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Agente Encubierto

Después de cinco años como compañeros de trabajo nos volvimos los mejores amigos. Era increíble ver cómo nos complementábamos, nos comprendíamos, nos queríamos tanto... Ella era la hermana que anhelaba tener, y yo, era el escudo protector que ella necesitaba...
      Pero todos en la unidad decían que estábamos locos de amor. Que parecíamos una pareja cursi de telenovelas, enamorados hasta la médula el uno del otro, y celosos de todo y de todos los que se atrevieran a invadir nuestro pequeño y confortable mundo. Y lo cierto es que, aunque en ocaciones sentí que nos íbamos «al extremo» del cariño, estaba seguro de que Neelie jamás me vería como hombre, y yo a ella... yo solo... no soportaría perderla por intentar ir más allá.
       —¡Te lo estoy ordenando, como tu superior! —grité al ver que estaba a punto de salir de la oficina.
       —No me hagas esto, John, no ves que vamos a perder la pista. —Lloraba de impotencia—. ¡Por Dios!, llevamos más de tres meses en este caso, ¡no seas necio!
       —No me importa si tardamos tres o diez meses más. ¡No vas a ir y punto! —concluí esposandola a mi muñeca ya que conocía de sobra su determinación y esa era la única manera en que no se iría.
     —¡Esto es demasiado! No puedes evitar que haga mi trabajo por tus caprichos —resopló resignada e intentó calmarse, para después acariciar mi rostro en su último intento por convencerme. Ni que no la conociera—. Sé que estás asustado..., pero te prometo que me cuidaré. Déjame ir, ¿sí?
      —Es hora de que nos tomemos unas vacaciones —espeté y la cargué al hombro como un saco de patatas, provocando un concierto de gritos y quejas por su parte—. ¡No trabajaremos esta Navidad!

                                  

                    ✦ ˚ * ✦ * ˚ ✦

—¡John... John!... —La oí gritar de nuevo desde mi habitación, donde la tuve encerrada por casi dos horas—. ¡Déjame salir, rayos!... ¡Me las vas a pagar!
      —Lo sé —respondí entrando—. La cena está lista. Hubiese querido que cocinaras conmigo, pero quería esperar a que se te pasara el enojo. —Me senté a su lado en la cama y le quité las esposas que la sujetaban a la baranda de la cabecera—. Pero tenía miedo de que tomaras algún cuchillo de la cocina... Ya sabes... para vengarte y eso. —Arqueó una ceja que logró intimidarme y se frotó la muñeca liberada—. Y veo que todavía estas molesta así que mejor traigo la comida y comemos aquí.
      —No necesito un cuchillo para darte tu merecido... Kim John. —Sonrió con la comisura de sus labios elevada, cual Jocker, y no pude evitar sentir temor—. Solo me basta con no dirigirte la palabra por... tal vez... ¿una semana?
      —¡No, eso no! Sabes que no puedo vivir sin ti. —Me acerqué a ella y deposite un suave beso en su frente—. Por favor, bebé, debes entender que lo hice por tu bien. Ese hijo de perra no es como los otros criminales a los que estas acostumbrada. Es un violador y un asesino. Desde el principio te dije que no quería que te involucraras. Hay suficientes hombres en la unidad y tú no necesitas...
      —¡John! John, cariño... —interrumpió volviendo a acariciar mi rostro como solo ella sabía hacerlo. Su chantaje emocional estaba a niveles profesionales—. El que no entiendes eres tú. Somos detectives, esta es la carrera que elegimos y no puedes...
      —¡Lo sé, joder, claro que lo sé! Me lo recuerdas cada día, pero... hoy es distinto. —Una lagrima se me escapó y bajé la cabeza con rabia, impotencia—. Anoche sentí que estuviste más cerca que nunca de la muerte ¡y Dios!, no sé de lo que hubiese sido capaz si algo te pasa. Me sentiría culpable toda mi vida por no poder salvarte, o peor... me iría contigo...
      —¡No, amor, eso no! —Me abrazó con fuerza, sentía que estaba tan asustada como yo, que al fin me había entendido—. No vuelvas a repetir eso. Lo hemos hablado mil veces, ninguno de los dos cometerá una locura como esa si se quedara atrás.
      Sus lágrimas también salieron, corrieron por mi hombro y la abracé igual o más fuerte. Entonces tomé la decisión, no podía aguantarlo más, tenía que acabar de una vez con esta angustia que me carcomía.
      —Siento... Siento que no lo lograré. —Besé varias veces su cabeza, otras tantas su cuello, y ahí, cuando la tuve embelesada entre mis brazos, con la guardia baja, aproveché para susurrarle al oído—: Quiero... que dejes la policía.
