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Capítulo 6

—Carter —advirtió—. Sea lo que sea que estés pensando: no. ¿Entiendes?

—Ma, no sé de qué estás... —intenté safarme sin éxito alguno.

—¿Qué le dijiste? —me cuestionó con impaciencia.

—Nada.

—Carter —advirtió.

—¡No le dije nada! —recalqué.

—¿Entonces por qué estabas nervioso? —levantó una ceja.

—No le dije nada, de verdad —insistí—. Y a todo esto, ¿Por qué le diste alcohol?

—Solo le dí dos cervezas —le restó importancia—. Ahora dime qué le dijiste.

—No. Le. Dije. Nada —repetí lentamente—. ¿Cuántas veces lo tengo que decir?

Pero estaba muriedome de la pena ¿Dos cervezas? Ese hijo de la chingada no estaba borracho. Estoy jodido.

—Más te vale —amenazó—. Porque le voy a preguntar y si me dice que fuiste grosero te voy a castigar.

Levanté las manos con las palmas hacia ella.

—Tengo veintiuno —respondí— ¡No puedes castigarme!

—¿Quieres ver?

—Bien —me rendí—. Pero, enserio, no le dije nada.

Me regañó por aproximadamente veinte minutos, apelando a la empatía y sorolidad humana. No refuté nada porque a cada frase de ella, más me avergonzaba de lo que hice: besar a alguien sin su previo consentimiento, y lo que es peor, que ese alguien estuviera ebrio y fuera de sus sentidos.

Al final me mandó a la cama como castigo y yo obedecí. No me di cuenta de lo absurdo de la situación hasta que me encontraba subiendo las escaleras. Fruncí el entrecejo y grité:

—¡Me voy a dormir porque quiero y tengo sueño, eh! —No obtuve respuesta—. ¡Ya no soy un niño. No puedes castigarme!

—¡Deja de lloriquear, niño! —Me contestó desde la cocina—. ¡Vete a dormir!

Resoplé y seguí subiendo las escaleras, no conforme pero también con nulas ganas de continuar y adentrarnos en una disputa sobre su autoridad maternal. Era inútil, aparte, porque sin importar mis objeciones y opiniones, ella siempre ganaba.

Me senté en el borde del colchón, tenía una sonrisa boba en la cara, aún cuando sabía que lo que había hecho estaba mal... A menos que Luan no haya estado tan ebrio como dijo, en ese caso podríamos repartirnos la culpa o anularla.

A quién engañaba, si lo que deseaba era que Luan estuviera consciente. Quería que lo recordara, porque hacia tiempo que yo tampoco me sentía así.

Me fui a bañar para poderme dormir en paz. Me miré en el espejo del baño de mi cuarto. El corte de mi labio sanaba poco a poco, afortunadamente no dejó un moretón. Aunque creo que Luan me mordió, no se reabrió la herida.

Pero por más que me esforcé en huir del recuerdo, sentía los labios de Luan de nuevo contra los míos. Me di cuenta, vergonzosamente, de que tenía una erección. Pensé en castigarme y bañarme con agua fría a pesar de que la temperatura había descendido hacía rato.

Pero eso no bastó para que dejara de pensar en Luan. Él era lo más prohibido que podía existir para mí, pero eso también suponía una tentación más.

¿Qué haría Luan si lo beso de nuevo? ¿Se apartaría o me besaría de regreso como hace rato?

Preguntas como esas invadieron mis pensamientos durante la mayor parte de la noche. No podía evitar sentirme ansioso e incluso deseoso por volver a verlo y descubrir si recuerda el beso o no.

¿Pero qué demonios estaba pensando? ¿De pronto me había convertido en una adolescente precoz? ¿O era simplemente la adrenalina de besar a alguien que claramente estaba fuera de mis límites?

Pero no pude seguir pensando en eso, más bien, no debía. Y mi celular timbró en el buró, ayudándome a sacarme el tema de la cabeza al menos por un momento.

Claro que tampoco era lo que esperaba.

—¿Diga? —respondí.

Del otro lado de la línea había ruido, parecía ser un sitio cerrado, había música que hacía de amortiguador para el sonido de la lluvia.

No sabía quién llamó porque tomé la llamada tan rápido que no me dio tiempo de ver, solo buscaba un escape de mis pensamientos.

Estaba por revisar cuando la persona del otro lado habló.

—Carter —dijo con voz ahogada.

Era Hugo, y estaba ebrio.

—Hugo —asentí aunque él no podía verme—. ¿Qué quieres?

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