5
18 de junio
El resto de nuestras vacaciones las pasé tratando de evitar las miradas reprobatorias de Matthew; aunque me había disculpado con Eli, había estado retrasando el momento de hacerlo con Helen. Resoplé mientras guardaba la última prenda de ropa en mi maleta y la arrastraba por la habitación hasta la puerta. Abrí mientras miraba el suelo distraída y choqué con el pecho grande de mi padre.
—Dakota, tenemos que hablar —«Mierda».
—Claro, George, ¿qué sucede? —pregunté mientras salía de la habitación y lo seguía por el pasillo camino al ascensor.
—Sé que estas vacaciones no han sido las mejores, pero cuando lleguemos a Los Ángeles nuestra vida habrá cambiado...
—Lo sé —interrumpí con un resoplido pulsando el botón de llamada—. Helen y su prole se mudarán con nosotros, vosotros os casaréis y yo... —«perderé a mi padre para siempre». Me callé sintiendo cómo un peso enorme se alojaba en mi pecho al recordar cómo mi padre le sonreía a aquella mujer.
—¿Y tú qué? —preguntó mi padre con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. Me encogí de hombros.
—Nada, papá. Yo... —desvié la mirada en cuanto sentí que se abría la puerta de una habitación cercana a nosotros. Eli salió de la habitación arrastrando su maleta de ruedas rosa seguida de su madre. Suspiré y me arrepentí de lo que iba a hacer antes de decirlo en voz alta—. Voy a disculparme con Helen.
No miré a mi padre cuando lo dejé frente al ascensor, pero sabía perfectamente la clase de sonrisa que se le había dibujado en el semblante. Repetí mi mantra unas diez veces y tensé una sonrisa cuando me planté frente a Helen.
—Helen, ¿podemos hablar? —pregunté lo más calmada que pude. En ese momento, de la puerta que había justo a mi lado salió Matthew. «No me jodas, ¿lo tenía pegado a mi habitación todo el tiempo?». Lo miré sorprendida unos instantes.
—Claro, Matt, ¿puedes llevarme la maleta? Esperadme abajo con George —dijo Helen dándole la maleta a su hijo y recolocándose el bolso. Traté de no mirar cómo el culito prieto de Matt se alejaba con su hermana y desaparecía en el ascensor, pero fue imposible—. No tienes que disculparte, Dakota. —La voz suave y comprensiva de Helen me sacó de mis lascivos pensamientos para con su hijo.
—...
Helen me agarró del brazo y comenzó a guiarme hasta el ascensor tranquilamente.
—Escúchame, sé que esto es muy duro para ti —dijo antes de pararse y quitarme un mechón de pelo del rostro—. No quiero imaginarme lo que debe ser crecer sin una madre.
—No metas a mi madre en esto, Helen —respondí fría. «Dakota, joder, que la vas a volver a liar. ¿Por qué no te callas?».
—Lo siento. Lo que quiero decir es que no pretendo ejercer de madre, y tampoco ejerceré de amiga si no es lo que quieres, pero quiero a tu padre, y vamos a casarnos.
—Eso me lo habéis dejado muy claro —repliqué poniendo los ojos en blanco y pulsando con violencia el botón de llamada del ascensor. «Te estás pasando, Dakota, tranquilizate».
—Tu aprobación es importante para tu padre, pero no imprescindible —respondió endureciendo su tono y su rostro. Tragué saliva y la miré a los ojos—. Nos casaremos con o sin tu consentimiento. Así que será mejor que tratemos de ser amigas.
Gruñí molesta porque sabía que tenía razón. Nunca había visto a mi padre tan feliz y enamorado como lo había visto los últimos días, y algo en mi corazón me decía que esta vez, no cedería a ninguno de mis berrinches. «Necesito a Paco, ¡ya!» pensé desesperada.
—Tú y yo no seremos amigas nunca, Helen —gruñí apretando los dientes y cerrando mis manos sobre la tira de mi bolso. Nos miramos en silencio hasta que el ascensor abrió las puertas y entramos en él. Helen suspiró mirando la punta de sus zapatos.
—Dakota —dijo suavemente. Todo rastro de dureza parecía haberse esfumado—. Quiero a tu padre y voy a esforzarme porque mi relación contigo sea la que él espera. Y si tú también lo quieres, estoy segura que te esforzarás por aceptarme. —No había rastro de rabia ni reproche en sus palabras, su tono ni sus gestos, y eso hizo que me cabrease mucho más, porque sabía que seguía teniendo razón.
