49
30 de agosto (madrugada)
Abrí la puerta sin llamar. No pedí permiso para entrar. No lo necesitaba, aquella era mi casa. Me planté a los pies de la cama de Matt y lo miré de arriba abajo. Tragué saliva.
—¿Sucede algo? —preguntó incorporándose y dejando a un lado su libro. Negué con la cabeza y me acerqué a él.
—Bésame —susurré antes de sostener su rostro con mis manos y rozar sus labios con los míos.
Durante un instante temí que siguiera molesto y me rechazara, pero Matt respondió a mi beso sin titubear. Sus manos grandes me agarraron por la cintura y me guiaron hasta tumbarme en la cama. Oí cómo el libro caía de la cama con un ruido sordo en el momento en que Matt se posicionó sobre mí. Nos quedamos pasmados, mirándonos a los ojos unos segundos deliciosos.
Me apartó un mechón de pelo de la frente y, antes de que pudiera hablar, sellé sus labios con la yema de mis dedos antes de que pudiera hablar. Siseé acercando mi frente a la suya.
—Ya no hay muros de titanio —dije cerrando los ojos y negando—. Han caído y sólo estoy yo.
Aspiré su aroma y me rendí a sus caricias. Pude percibir cómo dibujaba una sonrisa antes de volver a besarme. Enredé mis manos a su cabello y me sumergí en aquel océano de ternura y deseo. Una de sus manos se deslizó por mis caderas hasta mi rodilla y luego, subió lentamente, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel. Mientras, yo subía lentamente su camiseta y disfrutaba del tacto de su piel. Me deshice de su camiseta. Sentía su calidez en la palma de mis manos, su aliento sobre mis labios. Matt se deshizo de su pantalón de pijama y luego se arrodilló frente a mí para para quitarme el kimono, dejándome en ropa interior. Lo vi tragar saliva mientras me observaba fascinado. Yo, por mi parte, hacía exactamente lo mismo. Solté una carcajada.
—¿De qué te ríes? —preguntó acercándose y retirándome el pelo hacia un lado para besar la curva de mi cuello. Me encogí y lo alejé para mirarlo a los ojos. Matt elevó las cejas esperando una respuesta. Me humedecí los labios.
—He hecho esto muchas veces —susurré tumbándome sobre la almohada y tirando de él para que me siguiera—, pero contigo me siento como si esta fuera mi primera vez.
Matt sonrió de nuevo y me regaló un casto beso en los labios.
—Eso es porque esta es nuestra primera vez —respondió sin despegar sus ojos verdes de los míos. Sonreí y dejé que me desnudara. Matt lo hacía sin prisas, disfrutando de cada segundo, de cada beso y caricia.
Me deshice de su ropa interior y lo miré con picardía cuando descubrí lo que escondía. Elevé una ceja y Matt se sonrojó antes de ponerse el condón. Solté una carcajada divertida antes de moverme en la cama y ponerme sobre él. Solté todo el aire de mis pulmones en el momento en que lo sentí invadirme. Gemí con el primer vaivén. No me había dado cuenta de cuánto estaba deseando hacer aquello. Matt gruñó y se incorporó, sentándose y agarrándome por las nalgas, controlando cada movimiento.
Sentía su aliento golpearme en los labios con cada embestida. Una corriente de placer me recorrió desde las caderas hasta la nuca, obligándome a clavarle las uñas en la espalda. Cerré con fuerza el agarre de mis piernas que ya tenía alrededor de sus caderas, aumentando la profundidad y la fuerza de las embestidas. Gemí. Y Matt jadeó.
Cerré los ojos y apoyé mi frente en el hombro de Matt cuando otra corriente me recorrió. Grité excitada. No pude evitarlo. Con cada movimiento, mi mente volaba más y más lejos. Me mordí el labio inferior con fuerza, pero de nada sirvió cuando Matt recorrió la curva de mi cuello con sus besos. Abrí los ojos. Nos movíamos acompasados: arriba y abajo, arriba y abajo. Sentía el sudor resbalar por mi espalda. En silencio, me quedé mirándolo, absorta en sus facciones: tenía la mandíbula apretada por el placer, la frente estaba perlada de sudor y hacía que algunos mechones de pelo rubio se le pegaran a la piel, con un tono más oscuro, sus pupilas estaban tan dilatadas que su iris era apenas un anillo verde a su alrededor.
