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51

7 de septiembre

Me miré en el espejo del retrovisor del Tesla una vez más. Negué con una sonrisa bobalicona, sabía que Nanako se burlaría de mí durante mucho tiempo. «Mucho, mucho, mucho, mucho tiempo». Pero una promesa era una promesa y yo siempre cumplía las mías.

Entré por el garaje, con cuidado de que nadie me viera acceder con mi bolsa de deporte a mi dormitorio. La guardé al fondo del armario y cogí algo de ropa para darme una ducha.

Justo cuando salí de ella, aún con la toalla rodeándome el cuerpo y las gotas del agua cayendo por mis hombros, Nanako entró en el baño con su voz chillona.

—Hola, cariño —dijo abriendo la puerta de par en par. Di un bote y me agarré con fuerza la toalla antes de que se abriera demasiado, o peor, cayera al suelo.

—¿Qué haces? ¡Cierra la puerta, so loca! —grité histérica. Mi amiga se encogió de hombros y me obedeció.

—¿Y quién se iba a sorprender? —preguntó malévola desabrochándose la falda mientras se acercaba al váter—. Total, tu padre te ha quitado los pañales, Helen y Eli tienen lo mismo que tú y a Matt te lo has tirado varias veces. —Agregó despreocupada mientras orinaba y jugueteaba con el papel higiénico. Miré al techo con un suspiro y le acerqué un paquete de toallitas húmedas. Sabía que mi amiga era algo delicada en cuanto a limpieza íntima se refería, al fin y al cabo, compartíamos piso desde hacía varios años—. Gracias.

—Eres incorregible.

Nanako me miró pérfida y, después de terminar, se vistió de nuevo y tiró de la cisterna, sentándose ahora sobre la tapa cerrado.

—¿Sabes quién me ha acompañado hoy hasta aquí? —preguntó cantarina. Me encogí de hombros y me quité la toalla de la cabeza, dispuesta a secarme el pelo. Mi amiga abrió los ojos y se puso de pie de un salto—. ¡No puede ser! ¡Te veo y no me lo creo! ¿Lo has hecho? Te has quitado esas extensiones baratas.

Sonreí divertida y me apoyé sobre el lavamanos con la cadera. Zarandeé la cabeza y dejé que mi pelo se moviera en mechones negros y desordenados por encima de mis hombros.

—Dakota Campbell siempre cumple sus promesas. ¡Y no eran baratas! —respondí orgullosa y cogí el cepillo del primer cajón, dispuesta a peinarme mi nueva melena de estilo bob. Me miré en el espejo con el ceño arrugado, «Mierda, la peluquera se había pasado cortando y me había dado cuenta que no podría llevar coletas ni trenzas». Chasqueé la lengua molesta.

Nanako se colocó detrás de mí, agarrándome por los brazos y apoyando su barbilla en mi hombro derecho.

—¿Significa que aceptas que te has enamorado? —preguntó. Le di un suave codazo para que me liberara y me permitiera peinarme.

—No lo sé —respondí sintiendo cómo mis mejillas se teñían—. Matt me gusta y me hace sentir bien, pero es pronto para llamarlo amor, ¿no crees?

Nanako se sentó de nuevo, ahora sobre el borde de la bañera y comenzó a revisar su manicura.

—Tal vez tengas razón —respondió. Sus ojos conectaron con los míos desde el reflejo del espejo—. De todas formas, te sienta bien. Tanto el color como el corte. Si te soy sincera, tus extensiones estaban bastante pasadas de moda.

Fruncí el ceño.

—No estaban pasadas de moda —refunfuñé mientras me cepillaba. Nanako se levantó y elevó las manos en señal de paz.

—Lo que tú digas. Vamos, date prisa, mi madre te espera en el salón. Ha venido a darte el resultado del concurso de la revista —dijo guiñando un ojo antes de salir del baño y dejarme a solas con un nudo de nervios.

Parpadeé un par de veces y me apresuré en arreglarme. Me sequé el pelo de cualquier manera, me vestí lo más rápido que pude, olvidándome de la ropa interior. «No tenía tiempo que perder». Sue estaba allí y había ido hasta mi casa para hablar sobre su decisión final. Me mordí nerviosa a la par que contenta el labio inferior. «¿Habría conseguido el puesto? Si no era así, ¿por qué iba a molestarse en ir a verme?».