—Como te dije, Helen, no eres mi madre para darme lecciones —repliqué sin mirarla.
—No pretendo ser tu madre, Dakota —repitió con una sonrisa cansada.
—No voy a aceptarte y tampoco me esforzaré para intentarlo —dije ignorando su comentario mientras el ascensor bajaba—. Pero, como dices, quiero a mi padre; de manera que, si ignoras mi existencia, yo fingiré ser feliz en vuestra familia perfecta y feliz.
—Pero, Dakota, eso no es lo que tu padre espera que hagas —dijo mirándome sorprendida—. Él quiere que seamos felices juntos, y eso te incluye a ti.
—¡Es que yo ya era feliz antes de que llegaras, Helen! —grité al tiempo que el ascensor se paraba y las puertas se abrían. Al otro lado del umbral, mi padre, Eli y Matthew se giraron para observarnos. Miré a mi padre unos segundos sólo para descubrir una sonrisa orgullosa al creer que me había reconciliado con Helen. Una daga al rojo vivo se clavó en la parte de mi corazón que tenía reservada sólo para él, la única que no se ocultaba bajo capas de roca impenetrable, y solté todo el aire de mis pulmones. Sentí como esa parte de mí se endurecía fundiéndose con el resto de mi corazón. Me oculté de nuevo bajo aquella vieja máscara que me protegía del mundo desde... bueno, desde que era una niña y forcé una sonrisa. Luego miré a Helen unos instantes—. Bienvenida a la familia —susurré con dulzura, actuando lo mejor que sabía y salí del ascensor mirando a mi padre—. ¿Nos vamos a casa?
—Claro, princesa —respondió dándome un beso en la frente y pasándome un brazo por los hombros—. Estoy orgulloso de ti —susurró a mi oído matándome un poco más.
***
Al llegar a mi casa de Los Ángeles, lo primero que nos recibió fueron la cantidad ingente de bultos, cajas y bolsas llena de trastos de mi nueva familia. «¿De dónde narices han salido tantos tiestos?». Después de sentirme como si estuviera en una carrera de obstáculos de algún centro militar, llegué hasta mi dormitorio y me tumbé en la cama para poder llamar a Nanako. No me respondió, pero al rato me envió un mensaje diciendo que llegaría a casa en una hora, de manera que comencé a deshacer la maleta y a buscar algo que ponerme para salir con ella.
—Hola —dijo Eli asomando su cabeza por el umbral de la puerta—. ¿Puedo pasar? —preguntó. Asentí y con un ademán de mi mano la invité a sentarse en la cama.
—¿Te gusta tu nuevo dormitorio? —«Que no soportara a Helen, no significa que no me cayese bien su hija».
—Sí, es muy bonito. Tu padre dice que era tuyo cuando eras pequeña —dijo. Asentí y abrí el cajón de la cómoda para buscar una camiseta—. Este es más pequeño—. Asentí sin responder—. ¿Por qué te mudaste a este? El otro es más grande y bonito.
Me giré agachando los hombros.
—Me daba miedo dormir allí —mentí—. Cuando era pequeña creía que había fantasmas.
—¿En serio? —preguntó levantándose de la cama y abriendo mi armario—. ¡Guau! ¿Toda esta ropa es tuya? —Sonreí al ver su rostro abrumado y sorprendido, me acerqué a ella y la agarré de los hombros.
—Puedes coger lo que quieras cuando quieras —le susurré al oído. Puede que no me llevara bien nunca con Helen, pero me gustaba cómo me sentía con Eli y la conexión que teníamos.
—¿De verdad? ¡Eres genial! —dijo en un gritito agudo antes de comenzar a rebuscar entre mis vestidos. Me giré para cerrar la puerta y cambiarme antes de que llegara Nanako cuando mis ojos se cruzaron con los verdes de Matthew. Le dediqué una sonrisa dulce, sin embargo me respondió frunciendo el ceño; se giró y entró en su dormitorio cerrando la puerta tras él.
—Gilipollas —dije entredientes con un resoplido sonoro y cerré yo también olvidándome de él y centrándome en su hermana. «Es la única que se libra en esta familia de locos».
