; como si en mi ingenuidad creyera que lo había olvidado, y que solo necesitaba recordárselo para disuadirle. Que con ello le devolvería el juicio y se retractaría.
Pero La Piedad mantuvo su frialdad inclemente. Negó una sola vez.
—No. Fuiste hecha para un propósito. Pero me temo que no estás lista para llevarlo a cabo. Y el tiempo ha llegado.
—Lo estoy... Zadkiel, ¡lo estaré! —Di otro paso en su dirección. No se movió, pero bastó su mirada gélida para retenerme en mi lugar y hacerme retroceder otra vez. Sepulté instintivamente los hombros entre mis alas—. ¿En qué... me he equivocado? Si me lo dices, enmendaré mi error. ¡Si me dices lo que necesito hacer, yo-...!
Pero volvió a negar. Su expresión hierática era inexorable. Libó con ella todas mis esperanzas.
—Busca otro propósito. Uno propio.
—Mi propósito... está contigo —aduje—. Mi propósito eres tú... Zadkiel.
Me retiró el rostro del todo y empuñó las manos a sus costados:
—¿Es que acaso no lo entiendes, criatura necia? Vete. No me eres de ninguna utilidad. Ya no te quiero a mi lado. —Y si hubiese restado un solo fragmento de mí que mantuviese unidas el resto de todas mis piezas despedazadas para entonces, este terminó de partirse cuando añadió—: he aquí... que yo te repudio, Mephistophiel.
Todo mi mundo se desmoronó en ese instante.
Las maravillas indecibles de Éter se marchitaron ante mis ojos y el universo sobre nuestras cabezas colapsó sobre mí, sofocándome bajo su peso y su oscuridad.
Un ángel no podría jamás conocer la sensación, desde luego; pero lo que sentí en cuanto Zadkiel dictó su testamento y me dio por completo la espalda, fue lo más parecido que puede experimentar un etéreo, sin precedentes del dolor humano y sin poseer cosa alguna, a un corazón destrozado.
Mis alas se sentían friolentas y temblorosas; demasiado débiles para elevarme en vuelo, pero no pensé en eso en cuanto me di la vuelta y corrí, levantando vuelo lejos de La Piedad; quien no tuvo para conmigo en ese momento el menor ápice de la cual.
* * *
Las calles de la ciudad de la Doncella volvían a parecerme ajenas y desconocidas. No había estado antes en esa parte de la misma y no sabía cómo conducirme ni hacia dónde ir. Tampoco era como si tuviera en mente un sitio al que ir en ese momento; al igual que la primera vez, solo pensaba en alejarme.
Mientras caminaba, no podía quitar el rostro lleno de pesar de Joan de mi cabeza, su llanto desgarrador, la foto en la lápida de la mujer. Esa maldita mujer... La responsable de todo.
Y la niña.
Era ella. Siempre fue ella; cuando me sentaba a su mesa a compartir el pan y el agua; mientras vivía bajo el abrigo de su techo; antes y después de deberle mi vida... ¿Por qué? ¿Era acaso alguna otra clase de broma aberrante de parte Lucifer? ¿Qué obtenía con todo esto sino el placer mórbido de alimentar una ironía cruel hasta verla estallar?
La tarde caía con demasiada velocidad y los fríos se volvían más ásperos. Pronto anochecería, y la idea me atemorizaba. Sería mi primera noche sin refugio en la tierra en milenios. Y las noches en Gaea no me habían traído otra cosa que sufrimiento.
Tres noches de ellas vinieron a mi memoria.
Una de ellas, la más nefasta. La cicatriz detrás de mi hombro, justo a la altura del sitio donde antes naciera mi ala izquierda, dolió con solo rememorarlo. Casi pude ver aquellos rostros grotescos a mi alrededor; oír sus gritos frenéticos; sentirme prisionero de sus manos callosas y sus uñas afiladas, y el dolor agonizante sobre mi ala...
La segunda noche, mucho más anterior. La noche antes de que el infierno se desatara en Éter, mientras yo yacía inconsciente, víctima de una de las flechas doradas de Camiel, ajeno a la masacre que tenía lugar en el sitio que antes fuera mi hogar.
Y la última... la última en la tierra. En vez de manos ásperas y violentas, dos brazos tibios a mi alrededor, y un busto lleno y suave bajo mi mejilla. Y después nada... hasta que un sonido me arrancó de mi letargo en mitad de la noche, hallándome solitario en un improvisado lecho de pieles. Interrumpí el hilo de mis memorias antes de que la imagen cobrase una forma clara y se encarnase en mi cabeza; pero no pude evitar que un fragmento se escabullese en mis recuerdos. Cabello dorado y rojo enmarañado en la hierba, dos pieles fundidas en una sola en medio de un claro iluminado por la hermosa luna que antes solía amar, y que ahora no me traía sino recuerdos aciagos.
Y ahora estaba por completo desprotegido, atrapado en un cuerpo mortal, con un número desconocido de demonios todavía tras mi pista. Eso sin contar las posibles consecuencias del asesinato de ese muchacho, acechándome desde algún lugar.
