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2. Las Mentiras

Las suaves sabanas me abrazaban perfectamente manteniéndome contenta. Sonreí inconscientemente al abrazar alguna de las almohadas a mí alrededor. Un delicado toque me estremeció el cuerpo, tan reconfortante y suave que acariciaba cada fibra de mi cuerpo a pesar de que solo se limitara a mi frente.

Mis mejillas cálidas por el conocido tacto, traté de abrir mis ojos para encontrarme con él, sin embargo, mis ojos parecían pesar. Al poco tiempo de seguir insistiendo mi frente se preocupó, y el aura tranquila se derritió rápidamente ante la preocupación.

Mi corazón se aceleró.

Toque mi rostro encontrando un líquido gomoso, que descendían de mí lagrimales, al punto que pegaba mis ojos. Me levante de la cama al mismo tiempo que me maree por el impulso agresivo. El sudor recorrió mi frente con pequeñas gotas que se deslizaban en mi cara.

Podía presentir algo en ese pequeño instante, el miedo me guio a un camino de nada, solo podía ver oscuridad pero de alguna forma lograba percibir mi alrededor, indicándome como un mapa ciego en un camino desconocido.

En el camino, un objeto duro y puntiagudo, me tomo desprevenida a ms pies, atravesando en mi camino logrando que cayera al suelo de rodillas. El suelo antes duro y lizo; se había convertido en algo suave y terroso.

-No...¡Ma..! -Mi garganta ardía al pronunciar palabras incompletas, me dolía al punto que parecía que en cualquier momento iba a sangrar.

El suave tacto que pensé que había perdido al principio en medio de mi terror, volvió de repente, logrando erizar mi piel. Mi cabeza se inclinó buscando más de él.

Desde mi corazón, ronroneé con gusto.

Me encantaba esa calidez.

-...pierta -Pronunció, arrugué mi ceño, confundida antes palabras inentendibles.

- ¿Si?

-Muriel.

- ¿Quién eres? -Pregunté.

- ¡Despierta!

Mi frente golpeó con fuerza un objeto sólido para caer de nuevo en él. Lizo y duro, el ambiente oscuro se había tornado más claro alrededor de mis parpados. Y podía escuchar el movimiento de la persona a mí alrededor, junto con un gran y punzante dolor en todo el centro de mi frente.

Abrí mis ojos, cansada y lance un lamento a ver sus rostros alrededor de mí.

-Que no se te note esas ganas de vernos.

-Preferiría saltarme la parte en que tenga que verlas -respondí.

Mar tomó mi cabello suelto para alborotarlo con ganas, topando mi vista sonriente a su preciada vista. Podía oír a Ariadna tratando de ser intermediaria en esta situación, enumerándole a Mar las cien razones por las cuales esta no era una solución madura.

Ok, con que así iba a ser.

-Suéltame el cabello, o...

- ¿Qué, osito Pooh? -Maldito nombre de mierda - ¿Vas a qué?

Torcí mi boca.

-Aún tengo un par de tus libros en mi casa. - Su mano se detuvo, inmediatamente -Sería una lástima que aparecieran rayados. O....

-¿Qué? - Insistió en que continuara. Su mano en mi cabello poco a poco se fue retirando.

-Quemados.

Levantó ambas manos en el aire -Relájate hazme el favor, criminal. Gente sin corazón hace eso.

-Me vale verga.

-Grosera -añadió Ariadna, desde su asiento, atrás de mí. Organizaba sus cosas en el escritorio.

-La vida es una grosería misma.

-Que profundo -Mar volteo sus ojos, balanceando su gran y lisada cabellera negra. -Bueno, ya no importa. Hablando de manera seria, Muriel, devuélveme mis libros.

-Lo haré mañana -Mi frente volvió a descansar en la mesa, y cerré los ojos.

Tenía sueño. Horriblemente.

-Mañana es sábado, Muriel.

-Por eso. Feliz fin de semana, sin tus libros -Añadí.

-Eres una hija...

-Buenos días alumnos -Sonreí, al escuchar a la profe de deporte entrar.

-...de Dios. -Terminó.

Que divertido.

***

-Esto ya no es divertido.

La preparatoria de Nashville, era una muy buena preparatoria para cualquier joven. Tenía buenas recomendaciones y el promedio académico era alucinante. Alucinantemente jodido para algunos otros. Solo había pequeños detalles, y eran el infierno puro que era.

