Capítulo 7
—¿Puedes venir? —suplicó.
Cerré los ojos, porque estaba utilizando el mismo tono de voz que usaba antes de tratarme como a un trapo viejo, que usa y después desecha.
—¿A dónde? —le pregunté, porque tampoco podía ignorarlo, ¿Y si se encontraba en peligro? Yo era consciente de la vulnerabilidad de Hugo.
Él era un ser de belleza etérea y andrógina. Además de ser de poca masa muscular, lo que lo dejaba en desventaja en caso de ser atacado. Y yo no era tan hijo de la chingada como para dejarlo solo.
—Estoy en... —su voz era un poco inestable, supuse que estaba muy, muy borracho—. El bar... El bar de Kyle.
Ya estaba de pie y buscando mi calzado para salir cuanto antes. De reojo pude ver el reloj en el buró, eran las tres de la madrugada. Tomé las llaves de la casa y salí de mi cuarto.
—¿Qué haces ahí? —lo cuestioné, apenas conteniendo mi furia— ¿Tienes idea de lo peligroso que es?
Aunque no era como que yo pudiera quejarme. No habían pasado ni cuatro días desde que terminamos, y apenas ayer habíamos cortado cualquier oportunidad. Y yo ya me había besado a otro e incluso pensé en repetirlo.
—Lo siento —se disculpó, y su voz sonó tan pequeña—. Lo siento, no sabía lo que hacía y... Kyle dijo que podía quedarme en lo que pasaba la lluvia, pero —un sollozo se escapó entre sus palabras. Yo ya estaba bajando las escaleras, intentando hacer el menor ruido posible. También me aseguré de llevarme una sombrilla conmigo— hace rato que todos se fueron, yo también quería irme, pero Kyle no me dejó; dijo que ya estaba demasiado borracho como para que me fuera solo.
Estúpido Kyle, como deseaba partirle la cara.
—Ni siquiera tomé tanto —siguió explicando, mientras tanto yo estaba cerrando la puerta de la casa con cuidado—, fueron solo tres... Juro que fueron solo tres, pero no me siento bien.
Suspiré mientras caminaba bajo la protección de la sombrilla. Hacía frío y estaba oscuro. El bar de Kyle —sí, literalmente se llamaba así— estaba a solo unas cuadras y por la lluvia no había transeúntes en la calle que pudieran entorpecer mi camino, pero estaba muy enojado.
—¿Le aceptaste bebidas a ese pendejo? —inquirí, completamente incrédulo.
Hubo un silencio, luego:
—Solo fue una cerveza que él me trajo —respondió con nerviosismo.
La lluvia empezó a aminorar a medida que avancé en la calle de piedra y concreto. Quería estampar la cara de Kyle en esa calle.
—Quédate donde estás —ordené—. Iré por ti.
Me colgó después de eso, afirmando que se quedaría justo ahí. Llegué en pocos minutos y, en efecto, el bar estaba vacío, a excepción de Hugo y el mismo Kyle, quién limpiaba la barra.
Hugo estaba en una mesa apartada, llevaba vaqueros y una chaqueta de cuero. Tenía los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza apoyada en ellos.
Me acerqué a él, ignorando por completo a Kyle. A pesar de estar muriedome de ganas de molerlo a golpes, en este momento mi prioridad era llevar a Hugo a su casa.
Cuando llegué a la mesa, vi por el rabillo del ojo a Kyle saliendo de la barra y caminando hacia nosotros. No le di importancia, en su lugar intenté llamar a Hugo.
—Hugo —le dije—. Llegué. Levantate, te llevaré a tu casa.
Él abrió un ojo y me miró. Hizo el intento de levantarse, pero estaba debilitado. Me preocupé, intenté ayudarle, pero justo en ese momento, Kyle llegó a nosotros.
—Ey, Carter —saludo con una sonrisa nerviosa— ¿Que te trae por aquí?
Lo volteé a ver, apenas pude contenerme en mi enojo.
