54
12 de septiembre
Nanako llegó para hacerle el relevo a mi padre alrededor de las nueve de la mañana, con un enorme ramo de flores.
—Buenos días —dijo cantarina abriendo la puerta con cuidado. Le chisté llevándome un dedo a los labios.
—Sigue dormido —susurré alargando las manos y cogiendo las flores que me ofrecía. Nanako me dio un beso en la frente y luego se acercó al sillón en el que mi padre roncaba cómicamente. Se llevó una mano para ahogar una risita traviesa. George dormía con la cabeza inclinada y un hilillo de babas le caía por encima de la camisa semiabotonada—. Se ha pasado la noche despierto.
—¿Lo despierto? —me preguntó mi amiga. Me encogí de hombros y ella le dio un suave golpecito en el hombro a mi padre—. Sugar Daddy —susurró con cuidado de no asustarlo. Pero al ver que no se despertaba lo zarandeó—. ¡Sugar Daddy, que las acciones caen en picado!
Mi padre abrió los ojos de golpe, incorporándose de un salto en el sillón.
—¿Qué ha pasado? —preguntó confuso mientras Nanako y yo reíamos a carcajadas. Luego me retorcí al sentir de nuevo una punzada en el costado—. Princesa, ¿estás bien?
—Sí, George, estoy bien —dije respirando lentamente para paliar los dolores, luego le señalé las flores que tenía en mi regazo—. ¿Por qué no te vas a casa? Nanako ha venido a hacerte el relevo.
Mi padre se marchó a regañadientes después de colocar las flores en un jarrón y revisar que todos los aparatos a los que estaba conectada parecían estar en orden. Aunque me gustaba tener su atención, lo cierto era que estaba hecho polvo y ambos sabíamos que, debía descansar y ponerse al frente de sus negocios lo antes posible. «Lo único más volátil que mis bragas era la bolsa».
Cuando Nanako se aseguró que se hubo marchado cogió su teléfono e hizo una llamada.
—Tienes vía libre —dijo al auricular guñiándome un ojo—. ¿Puedes pasar antes por la cafetería y traerme un café con sacarina? —Tapó el auricular y me habló—: ¿Has desayunado? —Negué con la cabeza y Nanako volvió a su llamada—. Y trae de paso un café con leche, con dos bolsitas de azúcar y una rosquilla de chocolate. ¡Ah! Y si tienen algún dulce de merengue, ¿podrías traerme uno?... ¿No tienen?... Vaya... Está bien. ¡Gracias!
Miré a Nanako con una ceja en alto cuando cortó la llamada y se sentó a los pies de mi cama.
—Creía que Rocco sólo era un esclavo sexual y no a jornada completa —solté pérfida.
—No era Rocco —respondió mirándose las uñas—. Era Matt. ¿Sabes que lleva en la puerta del hospital desde las siete de la mana?
—¿Qué? —pregunté confundida. Nanako asintió y se removió hasta recostarse sobre mis piernas con cuidado.
—Llamó a Rocco esta mañana a eso de las ocho y Rocco me llamó a mí. Quería entrar a verte, pero al estar aquí tu padre no se atrevía... así que Rocco me pidió que viniera y así pudiera acompañarlo sin levantar sospechas —explicó con total indiferencia. Solté una risita nerviosa y me escondí tras las sábanas. Matt estaba más preocupado por mí de lo que me había imaginado y no había dudado en ir al hospital a primera hora de la mañana para visitarme.
—Buenos días —dijo Matt dando un par de golpecitos en la hoja de la puerta. Mi sonrisa se amplió cuando sus labios rozaron los míos—. ¿Cómo estás?
—Mejor —respondí y Matt me entregó una pequeña bandeja de cartón donde había un par de dulces y dos vasos reciclables. Se sentó a mi lado, pasándome un brazo por los hombros y dejando abandonados entre las sábanas su cartera, el móvil y las llaves—. ¿Has desayunado? —dije antes de darle un sorbo a mi café.
—Sí, un par de veces —respondió con una sonrisa traviesa y luego me dio otro beso en la frente.
Desayunamos tranquilos charlando sobre el resultado del combate y la paliza que había recibido. Sin embargo, no pasó mucho rato cuando Nanako se embutió en su teléfono de nuevo, tecleando sin parar.
—¿Va a venir Rocco? —pregunté curiosa. Nanako negó.
—No —respondió y luego elevó la mirada ligeramente preocupada—. Tesoro, por favor, no te enfades conmigo, ¿vale? —rogó removiéndose nerviosa y bajándose de la cama.
—¿Qué has hecho? —pregunté a la defensiva.
