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26 de agosto (Parte 1)

Al día siguiente a la boda, cuando el equipo de Margot hubo recogido y limpiado tanto el patio como la casa, George y Helen se despidieron de nosotros para darse el viaje del año. Diez maravillosos días por las mejores y más importantes ciudades de Europa: Barcelona, París y Atenas entre otras. «Que envidia les tenía. Más le valía a mi padre traerme algo bonito de cada ciudad».

Por su parte, Eli había decidido quedarse con su tía y sus primos, al otro lado de la ciudad, lo que me venía de perlas porque no estaba muy dispuesta a hacer de canguro. La única pega que podía ponerle al plan de mi nueva hermanita, es que tendría que compartir la casa con Matt, y aquello no me hacía demasiada gracia. Nuestra situación era ya bastante difícil y, si a eso le sumaba las mentiras de C.J. y que apenas me quedaban unas semanas para el último combate, mi vida no podía complicarse más.

Para tratar de poner orden en mi mente, me había propuesto entrenar todas las horas que Paco me permitiera, que básicamente era desde que abría el gimnasio hasta que cerraba. Y no porque me la pasara entrenando todo el día, sino porque me pasaba el resto del tiempo hablando con Lola y jugando con Paula. Y si aquello conseguía alejarme de Matt y C.J. lo suficiente como para no estar pensando en ninguno de los dos, ¿quién soy yo para decir que no?

Aquella mañana me levanté sobre las cinco y media, salí a correr una hora, hice una sesión de media hora de yoga y, cuando calculé que David estaría en el gimnasio, llamé a un taxi y aparecí por allí.

—Hola —dije soltando mi bolsa con un estruendoso golpe y despertando a David.

—¿Eh? ¿Qué ha pasado? —preguntó confundido mientras se restregaba los ojos. Me apoyé con el codo y le sonreí.

—¿El pequeñajo no te ha dejado dormir?

David se levantó con pesadez y negó con la cabeza.

—¿Cómo puede una persona tan pequeñita gritar de esa manera? Apenas dormimos, Dakota —se quejó abriendo una pequeña nevera y sacando una bebida energética—. Ayer, cuando salí a la compra, me olvidé a Paula en el coche. ¿Te lo puedes creer? ¡Me olvidé a mi hija en el coche!

Solté unas carcajadas.

—Vamos, seguro que os pasó lo mismo con Paula —respondí encogiéndome de hombros. David negó con la cabeza.

—Mi pequeña Paulita era perfecta. Apenas lloraba por las noches. Este niño, en cambio, es un monstruo cagón y llorica.

Dejé a David dormitar de nuevo en su silla mientras me cambiaba y comenzaba a entrenar. Aunque sólo eran las siete y media, sabía que Paco llegaría con Lola en cuestión de un rato. No pasaban las doce del medio día cuando sonó mi móvil.

—¡Eh! ¡Dakota! —gritó Lola con el teléfono en una mano y su hijo en la otra—. Baja del ring, te llaman —dijo tendiéndome el dichoso aparatito.

Gruñí molesta por la interrupción. Me disculpé con Rosita, que se había ofrecido a hacer de sparring en mis últimos entrenamientos, y bajé del ring bajo la mirada furiosa de Paco.

—Date prisa —dijo cortante. Asentí.

—¿Sí?

—¿Dakota? Soy Rocco, ¿puedes hablar? Tengo un problemilla con Nanako y no sé qué hacer —dijo. «Y esto, señores, era ir al grano».

—Hola, Rocco. Sí, yo estoy bien, gracias. ¿Y tú? —respondí irónica.

Estoy fatal —lloriqueó—. Por favor, Dakota, necesito que me ayudes.

Miré al techo exasperada. Los hombres no entienden el sarcasmo cuando están deprimidos.

—Está bien, podemos vernos en un rato para comer —respondí. Aunque, como ya había dicho, me había propuesto quedarme en el gimnasio hasta su cierre, desde hacía un rato, se rumoreaba que se había atascado uno de los aseos del vestuario de los chicos, y estaba segura que me tocaría ayudar a David. De forma que, para no arriesgarme, decidí escaquearme.

