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#24: Equilibrio (~Día 4~)

#24: Equilibrio (~Día 4~)

La tía Corcho se encargó de abrir el garaje con una de las llaves robadas del cenicero. Después de forcejear con el viejo candado por lo que pareció una eternidad, logró apartarlo con sus dedos hechos carne viva, y entonces nuestra misión de atraco dio comienzo con éxito.

Cuando la puerta de madera envejecida se hizo paso entre las toneladas de polvo que cubrían el suelo, se levantó una nube que hedía a abandono y putrefacción; el olor se metía en las fosas nasales como la misma muerte y, para el espanto de Will, Davián y yo, parecía ser que la parca también se había atravesado en otros lugares; el piso podrido, el techo decadente, las viejas herramientas de mi difunto abuelo regadas por todos lados como un pasadizo a la perdición, espeluznantes sábanas con estampados de frutas y flores cubriendo cajas de dudosa procedencia. Sólo existía un objeto que resaltaba en el espantoso lugar como un faro de luz y esperanza: la motocicleta de mi abuela, el único artilugio de ese lugar que ella mantenía impecable; estaba ubicado en el centro de la habitación, como una estatua sagrada colocada sobre un tajo de piso igual de pulcro, con cada uno de sus componentes limpios y deslumbrantes. Me acerqué a ella pensando con pesadez que, a pesar de que cada día, sintiéndose descompuesta o cansada, abuela se levantaba a pulirla con la poca fuerza que conservaba en sus brazos, ya la moto empezaba a envejecer al igual que el resto de la casa, como si la esencia del hogar se desvaneciera al mismo tiempo que ella.

─Lo único valioso que abuela conservó de abuelo ─murmuré a tía Corcho con un profundo dolor en las costillas producido por el desconocido corazón tembloroso que martillaba contra mi pecho─. A parte de la casa, supongo. Pero a él nunca le importó la casa, le importaba esta cosa inmunda, más que su miserable vida triste y pobre.

─Ese viejo te quiso más a ti que a todas nosotras juntas, Anahí ─respondió ella─. A nosotras ni siquiera nos dejó tocarlas nunca, y a ti te dejaba ir con él en cada una de ellas, como a su primogénita. Era como si hubiese vuelto a la vida contigo sobre esa cosa y, sinceramente, creo que le gustaba más el hecho de estar contigo en ella que la moto en sí misma.

─Lo extraño tanto ─susurré, cabizbaja─. En paz descanse mi viejo.

Davián, incómodo como de costumbre, colocó una mano dubitativa sobre mi hombro. Al sentir su tacto sobre mí, viré la cabeza para enrollarla en su brazo, a lo que él respondió acercándose con más confianza. Compartimos una mirada cómplice con pequeñas sonrisas de quienes acaban de descubrir algo maravilloso en la mirada del otro.

─Bien ─Will zanjó el momento con su voz seca y rigurosa─. ¿Tiene gasolina, para empezar?

La tía lo observó como si se tratara de un monstruo.

─Sí, tiene ─Suspiró─. Mamma a veces la prende y va en ella a comprar y tal. Así que sí, tiene.

─Entonces sólo es cuestión de que Davián y yo nos vayamos ─De repente, me sentí ansiosa y pequeña, las manos me sudaron y palidecí. Apenas calmándome con una respiración profunda, agregué─: no tengo nada de miedo.

Davián sostuvo mi hombro en una muestra silenciosa de apoyo.

─No tienes por qué. Todo irá bien.

Sonreí sin que nadie se percatara del todo, ya que permanecía arrodillada sin levantar los hombros o la mirada.

─Tienes razón, supongo.

La tía Corcho hizo un sonido grueso y profundo para llamar nuestra atención, como a los perros. Levanté la mirada y la clavé en ella no sin cierta molestia.

─¿Qué?

─¿Desde cuándo ustedes son cómplices?

─¿Cómplices? ─repetí, confundida.

