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16 de septiembre

Suspiré con la cabeza apoyada en el cristal del taxi que me llevaba de vuelta al piso que compartía con Nanako en Palo Alto. Necesitaba alejarme de Matt y un par de días después de salir del hospital, hice las maletas y cogí un avión. Aunque las clases no empezarían hasta unas semanas después, no me sentía con fuerzas de seguir viviendo bajo el mismo techo que Matt. Lo más duro había sido inventarme una excusa ante mi padre, que estaba en contra de que volviera a Stanford con los golpes y heridas aún por curar, sin embargo, estaba tan deprimida que no me costó demasiado lo aceptara sin necesidad de confesarle que la culpa de todo la tenía Matt.

A pesar de que me esforzaba por olvidar lo sucedido en los últimos días, mi cabeza no paraba de darle vueltas a nuestra discusión una y otra vez, como si fuera la escena de una película raída.

—¿A qué juegas, Matt? —pregunté tratando de levantarme de aquella cama de hospital. Me llevé una mano al costado cuando sentí otra punzada.

—Cielo, te harás daño —dijo Nanako acercándose para ayudarme. Rechacé sus brazos con un movimiento violento y, sin dejar de mirar a Matt a los ojos le di el teléfono con desprecio.

—Me dijiste que era importante para ti —solté entre sollozos. Matt me abrazó fuerte para evitar que me cayera. La verdad es que me sentía mareada.

—Y eres importante, Dakota —dijo con tono lastimero.

—¿Y por qué cojones me mientes? —grité revolviéndome y golpeándole en el pecho. Nanako me sujeto por los brazos y me apartó de Matt. Me guió de vuelta a la cama y me obligó a sentarme en la orilla.

—¿De qué hablas? —preguntó confundido.

—Hablo de Mia y tu puta cita de hoy a las cinco —ladré con rabia. Nanako se encaró con Matt.

—¿Quién es Mia? —le preguntó. Matt levantó las manos y negó con la cabeza.

—No es lo que pensáis —dijo y luego se acercó a mí. Trató de cogerme de la mano, pero me aparté de él una vez más—. Dakota, por favor, Mia es sólo una amiga. No hay nada entre nosotros.

Eli se llevó una mano a los labios y rompió a llorar.

—¡Deja de mentir! —gritó a su hermano antes de darle un golpe en el hombro—. Os oí en la tienda de ropa mientras estaba en el probador —dijo enfada—. Te llamó amor y luego le dijiste que no podías decirle la verdad a Dakota.

Abrí los ojos ante aquel descubrimiento y miré a Matt a los suyos. Tragué saliva.

—Me lo prometiste, Matt. Me prometiste que no habría mentiras. —Tragué saliva.

—¿La estas engañando con esa tipa? —preguntó Nanako ofendida.

—Nunca te he engañado, Dakota —susurró ignorando tanto a su hermana como a Nanako.

—¡Yo os oí! —sollozó Eli decepcionada.

—¡Eli! ¡Basta! —gritó Matt tajante con un movimiento de su mano—. Si vas a oír conversaciones ajenas, al menos escúchalas bien —dijo mirándola severo. Tras unos segundos de silencio, Matt volvió a centrarse en mí. Tomó aire y me cogió de las manos—. Mia es la secretaria personal de Ambrosio Rodríguez.

—¿Qué? —pregunté confusa.

—Ambrosio es el mejor abogado criminalista de Los Ángeles. Mia es una antigua alumna de Lumbert, mi profesor de la universidad. Me estaba ayudando a prepararme para el programa de becarios del bufete. —Abrí los ojos atónita ante lo que estaba oyendo.

—Entonces, ¿no la estás engañando? —preguntó Eli ante mi silencio.

—No. Claro que no —respondió Matt mirándome con ternura. Luego me abrazó—. Mia debía llamarme para decirme si había conseguido el puesto o no. —Continuó apoyando su frente en la mía—. Pero, estaba tan preocupado que me olvidé del teléfono. Jamás te mentiría, Dakota.

Dejé pasar unos segundos mientras mi cabeza se reorganizaba. Me sentía mareada y, aunque tenía sentido todo lo que Matt me contaba, ya que Mia habló de una firma de contrato. No comprendía por qué no me lo había dicho.

—Has roto tu promesa, Matt. Me has mentido —dije mirándolo sin expresión alguna.

—No te he engañado con ella, no te...

—Lo has hecho. Te pedí sinceridad. Sólo quería que me contaras la verdad... —Mi voz se fue rompiendo con cada palabra. Me limpié las lágrimas y cogí aire—. Si no has sido capaz de contarme algo como esto, ¿cómo puedo confiar en que me dirás las cosas importantes? —Matt no respondió. Asentí con un suspiro y le di una palmada en un hombro antes de subirme a la cama y tomar una decisión—. Enhorabuena, el puesto es tuyo.

—Dakota... —susurró.

—Mia te espera a las cinco en el Whater Grill, será mejor que no llegues tarde a tu nuevo trabajo. —Continué señalándole la puerta, pero al ver que no se movía le grité—: ¡Lárgate, Matt! ¡No quiero verte! ¡Me has roto el corazón!

