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24 de agosto - La boda (Parte 3)

Cuando salí al patio, cogí una copa y me paseé entre los invitados. Me paré a charlar con algunos familiares y luego Helen me presentó a algunos de los suyos. Me tomé un par de margaritas más hasta que me senté en un rincón deseando quitarme los zapatos.

—¿Cómo llevas eso de tener una familia? —preguntó C.J. sentándose a mi lado y dándole un trago a su whisky. Me encogí de hombros.

—¿Y tú? ¿Cómo llevas eso de declararte? —pregunté apoyándome en su hombro. C.J. negó con la cabeza.

—Ya lo haré —respondió quitándome la copa y dejándola en el suelo, al lado de su vaso vacío—, ¿sabes que le falta a esta fiesta para dejar de ser un muermo?

—¿Un buen polvo? —solté con una carcajada.

—No es mala idea —respondió C.J.—, aunque yo tenía pensado tirarte a la piscina. —Se levantó y con un movimiento rápido me cogió en volandas y atravesamos los arbustos camino de la piscina.

—¡C.J., no! ¡Mi vestido nuevo! ¡No quiero que me lo estropees! —grité sin poder dejar de reír a carcajadas. Por suerte, C.J. se apiadó de mí y me dejó en el suelo.

Nos quitamos los zapatos y nos sentamos al borde con los pies dentro del agua fresca. Todo estaba a oscuras salvo por las luces interiores de la piscina. El chapoteo de nuestros pies era el único sonido que inundaba aquel trozo de jardín.

—¿Cómo estás? —preguntó mi amigo quitándose la chaqueta y deshaciéndose el nudo de la corbata.

—Estoy bien —respondí forzando una sonrisa.

—A mí no puedes mentirme. Ya lo sabes, ¿no? —respondió con chulería y una ceja en alto. Negué con la cabeza sin responder—. Vamos, Dakota, te he visto salir corriendo de la pista de baile. —Agregó señalando con el pulgar hacia su espalda, como si allí estuviera la pista. Tomé aire.

—Me asusté —respondí dejando caer los hombros—. Matt estaba cantándome al oído y... no sé... Sentí algo...

—¿Por qué cojones no te alejas de ese tío? —preguntó molesto interrumpiéndome. Fruncí el ceño.

—No lo sé, ¿vale? —respondí sacando los pies de la piscina y poniéndome en pie. Di un par de pasos y me llevé una mano a la frente. «Había bebido demasiado»—. ¿Por qué te importa tanto lo que hago o dejo de hacer con él?

C.J. se levantó también y dio un par de pasos hacia mí.

—Ya te lo he dicho mil veces, ¡joder! —respondió elevando la voz—, ¡ese tío no te conviene!

—Y según tú, ¿qué tío me conviene? —grité alargando los brazos—. Dylan no te caía bien, Matt, no es trigo limpio... —Continué sintiendo la furia y el alcohol recorrerme el cuerpo—. ¿Alguna vez aceptarás a alguno?

—Lo aceptaré cuando crea que es el adecuado —respondió con el mentón en alto.

—¿Y si es Matt el adecuado? ¿No has pensado que tal vez quiero estar con él? —pregunté

—Y si tanto quieres estar con él, ¿por qué cojones me llamas a las tres de la madrugada para contarme que no estás segura de lo que sientes? ¿Por qué dudas? —gritó furioso—. Si tan enamorada estás, ¡lánzate a sus brazos! —Continuó. Se humedeció los labios y se acercó a mí, señalándome con un dedo—. Pero cuando te rompa el corazón, no vengas a buscarme, Dakota. Porque ya no estaré para recoger tus pedazos. ¡Estoy cansado de ser tu puto paño de lágrimas!

—¿Mi paño de lágrimas? —grité fuera de mí—. ¡Eres tú quien me usa para desahogarse! ¡Eres tú quien me llama para contarme sus penas! ¡Dakota, estoy solo! ¡Dakota, me he enamorado y no sé qué hacer! —Continué imitándolo—. ¿Debería arriesgarme y declararme? Le he mentido durante años, no sabe cómo soy y tengo miedo de decirle la verdad, ¿y si nunca me perdona?

Algo en mi cerebro conectó en aquel instante y me callé de pronto, mirando a mi amigo sorprendida.

—Vamos, sigue. Imitarme se te da de puta madre —respondió sarcástico mientras se cruzaba de brazos y desviaba la mirada furiosa hacia la piscina.

—No eres gay, ¿verdad? —dije casi en un susurro acercándome a él un paso. C.J. parpadeó y me miró de soslayo.

—¿Qué? Me parece que te has pasado con las copas...

—Por eso nunca me presentas a tus novios ni hablas de ellos —seguí hablando. Lo miré a los ojos y le agarré del brazo—. Ahora lo veo claro. ¡Joder, C.J.! ¡Ahora todo tiene sentido! Nunca hablas de tus ligues y cuando lo haces no te refieres a ellos como hombres, sino como personas. ¡No eres gay!

—No te los presento porque...

—Soy yo, ¿verdad? —pregunté interrumpiéndolo—. La persona de la que estás enamorado.

—No te creas la reina del baile —respondió sarcástico. Me llevé las manos a la cabeza completamente abrumada.

—Por eso no te llevabas bien con Dylan... —susurré—. Y por eso no soportas a Matt. ¡Estás celoso! ¡No soportas verme con otro hombre!

—Dakota, por favor —respondió acercándose a mí y mostrándome las palmas de sus manos—. Tranquilízate, ¿vale?

—¿Qué me tranquilice? —grité histérica—. Siempre he pensado que eras mi amigo gay y resulta que sólo me mentías para acercarte a mí... —Lo miré con asco—. ¡Me has visto desnuda mil veces! ¡Joder, eres un pervertido!

C.J. me respondió algo, pero era incapaz de oírle. Mi mente cavilaba a una velocidad de vértigo. Tanto que mi estómago se revolvió. En cuanto sentí una arcada corrí hacia uno de los setos. «Me despedí de la tarta nupcial, de las dos botellas de vino y de la mitad de mi hígado». C.J. me sujetó el pelo y me pasó un pañuelo cuando terminé. Me llevó hasta una de las hamacas y me sentó a su lado.

—Me has mentido, C.J. —dije seria, necesitaba digerir todo lo que acababa de pasar.

—Deja que te lo explique.

—¡No! —grité.

En ese instante se abrió la verja del jardín dando paso a Nanako y Rocco, que se abrazaban y besuqueaban embriagados.

—¡Ups! —dijo Nanako alejándose del gordinflón y limpiándose los restos de carmín de la barbilla—. Creo que no es por aquí —dijo con una risita que se le borró en cuanto nuestras miradas se cruzaron—. Tesoro, ¿qué sucede?

—Nada —respondí y me dirigí tambaleante al interior de mi casa, deseando olvidar el dolor que me había provocado las mentiras de C.J.. 

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