—Era C.J. con quien he estado hablando —dijo bajando la mirada. Cerré los ojos y suspiré molesta. Matt cerró su abrazo sobre mis hombros y me dio un beso—. Ha venido, está en la sala de espera. —Continuó rápidamente y me tomó de las manos cuando negué con la cabeza—. Por favor, está muy preocupado.
—Dakota, escúchalo —dijo Matt. Lo miré sorprendida por ponerse de parte de alguien que no lo aguantaba. No pude responderle porque me interrumpió antes—: Me quedaré contigo si no quieres verlo a solas, ¿vale?
Desvié la mirada a Nanako y esta forzó una sonrisa.
—Por favor... —rogó—. Es nuestro amigo.
Suspiré y después de unos segundos acepté. Nanako me dio un beso en la frente y salió corriendo en busca de nuestro amigo en común.
—No te preocupes —susurró Matt a mi oído para darme ánimos—. Sólo escúchalo, deja que se explique y luego, si no quieres volver a verlo, no lo hagas, ¿de acuerdo?
Apoyé mi frente en la de Matt y asentí antes de que sus labios capturasen los míos. Pasé mi mano por su nuca, atrayéndolo más hacia mí. Sus besos parecían una especie de bálsamo curativo que me calmaban.
—Ejem... ¿Interrumpo? —La voz tímida de C.J. hizo que nos separásemos. Sus ojos negros se cruzaron con los míos y, para mi sorpresa, la rabia que creía que sentiría por mi amigo, había sido sustituida por una extraña necesidad de abrazarme a él. Tal vez fuera el dolor de mis costillas o lo vulnerable que me sentía desde que había ingresado en el hospital, pero no pude evitar que una lágrima me cruzara el rostro magullado. C.J. se acercó restregándose las manos, nervioso, y miró a Matt—, ¿puedes dejarnos solos? —preguntó.
Matt me miró unos segundos y asentí. Al fin y al cabo, aquel era mi amigo, y si debía contarme que estaba enamorado de mí, merecía hacerlo en la soledad de la intimidad que dos amigos de la infancia compartían. Matt se levantó de la cama.
—Estaré abajo con Nanako, ¿de acuerdo?
Asentí y esperé con C.J. en silencio a que Matt saliera de la habitación. Suspiré sin saber qué decir, de manera que desvié la mirada hacia el ramo de flores que mi amiga me había traído y comencé a juguetear con el pétalo de uno de los lirios. C.J. se acercó y se apoyó con la cadera en la cama, restregándose la nuca.
—Fui a verte a tu casa, quería hablar contigo de... —dijo con la mirada puesta en la punta de sus zapatos. Me encogí de hombros.
—Te he echado de menos —solté en un susurro dejando el lirio.
—Y yo a ti. —Se apresuró C.J. a responder tomándome de la mano con la vía y mirándome a los ojos. Tragué saliva.
—Tú y Nanako sois mis mejores amigos... —dije absorbiendo fuerte para evitar derramar otra lágrima—. Y me duele que estemos peleados, pero necesito saber la verdad. —Continué posando mi mano libre sobre la de C.J. Este asintió y tomó aire.
—Está bien —soltó decidido y luego se levantó y se dirigió hacia la puerta abierta—. Ya puedes pasar.
C.J. hizo un ademán con su mano y un chico estilizado, con un aire bastante androgénico y un atuendo retro, entró con un bonito peluche con forma de corazón. Abrí la boca confundida por aquello.
—¿Qué...? —Alcancé a preguntar mientras aceptaba el muñeco.
—Me llamo Coby —dijo el desconocido con una sonrisa tierna antes de acercarse a C.J. y pasarle un brazo por la cintura.
—Un momento... ¿qué está pasando aquí? —pregunté zarandeando la cabeza. Coby soltó una carcajada y luego C.J. se acercó a mí.
—¿Te acuerdas cuando te conté que estaba enamorado y que no sabía si debía o no declararme? —preguntó C.J.. Asentí por respuesta—. Esa persona es Coby. Es uno de los camareros del Rooster Joint.
—Pero, no lo comprendo. ¿Tenías miedo de decirle la verdad porque Coby no sabía que eras gay? —solté confundida. En ese instante, fue Coby quien me aclaró las dudas.
—Verás, Dakota —dijo acercándose. Le dedicó una sonrisa tierna a C.J y luego me miró—. Soy un hombre transexual.
Fruncí el ceño sin comprender.
—No lo entiendo... —dije alternando la mirada entre ambos—. Si eres un hombre trans, significa que realmente eres una mujer, ¿no?
Coby negó y procedió a explicármelo.
