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19. Invitación a cenar

19.

Día 10

Diciembre 10

Mientras hablaba por teléfono con papá, llegaba a mi mente de nuevo él y casi como si se pudieran escuchar mis pensamientos, papá lo mencionó, me hizo la misma pregunta por segunda vez en día. La primera había sido muy temprano justo al llegar a la oficina.

—¿Aún no aparece Jayce?

—No, nada—. Confirmé

—¿Pero ahora qué hiciste para espantarlo Enot?—. Bromeó él.

—¡Yo nada!

No me pareció nada divertido, habíamos pasado una linda tarde. Aún recordaba su mano en mi cintura y la mía en sus hombros, mientras el compás de la música nos sumergía en una perfecta burbuja, que nos cubría del exterior. De todo peligro y contacto humano.

—Bueno cariño. Trataré de llegar temprano para que no estés tan sola.

—Gracias papá.

(...)

Era tarde, ya casi se perdía el sol en el horizonte, y aún nada del chico. Por mi mente paso una y otra vez la sensación de que talvez, él ya se había rendido. Yo no era la persona más fácil del mundo, pero su compañía después de todo me hacía bien. Supongo que era algo que debía olvidar, aquí es cuando extraño al idiota de Alan, me ha aguantado por tanto tiempo que no lo aprecié lo suficiente.

Cuando apagué el televisor y me resigné, el timbre de la puerta resonó, volviendo todas mis esperanzas. Por mi mente solo paso una persona, y esa persona era Jayce Adams. Me levanté y caminé hasta llegar a ella, y luego de un hondo suspiro la abrí. Para mí sorpresa no era Jayce, pero si alguien muy cercano a él.

—¡Hola Enot!—. Su hermana Claris se lanzó sobre mí, aferrando su cuerpo al mío en un fuerte abrazo. Algo extrañada por tal muestra de cariño, tarde en responder.

—¿Cómo estás pequeña?—. No era tan pequeña para su edad, pero me parecía muy tierna.

—¡Estoy feliz y tú cuñada!—. Abrí los ojos como platos de la sorpresa al escucharla llamarme así, pero no dije nada ya que su sonrisa brillante y sus ojos luminosos me lo impidieron.

—Estoy bien. Pero dime ¿Y tú hermano?—. Salí un poco del departamento, mirando a ambos lados del pasillo, pero él no estaba allí.

—¡Ohh! Él está en el auto. Pero no importa—. Acaso me está evitando.

—¿Por qué no ha subido contigo?

—Ammm...— Borró su sonrisa y la cambio por una mueca de nerviosismo. —¡Toma!—. Extendió un pequeño sobre de un color muy lindo, entre dorado y un amarillo pastel muy tierno.

—No faltes—. Dijo sería, luego volvió su sonrisa.

—¿No quieres quedarte y pasar?—. Me abrazó de nuevo, muy fuerte y con todo el cariño que no había sentido el día de hoy.

Conocen esas personas, las que a penas hablan y simplemente sabes que son buenos amigos, que con su sonrisa sabrán recobrar tu alegría de una u otra forma. Pues Claris Adams era de esas personas.

—Hoy no puedo. Pero prometo volver otro día—. Dijo contra mi oído aun estrujando mi cuerpo. Yo sonreí y la levanté un poco.

—Nos vemos Enot. Jayce debe estar impaciente—. La vi cruzar el pasillo, ya luego cerré la puerta sonriendo.

Recordé el sobre en mano al tomar asiento en el sofá. Lo miré con curiosidad, ajena a las razones de por qué me parecía indignante que Jayce no apareciera por acá, pero si una extraña carta, y que se escondiera detrás de su linda hermana.

Le di vuelta sobre mis manos, me detuve en el sello justo en la punta de la parte trasera de la carta y la abrí, solo había una nota doblada en dos.

"Es válido pausar, descansar un poco... La vida puede ser agobiante. Claro que no está permitido rendirse, y a mí parecer te mostré mi punto. Un día libre de mí, y una noche volviendo a intentarlo. No me voy a rendir, sabes. Paso por ti a las 8, iremos a "delusions of taste" puedes vestirte como quieras.

