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Después De clases

Si me hubiesen dicho que aquella «pequeña e inocente» broma me iba a costar un castigo tan grande... ¡por supuesto que la hubiese hecho igual!... Y sí, por eso mismo estoy en «el cuarto negro» o, aula de los castigos del instituto, un veinticuatro de diciembre después de clases, con la mirada de la profesora más hermosa del mundo clavada con ira en mí.
     Se supone que todos están preparándose para pasar las navidades con su familia o, con su pareja, pero ella perdió una apuesta con todos los maestros que no me soportan, que son muchos, y ahora tiene que quedarse para velar porque yo cumpla con el castigo que me impuso el director...
     Si las miradas mataran, definitivamente Park Yoona sería una asesina en serie...
      —¿¡Qué haces que no estás escribiendo! ? —preguntó con tono fuerte, pero yo no dejé de mirar por la ventana—. Son mil, ¡mil veces! «no debo pintar el coche del director», y no creo que si sigues perdiendo el tiempo podamos irnos de aquí antes de medianoche —concluyó golpeando mi mesa y yo volteé a verla con lentitud, con la expresión más cínica que pude hacer.
     —Lo siento por hecharle perderse su «magnífica» noche de Navidad, o debo decir... despedida de soltera —espeté después de unos cuantos segundos mirándola a los ojos. Parecía una guerra de iris en la que ninguno se dio por vencido—. Pero yo no lo hice para perjudicarla, se lo juro. Después de todo, no tengo culpa de que sea pésima jugando «piedra, papel o tijeras». —Dizfrasé mi mentira con una sonrisa o al menos, eso intenté, pero una pequeña carcajada se me escapó, cosa que logró indignarla aún más si eso era posible.
     —¡Eres despreciable, Daeyang! ¿No te cansas de molestar a todos a tu alrededor? ¿No estás harto de comportarte así? ¡Rayos, muchacho, estás a punto de concluir el instituto y sigues siendo el mismo insensible sin ni gota de madures de hace tres años! —Tú no, tú estás cada día más hermosa y más... inalcanzable—. ¡Dios, agradezco al cielo que después de mañana dejaré de verte para siempre! —Su respiración se agitaba y las palabras se ahogaban en su garganta por el enojo.
     —¿Por qué? ¿Se va a morir, señorita Park? —Me traicionó mi pésimo humor negro y sin poder evitarlo, también solté una risa estrepitosa que ella calló con un grito.
      —¡Por Dios, no, niño, ¿qué dices?!
      —¿Entonces? No entiendo... ¿Por qué dejaría de verme?
      —Pues, mi futuro esposo no quiere que trabaje más así que...
      —Ah, al final se salió con la suya. —Fingí un tono divertido mientras le hacía fuerza en la mesa al lápiz, al que por décima vez, le partí la punta—. Por supuesto que el estúpido del profesor Choi no la quiere merodeando por aquí, asi puede seguir haciendo lo que le da la gana.
     —No le digas así... ¿Y de qué rayos estás hablando ahora?
     Sus ojos marrones se abrieron más de lo normal, como siempre pasaba cuando estaba enojada, lo sabía bien, pero su ira no me iba a frenar. Sentía que era demasiado, que no podía aguantar más. Había montado todo este teatro con un solo propósito: abrirle los ojos. No sabía cómo lo haría porque la verdad, yo era lo más tímido y cobarde que había en persona cuando estaba delante de ella, pero lo lograría...
     Los últimos meses mi amor unilateral por la señorita Park, había ido en aumento y aunque me había logrado controlar bastante bien, en el justo momento en que había anunciado su matrimonio con ese infiel, descarado, ¡hijo de perra!, mis celos se habían ido al límite. Y comencé a buscar por todos los medio la manera de quedarme a solas con ella para intentar por primera y única vez, quitarle la venda de los ojos...
     —De lo que el instituto y todo Seúl, menos usted, sabe —respondí mirándola una vez más a los ojos, con firmeza.
