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24 de agosto - La boda (Parte 1)
La primera persona a la que encontré cuando el taxi me dejó en la entrada de mi casa fue a Margot.
—Al menos hoy has llegado a tiempo —dijo mirándome de arriba abajo sin soltar el teléfono móvil—. Ahora te llamo, mamá —dijo a su interlocutora. Luego me señaló la entrada—. Pasa, tienes tu vestido en tu dormitorio, los estilistas están terminando con Eli y luego te toca a tí, ¿de acuerdo?
Asentí sin decir nada más y me encaminé. Toda mi casa estaba llena de camareros y ayudantes, que no dejaban de llevar cosas al jardín trasero. Pasé el salón y la cocina, me adentré por el pasillo y entré en mi dormitorio. Solté mi maleta e ignoré la funda con el logotipo de Alessandra's que había sobre la cama. Salí del dormitorio y me dirigí hacia las escaleras.
Tomé aire antes de subir, la verdad es que no me gustaba subir allí, pues allí estaba mi viejo dormitorio, el de mis padres y la biblioteca donde mi madre solía emborracharse. Subí con tranquilidad cada uno de los escalones, atravesé el pasillo, evitando mirar dentro de la biblioteca. Por suerte Eli tenía la puerta de mi viejo dormitorio cerrada. Llevé la mano hasta el pomo de la puerta del dormitorio de mis padres y antes de girarlo di un par de golpe con los nudillos.
—Adelante —dijo Helen. Abrí con suavidad y me asomé por la rendija.
—¿Estás sola? —pregunté desviando la mirada hacia el suelo cuando me di cuenta que estaba a medio vestir. Helen se colocó rápidamente un albornoz de seda con el que siempre se paseaba por casa.
—Pasa —respondió escueta. Le hice caso y cerré detrás de mí. Observé todo lo que me rodeaba con mis manos tras la espalda—. Parece que es la primera vez que entras aquí —dijo Helen extrañada al percatarse la curiosidad que cruzaba mi rostro.
—Hacía mucho tiempo que no subía a este dormitorio —confesé casi avergonzada. Me paseé en silencio por él y me di cuenta de que el viejo marco con la foto de mi madre había desaparecido; en su lugar, había otro con una imagen de Eli y mía en el viaje a Monterrey. Lejos de molestarme, ver aquel ligero cambio me agradó.
—No he cambiado nada —dijo Helen al verme tomar otro marco en cuya fotografía salí yo de bebé en brazos de mi padre.
—Deberías hacerlo —respondí seria—. Esta es ahora tu casa.
Helen se acercó y me puso una mano en la espalda.
—Dakota, lamento mucho haberte pegado —susurró y en su tono de voz pude percibir sinceridad y arrepentimiento—. Estaba muy nerviosa. Todo esto de la boda, los preparativos... —Suspiró—. La situación me sobrepasó y la pagué contigo. Lo siento.
Me dí la vuelta. Helen me observaba con una sonrisa dulce en los labios y una mirada tierna y comprensiva. Y en ese instante, algo se removió en mi corazón. Un nudo se aferró a mi garganta y comenzó a quemarme.
—Yo no te odio, —dije sin poder contener el llanto y la tristeza. Me desplomé en los brazos de Helen que me arropó con cariño. Siseó mientras me acunaba—. Pero, esto es muy difícil para mí. Yo... tengo miedo de...
—Tranquila, ya me lo han contado todo —susurró a mi oído mientras me acariciaba con ternura. Me sequé los ojos y me separé de ella, atravesé la habitación y me senté en la orilla de la cama.
—Sé que quieres a George... Y te aseguro que me alegra que se case contigo y no con cualquier cazafortunas chupapollas...
—¡Ese lenguaje, Dakota! —me reprendió Helen.
—Lo siento —me disculpé bajando la mirada hasta mis manos. Comencé a juguetear con el dobladillo de mi camiseta—. Pero, no sé cómo enfrentar esta situación. Es como... si volviera atrás. Como si la historia se repitiera —expliqué y volví a romper a llorar.