—Bésame —jadeó sin dejar de mirarme a los ojos—. Dakota, bésame.
Cuando nuestros labios se fundieron, sentí como Matt era arrastrado por el éxtasis. Y yo, sólo unos instantes después, caí en un vacío cálido y blanco. Mis músculos se paralizaron y mi mente divagó entre la conciencia y la inconsciencia. Un extraño hormigueo empezó a recorrerme en las entrañas, seguida por la corriente eléctrica que generan los nervios al conectar. Sin poder controlarme, eché la cabeza hacia atrás y grité extasiada al llegar al clímax. Un orgasmo, de esos que sólo se sienten con la persona adecuada, me recorrió desde el centro hasta las extremidades. Caí lacia sobre Matt, casi como una muñeca de trapo. Lo único que era capaz de sentir era el aire de mis pulmones entrar y salir con fuerza, tratando de recuperar el ritmo cardíaco. Aún con las piernas temblando, auné la fuerza necesaria para separarme de él y recostarme a su lado.
Matt me tapó con la sábana y se recostó de lado. Posó su mano sobre mi mejilla y con su pulgar recorrió mi mentón hasta llegar a mis labios. Tiró con suavidad del inferior y luego me besó. Sonreí.
—No me equivocaba contigo —susurré a sus labios. Se alejó unos instantes, pero mis párpados se cerraron y no pude mirarlo una vez más. Sentí su mano acariciarme el cabello, enredarse en él.
—¿A qué te refieres? —susurró en mi oído. Y sin mirarlo, pude intuir que sonreía travieso. Me acerqué un poco más, acurrucándome en su costado.
—No eres de los que follan —respondí perdiéndome en un remolino de sombras.
***
El sonido de un teléfono móvil me despertó. Me removí entre las sábanas, sin estar segura de dónde estaba ni qué hora era. Sin despegar los párpados, traté de memorizar qué había pasado. Recordaba haber salido de mi dormitorio, me veía a mí misma recorriendo el pasillo hasta pararme frente al dormitorio de Matt. Había hecho el amago de llamar, pero finalmente, tras unos instantes de duda, decidí no hacerlo. Sentía los rayos del sol matutino calentarme la piel. Me desperecé y abrí los ojos. Sonreí cuando descubrí que no había sido un sueño. Que todo lo que había hecho y sentido aquella noche había sucedido de verdad.
—Buenos días —me susurró Matt antes de quitarme un mechón de pelo del rostro.
—Buenos días —respondí acomodándome en su cuerpo. Reí nerviosa. Hacía mucho tiempo que no sentía el sexo como lo había sentido con Matt aquella noche.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
—Tenemos que hablar de todo esto, Matt —respondí seria. Me senté a su lado, apoyando la espalda en el cabecero y me abracé a mis rodillas, aún tapada con la sábana. Matt me imitó.
—¿Y bien?
Tomé aire y jugueteé con mis propios dedos: no sabía muy bien qué debía decirle.
—Verás, esta noche ha sido fantástica y... —lo miré a los ojos sin saber cómo continuar—. ¡Joder! No sé cómo decirte esto, Matt —confesé mordiéndome el labio inferior.
—¡Joder, Dakota! —farfulló cabreado al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y se golpeaba contra la madera del cabecero—. No soy una muesca más en la cabecera de tu cama, ¿sabes? —Continuó rascándose dónde se había golpeado—. Tal vez no te has dado cuenta, pero a algunos tíos no nos gusta ser un rollo de una noche.
