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🍷━━┇❝Vino Rojo❞

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VINO ROJO

Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior.

~ Frida Kahlo.

El día parecía ser muy lindo para desperdiciarlo quedándome en casa.
Asomando mi cabeza por el ventanal de una de las habitaciones que conformaba el redecorado departamento que compartía con mi familia, pude percatarme que a pesar de que las nubes tapaban casi por completo el brillo del Sol, la mañana para mí era perfecta.

Los días oscuros siempre habían sido mis favoritos, y mientras caminaba por la cocina-comedor, acompañada por una copa de vino, repasé los planes que tenía que hacer para el trabajo hasta el punto de convencerme a mí misma que, por ser sábado, merecía un descanso.

Excusándome de cualquier tarea que tuviese que llevar a cabo, recogí la chaqueta de cuero que guardaba en el closet y, arreglando mi cabello en un suave moño en el que se escapaban varios mechones, salí por la puerta directo al exterior.

Paseé por cada rincón que ya conocía de mi extravagante ciudad, sin que ningún detalle se me escapase. Llevaba mucho que no me permitía a mí misma tener ese tiempo a solas para relajarme, pensar más sobre todo, sobre los lugares que me gustaría visitar, sobre la celebración del próximo cumpleaños de mi hijo, y tan solo con esos pequeños momentos ya era feliz.

Me detuve cerca de una cafetería en el parque central, donde una pareja de jóvenes discutía casi a gritos. A pesar de que la muchacha le insistía que estando en su lugar de trabajo no podía armar peleas, el chico no dejaba de insultarle de las peores formas posibles, de vez en cuando dándole pequeños apretones en su hombro que, a juzgar por la presión, dejarían una gran marca.

No quería meterme en asuntos que no debían ser de mi incumbencia, pero ver a la pobre joven soportar tales abusos me destrozaba el alma.

Las personas de alrededor no dejaban de mirarlos, unos con molestia y otros ya exasperados. Seguro, a esperas de sus pedidos aún no servidos y las órdenes sin tomar. Sin embargo, yo no dejaba de fijarme en ella. En la vergüenza y el sufrimiento que transmitía cada vez que se encogía para esquivar los golpes de su novio.

Tras varios minutos de aquel incesante espectáculo, él se marchó sin darle siquiera unas disculpas por irrumpir en su centro de trabajo que, de seguro, era el único sostén que guardaban para pagar su minúsculo cuarto. No obstante, la joven tuvo que abstenerse también a soportar los regaños de su jefe. Otro que no comprendía la penosa situación que ocultaba, y está de más decir que se sentía muy miserable. Tanto verla como pensar en lo peor de su vida.

Lentamente y sin llamar la atención, fui a sentarme en una de las mesas sobrantes del establecimiento, y me quedé mirándola, o apreciándola de cerca.

Observé el moretón que ocultaba tras la tela de la blusa, claramente ese era el primero de muchos. La brutalidad siempre era uno de los rasgos que conformaban el machismo, con un solo golpe ya caíamos indefensas.

La imaginé más pálida que el tul de un vestido de novia, más no con el mismo brillo, encerrada en el baño del cuarto que compartía con él. Llorando hecha un ovillo en una de las esquinas, preguntándose qué había hecho mal, en qué había fallado para que la tratase de esa forma. Y lo más crudo de todo es que nada de lo que sucedía era culpa suya.

Él era como el amor de su vida, y ahora la trataba de esa forma.
Podría haber pedido auxilio, o ayuda, pero no, se quedaba sentada y derramando lágrimas de desconsuelo hasta la media noche.

¿Cómo podía soportarlo? ¿Y por qué?

No quería ni me atrevía a pensar las cosas que le hacía u obligaba a hacer, y es que el cansancio y el dolor que reflejaban los ojos de ella, cosa que nadie allí presente parecía comprender, me lastimaba más aún.

¿Cómo es que había seres humanos tan ignorantes del sufrimiento de otros? Más importante ¿por qué nosotros mismos nos hacíamos soporte de nuestro propio mal?

Entonces recordé a mi madre y a mi padre. Pasaba de feliz a enojado con facilidad, tenía un carácter muy cambiante. Él sacaba cualquier excusa para discutir y ella siempre lo perdonaba, no quería separarse pasase lo que pasase, así que hacía todo lo posible por complacerlo, pero él no se daba cuenta de ello.

Ojalá y muchas mujeres hoy en día no fueran tan débiles, que no se conformen con ser la muñeca de un hombre para que las maneje a su antojo.