—Verás, lo primero que debes entender es que una cosa es la orientación sexual y otra la identidad de género —dijo sentándose en una silla cerca de mí—. La orientación sexual es, por decirlo de alguna manera, lo que nos gusta. Por ejemplo, tu orientación sexual es hetero, porque te gustan los hombres, ¿no es cierto? —Asentí—. Bien, sin embargo, la identidad de género es con lo que te identificas. Tú eres una mujer que se siente mujer, ¿verdad? —Volví a asentir concentrada por completo en sus palabras—. En mi caso, nací como mujer, pero siempre me identifiqué como hombre. ¿Comprendes?
—Creo que sí. —Dije humedeciéndome los labios y procesando la cantidad de información que estaba recibiendo—. Te sentías como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer a la que le gustan los hombres, ¿no?
—Exacto —dijo con una sonrisa cuando lo comprendí. Sonreí.
—Pero, no lo comprendo. —Continué con mi turbación mirando ahora a mi amigo—. ¿Por qué te costaba tanto decirle que estabas enamorado? Le gustan los hombres, ¿qué problema hay?
C.J. desvió la mirada avergonzado.
—Porque era un ignorante —respondió mi amigo y luego le dio la mano a su pareja—. Pensaba que Coby se había cambiado de sexo porque le gustaban las mujeres y yo... bueno, soy un hombre.
—Siempre pensé que los homosexuales entendíais todo esto mejor que los heteros —solté de pronto.
—Eso es un prejuicio muy feo —me reprendió Coby.
—Lo siento —dije avergonzada. Agaché la cabeza avergonzada y él sonrió:
—Tranquila, la mayoría de las personas desconocen la diferencia entre identidad de género y orientación sexual. Y, al igual que a ti, C.J. se confundió.
Solté una risa completamente relajada y miré a mi amigo.
—Entonces, ¿no estás enamorado de mí? —pregunté.
—Sigue soñando, diva de tres al cuarto —soltó divertido antes de abrazarme.
—Te quiero, C.J. —le dije cuando se separó de mí—. Lamento mucho haberme enfadado contigo, yo...
—No te preocupes —respondió.
—¿Quieres saber cómo se declaró? —preguntó Coby cambiando de tema al ver que todo estaba resuelto. Asentí en respuesta y me dediqué a disfrutar de la felicidad de mi amigo.
Aunque toda la situación me parecía surrealista y deseaba pedirle a C.J. explicaciones de por qué no me había hablado con claridad de Coby desde el principio, decidí dejarlo correr. Al fin y al cabo, me había reconciliado con mi mejor amigo y eso era lo único que me importaba. Suspiré alegre, y me despedí de mi amigo y su nuevo novio al cabo de media hora.
—¿Puedes pedirle a Nanako y Matt que suban? Creo que están en la cafetería —le pedí a C.J. Este asintió y me dio un beso de despedida.
Me recosté y cerré los ojos, estaba ligeramente cansada, sin embargo, estaba feliz. Sí, es cierto que no había conseguido el puesto en la revista de la madre de Nanako y tampoco había ganado el campeonato de boxeo, sin embargo, me había reconciliado con C.J., mi relación con Helen era relativamente buena y me sentía en una nube desde que Matt había conseguido derrumbar los muros de titanio. Fruncí el ceño al sentir algo vibrando entre las sábanas, rebusqué y di con el teléfono de Matt. Mi corazón se paró cuando vi el nombre de una tal Mia B. Rodríguez en la pantalla. Pulsé el botón de recepción de llamada, pero no respondí.
—¿Matt? Cariño, por fin me respondes. Llevo desde anoche queriendo localizarte, pero no me has devuelto ninguna de mis llamadas —dijo sin parar a respirar. Un leve temblor se hizo con mis manos—. Me tenías muy preocupada, ¿sabes?
—Matt no está en este momento —Alcancé a decir sintiendo cómo mis labios temblaban tanto como mis manos.
—Oh, disculpa —dijo ligeramente decepcionada—. Me llamo Mia, ¿podrías decirle a Matthew que le espero esta tarde en el Whater Grill a las cinco para la firma del contrato? Dile que se arregle. —Continuó con una carcajada—. ¿Pero qué tonterías digo? Él siempre viene impecable.
Colgué sin despedirme con un regusto amargo en la boca en el mismo momento en que Eli entró corriendo por la puerta con una amplia sonrisa. Respondí a su abrazo con la mente en blanco y la mirada perdida.
—Dakota, ¿sucede algo? —preguntó la chica al separarse de mí, preocupada. No respondí, no la miré—. Matt, ¿qué le pasa a Dakota? —dijo alarmada cuando vio a su hermano entrar en el cuarto seguido por Nanako.
Matt clavó sus ojos verdes en los míos y, entonces me di cuenta de que C.J. tenía razón: Matt me había roto el corazón.
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