6
27 de junio
Salí de la ducha con mi bikini nuevo, unos shorts vaqueros y mi blusa favorita ondeando abierta. «Lo sé, ahora vivo con un tío y por lo tanto debería taparme un poco más, pero hace calor, es mi casa y hago lo que me da la gana». Hice mi entrada triunfal en la cocina, ya que quería mostrarle a mi amigo mi nuevo biquini; chasqueé la lengua fastidiada cuando vi que C.J. no hizo ni el menor intento de levantar la vista de su Iphone. Me acerqué a él, me apoyé en su hombro y le retire los bucles negros que le caían sobre la frente. Sonreí al fijarme en aquella mueca tan particular que ponía cuando se concentraba en algo: sus ojos almendrados se entrecerraban bajo sus cejas, mientras que su boca se torcía haciendo que le saliera un hoyuelo muy mono en la mejilla izquierda.
—¿Sabes qué estás muy guapo cuando te embobas? —le susurré al oído sacándole una sonrisa y haciendo que se retorciera en el taburete.
—Me haces cosquillas, Dakota —dijo riendo y dejando a un lado su Iphone. Me deslicé por la cocina y busqué una botella de agua mineral.
—¿Quieres algo de beber? —pregunté antes de sacar mi cabeza del frigorífico.
—Claro, ¿tienes cerveza?
—Tengo zumo de naranja —le respondí tirándole un brick de cartón y cerrando la puerta del refrigerador con un golpe de cadera. Abrí la botella de agua y me bebí la mitad sin respirar.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó C.J. con el ceño fruncido mientras luchaba por quitarle el plástico a la pajita que venía pegada al cartón de zumo. Parpadeé y miré hacia donde señalaba.
—¡Joder! —maldije.
—¿Ha sido Paco? —preguntó con una ceja en alto. Asentí con un resoplido.
—Le he dicho que no me deje marcas, pero el muy cabrón dice que si no peleo duro no podré aspirar a ganar el torneo —expliqué sentándome sobre la encimera y jugueteando con mi botella.
—¿Vas a presentarte otra vez?
—¡Claro! Este año he conseguido muchos puntos, y estoy entre las favoritas del gimnasio. Si gano el siguiente combate pasaré a la final —dije orgullosa. C.J. me miró de soslayo.
—Dakota, si tanto te gusta boxear, ¿por qué no se lo dices a tu padre y dejas de mentirle a todo el mundo? —preguntó después de un largo silencio. Resoplé molesta.
—Ya lo sabes, C.J., mi padre no aprueba el boxeo porque dice que no es un deporte para mujeres. Sabes que ya lo he intentado.
—Sí, cuando tenías doce años y Margot te rompió los dientes —soltó mordaz. Lo miré con asco. Debo admitir que mi pasión por el boxeo nació de mis ganas de venganza porque Margot, (una niña estúpida y repipi) me empujó de los columpios consiguiendo que se me rompieran las dos paletas. «Sí, llevo fundas dentales. No es un delito, ¿vale?». Después de eso , quise apuntarme a karate y darle su merecido a Margot; como respuesta, mi padre me obligó a asistir a clases de danza. Tras pasar por en aquel infierno más de tres meses, la profesora Monaut hizo llamar a mi padre y, alegando que mis cualidades como bailarina eran nefastas, me expulsó de la academia. «Fue entonces cuando acepté que mi sueño de ser striper estaba acabado». Unos meses más tarde y como el tenis era un deporte en alza entre la clase pija, me apuntó al gimnasio Atenneus para que recibiera clases privadas. Allí fue donde conocí a Paco, quien, con el tiempo, me aceptó como su alumna encubierta y me introdujo en el mundo del boxeo femenino clandestino—. De todas formas, ya no eres una niña, puedes hacer lo que te dé la gana, ¿no?
