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24. Dos idiotas

24.

Día 15.

Diciembre 15

Era lunes. No sabía qué hacer con mi existencia en ese instante, o no hasta que me levanté a las 9:30 solo para encontrar mi casa limpia, mis ganas de volver a dormir asomando su fea cara, y el café sobre la barra frío, eso último era culpa del clima helado.

—Así no se comienza un buen día.

—Tu nunca tienes buenos días.

—Eres una mentirosilla Enot.

Mi discusión interna termino cuando la puerta empezó a sonar. Me queje por el suficiente tiempo como para que la persona al otro lado empezará a abrir la puerta, lo que me obligo a no moverme de mi lugar.

—¿Por qué había unas llaves en la puerta?—. Escuchaba la voz de Jayce desde la entrada.

—Espera ¡¿Qué?!—. Fruncí el ceño. ¿Cómo que había llaves en la puerta?

Una corriente fría llegó a mis pies descalzos, escalofríos recorrieron mi cuerpo. Y claro que como cualquier persona amaba el frío, pero el de la ciudad Ephemeral. Era una verdadera piedra lanzada directamente en el rostro. Sin posibilidades de esquivarla.

—Joder... — Jayce se apresuró a llegar a mi lado. —No me digas que te desperté—. Sus ojos se veían brillantes, y su expresión preocupada.

Una vez cerca pude notar la pequeña caja de donas de chocolate y el café de Starbucks en sus manos.

—No. Recién me levantó—. Mis párpados estaban pesados y mi voz sonaba amargada.

—Te he traído esto... Supuse que tú café ya estaría frío—. Casi lo arrebate de sus manos, pero es que enserio lo necesitaba.

—Es que está muy bueno—. Ponía los ojos en blanco cada vez que lo dulce de la dona tocaba mis labios, o lo caliente del café llegaba a mi garganta.

—Linda, come libros—. Por un segundo solo se quedó observando cada detalle de mí, hasta había olvidado mi pijama de hora de aventura. —A las 2 paso por ti. Iremos al cine—. Y sin más el chico dio la vuelta y parecía que estaba a punto de irse.

—¡Hey! ¿¡Adónde vas!?—. ¿Por qué eso sonó tan desesperado?

—Exactamente a.... ningún lugar en específico.

—¿Y por qué no te quedas?—. Si vieran su rostro iluminarse se hubieran arrepentido al igual que yo ante aquellas palabras. Creo que era la primera vez que lo decía totalmente consiente.

—¿Quieres que me quedé?—. Volvió a mi lado y se sentó en el mesón, quedando frente a mí.

—Puedes hacerlo. Yo tomaré una ducha y vamos al estúpido cine.

No escuché lo que dijo. Me dedique a subir las escaleras corriendo sin saber qué diablos pasaba por mi cabeza. Talvez solo era la ausencia de mis amigos estos días, talvez estaba necesitando de él como amigo.

(...)

Traía un abrigo el doble de grande que yo. Una camisa de cuello de tortuga negro, y unos Jeans plateados de una tela brillante que por alguna razón eran cálidos. Unas botas que me llegaban abajo de la rodilla, y un maquillaje casual. Mi cabello en una coleta alta y bajaba por las escaleras lista para salir de este lugar.

—¡Vámonos pesado!—. Grité desde las escaleras.

Tomó su pecho del susto. —Vámonos come libros.

(...)

—¿Algún día me volverás a llamar por mi nombre?—. Eso fue lo primero que pregunté cuando Jayce me abría la puerta de su auto y empecé a bajar.

—Me gusta más Miller y come libros.

—Ummm... Acepto mi apellido, pero nadie me dice come libros.

—Es un honor ser el primero, come libros—. Ambos empezamos a caminar.

—Joder—. Volteó hacia mí, tan rápido que algo en el pareció estar poseído. Con los ojos tan abierto que podía ver el iris y sus pupilas dilatadas.

—No digas eso—. Soltó con una sonrisa. ¿Qué este chico nunca se enfadaba?

Pero claro que lo hacía. Solo vino a mí el recuerdo de Esteban Dixon, sus ojos perturbados, y luego el tono fuerte y brusco de Jayce al decir. —Sácala de aquí—. Su consuelo ese día, aún guardo ese día como algo preciad... no tan malo.

—Pero si tú lo dices todo el tiempo—. Protesté fingiendo molestarme.

—Yo soy un tonto, tu no come libros.

Ambos entramos al centro comercial, y me di cuenta que era el mismo lugar al que había ido con Connor, y, digamos que no terminó bien. Este era un lugar horrible, con un pésimo servicio a mi parecer.

Fue en verdad raro llegar y ver cómo la chica del mostrador le sonreía a fuerza al tierno Jayce, o como el lugar parecía estar vacío, claro que no le tome mucha importancia ya que era lunes, y hacía un frío que espantaría hasta un alma del diablo.

—Por aquí señor Adams—. El hombre que hace solo dos días nos había echado del cine ahora nos había indicado el camino a una de las salas del cine más grandes, con lo que parecía el mejor proyector que yo había visto. Si había una zona VIP seguro era esta.

Pude ver cómo Jayce le susurraba algo al señor antes de entrar al lugar donde veríamos la película, y luego tomaba mi mano para indicarme el camino hasta los asientos en el medio de toda esa sala. No había ni siquiera una persona en esta, lo que en verdad me pareció extraño.