      Sus manos se desprendieron automáticamente de mí. Se apartó mirándome a los ojos, con los suyos llorosos, confusos, horrorizados.
       —¿Qué... dijiste? —volvió al sonreir pero esta vez, mucho más tétrica si eso era posible.
       Evité su mirada, tratando de encontrar las palabras correctas, pero el nerviosismo me lo estaba haciendo imposible. ¿Tendrían razón todos y sólo tenía que soltarlo? ¿Así, sin más?
       —¿Sabes?, Martínez, el español, ¿lo recuerdas? —Ella asintió con cara de: «¿A qué mierda viene eso ahora?»—. Él dice que somos unos idiotas.
       —¿Y qué me importa ahora lo que diga Martínez de nosotros? —Se cruzó de brazos y piernas en medio de la cama, en posición india, y se veía bastante enojada—. No evadas la pregunta, Kim John, que te conozco... Escuché perfectamente lo que dijiste, solo te estoy dando la oportunidad de que te retractes de pedirme una estupidez cómo esa. —Tomó mi mentón y me obligó a mirarla—. ¿Qué es lo que sucede? Sé que el miedo a que nos pase algo en el trabajo nos consume cada día, yo también temo perderte, pero... nunca te pediría dejar la policía. Eso pondría en peligro nuestra amistad y...
       —¿Y si ya no la quiero? —hablé rápido, en un arranque de valor, porque sabía que si no era así, nunca podría—. ¿Y si... ya no quiero que seamos amigos?
       —¿Qu-qué...? ¿D-de qué... de qué hablas? —tartamudeó y sus lágrimas amenazaron con volver a salir—. ¿Por qué... por qué no querrías que fuésemos amigos?
       —Yo... Neelie... quiero hacerte tres preguntas.
       —¡John, por Dios!, ¿crees que estoy para tus juegos ahora? Primero dime... dime que todo esto es una broma muy fea de navidad, por favor. Algo así como la tradición del dia de los inocentes, pero del veinticuatro de diciembre. —Yo la miré en silencio, por unos segundos, y no pudo contener más su llanto—. ¡John, no puedes estar hablando en serio! ¿Es por cómo te grité? ¡Perdóname!, ¿sí? Te prometo que no lo hago más. Que de ahora en adelante te haré caso en todo, aunque ni siquiera estemos en la ofina. ¡No!, te prometo que me tomo unas vacaciones muy largas. ¿Eso es lo que quieres? ¡Sí! ¡Y también me retiro del caso! ¡Sí! Y te juro que me voy a portar bien y jamás te voy a volver a desobedecer. Le pego a Martinez por decirnos idiotas. A todo el cuerpo policial si me lo pides, pero John... ¡no puedes decir que ya no quieres mi amistad y quedarte tan tranquilo! ¿¡Cómo puedes dejarme!? ¡No puedes! ¡Te necesito! Sin ti... sin ti...
      —Calma, calma... —La interrumpí porque de verdad me estaba asustando la manera en que se había desestabilizado. No podía permitir que siguiera malinterpretando las cosas—. No es lo que piensas. —Llevé mis manos a sus mejillas y acuné su rostro entre ellas. La jalé después por el brazo, para meterla en mi pecho y acariciar sus cabellos hasta que dejara de llorar—. Lamento haberme expresado mal. Yo... Yo jamás te dejaría, chiquita... Y ese... es el problema. —Tomé aire y suspiré hondo antes de decir las palabras que creía, cambiarían mi vida para siempre—. No quiero que dejemos de ser amigos porque quiera «terminar» contigo, sino, porque... porque quiero... que seamos algo más.
       Su llanto cesó al instante y un hipo la invadió, como siempre que estaba incómoda con algo. Yo cerré mis ojos con fuerza y mordí mi labio inferior con rabia, martirisándome con el pensamiento de que acababa de asesinar la hermosa relación que teníamos. Sí, eso había hecho, porque por su actitud, era evidente que ella no sentía lo mismo que yo y a partir de ahora, nada volvería a ser como antes.
     ¡Estúpido Martínez! ¡Estúpidos todos los del cuerpo policial! ¿Cómo fui tan tonto para creerles?
      —John... —Su voz sonó débil, como si no quisiera que la escuchara realmente. Yo emití un sonido raro, algo parecido a un suspiro ronco para que supiera que la estaba atendiendo, pero estaba seguro de que después de que ella hablara, sería incapaz hasta de suspirar—. ¿Cuáles eran... esas preguntas que querías hacerme?
      —¿Eh?... Ah... Bueno, yo...
      Su reacción sí que me había tomado por sorpresa. Pensé que evadiría el tema, sin embargo, ahí estaba ella, insinuándome de la manera más descarada que ya sabía lo que yo tramaba. ¡Pero, Dios, ahora el nervioso era yo! Su intervención me había hecho olvidar todo lo planeado. ¿Qué le decía en este momento?
