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1 de julio – La fiesta de Margot (segunda parte)

Sonreí como una tonta sintiendo cómo todo el alcohol que había ingerido hacía desaparecer la tensión. Guardé mi teléfono en el bolso, me recosté con mi copa entre las manos y cerré los ojos unos segundos. La cabeza me daba vueltas, los brazos me pesaban y sentía la lengua como si hubiera estado lamiendo la suela de un zapato durante dos horas; sin embargo, toda la tranquilidad desapareció cuando los abrí y descubrí que Margot y Matt se habían sentado en el sofá de enfrente.

—¿Te lo pasas bien, Dakota? —preguntó Margot con retintín. Como si de un resorte me tratara, me incorporé y forcé una sonrisa.

—¿Y quién no se divierte en una fiesta de Margot Perry? —pregunté elevando mi copa y haciendo el ademán de brindar—. Chin chín.

—Chin chín —respondió elevando la suya y mirando a Matt. «La muy zorra se lo comía con los ojos sin disimulo alguno». —Y dime Matt, ¿cómo es vivir con Dakota? Todo el mundo sabe que tiene un carácter... algo complicado. —Margot soltó las últimas dos palabras con retintín mientras me dedicaba una sonrisa forzada. «Perra». Miré a Matt y me devolvió una mirada que no supe descifrar. Gruñí molesta, me tomé mi Cosmopolitan de un trago y me levanté de un salto. Los párpados se me cerraron unos instantes y el mundo entero giró bajo mis pies.

—¿Estás bien? —preguntó Matt mirándome con una ceja en alto. Me ajusté el vestido y sin responder, salí de allí pisando con tanta violencia el césped, que al cuarto paso que di, uno de mis tacones se quedó enterrado en la tierra, haciendo que me torciera el tobillo y cayera de la manera más ridícula posible.

—¡Joder! —grité frustrada. En ese instante las manos de Stellan me agarraron por un brazo mientras las de Matt me asieron del otro.

—¡Bomboncito!—gritó con las pupilas dilatadas y la lengua pastosa. Miré entre dolorida y furiosa a Margot, porque algo me decía que estaba riéndose de mí. Y no me equivocaba cuando descubrí una sonrisa pérfida en sus labios. Gruñí, pero ya fuera por el odio que le tenía o por las copas de más que llevaba que, sin pensar, me dejé caer sobre los dos hombres que me sujetaban con más dramatismo del que era necesario.

—Me duele mucho —mascullé teatral mientras desplomaba mi cabeza en el pecho de Matt.

—Coge esto tío, —dijo Stellan entregándole una botella de vino a Matt y cogiéndome en volandas—. Vamos, bomboncito.

Stellan me soltó en el sofá de nuevo y se acomodó a mi lado. Matt volvió a sentarse al lado de Margot.

—Por suerte esta vez no has caído sobre la fondue de chocolate —rió Margot haciendo que Stellan soltara una sonora carcajada.

—Es verdad —dijo el muy imbécil mientras tomaba de nuevo la botella que Matt le devolvía—. El año pasado hiciste el ridículo de lo lindo.

—Ya, ya —bufé arrebatándole la botella y llevándomela a los labios—. Eres un cabronazo, ¿sabes? —solté después de dar dos sorbos.

—Ya sabes lo que pasa cuando me dices cabronazo, ¿verdad, bomboncito? —ronroneó chulesco quitándome la botella y estrechándome contra él. Fruncí el ceño unos segundos, pero al sentir las miradas de Margot y Matt sobre nosotros, algo en mi interior se rebeló, obligándome a romper la distancia y besar lascivamente a Stellan.

—Sí, ya sé lo que pasa —susurré en sus labios y dejé la botella en el césped para poder abrazarme a él. Sin necesitar mucho más, Stellan posó su mano en mis rodillas y comenzó a subirla lentamente «por encima de mi falda, eso sí; puede que estuviera más caliente que una plancha, y que le pusiera cachondo empotrarme contra una pared para meterme la lengua hasta la campanilla; pero nunca metía sus manos por debajo de mi ropa si había alguien delante», gruñí teatralmente cuando sus dedos volvieron a clavarse en mis caderas; y de reojo, no pude evitar mirar a Margot y Matt. Ésta alternaba la mirada entre nosotros y Matt, «seguro que estaba deseando que Matt le hiciera lo mismo»; y él, miraba incómodo hacia la piscina, tratando de aparentar que no había dos borrachos enzarzados bajo una pasión alcoholizada delante de él.

