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Todos me decían que eras mi perdición. Una adicción lastimosa y llena de caos. Tus pasos en mi vida rompieron mis piernas.
Tus palabras en mis oídos marchitaron mis esperanzas.
Tu hipocresía y tus mentiras fueron acabando de a poco con mi corazón.
Y me quedé sin fuerzas, sin piernas y sin vida... Hasta que mis células se impusieron: renegaron de la piel que estaba atada a ti. Expulsaron los latidos que apresaste en tus huesos.
Repudiaron las neuronas que aun te añoraban y una mañana, al despertar, ya no eras nadie.
Ya no te recordaba, ya no sabía del mal, ni del poco bien que me habías hecho.
Fue así, sin más.
Me levanté y te reemplacé.
Renací, recomencé, me regeneré... Y al fin, por primera vez en mi existencia, me conocí y conocí de lo que era capaz.

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