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#4: Químicos y físicos en la cabeza

#4: Químicos y físicos en la cabeza

«Todo estará bien».

Por más que estudiara y repasara mis apuntes mil veces, el sentido de la química jamás me entraría en la cabeza. Acepté esa triste realidad luego de horas de estudio y reposo para acabar en el mismo estado: vacía.

Las cosas que tuvieran que ver con números no tenían sentido en mi cabeza; lo mío eran los colores, las pinturas, cosas que de una forma u otra resultaban más interesantes que un pedazo de roca radiactivo o que un problema matemático que nadie nunca resolvería.

A veces desearía que el sistema entendiera que hay gente que simplemente no nació para tal cosa.

Los profesores me observaban con reprobación cuando entregaba mis exámenes vacíos. Obviaban que sacaba malas notas porque no me esforzaba para ser mejor, pero la realidad era muy diferente a la que reinaba en sus cabezas: yo estudiaba, estudiaba y estudiaba sin obtener resultados, ya que un pedazo de mi cerebro era incapaz de entender la diferencia entre exponente y dinosaurio. ¿Podía hacer algo al respecto? No, aunque de todas formas me estresaba la idea de no entender.

¿Acaso carecía de importancia cualquier cantidad de horas que pasara con los ojos miopes pegados al cuaderno para sólo darles el gusto de que «al fin me volví inteligente»? Si ellos pensaban que era más importante la respuesta correcta que el esfuerzo apoteósico con el que intenté llegar a ella, entonces era mejor no complacer sus cabecitas ignorantes. Decidí vivir la vida al límite, como uno de esos artistas resentidos que ahora son bastantes populares, limitándome a tomar café frío y a dibujar para la gente que es incapaz de hacerlo.  

Además, leía mucho. Lo único que me gustaba en la vida, además de dibujar, era leer. La lectura era un balde de agua fría en el rostro. Me recordaba que los chicos perfectos están hechos de papel y letras, y que no existe un solo ser humano que carezca de defecto. A través de los libros me abrí a un nuevo mundo aislado de los prejuicios, estereotipos y prohibiciones. Liberándome del mundo de las pesadillas donde todo es pequeño y cerrado, me hice más ligera y me entregué por completo a la libertad.

Las agujas del reloj señalaban las cinco y media de la mañana. Había pasado la noche con los ojos pegados a un libro del que no recuerdo absolutamente nada, pero que de alguna forma me mantuvo despierta toda la noche. Sin embargo, no era difícil adivinar la verdadera razón de mi desvelo.

Era como transportarse al pasado una vez más, una escalofriante sensación de dejá vú en los huesos.

Davián era primo de Domingo. ¿Sería igual a él? No, el aura de Domingo se distinguía por ser el reflejo de la coquetería y el egocentrismo. Se podía que ver que Davián era diferente con sólo compartir un saludo.

Lograría hacer una lista de las diferencias que se apreciaban a entre ellos con sólo darles un vistazo: Domingo tenía las facciones fuertes, duras, de luchador, mientras que Davián era suavecito y sutil como el boceto de una obra de arte; nadie se le acercaba a Domingo por las barreras de advertencias que había levantado, pero Davián pasaría más de la mitad del tiempo solo por una razón diferente.

¿Cómo dos personas tan diferentes podían ser familia?

A veces se me olvida que existen los primos.

El rostro de Davián me hacía sentir mariposas en el estómago. Si los síntomas continuaban, quizás acabaría sonrojándome mientras una leve risa armoniosa se desliza por mis labios perfectos..., sino fuera porque me reía como gallina pariendo y de un momento a otro me di cuenta de que de todas formas no podíamos tener nada.

Primos. Cuando pienso que tengo un poco de suerte, la vida me pone al primo del demonio en el frente.

Las novelas juveniles me mintieron: no, no llegó en medio de la noche a mi ventana para darme las buenas noches; no, no me envió un mensaje sin que yo le diera mi número para coquetear conmigo en la madrugada; no, no me buscó por los siguientes días después de que nos conociéramos ni intentó continuar nada entre nosotros; y, no, me negaba a sentir algo por un familiar de Domingo.

Pero aún así no podía sacarlo de mis pensamientos.

Era una sensación muy similar a la que experimenté cuando me gustó un chico por primera vez. Tenía trece años y no sabía qué rayos me estaba sucediendo, hasta que me atreví a darle un pico para confesarle mis sentimientos de la forma más fácil y primitiva. El chico me miró con asco y empezó a gritar «¡ah, no, me besó la chica que parece hombre de lo plana que está!».