—Pero ¿qué cojones...? —Alcancé a decir mientras Matt se levantaba y comenzaba a dar vueltas por el dormitorio. Mientras lo escuchaba, completamente bloqueada por su reacción, recordé que en las películas y en los libros de amor, después de una noche de sexo apasionada, las parejas parecían estar conectadas mentalmente de una manera inexplicable. «No sabía muy bien cómo funcionaba aquello, pero estaba claro que nuestra conexión estaba rota»—. ¡Cállate, gilipollas! —le grité lanzándole una almohada.
—¿Qué haces? —dijo cogiendo la almohada al vuelo y mirándome con el ceño fruncido.
—¡Conseguir que dejes de decir tonterías! —grité desde mi posición. Tomé aire—. Matt, si me he acostado contigo es porque quiero algo más que sexo salvaje de una noche —dije más calmada. Alargué mis manos y esperé hasta que las tomó y se sentó frente a mí—. Quiero intentarlo.
—¿En serio? —preguntó incrédulo—. Pero... el otro día dijiste que...
—Sé lo que dije, Matt —respondí—, pero, lo he estado pensando y no puedo negar que siento algo por ti.
—Entonces, ¿significa esto que tú y yo...? —Asentí. Matt me abrazó y capturó mis labios de nuevo con los suyos. Respondí a su beso y poco a poco la pasión comenzó a envolvernos de nuevo. Matt me tumbó y se colocó sobre mí. Me miró a los ojos unos instantes—. Dakota, te juro que...
—Un momento —lo interrumpí volviendo a incorporarme y rompiendo la magia del momento—. Antes de que empieces a soltar juramentos de amor y todas esas bobadas —«Lo decía de broma, pero por dentro estaba acojonada... ¿y si me pedía matrimonio antes de que acabara el año?» —. Quiero que dejemos las cosas claras.
—Está bien —dijo alegre. Luego se removió y se puso a mi lado.
—Pero para dejar las cosas claras, antes tengo que hablarte de Dylan —respondí. Tragué saliva y comencé a sentir cómo mi corazón se aceleraba. Relegué en lo más profundo de mi alma aquel sentimiento de traición que se empezaba a asomarse.
—Dylan... —repitió Matt en un susurro con la mirada ligeramente apagada—. Me confundieron con él cuando fuimos al gimnasio—. Asentí.
—Dylan es... —carraspeé y negué con la cabeza—. Fue el único hombre del que me he enamorado.
—¿Qué te hizo? —preguntó con gravedad mientras me sujetaba de las manos con fuerza.
—Me mintió —respondí—. Confié en él. Le di mi corazón y él lo pisoteó, no una, sino dos veces. —Suspiré y le acaricié el mentón a Matt, acercando mi rostro al suyo—. Sólo voy a pedirte dos cosas, Matt. La primera es tiempo. No me presiones, no me obligues a dar un paso adelante si aún no estoy preparada, ¿comprendes? —Matt asintió y me dio un beso en la palma de la mano cuando la acerqué a sus labios. Asentí.
—¿Y lo segundo?
—Sinceridad —respondí tajante—. Sé que a veces me comporto como una princesita malcriada, y que puedo ser arrogante y frívola, pero te aseguro que no soy una mentirosa. Siempre seré sincera contigo y quiero... —me humedecí los labios y negué con la cabeza—. No, necesito que tú también lo seas.
—Te prometo que nunca habrá una mentira entre nosotros —susurró a mis labios. Asentí y lo besé. Me dejé arrastrar por las caricias de Matt, pero en el momento en que la temperatura empezaba a subir, su teléfono sonó—. ¡Joder! —farfulló en mis labios molesto.
—No lo cojas —respondí abrazándome a su cuello, pero Matt se deshizo de mí y alargó el brazo hasta la mesita de noche.
—¿Sí? —respondió molesto—. Lo siento, estaba ocupado —dijo guiñándome un ojo—. Está bien, dame una hora.
Matt colgó y se levantó de la cama.
—¿Te vas? —pregunté.
—Sí, olvidé que había quedado—respondió con la mirada puesta en el interior del cajón de su aparador.
—¿Qué hora es? —pregunté levantándome y enrollándome la sábana alrededor del cuerpo.
—Las once y veinte.
—Paco me va a matar—respondí llevándome una mano a la frente.
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