—¿Vamos a mi casa? —preguntó Stellan separándose unos instantes. Dudé unos segundos, pero cuando vi la cara de rabia que se le ponía a Margot, asentí.

—No —dijo tajante Matt.

—¿Qué? —preguntamos Margot y yo sorprendidas. Nuestras miradas se cruzaron unos segundos. Matt se levantó rascándose la cabeza y desviando la mirada azorado. Me percaté que comenzaba a sonrojarse más de lo que nunca le había visto.

—Perdona tío, pero, ¿quién eres tú? —preguntó Stellan abrazándome contra su pecho y haciendo presión sobre mi cadera con sus dedos.

—Vamos, te llevaré al hospital —dijo serio Matt, ignorando aquella pregunta. «¿Qué mosca le ha picado?»

—No quiero ir al hospital —respondí negando con la cabeza. Matt se acercó a mí y me agarró por el brazo tirando de mí—. ¡Me haces daño! —mentí mientras tiraba de él en dirección opuesta. Me soltó de inmediato mirándome asustado. Aunque el tobillo me dolía a horrores, algo me impulsaba a llevarle la contraria.

—¡Eh, rubito! Te he hecho una pregunta, ¿quién narices eres? —replicó Stellan levantándose y empujándolo. Matt lo miró unos instantes y luego a mi. Tragué saliva al sentir el verde de sus pupilas sobre mí.

—Nos vamos. —Y sin entender la razón, aquellas dos palabras me hicieron encogerme hasta hacerme el ser más pequeño del planeta. Matt me miraba con una severidad que no había visto nunca antes. «Ni siquiera en Paco, y es el tío más severo que conozco». Negué con más ahínco.

—No. Vete tú, yo me quedo —respondí haciendo un mohín.

—La señorita ha dicho que se queda —dijo Stellan con la mandíbula apretada dando un paso hacia Matt y cortándole el paso. «¿Qué coño le pasa a Stellan? En mi vida lo había visto tan cabreado». El sonido de una sirena procedente de lejos hizo que abriera los ojos de pronto y diera un brinco en mi asiento.

—¿Sabes qué, Stellan? Creo que Matt tiene razón —dije poniéndome de pie—. ¡Joder! —una corriente de dolor me atravesó el tobillo en cuanto apoyé el pie en el suelo. Stellan me agarró del brazo para evitar que cayera.

—¿No quieres quedarte? —preguntó meloso. Miré a Matt y me deshice del agarre de Stellan.

—Vamos a casa. ¡Ahora! —le susurré a Matt empujándolo.

—Pero... bomboncito...

—¡Margot! ¡Margot! —Una chica rubia con pinta de modelo rusa se acercó corriendo a nosotros. Tenía las pupilas extrañamente dilatadas y la frente le sudaba en exceso. Miraba a todos lados entre nerviosa y asustada—. Rápido, preguntan por la dueña de la casa, ¡tienes que venir! ¡Ha pasado algo!

—¿Qué sucede? —preguntó extrañada, luego me miró unos segundos y yo, en respuesta empujé a Matt para salir de allí pitando.

—Te llamaré, Stellan —grité mientras guiaba a Matt entre los arbustos.

—La salida es por allí —me dijo con los ojos en blanco mientras señalaba hacia su derecha.

—Lo sé —respondí sin mirarlo—. Pero no vamos a la salida, vamos al callejón de atrás —respondí metiéndome entre los arbustos.

Con cada paso que daba, una punzada de dolor me hacía gemir. Cuando atravesamos los setos llegamos hasta el camino de asfalto que conducía desde el garaje privado de los Perry hasta la calle secundaria. Me quité los tacones y sentí un ligero alivio en mi tobillo al apoyarlo. Crucé la carretera y atravesé otra fila de setos.

