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11 de septiembre (La final – parte 1)

Di un par de saltitos para tratar de tranquilizarme. El gimnasio No Angels estaba hasta arriba. Fruncí el ceño: aunque la mayoría eran compañeros de gimnasio tanto míos como de la otra boxeadora, también había desconocidos que apoyaban nuestra causa con sus entradas. Aunque algunos entrenadores, como Paco, no estaban de acuerdo con hacer dinero con aquel tipo de campeonato, ya que al ser clandestino ponían en peligro la seguridad de los gimnasios y los participantes, muchas de las participantes estábamos a favor, ya que aquello nos ayudaba a darle visibilidad a nuestra pasión.

—Alguien ha venido a verte —dijo David señalando por encima de mi hombro. Me giré sintiendo un nudo en el estómago.

—¡Alaska! —gritó el abuelo de Tom y luego le dio un golpecito al chico que miraba entretenido a su alrededor—. Mira, Tom, es Alaska. Ve a saludarla.

—Dakota, abuelo, se llama Dakota —respondió negando y llevándose una mano a la frente. Sonreí y me acerqué a ellos.

—Gracias por venir —saludé al anciano que miraba a todas partes alucinando.

—¿Esto no es un deporte muy peligroso para una señorita? —preguntó el hombre con el ceño fruncido.

—No es peligroso si se practica con responsabilidad y disciplina —respondí. Luego le revolví el pelo a Tom y le pasé un brazo por los hombros para guiarlo hasta sus asientos—. Vamos, os llevaré hasta un lugar donde podáis verlo bien.

—¿Esa es la novia de Rocco? —preguntó Tom señalando a Nanako que, cogida de la mano de su pareja, charlaba con Lola.

—Sí, eso parece —respondí y ayudé al abuelo de Tom a subir a una tarima improvisada donde habían colocado algunas sillas para los jueces y algunos invitados—. Desde aquí lo veréis bien. Si necesitáis algo, sólo tenéis que pedírselo a David, ¿de acuerdo? —Agregué señalando al gigante que le hacía pucheros a su bebé a un lado del cuadrilátero, mientras algunas chicas lo miraban embelesada.

Al bajar de la tarima mi corazón se paró y se aceleró al instante, unos ojos verdes que conocía de sobra me observaban traviesos sobre una sonrisa atractiva.

—¡Has venido! —grité saltando a los brazos de Matt. Este me recogío y me dio un beso.

—No podía perderme tu victoria —respondió aún con sus labios sobre los míos. Abrazados, nos acercamos a Rocco, Nanako y Lola que seguían charlando. Paco se acercó unos minutos después.

—Vamos, Dakota, es hora de cambiarte —dijo, el combate empezará en un rato. Asentí y me despedí de mis amigos, pero antes de que pudiera seguir a mi entrenador y David, la mano de Matt me detuvo, tirando de mí y embutiéndome en un abrazo.

—Suerte —susurró y volvió a besarme. Cerré los ojos y me dejé llevar por su lengua cálida, por el sabor de sus labios suaves y jugosos. Le di un ligero mordisco con sensualidad y me separé de él a regañadientes.

Entré en los vestuarios, me cambié y, mientras Lola me hacía con gran habilidad dos trenzas de espigas bien ceñidas a la cabeza para que no me molestara el pelo, comencé a sentir un pellizco nervioso. Tragué saliva con dificultad, ya que la boca se me comenzó a secar. Traqueteé un pie y di un par de golpecitos en el banco donde estaba sentada con el puño cerrado.

—Lo harás bien —dijo Lola al verme tan nerviosa—. No es la primera vez que boxeas.

—Pero sí es la primera vez que llego tan lejos.

Lola no respondió y, cuando hubo terminado, me dio un beso.

—Nos vemos luego —se despidió. Asentí y cerré los ojos para concentrarme. Por un lado deseaba subir al cuadrilátero, por otro, quería salir corriendo y no volver. Solté aire con suavidad y me repetí mi mantra unas cuantas veces. «Aquella noche lo iba a necesitar».

—Dakota —La voz de Paco unida al golpecito que me dio en la espalda me hizo dar un bote en mi asiento. Me giré para mirarlo a los ojos—. Hagas lo que hagas ahí arriba, no te excedas. Si dudas o crees que no podrás aguantar, golpea la lona o hazme una señal, ¿entendido? Pararé el combate.

—Puedo hacerlo —respondí indignada ante su comentario.

Paco asintió sin responder y luego llamó a David para que me ayudara a ponerme los guantes.

Subí a la lona y me coloqué el protector bucal. Me apoyé en las cuerdas de mi rincón y observé a Maryorie Costa, mi contrincante. Su cuerpo torneado por las horas de deporte era mucho más grande que el mío, su piel brillaba tornasolada bajo los rayos de los focos. Tragué saliva de nuevo. Miré a todos los que me habían acompañado hasta allí: Paco y su familia, David, Matt, Tom y su abuelo, Rocco y Nanako, C.J.... «¿He dicho C.J.?». Abrí los ojos confundida. Mi amigo estaba allí, hablando con Nanako entre susurros con un ligero aire preocupado. Nuestras miradas se cruzaron sólo unas milésimas de segundos antes de que el juez nos llamara al centro del ring. Hizo las presentaciones, nos recordó la norma y cuando nos golpeamos amistosamente con los guantes, todo empezó.

Con el toque de la campana, mi mente se vació de todo pensamiento, preocupación y sentimiento. Un frío aislamiento me recorrió y los muros de titanio que, hasta hacía poco se tambaleaban alrededor de mi alma, se endurecieron. Apreté la mandíbula, encerrando el protector bucal. Cogí aire con fuerza y di un par de pasos, siguiendo los movimientos de mi contrincante. No sería yo quien diera el primer golpe, antes debía tantearla.

