48
26 de agosto (Parte 2)
Removí mi coctel libre de alcohol por enésima vez. Me había pasado bebiendo en la boda de mi padre y apenas me quedaban unas semanas para el último combate, así que no podía salirme del camino. Si quería ganar debía hacer ciertos sacrificios y, entre ellos, estaba el alcohol.
—Cariño, ¿qué te pasa? —preguntó Nanako moviendo las caderas al ritmo de la música—. ¿Has visto a aquellos chicos? Nos están mirando. —continuó saludando con una mano a los dos maromos que nos miraban con cara de lobo hambriento desde la barra. Me encogí de hombros. Mi cabeza estaba dándole vueltas a mis problemas con Matt y C.J.. Para ser sinceros, no tenía ni idea de cual de los dos me daba más dolor de cabeza. Miré a mi amiga y fruncí el ceño molesta.
—¿Puedes olvidarte de esos cabezas-huecas y prestarme atención? ¡Necesito hablar contigo! —gritré para hacerme oír entre el ruido de la música. Nanako asintió entrañada y señaló hacia la terraza del local.
La seguí por entre la gente hasta sentarnos en unos de los sofás que había más alejados. Aunque se podía oír sin problemas la música, al menos se podía conversar sin necesidad de dejarnos la garganta allí.
—¿Qué te pasa? —preguntó mi amiga llevándose la pajita de su bebida a los labios. Su fingida inocencia me molestó sobremanera. Por alguna razón, la imagen de Rocco echo polvo se me apareció frente a los ojos.
—¿A mí? ¿Qué cojones te pasa a ti? ¿De qué vas, Nanako? —pregunté irritada.
—¡Eh! Relájate —me dijo con una mano en alto. Parpadeé y me di cuenta que había vuelto a saltar y gritar de la misma manera que me había pasado con Matt aquella tarde.
—Lo siento —respondí algo más sumisa—, pero estoy muy agobiada. Han pasado algunas cosas y no sé cómo gestionarlas.
—Muy bien, ¿qué cosas son esas? —preguntó recolocándose en el asiento. Tomé aire. «¿Por dónde podía empezar? ¿Por Matt? ¿Por C.J.? ¿Tal vez, por Rocco?». Asentí.
—Hoy me ha llamado Rocco —dije, pensando que centrarme en ella sería lo mejor. Nanako chasqueó la lengua y desvió la mirada hacia lo lejos.
—¿Qué sabes? —preguntó.
—Más de lo que me gustaría —respondí recordando lo que Rocco me había contado.
—¿Te ha contado que lo hicimos en...?
—¿Qué se la chupaste en el coche y que tu madre os pilló? —solté antes de darle un sorbo a mi copa—. Sí, me lo ha contado.
Nanako se llevó una mano al arco de la nariz e hizo presión.
—¡Qué vergüenza! —dijo—. Si hubieras visto la cara de mi madre, Dakota. No sabía dónde meterme y...
—Nanako, no es la primera vez que tu madre te pilla con las bragas en los tobillos —respondí para hacer que parase aquella actuación barata. Ambas sabíamos que, aunque aparentaba ser muy recatada, Nanako se follaba a todo el que le daba la gana. Y su madre la había pillado in fraganti en más de una ocasión.
—Lo sé —respondió—, pero esta vez es diferente.
—¡Claro que es diferente! ¡Esta vez no era un ligue de una noche! —dije.
—Ese es el problema, Dakota —dijo Nanako. La miré con una ceja en alto y esperé a que se explicara. Ella chasqueó la lengua—. No puedo seguir con Rocco.
—Pero ¿por qué? ¿No decías que era auténtico y que eso era lo que querías en un tío? —pregunté sin entenderla.
—Sí, ya sé lo que dije —respondió encogiéndose de hombros—, pero, Rocco y yo somos muy diferentes. Él es un tío de a pie, normalito. Y yo soy, una chica de altura. Estoy fuera de sus posibilidades.
—¿Fuera de sus posibilidades? —pregunté con una ceja en alto—. Nanako, se la chupaste en la boda de mi padre. No me vengas con esas. —Agregué—. Vamos, dime la verdad. ¿Qué ha pasado?