La tía se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

─¿Tú conducirás? ─preguntó Davián con los ojos abiertos de par en par, mirándome como si le diera fatiga de existir─. ¿Sabes cómo hacerlo?

La tía Corcho rió para sus adentros.

─Mira, chico ─Aclaró su voz haciendo uso de su más afilado ser─. No es momento para que saques tu masculinidad débil, porque necesitan irse ya y regresar antes de la cena, porque si no lo hacen, estarán muertos; yo misma me aseguraré de degollarlos con las manos, pero no lo suficiente para que mueran y no puedan sufrir.

─Listos antes de la cena ─coreé, firme─. Listo. Vamos, Davián. ¿Las llaves?

La tía Corcho sacó de su bolsillo un llavero que llevaba adherido también al rústico alambre un destapador de botellas y una navaja sin afilar con aspecto avejentado. Lo dejó caer en mis manos sin cuidado. Al sostenerlo, lo agarré como si de cierta manera fuera el puño de abuelo, y me sentí segura.

Davián y Will sacaron la moto de la alfombra sin cuidado. Cuando me monté en ella, se sintió extraño. Tenía mucho tiempo sin pretender conducir alguna y, como si los recuerdos se estrellaran contra mi cara a la velocidad de un viento torrencial, vi frente a mí las veces que Domingo y yo habíamos conducido su motocicleta con tanta emoción que parecíamos niños saltarines y curiosos probando un juguete nuevo. Pensar en Domingo y cada una de las características que tanto me enamoraron de él sólo hicieron que la idea de tener que reunirnos para una despedida definitiva se hiciera aún peor, y de repente, sentí un miedo que me revolvió el estómago y provocó que sudara incluso más de lo que el calor del garaje provocaría en cualquier otro momento. Ni siquiera al montarse Davián y lucir perdido atrás de mí me sentí en control, porque lo único que había en mí era miedo tajante y poderoso. Suspiré en un intento de calmarme, profundo, varias veces, pero sólo cuando Davián habló me despabilé.

─¿Y los cascos?

─¿Cascos? ─Bufé─. No hay. Agárrate bien, Davián.

La tía Corcho sonrió con crueldad ante la clara expresión de espanto de Davián.

─¿Dónde se van a encontrar? ─preguntó la tía utilizando su expresión lobuna de manera amenazante.

─En las habitaciones que Jaim alquila en La China ─contestó Davián en mi lugar─. Realmente no es tan lejos de aquí, es la primera civilización que se ve al atravesar la estatal, y solo habría que cruzar, es realmente cerca.

─¿Has estado aquí antes? ─inquirió la tía─. Eso es información muy específica.

Exhalé con cansancio luego de una encogida de hombros.

─Eso no importa ahora, podrás hablar con Davián cuando regresemos, tía ─Encendí la motocicleta con un rugido del motor─. Bendición.

─Sólo me pides la bendición cuando quieres hacerme sentir vieja, narizona.

─Estás vieja ─corroboré─. Pero eso definitivamente no afectó tu razonamiento de adolescente. ¡Adiós, Will, y gracias por estar tan callado!

Will hizo un pequeño gesto de despedida con los dedos antes de que Davián y yo emergiéramos por el portón abierto del garaje como si nos persiguiera un demonio hambriento. Davián dio un sobresalto por la repentina salida y se tomó de los costados de la moto por instinto, lo que irremediablemente me hizo sonreír con la boca cerrada. La inquietud de no llevarnos a la muerte inevitable me hizo concentrarme en el manejo como nunca me concentraba en las matemáticas y, de esa forma, Davián y yo salimos del pueblo para encontrarnos en una desolada estatal. El corazón me palpitaba en los oídos a la velocidad del viento y me sentía tan bien que lo que antes borboteaba en mi estómago en forma de miedo y pánico ahora se resumía en una concreta y deliciosa libertad que no sentía desde los tiempos en que yo y Domingo hacíamos lo mismo, pero sobre la lujosa motocicleta que su padre le renovaba cada año por cuestión de su cumpleaños y que él odiaba como si se tratara de una extensión de la correa del viejo desgraciado, aunque sí que era un buen escenario para hacer otras cosas más explícitas después.

