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50

2 de septiembre

—Un momento, un momento —interrumpió el señor Huang.

Eli levantó la cabeza del diario y el corrillo de ancianos lo miraron.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó Arthur. Dorothy dio un golpe con su bastón en el suelo y chasqueó la lengua.

—¿Cómo que ahora qué? —masculló el señor Huang con las manos abiertas—. ¿Acabamos de escuchar que Helen la ha perdonado, que el negrata ya no es maricón y que acaba de acostarse con su hermanastro y nadie va a decir nada al respecto?

—¿Y qué quieres que digamos? —pregunto Angus extrañada.

—Helen la ha perdonado porque debía hacerlo. Fue ella la que le pegó sin venir a cuento —respondió Dorothy.

—¿Sin venir a cuento? —se ofendió el señor Huang—. ¡Llegó una hora y media tarde!

—¿Y a quién le importa eso ya, viejo chocho? —lo interrumpió el señor Arthur—. Lo interesante ahora es lo del amigo.

—¿Ustedes qué creen? —preguntó Dorothy agarrándose al mano de su bastón con ambas manos. Arthur se recostó en su butacón y se llevó una mano a la barbilla, mientras que el anciano asiático sacó su pipa y comenzó a llenarla de tabaco.

—Es muy raro —farfulló Angus removiéndose en su sitio—. Yo creo que le gustan los hombres y que Dakota está equivocada.

—¿Cómo puedes pensar eso, mujer? —soltó Arthur—. Está muy claro que está enamorado de Dakota.

—¿Y cómo lo ves tan claro? —preguntó Xung encendiendo el mechero y prendiendo su pipa con indiferencia. Le dio una calada sonora—. Solo tenemos suposiciones.

—¡Nunca ha confesado que sea gay! —replicó el anciano.

—Tampoco ha dicho que no lo sea —respondió Angus, adelantándose al oriental. Este la señaló con su pipa y elevó las cejas, dándole la razón.

—Pues yo creo que está enamorado de Dakota y que fue él quien estropeó la relación que tenía con Dylan —soltó Arthur haciendo un mohín. Eli negó con la cabeza.

—Señor Arthur, la relación de Dakota y Dylan la rompió el propio Dylan —explicó sacando la vieja carta que tenía y mostrándola en alto—. Ya lo hemos leído en su carta. Debía irse con su familia a Europa y no quiso que Dakota se sintiera abandonada.

—¡Por eso se inventó que se había acostado con Margot! —aclaró Dorothy—. Y se suponía que la que tenía pérdidas de memoria era Angus —soltó pérfida.

—¡Oye! —se quejó la anciana—. Yo no tengo pérdidas de memoria. Es sólo que a veces, no presto atención a lo que sucede —Continuó con aire solemne.

—Está bien —cortó Eli cansada de las trifulcas entre los ancianos—. Quedan pocas páginas para llegar al final del diario, ¿quieren saber cómo termina o no?

—¿Se desvelará la verdad sobre el negrata? —preguntó el señor Huang sin poder esconder su curiosidad ante el resto de sus compañeros.

Arthur lo miró con una sonrisita burlona. Mientras que Angus y Dorothy cuchicheaban divertidas entre ellas, comentando el enorme cambio que había dado el anciano a lo largo del avance de la historia.

—No lo sé —respondió Eli encogiéndose de hombros.

Eli llegó a casa la tarde siguiente a nuestra primera vez y, en vista de que sólo cinco días después lo harían nuestros padres, Matt y yo decidimos sincerarnos con ella. Le hicimos prometer que no le diría nada a nuestros padres hasta que, tanto su hermano como yo, nos aseguráramos de que todo iba bien. Eli asintió sin réplicas, sin embargo, la severidad con la que aceptó la noticia me preocupó.

Traté de hablar con ella, sin embargo, siempre terminaba diciendo que se sentía enferma y que no sucedía nada. Dos días después, me felicitó y cambió su cara de buldog cabreado por la de un unicornio feliz. No le di mayor importancia, ya que los cambios de humor en la adolescencia eran la cosa más normal del mundo.

Como la cosa parecía ir como la seda, y hacía unos días que no sabía nada de la relación de Nanako y Rocco, Matt y yo decidimos citarnos en una doble cita en el Luxury Ice Cream, una pequeña heladería ideal para primeras citas.

Me alegré mucho a ver a Nanako y Rocco. Aunque no pegaban ni con cola, parecían felices. Merendamos y luego paseamos los cuatro por un bonito parque. Le conté a Nanako, cuando nos quedamos solas todo lo que había pasado en los últimos días.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó y luego me abrazó—. ¡Por fin te has enamorado!