Deambulé por lo que debieron ser horas sin que nada me resultase familiar. Aún si quisiera volver al lado de Joan y suplicar su perdón; rogar por asilo otra vez, no sabía cómo volver.
Estaba perdido una vez más, errando sin rumbo fijo en un lugar alejado. La historia se repetía.
* * *
https://youtu.be/PLXiHtwNw_A
Con el batir desenfrenado de mis alas en el afán de alejarme de Zadkiel, extenué por completo todas las energías que me quedaban, y cuando estas quedaron desprovistas de fuerza simplemente cesé de agitarlas, sin preocuparme por el aterrizaje, precipitándome desde las alturas hacia un descenso incierto.
Caí con un golpe seco, levantando una nube de polvo cristalino y rodé convertido en un ovillo de cabello revuelto y plumas hasta quedar inerte. No me lastimé; en absoluto. Nuestra forma etérea es extremadamente resistente; y aun cuando acababa de descubrir que nuestra alma podía llegar a ser tan quebradiza.
Me erguí con dificultad sobre las rodillas, todavía aturdido y envolví mi cuerpo entre mis brazos y luego entre mis propias alas, intentando protegerme inútilmente de algo que me hería desde el interior.
Desolación, terror, desesperanza... No tenía nombres para nada de aquello en ese momento; pues en mi muy breve existencia no había sido jamás sometido a cosa similar. Ni siquiera morir suponía un consuelo; pues tampoco albergaba noción alguna de concepto tal, ni podía concebir nada semejante. Incluso el dolor me era ajeno e incomprensible. Todo lo que sabía era que, fuera lo que fuera que estuviese causándome aquello, quería arrancarlo de mí; pero tampoco podía, pues no sabía en dónde se alojaba, qué tan profundo, ni cómo sacarlo.
Y entre tanto repetía: «¿Por qué?»
«Por qué». «Por qué». «Por qué...» Cien veces. Mil veces...
Allí donde me encontraba ya no había sonidos ni aromas; el paisaje era yermo y lívido; arena y piedra desnuda, privada de grama, árboles, afluentes, y de vida. Nada se movía allí; sino los vientos soplando pertinaces en una única dirección, acarreando diminutas partículas brillantes que parecían desprenderse de todo lo que las corrientes tocaban y se convertían en polvillo tan fino que desaparecía entre los dedos al intentar manipularla. Me percaté de que reconocía aquel lugar. Y si estaba en lo correcto... ¿qué tan lejos me había apartado sin darme cuenta? Sentí temor por un momento, pero luego una esperanza que aún entonces no quería aceptar que fuera fútil; pues Zadkiel ya había venido hasta aquí a buscarme con anterioridad.
¿Y si sólo se trataba de un terrible malentendido? Un error, un juego, una prueba... Si me perdía el tiempo suficiente, vendría por mí una vez más, de seguro. Me estrecharía entre sus brazos, como siempre, y todo estaría bien otra vez.
Como un niño atrapado por las corrientes de un río caudaloso, me afiancé a esa frágil posibilidad con todas mis fuerzas, cual fuera una delgada rama; a sabiendas de que si la dejaba ir me ahogaría sin remedio; y rogué porque la salvación llegase antes de que la fuerza de las aguas la arrancasen de raíz, con lo cual me arrastrarían con ella.
En Éter no existen el tiempo. La eternidad, así como muchos de nuestros conceptos inefables, elude a toda noción concebida por el hombre, limitada a la pobreza del entendimiento humano, y desafía todos sus preceptos; de manera que no existe una unidad de cuantificación precisa para mesurarlo, y por tanto no es posible atribuirle otro nombre, más que simplemente aquel: tiempo; tan breve como un pestañeo, o tan prolongado como la existencia misma.
Y aquel que hubo de transcurrir para convencerme de que mi espera era infructuosa, debió ser similar al que toma a los humanos dejar atrás un alma joven, llena de sueños, para sumirse en una existencia amarga con una larga cola de cometa, constelada de anhelos rotos.
Y sin la esperanza como mi único pilar; el peso aplastante de la verdad cayó sobre mí, quebrantando todo mi ser sin dejar nada:
Zadkiel no vendría por mí. Porque ya no me quería a su lado.
* * *
—Bonito traje —la voz a mis espaldas me arrancó de mis pensamientos y me trajo a la realidad: un parque solitario y extenso, cobijado por la sombra de una espesa arboleda alta—. ¿Vas a una fiesta?
—O viene de una.
—¿Qué pasa, no estaba divertida?
Detrás de mí un grupo de tres hombres. Tres... Un número maldito para mí, desde el inicio de los tiempos. ¿Demonios? no podía saberlo... O quizá sí. Los examiné de uno en uno pero no se parecían en nada a los vehículos de Portos y Balamut. Nada saltaba a la vista que delatase ninguna clase de naturaleza sobrenatural. Parecían tres seres humanos ordinarios como el que más.