Una punzada en las costillas me trajo a la realidad cuando el taxi tomó un bache algo más pronunciado de la cuenta. Solté un gritito.

—Lo siento, señorita —se disculpó el taxista—. Las carreteras están muy mal.

Asentí sin ánimos para responderle. Me recosté de nuevo sobre el cristal y suspiré, dejando que mi mente viajara a aquella precisa mañana, sólo un par de horas antes de tomar el avión que me había llevado hasta San Francisco.

—Tesoro, ¿no crees que te lo estás tomando muy a pecho todo esto? —preguntó Nanako mientras me miraba terminarla maleta.

—Me ha mentido.

—Ya lo sé, pero tampoco ha sido una mentira tan importante. Sólo ha sido una mentirijilla —respondió encogiéndose de hombros y poniendo cara de boba al pronunciar la última palabra.

—Da igual si una mentira es pequeña o grande, o si se dicen para proteger o hacer daño, Nanako —dije tirando con rabia la camiseta que tenía en las manos dentro de la maleta—. Una mentira sigue siendo una mentira. —Suspiré con fuerza, haciendo presión en el arco de la nariz con dos dedos—. Creía que esta vez sería diferente—susurré y luego miré al techo—. Le creí cuando me dijo que nunca me mentiría. Le di mi corazón, ¡joder! Y él rompió su promesa.

Mi amiga se acercó a mí y mi abrazó por la espalda.

—No te cierres de nuevo al amor, cariño —me dijo al oído—. Date un tiempo, tranquilízate y luego habladlo. Seguro que lo arregláis.

—Esto no tiene solución —respondí dando por zanjado el asunto.

El rugido del motor del taxi cesó y el taxista se giró en su asiento.

—Serán quince por la carrera, señorita —dijo con una sonrisa rota. Asentí y le entregué un billete de veinte.

—Quédese con el cambio.

Al salir del coche, miré el edificio de ladrillo rojo en el que vivía durante el curso académico. Me mordí el labio inferior y cogí la maleta que el taxista había dejado en la acera. La arrastré con lentitud mientras me acercaba a la puerta. Entré en el salón y me fijé en que todo estaba tal y como lo habíamos dejado al principio del verano. Me acerqué a la cocina y cogí la carta en la que mi padre me había enviado el billete de avión a Hawaii. Suspiré y me fui directa a mi dormitorio, con la única intención de deshacer la maleta y enterrar a Matt en el fondo de mi corazón, al lado de Dylan.

Eli cerró el diario y se quedó en silencio mirando al corrillo de ancianos.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Arthur incrédulo—. ¿No acaban juntos?

—Eso parece —respondió el señor Huang dándole una calada a su pipa con una sonrisita.

—No puede ser, ¿por qué no lo ha perdonado? —Inquirió Angus con las manos en el pecho y la mirada asustada.

—Está claro, le ha mentido —dijo Dorothy—. Me parece bien que no se deje engañar, una mentira es una mentira. Aunque me duele que no terminen juntos. Hacían una pareja tan bonita. —Continuó con un suspiro triste la anciana.

—Pues yo me niego a que esto termine así —dijo Arthur enrabietado dándole un golpe al reposabrazos de su asiento.

—Deja de quejarte, viejo —soltó el señor Huang—. La chica ha terminado de leer el libro y así termina la historia.

—Pero esto no era una historia —dijo de pronto la señora Angus—, es un diario, ¿no?

—¿Y no dijiste que tenías tres? —Interrumpió dorothy antes de que Eli pudiera responder. La chica asintió con una leve sonrisa.

—Sí, hay tres diarios. Este sólo era el primero —respondió.

—¡Genial! —soltó alegre Arthur—. Entonces, saca el segundo y comienza a leer.

Eli negó con la cabeza a la par que se levantaba.

—Me temo que se ha hecho tarde —se disculpó Eli señalando el reloj que había colgado en la pared, al fondo de la habitación—. Ya es casi la hora de cenar, y si me quedo las enfermeras se enfadarán y no me dejarán volver.

—¿Por qué no te dejarían volver? —preguntó ofendido el señor Huang.

—Porque las tardes de lectura terminan a las siete y son casi las nueve —respondió Eli acercándose para coger su bolso y mirando de reojo como una de las enfermeras se acercaba señalando el reloj de su muñeca enfadada.

—Señorita Thomson, ¿qué horas son estas? —preguntó la mujer—. Vamos, estos señores tienen que cenar y descansar.

Eli asintió y se colgó su bolso al hombro. Pero, antes de que pudiera salir de la habitación, la señora Dorothy la paró agarrándola del codo.

—¿Nos leerás la semana que viene el segundo diario? —preguntó con ilusión en la mirada. Eli asintió.

—La próxima semana sabremos si todo acaba aquí o Matt y Dakota tendrán otra oportunidad —respondió la chica para que todos los ancianos la oyeran antes de salir por el umbral.

El aire fresco de Los Ángeles le dio en el rostro a Eli en cuanto salió a las calles. Una llamada telefónica la obligó a rebuscar entre las cosas de su bolso. No conocía el número.

—¿Diga? —preguntó extrañada.

—¿Eli? Soy Dakota, ¿cómo estás? 

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