Mi amiga dejó la copa en el suelo, hizo un mohín y se cruzó de brazos como si fuera una niña pequeña con una pataleta. La miré exasperada, a la espera que hablara. Gruñó antes de suspirar.
—Está bien —respondió y luego se removió hasta acercarse a mí—. Rocco me gusta, ¿vale? Nunca me he sentido con un tío como me he sentido con él. Pero somos diferentes. Y cuando vi a mi madre allí, la manera en la que nos miraba.
—¿Qué tiene que ver tu madre en todo esto? —pregunté sin comprenderla.
—¡Todo, Dakota! Tiene que ver todo —respondió—. Mi madre me permite hacer muchas cosas, no le importa con cuántos tíos me acueste siempre que luego sepa elegir al adecuado. Y para ella, los tíos como Rocco son... —Su voz murió antes de terminar la frase.
—¿Es que no es el adecuado? —Cada vez la entendía menos. Mi amiga se encogió de hombros.
—Pertenecemos a dos clases muy diferentes. Es como si él fuera Jack y yo Rose en Titanic —se explicó—. Nuestra relación siempre será apasionada y nos sentiremos genial juntos. Y el sexo... ¡joder, Dakota! No sabes cómo es en la cama...
—Vale, vale, vale —dije frenándola mientras la cogía de las manos—. No necesito esos detalles.
—Lo que quiero decir es que, si Jack no hubiera muerto al final de Titanic, ¿qué habría pasado con ellos? —preguntó mirándome a los ojos.
—¿Qué se hubieran casado y hubieran vivido felices y comido perdices? —pregunté con mi mejor cara de obviedad. Nanako negó.
—No seas ingenua, Dakota. Su Jack hubiera sobrevivido, Rose lo hubiera dejado. Ella pertenecía a la clase alta y su familia nunca hubiera aceptado a alguien como Jack.
—Ya... —respondí, creyendo saber por dónde iba mi amiga—. Osea, que dejas a Rocco porque crees que tu madre nunca aceptará a Rocco. ¿No? —Nanako asintió—. Pero ¿a ti te gusta?
—Claro que me gusta. ¿no me has oído? Rocco me hace...
—Ya, ya... el mejor cunnilingus de tu vida —la interrumpí.
—¡No es solo eso! —respondió molesta—. Me hace sentir especial. Única.
—Pues si tan única te sientes a su lado, ¡vuelve con él y que le jodan a tu madre! —respondí a gritos. Nanako se encogió de hombros.
—No lo sé.
Tomé a mi amiga de las manos y le di un beso0 en el dorso.
—Escúchame, eres tú la que siempre me dices que debo arriesgarme. Que debo darme la oportunidad de enamorarme, ¿no es cierto? —Nanako asintió—. Y me dijiste que tú harías lo mismo con Rocco. Me dijiste que querías experimentar con él porque sentías que había algo en él.
—Sí, te lo dije, pero...
—Sin embargo —la interrumpí enfadada—, a la primera de cambio, te largas con el rabo entre los tacones. ¿Cómo cojones tienes el valor de decirme qué hacer con mi vida si tí no eres capaz de seguir tus propios consejos?
—Esto es diferente —respondió.
—¡No! ¡Esto no es diferente! —le grité—. Esto es lo mismo. Estás tan colgada de Rocco como yo lo estoy de... —«¿De quién?». Zarandeé la cabeza y me humedecí los labios—. Nanako —dije seria, tratando de vaciar mi mente—, ¿estás enamorada de Rocco?
Mi amiga se pensó su respuesta unos instantes, pero luego sonrió y me miró a los ojos.
—Sí —respondió—, creo que sí.
—Pues entonces, que le jodan a tu madre, a la división de clases y al mundo entero. ¡Llámalo y vuelve con él!
Nanako sonrió y cogió su teléfono para llamarlo. Le di un sorbo a mi copa mientras observaba en la distancia como mi amiga hacía las paces con el gordinflón que parecía robarle el corazón. Repasé la terraza y un chico me sonrió desde la distancia. Le guiñé un ojo y me mordí el labio inferior. Pero cuando comenzó a acercarse, negué con la cabeza y señalé a mi amiga, dejándole claro que aquella noche no me apetecía compañía masculina. Nanako se desplomó en el sofá y me entregó una botella de agua.