No supe cuánto tiempo transcurrió desde el momento en el que salimos de El escondite de las rosas hasta que llegamos a la pequeña ciudad a la que Davián se había referido antes, pero el sol ya quemaba en la piel como si alguien nos estuviese dando latigazos con una espátula en llamas en los hombros y calculé que rondaba el mediodía. Disminuyendo la velocidad, dimos vueltas discretas alrededor de la pequeña plaza principal para intentar cubrir el hecho de que dos niños sin licencia ni edad suficiente conducían una motocicleta en peligro de caerse a pedazos en cualquier momento; cuando Davián visualizó lo que su memoria recordaba como el camino a la habitación alquilada de Jaim, me lo señaló con el dedo extendido y me disparé hacia el lugar con una dosis de adrenalina burbujeante en el sistema.

Habíamos avanzado muy poco en el momento en que Davián me dijo que me detuviera. Al bajarse él de la motocicleta con un notorio calambre en el trasero, me percaté de que nunca en mi vida había sentido una emoción similar: era como la colisión catastrófica de dos meteoritos contra la tierra para extinguir a los dinosaurios, pero simultánea y letal y yo en el lugar de los dinosaurios sin ningún lugar al que correr. A los pocos segundos de sentir que hiperventilaba y que perdía el control de mis manos, bajé de la moto y perdí la conexión con abuelo. Guardé las llaves con las manos temblorosas y percibí el sonido del alambre en el bolsillo de mi pantalón como un choque en los oídos; suspiré, enderezándome, sin percibir ni mi propio aliento ni el rebotar de un corazón en el pecho, y concordé con mis demonios internos al ellos pensar que era incapaz de odiar a Domingo, porque sí, era incapaz. En cuestión de pocos movimientos lo tendría al frente, y lo abrazaría y besaría como nunca lo había hecho antes, porque recuperaría a mi joya perdida por un ínfimo instante que valdría millones. Le dirigí una mirada culpable a Davián a la vez que suspiraba y veía como él procedía a tocar la puerta con el puño.

─¡Domingo! ¡Soy Davián! ─gritó con una voz agresiva que nunca había escuchado en él─. ¡Ábreme!

Mi pecho iba a explotar. Abrí la boca para respirar mejor, pero era como si la muerte me ahorcara con sus propias manos. En un intento fallido de recuperar la respiración, dirigí la cabeza a las rodillas y exhalé varias veces. Davián, como si entendiera mi situación de pánico, colocó su mano en mi espalda y examinó si me encontraba bien colocando su cara a la misma altura que la mía. No tuve tiempo de hablar para decir que nos fuéramos rápido para formar parte de la más amplia definición de fracasados, porque la puerta se abrió mucho antes de que pudiera evitar hacer contacto visual con la persona que se hallaba frente a mí y marcar el momento definitivo en que seríamos obligados a actuar.

Como un acto automático, me enderecé. La sensación de estarme ahogando disminuyó en cuestión de nada. Resulté sentirme carente de expresión y emociones, vacía. Davián apartó su mano de mi espalda y, de repente, lució mucho más alto de lo corriente a mi lado. Le dirigió una mirada de familiaridad a Domingo y, una vez más, me sentí sucia. Apreté los puños contra los bolsillos de mi pantalón con una furia que crecía al echarle más y más gasolina al fuego dentro de mí con los pensamientos que me gritaban que lo cacheteara, pero, como si mis pies hubiesen hecho raíces en el suelo, me quedé tiesa, sin un solo movimiento ni plan que ejecutar.

─¿Qué haces aquí? ─me habló, rompiendo el silencio─. ¿Qué hace ella aquí? ─se dirigió a su primo al no obtener respuesta de mi parte, observándonos con un impacto similar al mío en sus ojos cristalizados.