     ¡Aish, John!, sé lo más directo posible y que pase lo que tenga que pasar... ¡Papá Noel, Santa!, o a quien sea que tenga que rogarle: Nunca te he pedido nada, pero por favor, concédeme esto por los cientos de regalos que te ahorraste conmigo...
     —¡John! —Volvió a llamarme sacándome de mis pensamientos. Se apartó un poco y me miró con la ternura de siempre, pero a la vez, sobresalía la picardía en sus ojos—. ¿No me vas a decir?
      Y ahí estaba ese puchero tierno que hacía que se me borrara la memoria. Ella también me conocía a la perfección y esa era su manera de virar toda mi existencia al revés cada vez que le daba la gana. Si segundos antes todavía tenía dudas, ahora estaba convencido de que me estaba mandando señales de sus verdaderos sentimientos. Ella también sentía algo más que amistad por mí. Si no fuera así, me habría hecho la mejor de sus maniobras evasivas para «acabar» con mi descendencia. O peor, hubiese sacado su pistola como le había hecho a aquel tipo que le mandaba los bombones meses atrás. Sin embargo, solo se limitó a dejarme seguir con «mi plan». Era obvio que sabía lo que me estaba costando tanto decirle...
     ¿Asi que quieres jugar conmigo, eh? ¡Ah, pero mi querida Neelie, hoy te fallarán todas tus mañas!
       —Sí. —Aclaré mi garganta y continué decidido—. La primera: ¿Cuántas pretendientes he rechazado desde que somos amigos?
       —¿Por qué llevaría esa cuenta? —respondió con otra pregunta y la miré incrédulo y divertido—. ¡Aish, no sé! Han sido muchas. —Sonrió nerviosa, pero tan hermoso, que se me aflojaron las piernas—. Eres un verdadero Adonis y además, policía. Podrías tener un harem si te lo propusieras —concluyó y ambos nos sonrojamos entre carcajadas—. ¿Por qué?
      —Hoy seré solo yo quien haga las preguntas, chiquita —susurré y la cargué para sentarla sobre mis muslos.
       Era algo normal entre nosotros y según todos a nuestro alrededor, eso era lo que más les molestaba: Nuestra manera «cute» de actuar. Y es que pensandolo bien, excepto por el hecho de que nunca nos besamos en la boca, y por supuesto, no tuvimos sexo, actuabamos como los novios más entrañables y considerados de la tierra. Siempre estábamos juntos, en el trabajo y hasta en las pocas horas libres. Conocíamos a nuestras familias y en ocaciones, hasta habíamos dormido juntos, cuando alguna tormenta, o lo tarde de la noche le había impedido a Neelie volver a su casa.
      Realmente no sé cómo no nos habíamos dado cuenta antes, o es que nunca quisimos verlo. Cada vez se me hacía más creíble la teoría de que teníamos miedo a equivocarnos, a acelerar las cosas, a joderlo todo por el calentón de una noche. Pero ya no podía más, sabía que me había enamorado de ella, que la amaba, que la quería para siempre en mi vida... como mi mujer. Y la oportunidad de hacérselo saber era aquí y ahora. ¡Dios, pero si somos una pareja con todas las de la ley!, solo... solo falta escucharlo de nuestras bocas.
     —Entiendo, jugamos a ladrón y policía. Supongo que me tocó ser ladrón —dijo besando con suavidad mi mejilla derecha, casi en el comienzo de mis labios y yo tragué en seco.
     ¡Joder!, esto no puede ser normal. ¿Será que he reprimido tanto lo que siento, que ahora que lo quiero dejar salir, cualquier acción que venga de ella por muy pequeña que sea, me enciende de esta manera?
      —S-sí —balbuceé, intentando no mirarla para no comérmela a besos ahí mismo y por lo menos, lograr terminar con lo que había planeado. Sentía que era la única manera de disipar todas mis dudas. Estábamos hablando de una amistad eterna, lo más bonito que jamás había tenido y toda precaución antes de «terminarla», era poca—. ¿Cuántos pretendientes has rechazado desde que somos amigos?
      —Esa es la misma pregunta.
      —No lo es, responde.
      —¡Pero, John...!
      —Pero nada. La cena se enfría, terminemos pronto con esto.
      —Está bien —masculló nerviosa, con sus mejillas a punto de explotar.
      Me encantaba la manera en que jugaba con sus manos cuando quería evitar responder, pero esta vez, no le serviría de mucho.
      —Estoy esperando. —Sonreí y ella volteó su rostro para esquivar mi mirada, pero pegué nuestras frentes, ladeé su cabeza cual gatico ronroneando y la hice mirarme de nuevo—. Se puede considerar desacato no mirar a la autoridad cuando se le pregunta algo.