Continué caminando sin hacer caso y me concentré en mis pasos sobre la grama, pero no por mucho tiempo antes de comenzar a oír una serie de tres pares más de pies a mi siga. Miré sobre mi hombro quizá una milésima de segundos tarde para reaccionar y evadir la mano que cayó sobre mi hombro. Acto seguido me hallaba arrinconado contra un árbol y acorralado por dos individuos, mientras que el tercero se mantuvo cerca, vuelto hacia la calle, vigilando.
—¿Traes una bonita billetera a juego con el traje? —inquirió el que me amenazaba.
—No tengo dinero.
—¿Y un bonito celular? ¿Qué tal si me dejas verlo?
—No tengo nada de valor. —Empezaba a perder la paciencia—. No puedo darte mis vestiduras; pues no me pertenecen. No te quedarían, de todos modos. Eres corto de estatura, y más bien escuálido.
Los hombres intercambiaron un gesto perplejo.
—¿Así que tienes ganas de hacer bromas? —siseó el cabecilla—. Bien, a ver si esto te da risa.
Reconocí la sensación de un objeto cortante contra mi cuello gracias a mi primer encuentro con Dame, y reaccioné acorde.
El árbol vibró cuando estrellé el cuerpo de mi atacante contra el tronco, y la madera crujió tras su espalda como una pared de tablones apolillados. Ramas y hojas secas llovieron sobre nosotros.
El cuchillo que antes se hallara en mi garganta estaba aún en la mano de mi atacante; mas ahora atrapados ambos al interior de la mía, aprisionados contra el árbol. Aquel gimoteó como un animal herido cuando cerré con más fuerza los dedos en torno a los suyos, y los otros dos retrocedieron un paso, alarmados.
https://youtu.be/EFxBWDLXcGA
—«¿A dónde vais, hermoso ángel? ¿Qué camino siguen vuestras alas negras en el aire?»
Su voz no falló en alarmarme; igual que siempre. Pero esta vez no sonaba al interior de mis pensamientos, sino desde algún lugar de la calle. Y distinguí por el rabillo del ojo una fina silueta frente al hombre que antes vigilaba. La repentina aparición le sobresaltó tanto como a mí, pues dio un repullo hacia atrás y tropezó a punto de caer.
—Lucifer...
Mas diferente. El largo cabello rubio parecía atado holgadamente detrás de su espalda. Y vestido tan solo con dos prendas, una superior y otra inferior —claras, impolutas y sueltas—, pretendía no ser otra cosa que un joven. Un varón de rostro demasiado suave; o posiblemente una muchacha alta, para el observador poco atento.
Su intento de parecer humano me pareció absurdo a un punto risible; pues su aspecto seguía resultando ridículamente sobrenatural. Demasiado etéreo; demasiado hermoso... y descalzo sobre el pavimento frío como si no fuera pleno invierno.
—No profanes tus manos con la sangre infesta de estas escorias —me reconvino, haciendo un gesto hacia el final de mi mano.
El sonido de un boqueo estrangulado llamó mi atención y me percaté de que el sujeto frente a mí parecía más alto que al principio, con lo cual reparé que sus piernas colgaban sobre el piso, mientras que el resto de su cuerpo lo hacía suspendido desde mis dedos alrededor de su garganta.
Lo solté de inmediato, atemorizado de excederme y darle el mismo final del otro muchacho. Los seres humanos eran demasiado arrogantes para lo frágiles que eran...
No vi el momento en que el hombre frente a Lucifer se armó de un cuchillo; solo el instante en que lo blandió hacia su objetivo.
—¡Lucif-...! —gemí.
Y ante mis ojos, la mano de aquel se detuvo como si golpeara algo invisible, y su brazo se torció violentamente hacia atrás sin ser tocado. O al menos... por nada visible.
Mi distracción sirvió para que el hombre frente a mí se soltase de mi mano y lanzara una cuchillada con su propia arma en mi dirección. En ese momento todos los dedos de su mano crujieron alrededor del mango del arma con un tronar desagradable de huesos.
Antes siquiera de darle tiempo a asimilar lo ocurrido y gritar, la extremidad tras la espalda del primero se torció hasta su límite; hubo una pequeña resistencia; luego un crujido... y después el brazo dio tres vueltas más sobre sí mismo y cayó laxo a un costado del cuerpo del hombre, torcido como el tallo pisoteado de una planta; articulado en tres nuevos puntos.
Se desplomaron ambos casi al unísono sobre sus rodillas, y el abrupto sonido de ambos gritos a coro, rasgando el silencio de la noche como una tela vieja, me heló la sangre. En la confusión del momento, en busca de una explicación, noté que la mano de aquel frente a mí colgaba ahora en un ángulo extraño y sus dedos estaban torcidos en todas las direcciones posibles, mientras que el cuchillo se hallaba en el suelo.
Libre de los otros dos, alcé la vista hacia el último que quedaba, quien se debatía en su lugar sin saber hacia dónde correr. Antes de darle tiempo de ofender a Lucifer y sufrir un destino similar al de sus compañeros, y obedeciendo a un impulso tonto que pudiera haberme puesto en evidencia, bufé en su dirección, retrayendo los labios sobre mis dientes para amedrentarlo.