—Supongo, pero ahora no es el momento, con todo esto de la boda... —dije pensativa—. Si le cuento lo que hago seguro que me estrangula y me obliga a dejar a Paco.
—Bueno, te está moliendo a palos —respondió con sorna. Le golpeé en el hombro.
—No es verdad. Es mi entrenador y si quiero ganar, tengo que esforzarme y aprender a encajar los golpes —expliqué.
—¿Encajar los golpes? —«Quiero a C.J. pero a veces es un poco lerdo».
—Significa protegerme: este moratón es porque no lo hice; me confié en que me atacaría por la derecha y desprotegí mi flanco izquierdo —expliqué enseñándole el hematoma violeta—. La verdad es que ni esperé el momento correcto ni me anticipé a sus movimientos. —
Continué pensativa mientras analizaba el entrenamiento de aquella mañana. Chasqueé la lengua frustrada por tener que darle la razón a mi entrenador—. Este golpe me lo he ganado por descuidada, así es el juego.
—Ese golpe no te lo has ganado y tu cuerpo no es un juego —respondió serio, levantándose y colocándose frente a mí. Fruncí el ceño y torcí la cabeza.
—C.J. tranquilízate, estoy bien —dije ligeramente molesta. Luego, me bajé de la encimera y le agarré de los hombros
—Pero ese tío no te deja ni respirar. He visto como te entrena y...
—¡Basta, C.J.! —le interrumpí—. Eres mi mejor amigo y nunca te pegaría, pero como sigas cabreándome te daré una patada en los huevos —respondí forzando una mueca amenazadora que sabía que C.J. se pasaría por el arco del triunfo.
—¡Es que no comprendo por qué dejas que Paco te trate así! —replicó haciendo un puchero a la vez que se cruzaba de brazos. Lo miré en silencio unos instantes y sonreí; ver a C.J. comportarse como un niño mimado siempre me hacía gracia. «Qué tierno». Suspiré y volví a subirme a la encimera a la vez que él se sentaba en una de las sillas que había en la mesa principal. Me miró de nuevo con sus ojos negros y el ceño fruncido, a lo que respondí con un resoplido cansado. «Este tío no se cansa, ¿o qué?».
—Por favor, dejemos el tema de una vez, Paco es un buen tío, ¿vale? —dije lo más dulce posible, tratando de serenar a mi amigo.
—Está bien. Si tú lo dices... —replicó C.J., mostrando las manos en alto y dando por zanjada la conversación.
Asentí y le dí un sorbo a mi botella de agua, justo en el instante en el que Eli entró alegre por la puerta seguida por Matt quien llevaba entre una de sus manos un cuaderno que golpeaba con el bolígrafo que sujetaba con la otra.
—¡Hola, C.J.! —Eli se acercó a C.J. para darle un abrazo. Aunque sólo hacía unos días que se conocían, «los mismos que llevamos conviviendo todos bajo el mismo techo», El le había tomado cariño y siempre lo abrazaba con ternura.
—Hola, Eli-zalea. —Al parecer, a Eli y C.J. no sólo los une la intuición femenina, sino también la pasión por el rap; y es por eso que mi amigo la ha apodado Eli-zalea, porque dice recordarle a Iggy Azalea, una cantante de rap australiana que lo está petando—. ¿Cómo estás? ¿Lista para una pelea? ¡Empiezo yo! —dijo C.J. y comenzó a rapear mientras seguía a Eli hasta el frigorífico.
Los seguí con la mirada hasta que se pusieron a mi espalda, de forma que no pude girarme, fue entonces cuando vi que Matt estaba sentado en la mesa concentrado en anotar algo en aquel cuaderno viejo. «¿Escribiría también un diario?». Me reí para mis adentros de aquella tontería. «Los tíos como Matt no escriben diarios, ni leen libros de poesía, ni son románticos» pensé negando con la cabeza, «los tíos como Matt son unos chulitos que sólo piensan en meterla a todas horas». Tan ensimismada estaba en mis cosas, que no me di cuenta cuando Eli pasó por mi lado hasta que su voz chillona y estridente me taladró el oído izquierdo.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dakota! —«Joder, como grita la condenada»—. ¿Qué te ha pasado en el costado? —preguntó entregándole su refresco a Matt.
