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Ratón De Biblioteca

No entiendo por qué todos me miran como un bicho raro. Que quiera pasar la noche de navidad con mis mejores amigos no tiene nada de malo. Este es un día como otro cualquiera, ¡por Dios...! Ah, pero cuando digo que mis amigos tienen portada y que en lugar de hablar con ellos, los leo, pues... son inevitables las miradas de asombro, o peor, de lastima... «¡Ay tan joven!... ¡Y tan guapo!... Parece mentira que con ese cuerpo no tenga novia». Como estas y muchas otras son las estupideces que he tenido que escuchar y tragarme.
      Lo cierto es que a mis veinticinco años nadie había llamado mi atención. Logré encontrarle defectos a las más de dos mil citas a ciegas que mi madre se empeñó en buscarme... Eran hermosas realmente, pero vacías por dentro. Y no es que estuviera esperando una historia cursi digna de la mejor novelita rosa, pero sí estaba seguro de que cuando el amor tocara a mi puerta... lo sabría... No sé si con las mariposas de las que todos hablaban, pero algo me lo diría.
      ¡Y así fue! No sé explicarlo, mas lo supe desde el primer momento en que la vi: Su tierno rostro, su sonrisa pacífica, su hablar pausado y, su forma tan peculiar de acomodar los libros subida en aquella escalera. Amaba la lectura, lo juro, pero más amaba la idea de verla cada tarde en aquella biblioteca. Por su culpa me convertí en un tonto, un iluso que hacía de todo para que ella me viera, sin embargo, me enamoré como un loco de la única mujer en esta tierra para la cual, al parecer, yo era invisible...
      —Annyong —saludé y, como siempre, no levantó la vista...
      —Ah, joven Kim, lo siento, pero hoy la sección de economía está cerrada —dijo con aquella hermosa sonrisa dibujada en su rostro, mientras tecleaba no sé qué en el ordenador.
      —No se preocupe, señorita Han, hoy no vine por trabajo sino por distracción —contesté sin dejar de observarla, aún así, siquiera me miró—. ¿No le dan vacaciones en estas fechas? —pregunté intentando pasar del simple saludo de todos los días.
      —¡Oh, claro que sí!, pero no suelo tomarlas. Tengo pánico a volver dentro de tres días y que la señora Park haya confundido las secciones de terror y horror. —Su sutil, pero armónica carcajada, me hizo imitarla como un bobo.
      ¡Resultó!... ¡Me miró! ¡Dios, ¿qué hago o qué digo?
      —Sería un caos. —Fue lo único que salió de mi boca debido al nerviosismo.
      —¡Por supuesto! No entiendo cómo todavía no encuentra las diferencias. Es como si alguien me dijera que las flores de Ciruelo y Cerezo son iguales.
      —¿¡También las reconoce!?
      Mi tono se elevó un poco, por la alegría, y me sonrojé pensando que recibiría un regaño por su parte, pero lejos de eso, asintió gustosa y tomó su móvil para enseñarme su pantalla de bloqueo.
      —Este es mi pequeño Ume. —Su torso reclinado encima del buró para que le resultara más fácil mostrarme la foto, me permitió tener su brillante cabello tan cerca, que pude apreciar el exquisito aroma frutal que desprendía—. Me cuesta muchísimo hacerles entender a todos que no es un Sakura.
      Levantó su vista y entonces, nuestros ojos se encontraron por primera vez. El espacio entre nosotros era tan poco que, se podría decir el típico «respirábamos el mismo aire» ya que, literalmente, ese cliché nos envolvió aquella tarde.
      —Qu-que ciegas... s-son... a veces la-las personas —tartamudeé sin apartar la vista de sus labios.
      —Ujum. —Sus ojos recorrieron mi rostro que, estoy seguro, estaba más rojo que un volcán en erupción y aunque hubiese querido quedarme cerca de ella por siglos, se incorporó.
      —Particularmente prefiero los Cerezos —retomé la conversación sacando al tiempo mi móvil y mostrándole la imagen del Bonsai que había comprado recién—. Me lo acabo de regalar por mi ascenso en la empresa —informé con una sonrisa y ella esbozó otra.
      —Es hermoso... Parece que además del amor por los libros tenemos también en común, el de cuidar las plantas —concluyó y me hizo un guiño antes de sentarse de nuevo tras el buró—. ¡Ah! Y felicidades por su ascenso.
      ¡Madre mía, ¿qué había sido eso?! Por primera vez en todo un año cruzaba más de tres palabras con ella y había sido maravilloso. No quería ilusionarme, no quería dejar latir mi corazón a ese ritmo tan loco. ¡Ups!, demasiado tarde... Miré a mi alrededor, solo habían seis personas más en todo el salón y todos estaban sumergidos en sus lecturas, ajenos a lo que sucedía. Quería seguir hablándole, quería pasar más tiempo con ella, ¡quería pasar mi vida con ella, por Dios! Pero no se me ocurría qué más decir para ganarme su atención...
       —¿Hay... algo nuevo que me recomiende? —indagué al fin, fingiendo necesitar su ayuda. A fin de cuentas, para eso estába la bibliotecaria, ¿no?
