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Alas prestadas


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Sareya no creía nada de lo que el mago le decía. El anciano Geaf tuvo que enseñarle los antiquísimos libros que contaban la historia de aquel bosque olvidado en el tiempo. Aun así, la reina hada se negaba a creer que alguna vez no tuvo alas. Que antes, estas descansaban en el lomo de su fiel compañera: una dragona gris, la última guerrera de su especie; quien murió defendiendo a su jinete, otorgandole así las maravillosas alas plateadas que ahora adornaban la espalda de la nueva monarca. El hada soltó una lagrima negra y alzó el vuelo, aleteando con fuerza, elevandose hasta el límite del firmamento, hasta chocar con aquel maldito domo que los apricionaba. Cayó en picada, derrotada, triste, sin poder recordar todavía, mas con aquella sensación de vacío golpeandole el vientre. Algo le faltaba, de eso estaba segura, pero ¿cómo había podido olvidar todo su pasado? Mientras caía, un agujero se abrió en medio de la nada y se la tragó. Nadie pudo detenerla, nadie pudo ayudarla... Nadie pudo salvarla...

                    
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Cinco años después el bosque seguía encerrado, maldito, obscuro... Arelí ya tenía doce años y Sayan, el hermanastro de su madre, la llevó, como cada plenilunio, al lugar donde Sareya había desaparecido. Con la esperanza de que la niña, mitad humana, mitad dríade, pudiera encontrar el paradero de la reina, Sayan la había cuidado y ayudado a crecer sana y fuerte. Arelí amaba a su tío, pero ella era muy joven, no entendía las verdaderas intenciones de aquel ser disfrazado de luz.
      Lo único que la princesa añoraba era volver a ser estrechada por los brazos de su madre. Lo deseaba tanto y con tanta fuerza, que no entendía cómo sus plegarias no habían sido escuchadas por los dioses en tanto tiempo. Mas aquella noche, sucedió lo imposible: por primera vez, Arelí mencionó el nombre de la reina en voz alta y entonces, el bosque la escuchó. La tierra la escuchó, el cielo la escuchó y reconoció el nombre que llevaba aquel sacrificio de amor.
      De pronto, un viento se levantó y con él, los alisos amarillos que comenzaron a elevarse como si sus pétalos fuesen alas. Las flores se iluminaron e hicieron un circulo alrededor de la niña, que no se asustó en lo más mínimo. Todo sucedió tan rápido, tan inesperado, que a Sayan no le dió tiempo a arrebatarla de la alfombra de flores que la envolvió, llevándola consigo rumbo al cielo. Alejandola de las garras del malvado nefilim que poseía el cuerpo de su tío.
      Sayan emitió un grito frustrado y de ira que estremeció la tierra bajo sus pies. Sacó de detrás de su cabellera una bola de cristal, invocó a una legión de demonios y juntos marcharon hacia la puerta del Estigia, escondida en los confines del bosque. Su plan había fallado, pero aun le quedaba un último recurso: las verdaderas alas de Sareya.
      La madre de Geaf, Cheania, había sido la hechicera más temible del reino. La única que se había atrevido a retar a las dríades en la batalla en la que acabó con la vida de cientos de moradores del bosque. Misma batalla en la que Mara, la última dragona gris, se había sacrificado para darle sus alas a Sareya, quien fue despojada de las suyas a manos de Cheania. Alas que ahora Sayan mantenía cautivas dentro del ánfora de Pandora, en una de las mil salas, de uno de los mil castillos que Hades le había regalado a Perséfone. Era imposible que alguien, alguna vez, las encontrara...

                                
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Arelí despertó en medio de la nada. No había siquiera vacío en aquel lugar. Todo era oscuro y claro a la vez. Todo era silencio y eco. Caliente y frío. Mojado y seco. Todo era confuso, menos el inconfundible sonido de un aletear que la hizo voltear, intentar mirar atrás, rebuscar por sobre sus hombros, hasta que las vio: impresionantes, doradas, saliendo del medio de su espalda.
     —Son tuyas —se escuchó decir a una melodiosa voz proveniente de aquel espacio incierto.
      —No lo creo —se apresuró a contestar la niña—. No las merezco, no he hecho nada para ganármelas.
       —Claro que sí. Has sido una princesa excelente y serás una mejor reina. El destino de Xaronia depende de ti... y de esas alas prestadas. Solo así podrás recuperar el reino... y a tu madre. Alguna vez Sareya también venció el mal con unas alas ajenas. Ahora te toca a ti.

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