—Jayce Adams

(...)

Recién bajaba las escaleras cuando el timbre sonó. Había tomado un buen baño y me sentía espectacular, mi estado de ánimo podía ser muy bipolar. Me había decidido por un vestido color rojo vino de tirantes, este se apegaba a mi cuerpo y exponía la curva de mi cintura. Esa que casi nunca salía a la luz, para mi cabello había escogido una coleta baja con algunos mechones de mi cabello castaño fuera de esta, un maquillaje un poco más especial, ya que iríamos a cenar a uno de los restaurantes más prestigiados se la ciudad.

Crucé la sala con el sonido de mis zapatos revoltosos, y abrí la puerta. 

¡Wow! El atractivo joven que se encontraba recostado en la pared al frente de mi puerta lucía increíblemente bien, con su traje negro que me apegaba al buen cuerpo de Jayce. Su corbata un poco fuera de lugar que lo hacía lucir como un chico tierno que parecía malo, su elegante vestimenta me hizo sonreír, sus ojos azul cerúleo se encontraron con los míos junto con una sonrisa que apareció en el rostro de ambos.

—Joder...— Pronunció sonriendo. —Enserio luces increíbles Enot—. Yo al oír sus palabras desplegué aún más mi sonrisa, y me acerqué al chico hasta el punto de lograr ponerlo realmente nervioso.

—No luces nada mal Adams—. Pronuncié en un hilo de voz coqueto, mientras solo arreglaba la corbata de Jayce.

—¿Nos vamos?

—Claro.

En el auto Jayce no paraba de observarme cada vez que se le presentaba la oportunidad, incluso lo atrapé varias veces mirándome de frente sin disimular. Lo que solo me hacía sonreír disfrutando de la situación, y de casi ver aparecer el color rosado en las mejillas de Jayce. Era cierto que se había arreglado de más, nunca hacía eso porque me molestaba llamar la atención, pero no le molestaba poner a este chico nervioso, yo lo volvería a hacer solo por verlo rojo como un tomate.

Al llegar Jayce se apresuró a bajar, lo que me dejó con el ceño fruncido, aunque eso no tardó en cambiar por una suave risa, al ver al joven cruzar rápido y abrir la puerta del copiloto.

—Después de ti, Miller.

Avancé al salir del auto, y las manos me temblaban, había mucha gente con clase afuera de ese restaurante que parecía ser realmente caro. "delusions of taste" era uno de los lugares más hermosos que había logrado conocer, amaba las luces multicolor que se extendían en las alturas de aquel lugar, las enormes ventanas de cristal que daban a algún gran salón donde personas parecían bailar a un ritmo lento y romántico, otras tantas parecían disfrutar su velada en un lugar un poco más apartado del salón por el cual había quedado cautivada.

Por instinto al pasar entre las personas en las afueras del magnífico restaurante y gran salón, tomé el brazo a Jayce quien me miró con una sonrisa y me conducía a la entrada orgulloso. Cómo quien apareciera con la mujer más hermosa del mundo, tanto por fuera como por dentro.

—Buenas noches señor Adams—. Le saludo el caballero de la entrada, un hombre talvez de unos 30 años, un poco robusto de cabello castaño y piel morena, quien al ver a Jayce sonrió.

—¿Cómo estás Maxi? Y por favor solo Jayce, ella es la señorita Miller.

Max como leí en su identificación al lado de su elegante traje negro, me sonrió. Tomó incluso mi mano y le dejo un corto beso.

—Mucho gustó señorita Miller. Déjeme decirle que se ve deslumbrante está noche—. No era de las personas que se sonrojaban, o podían nerviosa ante cualquier cosa, pero su halago y la mirada de Jayce Adams sobre mi cuerpo pinto mis mejillas en un color rosa.

—El gustó es mío Max. También te ves increíble.

—Muchas gracias. Pero bueno. Los estoy retrasando déjenme llevarles a su mesa.

Y tras pasar por la enorme puerta fuimos conducidos por Max hasta el interior del lugar, dónde una chica rubia y de ojos verdes nos llevó a una de las mesas, cerca de las grandes ventanas que miraba con asombro.