       —Mucho, pero no conozco sus gustos.
       ¡Tú, rayos, me gustas tú, bendita mujer! ¿Cómo no te das cuenta?
       —Creo que me he leído todos los libros de esta biblioteca —hablé sin levantar la vista, un poco avergonzado—, así que lo que haya llegado entre ayer y hoy, me servirá.
       Seguro le había parecido un idiota. Alguien incapaz de definir sus gustos ni prioridades, pero me importaba poco si con eso conseguía que al menos, me siguiera mirando.
       —Pues... lo último que llegó esta mañana es una novela bastante cursi y romántica, pero que ha resultado famosa entre las amas de casa —explicó encogiéndose de hombros—. A mí me gustó. ¿La quiere? —Asentí y ella se levantó de la silla indicandome con un ademán que la siguiera.
       —¿Y... de qué trata? —pregunté mientras caminaba a su lado por el largo pasillo.
       —Es de un chico que ha estado enamorado de una mujer por casi una eternidad, pero no era lo sufiente valiente para declararse. Al parecer, tenía miedo de que ella lo rechazara, por lo tanto decide rendirse sin luchar. —Se acercó a mí y estoy seguro de que pudo sentir mi corazón estallar cuando susurró en mi oído—: Pero ahí es dónde empieza la historia de verdad, porque ella...
       Sus pies se tambalearon y como si fuera en cámara lenta, vi como iba cayendo hasta que el estruendo rompió el silencio de la biblioteca, y una vez más, me sentí un idiota. No reaccioné para socorrerla: me quedé petrificado en medio del pasillo mientras ella intentaba levantarse y maldecía a la señora Park por haber dejado la escalera mal ubicada.
       —¡Dios, qué vergüenza! —Sus lágrimas comenzaron a salir y entonces, me tomé el atrevimiento de secarlas con mis pulgares.
       —L-lo siento —balbuceé, intentando calmar su llanto, mientras mis dedos temblorosos no encontraban la diferencia entre sus tersos pómulos y el cielo.
       —¿Por qué lo siente? No fue su culpa. Yo soy la tonta que no mira por donde camina y se enreda con sus propios pies, cayéndose y abochornándose nada más y nada menos que delante del chico que...
       Su silencio me tomó por sorpresa. La vi morder su labio inferior como si intentara apricionar dentro de ellos un secreto capaz de acabar con la humanidad. Me miró con sus grandes ojos negros, tan abiertos como platos, e intentó regular su respiración agitada que delataba un extraño nerviosismo. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa? Cuando pude percatarme ya no eran mis dedos, sino mi mano completa la que estaba acariciando su rostro y por increíble que parezca, no se apartó. Una sensación rara recorrió mi interior y mi corazón comenzó a bombear de nuevo muy fuerte. ¿Sería posible? ¿Podría ser que yo... también le gustara? ¡No seas estúpido, hombre!, ella ni siquiera sabe que existes... Sin embargo, ¿por qué no me apartó? ¿Por qué estaba tan conforme con mi tacto? ¿Por qué me miraba tan profundamente?
       —Y... ¿qué pasa en la historia? —volví a indagar en un arriesgado plan para encontrar las respuestas que me agobiaban.
       —¿Qué?
       —Antes de caerse dijo que después de que el chico se rindió, comenzó la historia de verdad. —Mis dedos se dirigieron a sus labios. ¡Estoy loco!—. ¿Por qué? ¿Qué hizo ella? ¿Acaso le dijo que... también le gustaba?
       —Ella... ella... ¡Mejor léala! —alzó la voz, alejándose un poco—. No me diga que es de esos a quienes le gustan los spoilers y disfrutan destrosando la imaginación de los demás. —Evitó mi mirada, pero negué con un movimiento de cabeza exagerado para que ella pudiera verlo.
       —No soy así... Y tiene toda razón: hacer eso es igual que destrozar nuestra imaginación. —Le entregué mi pañuelo para que terminara de secar sus lágrimas—. La leeré y si gusta, le comentaré qué me pareció. ¿Está de acuerdo?
      —No creo que pueda terminarla hoy. — Volvió a mirarme y esta vez, sus ojos tenían un brillo diferente—. Pero... me encantaría saber... qué respondería al final de la historia.
      —¿Es que termina con una pregunta?
      —Sí... y debe prometerme que no se saltará ninguna página ni irá directo al final por pura curiosidad —exigió mientras tomaba un libro del estante y me lo entregaba.
      —Se lo prometo, pero le aseguro que leo bastante rápido. Tendrá la respuesta esta misma noche, antes de la hora del cierre — afirmé mientras observaba el grosor del libro que tendría menos de trescientas páginas y sabía que no tardaría más de dos horas en leerlo.
       —Perfecto, pero por si aún así no le diera tiempo... —Me extendió una tarjeta—. No dude en llamarme, a cualquier hora.
       Y se marchó, dejándome boquiabierto en medio de la sección de novelas, con aquel libro en una mano y sus datos en la otra...