—Gracias —dijo alegre—, lo hemos solucionado. Mañana hemos quedado.
—Me alegro —respondí quitándole el tapón a la botella y dándole un sorbo. Mi mente, descargada ya de ese peso, volvió a sus problemas de siempre. «Dylan o Matt, Matt o Dylan... y no olvidemos el problema de C.J.».
—¿Y tú qué? —preguntó mi amiga. Negué sin ganas de volver a ese carrete.
—¿Has hablado con C.J. desde la boda? —pregunté.
—No, no me ha llamado —respondió—. ¿Os habéis peleado?
—Algo así —dije encogiéndome de hombros. Suspiré y me armé de fuerzas—. C.J. no es gay.
—¿Qué? —respondió mi amiga sorprendida—. Creo que tanto boxeo te está dejado un poco lela.
—No estoy lela, Nanako. C.J. no es gay y punto.
—¿Y cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho? —preguntó.
—Sí... bueno, no... pero tampoco lo ha negado —dije antes de contarle nuestra discusión en la piscina, justo antes de que ella apareciera con Rocco.
—Vaya, no me lo puedo creer —dijo mi amiga llevándose una mano al pecho y desviando el rostro hacia la lejanía, completamente abrumada—. O sea, ¿nos ha estado mintiendo toda la vida?
—Eso parece —respondí encogiéndome de hombros y dándole un sorbo a mi botella.
—Pero, eso no es posible. Si me contó que estaba enamorado y que se iba a declarar —dijo Nanako, aún incrédula.
—¿Y te dijo cómo se llamaba? —Nanako negó—. ¿Te dijo, al menos, que estaba enamorado de un tío? ¿O simplemente decía que estaba enamorado de una persona?
—No... no me dijo que fuera un hombre. —Nanako parpadeó y se recostó sobre el sofá, hundiéndose por completo en él—. Pero, tal vez es que usa el lenguaje inclusivo, ya sabes... A C.J. no le han gustado nunca las etiquetas.
—¿Alguna vez te ha presentado a alguno de sus ligues? —pregunté con una ceja en alto. Y aquella pregunta fue la que le confirmó a mi amiga el engaño en el que habíamos vivido desde que lo conocíamos.
—Entonces, ¿tú le gustas y nos ha mentido para acercarse a ti? —preguntó mi amiga, pero luego negó con la cabeza—. No me lo creo. Lo siento, pero esto es completamente surrealista.
—¿Y cómo explicas el odio que le tenía a Dylan? ¿O la rabia que siente por Matt? —pregunté—. ¿Por qué aceptaba a todos tus ligues pero nunca aceptaba a los míos?
—Pues, no sé... ¿porque le caes mejor?
—¡Porque está celoso! ¡Reacciona, Nanako! —grité levantándome del sofá. Luego llevé una mano hasta mi nuca y me la restregué tratando de relajar la tensión acumulada.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó mi amiga al cabo de un rato.
—No lo sé, pero ahora mismo no quiero saber nada de C.J.. Necesito tiempo —respondí con la mirada puesta en el cielo. Estaba muy cansada para pensar. Suspiré.
Capítulo48
29 de agosto
Entré por la puerta de casa sobre las cuatro de la tarde, Rosita y David me habían dado una buena paliza en el entrenamiento, pero cada día que pasaba estaba más cerca del combate y por lo tanto de la victoria. «Sí, iba a ganar. Me lo había prometido. Y yo siempre cumplo mis promesas». Accedí a la cocina y dejé mi bolsa de deporte sobre la encimera, cogí una botella de agua fresca y me quedé observando el jardín.
Abrí la ventana para que entrara un poco de aire. El olor a césped recién cortado me invadió. Cerré los ojos y disfruté del silencio y la paz que se respiraba. «Era un gustazo poder pasear por casa con el top y los pantalones deportivos sin miedo a que mi padre viera mis hematomas». Un golpe sobre el agua seguido de un chapoteo me sacó de mi estado de sopor. Abrí los ojos sólo para ver a Matt hacerse unos largos en la piscina. Me mordí el labio inferior y, por puro instinto, me coloqué la sudadera que llevaba atada a la cintura. Lo observé nadar mientras mi mente volaba lejos de mi cuerpo.