—Yo no diría tanto —respondí con el ceño fruncido. Mi amiga me ignoró y se arrodilló con las manos en oración.

—Dios, Alá, Buda y todos los maromos que haya en el cielo —dijo con los ojos cerrados. Luego extendió los brazos—. ¡Gracias! ¡Gracias!

Mientras Nanako seguía blasfemando y ofendiendo a todos los seguidores de cualquier religión, Matt y Rocco se acercaron a nuestro lado.

—¿Qué le pasa? —preguntó Matt sentándose a mi lado y pasándome un brazo por los hombros.

—Creo que se dio un golpe cuando era pequeña —respondí burlona mirando a mi amiga. Nanako se levantó sólo para sentarse en el regazo de Rocco. Me hizo burla con la lengua.

—Tú ríete, pero creo que hace unos meses me juraste algo sobre tus extensiones —dijo cantarina centrando su atención en uno de los rizos negros del gordinflón. Me llevé la mano a la frente recordando la promesa que le había hecho a mi amiga. Chasqueé la lengua.

—Eres una perra sin sentimientos —respondí. Mi amiga me guiñó un ojo y luego le susurró algo a Rocco. Este se levantó raudo.

—Bueno, chicos, creo que se está haciendo tarde —balbuceó atropelladamente—. Nosotros tenemos que irnos.

Nos despedimos de nuestros amigos y, una vez que desaparecieron de nuestro campo de visión, Matt me agarró por la cintura y me besó. Respondí sin pensar a sus caricias y su lengua. Suspiré cuando se separó de mí.

—Tenemos unos amigos un poco raritos —dijo con sorna. Sonreí y asentí, pero al oír la palabra amigos mi corazón dio un vuelco. No había vuelto a ver a C.J. desde la boda y empezaba a echarlo de menos. Desvié la mirada hacia el horizonte y Matt debió ver mi turbación—. ¿Sucede algo?

Me encogí de hombros y le conté la discusión que había tenido con mi amigo.

—Por eso, seguramente, fue a casa. Quería hablar conmigo y darme una explicación —dije, terminando mi relato. Matt se mordió el labio inferior unos instantes antes de embutirme en otro abrazo.

—Creo que deberías hablar con él —soltó al cabo de un rato—. Al menos, deja que te diga las razones por las que te ha mentido.

—No quiero saberlo —respondí—. C.J. me ha mentido. ¿Qué importa ya las razones?

—Importan mucho, Dakota —dijo Matt separándose de mi y mirándome a los ojos—. Seguramente, se enamoró de ti cuando sólo eráis unos niños, tú empezaste a salir con Dylan y eso lo molestó. Tú pensabas que era gay y, al darse cuenta de que esa era la única manera de estar a tu lado, prefirió callarse. Ahora, ha pasado tanto tiempo que es lógico que tuviera miedo a decirte la verdad —explicó levantándose del banco y tirando de mí, camino al coche—. La gente hace muchas tonterías cuando está enamorado.

Me pasé todo el camino a casa en silencio, pensando en las palabras de Matt. Sabía que tenía razón: la gente hace tonterías por estar cerca de la persona de la que está enamorado, sin embargo, la mentira de C.J., me atravesaba el corazón. «¿Cómo podía volver a confiar en él? ¿Cómo podría asegurarme que todo lo que me diría era siempre la verdad y no más mentiras?». Negué para mis adentros. No podía. Sabía que, si quería volver a recuperar la amistad de C.J., debía arriesgarme de la misma manera que lo estaba haciendo con Matt. Necesitaba tiempo. Necesitaba seguir pensando en aquel asunto.

Cuando Matt aparcó, suspiré y miré las luces encendidas del salón. Me mordisqueé el labio inferior y cerré los ojos cuando sentí la mano de Matt sobre mi nuca, acariciándome con ternura. Me giré, desabrochándome el cinturón antes de tomar su rostro con mis manos y fundirme en un beso húmedo. Su lengua me invadía, juguetona y cariñosa. Yo respondía con la misma pasión. Gemí cuando metí una de mis manos bajo su camiseta, sin embargo, me aparté de él en cuanto sentí la suya buceando bajo mi falda.

—Espera, espera... —susurré apartándome de él y limpiándome el carmín corrido por mi barbilla.

—¿Qué? —preguntó y apartó su mano de mi nuca, pero no la de mi rodilla. Tragué saliva y miré hacia la entrada, frunciendo el ceño. «Me sentía observada, pero no entendía por qué. Allí no había nadie». Negué y me quité aquellas ideas de la cabeza.