Tras quince minutos que se me hicieron eternos, salí a trompicones de mi dormitorio mientras me calzaba unas balerinas que no pegaban ni con cola con mi atuendo, pero lo que menos me importaba en aquel momento era en vestir bien.

Entré en el salón y tomé aire. Sue estaba hablando con mi padre en el sofá, de espaldas a mí. Esperé unos instantes mientras mi corazón se tranquilizaba.

—¿Cómo van mis acciones, George? —preguntó aceptando la taza de café que Helen le tendía. Mi padre sonrió.

—Van muy bien, aunque las de Maswell & Co están peligrando, así que tendrás que estar ojo avizor si quieres ver beneficios. Es posible que salgan del bache pero...

—¿Me aconsejas venderlas? —interrumpió con aquella mirada escrutadora con la que analizaba a todos los que la rodeaban. Cuando la madre de Nanako miraba así, no podía reprimir un escalofrío.

—Cuanto antes —respondió tajante mi padre—. Sinceramente, no es una buena inversión en estos momentos. Remontarán, pero no será pronto.

Sue asintió y le dio un sorbo a su café. Helen me sonrió cuando se percató de mi presencia.

—Dakota, ya estás aquí —dijo levantándose y señalando el sofá.

—Siéntate, princesa, Sue tiene noticias muy prometedoras.

Abrí los ojos de par en par. «¿Prometedoras? ¡Lo había conseguido! ¡Joder, una página de We Love Démodè para mí enterita durante un año». Me llevé una mano al pecho y traté de tranquilizarme, sentía que empezaría a hiperventilar en cualquier momento. Nanako me miró con una sonrisa.

Me senté al lado de mi padre que me observó con la nariz arrugada. Luego me apartó un mechón de la frente.

—¿Qué le ha pasado a tu melena rubia? —preguntó. Me encogí de hombros y miré a mi amiga ligeramente preocupada.

—¿No te gusta, George? —respondí haciendo un puchero con los labios y recostándome sobre su hombro, como si volviera ser una niña pequeña.

—Ya ni me acordaba que tenías el pelo como... —se calló unos instantes y una punzada de tristeza me atravesó. «No tenía que haberme teñido tan oscura». Miré a George a los ojos y durante un instante, olvidé que Sue, Nanako y Helen estaban a nuestro alrededor. Durante años, había llevado el pelo rubio no porque me gustase, sino porque, cuanto mayor me hacía, más le recordaba a George mi parecido con mi madre. Sabía que ver cuánto me parecía a ella le dolía y, desde que cumplí los catorce, procuraba aclarar mi tono natural hasta un punto antinatural. Le sonreí a mi padre sintiéndome de nuevo la niña de papá que siempre había sido—. Estás preciosa —respondió abrazándome y dándome un beso en la frente.

Sue carraspeó acaparando la atención. La madre de Nanako odiaba las muestras de cariño en público. La miré de reojo, nunca dejaba de sorprenderme lo opuesta que era a su hija, quien aprovechaba cualquier ocasión para colmar a sus amigos de caricias y besos. Sobretodo a C.J. y a mí y, desde hacía menos tiempo, a Rocco.

—Bien, Dakota. —Comenzó a decir con sus aires de snob estirada y aquella mirada que me daba repelús. «¿Cómo soportaba Nanako a su madre? ¿Sería diferente cuando estaban a solas?»—. Te preguntarás porqué me he tomado la molestia de venir a darte la decisión que hemos tomado en la redacción.

—Bueno, —respondí titubeante. «Sue era de las pocas personas que hacía que me sintiera torpe»—, mi padre ha dicho que tiene buenas noticias.

Sue asintió con indiferencia hacia mi comentario y le dio otro sorbo a su café, con una elegancia casi insultante.

—Verás, la redacción ha decidido decantarse por el trabajo de una tal Marie Costellinni sobre David Delfín, el diseñador español —soltó sin tomar aire ni miramientos.