Después de una hora Nanako entró en mi dormitorio seguida de C.J., quien miró curioso todo el desorden de mi casa.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó mi amigo mientras señalaba hacia el pasillo donde las cajas yacían apiladas a la espera de ser ordenadas.
—Un momento, un momento, ¿quién es C.J.? —preguntó la señora Angus recolocándose las gafas. Eli suspiró profusa.
—Es el mejor amigo de Dakota —respondió con paciencia.
—Es el amigo bujarra, el que vive a dos casas... el que estudia económicas —respondió el señor Arthur moviendo las manos. Sin embargo la señora Angus lo miraba como si viera un fantasma. Negó con la cabeza.
—Angus, querida... es el chico que vive con Dakota y Nanako en San Francisco, el rarito que nunca tiene novia, ¿recuerdas? —dijo paciente Dorothy—. El que tiene miedo de que su padre sepa que es gay y que siempre duerme con Dakota cuando se pasa bebiendo en las fiestas.
—Ah, ya... ¿le gustan los hombres? —preguntó Angus extrañada rascándose la cabeza—. ¿Estáis seguras? —Eli asintió a la par que el resto del corro de ancianos. Angus se encogió de hombros e hizo un ademán para que prosiguiera con la lectura.
Después de presentar a Eli a Nanako y C.J., y contarles los últimos cambios que ponían patas arriba mi vida y mi casa, dejé a C.J. con Eli en la piscina y me escondí con Nanako en la cocina para hablar más tranquilas.
—De verdad que no te entiendo, Dakota, Eli es un amor y Helen... bueno, siempre dices que es una mujer muy buena y dulce —dijo Nanako. «Joder, ¿es que se han alineado los astros para que todos vengan a meterme el dedo en el culo?». Gruñí sin responder girándome para sacar del frigorífico una botella de agua. El silencio nos envolvió durante los segundos que dediqué a buscarla y entonces oí a Nanako—. Hola, ¿eres el hijo de Helen? —Puse los ojos en blanco y resoplé al reconocer aquel tono cantarín que siempre usaba mi amiga cuando un chico le resultaba guapo.
—Sí. Soy Matt. —Cogí la botella y cerré la puerta del frigorífico. Miré a Nanako con una ceja en alto. «¿Creí que le había dejado claro que ese tío era gilipollas?», al menos, eso era lo que quería decirle con mi taladrante mirada. Mi amiga pareció entenderlo, pero la muy zorra se hizo la desentendida.
—Y, ¿qué edad tienes Matt? —preguntó acodándose en la encimera de la cocina, sonriéndole traviesa.
—Veintidós.
—Vaya, así que tienes un año más que Dakota. Interesante. —Nanako me sonrió pérfida y luego siguió con su conversación—. Y, ¿tienes novia?
—Yo... eh, no, no tengo novia —respondió cohibido a la par que sus mejillas se ruborizaban. Aquello me hizo gracia.
—Que mono, si hasta te has sonrojado —se rió Nanako coqueta, luego me miró de nuevo—. Ahora entiendo porqué le gustas a mi amiga.
—¡Eso no es cierto! —me quejé enrabietada mientras golpeaba con la botella de plástico el mármol de la encimera. «Genial, ahora sí que parecía que me gustaba». En ese instante los ojos verdes de Matt se clavaron en mí, y sus labios dibujaron una sonrisa traviesa. Se apoyó con la cadera en la encimera de la cocina.
—¿De verdad? Qué interesante —respondió altanero mientras me escaneaba de arriba a abajo. Tragué saliva y me sonrojé. «Sólo me faltaba la falda de colegiala y las coletas para terminar de ser la niña infantil que parecía». Lo miré a los ojos y, a pesar de llevar una camiseta de algodón y unos shorts, me sentí completamente desnuda. «Nanako, eres una hija de perra y me las vas a pagar»—. Pero me temo, que no me van las princesitas relamidas —soltó jocoso a la par que se daba media vuelta y desaparecía camino a la biblioteca.
—¡Gilipollas! —solté entre dientes antes de acercarme a Nanako y asestarle un golpe en el brazo.
—¡Eh! ¿Por qué me golpeas?
—¡Ahora se creerá que me gusta! ¿Es que eres tonta? —dije molesta abriendo mi botella de agua.