─Vine a buscar lo que me pertenece ─murmuré con la boca apretada y al mismo tiempo sin control─. Dámelo.

─¿A qué te refieres? ─inquirió de inmediato con la cara fastidiosa que utilizaba cada vez que quería molestarme y sacar lo peor de mí.

─No te creas el más inteligente del universo ─repliqué en una formulación inconsciente de palabras─. Cometiste un error muy grande al pretender robarme, Cuervo.

─Yo nunca pretendí robarte, Brillito ─Me sonrojé con fuerza al escuchar el apodo en su boca. Al sentir que cumplió su objetivo de avergonzarme y hacerme sentir pequeña, se apoyó en el marco de la puerta con expresión triunfal─. Yo nunca pretendí hacerte ningún tipo de daño.

─Rompiste conmigo por teléfono cuando teníamos tantas cosas que resolver y debiéndome tanto ─repliqué colocando énfasis en cada palabra, tan molesta que sentía la vista nublada y los dientes temblorosos─, ¿eso no es hacerme daño?

─No ─contestó como si tuviese la respuesta preparada hacía mucho tiempo, y me señaló con un dedo extendido a medias─. Hice lo correcto para ti; debíamos separarnos, hicimos todo lo que teníamos que hacer cuando lo debimos hacer. Todo fue perfecto, ¿por qué arruinarlo con mis problemas y mi situación cuando tú pudiste haber continuado siendo feliz con otra persona? No era necesario; quería ser un buen recuerdo para ti, no uno traumático que te hiciera sufrir.

─¿Arruinarlo? Tenías todo mi apoyo, todo mi amor. ¿Por qué tenía que estar todo perfecto para que se diera bien?

Domingo mantuvo su irritada mirada fija en mí por un instante que hizo que una silenciosa lágrima de indignación cayera sobre mi rostro y, entonces, miró a Davián con aburrimiento.

─¿Por qué estás aquí?

─Vine a cumplir con mi parte ─dijo, calmado, a lo que Domingo bufó.

─El trato era que esto no sucediera ─siseó con gravedad─. Olvídate de tu parte y vete de aquí.

Davián frunció el ceño y observó a Domingo con indignación.

─¿Qué? ─soltó como si lo hubiesen golpeado en el estómago─. No puedes simplemente olvidar lo que acordamos porque te encontraste con Anahí. ¡Yo la traje hasta acá!

─Lo cual es exactamente lo que te dije que no hicieras, ¿en qué parte eso te ayuda a salir mejor?

Davián enrojeció de cólera.

─Hice lo que tú no pudiste hacer por tu cobardía ─objetó él con las palabras afiladas previamente en su lengua.

─¿No sientes ni un poco de asco hacia ti mismo? ─refutó Domingo─. Se supone que estás de luto porque la novia que tanto amabas murió hace unos meses, pero mira, parece que lo has superado con éxito.

Fue como si Domingo le inyectara una droga delirante a Davián con sus palabras. Davián se lanzó encima de él y lo agarró por el cuello de la camiseta, a lo que Domingo respondió con un empujón fuerte que lo propinó contra el suelo seguido del estruendo de su cuerpo marchito derrumbándose. Con el corazón acelerado, me dirigí a Davián para ayudarlo a colocarse de pie; su nariz sangraba y respiraba agitado como una bestia enloquecida.

─¡Eres un cobarde, Domingo Cuervo, y siempre lo has sido! ─le gritó, y, aunque intenté detenerlo diciéndole que ya no importaba, que nos fuéramos antes de que empeoraran las cosas, él se exaltó tanto con la alusión a su novia muerta que era incapaz de escuchar mis ruegos─. ¡Crees que porque tienes una familia rica y poderosa vas a tener el mundo en tus manos, pero adivina qué! ¡Cuando no tienes dinero, no eres nadie, no vales nada! Ya quiero verte intentar salir por tu cuenta, cuando tuviste que pedirle a tu novia para lograr una salida, y ni así lo logras, porque eres un fracasado frustrado que no tiene nada, un bastardo totalmente, un niño abandonado a su cuenta por sí mismo.

