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#9: Corazones sin entrenamiento

#9.  Corazones sin entrenamiento

Las palabras de Davián quedaron clavadas en mi subconsciente por más tiempo del que puedo recordar.

El tacto indirecto de su piel aún bailaba en la mía. Cada actividad que realizaba me recordaba en mayor o menor medida lo ocurrido en el liceo: su voz melódica y llena de timidez, la repentina intensidad que emanaban sus ojos dirigidos hacia mí. Aunque él hizo un esfuerzo garrafal por arrancarse esas palabras y entregármelas con tal nivel de cariño, yo fui incapaz de replicarle de la misma forma y mi silencio fue toda la respuesta que obtuvo.

No podía permitir que mi experiencia con el Cuervo se repitiera otra vez por la inexperiencia de un corazón sin entrenamiento.

Carecía de personas para hablar sobre mi experiencia. Todos mis amigos... antiguos amigos acataron el mensaje y se alejaron de mí en cuanto les puse su primera advertencia.
Sin embargo, mi actitud electrocutada y temblorosa debía hacer más que obvio que extraños sucesos pasaban por mi cabeza cuando alguien pronunciaba el nombre Davián en frente de mí; mis pensamientos empezaban a ¡Davián! interrumpirse y volverse ¡Davián! raros y entonces ¡Davián! no podía pensar con claridad acerca de ¡Davián! nada. Incluso lo veía en las canciones más tristes: estaba en todas partes y yo empezaba a perder la poca cordura que me quedaba.

Tyler estaba aún peor que yo. Contaba los días faltantes con los dedos y sufría contorsiones de pánico cuando mi madre vociferaba sus planes de viaje a todo volumen; la ropa empezaba a quedarle suelta otra vez y se negaba a ingerir cualquier alimento que no fuera arroz o pasta. Yo noté estas actitudes con anticipación y empecé a preocuparme; luego de varias observaciones indiscretas, me percaté de que su tez estaba pálida y los lentes que usaba de vez en cuando lo hacían parecer un muchacho enfermizo de catorce años.

Tal patrón era la clase de comportamiento que exponía antes de sufrir una crisis nerviosa. Temí lo peor, así que opté por levantar sus ánimos llevándolo a pasear a un parque que quedaba a dos calles de casa. Al principio se mostró reacio a la idea, pero Callum lo obligó a obedecerme y acabamos sentados uno al lado del otro en una banca alejada de la multitud que se acumulaba junto a la fuente que no echaba agua desde hacía 15 años.

—No te ves muy emocionado por conocer a tu familia política, Leri —La mayoría de las veces en que estábamos en buenos términos le daba un nombre más original—. ¿Qué te asusta taaanto? ¡De ahí provenimos tu querida hermanita y mi madre!

—Exactamente ese es el problema —admitió y observó con recelo a un perro callejero que se rascaba con pasión a dos metros de él—. Yo sabía que tu madre se vengaría bastante fuerte, pero esto es... ¡horrible y exagerado!

Las copas de los árboles susurraban melodiosos crujidos y el sonido de una carretera cercana rompía la paz que emanaba el rincón. Estaba alejado de los parques, pero aún se escuchaban los gritos de padres e hijos que intentaban divertirse; Tyler a menudo se llevaba las manos a los oídos para escapar de los sonidos fastidiosos que no podía controlar. Mientras que a él le sobresaltaban los gritos lejanos, yo apenas si lograba percibirlos entre el silencio que significaba tenerlo a él al lado.

—Son sólo tres noches y dos días, cuatro si cuentas el viernes que nos vamos; y mi humilde opinión me dice que no es suficiente para lo que te mereces. —dije afinando la voz—. Fuiste muy malo con ella.

—¡Horrible y exagerado! Sumamente... ¡injusto! —empezó a exclamar con su voz de tortuga—. ¡Además..., no dejó ni siquiera que papá me acompañara! Actúa como una bruja sin cozarón...

—Recuerda que es mi madre de quien estás hablando... y es "corazón", Leri, corazón.

—Corazón —repitió, y por el movimiento de su mandíbula, supuse que se mordía la lengua de indignación por su error—. ¡Mi corazón se ha vuelto en mil pedazos con este estúpido viaje!