     —No digas estupideces, no pienso escuchar mentiras y mucho menos... de un estudiante. —Su tono aunque intentó que fuera lo más seguro posible, vaciló al final. ¿Cómo podía estar tan ciega? —¡Y ponte a escribir! —gritó porque era siempre la manera en que creía que no se notaría su nerviosismo. Ingenua, conocía su táctica más de lo que ella pudiera imaginar.
     —Se me partió la punta. —Sonreí mostrando el lápiz y levantándome para tomar el sacapuntas de su mesa.
      Avancé sin dejar de observarla y ella caminó hacia atrás, quedando acorralada entre mi torso y el buró. Aproveché para admirarla más cerca de lo que nunca lo había hecho y que, probablemente, jamás se repetiría.
     —¿Qu-qué estás ha-haciendo? —tartamudeó con sus manos cruzadas sobre sus pechos, quizás por instinto,  protegiendo algo que sin dudas jamás me atrevería a mirar.
      No sé cómo le cabría en la cabeza que yo podría hacer algo así. Nunca haría algo sin su consentimiento, aunque me moría por alguna vez, rosar su pálida piel... Tal vez, estaba tan acostumbrada a que la trataran como un objeto, que creía que todos los hombres eran iguales.
       —Tomando el sacapuntas... Ya le dije. —Le mostré lo dicho y me quedé unos segundos así, deleitándome en los carnosos labios y los ruborosos pómulos de mi profesora de inglés.
       —Pues ya... y-ya lo tienes —balbuceó incorporándose apenas y obligándome a separarme un poco—. Por favor, termina con esto y podremos irnos, ¿sí?... Estoy exhausta.
      Su ruego parecía sincero y me conmovió. Era lógico que estuviera cansada. La semana había sido de preparativos para la boda y extensos turnos de clase, mientras el muy maldito de su prometido se revolcaba en el gimnasio con la nueva profesora de Física. ¡Lo odiaba! Odiaba que él pudiera dormir abrazado a la mujer que yo tanto amaba, que deseaba consolar, que quería hacer mi esposa, y ser yo quién le hubiese dado aquel anillo esa tarde de otoño en medio del patio de recreo...
     ¡Rayos, Yoona, ¿no te das cuenta de que mereces algo mejor?!
     —No importa si no soy yo... —susurré decidido a que me abofeteara o me escuchara de una maldita vez—, pero por favor... no puede ser él. —Me acerqué de nuevo, mis manos sudando por el nerviosismo—. Te lo ruego.
      Por un instante sus ojos se cristalizaron y allí, con nuestras respiraciones danzando en un mismo espacio, algo me dijo que no pasaba tan desapercibido ante mi profesora como yo creía. Quizás era absurdo que mi mente, y mi corazón, se aferraran a aquel atisbo de sentimientos que por un fugaz segundo había vislumbrado en sus pupilas, pero no tenía nada que perder.
      —Es-estudiante Jeon..., vuel-vuelva a su asiento —ordenó evitando mi mirada y en un acto suicida, tomé su mentón y la obligué, aunque con delicadeza, a mirarme.
      ¡Sí! Por primera vez toqué su tersa piel treintañera que desde luego parecía de veinte. Al tacto, era lo más cálido y maravilloso que jamás volvería a sentir. Ella estaba... ¿temblando?
      —¿Desde cuándo... sabe que me gusta? —indagué muy cerca de sus labios.
      Abrió la boca repetidas veces y pestañeó con rapidez sin poder articular palabra. Yo continuaba observándola, demasiado cerca, a punto de cometer una locura.
      —¿¡Está... está loco!? ¡Yo no sé ni quiero saber nada! ¡Y... y le recuerdo que es mi alumno... y... y yo su profesora y... y...!
      —¿Por qué tiemblas? —interrumpí sintiéndo un valor repentino al ver que ella no me había apartado. Sus palabras decían una cosa, pero su cuerpo expresaba otra. ¡Rayos, me estaba volviendo loco! Pero bendita locura si eso me dejaba sentirla de esta manera tan íntima por unos segundos más—. Es obvio que no me ves como un alumno —continúe hablándole informal a pesar de que, ella se empeñaba en imponer una barrera demasiado respetuosa y seria entre nosotros—. ¿O es que un simple alumno puede provocar eso en ti?