─Cállate, Davián ─Domingo le escupió con la mirada─. Solo estás molesto porque fuiste incapaz de salvarla. ¡Yo te ayudé! ¿O no? ¡Cuéntale a Anahí por qué tuve que pedirle dinero! ¡Dile!

Davián estaba a punto de llorar en mis brazos. Miré a Domingo con odio, como nunca había mirado a nadie, con el aborrecimiento y el asco más grande que alguien como yo, que lo amaba y deseaba más que a nada en el universo, pudo haber formulado. Me aferré a la camiseta de Davián con los puños apretados y lo enfrenté con sensatez.

─Sólo vámonos, Davián ─le susurré con la voz juiciosa de la que rara vez hacía uso─. Es lo mejor.

Sin embargo, él mantuvo la vista fija en Domingo. El Cuervo alzó una ceja, retándolo con una feroz expresión de superioridad que lo hizo regresar a mí con una mirada tan blanda que no podía ser otra cosa que una disculpa por lo que estaba a punto de confesar frente a nosotros.

─Estaba enferma, moriría pronto ─destrabó la lengua, destrozado─. Moriría y yo no podría hacer nada porque ni yo ni su familia teníamos el dinero suficiente para su tratamiento. Y se lo pedí a él, porque siempre ha sido mi única salida, desde que éramos niños siempre fue así, es como una costumbre: siempre iba a él o a su madre y todo se resolvía. Y él...

Davián me observó.

─¿Él qué? ─pregunté, soltando el agarre con que pretendía protegerlo de algo inexistente.

Apoyó el codo en el suelo, incorporándose sin mi ayuda. Se pasó una mano por el rostro para eliminar la sensación de la sangre seca sobre su piel mientras hablaba.

─Él me dio la mitad de lo que reunió para pagarte ─contestó─ para poder hacerle la cirugía a Luna. Era más que suficiente, y le dije que se los devolvería en cuanto pudiera reunirlos. Pero entonces Luna murió en la cirugía, y yo... yo... perdí todo en ese momento, no podía trabajar, no podía pensar.

─Luna y yo éramos como hermanos, así fue como Davián la conoció, por mí ─me aclaró Domingo─. Antes de estudiar en ese colegio miserable donde te conocí, yo estudié en el San Antonio unos años, ya sabes, antes de todos los problemas que tuve ahí. Fuimos amigos de niños los tres. Éramos como familia.

─Esa cirugía era la única salida ─masculló Davián─ pero ella murió de todas maneras, y entonces todo lo que hicimos no sirvió para nada. Y yo usé el resto, que se supone era para medicinas, para otras cosas. Lo siento tanto, tenía el corazón roto, y...

─Se intentó todo, Davián ─lo interrumpió su primo como si no valiera la pena escucharlo, y entonces él viró su atención hacia mí─. Por esa razón no te regresé el dinero a tiempo, Anahí. Lo siento.

─Trabajé duro durante estos meses para poder pagártelo ─me explicó Davián─. Te mantuve cerca porque necesitaba saber quién era esa persona que le había dado una cantidad tan exagerada de dinero a su novio y realmente aceptar que existe alguien capaz de hacer algo tan estúpido. ¿Sabes? Yo te odiaba; odiaba todo lo que tenía que ver contigo, con tu dinero malgastado en ese idiota; culpaba a todos de lo que le ocurrió a Luna y sentía que, por tu culpa, por las personas como tú, Luna no había sido operada a tiempo y había muerto de todas formas. Pero...

─Se te olvidó Luna como el sucio que eres ─agregó Domingo─ y no pudo ocurrírsete otra cosa que Anahí, ¿cierto? Te diste cuenta de que no era ni tan mala ni tan estúpida como tu mente te la hizo ver en un principio.

─¡Maldita sea, Domingo! ¿Por qué lo dices así?