Sin lugar a duda morí y reviví en aquel mismo instante. Hasta aquel momento solo sabía que era la señorita Han, pero ahora aquella dulce voz también tenía nombre. Me preguntaba si ella sabría el mío, pero era obvio que conocerlo solo estaba al alcance de un clic en su ordenador. Me dirigí a una de las primeras mesas del salón desde donde veía a la perfección como se acomodaba su cabello detrás de la oreja y bebía cada tanto de su gran tasa de café. ¡Por Dios!, estaba embelesado con cada una de sus sencillas acciones... «Pero tienes una promesa que cumplir así que, ¡a leer, Kim Jihoo!».


El título y el autor me parecieron extraños, pero desde luego logró atraparme desde la primera línea...
    


No pude descansar ni un segundo desde ese primer párrafo. Cada palabra se metía en mi mente y mi corazón, luchando por destruir las cataratas de mis iris. No levanté la vista de sus páginas: la historia me absorbía, me carcomia, me parecía tan familiar, pero tenía miedo de que solo fuera mi imaginación, aunque cada letra me gritara con exactitud lo contrario. Y la verdad simplemente se abrió paso con aquella última pregunta...
      


Alcé mis ojos al fin, era casi media noche y al parecer, la biblioteca ya estaba cerrada. Siquiera me había dado cuenta de cuando se habían ido todos. Miré a mi alrededor, pero ella no estaba. Me levanté y comencé a caminar por los pasillos, enumerando los puntos de mis teorías:
       «Número uno: La autora es ella. Número dos: La novela es nuestra historia y número tres: Definitivamente... yo también le gusto.»
       «¡Ya no tengo dudas!»
       La vi a lo lejos, subida en la escalera de la sección de química, ¡qué conveniente! Y corri. Ella sintió los pasos y volteó a mirarme, pero perdió el equilibrio y justo en el momento en que cayó, mis brazos la recibieron.
       —No volveré a soltarte jamás.
       —¿Qu-qué?
       —Y sí.
       —Sí, ¿qué? —susurró y pude ver cómo tragó con dificultad cuando mis labios se acercaron a los suyos.
       —Mi respuesta a la pregunta final del libro: Sí. —Ya solo nos separaba un centímetro.
       —Al fin lo entendiste —masculló bajito, mirándome con intensidad a los ojos.
       —Lamento haber tardado tanto.
       Y no pude más, ya no había más distancia que franquear. Mi boca se apropió de la suya cual si fuera una jugosa manzana que no me cansaría de devorar. Mis manos bajaron a su cintura y la acerqué a mi cuerpo, deseoso de abrazarla para disfrutarla por primera vez, pero no la última. Apresé su labio inferior, lo humedecí con delicadeza y luego lo solté. Dibuje una línea con mi lengua por toda la comisura de sus labios y entonces, me abrí paso por su boca con ansias, con ganas, tempestuosamente. Sentí sus manos vacilantes recorrer mi nuca y entrelazarse en mis cabellos, para jalarlos con la misma intensidad con la que yo la besaba. Me encendí, se me olvidó donde estabamos y la cargué en mi cintura. Mis rodillas flaquearon, pero los estantes me sirvieron de soporte. Más de un millón de páginas estaban siendo testigo de cuánto habíamos deseado aquello.
      ¡Un año! Todo un año con temor a confesarme, convencido de que para ella ni siquiera existía y resulta que teníamos exactamente los mismos miedos, los mismos sentimientos. Había sido magnífico ver nuestros 365 días desde su perspectiva, mediante aquella novela. Y me había enamorado mucho más si eso era posible... Me aparté al fin, juro que no quería, pero era necesario respirar para poder continuar...
       —Y entonces, ¿qué pasa después? — pregunté con tono pícaro.
       —La editora me pidió una segunda parte... para mayores de diesiocho —comentó arqueando una ceja, mordiendo a su vez su labio, con la expresión más sensual que había visto en la vida.
       —¿Puedo ayudarte con eso? —indagué mientras acariciaba sus caderas.
       —Mi casa está cerca. —Tomó mi mano y me jaló con suavidad para caminar hacia la puerta de salida, pero la detuve.
        —Es la primera vez que le diré esto a alguien... —Me miró confusa—. Pero... quisiera decírtelo cada año: Feliz Navidad, Inyee.
        —Feliz navidad, Jihoo. —Sonrió y estampó sus labios a los míos, en un tierno beso, pero que no tardó en volverse más intenso—. Ok, ahora sí deberíamos irnos —susurró aún entre mis labios, de seguro sintiendo como el bulto apricionado dentro de mis pantalones se acrecentaba—. ¿O prefieres comenzar el primer capítulo aquí mismo?
       —No es mala idea...
       —Después de lo que voy a hacerte... jamás volverás a ver una biblioteca de la misma manera. —Sus manos traviesas se dirigieron a la cremallera de mis pantalones y una lujuria desmedida se apoderó de mi ser cuando la vi arrodillarse ante mí...

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