Helen cogió una caja de pañuelos del viejo aparador de mi madre y me lo tendió una vez que se hubo sentado a mi lado.
—El pasado, pasado está. Y no se está repitiendo —dijo con suavidad. Me soné con fuerza porque sentía cómo los mocos se me caían a la misma velocidad que las lágrimas—-. Entiendo que te sientas atacada y que creas que esta boda lo cambia todo. Porque tienes razón, esto es un cambio enorme; pero no sólo en tu vida, sino también en la de tu padre, en la mía y en la de mis hijos —explicó llevando una de sus manos hasta mi mentón para obligarme a mirarla. Me mordí el carrillo interior al sentir cómo mi corazón se aceleraba bajo la mirada verde de Helen—. No vas a perder a tu padre, Dakota. Es cierto que vuestra relación cambiará, igual que cambiará la que yo tengo con mis hijos. Pero tu padre y yo nos queremos, y tenemos el derecho a ser felices.
Asentí.
—Lo sé, pero... —suspiré y me llevé una mano al pecho—, mi padre es la única persona que siempre ha estado ahí. Lo único que no ha cambiado.
—Y seguirá estando ahí —respondió—. Sigues siendo la princesa de su corazón, y eso es algo que nadie te va a quitar.
—Pero todo será diferente —repliqué.
—Los cambios asustan, Dakota. ¿Crees que yo no estoy asustada? ¿Crees que no es difícil para mí o para mis hijos empezar de nuevo después de...? —Helen se calló de pronto. El silencio se interpuso entre nosotras durante unos instantes. Por primera vez desde que se había mudado a mi casa, la tomé de la mano.
—Matt me ha contado que su padre... —Me encogí de hombros y mi voz se quebró al ver cómo en el rostro de Helen se dibujaba una profunda tristeza.
—Mi matrimonio fue un infierno, sobretodo para mi hijo —respondió Helen. En silencio, me quitó un mechón de pelo de la frente—. Los dos lo habéis pasado muy mal. Por eso, tu padre y yo sabemos que esta boda es la mejor decisión que podemos tomar. Porque, aunque es tarde, podemos daros la familia que os merecéis.
Medité unos instantes sobre aquellas palabras y tomé una decisión. Tomé aire y cerré los ojos. Repetí mi mantra un par de veces y entonces, cuando sentí que estaba preparada, la miré a los ojos.
—Sé que no soy una persona fácil. Soy egoísta e impulsiva —dije con calma y tratando de ser lo más sincera posible tanto con Helen como conmigo misma—. Toda mi vida he evitado enfrentarme a mis miedos y no puedo prometer que sea capaz de vencerlos. También sé que me va a costar aceptar esta nueva situación. —Solté todo el aire de mis pulmones y cerré con fuerza mis dedos sobre la mano de Helen—. Pero, quiero que sepas que, desde el primer día que apareciste en nuestras vidas, te he aceptado y te prometo que haré todo lo posible porque esto funcione.
Helen sonrió y me estrechó contra su pecho con tanta fuerza que creí que me ahogaría.
—Gracias, Dakota —me dijo entre lágrimas—. Significa mucho para mí.
—Será mejor que vaya a prepararme —dije mientras me deshacía de su agarre y me levantaba dispuesta a darme una buena ducha. Sin embargo, antes de que llegara al umbral, Helen me llamó.
—Dakota, Sólo una cosa más —dijo con un dedo en alto. La miré expectante; Helen se levantó—. ¿Te gustaría ser mi madrina?
—Sería un placer —respondí.
—Entonces, espera aquí —dijo antes de salir corriendo hacia el vestidor. Fruncí el ceño extrañada, sin embargo, no podía negar que estaba contenta de haber liberado mis temores delante de ella. Aunque, si debía ser sincera, ella ya lo sabía. «¿Se lo diría Matt o mi padre?». Helen volvió a entrar con una funda grande y negra con el logo de Alessandra's—. Ábrelo —dijo con una risita nerviosa.
Hice lo que me dijo y abrí la cremallera lentamente. Mi corazón se aceleró y tragué saliva al ver mi vestido. Simplemente, no me lo podía creer.
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