Cada clase era la reencarnación del abismo. Agotador, cansador, desmotivador. Y todo lo que termine en 'dor'. A excepción de los adjetivos buenos.

No se los merecía.

No pude ocultar mi cara de dolor.

Porque precisamente, en este instante Ariadna y yo, como ultimas en casi todo, íbamos a la peor clase de todo esto.

Deporte. Hoy era día de Voleybol.

Quería llorar.

Que clase mas necesaria, según la directora para aquellos estudiantes tan adictos a la procrastinación, ya que quería mantenernos activos y sanos para un futuro mejor.

En otras palabras, nos estaba diciendo: Humano inservibles.

Y tenía algo de razón, era muy razonable su movimiento, pero algo en mi cabeza no la aceptaba. Algo que venía conmigo desde que entré en la adolescencia.

-No exageres, Pooh -Ari bufó, tomando el uniforme de deportivo del casillero -Solo es deporte. No te va a matar a ti, solo va a matar la grasa que tienes en esa barriga.

En un gesto inconsciente, llevé mis manos a mi estómago, que en realidad estaba un poquito salido de figura. Pero nunca lo iba a aceptar. Nunca.

-Como para ti es fácil, Señorita Buenas Notas -La miré, reclamando su poca humildad -Que mal que esto cuenta como una asignatura obligatoria. Adamia me matara cuando se entere de mis notas.

Abrí mi casillero, y tomé mi uniforme cambiándome lo más rápido que podía. Era difícil cuando tu mano no colaboraba con el hueco a donde debía entrar.

Nada estaba resultando ese día.

Los vestidores estaban despejados a excepción de Adamia y yo. Nos gustaba cambiarnos de últimas, era menos penoso que miles de ojos viendo tu cuerpo y juzgándote como si fueras un maniquí en exposición. Puto miedo, no me importaba tanto el hecho de que me juzgaran, no iban a cambiar nada de mi con sus opiniones pero Ariadna no pensaba de la misma forma que yo. Sus opiniones eran tan bienvenidas como si fueran cumplidos, y me preocupaba una parte su forma de razonar ante el disgusto de los demás.

Ariadna ya estaba lista cuando la camisa y las partes de mi cuerpo comenzaron a coordinarse con el uniforme.

Hoy tocaba los short y la camiseta negra. Tomamos nuestros protectores para los codos y rodilleras, colocándolas para protección durante el juego.

Y así era para todos.

Solo nos faltaba un lema y haríamos un jodido ejercito de mocosos listos para chocar pelotas de vóley en el aire.

Que divertido.

Yo era lenta en algunas cosas, pero la mayoría era con doble intención para perderme los calentamientos y ahorrarme los dolores, tal vez por eso amanecía peor. Me faltaba hacerme una coleta para estar más cómoda.

Ariadna me esperaba con los brazos cruzados. A recostada en su casillero mientras me insistía constantemente en darme prisa.

-¡Espera un momento! -Alcé la voz, harta de su molesta insistencia - ¿Ves alguna intención del cabello de colaborar? Tu boca tampoco ayuda, Ariadna.

Forcejeé un poco al sacarme la liga al décimo intento para que el cabello estuviera perfecto, asique debía sacarme esa cosa, y hacerlo de nuevo.

Esto era estresante para mí también. No tenía ganas de ir a jugar Vóley. ¿Ok?

- Pooh -Volví a oír la voz de Ariadna, que denotaba preocupación -Ya pasó más de cinco minutos, y todavía no has resuelto tus problemas con tu cabello. ¡Me van a matar!

-Nos van a matar -Corregí.

-¡Hazte esa coleta ahora!

Le saqué la lengua, juguetonamente. Tomé la liga, y bajé la cabeza para ponerme de la manera más calmada posible. Justo estaba terminando y logrando algo por fin cuando Ariadna comenzó a grita. Ella grito, yo grite. Deshice mi coleta más rápido de lo que me tomo hacerla, tratando de entender porque gritábamos, para grita mejor, obvio. Me di cuenta de dos cosas por si sola, Ariadna estaba repugnada mirando detrás de mí, tapándose el busto. Y también, me di cuenta de que no estábamos solas. Olía a testosterona, y un fuerte olor a perfume masculino que me daba jaqueca.

Otro dolor en el culo estaba aquí presente, se olía a metros.

-Hola -Oliver soltó divertido, desde el fondo de los casilleros, cerca de la puerta principal.