—Dakota —dijo llamando mi atención mientras atravesábamos otro jardín—, ¿Adónde se supone que vamos?

—A por tu coche —respondí arrastrando las palabras antes de girar hacia la puerta donde había un camarero fumando. La casa de Margot tenía una salida para el personal de limpieza que siempre se dejaba abierta para que los del servicio; dicha puerta, daba al callejón trasero, lugar dónde yo había aparcado el coche de Matt.

—Mi coche está en la entrada.

—Ahora no —dije y luego le sonreí al camarero—. Buenas noches.

—Buenas noches, señorita —respondió tirando el cigarrillo y recomponiéndose el uniforme. Aspiré el aroma que pendía en el aire. «María de la buena». Le sonreí cómplice.

—Si tú no nos has visto, nosotros a ti tampoco —le dije con un guiño. El chico asintió y me abrió la puerta para que saliéramos.

Atravesé el umbral seguida por Matt.

—¿Qué hace aquí mi coche? —preguntó cuando llegamos hasta el monovolumen que aparqué al final del callejón. Me giré mientras buscaba las llaves en mi bolso.

—Lo traje aquí porque... —cerré los ojos conteniendo una arcada. El dolor del pie unido a la cantidad de alcohol que había tomado me había revuelto el estómago. Tomé aire y lo miré, pero Matt no me dejó acabar la frase.

—¿Sabes? Me da igual. No quiero saberlo —dijo molesto y me quitó las llaves.

—¡Eh! —exclamé molesta.

—No vas a conducir, estás borracha —dijo señalando el coche—. Vamos, entra. Te llevaré a casa. —«¿Qué? ¿Desde cuándo mi casa también es su casa?».

—¡Eres imbécil! —le grité empujándolo con rabia. Matt me miró con el ceño fruncido y me agarró por los hombros.

—Deja de comportarte como una cría y sube al coche. Estás haciendo el ridículo.

Aquellas palabras me atravesaron el corazón. «Vale, estaba siendo estúpida e infantil... pero estaba borracha y, por lo tanto, muy sensible». Sin pensar, me deshice de su agarre y salí corriendo. «Más bien salí a la pata coja, porque el pie me dolía a horrores».

No tengo ni idea de cómo llegué hasta aquel banco, ni del tiempo que había pasado. Sólo sentía cómo todo me daba vueltas y una extraña sensación de tristeza me invadía desde el estómago. «Me había dado el bajón». La sonrisa jocosa de Margot se coló en mis pensamientos, así como las miradas burlonas de los invitados. Me abracé y comencé a llorar.

Sin saber de dónde había salido, la mano de Matt se posó en mi espalda, y el calor de su cuerpo sentado a mi lado me invadió.

—¿Por qué eres tan cabezota? —preguntó suavemente. Me encogí de hombros y sorbí por la nariz. No respondí. No tenía ganas de hablar, sólo de llorar.

Matthew se recostó sobre el respaldo del banco y se agarró la nuca con ambas manos. Lo miré de soslayo; no me había fijado que llevaba un traje de chaqueta marengo con una camisa de algodón gris perla y una corbata rojo valentino, igual que mi vestido. «¿Lo habría elegido a posta?». Bajo la luz de la farola, mostraba un perfil perfecto; casi como un modelo de alta costura.

—Margot me ha dicho que no os soportáis.

—¿Qué te ha contado? —pregunté en un susurro. Una corriente de aire hizo que me estremeciera aunque, en los primeros instantes, el frío relajó mi malestar estomacal. Matt se quitó la chaqueta y me la puso por los hombros.

—Me dijo que os peleasteis, que le tiraste del pelo y ella te empujó, rompiéndote los dientes. Me dijo que llevas fundas dentales desde los ocho años —rió.

—No me hace ni pizca de gracia —dije metiendo las manos por las mangas de la americana y cerrando los ojos al notar su aroma. El silencio nos envolvió de nuevo.