      —¡Te estás pasando, Jeon! Me parece una falta de respeto que me tutees y además...
      Mis labios rosaron los suyos con un casi imperceptible beso. ¡Claro que tenía miedo!, pero de los cobardes no se ha escrito nada... y me arriesgué. Me arriesgué porque merecía la pena morir después de haber ganado el cielo por un segundo entre sus labios. Fue tan sutil, tan corto, tan inesperado, tanto para ella como para mí mismo, que ninguno tuvo tiempo de pensar. Ni yo en las consecuencias, ni ella en qué decir. Para mi sorpresa, no me abofeteó, tampoco me gritó y mucho menos, quitó mis manos que todavía acariciaban su rostro. Yo aproveché la oportunidad, no tendría otra.
     —Él te engaña, Yoona, no te merece. Me está matando lentamente saber que en unas horas te casarás con él. ¿Cómo es posible que no lo veas? ¿Cómo puedes estar tan ciega? Incluso si de verdad no te has dado cuenta de lo que siento por ti, por favor, no te cases con él. Yo...
      —¡Daeyang! —gritó y yo callé asustado—. ¡Apártate! —Ahora sí me empujó. Sus ojos rojos, llenos de ira, daban mucho miedo. Fui demasiado lejos—. Te he sobrellevado por mucho tiempo..., pero... nunca pensé que te atreverías a tanto.
      Mis ojos se cristalizaron, claro que ella sabía. Sabía lo que yo sentía y deliberadamente lo había desechado. Mis esperanzas siempre habían sido limitadas. Sabía que era imposible que me viera como algo más que un alumno, ¡su estúpido e inmaduro alumno!, pero escucharlo de su boca podría causarme un dolor indescriptible... y hasta la muerte. Sí, así de inmenso era mi amor por aquella mujer, tanto, que preferiría morir antes de oír lo que me aterraba.
      —Solo... Solo quería advertirle. —Fueron mis últimas palabras antes de volver a mi asiento.
      Ella también se sentó detrás de su buró, con el rostro escondido entre sus manos y, durante varias horas, lo único que se sintió en aquel lugar fue el sonido de los trazos de mi lápiz en el papel, junto a las ligeras respiraciones de ambos. No podía pensar con claridad, ninguno dijo absolutamente nada sobre aquel «casi beso» y, yo comenzaba a creer que había sido producto de mi imaginación. Sabía que no era el momento para idealizar aquella acción, pero «casi» probar sus labios, había desenfrenado en mi interior todos los sentimientos que me había costado tanto controlar. ¿Por qué rayos tuve que besarla, si sabía que ella nunca me iba a corresponder?
      Por un momento levanté la vista y ella volteó con rapidez su rostro. ¿Me habría estado mirando? ¿Estaría pensando, tal vez, en lo mismo que yo?
      ¡Basta, Daeyang! Debes dejar de alimentar esta maldita fantasía. Te hará mucho daño...

     


Sólo me faltaban dos líneas para terminar, pero un extraño suspiro me hizo alzar la mirada. Vi sus ojos inyectados en un intenso color rojo, observando la pantalla de su móvil, con sus iris empañados y las lagrimas rodando por sus mejillas rosadas. Me volví loco al verla así y, sin pensarlo mucho, corrí a su lado, haciendo un estruendo, tumbando sillas y mesas a mi paso...
      —¿Qué tienes, qué te pasó? —grité pero no respondió, en cambio, su llanto se hizo más fuerte y entonces, mi vista indiscreta se clavó en el vídeo que se repetía como bucle en aquel teléfono, comprendiendo así lo que sucedía.
      —No puedo creerlo —sollosaba todavía sin poder siquiera pausar aquellas imágenes, donde su «futuro esposo» le daba dentro del baño del tercer piso del instituto, una intensa sesión de sexo a la profesora de Física.