No dejé que terminara de decir algo, cuando tomé una toalla de mi casillero abierto, y lanzársela a su jodida cara.

Su rostro quedo cubierto de la toalla, brindándome paz dejar de verlo por unos segundos antes de que se la quitara.

- ¿Qué haces aquí? -Exclamó, Ariadna.

La miré notando que estaba igual, o más enojada que yo.

Oliver levantó su dedo índice pidiendo tiempo, era un gesto algo cómico, presenciando como seguía con la toalla en la cara. Permanecí estoica.

Sin embargo, poco después la retiró, y seguía teniendo esa sonrisa en la cara que provocaba borrar de un derechazo.

-El profesor Sullivan, me ha pedido venir a escoltarlas-Dijo.

Me miró mientras decía: - No te hagas la tonta, el sabe que se tardan al propósito, Osito.

Al oír ese apodo, me estremecí por dentro. Como casi todas la veces que lo hacía, Oliver y yo nos retamos con la mirada, pero me olvidé de ello muy rápido.

Los malos recuerdos están fuera, por ahora.

Ahora el profesor sabía sobre Misión: Abandonar Calentamiento ¿Debería preocuparme?

-Ya te puedes largar ¡Vete! -Espetó Ariadna, cruzando los brazos.

Oliver levantó su mano en son de paz, levantó una sonrisa gatuna y burlona, otras dirían que seductora, pero solo me producía dolor de cabeza. Una característica natural e inconsciente de él, capaz de enamorar a la mayoría de las chicas de esta preparatoria, y no fui la excepción en su tiempo.

Una sonrisa, de alguien jodido.

Me pregunto si la mantendría si lo golpeo en las bolas.

-¿Molesta? -Preguntó Oliver, lanzándome la toalla a mi dirección, y tomándola en el aire. Hice una mueca, disgustada por su pregunta.

No quería ir ahí.

Me acerqué a Ariadna para pedirle que se adelantara. Ella se rehusó, pero le insistí para dejarme hablar un momento. En cuanto salió de los vestidores, me volví al casillero para guardar la toalla, e ignorarlo por un momento. Solo un segundo para calmarme. El corazón me galopaba en el pecho, la sangre incomoda corriendo dentro de la piel por la molestia.

-Si sigues jodiendo más las cosas, un día de estos terminaras golpeado.

-Es divertido -Limitó a decir.

-No -Cerré el casillero con más fuerza de la que debía -No es jodidamente divertido.

-Eso crees tú -Sonrió -Para mí lo es.

-Gran amigo, en eso tienes razón -dije - Solo lo es para ti, Olver.

Su sonrisa se borró lentamente de su cara. No mentiré, me produjo algo de satisfacción verlo perder algo de su brillo. Sintiendo que algo estaba de mi lado por fin, pero nombrar su apodo seguía dejando en la boca sabor a derrota en e proceso.

Olver.

Nunca más lo iba a volver a llamar así. Otra cosa que no cumplo con él. Pasé a su lado, permaneciendo sereno, sin observa ese brillo burlón en sus ojos azules, mirándome.

Vete a la mierda, Oliver.

Salí de los vestidores, y ya afuera sentí mis pulmones respirar como si fuera retenido el oxígeno allá adentro por un buen tiempo. Respiré un par de veces más hasta ir finalmente al gimnasio, donde se encontraban todo mi curso calentando para empezar pronto el juego.

Reí con poca gracia.

Odiaba jugar, pero en este momento me alegraba de tenerlo como excusa para escapar de él.

Aunque eso duró poco.

Algo que siempre hacia el profesor durante los juegos, y era como una regla escrita:

Calentar.

Trotar.

Entrenar.

Y una actitud positiva, sobre todo.

Sus claves según él para llegar al éxito deportivo. Me imagino que le sirvió tanto que termino aquí, en una preparatoria de Norte América, con un sueldo medianamente mediocre y enseñándole a mocosos a base de actitud positiva. Claves de éxito, claro que sí, cariño.

Por eso era negativa. La única forma de que yo corriera, era para huir del éxito. Dios me libre de terminar siendo tan exitosos como él.

Me presenté delante del profesor, que por supuesto me ordenó trotar todo el gimnasio.

Pero lo que estaba mal allí, no fue trotar. No, fue más el hecho de que me obligó a dar treinta vueltas.

El Guasón era más suave que el profesor, por muy loco que se vea él no me trataría así, estaba segura. Pero hoy no tenía ánimos de pelear después de Oliver, y fui como toda una niña buena, obedeciéndole.