Quedé con Rocco en una pequeña pizzería no muy lejana al centro comunitario donde trabajaba de voluntario. Me mordí el labio nerviosa, no sabía qué había hecho Matt ese día y existía la posibilidad de que apareciera por allí en busca de su amigo. Miré a Rocco y me olvidé de todo. Tenía un aspecto lamentable, estaba ojeroso y más despeinado que de costumbre.

—¿Qué ha pasado? —pregunté acodada en la mesa mientras esperábamos que nos trajeran la pizza de pepperoni que habíamos pedido para compartir. Rocco sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón y me enseñó un mensaje que Nanako le había enviado. Abrí los ojos sorprendida por la actuación de mi amiga—. Pero, esto es una broma, ¿verdad?

—No —respondió negando y guardando el teléfono—. Me ha dejado.

Parpadeé muy rápido e hice un ademán con las manos, pidiendo calma. Aunque, realmente, era yo la que necesitaba calmarse. No podía creer lo que había visto.

—Pero, para dejarte, antes teníais que estar saliendo. Es decir, ser novios —dije recolocándome el pelo detrás de la oreja. Lo cierto es que no daba crédito a nada. El gordinflón asintió—. ¿Estás seguro de que eráis novios? A ver si no has confundido las cosas y...

—No he confundido nada, Dakota —respondió molesto con el ceño fruncido—. Estábamos saliendo. Si le había puesto un mote a mi... ya sabes...

—Vale, vale, vale —lo interrumpí deseando no haber escuchado aquella confesión—. Eráis novios. Y, ¿por qué te ha dejado? —Rocco se encogió de hombros—, ¿has hecho algo que la haya molestado?

—No lo creo, es decir, no lo sé —respondió acodándose y revolviéndose los rizos negros. Suspiró—. Todo iba genial, hasta hicimos... eh, bueno, que nos divertimos en la boda de tu padre —respondió señalándome.

—¿Qué? —respondí incrédula—. ¿Mancillasteis mi casa?

Rocco negó con la cabeza.

—Tranquila, fue en el coche —respondió—. Y su madre nos sorprendió antes de que me pusiera el condón. Así que, en realidad, no pasó del sexo oral.

Me llevé la mano a la frente y me di un golpecito. No sabía si me sorprendía más lo sucedido en aquel coche o la naturalidad con la que me lo estaban contando.

—Rocco, tienes que entender que esto que me estás contando... —Comencé a decir, pero me callé al no saber cómo continuar.

—¿Podrías hablar con ella? —suplicó mirándome a los ojos. Me mordí el labio inferior.

—No lo sé. Pienso que lo mejor es que la llames, ¿no crees? —dije. Ya tenía suficientes movidas amorosas como para tener que preocuparme por las de los demás.

—Lo he intentado —respondió desesperado—. La he llamado como un millar de veces y le he mandado varios mensajes. Pero siempre salta el buzón de voz —respondió triste.

—Está bien —dije arrepintiéndome en aquel momento—, hablaré con Nanako.

Después de comer y acompañar a Rocco hasta el centro comunitario, me choqué con Matt, que se ofreció a llevarme a casa.

—Nos vemos esta noche en el Way to Haven a las once, ¿vale? —le dije a Nanako antes de colgarle—. No llegues tarde.

—¿Vas a salir? —preguntó Matt tamborileando los pulgares sobre el volante del coche. Asentí—. ¿Llegarás muy tarde?

—No lo sé —dije mirando por la ventana. No estaba muy segura de cómo comportarme a su lado, y más si hacía memoria y analizaba los besos que nos habíamos regalado unos días antes de la boda. Tragué saliva y cerré mi mano sobre mi colgante. Matt me miró de reojo unos segundos antes de girar y estacionar frente a nuestra casa.

—¿Volverás en taxi o te llevarás el Tesla?

—No lo sé —refunfuñé molesta por la cantidad de preguntas.

—¿Quieres que pase a recogerte? —preguntó de nuevo mientras quitaba las llaves. Tomé aire, porque de nuevo me sentía controlada—. Esta noche he quedado y estaré por la zona. No me cuesta nada pasar a...