Recibí el primero al cabo de unos segundos dirigido directamente a mi rostro. «Empezaba con fuerza y ganas». Pude esquivarla a tiempo de sentir el aire romperse al lado de mi cabeza, muy cerca de mi oreja. Maryorie era más grande que yo, de manera que debía usar a mi favor otros factores como la rapidez. Respondí con un golpe dirigido hacia sus costillas, que bloqueó con rapidez, sin embargo, un gruñido me confirmaba que le había dado.

Durante los siguientes tres asaltos nos habíamos dedicado a cansarnos la una a la otra. Sentía cómo me pesaba el cuerpo, como me dolía el labio partido, pero el cansancio y el dolor desaparecía cada vez que, al golpearla, notaba su cansancio.

Mi contrincante se movía cada vez más lenta, le costaba reaccionar, y después de unos minutos de bailar sobre la lona, me arriesgué. Me acerqué a ella con rapidez y solté una lluvia de golpes a su estómago y la cabeza alternándolos. Aunque paró la mayoría, conseguí acorralarla contra las cuerdas. En ese instante, el flash de un recuerdo me nubló la mente.

Por unas milésimas de segundos, volví a tener doce años. Parpadeé sintiéndome acorralada por Margot en aquel columpio. Me había empujado y al caer, me había golpeado en la mandíbula contra uno de los postes, rompiéndome los dientes delanteros. Con la mano sobre mis labios y el rostro empapado en sangre y lágrimas, miraba paralizada como Margot me asestaba el mayor de los golpes.

—Tu madre no te quiere. Se ha olvidado de ti porque tiene otra familia —escupió con saña.

Aquel recuerdo en mi mente atravesó los muros de mi corazón una vez más. Zarandeé la cabeza y rechiné los dientes. Elevé el puño derecho, dispuesta a dar el último golpe. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, una corriente eléctrica me atravesó el cuello desde la nuca hasta la base de mi columna. Maryorie me había asestado un derechazo. Trastabillé por la simpleza de su acto y caí de bruces al suelo, acabando con aquel asalto.

Me levanté ligeramente mareada. Aquel golpe me había cogido por sorpresa y, unido a mi cansancio, hacía que todas las imágenes a mi alrededor comenzaran a desdibujarse. Zarandeé la cabeza para tratar de centrarme, pero no sirvió de nada. Moví los hombros, paseándome por mi rincón. y miré a Paco antes de que el juez hiciera sonar la campana de nuevo. A diferencia de mi contrincante, yo no recibía instrucciones durante los descansos porque Paco no estaba de acuerdo con mi participación en aquel torneo. Siempre decía que tenía demasiada rabia acumulada. Forcé una sonrisa y aquello pareció cabrearlo.

Volví a mi posición en el centro del cuadrilátero. El corte de mi labio se había hecho más grande después del puñetazo. Al sentir la calidez de la sangre caer por mi barbilla la rabia con la que aquel recuerdo me había invadido volvía con más fuerza. Me limpié con el guante y entonces, en el quinto asalto, recibí la paliza de mi vida.

Maryorie había estado fingiendo como estrategia y ahora me tenía contra las cuerdas «literalmente». Sentía un aluvión de golpes dirigidos costados y la cabeza que a duras penas podía bloquear con los brazos. Sentía como si mil agujas al rojo vivo me atravesaban la piel con cada uno de sus ataques. Solté todo el aire cuando el último golpe acertó de pleno en mi abdomen. Cerré los brazos y caí de rodillas. Todo a mi alrededor se oscureció. Los gritos de la gente se enredaban en un amasijo de voces y palabras inconexas. El aire entraba helado por mi boca y salía ardiendo de ella. La lona estaba suave bajo mi cuerpo magullado, casi podía sentir una leve tibieza.

—¡Diez... nueve...! —la voz grave y dura del juez sonaba cerca de mi oído, acompasado con unos golpes duros que retumbaban y hacía vibrar la tela del ring.

—¡Nada puede dañarte, eres de titanio! —la voz apagada de Tom a lo lejos se alzó por encima del amasijo incomprensible. Sentía el sabor férreo de la sangre mezclarse con mi saliva al fondo de mi boca. Un olor amargo me invadió las fosas nasales—. ¡Nada puede hacerte daño, eres de titanio! —Parpadeé desorientada.

—¡Seis... cinco...!

Me apoyé torpe sobre los guantes y me levanté. Tuve que agarrarme a las cuerdas. Abrí los ojos, aunque mi visión era ahora más borrosa que antes, aún podía verle la cara de incredulidad a mi adversaria. «Nada puede hacerme daño, soy de titanio».

Di un par de pasos para colocarme de nuevo, y en cuanto recibí la señal, el recuerdo de Dylan mintiéndome y dejándome me atravesó el alma. La rabia y el miedo que aquel recuerdo me causaba inflamó mis venas. Sin pensar, y lanzando un grito ahogado, me avalancé contra mi oponente. Le asesté un derechazo en la mejilla, desprotegiéndome. Maryorie lo aprovechó y antes de que mi guante rozara siquiera su rostro, me golpeó en las costillas. Sentí que mis pulmones se vaciaban con aquel golpe. Me quedé petrificada unas milésimas que sirvieron sólo para que un golpe certero me diera en la mejilla izquierda. De nuevo, otra corriente eléctrica me atravesó, esta vez, era mucho más fuerte y vino acompañada de una extraña sensación helada. Después de eso, todo se oscureció. Los sonidos se apagaron. El dolor desapareció y mi mente se quedó vacía. Ni un sólo recuerdo, ni un sólo ápice de rencor. 

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