Suspiré al recordar aquel día en los columpios de la escuela y lo que sucedió un segundo antes de que me acercara a Margot para empezar la pelea. Una punzada se clavó en mi pecho haciendo que las lágrimas volvieran al recordar sus palabras hirientes pero ciertas.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté casi en un susurro. Quería cambiar de tema y olvidar lo que pasó aquel día—. Quiero decir... podrías estar en la fiesta follándote a Margot y en cambio, estás aquí, sentado en mitad de un parque hablando con una borracha que sólo sabe hacer el ridículo.

—En primer lugar, tú me obligaste a bajarme del coche. —Lo miré ojiplática pero no me dio tiempo a replicar—. Si no me hubieras dicho que te daba vergüenza, te habría dejado en la puerta y habría desaparecido. —Cerré los ojos en cuanto sentí cómo mi estómago se retorcía en un intento de arcada. Pude contenerme—. Y, en segundo lugar, yo no follo con la primera tía que se me pasa por delante.

—Ya... ahora me vas a decir que sin sentimiento no hay sexo, ¿no? —dije soltando una carcajada cínica. Matt desvió la mirada y no respondió—. Vamos, Matt... no me vengas con tonterías —dije arrastrando las palabras mientras me recostaba y cerraba los ojos unos instantes. Esperé unos segundos a que me respondiera, pero seguía en silencio. «¡Matt no follaba, hacía el amor!» Entreabrí los ojos todo lo que pude y dejé caer mi cabeza en dirección a él, mirándolo desde la lejanía—. ¿Es verdad? ¿Eres de esos que necesitan tener novia para follar?

—Simplemente me gusta conocer a la chica con la que me meto en la cama, ¿vale? ¿Qué tiene eso de malo? —dijo. Su tono me hizo sentirme más ridícula aún. Volví a cerrar los ojos. Con cada segundo que pasaba, sentía el peso de la embriaguez caer sobre mí con más fuerza. Sentí que me resbalaba hacia un lado, hasta que mi cabeza topó con una tela suave y cálida. Me encontraba cada vez peor, sin embargo, sabía que, aunque estuviera sobria, no habría podido responderle. «¿En serio? ¿Me había quedado sin palabras?»—. No todos somos como ese gorila con el que estabas, ¿sabes? —respondió con un ligero tono de reproche.

—¿Quién cojones te crees...? —pregunté incorporándome con rapidez. En ese instante una arcada me obligó a buscar un lugar en el que poder vomitar, pero, en cuanto me puse de pie, el dolor de mi tobillo me hizo caer de rodillas. Vomité allí mismo.

Cerré los ojos y todo comenzó a dar vueltas. Cuando los volví a abrir, di con los ojos verdes de Matt. Me había pasado un brazo por la cintura y trataba de guiarme hasta los setos.

—Estoy bien —mascullé, pero otra arcada se hizo con el control de mi cuerpo, haciéndome vomitar de nuevo. Volví a sumirme en las sombras, y cuando desperté, mi rostro estaba sumergido en el pecho de Matt. Elevé la vista y nuestras miradas se cruzaron.

—¿Sabes? —murmuré removiéndome para tratar de que me dejara en el suelo—. Ningún tío me ha llevado en volandas estando borracha—. «¿Por qué cojones he dicho eso?»—. Bueno, C.J sí. Me ha llevado miles de veces. —Agregué pensativa. Sonreí al recordar a C.J—. Es un buen amigo.

Volví a cerrar los ojos, y con la mirada negra de C.J en mi mente, me quedé dormida. El rugido del motor del coche de Matt me despertó.

—Hemos llegado —susurró pasando un brazo por detrás del reposacabezas de mi asiento y acercándose un poco. Pude ver el verde de sus ojos con claridad y sonreí. Sonreí como una borracha estúpida. «Vamos, como lo que era en ese momento». Sentí una punzada. La cabeza comenzaba a dolerme a horrores, me llevé las manos a la sien.

—Si Paco me ve así, va a matarme —dije sin pensar.

—¿Quién es Paco? —preguntó Matt. Sentía sus dedos enredarse en mi pelo. Negué con la cabeza.

—Sólo es un tío con el que salgo —mentí encogiéndome de hombros y cerrando los ojos de nuevo. Necesitaba dormir. Suspiré y volví a caer en la inconsciencia. 

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