Todo a mi alrededor se oscureció, ya no estaba en mi cocina, sino frente a la entrada de la casa de Margot. Era el su décimo quinto cumpleaños y sus padres le habían dado permiso para organizar un cumpleaños temático.
Llegué sobre las ocho. Todos vestíamos de blanco y al entrar a la casa, Margot nos recibía colocándonos un collar de flores de colores. «Nunca supe si era una fiesta hawaiana o de aire ibicenco». Me paseé por la fiesta con aire melancólico y, cuando Nanako y C.J. decidieron que mi compañía les estaba amargando la noche, pude desembarazarme de ellos y pasear por la tranquilidad del jardín trasero. Había aceptado asistir a esa fiesta con la única idea de hacer pública mi relación con Dylan. Había llegado nuevo ese año al instituto y, aunque no era el chico más popular, se había ganado más de una admiradora. Sin embargo, de todas las chicas que habían tratado de acercarse a él. Sólo yo había conseguido enamorarlo.
Sonreí y sin querer, retrocedí en el tiempo un poco más, hasta el momento en que Dylan se acercó a mí por primera vez.
Era noviembre y a pesar de todo, hacía un calor poco usual para ser invierno, de manera que había decidido terminar los deberes de matemáticas en las gradas del campo de rugby. Dejé caer los hombros cuando me di cuenta de que no fui la única a la que se le pasó aquella idea por la cabeza. Paseé la mirada por todas y cada una de las filas de bancos, todas estaban ocupadas con grupitos de chicos y chicas que, o bien estudiaban o bien se la pasaban tomando el sol y fumando un pitillo. Me di la vuelta y entré en la biblioteca. «Al menos allí estaría sola». Me senté en el primer banco que encontré y abrí mi libro. Las matemáticas eran mi fuerte, de manera que estudiaba a conciencia para luego poder explicarle a C.J. los ejercicios a cambio de que él hiciera lo mismo con los temas de biología.
—Hola —dijo una voz más grave de lo que esperaba. No quité los ojos de mi libro—. ¿Está ocupado este sitio? —Me encogí de hombros y seguí a lo mío. El chico se sentó en la silla que había justo a mi lado haciendo más ruido de lo permitido en una biblioteca—. Soy Dylan J. Harris. La J es por Jameson —Agregó alargando una mano.
—Dakota Campbell —respondí. Mi corazón se paró en el momento en que vi su sonrisa por primera vez. Le estreché la mano y toda la piel de mi cuerpo se erizó al contacto con la suya.
—Sé quien eres, estamos juntos en mates y literatura —dijo. «Cómo es que no me había dado cuenta de su existencia, era todo un misterio».
—No te había visto —tartamudeé nerviosa.
—Pero yo a ti sí —respondió picarón. Luego desvió la mirada hacia mi cuaderno—. ¿Esos son los ejercicios de esta semana? —Asentí—. ¿Se te dan bien las mates?
Me encogí de hombros y Dylan me pidió que le explicara el último ejercicio. Después de un buen en la que me dediqué a responder sus preguntas sobre geometría y mi propia vida, la campana sonó. Recogimos y salimos al pasillo, pero antes de que pudiera dirigirme a mi siguiente clase, la mano de Dylan me retuvo.
—Oye, las mates se te dan muy bien, pero ¿qué tal se te daría hacer de guía turística? —preguntó. Parpadeé sin saber qué responder—. Sólo llevo un par de semanas en Los Ángeles y me apetece salir al cine este sábado, ¿por qué no me acompañas y me enseñas alguno que esté bien? Ya sabes, de esos en los que sirven palomitas y refrescos.
—Está bien, llámame y te digo dónde quedamos —respondí. Dylan asintió y yo me giré, pero cuando avancé un par de pasos, apareció de nuevo tras de mí.