Aunque intenté acomplejarme con comentarios del mismo tipo («¡soy una monstruosidad y parezco hombre!»), mi abuela, con ternura y entendimiento, me cacheteaba a la vez que gritaba escupiendo de rabia:

—¡ERES LA NIÑA MÁS HERMOSA DEL UNIVERSO Y JAMÁS DE LOS JAMASES VAYAS A PENSAR LO CONTRARIO, ESTÚPIDA! Usted, chamita, tiene el cuerpo más hermosos de aquí a Canadá. ¡Si yo tuviera un cuerpo como el suyo me voy a la playa pero con un hilo dental y un bikini a presumir mi belleza!

Perturbador. ¿Quién tendría baja autoestima así?

En otras palabras, desarrollé un mecanismo de defensa más que efectivo: cada vez que me sentía escuálida y ojerosa, me imaginaba a mi abuela en bikini y el pensamiento negativo desaparecía inmediatamente.

Leer en la madrugada era una de los placeres ocultos en mi vida. Por ello, llevaba puntiagudas ojeras bajo mis nubes grises: además de flaca, de mi cabellera negra y piel pálida, también tenía los ojos exaltados cada mañana por un color negro brumoso, como marcas de maquillaje viejo. Lo único que faltaba para acabar el cuadro era la bata blanca y ¡lista! Podía ser la protagonista de La llorona.

Cuando el reloj marcó las seis, decidí que era momento de mover el trasero.

Al trasladar mi cuerpo entumecido a la planta inferior —aún en piyama y con el sueño atrapado en el cráneo— me encontré a Tyler sentado de brazos cruzados en el sofá. Tenía cara de muerto y un terrible olor a sufrimiento flotaba alrededor de él. De vez en cuando, en la época en la que no había exámenes o clases de suma importancia, Tyler se escapaba con sus mejores amigos para divertirse; llegaba borracho a medias, con la camisa al revés y el ánimo hecho un desastre, ya que el alcohol le recordaba que su vida y él eran un desastre. Sin embargo, en ese momento lucía hecho y derecho: identifiqué su mirada de «no preguntes» al pisar el último escalón y ser encontrada por sus ojos verdes.

—¿Noche difícil? —inquirí ignorándolo—. Estás como si un gato hubiera bailado en tu cabeza, Tyler.

—No fue un gato... —murmuró—. Fue Mónica.

Zanjé el tema con cara de asco.

Aunque ese día me tocaba cocinar, mis manos eran tan buenas con la comida como lo eran con la clase de química. La última vez quemé las arepas y comimos cenizas de harina de maíz. A Tyler, como cualquier niño mimado, le encantaba comer completo y sabroso todos los días, por lo que arrebató la bolsa de pan entre mis dedos mantequillosos y empezó a cortar las rebanadas por sí mismo.

—Mejor para mí —le dije con tono odioso. Si seguía de esa forma, mi mamá jamás confiaría en mí para permitirme ir a la universidad sin necesidad de vivir con Tyler.

—Mejor para todos.

Tyler hablaba pausado, como si de niño se hubiera quedado atrapado en la narración de algún cuento infantil. Además, poseía el acento extraño de los gringos; apenas si podía pronunciar la r luego de casi diez años entre nosotros, así que ya asumió que nunca lo haría. Hablar con él era una tarea más que fastidiosa; era irritante, horrible, exasperante y todas cosas que terminen en «te». Yo disfrutaba de la velocidad y de que la conversación se diera sin demasiadas pausas, pero él era la encarnación humana de lo que pasaría si una tortuga se volviera poeta.

Como pueden leer, él y yo éramos... diferentes.

Mi mamá siempre decía cosas como «sé como Tyler, él es perfecto». Pero, aunque la envidia que sentía por su inteligencia a veces colocaba brumas sobre mi pulcro raciocinio, la opinión común era la siguiente:

Tyler era una alfombra. Seguía las indicaciones de su padre al pie de la letra. Estudiaba lo que su padre quería, decía lo que su padre deseaba e incluso salía con quien su padre le ordenaba. Aunque él se esforzara por ser el hijo perfecto, Callum nunca acababa de estar conforme con el hijo que el destino le mandó y, para mi horror, Tyler jamás mostraba resistencia a sus exigencias. Lo que alegaba ser un ejemplo para mí, se sentía defectuoso y falso: nadie conocía la verdadera identidad del muchacho que se escondía tras los regaños de su padre.

En realidad, es algo triste lo que le tocó vivir.

Mantener las expectativas del alrededor no es fácil. Ser una expectativa viva de los sueños de tu padre, menos. Sumando que Tyler poseía ciertos rasgos que lo hacían ser diferente a lo común, su mente era un espiral de inseguridad que parecía no tener fin.