Pero para las que deciden aguantar las heridas, no había soluciones para arreglar eso, y mucho menos alternativas que encontrar. Se sentían vacías y sin una salida viable. Ya no había solución y tampoco había esperanzas, no había nada. No sentían nada más que dolor.

Al final, estaba tan ensimismada que no noté cuando ella llegó hasta donde me encontraba sentada.

—¿Va a pedir algo? –preguntó con una voz tan débil y quebrada como su rostro, un hilo que se arrastra moribundo por su garganta.

Levanté mis ojos para verla mejor y sentí como todo sentimiento malo se apoderaba de mí. Dolor, furia, tristeza…

Verla era como pensar que todo está literalmente acabado, como si estuviese muerta y de repente se haya llevado mis ganas de irme, de escaparme. Ya no lucha, no lo intenta. Aunque la verdad, nunca lo ha hecho, porque es vulnerable y tiene el sentimiento más estúpido que existe y la contra de su libertad. Miedo.

Con un simple “No, gracias” me levanto de mi silla para marcharme, pero en el momento que lo hago noto que un poco de la base que cubría gran parte de su párpado móvil se había corrido, dejando al descubierto todo aquel color violáceo que se adueñaba de la hinchazón del ojo.

Dejo escapar una sonrisa amarga y ella parece notarlo.

—Yo también usaba maquillaje para esconderlo.

Quizás muchas ya estamos destinadas a pasar por eso, otras no.

No dije nada más, porque sabía que todo cuanto hiciera sería en vano. Entonces solo me marché, sin mirar atrás. Creo que nunca más volvería a verla, pero siempre me preguntaría cómo habría acabado su vida.

Algunas veces no nos damos cuenta que algo está mal y lo dejamos pasar, ese es el primer error. Ninguna mujer debería sufrir a manos de un hombre. Yo también pasé por alto el primer golpe que me dio, pasé por alto el hecho de que me engañara. Creía que todo mejoraría algún día. Ese día nunca llegó. Lo esperé soportando más golpes. Lo esperé incluso cuando me humillaba o me gritaba.

Para muchos hombres el significado de una mujer es ser sumisa, sirvienta y esclava. Pero yo nunca seré lo que quiere que sea.

Se supone que cuando juras amar a alguien no es para lastimarlo y destruirlo como persona. No soy un juguete ni mucho menos un objeto para su consumo, soy un ser humano. Una mujer luchadora.
¿Y saben por qué? Porque después de ese infierno decidí recuperarme paso a paso, para sanar las heridas que me dejaron y las cuales, aunque quiera, nunca podré borrar. La vida nos deja ese tipo de cortes que sangran hasta hacernos suplicar por la muerte, pero con el paso del tiempo y la ayuda necesaria, éstas comienzan a cicatrizar.

Y puedo afirmar que las cosas mejorarán.

Hoy en día vivo una vida tranquila y feliz con mi esposo, el hombre que por ser mi amigo me ayudó a salir de aquella oscuridad. Tenemos dos hijos que cada día me demuestran que al final del camino siempre va a haber una luz de esperanza. No puedo quejarme de todo cuanto tengo ahora, porque simplemente es más que suficiente.

No todas las personas son iguales, así como puedo afirmar que no todos los hombres son despreciables o no todas las mujeres nos dejamos engañar. Más sí tengo la creencia de que podemos prevenir este tipo de cosas.

Así espero que muchas al igual que yo, después de ese infierno puedan encontrar el cielo.

No obstante, cabe destacar que a veces un te amo no es dicho con todo el significado que merece la frase. Solo hay que saber cómo reconocerlo.

Por eso te hablo a ti mujer, que estás leyendo, que has luchado, has sanado y triunfado. Aunque tengas que decirles a muchas personas cuales eran tus miedos, lo vas a poder hacer, porque ya él no está para poder controlarte a su manera.

Sé que sobrellevarlo y aprender a soportarlo también lleva su tiempo, por eso debemos hacer lo mejor, y a veces lo mejor que podemos hacer es comenzar desde el principio. Aunque todo luego nos deje una marca para recordarlo, pero recordarlo desde el punto de vista de que logramos escapar de las garras de un monstruo.

En mi caso, solo conservo ese viejo hábito que aún me ayuda a mantenerme cuerda. El mismo que utilizaba tiempo atrás para olvidarme de las consecuencias del abuso y la violencia, que me hacía arder tanto la mente como para machacar mis heridas.

Y sonrío. Porque no hay nada que me relaje más que caminar descalza por mi cocina... sosteniendo una copa de vino rojo.











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