—¿Qué cojones...? —pregunté sintiendo una punzada en el pecho. «¿Para eso ha venido? ¿Para restregarme que no he conseguido un puesto en su puñetera revista?». Miré confundida a Nanako. Sentí el brazo de mi padre cerrarse fuerte sobre mis hombros, impidiendo cualquier movimiento por mi parte. «Cómo me conocía. Sabía que en cualquier momento podía explotar y trataba de evitar que hiciera el ridículo». Tomé aire un par de veces para tranquilizarme antes de hablar—. Quiero decir —Agregué, no sin esfuerzo—, si mi artículo no ha sido seleccionado, ¿por qué ha venido?

Las comisuras de Sue se elevaron y dejó la taza sobre la mesita de café. Luego extendió la mano hacia su hija, que rápidamente le entregó una carpeta negra. De ella sacó un fajo de folios escritos por una cara y los ordenó con un golpecito sobre sus rodillas.

—De eso quería hablarte. Tu artículo es bueno, Dakota —respondió paladeando cada palabra—. Muy bueno. Pero no se ajusta al estilo ni el enfoque de mi revista...

—Creía que, mientras nos centráramos en algún diseñador, no importaba el enfoque —respondí antes de morderme el labio inferior. Lo único que deseaba en aquel momento era en salir de allí y golpear un saco de boxeo o, mejor aún, tumbarme a llorar en mi cama.

—Sí, estás en lo cierto, pero —«¿Pero?»—, tu enfoque es demasiado... ¿cómo decirlo? Tiene demasiados tintes políticos y por lo tanto demasiado controvertido para mi revista.

—¿Qué quiere decir? —pregunté.

—Dakota, mi WLD trata de moda, no de las opiniones sociopolíticas de los diseñadores y de porqué estas inclinaciones los llevan a respaldar económicamente a partidos ilegales de manera clandestina. Este tipo de artículos no les interesan a mis lectoras, ¿comprendes? Esto es demasiado comprometido para el nombre de mi revista, nos obliga a inclinarnos hacia una postura política, cosa que evitamos a toda costa.

—No era mi intención —susurré al repasar mentalmente todo mi artículo.

—Lo sé —respondió tajante con una sonrisa—. Y por eso le he enviado tu trabajo a un viejo conocido. Lleva una revista independiente y liberal al margen de las grandes editoriales donde creo que tu enfoque encajaría mejor. Si le interesa se pondrá en contacto contigo.

La miré a los ojos unos segundos y cogí las páginas que me ofrecía, ignorando la oportunidad que me podría ofrecer aquel desconocido. Las ojeé y, además de mi último artículo, Sue me hacía entrega de varias copias de otros que le había entregado por libre, a la espera de que me pudiera aconsejar.

—Pero... puedo modificar mi estilo, Sue. Sólo dame otra oportunidad —dije al ver cómo rechazaba todo mi trabajo. Ella negó.

—Dakota, he leído varias veces, con mucho detenimiento, todos y cada uno de los artículos que me has ido enviando desde que empezaste a estudiar y no hay uno que no desprenda denuncia o carga política y social en varios de sus párrafos —respondió amable pero tajante—. Tú estilo periodístico no encaja ni en mi revista ni en el mundo de la moda.

Aquellas palabras me taladraron el alma. Todo lo que quería conseguir, todo por lo que me esforzaba a diario explotaba con aquella sentencia. Asentí sin responder, guardando en la carpeta negra todos y cada uno de mis artículos. Aspiré fuerte tratando de evitar que mis lágrimas salieran descontroladas. Oía el palpitar de mi corazón mover la sangre por mis sienes.

—Gracias por venir, Sue —dijo mi padre levantándose a la par que ella y Nanako lo hacían.

—Siempre es un placer visitaros —respondió educada antes de despedirse. Nanako se acercó a mí cuando todos se alejaron hasta la puerta.

—No ha sido tan malo —soltó Nanako dándome un golpecito en un brazo—. El tipo de la revista te llamará. Mi madre cree que eres buena, sólo que...

—Que mi estilo no encaja con su revista —resoplé terminando la frase.

—No le des muchas vueltas, ¿vale? —dijo. Asentí sin responder—. ¿Quieres que me quede un rato?

—No —dije deseando encerrarme en mi dormitorio sola.

—En ese caso, te veo en el combate.

Nanako me dio un beso en la frente y desapareció en el descapotable de su madre. 

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