      —No sabes lo que diera por no verte llorar... —susurré con el alma hecha pedazos—. Nunca me atreví a mandarte ese vídeo yo mismo, pero agradezco infinitamente a la persona que fue tan cruel o, tan benévolo para hacerlo.
      Mis manos acariciaron con miedo sus hombros. Intentaba consolarla sin que pareciera una falta de respeto, mas para mi asombro, ella se volteó hacia mí y me abrazó por la cintura, empapando mi camisa con sus lágrimas. ¿Sería normal que un simple abrazo se sintiera glorioso? ¡Dios, estaba destrozada! ¿Qué podía hacer para calmar su dolor? ¿Podría... simplemente... abrazarla también?
      Y no me contuve más. Necesitaba hacerlo, necesitaba abrazarla fuerte y decirle: «Todo estará bien, esto pasará. Fue lo mejor». Mis manos la tomaron por debajo de sus axilas, en un movimiento rápido, sin dar tiempo a que pudiera objetar o apartarse, y la alcé para envolverla con mis brazos, apretándola contra mi pecho. Había estado deseando aquello desde que la había conocido, yo diesiseis, ella veintisiete. Quizás me llamen iluso, pero sé que me enamoré de ella, me enamoré de mi profesora de inglés aún sabiendo que era imposible... Pero si podía acariciarla así, ya valían la pena los casi tres años de mi vida que le dediqué, sin que ella tuviera ni idea... ¿O sí la tenía?... La verdad, no termina de quedarme claro.
      —Daeyang, ¿por qué me hizo esto? —gimió con su rostro enterrado en mi cuello—. Pensé que era bonita —¡Lo eres, rayos, eres hermosa!—. Pensé que era todo lo que un hombre podría desear o al menos..., lo que podría necesitar, pero si no era suficiente... ¿por qué jugar conmigo así?
      —Porque no es un hombre —respondí apartándola un poco para observarla a los ojos—. Los hombres no se comportan así, Yoona, intenté decírtelo. Es un maldito y no sabes el dolor que me causaba ver como se burlaba de ti, como pisoteaba tus sueños delante de todos, mientras tú... mientas tú te le entregabas completa, en cuerpo y alma, sin que él tuviera siquiera la decencia de valorar la gran mujer que eres. —A pesar de haberla mirado a los ojos al principio, ahora hablaba entrecortado y cabizbajo, como solía ser mi naturaleza cada vez que la tenía delante. Aún así, no callé. Ya había destapado la granada de mis sentimientos y era imposible devolverla a su lugar—. Sé... que tampoco soy un hombre..., al menos, no el que tú necesitas, por lo de la edad y todo eso, pero... solo quiero que lo dejes, que seas feliz con alguien más, alguien que te valore, que te ame. Sería demasiado pretencioso pedir que me veas como ese alguien, sin embargo... solo quiero que sepas que eres maravillosa, una mujer excepcional y espero que esto te sirva para no volver a equivocarte. Yo...
      —Daeyang... —me interrumpió tomando mi menton de la misma manera que horas antes yo había hecho con ella—, ¿quién te dijo que no te veo como hombre? —Su rostro, enrojecido por las lágrimas, ahora mostraba una tierna y angelical sonrisa. Una que no veía desde hacía mucho tiempo. Tragué en seco por la pregunta que evidentemente jamás hubiera esperado y continuó—: Nunca me importó tu edad... y mucho menos que fueras mi estudiante... Daeyang, yo... —Cada vez que pronunciaba mi nombre, mi corazón palpitaba más rápido—. Yo era una mujer comprometida, ¿lo entiendes? Yo debía respetar mi relación. Era lo que creía correcto, pero... siempre supe lo que sentías por mí y...
       ¿Qué? ¿¡Siempre!? Me lo imaginaba, pero ahora era una confirmación. Y una muy fuerte.
       —¿Có-cómo...? —indagué sin poder creerlo todavía.