Después de mantener esa niña buena quince minutos, finalmente desistí en la vuelta número once.

-Odio al profesor con mi alma -Repetí, mentalmente mientras corría, jadeando por la falta de circulación de aire en el sistema.

Solo faltaba que delante de mis ojos apareciera una ventana parpadeante diciendo "Sistema Operativo fallando. Colapso eminente".

Gracias, profesor.

El profesor Sullivan era el tipo de hombre que iba después de lidiar con alumnos a la licorería y se sentaría en el fondo viendo un partido de futbol Americano, apostando con cuánto duraría su próximo sueldo. Con una barriga cervecera, calvo y reluciente, Barba negra de marinero. Uno esperaría una actitud agresiva, no lo era del todo, de hecho me producía algo de lastima su situación. Nadie querría terminar así.

Pero a veces...

-¡Cuidado! -Andrew, un compañero gritó a mi dirección.

Pude ver el momento exacto en el que el balón de vóley se avecinaba peligrosamente hacia mi dirección. Con mis pocas fuerzas logré agarrar más velocidad mientras me agachaba, el balón pasó encima de mí rozando mi espalda, y cuando el momento de angustia pasó, no pude evitar reírme, siguiendo corriendo.

Hoy no, bebé. Hoy Muriel tiene la suerte de su lado.

Chúpenme la...

Mis pies se enredaron al querer pausar por un momento, mi pie derecho se cruzó con el izquierdo, logrando que cayera de sopetón al suelo, dejándome arrastrar unos centímetros por el suelo frio como saco muerto.

Sentí mi frente impactar contra el suelo duro, un dolor se extendió en esa parte, tan puntiagudo que gemí de dolor. Me quede extendida en el suelo tratando de procesar el dolor.

Nadie me vio.

Nadie me vio.

Nadie me vio.

Esperé pasar desapercibida, pero el dolor en mi frente no colaboraba para dejar de maullar en agonía hasta que pasara

- ¿Qué haces? -Preguntó alguien, en algún espacio de algún lado alrededor de mí.

Pude reconocerlo en contra de mi voluntad. Oliver, reconocería su irritable tono de voz aunque aullaran diez lobos en una habitación.

La suya es más chillona en mi cabeza de lo que es para otros.

Parecía un ninja este ser.

-Vi que el suelo necesitaba consuelo ¿Sabes? Y no pude negarme ante tremenda carita. Voto por más personas como yo en el mundo. ¿Ves lo muy considerada que soy? ¿Por qué preguntas, es que no lo ves? -Respondí, sintiéndome sarcástica - ¿Qué crees que hacía, ignorante?

Me quedé un minuto más hasta que me sentí lo suficientemente estable para levantarme y no caer de nuevo en el intento. Podía sentir la pesada mirada de Oliver sobre mí, empujando mis puntos más cuerdos como si joder fuera una concurso, y él quisiera ganar de todas las formas simples y posibles. Limpié mis rodilleras, que por suerte me habían protegido, y lo encaré, de nuevo.

-Si quieres venir a reírte de alguien, no estoy de humor para tus payasadas. -Alcé aún más la mirada, con altanería. Conectamos los ojos entre la batalla de un azul mar y el color de la mierda.

Crucé mis brazos esperando que se fuera. No lo quería cerca, ni en mí mismo espacio, pero era imposible.

Oliver Grey seguía igual, igual de estúpido. Creer que teniendo una apariencia atractiva promedio, de ojos azules y cabello negro carbón, podía pisar a quienes él quisiera, estaba demasiado equivocado. Podría estar en él equipo de futbol, podría tener un cuerpo formado más que la mayoría, y aun así, no me agradaría.

Esa era su punto débil, era demasiado apasionado consigo mismo, según mi opinión.

-Aunque de mi parte quisiera cumplirte ese deseo, no puedo hacerlo-Me sonrió abiertamente.

-¿Porque no, dime? -Levanté una ceja, curiosa.

-El profesor nos escogió -Señaló entre los dos - a nosotros dos para ser la primera pareja en voleibol.

Dios, no. No me hagas estas dos cosas.

El voleibol y yo teníamos una larga historia, además de Oliver. En su mayoría nada encantadora. Los deportes no eran lo mío, y ellos no me apreciaban de la misma manera.