Este trastabilló y corrió lejos, mientras que los otros dos se levantaron aprisa del suelo y se largaron a la siga del primero.
—Lamentables costales de carne... —siseó el rey con un respingo— ¿Qué se siente, Philes? ¿No te resulta nauseabundo? Andar por ahí arrastrando un saco repugnante de lodo, ceniza y huesos. Un amasijo de vísceras rellenas de caldos ácidos y bodrios inmundos-...
—Basta, ¡cállate!... —jadeé, presa de un intenso pujo estomacal que envió un fluido ácido hasta la base de mi garganta.
El joven rubio sonrió inocente y se aproximó con las manos tras la espalda, andando con ligereza infantil. Se detuvo frente al cuchillo, el cual recogió del piso tomándolo por el filo y ofreciéndome el asa:
—Tendrías a bien armarte con algo. No puedo estar siempre al pendiente de ti, pajarillo.
Tomé el arma de su mano y la arrojé lejos, entre la hierba.
—Te has excedido... —farfullé, moviendo la cabeza— ¡¿Acaso buscas llamar la atención?!
—Eso pensaría de ti, dado que no pareces vacilar en ponerte en aprietos. ¿Buscas llamar mi atención, Philie? —y añadió, con una intención maliciosa—. ¿Cuántas veces he de venir a salvarte?
* * *
https://youtu.be/lImHCNaQ6qM
La segunda vez que estuve frente al abismo insondable de Abaddon, este apenas consiguió turbarme. No era una visión menos impresionante que la primera vez, pero mi alma se hallaba ahora más desolada que el mismo vacío que allí anidaba.
La oscuridad se movía pesada y tumultuosa en torno a un núcleo, arremolinándose en la forma de una espesa niebla negra de bordes poco nítidos, hasta desvanecerse en el centro: La Nada.
Esta se estremecía y rugía amenazadora, emitiendo ecos roncos y siseantes. Se oían como el murmullo de cientos de voces, susurrando en un idioma desconocido, poderoso e incomprensible.
¿Cómo había sido capaz de hallarle sin buscarle por segunda vez?
Azrael había dicho que Abaddon era el principio y el final. Quizá allí conducían todos los parajes distantes y yermos de Éter. Quizá, sin importar la dirección, aquel era siempre el destino...
Me aproximé con pasos tambaleantes a la orilla, dejándome llevar por la fuerza de los vientos que se precipitaban hacia el fondo de Abaddon. Mis alas estaban demasiado débiles para mantenerlas retraídas, y arrastraban a mis espaldas con cada paso, perdiendo plumas e impregnándose de lo que ahora sabía que eran partículas de «existencia» erosionada, arrastradas por las corrientes para ser devoradas. La Nada parecía actuar sobre la realidad como un miasma corrosivo que abrasaba sus alrededores, royéndolos lentamente. Lo marchitaba todo a su alrededor; drenaba los aromas, los colores, los sonidos; la vida...
Y allí estaba, frente a mí.
Hallarme ante el lugar —o el no-lugar— donde todo terminaba era una experiencia abrumadora; pero lo necesitaba para poner mi mente en descanso. Necesitaba algo más grande y más fuerte que mi propio dolor para mantenerlo aplacado; para olvidarlo aunque fuera por un instante. Algo que fuera mayor a mí y mayor a todas las demás cosas; tan magnánimo como para que todo perdiese importancia en comparación.
Mas el vacío de Abaddon en todo su esplendor; en toda su aterradora incomprensión, no consiguió disminuir mi tormento.
Mi cuerpo se sentía extraño; tembloroso y zumbante. Parecía vibrar en la misma frecuencia en que lo hacían los abismos. Situé ambas manos en el centro de mi pecho —sobre el espacio que alberga y distribuye nuestra energía, brindándonos forma y movimiento— y hallé allí un vacío helado; como si algo hubiese sido arrancado de su sitio, y todo a su alrededor colapsara sin nada que le retuviese en su lugar correcto.
Me dejé caer sobre piernas mis endebles cerca del borde del precipicio. Abracé mis rodillas, envolviendo una vez más mis hombros y brazos friolentos con mis propias alas, adormecidas por el largo vuelo, y allí me abandoné a mi debilidad, sin la voluntad de remediarla.
Desnudo de todo sentido, ciego ante la oscuridad y ensordecido por los susurros de La Nada, el peso en mi pecho estaba a punto de derribarme. ¿Qué sentido tiene la existencia de algo creado con un solo propósito cuando es despojado de este?
Quería desaparecer allí... Yacer en ese lugar por toda la eternidad hasta extinguirme de alguna manera. Desvanecerme lentamente en una lluvia impalpable de partículas y derramarme gota a gota en La Nada hasta que me consumiese...