─Porque es así. No tienes respeto.

─¿Respeto a Luna, o te molesta que esté tan cerca de lo que tú tanto deseas pero que no puedes tener?

─Así que admites entonces que perdiste todo el respeto a Luna. Fue más fácil de lo que pensé.

─¡Maldita sea, te odio!

Era demasiada información. Busqué a Domingo con la mirada para encontrarme con que me observaba con anterioridad, y con ese pequeño choque nuestros ojos se conectaron de una manera tan electrizante que fue imposible separarlos de inmediato porque se llamaban a gritos entre sí. Lo conocía tan bien como a mí misma; sabía cómo lucía su rostro cuando mentía y, tan rápido como analicé la mueca cómoda que lo invadía, supe que no se trataba de una de esas ocasiones en las que modificaba la realidad para salir victorioso. Aquella extraña e inesperada anécdota debía ser la más pura verdad alrededor de los primos que me habían revuelto el universo.

Davián se levantó del suelo y limpió el polvo en su pantalón con una expresión obstinada que llegaba a niveles infinitos, como negándose a aceptar que había dicho lo que se había guardado durante tanto tiempo. Se pasó una manga por la nariz, lo que concluyó en un desastre aún mayor sobre su camisa, acto por el que se ganó un insulto de «maldito idiota retrasado mental» por parte de Domingo.

─¿Por qué sigues en el país, Domingo? ─indagué.

─No me iría sin ver que Davián te pagara ─contestó─. Lo he estado viendo todo este tiempo; pregúntale a Tyler, a ver qué te dice; Jaim me cuenta todo lo que hacen. Conozco a mi sangre; se hubiera gastado toda la plata hablando de justicia e igualdad cuando lo que quiere es tener más que todo el mundo.

─De hecho, no ─Resopló Davián con furia de toro─. Vi tu casa, Anahí. Vi a tu familia. Son tan normales, ¿dónde conseguiste tanto dinero?

Hice un gesto de desagrado, molesta ante tal pregunta impertinente.

─Yo ya te respondí eso antes, y no tienes por qué escuchar más explicaciones.

─¿Por qué te haces la dura si al final siempre aceptas todo? ─siseó Domingo con cierto doble sentido.

─¿Y ahora quieres humillarme, ridículo? ─repliqué─. Porque hay unas cuantas cosas que puedo decir respecto a eso.

Davián carraspeó.

─¿Me dirás la verdad?

─Ese realmente no es tu problema ─zanjé el tema con una llama de indignación en la boca, aunque, mucho más volada que de costumbre, supuse que mis ojos le dieron la respuesta que él estaba buscando: no había ningún padre fantasma o algún sueño roto de quinceañera.