Jayce levanto la silla, pidió que me sentará mientras la chica rubia nos decía que volvería con el menú pronto. Luego el tomo asiento a mi lado, me perdí por un instante observando más a detalle el lugar. Había un enorme candelabro que iluminaba todo, las fiestas estaban cerca y la buena vibra se podía sentir en las cálidas conversaciones y sonrisas de todo el lugar. Era hermoso.

—Perdón por desaparecer hoy—. Dijo apenado Jayce. Sacándome de mis pensamientos.

—No te preocupes. Es solo creí que ya te habías rendido—. Confesé, volviendo mi atención a él.

—¿Por qué lo haría?

—No lo sé. Supongo que soy muy difícil—. Aparté mis ojos de él, de pronto su mirada azul era menos difícil de soportar.

—No voy a hacer eso Miller... Por favor háblame de ti ¿Qué quieres hacer de tu vida?—. Era una forma muy astuta de ignorar el tema.

—No lo sé. Me gustaría ser cineasta.

—No sabía eso Miller—. Confesó atentó

—No sabes mucho de mí—. Sonreí con superioridad, apoyando los codos en la mesa.

—Me gustaría saberlo todo—. Volvió a sonreír.

—Pero dime ¿Y tú?—. Enmarque una ceja.

—Es algo estúpido—. Empezó a rascar su nuca, el chico estaba nervioso.

—Podrías decime que quieres ir en una casa rodante por el mundo, o montar tu propio circo y no me burlaría de ti Adams—. El chico se carcajeo sin disimuló, llamando la atención de varias personas en el lugar.

—¡Pero como lo has adivinado!—. Dijo al volverse completamente serio. Lo que hizo que tragar saliva con fuerza. —Solo juego Enot. La verdad es que me gustan las artes, muchas en realidad.

—¿Cómo cuáles?—. Pregunté con interés, al posar mi rostro en ambas manos que permanecían sobre la mesa.

—Muchas. Enserio muchas, pero las que más me interesan son la fotografía, la música y...— Se detuvo de pronto.

Llegó la rubia sonriente a nuestro lado entregando a ambos un menú, claro que yo no conocía el lugar así que no tenía ni idea de qué diablos pedir. Jayce sé si cuenta al instante de mi pelea con el catálogo de platos infinitos y recetas que no conocía. Así que solo sonrió y le indico a la chica que traer para ambos.

—¿Qué ibas a decir antes de que ella llegará?—. Indique con la cabeza a la rubia que se alejaba.

—¡Ohh sí! Disfrutó... de la escritura—. Mi sorpresa era notoria, pero sus ojos brillaban así que asumí que no mentía.

—¿Y alguna vez has escrito algo?

—No más que una novela en la que trabajo—. Se encogió los hombros restándole importancia.

—¿De qué va?—. La intriga de ese momento era uno de los efectos secundarios de ser una come libros.

—Es bastante complicado—. Sonrió un poco. —Algún día te la contaré.

Acepté rendida, seguro algún día lograría saber más sobre la misteriosa obra de Jayce Adams.

Poco después una chica pelirroja, de unos 20 años apareció con dos platos de comida, y un vino sobre una pequeña cubeta llena de hielo.

—Es sin alcohol—. Afirmó ella dedicando una linda sonrisa y desapareciendo.

—¿Qué es?—. Pregunté, se veía realmente delicioso.

—Ravioles. Es la comida favorita de mi madre—. Habló justo antes de comer el primer bocado.

Yo le seguí llenando mi boca y paladar de un exquisito sabor que antes desconocía, todo parecía solo mejorar a medida que tomaba uno tras otro, junto con el delicioso vino de uvas que tomaba cada cierto descanso de la comida. Adams me observaba divertido.

—¿Ya habías venido aquí antes?

—Si claro. Mi familia viene cada dos semanas o incluso cada semana. Mi mamá ama la comida y pues mi papá la ama a ella—. Él sonrió.

—Cuéntame de ellos—. Aparté la poca comida, más bien migajas que quedaban y le presté atención.