Y entonces, en la oscuridad reinante que envolvía mis pensamientos y nublaba mis sentidos vi una luz; una salida... Un fin al dolor. Levanté la vista y miré al centro del remolino. Lo tenía en mis manos, ante mis propios ojos. Era demasiado infinito; demasiado incomprensible... y sería tan fácil sería desaparecer allí.
Mis últimas fuerzas alcanzaron solo para ponerme en pie y avanzar los pasos que restaban hasta el borde del abismo. El frío se incrementó allí, entumeciendo mis miembros y petrificando mis alas. Las corrientes me atacaron con más fuerza, a punto de hacerme caer, pero me di cuenta de que no tenía miedo. Nada que me aguardase del otro lado podría causarme más dolor y desesperanza, ni resultar más aterrador.
Un ángel no conoce la muerte; pero pese a mi juventud e ingenuidad, afortunadamente, o para mi desgracia, conocía bien otro concepto. Uno igual de pacifico: la no-existencia. Y el consuelo que me brindaba ese pensamiento disipó todas mis dudas.
Inhalé un aliento; corto, estrangulado, nimio... y di el último paso.
* * *
https://youtu.be/JYMr72TxsSo
Mirar hacia el vacío del mar del otro lado de la barrera de contención del mirador avivó mis recuerdos. Casi pude sentirme contemplar La Nada otra vez. Con una diferencia: el haz de luz palpitante perforando la negrura de los cielos, y barriendo por la infinitud de los mares a un ritmo lento y monótono.
Confiaba en que la luz del faro pudiera servir para despejar las sombras en mi cabeza y permitirme pensar con claridad, pero se me escapaba antes siquiera de que su resplandor huidizo ayudara a sentirme más seguro, dejándome otra vez en tinieblas.
—Es ella... Dana Joan es la niña. La pequeña niña del accidente. —Bien podría estar hablando sin nada ni nadie que pudiera oírme—. ¿Lo sabías?
—Sí —admitió sin reparos, permitiéndome saber que seguía allí.
No nos habíamos dicho una sola palabra desde que le dije que quería ir al faro otra vez y él consintió en llevarnos.
Primero necesitaba poner en orden los miles de preguntas que tenía, pero bastó que lo intentara una vez para darme cuenta de que era un despropósito y me decantase por empezar con aquellas que eran más urgentes.
—¿Acaso eso importa? —añadió él, tras un largo silencio.
—Importa para mí... Su madre me entregó su vida.
—Y tú salvaste la suya gracias a su sacrificio.
Crispé los dedos en torno al hierro de la baranda. ¿Pretendía reconfortarme con ello? No era tan ingenuo para creer que sí... Si acaso todo lo que buscaba era lavarse las manos.
—Y bien sabes tú que eso no fue un acto de bondad o compasión... Fue un pacto. Siempre ha de haber un pacto.
—En efecto; es la misión que yo te encomié, ¿no es así? Si tu misión hubiese sido la de repartir caridad y buenas obras por el mundo, hubieses acabado igualmente hastiado hasta la enfermedad, algún día. Es probable que mucho antes.
—Y ahora su padre también está muriendo...
—Y tú posees la clave para salvarlo. ¿No estás contento? Puedes remediar tu agravio.
Viré para mirarlo, pero su rostro era inescrutable.
—Dormí por veintisiete años —le recriminé, aún con dificultades para digerir esa idea—. ¿Acaso... te pasó desapercibido?
Sus ojos helados se volvieron glaciares. ¿Cómo podía un rostro más luminoso que el mismo sol poseer una mirada tan fría?
Se aproximó con expresión inmutable.
—Tres décadas; seis décadas... Un siglo; un milenio... ¿Quién, entre nosotros, lleva la cuenta del tiempo de los hombres mientras que el nuestro no conoce final, transcurso o retorno? ¿Con qué propósito? Difícilmente llevo la cuenta de todos mis demonios, ¿qué es uno menos?
Guardé silencio, dolido por la crudeza de sus palabras; en especial dada la veracidad de lo primero, pues por consecuencia lo segundo también debía ser cierto.
—¿A qué juegas, Lucifer? —mascullé al cabo de unos instantes— ¿Qué pretendes con esto?
—Si quisiera castigarte, como intuyo que supones aún, y es lo que estuviera haciendo, no te cabría duda de ello.
—¿Por qué ella entonces? ¿Por qué Joan? ¿Por qué su familia? Implicaste antes que Dametri era necia al creer que podría evadirte buscando refugio en la ciudad de tu enemigo. ¿Es por eso?... ¿por él?
Lucifer pasó por mi lado y fue a inclinarse sobre la baranda, junto a mí. Las corrientes de aire que clamaban desde los roqueríos del fondo sacudieron los mechones sueltos de su cabello rubio, trazando ondulaciones en el viento.
Pareció divertido con la sola noción:
—No es que la oportunidad de fastidiar a esa aguilucha pretenciosa no me resulte irresistible; pero si hubiera un motivo, no sería ese.
—... ¿Y los hay?
—¿Por quién me tomas? —se mofó— ¿Crees que hay un plan divino para todo lo que hago? ¿Qué «trabajo en maneras misteriosas»? Ese no es mi estilo. ¿Por qué te cuestionas todas estas cosas?