La adolescencia de Tyler, más que una etapa de descubrimiento, fue una celda.

Yo, Anahí Brigette de los Ángeles, jamás sufrí demasiado por lo que mi mamá pensara de mis acciones. Soy una desesperanza viviente: torpe, bruta e inservible en muchas cosas. Ni siquiera intentaba ocultarlo, qué flojera, y el que estuviera a mi lado tenía que calarse mi personalidad de gato cabreado.

Eso incluyendo a los chicos sexys.

Y a las mejores amigas con personalidades perfectas.

Mamá desconocía mi pasión por el dibujo. Era un secreto que no me atrevía a contarle antes de que pensara que mis planes de vida se resumían en ser una artista frustrada sin un céntimo en la cuenta. De todas formas —aunque le ocultara a ella las cosas en que de verdad era buena—, cuando prefería a Tyler primero que a mí por ser más talentoso e inteligente, un sabor amargo me cubría la garganta.

¿Quién me entiende? Nadie, ni yo me entiendo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un gesto de molestia de Tyler. Dirigí mi atención hacia él, sin saber el porqué de su mirada acusadora, hasta que me percaté de que ya me había comido —sin la menor intención— la mitad del queso que estaba colocado en la encimera.

—¿Cómo es que estás así de flaca? —preguntó en un escupitajo de fastidio.

—Es genético.

Tyler asintió sin convencimiento y continuó en la complicada tarea de colocar los sándwiches en el tostador sin quemarse el dedo. Yo ya tenía el índice lleno de cicatrices circulares por mis intentos fallidos.

—Algo te está preocupando. —Su voz de lírico aburrido se tornó seria por unos instantes; se obligó a hablar un poco más rápido y claro, ya que a veces se me hacía difícil entenderlo—. ¿Pasó algo ayer?

—No, sólo amanecí viva —murmuré—. No, mentira, es que tuve un día difícil y cuando eso pasa me pongo depre.

—¿Tiene que ver con el innombrable?

Mi mirada asustada le dijo todo. Tyler asintió con semblante de estar harto de mí y mis problemas existenciales.

¿Quién no odiaría a alguien así?

—Deberías empezar a superarlo —dijo con el tono de estar ordenándome algo—. Lo de Domingo. Ya han pasado casi seis meses desde que desapareció, ¿no?

—Cinco meses y veintidós días —respondí por inercia, recibiendo una mirada asustada de su parte—. Estoy enferma. No puedo superarlo. Cada vez que es domingo me recuerdo de él. Y como ayer fue precisamente domingo...

Tyler me miró con sendas pepas en los ojos.

—Ayer fue jueves.

Ah.

—Pregunto, ¿te gusta sufrir? —inquirió, de vuelta a su egocentrismo natural—. ¿Por qué no te consigues a otro? Es que, Dios, hay millones de hombres mejores que él, y tú matándote por uno que te maltrató por tanto tiempo...

—Ah, es que de eso quería hablarte.

Tyler se volteó hacia mí: sus ojos verdes apenas expresaban algo que no fuera fastidio o mínima felicidad, aunque en ese momento estaban brillantes de curiosidad. El tinte empezaba a corrérsele del cabello; varios mechones se veían más claros que el resto, como las canas de una cuarentona.

—¿Qué pasó ahora?

Juro que consideré decirle la verdad por un segundo; sin embargo, ¿qué opinaría de mí al saber que estaba cayendo otra vez, pero de forma consciente, en el mismo problema?

—Bueno, sí, es un chico.

Here we go again.

Coloqué los ojos en blanco. Ni idea de lo que dijo.

—Bueno..., es primo de uno de los novios que tuve antes del... innombrable. Y fue un poco incómodo. Pero es ¿lindo? y me gustó. —Qué ágil para decir mentiras, Anahí—. Me... gusta, ¿no sé? Es extraño estar en esto. Es extraño empezar a superar a...

—¡No lo nombres!

—Bueno, a ese, ya tú sabes.

—¿Tuviste otros novios antes de él? —inquirió, mirándome confuso. En su cara pálida se veía a leguas que había captado mi repentino nerviosismo sin fundamento—. ¿Sabes? No te creo.

—Pues, sí —No era del todo falso; tuve varios novios de una semana antes de chocarme con Domingo—. ¡Claro! ¿No te recuerdas del chico pálido, pelirrojo y bajito que vino una vez...?

Asintió sin convencimiento.

—Bueno, es primo de ese. Pere este está más bueno —Sonreí como estúpida—. Tiene pequitas.

—Ay Dios, qué problema contigo y las pecas.