—No me has dado tu número —susurró a mi oído. Arranqué un trozo de papel del primer cuaderno que encontré en mi mochila y le anoté mi teléfono. Dylan lo miró con una sonrisa traviesa—, ¿Estrellas? —preguntó con una ceja en alto. Había arrancado una hoja de mi diario, cuyas páginas tenía dibujadas estrellas por todas partes. Me sonrojé avergonzada y entonces sucedió. Dylan me acarició el mentón con tanta suavidad que no me cupieron dudas. Me había enamorado—. Nos vemos el sábado, estrellita.
Suspiré y mi mente volvió a avanzar rápidamente, de nuevo a la fiesta de Margot. El jardín trasero estaba casi a oscuras. La música de estilo chil-out llegaba amortiguadas. Miré a mi alrededor: las plantas tropicales le daban un aspecto salvaje a todo el jardín; las flores de hibisco desprendían su fragancia por todas partes, la piscina, sólo iluminada por las luces interiores, reinaba en el centro rodeada de hamacas. Me apoyé de costado sobre una de las palmeras y le di un sorbo a mi piña colada. Maldije para mis adentros. Aquella noche condecoraban al padre de Dylan, de manera que le era imposible asistir. Agarré una flor y comencé a deshojarla con rabia.
—¿Qué te ha hecho esa pobre flor para que la trates así? —Me susurró Dylan al oído. Me giré y de un salto me encaramé a sus brazos.
—¡Has venido! —grité alegre.
—Me he escapado —susurró agarrándome por la cintura y atrayéndome hacia él—. Le dije a mi madre que la cena no me había sentado bien y que volvía a casa.
Lo besé como si aquella fuera a ser la última noche de nuestras vidas. Estaba eufórica por tenerlo de nuevo a mi lado. Dylan respondió a mi beso con más pasión aún. El calor de su cuerpo me abrazaba mientras que mi pasión se iba encendiendo. Tiré de él hacia mí con fuerza, sin dejar de besarlo, de morderle, de acariciarle. Dylan me agarró por los muslos y de un movimiento me elevó; enredé mis piernas a sus caderas. Estaba tan excitado como lo estaba yo. Me deseaba tanto como lo deseaba yo. Sin pensar y, dejándome llevar por todo lo que sentía, comencé a desabrocharle la camisa.
—Nos podrían pillar —susurró con la voz ronca por el deseo. No respondí—. Vamos dentro —dijo antes de dejarme de nuevo en el suelo. Gruñí molesta cuando nos separamos, pero se me olvidó cuando me vi guiada por los pasillos de la casa de Margot. Subimos las escaleras y entramos en la habitación más alejada. Dylan me aprisionó contra una pared antes de volver a besarme—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? Puedo esperar, estrellita.
Tragué saliva al darme cuenta de que aquella sería mi primera vez con un chico. Lo miré a los ojos y su sonrisa mi tranquilizó. Asentí antes de pasar mis manos por su torso y quitarle por completo la camisa. Y entonces, sin planearlo, sin pensar que aquel no era el lugar más idóneo, pasó. Dylan me hizo el amor por primera vez. Solté una carcajada cuando recordé que había perdido mi virginidad en la cama de Margot, el día de su quince cumpleaños.
—¿De qué te ríes? —Di un respingo asustada al oír aquella pregunta. Había viajado tan lejos en mis recuerdos que no me di cuenta de que Matt había salido de la piscina, se había puesto la toalla alrededor de las caderas y había entrado en la cocina. Me miraba desde la puerta que daba al jardín con una ceja en alto. Negué con la cabeza.
—De nada —respondí cerrando la botella de agua y recogiendo mi bolsa de deporte a toda prisa.
—Oye —dijo, llamando de nuevo mi atención—. Esta mañana ha pasado C.J. a verte, quiere que le llames.
—Que le jodan a ese mentiroso —solté cabreada antes de salir de camino a la ducha y dejar a Matt solo en la cocina.