—Porque si no te conociera tal vez estaría dispuesto a creer que puede haber sido solo una coincidencia; pero dado que lo hago y sé por hecho que no te hubieses tomado tantas molestias por algo que no tuviera importancia, me atrevo a suponer que hay razones ulteriores.
—¿Y por qué habría de decírtelas, si así fuera? No te lo repetiré, Mephisto, tienes claro lo que debes hacer.
—Tomar las decisiones correctas... —reiteré, perdiendo los estribos— ¡¿Cómo puedo hacerlo, si no sé cuáles son?!
—Lo sabrás.
—¡¿Y si me equivoco?! ¡¿Consideras que tomé la decisión correcta cuando salté en Abaddon?!
La sonrisa se borró de sus labios tan fugazmente que bien podría haber sido mi imaginación; pues cuando ladeó el rostro hacia mí, lucía entretenido:
—Tal vez lo fue... —La acritud de su tono se clavó en lo profundo de mi pecho—. ¿Crees que yo tomé la correcta al saltar detrás de ti?
—No —zanjé sin pensar. A lo mejor no lo creía así... pero pensé que podía lastimarlo con ello; y era lo que más deseaba en ese momento—. Estaría mejor en el fondo del abismo.
Pestañeó una sola vez, sosteniendo la sonrisa.
—Siendo así... —me señaló el vacío al otro lado de la barrera con un gesto de su mentón—. Puedes tomar la decisión otra vez. —Y al observarme, lo hizo de modo retador; expectante..., como esperando el momento porque hiciera lo que sugería—. Salta, Philes.
https://youtu.be/0RsQZhPNS_Q
—¿Con qué fin? Dijiste que no puedo morir.
—Dije que padecerías entre la vida y la muerte... hasta que decidiera venir por ti. ¿Cuál crees que es el destino de un alma si nada la reclama? ¿Crees que Azra lo haría? —se mofó—. ¿Crees que tu eterno rival vendría hasta aquí para tomar tu alma negra y despreciable?
Bajé los ojos. Era evidente que no... Y de manera inesperada, me entristeció pensar en ello. ¿Cuándo fue la última vez que hallé compasión para conmigo en sus ojos? Eran negros todavía en ese entonces. Hacía milenios atrás, en las puertas del jardín de Edén, cuando me vio por última vez en mi antigua forma.
Volví el rostro al vacío. Pasado el mal trago de ese recuerdo, una nueva posibilidad se abría ante mí. Una que desconocía que tuviera. Aquella me intrigó lo suficiente para omitir sus injurias.
—¿Es decir... que todavía puedo morir?
—Libre albedrío —me recordó.
—¿Pude haber muerto todo este tiempo?
Eso lo cambiaba todo. Y no era otra cosa que mi culpa el no haberlo sabido antes; dada mi incapacidad de pensar más allá de lo evidente. Un defecto que había sido mi estigma durante toda mi existencia. Probablemente el motivo de mi abandono. En ambas ocasiones...
Lucifer se alzó de hombros.
Contemplé al vacío de los riscos tentado por la idea, pero con una última interrogante. Necesitaba asegurarme; no era algo que tuviese especiales deseos de comprobar en base a fallo y error.
—¿Regresaré a Inferno si lo hago?
—¿Tú qué crees?
—Sin acertijos, por favor... —Me exasperé—. ¡Una respuesta! Es todo lo que pido...
Lucifer lo consideró un momento, y para mi sorpresa, eligió ser accesible por una vez.
—Iluso Philie... ¿Crees en verdad que aún conservas tus privilegios? No eres más que un mortal ahora; de perecer en tu insignificante estado actual no podrás jamás regresar a mí en tu verdadera forma. —Pareció regodearse con el cambio en mi rostro ante sus palabras—. No serías más que un alma lamentable; condenada a padecer por una larga y exasperante eternidad.
—¡Ya soy un alma lamentable condenada a padecer por una exasperante eternidad a tu lado! ¡¿Cuál es la maldita diferencia?! —La diversión en su rostro mutó por completo y se transformó en agravio. Del modo más inesperado había conseguido mi propósito.
Lucifer pareció cabizbajo unos instantes; pero se repuso con la misma prontitud y volvió a señalarme los precipicios:
—Como dije, aún puedes tomar la decisión. No te liberará de tu existencia tediosa e insoportablemente aburrida, pero al menos te verás libre de mí por lo que reste de tu espantosa eternidad.
—¿Así de fácil? —No tuve reparos en meter el dedo en la llaga.
—Así de fácil. Por supuesto... eso si no tienes inconvenientes en pasarla en cambio en compañía de Satán.
Lucifer asentó una mano sobre la baranda. No vi qué hizo, ni cómo lo hizo; me lo hubiese perdido incluso si no hubiese pestañado, pero lo que antes fuera una barrera física y firme protegiéndome de una larga caída, se volvió de pronto intangible, y mi cuerpo abandonado a ella, confiado de la seguridad que ofrecía, se precipitó al frente y caí hacia el abismo.