Éramos el ejemplo vivo de una promesa en el altar, el cura podría decir; En la salud y la enfermedad. Pero el vóley solo sería la enfermedad que me carcome. Esa es la lógica.

Me rehusaba, no podía convivir con otro parasito. Tenía suficiente conmigo misma.

Busqué a Ariadna detrás de Oliver, ella era mi única salvación. Mar no asistía a clases deportivas por su Asma, pero Ariadna era mi única herramienta. Tal vez cambiar de lugar o algo. Cuando la encontré, estaba al lado del profesor lanzándome miradas de lastima. Habló un momento con el profesor, y cuando volvió a mirarme, negó con la cabeza.

No, no, no.

-Vamos -Seguú a Oliver en contra de mi propia voluntad.

Cuando antes termináramos ese problema era mejor.

L a malla ya estaba lista, dividiendo el gimnasio en dos partes. Del lado contrario se encontraba Margaret y Sasha, calentado. Permanecían en su mundo, como si del otro lado Oliver y yo no existiéramos.

Esos dos eran considerados "Los Chernóbil"

Eran todo en uno, no por nada el profesor castigaba a los flojos como yo, colocándolos en equipo contra otros dos el doble de pendejos.

Tóxicos, competitivos y exe's. La peor combinación de la historia hecha carne y pareja de equipo.

Todos sabíamos que el profesor nos estaba colocando las cosas difícil al propósito.

¿Pero ellos? Eso es cruel, profesor. Incluso para usted.

Miré al profesor en las gradas, sonreía con la malicia y rencor, mientras miraba hacia nuestro lado.

Un escalofrió me recorrió.

Se está cobrando su sueldo mínimo como si nosotros hiciéramos los préstamos de su banco.

Confirmado, el profesor me odiaba a muerte, o simplemente se alimentaba del sufrimiento humano como una aspiradora.

Todos sabían que Oliver me caía como el agua con el aceite. Mezclarnos era la peor combinación, y aunque trataran, nunca podríamos unirnos.

Las cosas eran más delicadas de lo que parecían. Mis razones para odiar a Oliver eran más que un simple juguito de apariencia edgy mezclado con actitud de mimado. Yo nunca había sentido tanto rencor por sus acciones, que una y otro y otra vez demostraron su horrible corazón. Me bastaba que nos ignoraramos mutuamente como veníamos hace años, pero venía siendo más irritable de lo normal en las ultimas semanas.

Él, era lo que consideraba un amigo, lo era hasta una fecha importante para nosotros. Ahí comenzó, y ahí terminó todo. Tal vez incluso antes.

San Valentín siempre será una fecha dolorosa que me recuerda la opresión en el pecho, que asfixia mi cerebro y pulmones. Mis ojos pintaban inocencia en aquel momento, recuerdo bien. No era el rechazo, era la humillación pública que me acorraló a la orilla.

Olvidarlo era tan difícil, recuerdo cada detalle, cada lágrima y el sabor de ellas en mi boca. El chocolate no quitaría la sensación. Entretenerme en otras cosas no iba a dejar que mi mente fuera por esos recuerdos, siempre llegando a una misma situación. Yo, en la cama llorando de impotencia, y preguntándome una y otra vez que hice mal.

¿Fuer por eso?

Aún más difícil sabiendo que podía abrir la ventana de mi habitación, y sabría que él estaría al otro lado de la calle, viviendo su vida aparte de mi muerte en vida.

Cada día era un iba y venir de chicas lindas por su puerta. ¿Lo peor? Sabía que me esperaba, pero siempre me sentaba enfrente de la ventana esperando verlo salir por un momento, siempre reemplazado por chicas porque él ni las despendía de su casa.

Nadie más que yo sabía que sus padres vivían más afuera que junto a él, y eso le daba la cuerda para festejar casi todos los días.

No lo entendía en su momento, él no era así cuando lo había conocido. O alguna vez conocí. Cuando lo hice, no era ni un poco de lo que era ahora. A ese pequeño Oliver lo extrañaba, ese no me habría tratado de aquel modo.

Era como si su esencia se habría desvanecido de un día para otro.

Con el tiempo, lo que me dolía y ardía hasta agonizar se convirtió en cenizas hasta ya no sentir nada, absolutamente nada.

No valía tanto llorar, y un día, dejé de esperar verlo en mi ventana. Y la cerré igual que todo sobre él y su existencia en mi vida. Mis recuerdos estaban dañados.