—Sabes qué —espeté.
Sonrió y sacudió la cabeza. Fingió ignorancia.
—No te preocupes por Hugo —me dijo, y quise matarlo—. Yo lo llevaré a su casa en un momento, solo iba a cerrar.
—Ajá —dije mientras intentaba ayudar a Hugo—. Sabes que no te creo nada, ¿verdad?
Rodó los ojos.
—Mira, maricón —empezó con un tono de voz que amenazaba con romper mi control—. Te he dicho que yo lo llevaré. Así que deja de estar chingando y lárgate de mi local.
Me volteé a verlo en cuanto Hugo pareció recuperar un poco de lucidez y se mantuvo de pie por su cuenta.
—Mira, Kyle —dije—. No he pedido tu opinión en ningún momento. Y si piensas que voy a dejar a un chico drogado con un maldito pervertido de mierda como tú, estás muy equivocado.
Kyle no tenía más control propio que yo, por ello me empujó con poco tacto, en un intento de someterme sobre la mesa.
Pero yo no tenía fama de maleante por nada. Kyle en cambio, pasaba sus días detrás de la barra; y el bar seguro le dejaba ganancias enormes, pero estaba escuálido y sin fuerza. Yo era más grande que él, y con seguridad, mucho más fuerte. Esa fue la única razón por la que me detuve en darle un puñetazo en la cara.
Nadie iba a creer que el trabajador y honrado Kyle había provocado una pelea con Carter, el imbécil que salía de prisión solo para terminar de nuevo ahí la semana siguiente.
Con facilidad él podría convencerlos de que me metí a robar o algo por el estilo y todos se lo tragarían.
Tampoco iban a creerme si les dijera que drogó a Hugo. Primero porque no tengo pruebas de aquello, salvo la condición del propio Hugo, pero eso podía ser excusado por haber bebido alcohol en primer lugar.
Odiaba a Kyle con toda mi alma.
Lo hice a un lado con facilidad, aparentando la mandíbula para intentar contenerme. Me giré hacia Hugo y le ofrecí el hombro para que se apoyara.
—Maldito maricón de mierda —escupió Kyle, furioso.
Me burlé de él, Hugo se apoyaba en mi hombro, dando cabezazos, parpadeando rápidamente para intentar alejar el sueño.
—Sí, pero yo no necesito drogarlos.
Salimos del local. Hugo murmuraba disculpas y babeaba sobre mi hombro izquierdo, sostuve la sombrilla con mi mano derecha. Aún lloviznaba. Yo a esta hora debería estar dormido —salvo que en realidad no podía dormir, porque cierto hombre de ojos miel se colaba en mis pensamientos—. Tengo trabajo por la mañana.
La casa de Hugo quedaba a cuatro cuadras del centro, por lo que tardamos unos buenos veintes minutos en llegar. No era fácil cargar con otro cuerpo, sin importar cuan delgado sea.
Hugo sacó las llaves del bolsillo delantero de sus vaqueros. Tenía las manos temblorosas, así que se las quité y me dispuse a abrir la puerta. Me las arreglé para sostener la sombrilla y a Hugo con mu brazo izquierdo, así mi mano derecha quedaba libre.
Pero la mano del pelirrojo detuvo a la mía. Lo miré, sus ojos estaban hinchados y sus labios lucían demasiado rojos.
—Mis padres no están —informó. Tragué saliva— ¿Quieres quedarte conmigo esta noche?
—Estás ebrio —le dije, porque sabía que no podía hacerle esto—. Y con seguridad, Kyle te drogó. Lo siento.
Hizo un mohín.
—Carter, por favor...
—Hablaba en serio —lo corté— cuando dije que habíamos terminado y no quería que me buscaras de nuevo. No me llames. La próxima vez llama a tus padres o amigos, pero a mí ya no.
Sin dejarlo replicar, lo empujé dentro de su hogar y le di las llaves. Teníamos que alejarnos en serio, por nuestra propia cordura.
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