Un grito estrangulado abandonó mi pecho y apreté por reflejo los párpados en cuanto el viento salado me rasguñó las escleras.
El tiempo pasó demasiado rápido... y luego se detuvo de golpe.
Y al abrir los ojos nuevamente me encontré suspendido sobre el precipicio, detenido en las alturas sin llegar a descender.
¿Volaba? La esperanza se expandió como una llamarada... y luego se extinguió de golpe, en cuanto viré sobre mi hombro en busca de mis alas, y todo lo que vi además de mis omoplatos completamente llanos fue el rostro de Lucifer.
Se hallaba ahora del otro lado de la barrera, de cara hacia los riscos, y sostenía uno de mis brazos por la muñeca con una sola de sus manos, como si no fuera más que un costal de plumas, dejándome colgar sobre el vacío.
Sonreía. Por supuesto que sonreía... De aquel modo odioso, divertido al punto del éxtasis por el desespero ajeno.
Tuve miedo de mover un solo músculo. Dada la oscuridad no podía ver las olas al fondo pero podía oírlas rugir como fieras hambrientas. Si hablaba en serio antes y determinaba soltarme, moriría sin duda. Y acabaría en Inferno; en el último círculo, entre las fauces de Satán. Había sido ingenuo al creer que era lo que quería, pues ahora que era una posibilidad, me aterrorizaba imaginarlo.
—«... Y no erraría jamás un hermoso serafín por aquellas confusas regiones al final de las cuales reside Inferno» —declamó Lucifer, y creí reconocer los versos. Había estado recitándolos desde nuestra reunión en el parque.
—Lu-Lucifer... —farfullé con voz apenas audible; ahogada por los vientos y por mis jadeos frenéticos.
—«Por cuanto teme a que el aire impuro pueda fallarle a sus alas y arrastrarle al final del sombrío caos». Tal parece que ahora yo tengo una decisión que tomar. ¿Será la correcta esta vez?
Abrí nuevamente los labios para suplicar, pero no me lo permitió. En cambio tiró de mí sin casi esfuerzo y me devolvió a la seguridad de la roca, arrojándome sin cuidado contra la barrera protectora que volvía a tener una forma sólida, y a cuyos soportes me abracé como un infante aterrado a la pierna de su madre.
Desde mi lugar en el suelo, tembloroso por el pánico y el frío húmedo del metal de la baranda rezumando a través de la tela delgada de la ropa hacia mis brazos rígidos, lo contemplé con ojos muy abiertos.
Lucifer se apoyó en la baranda sobre los antebrazos, y miró al frente, todavía con una mueca mordaz en los labios:
—Lo supuse.
https://youtu.be/0kXMxdEl1cM
Con los dedos crispados en torno al metal me deslicé entre los balaustres de la baranda y me desplacé gateando al otro lado. Una opresión insoportable en el pecho constreñía mi respiración, y una horrenda sensación caliente pujaba detrás de mis ojos y mis mejillas.
Había soportado lo suficiente sus juegos crueles. Así que, humillado y empujado a mis límites una vez más por su sentido sádico del humor, reuní el coraje necesario para dar la vuelta y alejarme sin mirar atrás.
No obstante, Lucifer volvió a hablar. Estaba determinado a ignorarle; sin embargo, contra mi mejor juicio, sus siguientes palabras me detuvieron de piedra sobre mis pasos.
—¿Eso crees en verdad, Mephisto? ¿Qué no lo noté? —Su risa cáustica reverberó en el vacío de la noche; pero no cargaba el menor atisbo de alegría—. ¿Crees que simplemente no noté que desapareciste por casi una treintena de ciclos? —Conforme hablaba, su tono se iba tornando umbrío—. ¿Crees que no que vine a buscarte cientos, miles, millones de veces? ¿Qué no pasé estaciones completas velando a tu lado en ese lecho frío de piedra infernal, preguntándome si irías a despertar? ¿Que no te contemplaba dormir, esperando por el momento en que abrieras finalmente los ojos?
Viré lentamente sobre mis talones. Se hallaba ahora del lado seguro de la barrera, mirando directamente en mi dirección. Había recobrado su forma natural. Cabello desmelenado a merced del viento y el torso pálido al desnudo.
Su traza se recortó brevemente contra la luz en cuanto un haz del faro le acometió por las espaldas, y, por el instante más fugaz, los destellos que emergieron alrededor de su silueta simularon alas.
No podía confiar en que estuviese siendo sincero. Lo más probable era que no, pero aun así quedé inerme ante la genuinidad trágica aparente en su voz; por mucho que fuera otra más de sus mentiras.
¿Tan débil era mi resolución, que aún después de sus agravios contra mí, bastaba una sola palabra amielada de su boca para endulzar la amargura de sus ofensas y doblegarme otra vez?
El hormigueo que descendió por mi mejilla delató una lágrima solitaria. Esta se deslizó ardiente por mi mejilla gélida, y mi pecho tembló al contener un resuello roto.