—¿Por qué no hay nadie más?—. Dije muy suave al acercarme al hombro de Adams.

—Porque quiero que disfrutes la película solo conmigo—. Su voz era como choque de electricidad atraído por mis átomos.

—Pero ¿Cómo? Esto debe ser muy caro.

—Mis padres compraron el lugar.

Me sorprendí tanto ante la tranquilidad de su voz. Yo abrí los ojos y la boca hasta no poder más. Era un cine, este chico tenía un jodido cine. Espera entonces...

—¿Entonces el hecho de que nos echaran el sábado fue tu culpa?—. En mi cabeza eso hizo clic con mucha facilidad.

—No. ¿De qué hablas? ¿Estuviste el sábado aquí?—. Enmarcó una de sus cejas.

—Ohhh. Perdón yo creía que si—. Me sentí algo avergonzada por culparlo por tal tontería. Pero... él tenía razón, yo no era para nada tonta. —¿Entonces como enviaste a Claris hasta mí, sino sabías que el sábado estuve aquí?

Tardó unos segundos en plantear su respuesta, era fácil saber que él estaba a punto de mentir. Aunque su tono fuera tranquilo, y "confiable" su voz o ninguna de sus expresiones lo delataría, pero él iba a mentir. Eso yo lo podía asegurar.

—No lo sabía. Solo salí, y esperaba que un taxi llevará a Claris—. Se escogió de hombros.

—¡Eres un maldito mentiroso! ¡¿Cómo ibas a dejar que tú hermana se fuera sola en un taxi?! Y por cierto ¿Cuál fue la supuesta emergencia que tenías?—. Estaba molesta, hasta mi respiración parecía la de un volcán apunto de hacer erupción.

A todo esto, se escuchaba al fondo el inicio de la película "Toda una vida en un año" la que Jayce había elegido y mencionado un par de veces en el auto de camino aquí.

—Era una tontería... Además, con "Connor" seguro Iban a estar bien—. Se cruzó de brazos, su sonrisa desapareció y volteó con molesta a otro lado.

—¿Qué pasa contigo?—. Lo miré con el ceño fruncido, la que debería estar molesta soy yo, no él.

—Aún no lo entiendes ¿Cierto?—. Exhaló con resignación y volvió a verme.

—¿No sé qué tengo que entender?—. Lo mire a los ojos desafiante, pero su mirada estaba vacía, como si en realidad le doliera.

—Miller. Quiero que lo descubras sola—. Soltó y se concentró en la gran pantalla, que durante este tiempo parecía estar pausada. —¿Podemos ver la película en paz?

—Está bien.

(...)

Poco después aún estaba molesta. Aunque no con Jayce sino conmigo misma, si yo no fuera tan desconfiada, si cada que alguien se acercaba a mi sentía la necesidad de espantarlo, esto no habría sucedido. Talvez el chico no mentía, talvez algo surgió con sus padres o con su amigo Marcus. No es como que a este punto importará mucho, ¿Qué es lo que pasa conmigo?

—Perdón—. Susurré

—Perdóname tu a mí—. Él no aparto la vista de la pantalla. —Puedo ser un idiota.

—Creo que la única idiota soy yo—. Sonreí rendida.

Se acercó, tan rápido que di un pequeño brinco en mi lugar. Me miró con sus dulces ojos azules, con emociones en su mirada que por más que trate no logré descifrar, tomo mi mentón y me obligó a verlo.

—Joder... No vuelvas a repetir eso Miller.

No pude responder, ya que el gerente del cine de Jayce Adams llegó a nosotros con dos refrescos de Coca cola grande, y además dos enormes tazones de aquellas palomitas con caramelo que disfrutaba tanto.

—Señor Adams—. Lo llamo para que tomar lo que este traía.

—Dígale pesado, que eso es—. Aquello se escapó de mi boca con tanta naturalidad que arquee una ceja cuando ambos me vieron.

El señor Hanbemk con cara de sorpresa, y Jayce entre divertido y gruñón. Claro que cuando su mirada paso al señor de unos 40 años todo cambio.

—Solo ella puede llamarme así—. Pronunció en tono pasivo-agresivo.

—Como usted diga señor Adams.

—Aquí tiene lo que ordenó. Y tengo algo especial para la señorita—. Tomamos las cosas que este traía en sus manos, luego desapareció en el fondo de la sala y volvió con algo en la mano.

—¿Son snikers?—. Eran mis golosinas favoritas. Pero ¿Cómo él lo sabía? —¿Cómo lo sabes?

El señor Hanbemk cruzó la puerta casi corriendo luego de entregarme el dulce.

—Tengo mis secretos Miller.

Entre cerré los ojos al verlo, y luego traté de concentrarme en la película.

(...)

Me sorprendió mucho el hecho de no quedarme dormida a mitad de la película. O que no me molestará cuando Jayce tomaba mi mano, claro que después de eso él tuvo que aguantar mis burlas porque lloro a mares mientras rogaba que lo consolará.

Pero él así era. Un chico de cabello oscuro despeinado muy sensible, que no parecía estar roto como según yo todos los seres humanos. Un ojiazul que irradiaba felicidad y parecía tener contadas las veces que perdía los estribos. Un chico lindo con pinta de idiota y un corazón enorme. Ese, ese era Jayce Adams.

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