Seguí con mi vida, porque merecía algo mejor, Adamia merecía algo mejor que una Muriel deprimida, no quería preocuparla más.

Los recuerdos viejos son tesoros valiosos hasta que uno dañino contamina a los demás.

Me puse en posición en mi lado de la cancha, flexioné mis rodillas y apoye mis codos en mis rodillas, esperando. Por el rabillo del ojo podía notar a Oliver, calentando con estiramientos. Seguía manteniéndome un ojo encima.

Apreté mis manos en mi rodilla, incomoda.

- ¿Porque tienes esa cara? -Soltó él.

-¿Qué cara?

-Tienes el ceño fruncido.

- ¿Tenía el ceño fruncido? No me di de cuenta -Resoplé -Creo que es un gesto normal cuando alguien que me disgusta está cerca de mí. Por si no sabías, se le dice: desagrado.

- ¿Molesta, Osito? -Que irritable voz grave - Deberías avanzar, seguir adelante.

No me gustó para nada que me estuviera dando consejos como si fuera mi psicóloga

- ¡ Alerta, Muriel! -Exclamó el profesor Sullivan, aplaudiendo un par de veces para llamar la atención.

El juego comenzó después de unos minutos. Oliver sacó la pelota. Margaret se acercó a la malla y golpeando el balón hacia mi dirección. Me preparé, con la esperanza de no fallar el tiro. El balón ser acercó, y dando algunos pasos al frente para tener mejor acceso, golpeé con las yemas de mis dedos, lanzándola, como milagro del señor Jesucristo, a Sasha, sin desviarse en su trayectoria.

El juego permanecía firme, normalmente dejaría que las cosas acabaran de una vez, pero mi espíritu quería ganar algo por una vez, y estaba dando el intento en todo el juego. El nivel subía, Oliver y yo permanecíamos jodidamente bien en el primer y segundo tiempo. Pero al comiendo del tercero mi fatiga era más que evidente, incluso para el equipo contraria que parecía aprovechar esto para ser más rudos en sus tiros.

Cuando trataba de darle un golpe al balón, esta se iba al lado contrario al que quería, y eso era el colmo de mi paciencia, por suerte Oliver era un excelente jugador y me salvaba de vez en cuando moviéndose con agilidad sobre la cancha.

Ventajas de ser atlético.

25 - 24 marcaba el tablero. Solo nos faltaba un punto para igualar.

Oliver y yo raramente hacíamos buen equipo, y aunque parecía un sueño, teníamos más puntos de los que podía haber imaginado, solo que el momento de una buena relación de equipo era demasiado para ser verdad. Demasiado bueno, as u parecer.

-Hablando del tema de antes-Golpeó el balón que venía a nuestra dirección, salvándonos de que lanzara en su lugar -El tema de superar las cosas.

-Parece que el que no lo supera en alguien más en este equipo -Dije, la hostilidad presente en cada palabra-Déjalo así, y concéntrate en el juego.

-No puedo. No totalmente - Acomodó su cabello, con tranquilidad como si no estuviéramos en un jodido juego -Pero ahora quiero hablarlo con más ganas.

-Ya deja de joder.

Centré mi vista de vuelta en el balón, que venía hacia a mí. Retrocedí un poco, estirándome hasta que la golpeé de suerte.

Cayó fuera de los límites. Noté la burla en el equipo rival, y no solo ellos, Oliver incluido detrás de mí. Podía oír su baja risa. Me volteé a él, entrecerrándole los ojos antes de ir por el balón, y dársela al otro equipo.

Joder, que termine esta cosa ya.

- ¿Todavía te gusto?

Antes de siquiera pisar mi lugar de vuelta esa pregunta llegó a mis oídos como cemento. Tiró esa pregunta sin filtro alguno, seco y frio. Entreabrí mi boca buscando gestionar alguna cosa, sin embargo, no salió nada que no fuera balbuceos sin pronunciación.

De nuevo me transporté a viejos recuerdos. El sudor frio comenzó a acumularse en mi frente.

Las risas afiladas y burlonas que sin piedad me hirieron el orgullo, ojos lastimeros viendo todo desde una distancia moderada. Esa noche de San Valentín, hubieron cosas que no volvería a repetir, pensar en el hecho hace que mi cuerpo tiemble de frustración al no haber sido un poco más fuerte. Solo un poco.

Era una gran estúpida con sentimientos románticos por un chico que hace mucho había desaparecido.