—¿Qué? —pregunté sin entender a qué se refería, pero al sentir la mirada verde y penetrante de su hermano sobre mi hematoma, lo recordé—. ¿Esto? —dije tapándome con disimulo el moratón con una mano y encogiéndome de hombros para restarle importancia—. No es nada —«¡Gilipollas! ¡Mira que ir con ese golpe a la vista!»—. Sólo me he golpeado con la pelota de tenis—. Mentí lo mejor que pude. Si llegara a mi padre la simple sospecha de que boxeo estaría perdida.
—¿Las pelotas de tenis hacen eso? —preguntó inocente y sorprendida Eleanor sin dejar de mirarme. Asentía mientras me abotonaba la prenda—. Tiene que dolerte, ¿te traigo hielo? —Añadió con la intención de volverse hacia el refrigerador.
—No, tranquila. Estoy bien, sólo ha sido un golpecito mientras entrenaba. Nada más —dije lo más calmada que pude. «Tonta, tonta, tonta».
—Sí, Dakota no sabe encajar las bolas, ¿verdad? —respondió con retintín C.J. mientras me miraba con ironía. «Muy gracioso, C.J.» pensé mientras lo miraba rechinando los dientes.
—Lo haré mejor la próxima vez —repliqué rechinando los dientes y deseando tener rayos láseres en los ojos para fulminarlo.
—¿De verdad que estás bien? —volvió a insistir Eli algo preocupada. En ese momento, C.J. se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros. Tragué saliva y cuando terminé de abotonarme la blusa miré de reojo a Matthew. Este me miraba con el ceño fruncido a la vez que le daba un sorbo a su bebida. Forcé una sonrisa, negué con la cabeza y de un salto me bajé de la encimera acercándome a C.J. y Eli.
—No te preocupes, Dakota es una negada para el tenis, pero sobrevivirá —dijo mi amigo tranquilizando a la chica —Bueno, ¿qué? ¿quieres rapear o nos acompañas al cine?
—Hoy no puedo, C.J., tengo que ayudar a Matt a organizar el campamento de verano y a buscar una monitora —dijo sonriéndole a su hermano que no levantó la vista de su extraño cuaderno. Elevé una ceja extrañada. «¿Este tío está organizando un campamento de verano? ¿No es algo mayorcito?»—. Todos los veranos ayudamos a recaudar fondos para organizar un campamento infantil de verano para niños de los barrios marginales. De momento hemos recaudado bastante para el lugar y algunas de las actividades que se harán, pero no podré asistir como monitora, así que necesitamos dar con una chica voluntaria.
—¿Haces labores comunitarias? —pregunté mirando con curiosidad a la muchacha. Esta sonrió.
—¡Sí! Nuestra madre nos enseñó que debemos ayudar a los que no tienen suficiente. Así que durante el curso, yo ayudo en la residencia de ancianos y Matt da clases extraescolares a niños en exclusión social. —«Vaya, eso no me lo esperaba»—. Y en verano, ayudamos con el campamento como monitores y organizadores. Pero este año, una amiga me ha invitado a pasar unos días con su familia, así que, no podré ir —explicó encogiéndose de hombros y sentándose en una silla junto a su hermano.
—Vaya, es muy loable por vuestra parte —dijo C.J. asombrado.
—¿Loable? ¿De dónde coño has sacado esa palabra? ¡Es más grande que tú! —exclamé revolviéndole la maraña de rizos negros, tras eso comencé a andar en dirección al salón.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que los raperos leemos el diccionario? —replicó C.J. siguiéndome y saliendo a mi par de la cocina.
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