Ignoré su comentario.

—No lo sé, el chico, Dav...id me pareció interesante. ¿Tendría alguna importancia que yo... hipotéticamente... saliera con él aunque fuera primo del... otro? Se supone que tú sabes de eso, ¿no? Luego de lo que te pasó con Jaim, debes ser todo un experto en esto.

Tyler se lamió los labios agresivamente al escuchar la mención de su ex más emblemático, Jaim. Supongo que él también llevaba una cruz en los hombros.

—Cuanto veneno en un comentario, Anahí —masculló. Noté que apretó con tanta fuerza la salsa de tomate que se le había desparramado a lo largo de todo el plato.

Aterrador.

—¿Cómo quedaste con el otro? —preguntó con la voz temblorosa, inquieto por desviar el tema. Jaim era su debilidad.

—M... mal, supongo. —contesté, aunque debí decir «como la mierda». Pero quería dejar las malas palabras, a ver si un día de esos Dios me regresaba a su camino—. Pero eso no importa, quiero saber qué sucedería si resulta que, por ejemplo, voy a una fiesta con él y resulta que casualmente está mi ex por ahí, y son primos. ¿No es raro?

—Creo que todo está mal en esa historia, Anahí.

—¿Te estoy pidiendo una opinión personal?

—¿Por qué respondes con un comentario evasivo a todo? —Rechistó con la lengua, fastidiado—. Debe ser horrible eso de estar a la defensiva todo el tiempo, como si el mundo fuera tu enemigo.

«Es que el mundo sí es un enemigo, Tyler, sólo que tú no te has dado cuenta».

—Precaución. —dije como toda respuesta. ¿Para qué gastar el tiempo explicándole mis razones?

Él frunció el ceño, extrañado, pero no agregó nada más.

Tyler esperaba pacientemente la alarma de la tostadora para indicar que el pan estaba listo. Por otro lado, yo movía mi pierna en un constante tic sin poder esperar para obtener una respuesta.

—Estás ansiosa —comentó de repente, en uno de esos momentos donde sólo se escuchaba mi pie chocando contra el piso.

No digas algo cruel, no digas algo cruel, no digas algo cruel.

—Pero es que vine a pedirte ayuda, y no me dijiste nada acerca de lo que te pregunté. Se supone que tú tienes más experiencia, no sé, ¡dime algo!

Tyler me dirigió una mirada curiosa.

—Es que te vuelves un ocho con estas cosas, ¿verdad? —Suspiró sonoramente—. No tengo nada que decirte, después me echas la culpa a mí como la última vez.

—¡Yo no te culpo de nada!

Tyler se alejó de la cocina para matarme con la mirada. Y digo matarme porque sus ojos parecían acuchillarme con cada vistazo resentido.

—Cuando te dije que Domingo era malo, que no era bueno para ti, ¿me hiciste caso?

No.

—Y luego lo metiste en mi departamento para ayudarlo a escapar, y me quitaron el piso por esa estupidez. ¿Me hiciste caso en ese momento?

No...

—Tuve que salir de clóset obligatoriamente para desviar la atención de ti, aunque él no me gustara en lo más mínimo, porque de otra forma tu madre era capaz de regresarte a ese pueblo extraño de donde ustedes vienen y, antes de que tu abuela saliera con la escopeta a perseguirte por todo el campo, yo preferí hacerte ese favor. ¿Me agradeciste?

No.

Tyler agarró aire profundamente.

—Y luego de todo esto, ¿qué me dijiste? Yo nunca te pedí nada. —Cerró los ojos con fuerza—. Jaim pensó que lo estaba engañando con Domingo y me dejó. Y... todo por ese tipo que al final ni siquiera se despidió de ti.

Regresó su mirada penetrante hacia mí con la furia renovada.

—Tienes que corregir muchas cosas acerca de ti antes de lanzarte otra vez a una relación. No estás lista.

—¡Que no estoy lista! ¿Quién te crees tú para...?

—¿Ves? Ni me prestaste atención.

Entonces me dio la espalda por completo y no volvió a dirigirme palabra en el resto del día. Sólo lo escuché murmurar una maldición, cuando, al parecer, también se le quemaron los panes en el tostador: los sostenía en sus manos con cara de tragedia y las manos enrojecidas por el calor. La alarma, tan rebelde como todos los habitantes de la casa, se había negado a sonar.

Hasta a Tyler se le quemaban los panes de vez en cuando.

***

Qué mal que lo único que me venía a la cabeza cuando tocaba la hora de física eran dos cosas: Davián y el problema que lo rodeaba a él. Y eso que sólo habíamos hablado como tres veces. Concluí que lo que me sucedía era lo siguiente: no lo quería cerca, pero al mismo tiempo anhelaba tenerlo frente a mí.