Le había perdonado mucho con la esperanza de que el sería mejor al día siguiente, pero aquel fue el punto de ruptura que no podía perdonar más. Era el o mi poca dignidad, y ya no podía perder más algo que era mío y de apoco iba desapareciendo. Él no lo era.

Me enfrente a él, mordí mi mejilla interna con rabia tratando de encontrar algo que calmara un poco esto dentro de mí. Levanté mis manos, quería tomarlo del cuello de su camiseta, y decirle lo jodido que era. Lo asqueroso que era esa actitud tan egocéntrica y perdedora de un bullying. Mi estómago se revolvió con acidez.

Fruncí mi ceño, y arrugué la nariz. Molestia era una clara forma de resumir en palabras suaves lo que sentía por dentro.

Todo lo que sentí ese día humillante enfrente de todos, fue... me hizo sentir como...

Me acerqué a él sin importar que detuviera el juego, el paso sin titubeos era lo único que se escuchaba en el gimnasio, además de murmullos. Me detuve enfrente de su cara a centímetros de la mía, lo miraba de una forma poco amigable mientras que él sonreía plácidamente como si esta fuera la reacción que deseaba con todo su ser de mi parte.

Él, sonreía mirándome tranquilo, con esos ojos oceánicos que me reflejaban a través de él.

-No eres tan especial como te hacen creer-Soplé mi mechón que cayó en mi ojo por accidente - ¿Quién te crees?

Oliver levantó su mano, acercándola de a poco a mi rostro, por un breve momento un viejo brillo destelló en sus ojos, y miró con más atención mi mechón. Supe sus intenciones, y antes de que lograra tocarlo, atrapé su muñeca en mi mano, y la aparté con fuerza.

Frunció el ceño, sin embargo, la relajó en cuestión de segundos.

-Alguien que ya tiene una respuesta.

Abrí la boca para responderle, pero el Sr. Sullivan me llamó la atención, otra vez.

Jodidos todos, todo el mundo estaba enviciado con sacar lo peor de mi hoy.

Me volví a mi lugar, para reanudar de nuevo el juego.

Todo mal hasta ahora, estaba que echaba humo, respiraba y exhalaba tratando de calmarme aunque sea un poco.

Pero como muchas veces hoy la vida atacó, permitiéndose el lujo para que Oliver abriera la boca una vez más en este miserable día.

-En serio, yo quiero disculparme -Tomó una pausa - por rechazarte en público esa vez. Si no lo hacía, ibas a seguir ilusionada con algo que no iba a pasar y...

Ese comentario me enojó más de lo que ya estaba. Apreté mi mandíbula tan fuerte que seguro iba a romper mis dientes, necesitaba descargar esa ira, debía hacerlo si no querían que hubiera un homicidio en este lugar.

O un suicidio.

Vi la oportunidad perfecta al ver el balón venir hacia mí. Esa era la única forma de descargarme, sino, lo iba a ser de otra manera. Era mejor a un balón, que a una persona viva.

Me lancé a recibirla con toda mi fuerza, furia, frustración era una combinación explosiva. Salté para recibir el impacto, sin permitirle llegar a mi lado, le di un fuerte golpe de vuelta. El balón voló a la dirección contraria.

Mis pies tocaron el suelo sintiéndome un poco más descargada, miré la dirección del balón pero contrario a la respuesta de grupo contrario, los dos evitaron el balón como si su vida dependiera de ello, si ellos no lo iban a detener entonces que...

¡Boom!

Un ruido estrepitoso se escuchó en todo el gimnasio, un golpe seco. No tardé en descubrir que ese sonido, era del balón de vóley que había impactado en un chico en las gradas. Un multo de gente se rodeaba en un lugar específico, y sospechaba que ahí estaba la victimo. Digo, la persona. A un lado se encontraba un libro tirado en el suelo, y sospechaba que era de esa persona.

No.

Estaba leyendo tranquilamente sin esperar que una desquiciada le lanzara por accidente un balón de doscientos ochenta gramos de la nada.

¡Y lo lance con toda mi fuerza!

Dios...

El profesor, y algunos compañeros, incluyendo a Oliver, se acercaron al que parecía ser un chico por los lamentos graves, agonizaba de dolor en el suelo tratando de atenderlo.

-Lo siento...-Mi voz murió cuando pensé en la situación.