Salí de la ducha y me encerré en mi dormitorio. Me puse un conjunto lencero de encaje negro que adoraba y un kimono de seda que mi padre me había traído de uno de sus viajes de negocios. Cogí un libro de mi estantería, corrí las cortinas y me tumbé en la cama. Desde mi dormitorio ya no podía ver la piscina, pero si la parte del jardín donde estaban las tumbonas. Matt se había echado sobre una de ellas con un libro que parecía pesar casi el doble que él. Desvié la mirada hacia la vaya que separaba mi casa de la de C.J.. Sólo podía ver parte de su terraza superior y el tejado, pero aquello era suficiente para imaginar que, el que había sido mi amigo, estaría sentado frente a su ordenador y su mesa de mezclas, componiendo una nueva canción. Bufé molesta, incapaz de aceptar y perdonar las mentiras de C.J., sin embargo, poco a poco mi enfado se fue suavizando y mi mente se centró en los momentos en los que me había consolado y ayudado en el pasado. Un dolor me laceró el corazón cuando uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida invadió mi mente.
—¡No te creo! —grité golpeándole el pecho a Dylan. Este me agarró por las muñecas.
—Pues créetelo —graznó apretando la mandíbula antes de soltarme con rabia. Empecé a sentir un fuerte dolor en el pecho que me oprimía y me impedía respirar.
—Es mentira —dije tapándome el rostro desesperada—. No es cierto, tú me quieres... no te creo, no te creo.
—Lo siento, Dakota. —La voz de Dylan se me antojaba vacía de sentimientos—. Me he acostado con Margot. Y no ha sido un error, ni un desliz de una noche.
Lo miré sin dar crédito a lo que oía.
—Pero yo te quiero, ¿por qué me haces esto? —pregunté abrazándome a mí misma. Deseaba que aquello fuera un mal sueño.
—Esto se acabó —dijo Dylan sin mirarme a los ojos. Tragué saliva a la vez que asentía. Me erguí cuan alta era y me acerqué a él, reuniendo el poco valor que me quedaba.
—Mírame a los ojos, Dylan —dije seria, tratando de mantener la compostura que hacía un instante había perdido—. Mírame a los ojos y dime que no me quieres.
Dylan cerró los ojos unos segundos. Pude ver como temblaba con los puños apretados. Pero sólo dudó unos segundos. Luego, me agarró por los brazos y clavó su mirada marrón en la mía.
—No te amo —sentenció con tanta frialdad que mi corazón se rompió. Mi mente se vació de todo pensamiento, un ruido blanco, como de lluvia al chocar contra el asfalto silenció el resto de sonidos. Me llevé una mano al pecho y por unos segundos dejé de sentir mis latidos.
Cuando volví en mí, tres días más tarde, estaba acurrucada en los brazos de C.J.. Me susurraba una canción de cuna mientras me acariciaba el pelo con suavidad. Nanako se movía por mi dormitorio recogiendo todas las cosas que podrían recordarme al hombre que me había roto el corazón con apenas dieciocho años.
Desde ese momento, decidí cerrarme en banda. Sólo dos hombres habían penetrado mi coraza de titanio: mi padre y C.J.. Durante años, C.J. había velado para evitar que nadie me rompiera el corazón, que nadie volviera a hacerme daño. Y lo había conseguido. Al menos, hasta que Matt había aparecido. Suspiré y volví a mirar por la ventana, había oscurecido y Matt ya no estaba en el jardín.
Me removí en la cama y cerré los ojos. Desde que enterré a Dylan en lo más hondo de mi corazón, no había vuelto a abrirle mi corazón a otro hombre, salvo a Matt. Él había conseguido que recordara lo que era sentirme protegida e indefensa, fuerte y frágil, importante y diminuta a la vez. Con Matt sentía que podía volver a ser la persona que una vez había sido al lado de Dylan. Sin embargo, tenía miedo. Temía que volviera a romperme el corazón como lo había hecho él.
Pensé entonces en mi padre, él se había alejado de las mujeres porque temía volver a sufrir tanto como había sufrido con mi madre. Sin embargo, se había arriesgado y había comenzado una relación con Helen. Recordé el brillo que aparecía en sus ojos cada vez que la miraba, la sonrisa que iluminaba su rostro cuando ella estaba presente. Pensé en Nanako y la alegría que desprendía cuando hablaba de Rocco. Pensé en Rocco y su cara de bobo al pensar en Nanako. Pensé en Lola y David. En lo felices que eran.
Y entones, dejé de pensar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro