Me dolía inmensamente y ella lo sabía, tal vez por esa razón presionó con más fuerza de la necesaria. Mi mamá me miraba con furia contenida, y por un momento juré ver arrepentimiento en su mirada. No era algo nuevo.
Una pelea más, solo eso. Al menos está vez no terminé en prisión.
Pero no había sido solo otra pelea, no en realidad. Tal vez la persona que me dejó así lo hizo por puros celos. Imbécil, como si yo no pudiera tomar mis propias decisiones.
Hugo y yo habíamos mantenido en secreto una relación romántica durante casi tres años, desde que yo tenía dieciocho y hasta hace poco no me había dado cuenta de que estaba en una relación tóxica y que lo único que me unía a él realmente era la dependencia emocional. Hugo era manipulador, tóxico, obsesivo y narcisista. Así que ayer cuando le dije que era hora de terminar, lo tomó totalmente desprevenido. No me sorprendió, lamentablemente, cuando los gritos llegaron, él siempre gritaba, tal vez para hacerme sentir miedo o para controlarme. Lo que me sorprendió fue cuando me dio un puñetazo, esto después de que le dijera firmemente que no iba a seguir con él. Al menos salí de ahí.
—Carter —suspiró mi mamá—No puedes continuar así.
—¿Así cómo?
—Así —me señaló—. Pasas más tiempo en prisión y en las calles que en casa. Ni siquiera has elegido que carrera estudiar y ya no me hablas. Ya no sé ni quién es mi hijo. Peleas, drogas...
—Mamá, ya te dije que no me drogo, por el amor de Dios —me quejé.
Algo brilló en sus ojos verdes como los míos. Tragué saliva. Ay, que no se le haya ocurrido algo para...
—Hablando de Dios —mencionó, nada sútil—. He estado pensando. Carter, eres lo único que me queda, y no quiero que te desvíes o que cometas errores de los que te podrías arrepentir más tarde.
—¿A dónde quieres llegar? —le pregunté con aburrimiento.
—Lo he estado pensando en demasía. Tal vez solo te falta algo de fé.
—Fé —repetí, inexpresivo.
—Sí —mamá asintió—. Muchos de tus antiguos compañeros de colegio me han preguntado por ti. El domingo pasado me encontré con Sheila ¿Te acuerdas de ella?
—Sí, mamá, sí me acuerdo de ella.
—Bueno, el punto es que quiero que me acompañes a la misa —soltó.
A la misa. Yo.
¿En qué sueño me vio a mí siendo un devoto católico de la catedral del pueblo? Mi suerte es tal, que seguro en cuanto ponga un pie en la iglesia, me prendo en llamas.
—No —dije.
—Es curioso cómo piensas que te hice una petición —dijo mamá.
—Es curioso cómo piensas que no lo era —repliqué yo.
—Carter —advirtió.
—Mamá, sabes que ni siquiera soy un creyente como todos los que van a la iglesia, ya no.
—Esa es una razón más —insistió.
—No quiero.
—¿Y a mí qué me importa? Niño, vas a ir conmigo mañana a la misa de las dos.
—No, mamá —me negué con vehemencia—. No voy a ir. Y hazle como quieras.
—Bueno, si no quieres ir, siempre hay una segunda opción —murmuró mientras pasaba el algodón por el corte de mi labio.
—¿Ves? Simplemente tenías que ponerme en el camino difícil desde el inicio porque...
—Te puedo enviar con tu padre —dijo y sentí una rabia profunda.
—No tengo uno —anuncié.
—Carter, tu padre está preocupado. Tenemos un fondo de ahorros para tu educación y tú ni siquiera te has decidido. Creemos que si la situación sigue así, será mejor que ustedes dos empiecen a limar asperezas —suspiró—. Tal vez tú rebeldía se deba a que tuviste que pasar soledad desde muy pequeño y yo no sabía cómo ser madre, pero tal vez también te hizo falta una figura paterna que yo no te podía dar.
—Fuiste una buena madre —intenté tranquilizarla—. No estabas porque tenías que trabajar para que no me faltará nada y eso te convierte en una buena madre. Cargaste con toda la responsabilidad de un niño y no era solo tuya, ma. Él no se preocupa por mí, se siente culpable y no es lo mismo. Nunca lo necesité, nunca lo necesitamos. No empezaremos a hacerlo ahora, ¿verdad?
—Es tu padre —dijo y no pude evitar rodar los ojos.
—No es mi padre, ni siquiera llevo su apellido.
—Porque no quieres —acotó ella.
—¿Para qué? Viví toda mi vida hasta los dieciocho llevando solo el tuyo y él nunca se presentó, ni siquiera para decir "Ey, Carter, ¿Qué tal? Soy tu padre". Lo único que sé de él es su nombre y edad, no lo conozco y no pretendo hacerlo.
—Carter.
—Es un cobarde, y solo cuando se dio cuenta de que, afortunadamente, ya no podría reproducirse fue cuando se acordó que abandonó a una mujer con un niño.
—¡Carter, no te regocijes en la desgracia ajena! —me regañó.
—No lo hago, pero solo piensa en la educación y valores que le daría un tipo como él a un hijo —gruñí, pero algo se me ocurrió—. ¿Eso quieres, ma? Que me convierta en un irresponsable como él.
—No —respondió de inmediato, sin dudarlo.
—¿Entonces por qué...?
—Porque ya no sé qué hacer contigo —espetó con desesperación y me dolió—. Tres veces, Carter. Tres veces has ido a prisión en un mes. Acabas de llegar con la cara molida a golpes y no es la primera vez.
—No fue mi culpa, no esta vez.
—¿Y todas las demás? —cuestionó—. Si algo te llega a pasar, ni siquiera podríamos hacer nada, todo el pueblo dice que eres un problemático y que un día de estos terminarás mal.
—Porque son unos intolerantes, no soy un criminal. Tengo un empleo.
—Solo tienes dos opciones, niño —aseveró ella.
—No soy un niño, tengo veintiún años.
Me miró fijamente y yo le devolví la mirada. Podía hacer esto, no me iba a rendir. Soy un hombre puedo hacer con mi vida lo que me venga en gana, incluso si eso implique que el pueblo entero arda.
No duré ni un minuto entero.
—¡Bien! Tú ganas, iré contigo a la misa de las dos —me rendí.
Y como sonrió.
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