       —No soy tonta, Daeyang y, no eras precisamente lo que se dice «discreto» en cuanto a tus sentimientos. Aunque apuesto a que pensabas que los disimulabas a la perfección.
        —Pues... sí... —titubeé bajito—. Y si lo sabías y me veías como hombre..., ¿por qué nunca me dijiste nada?
       —No quería ilusionarte... Y mucho menos causarte un dolor mayor. No podemos hacer esto, Daeyang...
       —¿Por qué no? Acabas de decir que no te importa lo de la diferencia de edad, ni que sea tu alumno.
       —Una cosa es que no me importe a mí... —sentenció apartándose por completo de mi lado y caminando hacia la ventana—, otra muy distinta es que esté bien. No está bien, Daeyang... Ante los ojos del mundo, un alumno y su profesor jamás será bien visto...
       Mi mano tomó la suya y la hice voltear a verme. Enmudeció cuando mi otra mano rodeó su cintura, atrayéndola hacia mí. La apricioné contra mi pecho, suave, pero firme. ¡Me veía como hombre! y yo pensaba demostrarle de qué calibre era.
      —A mí no me importa lo que piense el mundo —informé sin quitar mis ojos de sus labios y pude sentir como su aliento se cortó, tal vez, porque no esperaba que yo, el tímido alumno, le hablara así—, solo quiero saber lo que crees tú... Lo que quieres tú.
      —Yo... Yo solo quiero... Quisiera... que nunca dejaras de mirarme así.
     —¿Así, cómo?
     —Con tanto amor.
     —Y yo... quisiera que nunca dejaras de besarme así.
     —Pero si yo no te he...
     Mis labios imprudentes, pero más seguros que nunca, probaron los suyos, esta vez por completo, pero con suavidad, no queriendo asustarla. Continué humedeciendo su boca por fuera, con calma, hasta que ella fue cediendo y la entreabrió para recibir mi lengua que irrumpió automáticamente. Había esperado tanto tiempo por besarla, que pronto se me aceleraron las ganas. Mis manos acariciaron sus caderas por debajo de su blusa y ella llevo las suyas a mi espalda, fundiéndonos así en un abrazo lleno de pasión. Mordí su labio inferior, lamí el superior y volví a meter mi lengua que, ansiaba explorar hasta lo más profundo de aquella jugosa boca. Se apartó un poco, quizás para tomar aire y yo aproveché para hacer lo mismo.
      —No podemos... Mejor dicho, no puedo hacer esto, Daeyang. Soy... soy tu profesora —jadeó intentando huir. Su último recurso para lograr comportarse como «adulto responsable», pero se lo impedí. Sabía que no era eso lo que quería en realidad.
      —No hay ninguna profesora aquí, Yoona. —Dejé un corto beso en su mejilla—. Ni tampoco alumno. —Otro beso en su cuello—. Solo somos... un hombre y una mujer. —Un beso más en sus labios—. ¿Sabes cuánto llevo esperando porque me dejaras de ver como un tonto chiquillo?
      —Desde la primera vez que me viste —respondió en un tono pícaro y hasta con cierta burla, mientras delineaba con sus dedos mis abdominales, bien definidos, que lograban sobresalir por la fina tela de mi camisa—. ¡Y vaya que te lo has propuesto! Te has convertido en un hombre hermoso, Jeon Daeyang.
       —¿Y sabes qué es lo mejor? Que este «hombre hermoso»... puedo ser completamente tuyo.
       —¿Y sabes lo que tienes que hacer... o tengo que enseñarte, be-bé? —Acentuó la última palabra burlándose, con una ceja levantada, desafiante.
      —Te voy a demostrar todo lo que este «bebé»... es capaz de hacer. —Mordí su oreja con suavidad y metí mi lengua, provocando un agudo gritito por su parte, mezcla de excitación y deseo—. Contrólese, señorita Park —susurré travieso y sentí como su cuerpo quería derretirse entre mis manos—. Ni siquiera ha visto todavía el «regalo» que le tengo por navidad...
    

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