—Entonces... ¿Por qué no me despertaste?
—«Duermen los ángeles en Éter también —recitó en palabras melifluas—, mas rendidos a un ensueño a cuyo hechizo no renunciaría el más amado de los amantes terrenales... ni siquiera para ver nuevamente a su amor, cuya cabeza ha hallado descanso en su brazo».
Cerré los ojos con fuerza, luchando contra lo que ahora sabía que eras unos desesperantes deseos de llorar. Y de pronto, en un suspiro, lo tuve frente a mí acunando mi rostro entre sus manos tersas. Todo mi orgullo se hizo polvo, subyugado por el encanto de su caricia tierna.
—Shhh... —siseó suavemente, en un arrullo; sus labios flotando sobre los míos, entreabiertos, sin llegar a tocarlos.
El calor de su cercanía mermó el frío de la noche, pero mi cuerpo continuaba temblando sin control, víctima de sollozos contenidos.
—... ¿Te complace? —susurré contra su boca—... ¿Esto te causa satisfacción?
Y su aliento entibió mi lengua, dejando en ella un gusto agridulce, el cual bajó por mi pecho como ácido, en cuanto sentenció:
—Una inmensa...
* * *
El momento en que mi cuerpo se precipitó al vacío no sentí temor. Todo lo que hubo durante los breves instantes de la caída fue silencio y calma. Así que, arrullado por la quietud, cerré los ojos y me dejé arrastrar por ella.
Pero entonces sentí el frío envolverme; uno como jamás lo había experimentado antes. Se incrustó como agujas en mis miembros, y la paz de antes se convirtió en desesperación cuando me vi despojado de todos mis sentidos, conforme el vacío me tragaba. Experimenté miedo por primera vez; mas no arrepentimiento.
Pronto quizá fuera solo una partícula más de La Nada... o, simplemente... Nada. Y ese pensamiento me traía una extraña paz.
Pero entonces, con las últimas trazas de mis sentidos a punto de apagarse, oí un coro de aleteos, y un cuerpo sesgando el aire como un rayo. Después vino un abrazo cálido, y el restallido de fuertes corrientes batiéndose contra aquellas que me reclamaban.
Una fuerza me envolvió y tiró de mí hacia alguna dirección desconocida. No pude abrir los ojos; quizá ya había pasado a formar irreparablemente parte del abismo. Pero comprendí que no, cuando aquella misma fuerza me arrancó del cual, y un resplandor acometió mis ojos a través de mis párpados cerrados.
Y de pronto, tan rápido como lo había abandonado, mis pies tocaron suelo firme otra vez, y los brazos tibios de antes me acunaron y retuvieron contra un cuerpo igual de cálido, impidiéndome desfallecer.
Volvía a oír el eco de los remolinos como al principio, lejano, ajeno... y entendí que estaba de regreso en el punto de partida.
Aun así, allí permanecí, arrullado por el calor de aquel abrazo gentil sobre mis miembros paralizados y gélidos.
Transcurrido ese tiempo, abrí los ojos y levanté el rostro.
Él me contemplaba con ojos perplejos, sin pestañear; sin mover uno solo de sus rasgos marmóreos y cincelados. Ojos como hogueras azules, cabellos como oro, enmarcada su silueta por seis abanicos de plumas resplandecientes de color blanco, rodeándole como un halo.
Me contempló en silencio.
Aparté la vista y miré hacia Abaddon. Parecía tan lejano, después de cuan cerca le había tenido hacía solo unos instantes. No obstante, aun cuando había sido salvado del vacío, parecía que una parte del cual se había quedado prendada a mi pecho; pues nada cambió. Mi consuelo no llegó...
En cambio llegó la realización, junto con el peso de lo que había estado a punto de ocurrirme.
Le devolví el rostro a mi salvador. El hermoso serafín permaneció en silencio, aguardando quizá, o tal vez solamente observando.
—Dulce criatura —pronunciaron sus labios tras una larga pausa—. ¿Qué has hecho? ¿En dónde está Zadkiel?
No pude responder. La tristeza volvió con la misma fuerza de antes con su pregunta; y, consumido por la miseria, abatí el rostro en su pecho, acurrucado en su busto llano y delicado, desesperado por algo que ayudase a mantener todas mis piezas en un solo sitio.
—Te ha desertado... ¿no es así? —Sentí su mano trazar caricias sobre mi cabeza—. Cuán cruel... Shhh... No temas, pequeña ave negra. Estás a salvo ahora...
Y ese ha sido nuestro capítulo de hoy, amores mío!! esperando que les haya gustado porque le puse mucho cariño para que quedara exactamente como me lo imaginé, en especial la última escena. Espero que estos saltos en el tiempo no resulten confusos y que esas pequeñas trazas al pasado estén ayudando a formar una mejor imagen de lo que ocurrió en el pasado, por qué Mephisto se separó de Zadkiel, y cómo se unieron él y Lucifer.
¿Tienen preguntas? ¿Opiniones? ¡Quiero saberlo todo!
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