De una forma u otra, no pude pensar en algo más durante el examen de química o de física, ya ni sé.

Para empeorar la situación, Mirta estaba sumamente feliz de hablar, hablar y hablar en mi oído porque ella si podía hacer varias cosas al mismo tiempo. La profesora nos mandó a callar cuatro veces, pero a ella parecía no importarle en lo absoluto.

Recibí el examen con la cabeza gacha.

Reprobada, otra vez. Y, además, tenía que sonreírles a los Nadie porque todos ellos habían sacado más de 15 mientras me repetían una y otra vez ¡pero si estaba muy fácil!

Al salir de clases rompí el examen en varios pedazos y lo eché a la basura con una efusividad un poco exagerada. La vergüenza y el odio hacia mí misma me hicieron olvidar a Davián por varios minutos, hasta que, sin previo aviso o llamado, se plantó frente a mí mientras me dirigía a la cantina para comprar un refresco o, ¿quién sabe? Quizá un caramelo o un pedazo de torta.

—Davián, ¿puedes dejar de hacer eso? —mascullé, molesta, a la vez que arreglaba un mechón de cabello tras mi oreja que se había soltado luego de mi sobresalto—. Siempre te apareces de la nada y me asustas mucho...

—Lo siento por eso —se disculpó con sinceridad. Me fijé en su uniforme: la camisa beige le quedaba un poco suelta y usaba un suéter pegado al cuerpo para disimular el tamaño de esta—. Te ves apagada, ¿te pasó algo?

Claro, hoy todas las personas saben cómo me siento.

—Me pasó la vida. La vida es un puto asco.

Sutil.

Davián frunció el ceño en mi dirección. Aunque había cierta confusión en su semblante, creo que se estaba acostumbrando a mi enrevesada forma de ser.  Se pasó una mano por el cabello para luego dirigirme una mirada de compasión acumulada que me pareció innecesario. Uy, no, dar lástima es un asco. 

—¿Por qué crees eso?

¿Le digo o no le digo?

—Que me va a quedar el año si sigo así —admití—. No sirvo para nada de esto, ya sabes, nada que tenga que ver con estudiar. Mi cerebro es muy flojo.

Davián parpadeó en mi dirección, confundido. Creo que lo estaba asustando.

—¿En qué materia tienes problemas? —preguntó con el ceño fruncido—. Apenas va empezando el año, nada es demasiado grave al principio.

—Es que ése es el problema, en todas las materias me va horrible, los profesores me odian, la vida me odia —concluí, dramática, pero sin soltar lágrima.

Davián bufó profundamente. Pensé que se reiría en mi cara, pero, en vez de reaccionar como la mayoría de los casi desconocidos harían, se encogió de hombros con una sencilla mueca de entendimiento en el rostro.

—Creo que puedo ayudarte —se ofreció de la nada—. Tengo tiempo libre y tú, tú me caes bien. Tú me dices cuándo y yo te puedo ayudar.

—Ja, ¿es en serio? Creo que no tengo salvación, Davián, mejor quédate en tu casita durmiendo.

—Muy en serio. Sólo dame tu dirección o dime dónde nos encontramos y te puedo guiar con las tareas para que vayas aprendiendo. 

Este papuh no se anda con frenos ah.

—No creo, es que yo soy muy lenta...

—No hay nada insalvable en este mundo. En serio.

Sonreí con todos los dientes, radiante de asombro.

¿Qué demonios? ¿Era ese un atisbo de luz en mi vida? ¡Rayos! ¡Se sentía bien! Me enamoré de la felicidad que me invadió por unos segundos; era una ola de emoción, un vientecito agradable al estilo de la Rosa de Guadalupe que me hacía sentir plena e infinitita.  Davián me encantaba, ¡me encantaba en serio! La forma angulosa de sus cejas, su carita de bebé, los ojitos tímidos que hacían todo lo posible para no mirarme...

Pero... ¡qué importa si es el primo del Cuervo! Al diablo el Cuervo, no dejaré que su presencia me molesté nunca más en la vida.

—¡Gracias!

Lo envolví en un abrazo impulsivo para continuar con la emoción del momento. Su cuerpo de antena telefónica me recibió con un agradable calor veraniego. Él ni siquiera se molestó en devolvérmelo: sólo era una de mis locuras momentáneas, como ya había aprendido.

«Todo estará bien».

***

Hola >.< Gracias por leer.

¿Qué opinan de la historia? Todo comentario u opinión es aceptada <3.

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