—¿Qué haremos con nuestros padres? —pregunté. Matt se encogió de hombros.

—Haremos lo que le dijimos a Eli que haríamos —respondió y me apartó un mechón de pelo del rostro—. Esperaremos lo que quieras y cuando estés lista, hablaremos con ellos.

Me humedecí los labios y volví a mirar a la casa.

—¿Y si esto no sale bien? —pregunté. Sentía mi corazón latir acelerado. Matt se quedó en silencio unos instantes. Cerré los ojos y resoplé—. Tal vez esto es un...

No me dio tiempo a terminar la frase cuando Matt me sujetó por la barbilla y me giró el rostro hasta obligarme a mirarlo. Sus ojos, siempre claros, eran ahora oscuros y profundo.

—No lo digas —dijo grave con el ceño fruncido. Luego, apoyó su frente en la mía y movió su mano hasta mi nuca, atrayéndome hasta sus labios—. Esto no es un error —susurró y me dio un beso ligero—. Hay una posibilidad de que salga mal, pero eso no significa que esto sea un error. ¿De acuerdo?

—¿Y si...? —Matt me calló con otro beso y luego se separó de mí.

—Sé que tienes miedo. Yo también lo tengo. —Clavó su mirada en la mía—. Pero no dejes que te domine. Confía en mí, ¿vale?

Asentí, más tranquila al oírlo hablar con tanta seguridad. Sonreí y cuando quise acercarme a sus labios, unos golpecitos en la ventanilla me hicieron dar un bote en el asiento.

—¡Hola, chicos! —Helen nos miraba con una sonrisa enorme. «¿De dónde cojones había salido? ¿Cuánto tiempo llevaba allí?». Parpadeé confundida y luego salí del coche.

—¿Qué haces aquí fuera? —pregunté. Helen sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo y me ofreció uno con disimulo. Miré a Matt de reojo con una ceja en alto que se dirigía al interior de la casa, dejándonos a las dos en la retaguardia.

—No lo sabe —susurró Helen haciendo un ademán con la cabeza para que la siguiera. Asentí y cogí uno de ellos. Salimos dando un paseo. Encendí mi cigarrillo y solté todo el humo preguntándome de nuevo si nos había visto o no.

—Deberías ser sincera con mi padre —dije dándole una patadita a una piedrecita que había en mitad de la acera. Helen se encogió de hombros.

—Tienes razón. La verdad siempre termina saliendo a la luz, ¿no crees? —respondió con una sonrisa pérfida.

—¿De qué verdad hablas? —pregunté agarrándola de un brazo y obligándola a mirarme a los ojos. Helen amplió su sonrisa.

—¿Cuánto más vas a ocultarle a tu padre que estás con mi hijo? —soltó sin tapujos ni vergüenza. Me paralicé al instante y sentí cómo el cigarrillo se me caía de entre los labios.

—¿Desde cuando lo sabes? —pregunté mirando a todas partes, temiendo que mi padre pudiera aparecer por alguna parte. «Cosa imposible, ya que habíamos avanzado bastante y girado al final de la calle».

—Os vi en Monterrey y... —luego se encogió de hombros ligeramente avergonzada mientras sacaba el envoltorio abierto de un condón de su bolsillo—. Lo encontré en el dormitorio de Matt.

—Eso no demuestra que Matt y yo...

—Cariño, conozco a mi hijo —respondió interrumpiéndome—. Y nunca se ha traído a un ligue a casa. Además. —Agregó tendiéndome la prueba del delito—, una madre sabe cuando su pequeño se enamora.

Balbuceé sin despegar mi mirada del envoltorio que Helen mantenía en alto. Sentía el calor de la mayor de las vergüenzas subir por mis hombros y alojarse en mis mejillas.

—¿George sabe algo? —pregunté asustada. Helen negó con la cabeza y tiró el envoltorio en el cubo de basura del vecino más próximo a nosotros—. Debes guardarnos el secreto, por favor. Aún es pronto, Helen... yo... Necesitamos algo de tiempo antes de estar seguros de que esto va a funcionar y...

Helen me tomó de un brazo y me selló los labios con una mano.

—Sé exactamente cómo te sientes, Dakota —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Por eso, te prometo que mis labios están sellados. Hacedlo público cuando estéis preparados. Como hicimos tu padre y yo.

Asentí y, sin pensar, me abracé a Helen. Me escondí en su pecho de la misma manera que me escondía en el pecho de mi padre cuando le confiaba un secreto. Sonreí al darme cuenta de que empezaba a sentir con Helen la misma confianza que sentía con mi padre.

—Gracias —susurré.   

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