Yo no sabía que hacer exactamente. Mi mente quedó en un bache totalmente sin ideas. Solo podía pensar en dos cosas ¿Iba o me iba? No sabía, estaba parada en medio de un gimnasio, con un chico agonizando, sin saber qué hacer exactamente. Comencé a desesperarme, y como mi mente no ideo algo rápidamente, mis pies comenzaron por si solos a tomar una decisión que podría afectarme a largo plazo, un camino lento hacia el chico tirado en el suelo.

-Mierda, mi ojo -La voz grave y contundente del chico se escuchó en todo el lugar mientras los demás trataban de tranquilizarlo.

Me detuve a medio camino, viendo como un par de estudiantes se encargaban con primeros auxilios. Mi corazón se aceleró al saber que era la causante, mis manos comenzaron a inquietarse y de repente me sentí mareada por el miedo de estar en problemas.

-Yo...Lo siento. -Musité, pero mi mente estaba desconectada, siendo espectadora al no saber realmente que más hacer, o como proporcionar ayuda. Siempre era al revés.

Observaba el trozo de cabello castaño que se asomaba entre la multitud apenas, llegando a mis oídos otro lamento del chico que trataba de calmarse el mismo. Los aullidos de dolor hicieron que me estremeciera de una pura sensación de Deja Vu, un viejo terror tomando con fuerza mi pecho.

Miré de nuevo el chico cuando mi boca comenzó a tomar aire, desesperadamente, y mi mente se inquietó al punto de obligarme por la fuerza a concentrar para ayudar de verdad.

La enfermería.

Esa era la solución.

-Profesor, iré a la enfermería. Ya vuelvo, ya vuelvo -Dije entre palabras mezcladas, para finalmente correr en busca de una enfermera antes de que siquiera me contestara.

¡Corre, corre!

Salí del gimnasio y busqué la enfermería de la preparatoria. Estaba a unos cuantos pasillos, así que no sería difícil llegar, pero estaba afanada por el latir desenfrenado de mi corazón, que temía caer de nuevo.

No quería que eso sucediera.

Cuando finalmente llegué, las palabras no me salían con total fluidez y tuve que tomarme un tiempo antes de que finalmente entendieran todo y fueran a donde les había indicado.

Cuando vi a las enfermeras desaparecer por el pasillo, caí hacia atrás topándome con la pared y deslizándome hasta llegar al suelo. Traté de calmarme solo un momento. Cuando finalmente lo hiciera, iría, me enfrentaría al chico y le pediría perdón, pero por ese momento tenía que tomarme un tiempo para mí, sentada en aquel piso frio. Y tal vez sucio.

Cuando finamente el miedo pasó, me levanté totalmente débil. Iba en dirección al gimnasio cuando un mensaje de Adamia se interpuso en mi camino, reteniéndome de continuar un solo paso más.

"Te necesito ahora mismo en casa, no me siento bien. Estoy muy mal. Esta mañana no me sentía así, no entiendo que paso. Estaba tratando de esperarte, pero te necesito ahora. Ya pedí permiso a la directora. Y compra una caja entera de Tylenol si puedes, ya ni siquiera puedo ver el teléfono por más de dos segundos para pedir una, por favor"

Me detuve en un dilema, ¿el chico o Adamia? Sabía que no aclarar el accidente me causaría problemas, pero notar el desespero de Adamia me dejaba entre la espada y la pared. Miré de nuevo el mensaje, suspirando, tomé una decisión definitiva. Di la vuelta para llegar al salón y recoger mi bolso.

Esto me traería problemas, lo presentía. Ya lo sentía en mi pecho.

Corrí de nuevo por el pasillo dando al salón. Pero todo se vino abajo cuando una masa humana apareció en mi camino al alcanzar la esquina. Mi cuerpo no frenó a tiempo chocando en el proceso, me tambaleé hacia atrás.

-¿En serio? No pensabas irte antes de encararme ¿O si, Muriel? -La voz firme y ronca llegó a mis oídos como un látigo de electricidad.

Tal vez era paranoia, incluso locura, pero sentí que el chico sonreía detrás de su desconocida voz, aunque no lo miraba a los ojos, tratando de que el mundo dejara de darme vueltas.

Escalofríos.

Fue lo que recorrió mi cuerpo al pensar que era el chico de hace un momento.

Jodida mierda.

***

Hola, Hackers.

Espero que hasta ahora les esté gustando la novela :)

Si quieren escuchen la canción en multimedia, es bonita. Pronto hare una ista de Spotify.

RV Despidiéndose. Bye <3

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