—¿Puedes dejar de hacerme preguntitas? No eres mi novio, ¿vale? —dije interrumpiéndole.

—Relájate —respondió con el ceño fruncido—. Sólo pretendía ser amable.

—¡Pues deja de serlo! —grité sin poder contenerme—. ¡Entre nosotros no hay nada! ¡Y no lo habrá! ¿Te ha quedado claro? —Continué señalándonos a ambos.

—¡Claro tirando a transparente! —respondió saliendo del coche y dando un portazo. Lo seguí y golpeé yo también la puerta al cerrar.

—¡Eres gilipollas! —dije sin poder controlarme mientras lo seguía a grandes zancadas.

Matt se paró de golpe y se giró hacia mí. Me agarró el rostro con las manos y me besó. Cerré los ojos al contacto con sus labios. Su lengua se adentró para jugar con la mía. Gemí y, aunque mi cerebro me decía que debía revolverme, mi cuerpo cogió el control. Dejé caer mi bolsa de deporte y me apoyé en su pecho. Sentía su corazón latir al ritmo del mío. Aquel beso que empezó con una furia desatada, se fue transformando en otro más dulce y tierno. Casi como un suspiro. Se me erizó la piel cuando sentí que Matt se separaba de mí. Sus ojos verdes se clavaron en los míos. Tragué saliva nerviosa y confundida.

—Tienes razón. Soy gilipollas —susurró antes de soltarme y entrar en casa.

Me llevé una mano hasta mis labios, una parte de mi deseaba tenerlo a mi lado, retenerlo en otro beso, sin embargo, otra parte de mí deseaba alejarlo. Una llamada de mi padre me sobresaltó, devolviéndome a la realidad.

***

Pasé el resto de la tarde encerrada en mi dormitorio, tratando de no pensar en Matt, en sus labios ni en lo estúpida que me sentía. Me di una ducha rápida y me arreglé, dispuesta a disfrutar de una noche de diversión y charla con mi mejor amiga. Teníamos algunas cosillas de las que hablar, además del tema de Rocco, necesitaba contarle lo que había pasado con C.J..

Salí de mi dormitorio y me crucé con Matt en el salón. Lo miré de arriba abajo, se había puesto una preciosa camisa negra que le marcaba todos los músculos del torso y los brazos. La llevaba abierta hasta la mitad del pecho, mostrando un colgante de estilo militar y los vellos rubios que tupían sus pectorales. Su mirada triste me desarmó.

—¿Vas a salir? —pregunté algo incómoda. Aunque recordaba perfectamente la respuesta, no se me ocurría qué otra cosa podía decirle. Matt asintió y volvió su atención hacia la manga izquierda. Trataba en vano de recogérsela—. Déjame a mí —dije acercándome y cogiendo el extremo del puño. Comencé a doblarlo.

—Gracias —murmuró. Me mordí el carrillo interno; sentía la mirada de Matt clavándose en mi cabeza. Suspiré.

—Siento haberte gritado —me disculpé.

—Tranquila. Sólo querías dejarme claras las cosas y ya lo has hecho —respondió Matt sin un ápice de rencor en su voz. Chasqueé la lengua y comencé a arreglarle la manga derecha.

—No quería decir lo que he dicho —susurré sin pensar—. Es decir, sí quería decirlo, pero no así. —Levanté la cabeza y lo miré. Matt me acarició el mentón con suavidad.

—Déjalo. No tienes que darme explicaciones. Como has dicho, entre nosotros no hay nada —respondió y en ese instante su teléfono sonó. Matt frunció el ceño y lo sacó del bolsillo trasero de su pantalón—. Disculpa. —Agregó dando un paso atrás y respondiendo la llamada mientras cogía su cartera y las llaves del coche—. ¿Sí? En diez minutos estaré allí... ¿Solos?... Ya, entiendo... Perfecto.

Me mordí el labio inferior al verlo salir por la puerta sin siquiera despedirse, pero supongo que lo tenía merecido.


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