—Estás dramatizando la situación. —repliqué con voz monótona.

Tyler apretó sus manos una contra otra, aterrorizado, y me observó con el semblante lleno de tristeza (o lo intentó, ya que se le dificultaba mirar a las personas a los ojos).

—¿Dramatizo?, ¿segura?

Sonreí.

—Demonios, mi estómago necesita comida. —me quejé sonoramente—. Tú debes estar peor que yo. ¿No te da hambre?

—No. Cuando estoy molesto no puedo comer nada. Es eso o...

Cerró la boca de golpe y se irguió en el banco, dándome a entender que no estaba dispuesto a dejar salir ese último pensamiento.

Curiosa, decidí presionarlo y sacar algún buen tema de conversación sobre su repentino misterio.

—¿O?

—No es de tu incumbecia.

Expandí los ojos de sorpresa: llevaba dos errores en menos de cinco minutos. El simple hecho de un error significaba peligro; no sabía lo que dos podrían significar.

—Si me dices que estabas pensando te diré qué está mal en esa oración.

—¿Dije algo mal...? ¡Eso es mentira y sólo intentas manipularme, al igual que tu madre!

Me rendí ante su infantilidad enfermiza.

—Aw, no puedo hacerte esto, Leri; es incumbencia, no incumbecia.

Aplastó su mejilla interior con las muelas hasta que su cara se asemejó a la de un pez fuera del agua. Le dije que resultaba desagradable que hiciera eso en público; que sus manías eran tan elegantes como las mañas de un vago. Él, ofendido, dejó de hacerlo y rebeló la intención de su actitud: con niñerías y berrinches, intentaba ocultar el evidente sonrojo que invadía sus mejillas.

—Estás rojo —Cuando intenté pasar la mano por su mejilla se apartó como si mis uñas tuvieran algún efecto venenoso; sobresaltado, se tornó aún más difícil de tratar de lo que ya era—. Bien, hagamos un trato, Leri; si tú me dices qué demonios está pasando en tu cabeza yo te diré que rayos pasa en la mía, ¿es eso suficiente para ti?

Tyler se quedó paralizado, sin habla o movimiento alguno, por casi diez minutos. La única señal de vida que proporcionaba su cuerpo eran los suspiros que de vez en cuando profería con una rabia de origen desconocido. Fruncía el ceño y apretaba ambos brazos contra su pecho; entonces, cuando pensé que se quedaría inmóvil para siempre, los separó de golpe y espantó de un aplauso estridente al perro sarnoso que se rascaba cerca de nosotros. Sentí lástima unos segundos por el animal, pero las palabras de Tyler me sacaron de los divagues.

—Bien, ¡bien...! Pero sólo porque me siento completamente patético por dentro porque no tengo a nadie, ¡a nadie! Con quien hablar —Suspiró de nuevo—, Ve-verás, Anahí... yo... ¡ah, es que no sé las palabras precisas para describirlo!

—Intenta minimizar todo —sugerí—. Eso funciona para mí.

—Mmm... —Mordió su labio con fuerza antes de hablar—. Supongo que conoces a uno de los chicos que trabajan allá, en la finca de tu abuela, que se llama Sebastián.

Temí que la conversación estaba tomando un camino más que interesante.

—Sebastián Tomás. ¡Por supuesto que lo conozco, Tyler! Es como un primo muy cercano para mí; cuando éramos niños solíamos escaparnos y robar cervezas y botellas del vino caro de mi abuela para llevárselo a nuestras tías. Era mi primo favorito, y es mi mejor amigo.

—Lo sé —Abrió los ojos de golpe, como si una oleada de dolor le hubiera nublado la vista—. Sebas y yo estamos en una especie de... de... relación.

—¿Ah?

—De relación amorosa, Anahí. Sebas y yo somos novios.

Dejé escapar el aire que acumulaba en los pulmones. La impresión me impidió la boca, aunque el gesto no hubiera servido de nada, porque él ya estaba excusándose a la velocidad del rayo (quizá por primera vez en su vida):

—¡Anahí, por favor, no te molestes conmigo! ¡Ni siquiera sabía que eran como familia hasta que él me lo dijo hace como un mes! Pero es que... yo no sabía qué hacer y me sentí tan culpable por todo y muy molesto con él. ¡Incluso he faltado a mis clases por él! Y me ocultó eso...  porque sabía que cortaría cualquier relación con él si hubiera sabido que...

—¡Pero, Tyler, cállate! —le corté su discurso tembloroso—. ¿Un mes? ¿Dos meses? ¿Hace cuanto de esto?

—Como... seis meses. —respondió con voz temblorosa—. ¡Lo siento tanto, Anahí! Es que no tenía idea de cómo reaccionarías y sentí tanto miedo y tanto terror de que te molestaras conmigo por esto... ¿no estás molesta, verdad?

—No. Estoy impactada, pero no molesta.

Su  rostro demostró una repentina paz que me hizo sentir un golpe de compasión por él. Podría haberme sentido molesta por su secretismo, sin embargo, era imposible con la cara que tenía en ese momento. La única razón por la que no rompía en llanto era gracias a que estábamos en un lugar público; sus párpados contenían una cantidad enorme de sufrimientos hasta apenas poder con todo. Sus mejillas flacuchas estaban rojas de miedo y ambos ojos cristalizados reproducían el brillo del sol.

—Entonces —dije con tono cauteloso—, tienes miedo a lo que pueda pasar cuando llegues allá, y él te vea.

—¡Tengo muchísimo miedo! —Cerró los ojos para que las lágrimas se acumularan sin terminar de caer—. Yo... yo... ¡estoy aterrorizado!

—¿Y cómo lo conociste, Tyler? ¿Cómo... sucedió esto?

Se acomodó en la banca, incómodo.

—Will también va en el  primer semestre en la misma universidad que yo; cuando llegué él estaba ahí. Yo era malísimo en una que no mencionaré para mantener mi dignidad, así que él empezó a... ayudarme, de cierta forma. Me daba pequeñas clases privadas. Él me pareció —Negó con la cabeza como si las palabras para describirlo se le hubieran escapado de las manos—... Digamos que empecé a fingir que me iba mal en más de una materia para pasar más tiempo con él... porque, va a sonar tontísimo, Anahí, pero tengo una obsesión con su hermosa voz... no puedo contra ella.

—Es muy bonita —confirmé, sobrecogida ante el repentino sentimiento que mostraban sus palabras—. Entonces lo conociste en la universidad... Tyler, ¿y nunca me habías oído mencionarlo cada vez que volvía de la casa de abuela?

—¡Hay muchos Sebastián en el mundo!

—Creo que sólo hay un Sebastián que está bueno y habla bonito y además trabaja en la finca de mi abuela.

Tyler se sonrojó con mayor afinque y se encogió en el asiento.

—¿Por qué tienes que ser tan mala?

—Digamos que ni siquiera te he dicho nada de que me lo hayas ocultado por seis meses, y me dices mala. El malo eres tú —le reproché, pero él parecía perdido en un nuevo ensimismamiento y no me prestó atención—. Entonces... él no sabe que te aparecerás allá.

—No. Si le digo, empezará a presumirle a toooooooooooda tu familia nuestra relación y yo no quiero eso.

—Pero, ¿por qué no?

—¡Porque ya es suficiente ser yo, con lo raro que soy, y agregarle otra cosa aún... más rara! —Sus mejillas estaban casi tan rojas como las de Davián—. ¡Ni siquiera he podido comer por los nervios!

Lo observé con lástima. Era triste decir esas palabras con tanta convicción e intentar hacerlo entrar en razón un acto imposible.

—Si quieres yo puedo plantearlo para que no haya sorpresas...

—¡No, no, Anahí! —Se abrazó a sí mismo para evitar sufrir una contorsión de pánico—. ¡Tu mamá lo sabe, y por eso hace esta clase de maldades!

—Dudo muchísimo que lo sepa...

—¡Lo sabe!

¿Qué era eso que sentía, empatía? La situación me resultaba tan triste, tan enredada... que ni siquiera podía hallarle algún arreglo.

Asumí que el desenlace quedaría a manos del destino.

—Tyler —Me crucé de brazos—. Me alegro de que hayas encontrado a alguien especial para ti, aunque sea mi protegido Sebastián. ¿No crees que ya era el momento de que pasara? Digo, te lo mereces. Desde lo de Jaim, merecías algo de felicidad. Además, Sebastián es un papi. Está rico.

Se mordió los labios para evitar llorar por tercera vez.

—Supongo... sí, sí —Sonrió por inercia—. Ahora, es tu turno.

Bufé desesperanzada.

Guardaba la esperanza de que se le hubiera pasado el trato que hicimos, pero cuando le daba gana tenía la mejor memoria de toda la casa.

—Davián me... gusta, Leri. Me está empezando a gustar muchísimo, cada vez más.

Tyler me dirigió una mirada cruel de «dime algo que me sorprenda».

—¿El chico nuevo que es primo de tu ex peligroso? —dudó Tyler—. ¿El de las pecas en la cara?

—Sí, ese.

—¿Han llegado a algo?

—Más o menos.

—¿Se han besado?

—No exactamente.

—¿Te está empezando a gustar alguien sin contacto físico, Anahí? ¿En serio?

—Sí, Leri. Estoy confundida. Quiero llorar. Este chico me tiene mal, mal, mal.

—¿Desde cuánto tú lloras?

Reí ante su comentario por la ambigüedad de este.

—¿Y a ti, Sebastián? —repliqué alegremente—. Hoy, a la noche, mamá y yo iremos a cenar a su casa para... hablar sobre la posibilidad de que venga con nosotros a la casa de abuela, ¿te gustaría venir, Leri?

Tyler me observó de pies a cabeza, como si se le hubiera escapado algún detalle en mi figura; luego centró sus ojos en los míos con una nueva confusión que me desconcertó.

—¿Cómo es eso de que va a venir? —Parpadeó dos veces continuas—. ¿Cómo es eso de que tú lo invitaste?

—Bueno...

Relaté precipitadamente los sucesos de esa misma mañana; no me explayé en detalles por la simple flojera que conllevaba detenerme a especificar pequeñeces.

Mentí un poco respecto a mi proposición. En mi historia, Davián estaba cómodo y feliz de acompañarnos. Tyler centraba la vista en algún punto de mi barbilla mientras hablaba. La comunicación entre nosotros nunca había estado tan bien: esa fue la primera vez que me sentí cómoda hablando sobre mí con alguien que no fuera Yose, Alejandra o Mirta.

—Bien —empezó a hablar con voz dudosa cuando terminé de relatar—, y, ¿cuál es el problema?

—Davián es primo de Domingo, Leri. Primo, primo de verdad.

Tyler se quedó blanco.

—¿Qué?

—Primos.

—¿Has...? ¡Perdido completamente la cabeza! —exclamó de pronto, y unos chicos que en ese momento pasaban nos miraron con cierta burla. Tyler no les prestó atención y continuó quejándose—. ¿Es decir, si no puedes con uno te vas con el otro? ¿Qué pasa contigo?

—Hey —lo interrumpí—. Yo no conocía a Davián de antes. Apenas lo conocí hace como un mes y un poco más... y... me estoy enamorando...

—¡Pues deja de enamorarte!

—Ya no puedo. No puede retroceder. ¿No ves cómo estoy? ¡Quiero llorar!

—¿Y no se te ha ocurrido pensar que es una especie de venganza? ¿Y nos vas a llevar a su casa? ¿Estás... loca? —Los ojos de Tyler viajaban en todas sus posibles órbitas—. ¡Tú... ayudaste a Domingo a escapar de su casa... y condenaste a esa familia a extrañarlo para siempre! ¡Pensé que tenías otro nivel de inteligencia emocional, pero esto es... estúpido e imprudente!

—¡Yo te lo dije cuando apenas nos estábamos conociendo! ¡Y tú no tenías ningún problema! —repliqué—. Además, ¡mamá no tiene por qué enterarse!

Tyler suspiró para nivelar la potencia de sus palabras y continuó:

—Yo no recuerdo eso.

—¡Estoy cien por ciento segura de que te lo dije!

—No. —Se cruzó de brazos—. Tú dijiste que un chico nuevo era primo de un ex pelirrojo tuyo y que te parecía interesante. Me dijiste que te alejarías de él —dijo afincando cada una de las palabras para reprocharme con mayor fuerza—. Esto... es diferente. ¡Diferente completamente! ¿Qué tienes en la mente?

—Puedo manejarlo.

—Ah, claro, ¿él sabe, Anahí?

—Yo...

—¿Él sabe lo que tú y Domingo hicieron?

Suspiré.

—Lo dudo.

—¡Estás jodida completamente!

Expandí el tamaño de mi boca hasta que me resultó doloroso.

—¡Considero que esto es muy injusto, ya que yo no te reproché nada de tus problemas! —aseveré—. ¡Es sumamente injusto de tu parte!

Tyler negó con la cabeza.

—Esto es diferente... esto sí está mal. Digo, Sebas y yo... esto es otra cosa. ¡Otra cosa!

—¡No, no es diferente! Davián y yo nos queremos, ¿no es eso lo que importa?

—¿Te seguirá queriendo cuando se lo digas? ¿Cuando le expliques que tú le diste el dinero a Domingo para que dejara a su familia desamparada? ¿Cuando sepas que te cogiste a su primo por dos años?

Entonces ambos quedamos molestos el uno con el otro. Yo me crucé de brazos y prometí callar hasta que él se disculpara. Él hizo un juramento similar en su mente. Cuando el aire estaba demasiado tenso, decidí que sería mejor que nos fuéramos de ahí; Tyler entendió mis intenciones y decidió seguirme. La pequeña ciudad, adormilada, apenas demostraba algunos índices de actividad: las tiendas empezaban a cerrar gracias a la hora y las personas empezaban a apresurar el paso para llegar a sus casas. Aunque apenas era jueves, el ambiente lucía tan muerto como el de un domingo.

—Anahí —habló Tyler—. ¿Estás molesta conmigo?

—No.

—¿Estás siendo sarcástica?

—¿Te parece?

Tyler caminaba más lento que yo. Aminoré el paso para darle seguimiento a sus gestos.

—¿Es él como Domingo?

Bufé.

—En lo absoluto —respondí con toda seguridad—. Es muy amable y roza lo tímido. Es un nerd. Y en lo que pude observar, no odia a su familia o detesta sus orígenes. Creo que ya aprendí la lección.

Tyler chasqueó la lengua. Sus pies tenían cierto bailoteo de mal humor. Se había colocado mis audífonos (prestados) y uno de sus oídos me ignoraba; el otro permanecía atento al mínimo sonido extraño que se reprodujera en el aire. Su cabello castaño estaba arremolinado hacia atrás por la leve brisa que lo golpeaba con suavidad y ambos ojos verdosos se mantenían entrecerrados gracias a la miopía que no cuidaba. Aunque odiaba el color café porque le parecía insípido y sucio, llevaba un suéter pesado de ese color que le sumaba dos tallas más de envergadura. Si se analizaba a Tyler con darle sólo un vistazo, era imposible asumir cuánto le importaban las cosas en realidad o qué tan molesto se hallaba en ese momento. Yo no sabía a qué atenerme en ese instante, porque su cara permanecía en un extraño estado de inexpresividad que mostraba pocas veces.

—Iré a la cena —finalizó—. Pero sólo por curiosidad.

—¿Curiosidad? —dudé y aparté mis pensamientos del enigmático Tyler—. ¿Qué clase de curiosidad?

—Bueno, supongamos que haya sido una casalidad muy grande que te hayas encontrado a... este chico, eh... Davián, justo tres meses después de lo que pasó y, bien, que el destino sólo fue un poco cruel contigo. En ese caso, quiero conocerlo.

—Casualidad, Tyler, casualidad.

—¡Eso es como un trabalenguas! —se quejó—. Bueno, ¿qué hora es, Anahí?

—¿Como las seis? —tiré a pegar—. No tengo reloj.
Tyler se vio obligado a sacar el celular de su bolsillo para revisar por sí mismo.

—Son las seis y cuarto —dijo—. Tengo algo así como un mal presentimiento, ¿tú no lo sientes, Anís?

—Sí, Leri —Suspiré—. Espero que no sea nada.

Tyler frunció el ceño, nervioso. Podía apostar lo que pasaba por su mente en ese momento.

Con la mala suerte que tienes tú, Anahí, ¿cómo podrían ir las cosas bien?

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