Jayce le vio con los ojos brillantes, como si su belleza le conmoviera el alma a cada segundo que se dignaba a admirarla.

—Mi madre se llama Dennis, es muy hermosa. Su cabello es muy negro, y su tez blanca. Ella es igual que Claris, sonriente y optimista—. Perdió la mirada antes de volver a mí. —Mi padre se llama Willian, es igual que yo sus ojos son azules y te da la impresión de ser un pesado...— solté una risita por accidente. —Pero no lo es. Tiene un carácter obstinado y por eso concuerda con mi madre. Pero es buena persona y la ama demasiado—. Jayce sonrió satisfecho por su familia, le había tocado de las mejores.

—Es una linda pareja—. Dije en un suspiro.

—Pero ¿Y tú? Nunca he escuchado de tu madre.

El tema prohibido había salido a la luz. Y esto no era bueno para nadie.

—Ella murió. ¿Podemos hablar de algo más?

—Enserio lo siento Enot—. Jayce tomo mi mano, yo la aparté sin pensarlo mucho. Lo último que quería era pena de su parte, no pedía mucho en la vida, no justo ahora, solo que no sintieran pena por mí.

—Me quiero ir—. Repetí

—No lo creo señorita Miller—. Jayce sé levanto de su lugar. Extendió su mano en dirección a mí —¿Quisiera bailar conmigo?—. La sorpresa era notoria.

Impulsivo y sorprendente, dos palabras con las que definiría a Jayce ahora mismo.

—Si—. Dije con una pequeña sonrisa, casi inexistente.

Ambos cruzaron entre las mesas tomados de la mano. Directo al gran salón donde reinaba la paz de una canción que ninguno conocía, mientras las parejas se abrazaban bailando al ritmo lento de la música.

—¿Vamos?

—¡Vamos!—. Acepte al escuchar mi canción preferida con un tono más acomodado a sus gustos.

Era "Earned It" y Jayce tomaba con cuidado la cintura de Enot, mientras ella subía las manos a sus hombros y en la sincronía en la que parecían estar conectadas sus almas, comenzaron a moverse al ritmo de la música, sintiendo sus corazones latir ante la cercanía.

(...)

En una melodía nueva para ambos el gran salón de parejas se convirtió en un caos sincronizado. Y con eso se refería a la abundancia de parejas en el lugar, ya nos eran unas pocas danzando al ritmo lento.

Jayce miraba de mala manera a dos chicos que no apartaban la mirada de Enot, sin disimuló observaban a la chica con una sonrisa en su hombro.

Todo empeoró cuando en una canción las parejas de repente eran intercambiadas, y no pudo hacer nada cuando una chica rubia de cuerpo perfecto con un vestido a justado se tiró sobre él, sin darle la oportunidad de actuar o de apartarse.

Miró a uno de los chicos que se acercó a la desconcertada Enot, quien había sido sacada de la pista de baile. No entendió las palabras que pronunció al llegar a ella, pero si observó como el chico llevaba de nuevo a Enot a bailar, mientras ella no parecía estar nada cómoda.

Fue contra sus impulsos que sus ojos ardieron, su cuerpo se calentó, y sus puños cerrados no indicaban nada bueno. Avanzó molestó hasta llegar a ellos, el joven de cabello rojizo ni siquiera había dejado su agarré de la cintura de Enot cuando el puño de Jayce se estrelló con el chico, quien se retorcía de dolor en el suelo.

Jayce tomó la mano de Enot y la llevo afuera. Tratando de controlar su sangre que parecía hervir con la intensidad de mil soles, estaba a punto de golpear la pared después de cruzar por la puerta trasera y conectar con el exterior cuando una sonora carcajada lo hizo perder la molestia. Y reír junto a la chica que parecía morir de diversión.

—¡Lo has golpeado!—. Mencionó sin parar de reír.

—¿Lo hice?—. Ironizó él.

—¡Ya lo creo! ¡Me has salvado de una, ese chico era un idiota! Esto fue muy divertido—. Se acercó abrazando al chico por sorpresa, dejando todo mal momento de esa noche en el olvido. 

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