      —¡Aish, ya!... ¡Pero no te rías! Las mujeres policía no nos vemos tan atractivas como los hombres. —¿¡Se está volviendo loca acaso!? ¿Cómo puede pensar así? Es más bella que Afrodita—. Aún así... creo que fueron unos tres o... o cuatro. No lo sé bien.
     —Fueron seis, bebé.
     —¿Tantos? ¿Estas seguro?
     —Totalmente... Y eso me lleva a la tercera y última pregunta: ¿Por qué crees que lo hicimos?
      Pude ver como tragó saliva, su frente comenzó a sudar y podía asegurar que su cuerpo temblaba. Estaba loco por abrazarla, pero tenía que ser fuerte, acabar con las dudas de una vez y por todas. La próxima vez que la tomara en mis brazos, sería para besar sus labios... O eso esperaba...
       —Tú, no lo sé, pero yo... Yo no quería que ningún otro hombre me tocara —comenzó a decir otra vez con la mirada baja—. Después de la primera ocasión en que me abrazaste, aquel día en que vi un muerto por primera vez, otros brazos me supieron a poco... Después de que me acariciaras con tanta ternura, para calmarme cuando el jefe me hechó la bronca porque se me escapó aquel estafador, mi piel ansiaba a cada segundo tus manos... Después de que besaras mi frente cada vez que me ascendían, mis mejillas cada mañana al llegar a la estación, mi cuello, aunque supuestamente lo hicieras para molestarme porque sabías que me hacía cosquillas, yo... yo me moría porque esos besos fueran...
     —Y yo también... —la interrumpí y me miró al fin. El perfecto marrón de sus ojos me hipnotizó y me acerqué lento.
     Ya no creía que estuviera equivocando. No hacía falta más. No sería un buen detective si no entendiera lo que quiso decir entre líneas... ¡Y lo era! Para mí, era el mejor investigador del cuerpo, tanto, que logré encubrir aquel amor desmedido que sentía por mi compañera de trabajo... Aunque debo reconocer que ella lo supo esconder mejor que yo...
     Al fin mis labios tocaron los suyos, eran suaves, tiernos, un ligero toque a miel con limón invadió mi sentido del gusto. Jamás imaginé que saborear su boca podría ser tan placentero. Ella correspondió enseguida, sus manos se entrelazaron por mi cuello y subieron un poco a mis cabellos. ¡Dios, que sensación tan delirante se adueñó de mí! Quería más, ahora que la había probado de aquella manera, sus besos me parecían insuficientes.
     Abrí sus piernas y la puse a horcajadas sobre mí, sin dejar de besarla. Pensé que se separaría para tomar aire, pero no fue así. Mi mente se llenó de los miles de recuerdos que compartimos juntos: las extensas tardes de paseos, las noches bajo las estrellas, las caricias de consuelo, las siestas abrazados... Todos maravillosos y como dijo Martínez: «el par de idiotas no se había dado cuenta». Amaba a aquella mujer con locura... y ella también me amaba a mí...
      Mis besos subieron la intensidad y bajaron a su cuello, aquel mismo cuello que había besado cientos de veces causándole cosquillas, ahora se estremecía de deseo ante el roce de mis labios. Alcé la vista y vi su boca entre abierta, sus mejillas rojas, sus cabellos cayendo por su frente sudorosa, ahora cien porciento seguro de que por la excitación que provocaba en ella, y me dije: ¿Cómo es posible que me estuviera perdiendo todo esto?
     —Neelie, bebé... —jadeé entre un camino de besos desde el comienzo de sus pechos hasta su oído.
     —Johni... —suspiró cuando sintió que me aparté un poco. Tal vez pensó que me arrepentiría, pero ni loco.
     —Ya sé cómo puedo sacarte del peligro... y de la policía sin que te resistas. —Sonreí y ella me observó confusa.
      —John, no voy a dejar la policía por ti. Aunque... aunque te ame como no he amado a nadie en el mundo.
      ¡Joder, qué lindo sonó eso!
      —No lo harás por mí... —expliqué dando pequeños besos por todo su rostro para concluir metiendo mi lengua en su oído, haciendo que soltara un gemido que hizo despertar mis más bajos instintos—. Lo harás por nuestro hijo.
      Su mirada se dirigió a mis pantalones, donde ya latía con insistencia mi miembro aprisionado, loco por salir y, pese a todo pronóstico, se separó de mí y con un movimiento demasiado sensual se recostó en mi cama, ofreciéndoseme completa, sin ninguna barrera u oposición, lista para lo que quisiera hacerle...
      —Asegúrate de que sean dos entonces, porque con uno, todavía podré trabajar...

                        

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