Años atrás descubrí un cajón oculto en el que abuelo había guardado algunas pertenencias de las que nadie conocía origen. Estaba oculto bajo un bloque oculto en su clóset, así que de inmediato empecé a investigar; era la única con la frialdad suficiente para entrar a lo que había sido su habitación y mover las cosas, ordenar, limpiar, así que tenía total ventaja sobre todo lo que consiguiera. Cuando sustraje lo que había en su interior, decidí que nadie aparte de mí tenía por qué enterarse de su existencia; se molestarían porque el viejo guardaba objetos valiosos en vez de utilizarlos para darnos una mejor vida con menos sufrimiento y frustración, así que tomé la caja y la guardé en mi mochila escolar para averiguar más acerca de su contenido después. Al visitar una de las casas donde compraban oro y plata, resultó que los relojes viejos y los extraños collares estrafalarios, brazaletes mínimamente opacos por el paso del tiempo y zarcillos brillantes de hermosos colores valían miles. Entonces, Domingo, que tenía contactos favorecedores gracias a su padre, me llevó a conocer a un tipo que compró las joyas sin preguntarse cómo una niña de catorce años y medio había conseguido un tesoro de tal magnitud. Luego de tener el dinero en mis manos, pensé en cómo explicarle a mamá los gastos repentinos que hacía en nimiedades como materiales para dibujo, un nuevo celular de último modelo, audífonos, personas para que me hicieran las tareas y los exámenes, libros y demás, sin que pensara que vendía drogas o me prostituía. Sin embargo, las cosas favorecieron, porque mamá se dedicaba a su matrimonio, a Call y a Tyler, además de su trabajo que la mantenía atareada y los entrenamientos que hacía para los maratones anuales alrededor del estado, por lo que yo estaba muy abajo en la cadena de prioridades. La única persona que me había criado como a un ser humano y no como a un estorbo había muerto, y la otra, que había pensado al menos dos veces en el efecto negativo que tuvo en mi vida la situación en la que crecí, estaba lejos y mamá no volvería a tener contacto con ella en mucho tiempo por sus estúpidas peleas. Así que, como cobro de la felicidad que me habían robado, le vendí a mamá la idea de que el papá desaparecido había vuelto a pagar su pensión con retroactivos para suplir las que habían faltado; y con esa mentira que ella analizó muy poco con su ocupado cerebro del tamaño de una nuez, me llené de cosas lujosas y me hice un lugar como nadie en la familia se lo había hecho, y les brindé tranquilidad al meterles en la mente que papá había vuelto, cuando debía estar al otro lado del mundo cómodo en un yate rodeado de putas, pero, al menos, yo tendría lo más similar a un yate que nunca me permitieron tener, gracias a las cosas que mi abuelo había codiciado hasta el momento de su muerto bajo el costo de nuestro bienestar, y, así, habría un equilibrio finalmente.

Davián y yo éramos iguales. No, yo era peor, y tenía bastantes razones para odiarme a mí y a las personas como yo, pero nunca se las haría saber. De esa forma, el asunto se cerró con miradas en las que él debía suponer sus propias conclusiones.

─Brillito ─me llamó Domingo, a lo que respondí con mis ojos analizándolo con cierta alerta de gato erizado─. Yo nunca quise lastimarte, ¿sí? Esto fue un contratiempo, un malentendido; planeaba darte el dinero inmediatamente rompiéramos, para que no tuvieras ninguna razón por la que pensar en mí. Sin embargo, tenía que hacer algo por Luna; ni siquiera tuvimos tiempo para pensarlo dos veces.

─Ese dinero pretendió salvar una vida ─murmuré─. Está bien.

¿Acaso era mi castigo? ¿El equilibrio regresando para golpearme en la cara una vez más?

─Amaba a Luna ─expuso Davián─. La amaba tanto. Necesitaba salvarla...

─Davián quiere decir gracias, Anahí ─Hizo un gesto para restarle importancia─. Y yo quiero decir lo siento. Las cosas debieron hacerse diferentes. Yo debí haberte explicado este asunto antes. Davián no debió haberse acercado tanto a ti. Tú debiste haberle dicho de lo nuestro. La idea era simplemente hacerlo menos doloroso para todos. Pero fue lo opuesto.

─Hace una semana que tengo todo ahorrado ─confesó Davián con las mejillas rojas─. Cada vez que intentaba decírtelo, retrocedía. Sabía que sería el fin y...

─No querías otro final ─concluí, a sabiendas de que yo sentía algo similar.

─Ninguno de nosotros quería un final ─agregó Domingo.

No podía estar más de acuerdo con sus palabras, así que asentí varias veces sin apartar la vista del suelo, avergonzada. Luego de asegurarse de que ya no nos daría por destrozarle la cara, Domingo nos invitó a pasar para que Davián se limpiara mejor y para hablar en privado. Al final, los tres éramos los mismos niños perdidos, inmaduros y tontos que se aferraban a algo inexistente con uñas y dientes, cuando lo real, frente a nuestras narices, nos había aplastado por completo para dejarnos con esa sensación de haber decepcionado a algo mayor en el fondo del pecho, así que no había nadie que nos entendiera mejor que nosotros mismos, los propios detonadores del desastre.

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