—¿Es que no es verdad? —respondió mirando el umbral por el que había salido—. Vamos, princesita —dijo con retintín a la par que me miraba con sorna—. ¿Es que acaso no te lo tirarías?
—¿Yo? A ese no lo toco ni con un palo. Es imbécil, ¿o es que no lo ves? —respondí, tal vez, más molesta de lo que pretendía—. Seguro que es de esos que luego van fardando de las tías con las que se acuestan.
Nanako se miró las uñas distraída y se encogió de hombros.
—¿Así que Matt entra en tu lista negra de tíos buenorros que nunca te follarías? —respondió Nanako. Luego se levantó y cogió su bolso que yacía en uno de los taburetes, sacó una lima y se sentó en la encimera para repasarse la manicura. Solté una carcajada.
—Matt encabeza esa lista —respondí dándole un trago a mi botella. Y no mentía.
—En serio, ¿no saldrías con él? —insistió mi amiga tras un rato de limarse una uña.
—Por nada del mundo.
—¿Ni siquiera por el puesto de ayudante de redactora en We love demodé? —«¿Qué?»—. Mi madre busca ayudante, es para un programa de becarios o algo así.
—Estás loca, Nanako —bufé, sin embargo, la revista de su madre era una de las mejores de Los Ángeles. Cierto era que no se podía comparar con Vogue o con Vanity Fair, pero para una estudiante de periodismo que sueña con ser reportera de moda, ocho meses en WLD era una oportunidad única. La miré con una ceja en alto, entre temerosa y curiosa.
—Hagamos un trato, si consigues ir a la boda de tus padres con Matt como su novia, hablaré con mi madre y el puesto será tuyo. Si no lo consigues, te encargarás de hacer mi parte de la casa durante todo el curso —dijo pérfida sabiendo que tenía en sus manos mi oportunidad de triunfar como reportera. Resoplé unos instantes, pensando mi respuesta.
—Pero si no me soporta —dije encogiéndome de hombros.
—Eso lo hará más interesante, ¿no crees? —ronroneó mirándome con su sonrisa perfecta.
—Vale, Nanako, analicemos tu propuesta, —dije sentándome a su lado—. Para empezar, debo admitir que me encantan los retos.
—Y por eso sé que aceptarás —respondió.
—Y el premio que me propones es bastante jugoso —proseguí ignorando su comentario.
—Cierto, si lo consigues ganas por partida doble, Dakota —dijo mirándome, luego levantó la mano y mostró el dedo índice—. Por un lado te follarías a Matt. Punto a favor de aceptar.
—Que ahora resulta ser mi hermanastro. Punto en contra. —la interrumpí.
—Eso le da más morbo al asunto, ¿no crees? Punto a favor —replicó encogiéndose de hombros. Luego elevó el segundo dedo de su mano—, y por otro lado, conseguirías el puesto de ayudante en la revista de mi madre, lo que significa que te entrarías en el mundo del periodismo de moda. ¡Punto doble a favor! —exclamó ilusionada.
—Pero —repliqué—, para aceptar tu apuesta, tendría que pisotear mi orgullo y rebajarme hasta conseguir que Matt se fijase en mí. Punto en contra. Y por si no te has dado cuenta, le gusto tanto como me gusta él a mi. Punto set y partido.
Nanako frunció el ceño y comenzó a contar con los dedos de las dos manos, luego levantó la vista y me mostró tres dedos en cada una de las manos.
—No es punto, set y partido. Es empate a tres puntos —respondió. Gruñí mirando al techo y maldiciendo al sistema matemático desde sus orígenes.
—¡No pienso hacerlo! —grité.
—¿No piensas hacer qué? —preguntó Eli entrando en la cocina seguida por C.J., quien usaba su camiseta como toalla para secarse el pelo. «Nunca entenderé porqué narices no liga, si está como un tren».
—Nada, cosas nuestras —respondí mirando a Nanako y advirtiéndole que no se fuera de la lengua. Esta se encogió de hombros y no volvió a mencionar el tema. Al menos, hasta el momento en que la acompañé a la entrada para despedirme de ella, donde me soltó una de sus perlas orientales que siempre me hacían pensar:
—A veces, para ser felices, debemos dejar a un lado nuestro orgullo y caminar humildes por el sendero de la vida.
—¿Eso es un proverbio japonés que te acabas de sacar de la manga? —pregunté.
—No, es un consejo de amiga.
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